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Leyenda de las 99 doncellas y media

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LEYENDA DE LAS 99 DONCELLAS Y MEDIA

Un poco de Historia de España

 

Hubo un rey de infausto recuerdo llamado Mauragato en el reino de Asturias, creado en el año 718 por Pelayo, quien en la cueva de Covadonga, con la ayuda de la Virgen, hizo frente y venció al moro invasor iniciando la Reconquista de los territorios que los musulmanes habían invadido y conquistado desde su entrada en la Península Ibérica en el año 711.

Ante la imagen de cobarde que mostraban sus actos, y la poca fortaleza que ponía en defender los territorios que tanta sangre había costado reconquistar a sus súbditos, los moros crecidos, amenazaron con comenzar de nuevo las hostilidades que se encontraban paradas en aquellos momentos y volver a dominar lo que tantas luchas, esfuerzo, sangre y sinsabores, costaron a sus aguerridos paisanos asturianos.

Mauragato, ante el temor que se reiniciara la guerra y tener que participar al frente de su ejército, aceptó firmar un tratado de no agresión con los belicosos moros, que prometieron mantener las actuales fronteras, situadas en las cumbres de los montes Cantábricos, dejando las laderas que se deslizaban hacia León y las que bajaban hacia las tierras llanas de Asturias como tierra de nadie.

A cambio, como pago de no verse atacado, aceptó un oprobio tributo, la entrega cada año de cien doncellas vírgenes y agraciadas, con edades comprendidas entre los trece y los quince años, veinticinco de sangre noble y el resto de origen plebeyo.

El ejercito musulmán que había pasado desde África para conquistar la Península Ibérica estaba formado solamente por hombres dedicados a luchar y al asentarse en ésta necesitó de hembras.

El infame tributo, se sabe se cumplió durante varios años, hasta la llegada al trono del rey Ordoño I.

La manera de elegir las cien doncellas, que el reino de Asturias, debiera entregar a los moros cada año, se dejaba a criterio del representante del poder real en cada concejo.

Cada uno, según el número de vecinos que tuviese, debería aportar como mínimo, una muchacha de familia noble, considerándose como tal aquella que poseyera tierras en propiedad, y otra entre las hijas de los vasallos y arrendatarios.

Reunidas las muchachas posteriormente en Oviedo, capital del reino en aquellas fechas, eran llevadas escoltadas, por quien el rey designara, hasta ser entregadas en las difusas fronteras leonesas que separaban los territorios moros y cristianos, a otra escolta musulmana, enviada desde León, entonces capital mora del norte de los extensos territorios del Califato asentado en Córdoba.

Después, en esta amurallada ciudad, con gran pompa y deseo, eran recibidas por el ejército invasor y repartidas las nobles entre los principales jefes militares y las otras a quien pagase más oro por ellas.

Nadie de los historiadores que he consultado describe si los musulmanes, cuando las doncellas llegaban a tierras leonesas y quedaban bajo el cuidado de la escolta mora que las recibía, comprobaban si tenían roto el himen, muestra de su virginidad o doncellez. Quizá lo hicieran en las primeras remesas para comprobar si los cristianos o infieles, como ellos les llamaban, cumplían con la palabra empeñada. Después parece solo miraron la cantidad, su aspecto, rostro y exterior, por lo que pudo ocurrir perfectamente lo que recojo en este relato, que nadie de los historiadores cristianos lo hace en sus crónicas.

Yo tuve la suerte de leer la leyenda vista desde la perspectiva musulmana en un libro, en árabe antiguo, de cantares y romances del siglo IX, de autor desconocido, que encontré en la biblioteca de la Mezquita de Córdoba, mientras preparaba y escribía mi tesis sobre la Historia de la Reconquista, en la que cuenta lo que relato a continuación.

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En el concejo de Lugones, cercano a la capital, lugar donde se inician los hechos de esta verídica historia, se efectuaba un sorteo cada año al iniciarse el mes de mayo. Se separaban las familias en dos listas y se elegía una familia del grupo pudiente y dos del plebeyo. La que tenía la mala suerte de salir, decidía en su seno cual de sus miembros, que cumpliese con las condiciones del tratado, enviaría a tierras moras. La familia que ya había sacrificado una muchacha, no participaba en años venideros en el infamante sorteo, mientras hubiese otra que aun no hubiese enviado a los moros ninguno de sus miembros.

La entrega de las doncellas se efectuaba la última semana del quinto mes del año, es decir al final de mayo. La lista de sus nombres debería llegar a la corte asturiana durante la segunda semana de ese mes y a lo largo de la tercera, las mozas mismas, eran reunidas en Oviedo, la capital, desde donde marcharían, protegidas de una escolta mandada por quien el rey cristiano ordenase, atravesando los montes Cántabro-astures hasta las tierras leonesas, en poder musulmán.

Los llantos se oían durante estos días en todos los concejos del reino, quedaban los ojos secos, tanto de los que marchaban como de los que se quedaban y se guardaba luto en algunos de los hogares señalados por la mala suerte, donde se manifestada el dolor, como si hubiera muerto uno de sus componentes.

Se estaba acercando el mes de mayo y en casa del hidalgo D. Manuel Fuentes de Castro, en vez de recibirlo con la alegría que ese mes significó siempre en aquel hogar por el reencuentro con las cigüeñas anunciando la llegada del buen tiempo, que se celebra desde antiguo en todos los núcleos de población como signo de la terminación del duro invierno, se le encogía el corazón, temiendo que para cumplir el temido y maldito tributo el sorteo le fuese este año nefasto para él y su familia. Don Manuel tenía solamente una hija que acababa de cumplir trece años, por lo que en este mayo participaría en el temible sorteo a celebrar.

Fuentes de Castro había heredado de su abuelo, por medio de su padre, la hidalguía que un rey asturiano otorgó a su ascendiente por la valentía demostrada durante una escaramuza contra los árabes. El abuelo del actual hidalgo, armado de un enorme espadón, mantuvo a raya a cinco moros que intentaban asesinar al rey astur que había caído de su caballo. Su intervención dio tiempo a que varios guerreros pudieran acercarse y le rescataran.

El soberano, por este acto, le concedió el título de hidalgo y cedió a perpetuidad las tierras que ya trabajaba como vasallo, aumentadas sus lindes en diez mil pasos en todas las direcciones.

D. Manuel nació en la casona de piedra que su abuelo había construido cuando las tierras pasaron a su propiedad. Fue hijo único. Desde siempre sintió deseos sexuales hacia los de su mismo género, es decir nació homosexual, pero intentando no parecerlo terminó casándose con una moza sin título que le dio una niña, cuya paternidad no pudo ser negada ante el gran parecido con Manuel. La infeliz mujer murió al dar a luz a Elena, nombre con que bautizaron a la recién nacida.

El hidalgo volcó en su hija todo el cariño y amor que guardaba en su interior y que no pudo nunca dar al hombre que su corazón señalase con quien le hubiera gustado compartir su vida.

Para satisfacer y calmar sus legítimos ardores sexuales buscó muchachos lejos del lugar, que entraron en su casa en condición de criados, pero que sirvieron también para prestar su cuerpo y calentarle la cama.

Mantuvo siempre una costumbre que le fue bien, contrataba un muchacho de trece años, que permanecía bajo sus órdenes hasta los dieciséis, en que le cambiaba por uno nuevo. El chico marchaba con una buena bolsa de doblones como pago a su fidelidad, que le permitiría iniciar una nueva vida en algún lejano y desconocido lugar en el que no supieran la forma como lo había ganado.

No se enamoró de ninguno de ellos y aunque varios de los que le dieron calor y sexo estuvieron a punto de llegar a su corazón, consiguió guardar todo el enamoramiento, cariño y dulzura para aquella chiquilla que le devolvía con creces las atenciones y el amor que recibía de su progenitor.

El chico que en la actualidad estaba recogido en el caserío como criado pero que dormía entre sus sabanas, se llamaba Pelayo, como el primer rey astur. Era un guaje, como llaman en aquel lugar a los jovencitos, recién cumplidos los quince años, esbelto, delgado, sonriente y muy bello que poseía una larga y cuidada melena de color dorado, como cobre bruñido, una verdadera llamarada de fuego cuando reflejaban sobre ella los rayos del sol, por ello se le conocía en el lugar con el sobrenombre de Roxiu, el rojo.

A este muchacho no había tenido necesidad D. Manuel de forzarle para que ocupara un lugar en su cama, puesto que ya había nacido con la tendencia sexual adecuada para que gustosamente y sin ninguna presión, lo hiciera.

 

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Una noche de los primeros días de mayo, aun no se había celebrado el sorteo, D. Manuel intentaba derramar sobre su joven amante, además de su semen, todos los miedos que le inundaban, porque tenía metido en su cerebro la certidumbre que durante el sorteo que se celebrase aquel año para designar la familia que entregase la doncella noble de la comarca de Lugones, iba a salir la suya.

- Otras familias, Roxiu mío, tienen varias doncellas. Yo solo tengo a Elena. Si me obligan a entregarla a los moros me moriré de pena y dolor - paraba su cogida para hablarle quejoso.

- No penséis en eso ahora, no paréis señor, gozar de este momento.

Manuel intentó continuar su follada pero como su mente estaba en el maldito bolso de donde se extraería la nefasta papeleta, su verga se fue ablandando de tal manera que se salió del Roxiu.

- Señor si ya ni follar os place, vais a caer enfermo de temor al pensar tanto en ese maldito sorteo - se quejó Pelayo molesto por tener que terminar con su mano lo iniciado - Quitar eso de vuestra cabeza, es llamar la mala suerte el pensar tanto en ello.

Cuando se celebró el sorteo la desgraciada prevención se cumplió porque fue su nombre el que salió de la bolsa. Su dolor fue tal, desde que supo la noticia, que el Roxiu solo recibió en la cama, lágrimas, lamentos y ayes y nunca la verga de su señor que parecía haberse negado a endurecerse y ser usada nuevamente.

Entre las pocas personas que solían visitar al hidalgo había un monje de un convento cercano, que aunque no sentía la misma inclinación sexual, pues calmaba los ardores de su bajo vientre entre el personal femenino que se le acercaba a confesar, había sido elegido por éste como su confesor por la permisividad y liberal absolución que le ofrecía ante sus pecados de la carne.

El fraile había conocido muchos zagales en aquella mansión pero ante la leonada melena rojiza del Roxiu que parece le recordaba a una antigua amante, no pudo dejar de exclamar, al verle pasar, mientras D. Manuel le desgranaba sus pecados y pesares.

- Con ese rostro y esa melena roja, sedosa y brillante puede perfectamente confundírsele con una joven y bella mujer.

El corazón del hidalgo saltó en su pecho, el fraile, sin saberlo, le había dado la solución a su enorme problema.

Por la noche, ya en el lecho, en vez de cogerle como hacía antaño, se dedicó a conseguir la ayuda y aquiescencia del muchacho, ofreciéndole un sinfín de promesas en vez de las caricias especiales y jugos de otras ocasiones.

No sabemos cual de ellas le movió a aceptar el plan que le proponía, si fue el conocimiento que a los dieciséis años sería cambiado por otro chico de trece y no tenía a donde ir, la solemne proposición que si conseguía regresar al cabo de un tiempo prudencial, el hidalgo le daría su hija en matrimonio con la posibilidad de heredarle, la ocasión de vivir unas aventuras o la muy importante bolsa de ducados de oro prometidos entregar en el momento que aceptase integrarse en el grupo de las doncellas, en el lugar de su hija Elena.

La cuestión fue que Pelayo vestido de doncella fue trasladado en secreto hasta Oviedo, como entrega de la familia Fuentes de Castro para unirse a la partida de muchachas, que ese año permitirían cumplir con el infame tributo que Mauragato había firmado con el Califa moro.

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El viejo caserón, donde las doncellas se alojarían según llegasen a la capital, pertenecía a una antigua ala del palacio del Conde D. Nuño. Fue donde la familia de este noble, de tanta importancia y estirpe en la corte asturiana, habitó hasta que construcciones nuevas y mejores le fueron adosadas. Quedó posteriormente como lugar de residencia temporal de las escoltas de visitantes ilustres, de mandos de ejércitos que pasaban por la capital o como en esta ocasión, para alojar a las doncellas del tributo.

Había sido limpiado y acondicionado para que vivieran allí durante los días previos a la marcha, porque el rey había designado a este noble guerrero como jefe de la expedición que llevase el vergonzoso tributo hasta León.

Aunque se encontraban en la mitad del mes de mayo en estas tierras raramente se presentan días de calor y las noches aun son frías. Por ello Pelayo pudo perfectamente evitar presentarse ante sus compañeras con vestidos finos, lo hizo, al igual que todas las demás muchachas que iban llegando, hasta formar la centena, manteniendo puesta una gruesa capa de lana con capucha bordeada de piel, que le habían proporcionado para cubrirse al salir de Lugones.

En los dos enormes salones de suelo de piedra tallada de la planta baja, para que descansaran debidamente, habían colocado cien colchones rellenos de capillos, hojas secas obtenidas al desgranar las mazorcas de maíz.

Las dos primeras noches no pasó nada digno de señalar pero la tercera una chiquilla morena, fresca y lozana que estaría en los catorce años bien crecidos, mientras dormía a su lado, comenzó a soñar en voz alta.

-¡¡Mi amado!!, ¡¡Mi Alfonso!!, ¡¡Os amo!!, ¡¡Decirme que me amáis también!! – se le oyó decir inquieta mientras se revolvía y echaba hacia atrás la ropa que la cubría, mostrando estar poseída de un excesivo calor.

Al pronto giró su cuerpo y sus manos, ansiosas, multiplicadas en la búsqueda, consiguieron agarrar las ropas de la cama de Pelayo a las que se asió como un naufrago.

Roxiu asustado la dejó hacer, esperando poder soltarse sin despertarla, pero parece que las manos de la chiquilla tenían la costumbre de moverse en la oscuridad, porque sin demasiado esfuerzo, consiguieron situarse encima de los genitales del chico, a los que se agarraron ansiosamente.

El contacto o cercanía con los cuerpo femeninos no habían conseguido hasta ese momento encender su pene, pero le fue imposible evitar se endureciera, agarrado de aquella manera por unos dedos extraños.

Despertarla le parecía peligroso, pues podía chillar horrorizada, dejarla manipular en aquel lugar, también lo era, pero quizá se resolviese como un sueño erótico y continuase después durmiendo tranquilamente, una vez satisfecho su deseo de mover aquello, por lo que Pelayo decidió dejarla aunque para que pudiera frotarle la verga sin problemas colocó debidamente las ropas y dejó a la chica que continuase su labor.

La muchacha sabía mover muy bien la mano, parece que el tal Alfonso gozaba de esos movimientos de la chiquilla con asiduidad, porque hasta creyó Pelayo escuchar de sus labios entreabiertos.

- ¿Te corres?, ¿Te hago feliz?, ¿Ya te vas amor?

No contestó a estas preguntas pero cuando sus jugos sexuales salieron al exterior, se convulsionó de tal manera, pues no había expulsado su semen desde que lo hiciera con el hidalgo cuando éste aún le follaba, que esta vez sí temió que la muchacha se despertase, cosa que por fortuna no sucedió. Seguramente las notó también, pero formaban parte de la señal, que satisfecho ya su Alfonso, le indicaba que era el momento de dormir de nuevo, porque así lo hizo benditamente la muchacha morena.

El piso superior de la mansión lo ocupaba una gran sala sin dividir, con una labrada balconada de madera desde donde se podía contemplar, además del movimiento de la plaza principal de la ciudad, el Monte Naranco que se asoma a la capital. Allí pasaban las doncellas sentadas en escabeles, las horas de espera, llorando sus desgracias y contándose sus cuitas, mientras contemplaban las nubes pasar. Hasta el tiempo pareció entender su estado, porque durante los días que allí permanecieron, no salió el sol, el cielo estuvo cubierto y hasta alguno de ellos llovió de esa forma suave, lenta, pero continua, que allí llaman orvallar.

Pelayo recibía las lágrimas de sus compañeras que intentaba calmar, mas al revés que las muchachas, esperaba ansioso la salida de Oviedo. Para él la inminente marcha no significaba el infortunio que era para ellas, sabía estaba a buen recaudo la bolsa con el dinero, que D. Manuel había entregado a un judío prestamista de la capital del reino que tenía contactos familiares en la ciudad de León, donde una vez presentada la señal que acreditase al receptor, le sería entregado el pesado bolsón, previo descuento de un diez por ciento por gastos de retención, cuidado y traslado.

La señal era la dentada mitad de un ducado, que ahora colgaba de un cordel de su cuello, sobre la que el prestamista judío había escrito, en hebreo su lengua, lo necesario para que recibida por su pariente leonés supiese que entregaba la cantidad pactada a quien realmente le pertenecía.

Pensaba Pelayo, que después de aceptada la partida por los moros, tendría ocasión de huir, recibir sus doblones y comenzar a vivir por su cuenta nuevas aventuras en tierras moriscas.

Había oído del fraile que visitaba a su señor muchas historias horribles sobre las costumbres de los ateos musulmanes que habían conquistado la península, pero quiso creer lo que le contó un viajero que recibió su dueño y que, antes de proseguir su largo peregrinar, se alojó tres días en casa de su amo.

Al atardecer de uno de esos días, sentados en un banco del jardín, como le interesaba escuchar lo que el viajero pudiera contarle sobre la vida en tierras moras, dejó que sus manos se posasen, como por descuido, sobre sus piernas desnudas.

- Los moros que guerrean, luchan y avanzan son los ejércitos- explicaba el viajero - Como todos los conquistadores del mundo saquean, matan y roban pero, mientras avanzan conquistando, dejan atrás las aldeas, los pueblos, villas y ciudades bajo el mando de retenes de guardia donde continúa la vida. Las gentes que allí vivían siguen haciéndolo igualmente y los que eran vasallos de un señor feudal lo son ahora de un moro de alcurnia.

Para ellos poco han cambiado las cosas. Quien tiene oro vive y si se tiene un cuerpo como el tuyo - la mano intentó avanzar más rápidamente - no le falta de nada.

- ¿Lo has visto tú? - apartó la mano que pretendía acariciar la cercanía de sus lugares prohibidos.

- Sí, he vivido por esas tierras mucho tiempo, cuando mi cuerpo era aun joven y aunque no era como el tuyo . . .

- ¿A los musulmanes les gustan los chicos como yo? - le cortó sonriendo pícaramente.

- El amor entre semejantes está muy extendido y alguien tan bello como tú puede llegar a ser amado por el propio Califa.

Comprendió que ya sabía bastante de lo que necesitaba conocer, por lo que se levantó y apartó del viajero, haciéndole muecas y carantoñas sensuales, mientras desaparecía entre los árboles del jardín.

Después semiescondido volvió su mirada para ver si su intempestiva marcha había ocasionado una mala reacción en el visitante que podía ser contada a su señor. Quedó tranquilo cuando comprobó que el viajero abrió sus vestidos, dejó aparecer un gordo y rojizo pollón, que ensalivado, comenzó a frotar desesperadamente.

Durante su estancia en el viejo caserón ovetense ninguna de las compañeras de infortunio notó se trataba de un varón vestido de mujer y lo mismo sucedió con los criados y los guardianes que les atendieron.

Cuando llegaron todas las jóvenes que emprenderían el viaje, configurados los carros que iban a ser arrastrados por bueyes, reunida la escolta que les protegería y recibida la aprobación del rey, el último lunes del mes de mayo, a oscuras aún. iniciaron la marcha de madrugada.

Se creó un cerco en torno a la caravana, prohibiendo acercarse a nadie para evitar despedidas lacrimógenas y quejumbrosas. Desde lejos, escondidos tras las tapias de los corrales por donde pasaban, les decían adiós sus deudos, mientras las doncellas lloraban en silencio su camino al destierro.

Pelayo marchaba entre sentado y acurrucado, junto a otras nueve muchachas, en el carro que le habían asignado. Esperaba que sus genitales no fueran notados ni vistos hasta después de ser entregado a los moriscos, salvar así a Elena del destierro y cobrar la bolsa de ducados de oro que le esperaba en León.

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La marcha, recorriendo la parte llana de Asturias, hasta la aldea de Pola de Lena, que duró cuatro días, la consideró Roxiu lenta y muy aburrida, pues se seguía el lento y pausado paso marcado por los bueyes.

Cuando iniciaron el cruce de los montes cántabro-astures por el difícil paso de montaña que se inicia en este lugar, en el que aun perduraban las nieves del pasado invierno, con el peligro que los ventisqueros se desmoronasen y les sepultasen, la definió Pelayo como muy dura, penosa y difícil.

Tuvieron que dormir en medio de la montaña, echadas en el suelo del carro, a temperaturas suficientemente frías para sentir la necesidad de ponerse varias mantas por encima y pegarse unos cuerpos a otros para darse calor, cosa que por suerte no encendió la virilidad de Roxiu.

Un problema que supo solventar bien fue el hacer las necesidades, tanto menores como mayores. Paraban cada cierto tiempo para que las muchachas pudieran hacerlas y las cien, metidas entre los árboles lo ejecutaban a la vez. Pelayo se agachaba como ellas y meaba a poquitos para evitar que el chorro, lanzado, mojara el bajo del vestido, teniendo mucho cuidado no le vieran donde ponía las manos para dirigir la orientación de su verga, porque comprobó que ninguna chica, al orinar, ponía las suyas en aquel lugar.

Hacer lo otro no había problema, tanto los seres masculinos como los femeninos lo hacen de la misma manera y por el mismo lugar.

Mientras pasaron por sitios habitados comieron de lo que pudo mercar o requisar el jefe de la expedición en aquellas aldeas, pero cuando éstas desaparecieron, tuvieron que alimentarse de las viandas frías que portaban. Solamente recibían algo caliente por las noches, un cuenco de gachas que preparaban cuando paraban, con pan duro y sebo que llevaban en unas enormes tinajas de barro.

La escolta, formada por hombres rudos acostumbrados a guerrear, saquear y robar, en cuanto abandonaron las tierras bajas de Asturias, donde fuertemente se obedecía las leyes e iniciaron el ascenso de las laderas de aquellas deshabitadas y altas montañas, consideradas tanto por los cristianos como por los moros, tierra de nadie; al no existir quien las representase y castigase su incumplimiento, salvo por el jefe de la expedición, presentaron una preocupación para Pelayo, pues notó que los que las vigilaban y ayudaban, cambiaron en algo su manera de actuar y los gestos, sonrisas, frases insinuantes y rozaduras del cuerpo, cuando las ayudaban a subir o bajar de los carros, fueron mucho más osados.

Roxiu, ayuno de la verga de su señor y de sus múltiples y acostumbradas masturbaciones, pues no había tenido ocasión de hacérselas, comenzó a tener miedo que su polla reaccionas pidiendo sexo cuando fuese rozada por alguno de aquellos fuertes y hermosos guerreros, sobre todo de uno de ellos que llamó su atención por su lozanía, presencia, juventud y belleza.

Parecía hubiese entrado hacía poco tiempo a servir al conde Nuño, tanto por su poca edad como porque le veía ejecutar los trabajos más bajos; además de ayudar a subir y bajar las doncellas de los carros, sostenía los caballos para que los caballeros montaran, marchando andando a su lado con una lanza en su mano presto a ejecutar las órdenes que le diera algún mando acaballado y cuando terminaba la jornada era de los últimos en descansar, pues ayudaba a llevar las bestias a beber y almohazar.

La penúltima jornada de la marcha antes de recibir la escolta mahometana que se haría cargo de la expedición, llevaban andando ya diecisiete largos días, el joven lancero, motivo de su atención, que avanzaba andando al lado de su carro con su larga lanza, cuando se ordenó una de las paradas para satisfacer las necesidades fisiológicas de las doncellas, se apresuró a dejar la lanza en el suelo y acercarse a ayudar a descender del carro a Roxiu, tendiéndole los brazos, para que asiéndolos, lo hiciese más cómodamente lo que aprovechó para rozar el cuerpo del asturiano contra el suyo.

No pudiendo zafarse se dejó Pelayo ayudar y lo que no había notado hasta entonces, durante la estancia en Oviedo o la marcha a través de aquellas montañas, con aquel fuerte roce de cuerpos, notó un ardiente pinchazo en sus genitales y un comienzo de endurecimiento de su verga.

Penetró en el bosque con las demás doncellas y los soldados de la escolta, entre ellos el joven lancero, quedaron esperando su regreso en las lindes del camino, junto a los carros.

Cuando regresó, ya se había ablandado su pene, agachó Pelayo la cabeza como avergonzado, pero no dejó de mirar por el rabillo del ojo al joven, que se apresuró a ayudarle de nuevo a izarse al carro. Le dejó hacer intentando no notase su turbación disimulando la excitación que aquel suceso le había producido, pero comprobó asustado que cada vez que volvía de soslayo sus ojos el muchacho seguía mirándole.

Al anochecer acamparon en las tierras llanas de la marca de León, entre las ruinas abandonadas de una aldea derruida y mientras Roxiu, después de haber cenado las gachas calientes de todas las noches, paseaba con otras doncellas estirando las entumecidas piernas antes de tenderse nuevamente en los carros, vio al chico, que después de cumplir con sus obligaciones, se había escondido detrás de unos escombros en lo que parecía había sido un corral y le hacía señas se acercase.

 

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Cuando le fue posible abandonar la compañía de las compañeras, se acercó al soldado con el temor marcado en el rostro. Pensaba que todo el esfuerzo y penalidades desarrolladas hasta allí habían sido en vano, se descubriría su engaño, él no era una doncella, sería cruelmente castigado, su señor también y Elena ocuparía su lugar.

- No tengas miedo niña, más bien creo guaje. ¿Cómo quieres te llame? - Estas palabras dejaron a Pelayo casi sin habla.

- Yo . . . . - tartamudeó.

- No te asustes, Mi vergajo nunca se endureció cuando estuve al lado de mujeres, pero cuando me he puesto cercano de hombres, sobre todo si alguien estaba en la edad en la que el cuerpo está deseoso de sexo y sus gónadas sexuales están produciendo un extra de lefa, mi pene me lo ha indicado de inmediato poniéndose como una rama de acebo, que es el árbol más duro que conozco.

Un día al acercarme a tu carro comencé a notar que mi polla se endurecía y me avisaba de la cercanía de algún macho que estaba llenando de una manera rápida sus testículos de semen. Extendí mis brazos en ayuda a todas las componentes del carro y cuando te tuve en ellos supe que eras tu quien endurecía mi verga. No temas, no deseo hacerte ningún daño, solo quiero ayudarte y holgar contigo, si tú lo deseas tanto como yo.

Pelayo, pasado ya el enorme susto, sintiéndose ya más tranquilo, le atrajo hacia sí y de puro agradecimiento le besó en la boca. Respondió el joven al beso abrazándole de una manera tan apasionada que Roxiu notó que una gota de semen, de lo mucho que tenía guardado, ascendía desde sus testículos y abandonaba su verga.

Solamente las apagadas conversaciones de las muchachas durante su paseo y las lejanas voces de los mozos que atendían a los desyuntados bueyes en las afueras de la derruida aldea, al lado de un diminuto arroyuelo donde les habían llevado a beber, rompía el silencio de la caravana.

Mantuvieron pegados sus cuerpos unos angustiosos segundos casi sin respirar, porque el grupo de chicas, que habían terminado su paseo, volvían por sus pasos para reintegrase a los carros.

- Ve ahora a dormir a tu carro porque harán un recuento de las muchachas. Tengo la tercera guardia, de tres a seis de la madrugada, te despertaré, hasta luego, amor mío.

El corazón de Pelayo palpitaba desbocado cuando se recostó en el fondo del carro en el lugar que le correspondía. Había sufrido demasiados sustos durante aquella jornada, había pasado del miedo a ser descubierto, a conocer a un bello joven con el que había quedado citado para reunirse al cabo de unas horas.

Colocadas las diez muchachas, cinco con la cabeza mirando al norte y las otras cinco al sur se dispusieron a dormir. Pelayo, soñando con el encuentro, mientras contemplaba el estrellado cielo en una noche limpia de nubes y ya no tan fría como las anteriores, tardó mucho en dormirse.

Si te acuestas con una preocupación en el cerebro parece existe un reloj interior que hace de despertador y así le pasó al chico, que cuando el joven centinela se acercó al carro para llamarle, estaba ya despierto hacía bastante rato, imaginando los momentos amorosos que pensaba vivir.

Hasta ese día su actividad sexual solo se había desarrollado con el hidalgo, un hombre cercano a los cincuenta. No tenía aun su culo escuálido, esponjoso o frío, ni una polla que se ablandase inmediatamente, pero disfrutar del trasero de aquel joven que presumía duro, erguido y caliente y tocar una polla, palpitante y gustosa, recién iniciada en el sexo, que le penetraría después en su cuerpo, tenía que ser diferente a las cogidas que había disfrutado hasta ahora y así cuando la cabeza del centinela apareció por encima de las cartolas del carro y le ofreció sus brazos, se asió a ellos y consiguió salir sin que ninguna de las muchachas se diera cuenta de su marcha.

Mientras el guardián le trasladaba, en vilo, hasta donde asomaban parte de las derruidas paredes de adobe de lo que parecía había sido una casa y que ahora servirían para cubrirlos de ojos ajenos, el soldado le iba desgranando.

- Me llamo Mauricio, cumplí diecisiete años el pasado mes, nací en la aldea de Cangas de Onís, muy cerca de la cueva de Covadonga donde la virgen del mismo nombre se apareció a nuestro valiente rey Pelayo instándole a iniciar la reconquista de los territorios tomados por los moros.

Al ser en mi familia el tercer hijo y no poder recibir tierras para trabajar, decidí iniciar la carrera de las armas a las órdenes del conde D. Nuño. Soy lancero de a pie, pero espero algún día llegar a luchar montado como un caballero.

Los besos recibidos por Pelayo en Lugones fueron más bien un apoyarse de labios en su boca o rostro, nunca tuvo ocasión de recibirlos y menos dárselos a su amo como los que tuvo ocasión de contemplar, un día que vigiló tras la tapia de la heredad, a una pareja de aparceros, hombre y mujer, mientras jodían.

Hasta aquel día creyó que la lengua solamente servía para lamer el chupete, distinguir lo dulce, agrio o salado y ayudar a decir los sonidos de las palabras, pero supo, al verles entrelazar aquella cosas húmedas, que también podía ser un verdadero órgano sexual.

Antes de apoyarle en el suelo comenzaron los verdaderos besos, los que siempre deseó Pelayo sentir. Empezaron siendo dulces, buscando solo el contacto de los labios, amorosos después, muy largos, de los que quitaban el resuello y finalmente lascivos, buscándose desesperadamente sus lenguas para intercambiar las salivas.

Aunque ambos pensaban no debieran desnudarse, el centinela porque necesitaba estar atento a la vigilancia que le había sido encomendada y Pelayo por evitar descubrieran su identidad si alguien veía su inhiesta verga, en cuanto esta sucesión de besos terminó y ya depositado Roxiu en el suelo, no pudieron evitar de inmediato y locamente el despojo de sus ropas hasta quedar ambos en cueros.

La piel se pegó contra la piel, el sexo contra el sexo y los labios entre sí. Después tumbados uno sobre el otro, se lamieron, frotaron y acariciaron, mientras entre entrecortados susurros, se intercambiaban ardientes frases de pasión.

Pelayo que nunca había sentido tan plenamente el sexo, pues llegó al lecho del hidalgo casi impúber, lo gozaba ahora en toda su magnitud. Quien ahora compartía su cuerpo era un joven en la plenitud de su virilidad y deseo y cuando la húmeda polla del guerrero comenzó a penetrar por su trasero orifico, que se había abierto instintivamente para recibirla y pasó rozando por su recto, sintió un fuego en sus entrañas como nunca notó antes cuando fue follado por su antiguo amo.

Las emboladas que recibía su culo eran más salvajes que las de D. Manuel, el apriete de los abrazos más fuerte, las palabras en sus oídos más amorosas y el semen, que se derramó en su interior, más ardiente y en mayor cantidad.

Posteriormente meter su pene en un culo de carnes jóvenes y duras, muy pocas veces lo pudo hacer en el semi-escurrido del hidalgo que le gustaba más ensartar que recibir, penetrar en un cuerpo en plenitud de la vida, sentir unas nalgas duras y fuertes contra sus muslos, resistir el abrazo viril de un cuerpo vigoroso, notar la extrema dureza de su trozo de carne que le hacía permanecer unido al cuerpo más fuerte y bello que nunca vio, era algo que nunca había podido disfrutar.

Fue tal el placer que sintió durante el inicio de su follada, que aunque se había corrido mientras le atravesaban, se derramó nuevamente a las tres primeras emboladas que realizó sobre el lancero y para alcanzar el siguiente clímax y expulsar de nuevo sus jugos, necesitó que su joven y desarrollada polla realizara, la siguiente vez que penetró en Mauricio, considerables entradas y salidas del culo del centinela, lo que se tradujo, tanto para él como para el lancero, en un placer tan intenso que les hizo llorar de gozo y deleite.

Sus cuerpos no sintieron la dureza del terreno, ni el relente de la noche de la llanura leonesa, ni los ruidos que podían señalar acercamientos peligrosos, solo notaron la cercanía de sus cuerpos, su aliento, su calor, su ardor sexual y el celestial goce que llenó por completo sus esperadas ansias de sexo compartido.

El temor a ser descubiertos hizo que dejaran este encuentro que hubieran alargado hasta la eternidad y se vistieran. El joven centinela llevó de nuevo a Roxiu hasta su carro y sus fuertes brazos lo depositaron en el mismo sitio de donde lo habían sacado.

A media mañana del siguiente día les salió al paso una escolta de ajinetados moros que les iba a acompañar durante la etapa final del viaje. El conde Nuño, jefe de la mesnada cristiana, que las cuidó desde que salieran de Oviedo, fue invitado a hacer entrega del tributo al representante del califato cordobense enviado por los musulmanes desde León.

Cuando terminados todos los actos de la transmisión vieron marchar a la partida cristiana, se oyeron de nuevo llantos en los carros, al comprender las muchachas consternadas que se rompía el último vínculo con sus compatriotas, pertenecían ya totalmente a sus nuevos dueños, los árabes invasores, que dispondrían, en lo sucesivo, de sus vidas.

Pelayo vio también como el soldado cristiano, con el que había compartido su gran noche de amor, marchaba con ellos y le dirigía su último adiós de una forma un tanto extraña.

Se había colocado la empuñadura de su lanza apoyada en su bajo vientre y dirigía su punta hacia el cielo, como si se tratara de una enorme e inhiesto falo. Nadie de sus compañeros, mientras caminaba de esta postura, comprendía por qué reía alegre esta gracia. Pelayo, que se despidió de él, alargando uno de sus brazos y colocando su otra mano a la altura de sus genitales, sí lo sabía.

- - - - - - - -

 

Desde que quedaron bajo el cuidado de la guardia mora, Pelayo solo tuvo un pensamiento, escapar. Si desaparecía ahora, la culpa sería achacada a los musulmanes que contaron las doncellas antes de hacerse cargo de ellas y firmaron el conforme de su recepción.

Durante las dos siguientes jornadas fueron acercándose a la capital leonesa y desgraciadamente pudo comprobar, que si cuando las cuidaron y vigilaron la escolta cristiana fue difícil la escapatoria, ahora con la mora, parecía mucho más complicada.

Al tercero de los días de marcha por el territorio ya dominado por la media luna, coincidiendo con la víspera de las fiestas del solsticio de verano, llegaron a las murallas de León, donde ordenaron se parasen para asearse, recuperarse algo del duro y terrible caminar y prepararse para entrar, de anochecido, en la capital antes que se cerrase la guardada puerta de la muralla.

Cuando la luz del día comenzó a desaparecer la traspasaron y agruparon en el centro de una gran plaza empedrada. Bajaron todas de los carros, formaron dos grupos según fueran o no nobles sus orígenes y las setenta y cinco muchachas de extracción social inferior, desaparecieron por una de las calles laterales, rodeadas de una nutrida, ávida, gritona, alegre y festiva muchedumbre.

Las jóvenes nobles y entre ellas Pelayo, suplantando a Elena la hija de D. Manuel Álvarez de Castro, fueron trasladadas a una gran mansión de piedra de sillería en la misma plaza, donde encontrarían esperándolas alimentos y bebidas.

Antes de penetrar en el palacio volvió Roxiu la cabeza y comprobó que todo el entorno, hasta donde alcanzaba su vista, había sido cubierto de soldados moros armados. La esperanza de huir, antes de ser recibidas por la corte leonesa, comenzó a desvanecerse de su mente.

Acababan de aposentarlas en un gran salón cuando aparecieron varias personas. Era fácil distinguir la categoría de cada una. Los criados lucían una cabeza totalmente afeitada, mientras que los señores la cubrían con diferentes modelos de turbantes. La calidad del tejido utilizado para su fabricación y la forma de ellos dio a Pelayo la pista quien era el principal de los llegados.

Se trataba de un hombre de unos cuarenta años, fuerte, muy moreno, con aspecto de saber mandar, que paseó su fiera mirada por todo el salón para finalmente plantarse frente a Roxiu, a quien quedó mirando admirativamente, mientras comenzaba a hablar.

- Soy Amín - inició su presentación - leal servidor y ayudante del general Adamín. Mi amo y señor no ha podido recibiros como hubiera sido su deseo por encontrase en Córdoba de visita a nuestro Califa Almohacid, quien Alá conserve la vida. En cuanto regrese seréis presentadas a la corte leonesa. Hasta ese momento cualquier cosa que necesitéis podéis solicitársela a Zoraida, esposa de Adamín y señora de la casa.

Antes de abandonar la sala, seguido de sus ayudantes, se volvió hacia quien parecía su lugarteniente y le murmuró algo mientras señalaba a Pelayo, a quien no había dejado de mirar detenidamente durante su alocución.

Zoraida, dueña de la mansión, era una mujer en la treintena, aun muy bella, delgada, de piel menos oscura que las escasas mujeres moras que habían podido ver hasta entonces, quien cumpliendo con su deber de anfitriona, condujo a Roxiu y al resto de las muchachas, hasta el borde del lugar donde iban a limpiar su cuerpo.

Más que de una enorme bañera llena de agua se trataba de una verdadera piscina en cuyo fondo brillaban bellos azulejos con filigranas de dibujos de flores y pájaros, de la que salía una enorme cantidad de vapor.

Preparaos para recibir un baño - les anunció - Estaréis deseosas de gozar de uno bien caliente después del largo viaje que habéis efectuado. Estas dos criadas y este paje os ayudarán en lo que necesitéis. Ir desnudándoos.

Roxiu vio que las dos criadas y un imberbe chico quedaron esperando al borde del agua. El morito, que no tenía como los demás criados la cabeza afeitada sino una corta melena, las había seguido has allí, dobladas sus espaldas, transportando un ingente montón de tollas. Le pareció extraño que tratándose de un baño de mujeres estuviese presente, aunque aún jovencito, un muchacho, pero pensó que quizá las costumbres en aquellos lugares fuesen diferentes de las que él conocía.

Las prisioneras cristianas, extrañadas, se miraban entre sí.

- ¿Pretenden nos bañemos desnudas todas juntas? - preguntó asustada una, mirando a las demás.

Lo más grande que habían utilizado para limpiar su cuerpo, pues la limpieza corporal no era una de las principales virtudes entre los cristianos de aquella pacata época, había sido una gran tinaja de madera, en la que colocadas de pie y jabonadas por su madre o una criada, recibían, para aclararse, unos calderos de agua templada arrojados por encima.

Mientras eran consideradas niñas este baño se efectuaba en total desnudez, pero a partir de cumplir los ocho años y celebrada la primera comunión, sabiendo según los sacerdotes católicos ya lo que era el pecado, por orden expresa de los que regían casi todos los ámbitos de la vida en la zona cristiana reconquistada, recibían el agua caliente cubiertas de una especie de gran camisa que tapaba totalmente su cuerpo.

- ¡Igual aquí es una costumbre normal bañarse desnudas y juntas! - comentó extrañada una.

    • Pues aunque sea así, yo no estoy dispuesta a desnudarme ante nadie
    • - discrepó otra.
    • Y menos delante de un chico
    • - añadió una tercera señalando al moreno jovencito que permanecía esperando al borde del agua - que aunque parece un niño, seguramente le comienzan ya a ennegrecer sus entrepiernas.

Quedaron todas mirando el agua que tenían ante sí, sin que ninguna se atreviese a despojarse de su ropa.

Roxiu comprendió al instante lo que debía de hacer para no ser reconocido y evitar el primer contratiempo presentado en tierras musulmanas.

- Tomaré la iniciativa y lo que yo haga, seguro efectuarán posteriormente todas.

Se despojó de la capa, vestido y primer sayón que había bajo él, dejando sobre su cuerpo solamente una corta camisa y las enaguas que cubrían la parte pudenda de su cuerpo y así semivestido, por unas escaleras que poseía la enorme piscina, penetró en la caliente agua.

Al ver lo que hacía aquella chica de llameantes melenas rojas, la imitaron todas y sumisas se sumergieron en la enorme tina, ante el asombro de las criadas acostumbradas a ver bañarse totalmente desnudas a las mujeres musulmanas.

Pasado con bien el primer susto y ya vestidas todas las doncellas, cuando penetraban en el salón donde comerían algo y descansarían sobre unas gruesas alfombras que habían colocado cubriendo el suelo de piedra y se congratulaba Pelayo, algo más tranquilo, por haber salido incólume de esta difícil prueba, pudo darse cuenta, muy consternado, que no habían terminado sus tribulaciones por aquel día, pues el joven morito, que había permanecido quieto en el borde del agua y había sido testigo del baño colectivo, las había seguido hasta allí y agarraba su brazo trasladándole hacia un rincón en sombras.

- Sé que no eres una chica - le oyó decir en un susurro.

El corazón de Roxiu estuvo a punto de explotar. Pensó aterrado que ahora sí había llegado el fin de su aventura.

- No te asustes- siguió diciéndole en voz baja el paje de Zoraida - he venido a buscarte para decirte que Amin, que ahora es el jefe de la guarnición de León por no estar Adamín, dueño de esta casa, ha ordenado a su lugarteniente seas trasladado esta noche a su presencia y Zoraida, mi dueña, que lo oyó también y que parece se ha enamorado de tu cabellera ha mandado a su principal criada seas llevado a sus habitaciones antes que los esbirros de Amín te apresen.

Si te quedas cualquiera de ellos descubrirá que no eres una mujer y al sentirse burlados recibirás como castigo la muerte. ¡Sígueme!.

Atravesaron numerosos y oscuros pasillos y por una trampilla del tejado llegaron al exterior de la noche. Siguieron medio andando, medio arrastrándose en la oscuridad por un estrecho, estropeado, peligroso y viejo alero con miedo de precipitarse de un momento a otro sobre las losas de la plaza y se deslizaron finalmente por un hueco que había entre las estropeadas tejas, para llegar a una pequeña y oscura estancia.

    • Estamos en la parte vieja del palacio. Esta zona no se utiliza, solo se usa la parte baja de este edificio que es donde están las habitaciones de los criados. Por ahora estás a salvo, nadie suele venir hasta aquí
    • – dijo el chico moro mientras cerraba y trancaba la puerta con una tabla.

Encendió después un cabo de vela, ofreció al cristiano el único asiento que había en la habitación y él se sentó en el borde de un estrecho y viejo camastro que había junto a la encalada pared.

Roxiu, ya más tranquilo, se presentó

    • Mi nombre es Pelayo, pero puedes llamarme Roxiu por el color de mi cabello. Gracias por prevenirme del peligro y por tu ayuda.
    • El mío es Absalí
    • . Te avisé del peligro y ayudé porque desde el momento que te vi aparecer en el baño entre aquellas doncellas sentí dentro de mí algo muy especial.

Pensé que era por lo extraño de tus cabellos, pero después cuando saliste del agua, nadie se dio cuenta, creo que solamente yo que te miraba embelesado pudo comprobar, a través de la ropa mojada, que no tenías ahí abajo las cosas de las chicas, que eras un chico.

Supe entonces que era lo que había sentido cuando te vi, habías lacerado mi corazón y deseé ardientemente estar junto a ti. ¡¡Casi muero de miedo cuando oí a Amín y a Zoraida sus terribles órdenes!!.

Paró en las explicaciones de lo averiguado durante el baño para inquirir de Pelayo.

    • ¿Puedo preguntarte algunas dudas que tengo?, es que hay algo que no entiendo y que me gustaría saber ¿por qué estabas entre esas doncellas cristianas no siendo mujer? ¿Eres uno de sus cuidadores?

El asturiano acercó su asiento para quedar lo más cerca posible del musulmán y le contestó poniendo la máxima convicción en sus palabras.

    • Ante todo quiero que sepas que no soy un criado de estas doncellas. Ni su cuidador. Aprovechando que entre nosotros los infieles, como nos llamáis los musulmanes, los que no sienten atracción por las mujeres no son considerados totalmente hombres aunque tengamos ahí abajo algo que es igual a lo que a ellos les cuelga, pretendo pasar por una de ella. Las razones por la que inicié esta aventura son largas de contar pero lo haré en cuanto pueda.
    • Aquí ocurre igual, soy un paje del harem porque tampoco a mí me consideran como a los demás chicos, por ello me permiten estar delante de las mujeres cuando se bañan, pero hay algo más que también me extraña. ¿allí no los cortan?
    • – preguntó el curioso morito.

- ¿Cortar qué?

    • Los huevos,

- ¡¡No!! – Pelayo se llevó instintivamente sus manos hacia los genitales.

- A los musulmanes que sienten como nosotros, les dejan a partir de los trece años solo la verga para poder mear, pero vi que tu aún tienes cojones. Aquí, a tu edad los hubieran cortado ya con un cuchillo muy afilado, te hubieran afeitado la cabeza, la hubieran teñido de amarillo, quedado convertido en eunuco y dedicado al cuidado de un harem de mujeres – explicó tranquilamente el joven musulmán.

Y siguió diciendo algo apesadumbrado.

    • Si allí no los cortan me gustaría haber vivido en tu tierra porque a mi los eliminarán muy pronto. Aun no lo han hecho porque me compró y pertenezco como paje a Zoraida, por eso llevo el cabello hasta el hombro y no afeitada totalmente la cabeza como los criados, pero dentro de dos meses cumpliré los trece años y la ley obligará a mi dueña a entregarme al imán, me quitaran entonces los testículos, convertirán también en eunuco, afeitarán y teñirán mi cabeza de amarillo, que es como se distinguen éstos de los simples criados.

Quedó mirando con sus negros y brillantes ojos al cristiano y tímidamente continuó.

    • Quisiera hacerte una confidencia. Hace tres meses que mi cuerpo ha comenzado a producir semilla de hombre. En este tiempo he llegado a conocer algo de lo que llaman placer sexual cuando me froto la verga con las manos, pero desearía hacer el amor antes que esas partes desaparezcan de mi cuerpo y poder disfrutar en su totalidad del que he oído contar es un goce tan sublime cómo el que Ala prometió a los musulmanes que cumplan con los preceptos en el paraíso.

Bajando la voz hasta convertirse en un murmullo, como temiendo una reacción negativa del asturiano ante lo que iba a proponerle, continuó.

    • Y puesto que tu aún tienes los cojones y que la naturaleza ha sido benigna conmigo permitiendo hacerme hombre antes que me mutilen, hay una cosa que deseo pedirte. ¿Me ensañarás a conocer ese goce que dicen es igual o superior al que se disfruta en el paraíso de Alá?

Pelayo que por el momento se había tranquilizado y deseaba tanto como el chico musulmán iniciar un folleteo le prometió

    • Aún estás a tiempo de sentirlo y gozarlo. Yo estaré encantado de trasladarte hasta ese paraíso.

Y levantándole de donde estaba sentado propuso.

    • Iniciemos el camino hacia él quitándonos poco a poco la ropa el uno al otro y comencemos el disfrute contemplándonos y acariciándonos el cuerpo.

 

- - - - - - - -

Las manos de Absalí, a la vez que iban desposeyendo del cuerpo de Pelayo las prendas que le cubrían, palpaban, rozaban y sobaban su blanca y caliente piel y tanto se recreaba al realizarlo, que comprendió Pelayo que nunca antes el morito vio y menos acarició el cuerpo de otro chico.

    • Nunca pensé que desnudar, ver y acariciar un cuerpo de alguien como yo produjese tanto placer –
    • exclamó al quedar Pelayo sin ropa

- Vas a sentir hoy muchos placeres que no conocías – a la vez que le pedía - No me quites ese cordón que me cuelga del cuello.

    • ¿Es un amuleto lo que pende de él?
    • – preguntó el chiquillo curioso manteniendo entre sus dedos la dentada media moneda.
    • No, es algo que nos va a permitir vivir a partir de hoy
    • – contestó Roxiu enigmático.

Siendo Absalí bastante delgado y vestido con una gruesa y basta chilaba grisácea que le cubría las rodillas, le había parecido a Roxiu algo más jovencito y enquencle de lo que en realidad era. Sin embargo quitada toda esa burda vestimenta, Roxiu pudo contemplar un lindo cuerpo de joven adolescente, enjuto, duro, falto de grasa, muy bien conformado y terriblemente bello y deseoso.

Tenía efectivamente ennegrecida la zona genital, como anunció la chica del baño y no solamente por el rizado y ya abundante vello que circundada su crecido pene, sino porque la piel de toda esa zona era curiosamente más oscura que la del resto de su epidermis.

Y al contemplar Roxiu el atrayente contraste que ofrecía una roja y casi sangrante uretra que asomaba por el extremo del prepucio, con la sedosa y morena piel de esa zona, no pudo resistir dejar de acariciarla, mientras exclamaba, totalmente rendido, a la vez que le tumbaba sobre el pobre lecho donde se sentaba.

- ¡En verdad que eres muy bello seguidor de Alá! – para solicitarle a continuación - cierra los ojos y deja a tu mente soñar con ese paraíso que has imaginado en muchas ocasiones en tu primera follada y al derramarte durante tus buscadas poluciones. Quiero ir despacio, hacer lo que me hubiera gustado realizase mi señor cuando, por primera vez follé con él y que recuerdes este día como el más placentero de tu existencia.

A continuación untó sus manos de un ungüento con olor a jazmín que el chico le proporcionó de un estante y que parece usaban las criadas al masajear a la bella Zoraida y comenzó a resbalarlas, despacio, lentamente sobre la desnuda piel del musulmán recorriendo todos los lugares del chiquillo que supuso erógenos, sus pezones, su cuello, espalda, vientre, sus nalgas y el interior de los muslos.

Al alcanzar su falo, que aparecía inhiesto, duro, tieso, cual bandera al aire, lo frotó, al principio tardando en recorrer toda su longitud, después aumentando su velocidad y posteriormente intercalando momentos de rapidez con otros excesivamente lentos para dejarlo descansar y no soltase, antes de tiempo, sus jugos al exterior.

Absalí, que permanecía con los ojos cerrados, se estremecía de vez en cuando y gemía levemente cada vez que el placer le inundaba el cerebro.

- ¡¡Hijo de Ala, posees el mejor cuerpo que nunca tuve ante mí!! - iba desgranando frases amorosas Pelayo mientras le frotaba levemente el cuerpo – ¡¡Amado mío, tu si que has lacerado mi corazón!! – alternaba la caricia entre sus más escondidos rincones con el leve frotamiento de su pichita. ¡¡Eres mi morito el más bello de los que vinieron de Africa¡!

Tenía Roxiu verdaderas ganas de poder disfrutar de unos prolegómenos que tan placenteros son en el acto carnal. D. Manuel, su antiguo amo, no buscó que Roxiu gozase en el lecho, solamente satisfacerse, por ello solía prescindir de ellos. En la follada que realizó con el soldado durante su acercamiento a León, la presteza en terminar sin ser vistos, tampoco les permitió un total disfrute de los momentos previos a la entrada de las vergas.

Como en la casa de Lugones nunca se utilizó, durante el sexo, el placentero mamoneo, eligió iniciar su cogida con Absalí por medio de esta manera de sexo que es la base principal de todos los inicios sexuales.

Cuando creyó que el seguidor de mahoma estaba a punto, metió su verga en la boca y solo tuvo que chupar un breve espacio de tiempo para que el chiquillo, no pudiendo resistir más, se derramase entre pujos, ayes y convulsiones en su garganta.

Absalí, novato en estas lides, pereció ser un aventajado alumno, porque pidió seguidamente a Pelayo poder realizar lo mismo con él.

Tumbó en el mismo lecho a Roxiu, quedó también de rodillas ante él y repitió seguidamente los mismos actos que éste le hizo.

Pelayo que nunca había sido acariciado con tanto esmero y cuidado llegó a gritar del placer experimentado y cuando notó la caliente lengua del chaval lamerle su pené y se corrió en su boca, pudo escuchar al terminar de tragar toda la leche que le había derramado.

- ¡Mi amado cristiano, el más bello entre los bellos!, es como si te estuviera comiendo. Alá te hizo el cabello de fuego, los labios como los dátiles maduros y el semen dulce como la miel.

- Descansemos un rato - propuso Roxiu que presumía una larga noche de amor.

- De acuerdo, pero déjame acariciarte mientras tus dorados cabellos.

Amasar y entremeter sus dedos entre los cabellos dorados de Roxiu fue el placentero entretenimiento de Absalí durante este lapso.

El iniciador de la continuación de la cogida fue el morito que dejó de acariciar los cabellos, para ir bajando sus manos hasta los genitales de Roxiu para dejarlos nuevamente en condiciones de seguir actuando.

Aunque éste se sentía activo fueron muy pocas las veces que tuvo ocasión de meter su polla en el orto del hidalgo viéndose obligado a actuar con él de pasivo.

En esta ocasión deseaba ardientemente poder introducir su virilidad en el del chiquillo que tenía junto a él sobre la cama.

Pensaba también darle su trasero si se lo pedía, al pensar que siendo la primera vez que el paje follaba, su deseo normal sería meterla, como seguramente habría soñado durante sus buscadas poluciones, por lo que se ofreció.

- Quiero que esta espada tan bella y hermosa me atraviese y me haga feliz – y por si acaso añadió - y que la mía, endurecida hasta el extremo, recorra todo el interior de tu ágil y esbelto cuerpo de gacela.

Se disiparon sus dudas y quedó muy satisfecho al saber que tendrían ocasión de meterla los dos, cuando oyó preguntar al chiquillo.

- ¿Quien folla primero?

- Estamos en tu habitación y tú eres el anfitrión – contesto Roxiu ofreciéndose galantemente pero sabiendo que después tendría su ocasión.

El cuerpo de Pelayo se tensó de placer al ponerse en posición para que el chiquillo buscase su agujero. Le enseñó a lubricarlo con saliva y la manera de introducir su polla para no ocasionarle dolor.

- No voy a enseñarte lo que debes hacer después, todas las criaturas nacen sabiéndolo - se rió Roxiu mientras notaba que la espada de Absalí iba penetrando en su interior.

A pesar de estas palabras sí tuvo que enseñarle.

- No te muevas tan rápido, ni con tanto recorrido, porque tu virilidad se saldrá de mi recto. ¡Sigue mis movimientos¡.

Cuando las entradas y salidas del falo del morenito en culo de Pelayo, del nervioso y primerizo musulmán, se compasaron con los movimientos del cuerpo de éste, que acompañaba su acción con gruñidos de satisfacción y ayes de gozo, al chiquillo moro se le enrojeció el rostro, saltaron las lágrimas, balbuceó a gritos palabras árabes, jadeó como un cansado perro y enloqueció de placer al salir al exterior de su verguita las escasas gotas de semen que ya producía,

- ¡¡¡ Este es el paraíso que Alá prometió a los creyentes ¡!! - gritó.

- Estás aun en las puertas, entrarás en él cuando yo te folle - le prometió el cristiano.

Volteó Roxiu al chiquillo, le buscó el agujero, se lo masajeó con los dedos, lo lubrificó lo suficiente e inició con mucha suavidad la entrada de su dura y más desarrollada polla.

¡¡No debía ocasionarle ningún daño para que el disfrute de aquel encuentro fuese total!!

Volvió atrás su verga varias veces e inició su entrada de nuevo, avanzando poco a poco en el recto del muchacho. Y cuando supo que estaba ya su interior, a la vez que sus manos acariciaban los oscuros genitales del chaval, inicio un lento bamboleo de su pelvis.

Absalí no decía nada durante todos estos prolegómenos. Su cuerpo, tenso en un principio, fue ablandándose según notaba, que sin dolor, la polla del cristiano entraba en sus entrañas.

Cuando notó los primeros rozamientos de aquella cosa dura y caliente dentro de su anatomía y las dulces sensaciones que producían en él, se relajó totalmente y se dispuso a gozar.

- ¡¡Aprieta más!!, ¡¡dámelo todo!!, ¡¡no pares nunca!!, ¡¡te amo cristiano!! - fueron frases que pronunciaba de manera entrecortada mientras su cuerpo se retorcía.

Pelayo siguió trabajando en el atravesado culo y a la vez, con su mano, en la oscura polla del chico, buscando derramarse juntos. Cuando lo consiguió,.

- ¡¡¡Ahora sí que estoy en ese paraíso que me prometiste ¡!! - oyó su gritadas palabras antes de caer derrengado sobre el lecho.

Aunque el cristiano pensaba salir de aquella casa, aprovechando la oscuridad, después del encuentro sexual, e intentar perderse en la ciudad, la opinión del musulmán era contraria, pues imaginaba le estaban buscando en el palacio los criados de su ama y en el exterior los soldados de Amín, por ello consintió que Pelayo se le durmiera entre sus brazos.

Pudo ser el enorme cansancio que surge en el cuerpo cuando se han tenido en tensión todos los músculos y se relajan posteriormente, quizá fue la acumulada falta de sueño, pues descansar más de veinte días dentro de un carromato, junto a nueve personas, sin sitio para poder siquiera voltearse o fueron las varias cogidas que realizó durante la noche, porque Absalí, después de probar se decidió por ser atravesado, el caso fue que Roxiu quedó profundamente dormido.

Cuando hacía ya un rato que la claridad del día había entrado en la habitación donde habían sido totalmente felices durante la noche, se oyeron gritos e imprecaciones en el plaza y antes que pudieran saltar de la cama, un fuerte golpe sobre la puerta hizo saltar el débil pestillo que la cerraba, tirar la tabla que la sostenía y dar paso a tres enfurecidos soldados.

El que parecía mandar se acercó hasta la cama y levantó las ropas que les cubrían.

    • Aquí solamente hay dos criados que parece han estado gozando de sus jóvenes y hermosos cuerpos, aun tienen sus pollas y cama manchadas.

Dejemos de buscar a esa muchacha. A pesar que Zoraida asegura que no la tiene escondida estoy seguro que miente. Es un asunto que deben de arreglar entre Amín y la esposa de Adamín.

Y dirigiéndose a sus ayudantes ordenó.

- ¡¡Vámonos!¡

Cuando desaparecieron, Pelayo extrañado pasó las manos por su cabeza mientras miraba a su amigo.

- ¿Nuestro cabello? - preguntó.

- Me lo afeite y mientras dormías hice lo mismo contigo. Supuse y acerté que cuando nos encontrasen pasaríamos por dos jóvenes criados.

 

- - - - -- - - - - - - -

 

La historia que encontré en el viejo manuscrito árabe de la Mezquita de Córdoba acababa aquí. No decía si Pelayo, al cumplir con bien su cometido de suplir a Elena, recuperó el dinero que su amo envió a León. Si recogida la bolsa volvió de nuevo a Asturias para casarse con ella como le había prometido el señor Fuentes de Castro o para unirse a Mauricio, el soldado de Cangas de Onís, con el que había pasado una noche feliz.

O como dijo enigmáticamente a Absalí durante su cogida, al señalar la media moneda dentada colgada de su cuello, quien al salvarle la vida, entregarle su joven cuerpo y hacerle pasar por un simple criado engañando a Zoraida y a Amín, se había ganado el derecho de huir y a quedar a vivir juntos para siempre.

Quiero pensar que esta última fue su decisión.

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