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El pirata me enamoró (3: Vuelta a Maracaibo)

en Gays

VUELTA A MARACAIBO

Visitar el mercadillo que se formaba en Tortuga a lo largo de los arenales, todas las mañanas en cuanto amanecía, protegido por la sombra de las palmeras, en el mismo borde del muelle donde descansaban amarrados los barcos recién llegados o prestos a marchar, junto a las pequeñas barcas, en las que los amantes del mar salían más a pasear que a pescar los atardeceres, era una delicia.

Allí se podía encontrar lo más exótico, extraño y bonito del mundo. Los collares, broches, anillos, diademas y demás joyas arrebatadas a las damas o ricos comerciantes durante de los abordajes, los repujados muebles de maderas especiales, que habían adornado palacios de grandes señores, recogidos después de los saqueos, los puñales, espadas, pistolas y demás armas defensivas u ofensivas, fabricadas por los armeros europeos más respetados y cualquier otra cosa de valor obtenidos mediante los expolios y pudiera mercarse, aparecían desparramados en el suelo.

Todos estos objetos eran comprados a los barcos piratas por los vendedores del mercado y se ponían a la venta extendidos y debidamente custodiados, entre tapices, alfombres y cortinajes bordados, esperando encontrar un posible comprador para regatear su precio, hasta llegar a un acuerdo mercantil satisfactorio para ambas partes.

Más que los habitantes foráneos los principales compradores eran los llegados en las rápidas goletas que efectúan viajes regulares entre las islas del entorno, especialmente La Española, la más cercana y Tortuga.

Aparecían a media mañana, visitaban raudos el vistoso mercado y compraban a precios muy especiales productos que solo Europa producía y por la tarde, cargados con sus compras, volvían en las mismas goletas que los habían traído.

Gabito y yo, acompañados siempre de Gastón, recorrimos y revisamos varias veces todo lo que estaba a la venta, buscando recuerdos y los mejores presentes que encontráramos para llevar a casa de mi amor.

Encontré, entre un montón de objetos robados en un galeón de guerra español, un rollo de mapas de navegación de la zona del Golfo de Venezuela, donde había nacido mi novio, que compré. Estaban dibujados a mano, en un papel pergamino muy especial, muy bien conservados, guardados dentro de un largo y bello estuche de cuero repujado, con la inscripción grabada en oro, del escudo real de la armada española. Era un regalo personal que pensaba ofrecer al padre de Gabito.

Mientras hacía esta compra vi a mi novio acercarse a unos bellos, repujados y bordados vestidos, de los que usan las damas de alcurnia, comprobarlos detenidamente, preguntar su precio y encargar se los llevaran a las habitaciones que teníamos alquiladas en una de las posadas cercanas al puerto, desde donde veíamos el rutilante mar, cuando desde el lecho desfogábamos nuestros deseos sexuales.

Me extrañó su actitud, pero no le pregunté nada hasta llegada la noche, esperando estar desnudos, acariciándonos y preparándonos para follar, quién era la destinataria de aquellas prendas, porque sabía no tenía madre desde muy tierna edad.

- Son para mi tía Eulalia y mi prima Marina que viven en la hacienda junto a mi padre.

Era la primera vez oía hablar de una prima que había estado viviendo a su lado y sabiendo él pensaba que sus inclinaciones eran bisexuales, porque una vez siendo pequeño, me dijo se había cogido a una criada india y se había corrido y gustado, temí que la prima se apoderase de él valiéndose de artimañas amorosas.

Yo le sabía equivocado, había sentido sus deseos, sus besos y caricias, su fogosidad y los empujes de su verga dentro de mí y siempre pensé era un verdadero gay y que la criada fue quien se lo folló, aunque quedé muy celoso y molesto por haberme guardado este secreto.

¿Qué edad tiene esa prima? - intenté que mi voz sonase lo más tranquila posible en la oscuridad de la habitación de la posada, solamente alumbrada por una luna llena que flotaba sobre el firmamento, donde íbamos a tener la primer cogida de la noche. Pero Gabriel Alejandro debió notar mi turbación porque se rió, ante mis narices, de mis celosas preocupaciones, contestando.

Tiene tu misma edad y cuando la dejé era fea a rabiar - me acarició el rostro y se volvió para besarme - Me gusta seas celoso, pero mi amor eres tú y siempre lo serás.

- No prometas tanto y demuéstramelo - le exigí dejando caer mis brazos a lo largo del cuerpo para indicarle no pensaba colaborar en esta ocasión y le dejaba actuase según sus conocimientos.

Comenzó por acariciarme las tetitas y besármelas, sabía eso me ponía excitadísimo, fue bajando su cara pegada a mi pecho, estómago y vientre hasta donde le esperaba mi tallo endurecido.

- Veremos si durante las veces que te lo he hecho yo, has aprendido como se mama - le reté.

Parecía ser buen alumno, porque imitándome, tomó la punta de mi verga con dos de sus dedos para masturbarla a la vez con ellos y mantenerla derecha, mientras fue pasando su lengua lentamente al inicio y después cogiendo velocidad hasta que pareció fuese la lengua quien me estuviese pajeando y cuando notó con la excitación empezaba a subir mi esperma, la metió entera en su boca y comenzó entonces la considerada verdadera chupada.

Cuando me corrí, le perdoné todas las compras de vestidos hiciese a primas o a quien quisiera, sabía que aquella manera de usar su sublime boquita, solo se puede hacer cuando hay amor por el medio.

En el resto de la cogidas nocturnas tomé yo la iniciativa, hice todo lo que sé le gusta a mi amor. Fue feliz una vez más y yo lo fui enormemente también.

A la mañana siguiente Gastón comenzó a preparar nuestro equipaje para dejar Tortuga. El primero reunido resultó tan voluminoso que fuimos descartando llevar muchas cosas para reducirlo a un tamaño considerado normal.

Tuve que prescindir de muchos de los regalos que mi amor me había hecho y parte de mis maravillosas ropas. Lo mismo hizo él que solo con los presentes pensaba transportar a Maracaibo, había llenado tres grandes baúles. A pesar de las diversas reducciones, lo que teníamos al final que llevar, excedía de lo imaginable y cuando vi entre lo que quedó decidido llevar con nosotros, aparecía un enorme jaulón con varias palomas, me fui directamente a quejarme a Gabito.

- He tenido que dejar mis mejores trajes, incluso el de la última fiesta que tanto te agradó - le dije entre compungido, lloroso y quejica - y ahora ese criado "tuyo" se lleva unas asquerosas y sucias palomas que ocupan una enormidad - recalqué la palabra "criado" para señalarle le permitía demasiado a Gastón.

- Toda su vida las ha llevado consigo, las trajo cuando marchamos de Marcaibo. Es lo único propio posee ese criado "nuestro" - me contestó, intentando avergonzándome de mis histerismos que consideraba fuera de lugar.

Sentí haberme comportado de esta manera porque sabía el amor que Gastón tenía por sus palomas. Le había visto cuidarlas y mimarlas durante todo el tiempo que viví junto a él. Cuando no estaba realizando algo para nosotros, a la vez nos vigilaba y cuidaba, permanecía junto a ellas, las hacía arrullar, comer en su mano y picotearle su cabello y rostro, como si fuesen caricias que le devolvían los animales por la forma tan cariñosa como las trataba y cuidaba.

Pensábamos trasladarnos hasta Puerto Príncipe en una de las goletas de transporte regular. Desde allí tomaríamos un barco que nos dejase en Marcaibo. Mi señor no quiso pedir a nadie nos acercase. Teníamos señalada ya la fecha para la marcha, cuando vino a nuestra posada, a ofrecerse, un bucanero francés llamado Pierre Legrand, capitán del velero Belle France.

-He sabido intentáis llegar hasta Maracaibo. Mi ruta pasa cerca de vuestro destino pues voy a la isla de Aruba y sería para mí un honor llevaros en mi barco.

Hice señas a mi novio aceptase. La oferta para nosotros era formidable, sin realizar transbordos llegaríamos mucho antes y sobre todo abría la posibilidad de llevar todo mi equipaje separado.

La despedida de los que habían sido sus subordinados en el "Caribenho, se realizó antes de embarcar, en el muelle de Tortuga, fue lacrimógena. Aquellos rudos hombres, capaces de clavar un cuchillo, mientras sonríen, en el vientre de su enemigo durante una pelea, lloraban emocionados cuando su capitán les fue abrazando y despidiéndose de cada uno, dirigiéndole palabras escogidas y cariñosas.

De Leandro nos dijimos adiós en la cubierta del Belle France. Me abrazó y pidió cuidase a su capitán y se emocionó cuando entrelazó sus brazos con el mejor pirata de todos los tiempos, su Caribenho. Comprobé sollozaba como un chiquillo escondiendo las lágrimas, cuando descendía al muelle por la pasarela.

Durante los dos primeros días de navegación, a pesar de que el capitán Pierre intentaba obsequiarnos con lo mejor de su barco, mi adorado permaneció pensativo y casi silencioso, solo pronunciaba las palabras justas para no parecer ineducado ante su anfitrión.

Pasaba el tiempo solitario, asomado por la borda, mirando como chocaban las aguas bajo él pegando en la quilla del buque, la espuma que la brisa levantaba en el mar y escuchando los estridentes chillidos de las gaviotas que nos seguían. Su aspecto a través de la luz del trópico era aun más bello que cuando lo conocí. Se había vestido para el viaje con una camisola blanca, de fina batista, sin adornos, que llevaba abierta, enseñando su dorada piel y pequeños pezones y un jubón muy ajustado a sus piernas que le realzaban los muslos y marcaba su maravilloso y deseado paquete y que con su cabellera de oro al aire, más que mortal, parecía una aparición celeste que hubiera surgido de las aguas.

Estuve muy atento por si veía al capitán francés, que poseen fama de enamoradizos, le miraba como lo hacía yo. Cuando comprobé que, el extraordinario y deseado cuerpo de mi amado, no le revolucionaban exteriormente sus neuronas sexuales, quedé ya tranquilo.

Conmigo se mostraba también como ido, incluso en los contactos físicos de todas las noches, los hacía como si su mente no estuviera con el cuerpo que se corría y soltaba su semen en mi interior. Le sentía inquieto y nervioso. Creo pensaba en que dejaba atrás y también en lo que le depararía el futuro.

Hice todo lo que estaba en mi mano para quitarle aquella morriña que le inundaba, desarrollé todas las artes amatorias de que soy capaz y ante mis mamadas especiales, que proliferé, mis suaves y sensuales caricias, buscando los rincones más erógenos de su cuerpo y mis furiosas cogidas, conseguí olvidase poco a poco sus preocupaciones y volviese a ser el mismo Gabito alegre, atento y muy sexual que conocía y amaba y sabía atravesarme de tal manera que me hacía gritar enloquecido.

Llevábamos seis jornadas completas en la mar, de las quince que calculábamos nos duraría la travesía, descansábamos en unos cómodos sillones de mimbre que el francés utilizaba para sus siestas, era por la tarde cuando el calor del trópico comenzaba a disminuir, corría una brisa suave y permanecíamos mirando al mar, donde se rizaban espumas, brillaba rielando la luz tropical y saltaban algunos delfines que nos seguían esperando nuestro deshechos, cuando asistí a una charla entre el capitán bucanero y D. Gabriel, en la se citó el último de los bloqueos que los piratas habían hecho soportar a la ciudad de Maracaibo, parecía había sido una de las ciudades elegidas para atacar los piratas, porque había resistido tres importantes en lo que iba de siglo.

- Fue ya hace varios años - aclaró el capitán del Belle France y dirigiéndose hacia mi señor continuó - tú no pirateabas aún.

Noté a mi amado se le había crispado el rostro y tragado dos o tres veces la saliva que había llenado su boca, antes de sonreír forzadamente.

- ¿Cuántos años dices han pasado desde que ocurrió? - pregunté yo tuteándole porque le había sido presentado por Caribenho como su pareja amorosa y vestía elegantemente de acuerdo a las circunstancias.

- Espera calcule . . . el capitán Paúl murió durante el asalto, bebió agua envenenada y esto fue en.. . . - pensó durante unos instantes - el 1754, han pasado desde entonces seis años.

- Caribenho estaría en brazos de su mamaíta, recién dejados los pañales - dije acariciándole con mi mirada esperando y tranquilizarle, para añadir seguidamente dirigiéndome a Pierre - ¿Agua envenenada?

Mostré en esta pregunta toda la curiosidad que fui capaz, para evitar se fijase en mi amor que presentaba un desasosiego manifiesto ante sus palabras.

- ¿Cómo ocurrió? ¿Conocéis la historia? - manifesté grandes deseos de conocer la aventura.

Acerqué un poco la silla simulando escuchar y atenderle mejor y conseguí tapar su visión hacia mi amado.

El francés ante escuchante tan deseoso de oír su narración, comenzó a hablar.

La conozco por lo que me contaron en Tortuga, donde acababa de llegar yo, cuando los expedicionarios regresaron.

Eran dos los barcos que pensaban obtener un rico botín de aquella empresa, el "Pars y el "Toulouse.

El primero se colocó en la entrada del canal que da paso al lago, entre un pequeño poblacho de pescadores y unas islas, para dejar bloqueada la villa con el exterior. Por tierra sabían no tendrían ayuda, cercanos solo viven unos cuantos poblados de indios paupérrimos.

Y haciendas ricas y hacendados valientes, también - apuntó mi señor, en el que vi un extraño destello de orgullo en sus ojos, al intercalar esta frase.

Pierre no hizo caso de la interrupción y continuó la narración.

El "Toulouse, a cuyo mando iba el capitán Paúl, se adentró y colocó frente a Maracaibo. Para situarse a una distancia y no le alcanzasen los cañones que defendían la ciudad, se acercó a una aldea que estaba protegida por una punta de tierra, retuvo a todos sus habitantes encerrados en una choza y echó el ancla en su pequeño muelle. Envió un mensajero a Maracaibo pidiéndoles una suma importante de dinero de rescate, si no querían ser fuertemente castigados por sus cañones, cuyos obuses avisó alcanzaban mucha mayor distancia que los de los habitantes marabinos poseían en el fuerte, que desde el alto de una colina les protegía.

Pensaron como en otras ocasiones, se avendrían a pagar una fuerte suma para conseguir se retiraran los piratas, sin sufrir el daño que un sangriento abordaje pudiera ocasionar entre sus moradores.

Ante la cara de extrañeza que puse, me explicó cual era la táctica a veces siguen los bucaneros.

Si atacan la villa y consiguen su rendición, obtienen más botín, pero se necesita mucha más gente y librar una batalla que a veces es muy sangrienta por ambas parte. Es preferible obtener uno inferior y no entrar en guerra que dura más tiempo, pueden llegar barcos bien armados en su ayuda y siempre causa heridos o muertos. A veces con el terror que les causa nuestra presencia es suficiente.

Pierre Legrand continuó narrándome entusiasmado ante la mirada admirativa dedicaba yo a sus palabras.

Realmente no sé que pasó, porque como he dicho solo conozco lo contado por los que se salvaron y volvieron a Tortuga. Creo ellos tampoco llegaron a saber bien lo sucedido, solamente que el agua bebida por los que comieron junto al capitán Paúl, se envenenaron. Se salvaron los que estaban de guardia. Todos los de alrededor de la mesa se sintieron de pronto indispuestos y murieron al poco tiempo entre grandes dolores, vómitos, gritos y maldiciones hacia quien les había dado a beber aquella agua maldita.

Mientras escuchaba veía de reojo a mi señor, mirando hacia el mar y haciendo como casi no atendía, pero no perdiendo palabra de lo que Pierre Legrand relataba y comprobé en su rostro se dibujaba una enigmática sonrisa.

- La tripulación al quedarse sin capitán ni principales mandos, abandonaron las aguas de la entrada del lago. Cuando llegaron a la altura del Paris, su capitán quiso convencerlos de continuar bloqueando a Maracaibo, suponía que los marabinos no sabían nada de lo acontecido y estarían dispuestos a pagar el rescate solicitado.

No quisieron hacerle caso, sabéis que los bucaneros somos muy supersticiosos y la mayoría veía en el envenenamiento una mano divina o demoníaca. Algunos que eran oriundos de la zona, acababan de oír se habían sucedido varios milagros de una virgen que llamaban de Chiquinquirá y acababa de aparecer en forma de tablilla pintada en el lago. Quisieron ver su mano divina en el hecho y aterradas, abatidas y asustadas las dos tripulaciones, abandonaron el bloqueo y volvieron sin perder tiempo hacia Tortuga.

Como mi señor, que sabía había atendido la historia con sumo interés, no decía nada al acabarse, volví a intervenir.

Los de Maracaibo no entenderían por qué el Toulouse se retiraba. Seguro que los curas católicos aprovecharon para decir había intervenido esa virgen milagrosa de nombre tan difícil.

Claro, lo considerarían un milagro a sus rezos y súplicas ¡¡ Así se escribe la historia de la iglesia muchacho !! - acompañó Pierre su frase, echándose hacia atrás, con una larga y estridente carcajada.

Por la noche, después de la primera cogida que realizábamos nada más acostarnos, cuando descansaba de los envites de nuestros deseosos cuerpos, boca arriba, tendido sobre el lecho, Caribenho se volvió hacia mí, de manera que su boca quedase cerca de mi oído y comenzó a hablarme muy quedo, continuando la historia que se había narrado por la tarde.

Tenía trece años cuando ocurrió lo contado por ese fatuo pavo real - empezó así su narración mi amor - el capitán Paúl, del que he oído hablar después en Tortuga, al mando del Toulouse junto con el Pars intentaban recibir de Maracaibo una enorme cantidad de dinero por no destruirla con sus cañones de largo alcance.

La hacienda de mi padre está a bastante distancia del núcleo urbano, pero también las aguas del lago la bañan por uno de sus límites y desde mi casa, situada en lo alto de una colina, habíamos visto, al amanecer y despuntar el día, que aprovechando las sombras de la noche había penetrado un barco pirata en las aguas del canal y colocado, protegiéndose tras una península que se forma enfrente, en la aldea de Alta gracia, en disposición de bombardear la ciudad, gracias al alcance de sus cañones, pero a salvo de los obuses que se pudieran enviar desde ésta.

Comprobó el efecto que sus palabras estaban ejerciendo sobre mí y al ver mi admirada cara, con los ojos como platos, escuchándole atento, continuó.

- Mi padre que sentía la necesidad de defender la villa, tomó unos cuantos hombres, montó a caballo rápidamente y salió hacia Maracaibo.

Pasó todo aquel día, la noche y parte del día siguiente, mi padre no había regresado, en la hacienda crecía la incertidumbre, cuando nos llegaron noticias de la petición de los piratas. Sabíamos que la suma solicitada resultaba desorbitada para los posibles de los habitantes, lo que nos sumió en la desesperación

Yo había quedado al cuidado de Gastón que me iba explicando como se desarrollaba la situación.

Ahora en la ciudad están intentando pase un poco de tiempo para negociar la cantidad después a la baja, saben tendrán que acceder a la petición de los piratas si no quieren dejar medio destruida la villa.

La voz de Gabito se hizo aún más baja, era solamente un susurro en mi oído. Estaba tan ansioso de saber el final de la historia, en la que vislumbraba una actuación brillante de mi amor, casi no respiraba para poder beber sus palabras e incluso había dejado de pensar en cosas del sexo.

La idea de envenenar el agua del barco no recuerdo si fue de él o mía. Montamos, en cuanto anocheció, en un bote que utilizaba yo por aquel entonces para mis excursiones por el lago, remamos a la luz de la luna más de dos horas, hasta que le atravesamos. En la orilla opuesta escondimos el bote y nos acercamos andando por el monte, presurosos pero escondiéndonos en los matorrales para no ser vistos, hasta Alta Gracia. Cuando avistamos la aldea, la oscuridad y el silencio eran absolutos y pudimos contemplar al Toulouse meciéndose en las muy tranquilas aguas de su pequeño puerto.

Por una maroma, tendida por fuera de la borda, pude arramblar y subir hasta cubierta sin que me vieran.

Valen querido, todo mi cuerpo sudaba y temblaba de miedo y emoción, porque si me descubrían, toda la actuación que habíamos pensado y decidido se vendría abajo y si me encontraban el saquito de cuero que llevaba al cuello, con un recipiente de veneno lleno de curare, que Gastón me había procurado, pensaba sería torturado en represalia por aquellos horrendos bucaneros, hasta la muerte.

Yo también temblaba, notaba en mis carnes todo lo que mi amor sintió en aquellos decisivos momentos, pero ansiaba oír el final de aquella aventura, por lo que le animé a continuar.

Entré en la desierta cocina y allí vacié el veneno en un odre de agua potable que había a medio consumir. De la misma forma, desollándome las manos con la maroma, por la prisa que imprimí a la bajada y recibiendo golpes en mi cuerpo contra la quilla del barco, regresé al pequeño muelle donde me esperaba Gastón. Después, escondidos entre las sombras, regresamos de nuevo donde habíamos escondido el bote.

Tuve la suerte que los vigías habían quedado de guardia en el barco no estaban demasiado atentos, no esperaban ningún ataque por tierra y solo vigilaban las aguas, algunos se habían reunido a charlar en una parte de la cubierta y por lo que oí, creo jugaban a los dados. El resto dormía despreocupado y profundamente.

Mis temblores se terminaron, mi amor estaba ya a salvo, vivo y regresando junto a su criado Gastón.

- Amanecía cuando entrábamos de nuevo en mi casa, agotados pero muy contentos de haber conseguido realizar algo que después salió bien.

Mi padre aun no había regresado, no lo hizo hasta casi la noche, venía muy extrañado de la actitud del barco pirata al levantar el bloqueo y marcharse antes de oír una contestación u oferta por parte de la ciudad y haciendo cábalas de cual habría sido la causa de su retirada.

Nunca le conté mi actuación. Sé que hubiera estado orgulloso de mí, pero hubiese castigado a Gastón por permitirme realizarla.

Totalmente relajado, terminado el miedo y terrores pasados durante la narración de su secreto - Ya sabes no fuiste tú, sino la virgen de Chiquinquirá quien envenenó el agua - dije yo por romper la tensión del momento.

- ¿Sabes lo que me ocurre ahora? Cuando sucedió quedé muy satisfecho de mi actuación y aun hoy me vanaglorio de lo valiente que fui, pero después de haber vivido como pirata, me apena murieran de aquella manera. Y por favor no te rías de las cosas sagradas, soy muy supersticioso - me pidió Gabito.

- Perdón - murmuré y para ser perdonado inicié un nuevo ataque a sus genitales, preparándolos para el siguiente asalto sexual que tendría lugar seguidamente porque mi polla se había recuperado del primero y pedía guerra de nuevo.

- - - o o o - - -

Había cambiado bastante desde que salí de Sevilla, pero el olfato para detectar peligro, que el vivir siempre solitario, buscándome la vida, había desarrollado en mí, no lo había perdido. No dije nada a Gabito pero si me atreví a comentar con Gastón que desde hacía unos días, notaba un nerviosismo especial en el capitán del barco y desde que estábamos acercándonos a las aguas de la bahía atlántica, que se abren hacia el Golfo de Venezuela, nuestro destino final, se estaba incrementando.

Me escuchó atentamente y pidió le contase todo lo que encontrase anormal en su comportamiento.

- No me fío de él. No tiene la mirada limpia - le dije convencido.

Para entretener el tiempo, mientras continuaba la navegación y sin abandonar la vigilancia sobre el francés, pensé que próximamente, viviendo en la hacienda marabina de Alex, saldríamos mucha veces de recreo y a pescar al mar por esta zona y necesitaría conocer bien los pasos con calado suficiente y los peligros que los arrecifes o peñascos escondidos bajo las aguas podrían presentarnos, para ello había sacado los mapas que había comprado en el rastrillo para D. Pedro y cuando estaba solo los fui aprendiendo de memoria.

El catorceavo día de singladura, acababa de amanecer, aún el sol no tenía fuerza suficiente para molestar y la luz era muy intensa, como siempre en el golfo caribeño. Mirábamos al mar asomados por la borda, mi señor, el capitán y yo, cerca del timonel. Gastón, como de costumbre, estaba cerca de nosotros, como una sombra, sin que se notase su presencia.

Pretendiendo mostrar los amplios conocimientos geográficos que había aprendido en mis mapas, dije mirando hacia el este.

Esas nubes de la izquierda nos tapan la visión de la isla de Aruba donde vos Pierre terminaréis la navegación. Llegaremos esta tarde. Desde Orangestad encontraremos fácilmente una embarcación que nos lleve hasta Maracaibo.

Pierre miró hacia donde yo señalaba y de una manera despreocupada propuso a Caribenho, que se asomaba a su izquierda, ensimismado en la contemplación del bello paisaje marino que aparecía ante nuestros ojos.

He pensado podíamos visitar juntos los sitios donde sucedieron los hechos que os narré. Así os puedo acercar hasta vuestro destino.

Antes de que mi señor contestase me adelanté a hacerlo yo, diciendo atropelladamente.

Pronto entraremos en el golfo de Venezuela entre las penínsulas de La Guajira y de Paraguaná. Esta zona no tiene ningún peligro. Los problemas comienzan a partir del grupo de islas que cierran el canal, la principal de ellas es la Isla Toas que está deshabitada. Para el paso a la Bahía de Tablazo, como para iniciar la entrada del canal marino que nos acercaría a Marcaibo, es necesario conocer los peligros de los fondos marinos, las zonas sin calado para no encallar al pasar, más ahora que estamos en la estación seca y los ríos que fluyen sobre el lago Maracaibo lo hacen casi sin agua, los peñascos que nos acechan casi sin sobresalir de las aguas, las corrientes traicioneras . . . .

Volviéndome a Gabito espeté sin parar de hablar, para se diera cuenta intentaba evitar que el francés se acercase con su barco a Marcaibo.

- Me dijiste no te permitió tu padre venir a sitios tan peligrosos, por lo que nunca llegasteis a saber la navegación de este lugar. Solo os dejaba hacerlo por el lago que no ofrece peligro. Después siendo pirata no habéis tenido ocasión por lo que sé no conoces la navegación por estos lugares.

Miré a Gastón que me sonrió cómplice y noté Gabito puso cara de extrañeza al oírme y miró de soslayo no hacia mí sino a su protector, que le hizo una seña imperceptible que callase. Comprobé también que Pierre miraba extrañado al timonel, que siguió dirigiendo su vista al mar, pero que asentía cerrando varias veces sus ojos.

Antes de que nadie reaccionase propuse.

- ¿No os parece mejor dejemos al "Belle France" en el Golfo de Venezuela, pasamos en una chalupa a la Bahía del Tablazo y acerquemos nuestro equipaje a San Rafael? - me volví hacia el capitán - después con ella podemos tranquilamente recorrer, ya sin peligro, todos los lugares que deseáis ver.

Sabía había dicho una serie de tonterías, la mayor seguramente la falta de flujo de los ríos que descargan sus aguas en el Lago Maracaibo, Existen 135 ríos permanentes y cascadas y quebradas temporales y tanto el Catatumbo, Chama, Escalante, como el Motabán, Santa Ana, Apón o el Palmar, eran corrientes de agua que se mantenían estables durante todo el año, fluyendo sus aguas al Maracaibo, el mayor lago de América del sur.

Gabriel Alejandro, aunque tenía deseos de desembarcar y continuar nuestro viaje sin interrupciones para poder abrazar a su padre lo antes posible, apoyó mi proposición aceptada por Gastón, de quien se fiaba totalmente y el capitán francés, que deseaba fervientemente conocer la zona y no tenía otra ocasión de hacerlo, tuvo que aceptarla también, aunque le noté una cara de disgusto, al comprobar tendría que realizarlo, no en su barco como hubiese deseado, sino en una chalupa de remos.

Dejamos al "Belle France al pairo en el golfo de Venezuela, cercano a la costa, desde donde se veía una aldea que Gabito señaló como Caimare Chico y se preparó una chalupa en la que ocho marinos, buenos remadores, nos acercarían a Pierre y a nosotros tres, junto a nuestro voluminoso equipaje, hasta la diminuta aldea guajira que tomaba el nombre de San Rafael.

Se trataba de un pequeño poblado de pescadores que poseía un pequeño y destartalado muelle lacustre de madera, donde estaban amarradas varias embarcaciones de indios guajiros, que se dedicaban a la pesca y a transportar personas y mercancías, en sus barcas especiales, hasta la boyante ciudad de Maracaibo o las pequeñas aldeas de las orillas del lago como Palmarejo o Santa Rita, enclaves indios dedicados a la pesca del cangrejo y camarón.

Expliqué a mi señor, apoyado por Gastón, mientras se vestía para el viaje, mis dudas sobre Pierre y las razones para haber dicho aquella sarta de disparates. Tuvo que contener las carcajadas recordándolos, mientras se ponía encima de la ropa que solía usar en el barco, una casaca corta de cuero atada a la cintura por un ancho cinturón repujado, con una pequeña pistola en uno de sus lados, botas altas de caña y sombrero de fieltro negro, levantado por delante.

No pude por menos de admirar una vez más su grácil porte, talle, gallardía, galanura y hermosura, dándole mil besos y abrazos a la vez le llenaba de piropos admirativos y no nos cogimos de nuevo antes de partir, porque la presencia de Gastón me retuvo.

El capitán apareció también en la chalupa con ropa acorde al recorrido que íbamos a hacer, fino cuero negro en su traje y sombrero y botas de montar a caballo, pero con dos pistolas colgando de su cinturón. Esta vez le acompañaba un marino de su elección y confianza también armado igualmente de pistolas.

Yo vestí siguiendo la misma línea de mi amor, pero sin portar armas al cinto.

Cuando estábamos ya ubicados en la chalupa apareció Gastón en la escala que colgaba de la quilla, vestía su ropa habitual, unos pantalones y camisola de dril y un chambergo de lana cruda encima de sus hombros, pero con dos enormes pistolones en sus costados y una ancha bandolera, que le cruzaba el pecho, de la que colgaba un largo espadón de puño redondo.

Llegados a la aldea y descargado el equipaje, buscamos quien se hiciera cargo de él y esperara nuestra vuelta para conducirnos posteriormente hasta la hacienda donde había nacido mi amor. Un pescador guajiro junto a su familia, se ofrecieron a alquilarnos dos de sus embarcaciones especiales, cuidar nuestro equipaje y esperarnos hasta el regreso de nuestra excursión.

Gabriel Alejandro aprovechó la ocasión para explicarme algo de la historia de estos indios.

A nosotros los blancos nos llaman alijuna y kusina a los demás indígenas. Son matriarcales y para ellos uno de los ritos más importantes es su enterramiento. El piache o chamán es quien mejor entiende el mundo de Maleiwa, Pulowi y Juyá, algunos de sus dioses.

Pueblan un territorio que se disputan las gobernaciones de Santa Marta y Venezuela. Riohacha, fundada en 1535 es donde viven los principales. Son cazadores, recolectores, pescadores y comerciantes de perlas y sal.

Existen igualmente otras tribus los macuira, anates, cocinas o tiznados, wayunaiki, guanebucanes, cuanaos y eneales pero son mucho menores en población y no tienen la importancia de los guajiros.

En una de las barcas se acomodaron lo mejor posible nuestras pertenencias, quedaron a su cuidado y en la otra montaríamos nosotros al volver con la chalupa del Belle France, después de hacer el recorrido por el canal y los inicios del lago para satisfacer los deseos Pierre. Sabía que su idea no era visitar turísticamente aquellos mares, sino de adquirir conocimientos de navegación sobre ellos.

Montamos los cinco en la chalupa, los dos capitanes de pie en la proa, donde el francés iba a recibir explicaciones de mi amado y Gastón, el que cuidaba del francés y yo, muy vigilantes, sentados en el borde de popa, mientras los remeros iniciaron el recorrido.

Desde la embarcación vimos varias aldeas que Gabriel Alejandro iba nombrando al pirata francés, Cabimas, Ciudad Ojeda, Lagunillas, todas ellas habitadas por indios arawak y caribe, vivían de lo que la mar les proporcionaba, incluso sus casas eran lacustres, pues estaban construidas sobre las aguas. Le señalaba en que pueblo había muelle de amarre de barcas y en cual no, pero los que lo poseían era tan pequeño y endeble, que solo servía para cubrir sus mínimas necesidades de pesca.

Llegamos remando ante la ciudad de Maracaibo y vimos desde la chalupa los muelles, las fortificaciones y los veleros que estaban en aquel momento en el puerto. Oímos a nuestro señor explicando detalles de la ciudad, más acordes con la visita que un excursionista podía necesitar, que los que el capitán de un barco pirata pudiera desear. Se escudó en todo momento en el desconocimiento sobre la navegación que tenía de los mares del lugar y yo había remarcado antes de salir.

Dimos la vuelta para volver de nuevo a San Rafael donde nos despedimos del francés con grandes muestras, por nuestra parte, de agradecimiento por el viaje que nos había proporcionado desde Tortuga.

No sé si tuvo intención de causarnos daño después de recibir informes sobre la navegación por aquellos lugares, que no obtuvo, tener que visitarlos en una chalupa, con solo nueve hombres con él y sobre todo por la vigilancia que Gastón ejerció, con aquellos dos pistolones al cinto, creo hicieron que llegásemos sanos y salvos donde nos esperaba la embarcación guajira.

Continuamos inmediatamente viaje hacia la hacienda de D. Pedro, que sabía situada entre las aldeas indias de Proteritos y Barranquitas, a orillas del lago, en unas tierras buenas y feraces para el cultivo de caña de azúcar, cacao, maíz, yuca, caraotas (que en tu tierra llamáis alubias), bananos y plátanos. Si nos dábamos prisa llegaríamos aún con luz diurna. La finca poseía, casi en el centro geométrico, cercano a la casa principal, un bonito y cuidado embarcadero de robusta madera, del que tantas veces me había hablado, recordándolo con añoranza, Gabito.

Desde donde me encontraba a popa de la embarcación, diestramente conducida por aquellos hábiles indios guajiros o wayúu como ellos se denominan, mientras atravesábamos las aguas del canal y entrábamos en el lago, miraba la cara pensativa de mi amor, iba puesto de pie a proa e intentaba escudriñar los pensamientos que notaba revueltos y confusos, pasando en aquellos momentos por su mente, mientras mantenía sus ojos fijos en el agua por donde deberíamos pasar.

¿Estaría valorando si el tiempo que había pasado fuera de su hogar había sido positivo? ¿Reviviendo sus enfrentamientos juveniles con su padre? ¿Lo que ahora pensaba de él su progenitor? ¿Como orientar su vida trabajando en la finca o en el exterior? ¿Recordando a su prima? Sentí de pronto un pinchazo en mi corazón cuando lo pensé, pero rechacé de mi cerebro inmediatamente esta mala idea.

Las barquillas de los indios estrechas y de muy poco calado eran sin embargo muy seguras para navegar por aquellos mares por la forma de sus quillas y sobre todo por su única y especial vela. Eran necesarias dos personas para dirigirlas, una atendía el timón y la otra regulaba y giraba la vela según las necesidades que el viento le señalaba.

De lo que sintió mi amor al ver a su padre abrazarle y besarle emocionado, cuando se encontraron ante la casa, no puedo hablar, solamente soy capaz de describir los hechos y decir como irradiaban felicidad sus rostros al tenerse frente a frente.

Cuando nuestras embarcaciones llagaron al muelle-embarcadero, se encontraban allí varios indios, algunos trabajaban en la hacienda y otros, que se dedicaban a la pesca en el lago, tenían permiso de D. Pedro para que sus barquillas lo utilizasen. También había un numeroso grupo de chiquillos vociferantes, que se bañaban y jugaban desnudos en las aguas de la orilla.

En un principio todos se extrañaron ante nuestra presencia, pero ante la aparición de Gabriel Alejandro, que muchos conocían, arreciaron los gritos de bienvenida y las carreras hacia la casa a avisar al patrón.

Mi amor no esperó que su padre bajase hasta el embarcadero, saltó a tierra en cuanto pudo e inició una rápida marcha hacia la puerta donde aparecía un hombre alarmado por la algarabía. Quedaron mirándose durante unos segundos antes de lanzarse, con los brazos abiertos, uno contra el otro.

Yo, de pie sobre las tablas de madera del muelle- embarcadero sonreía complacido ante aquella reconciliación, mientras me hacía cargo del equipaje, pagaba a los pescadores que habíamos contratado para que nos llevasen hasta la hacienda, pues aunque les invité a pasar la noche si lo deseaban, preferían volver de inmediato a San Rafael.

Mientras organizaba el traslado del equipaje, ayudado por Gastón, me di inmediatamente cuenta faltaba el estuche de cuero donde guardaba el rollo de mapas que había comprado para D. Pedro. Los busqué entre los bultos, volví a mirar las barcas en que habíamos llegado, que ya iniciaban la vuelta, pero no aparecían por ningún sitio.

Comprendí de pronto que en esta desaparición había participado el capitán pirata francés y ello explicaba la tranquilidad con que asistió al recorrido por le canal hacia Maracaibo, mientras oía las generalidades que le hablaba Caribenho, que yo achaqué a nuestra estratagema y vigilancia. De momento no le quería decir nada a mi amor por no nublar la alegría de su llegada. El no sabía de mi compra y de que ahora el francés disponía de una información privilegiada de todos los pasos y peligros de las rutas de navegación del golfo de Venezuela y del canal de entrada a Maracaibo.

Solo se lo comuniqué a Gastón, pensé debiera de conocer que el pirata Pierre Legrand poseía una información completa de aquellas aguas, por si alguna vez tuviese la intención de utilizarla.

Quizá el más nervioso en aquellos momentos era yo, no sabía qué recibimiento obtendría de la familia de Alex, que en una tierra de machismo exacerbado, declarase el chico que le acompañaba, era su novio amado. Le había recomendado no dijese nuestra relación al llegar, me presentase como un amigo de aventuras y más calmados los ánimos al cabo de unos días, llegase su declaración.

Así lo hizo, me presentó a su padre, que me abrazó, recibió y atendió como un huésped especial, catalogándome solo como un amigo de su hijo, que era quien ocupaba en aquellos momentos, toda su atención.

Por más que miré no vi por ningún lado a su tía Eulalia ni a su prima Marina. Supe después que regresarían a la mañana siguiente de Maracaibo donde habían ido, para reponer su vestuario, a visitar la zona donde estaban los que confeccionaban y vendían ropa femenina.

Quien no pareció había faltado de la hacienda tanto tiempo fue Gastón que tras arrodillarse ante D. Pedro, solicitándole su bendición, reinició su vida en la casa normalmente. Tomó posesión de su habitación, al lado de la de Gabito, que nadie había utilizado durante su ausencia, colocó sus palomas en una azotea, donde comprobé había otra jaula idéntica, llena también de animales iguales. Comprendí entonces muchas de las cosas que me habían sido extrañas con antelación. Las palomas de Gastón eran mensajeras y las había utilizado desde el barco Caribehno para tener al padre de Gabriel Alejandro informado de la salud de su hijo. No creo le dijese a que dedicaba su vida, pero tranquilizaba a un padre al que su hijo se había rebelado y marchado de casa, para poder demostrarle su valía.

Cenamos, charlamos posteriormente hasta muy tarde y mi amor contó a su padre una serie de hechos que yo no conocía, probablemente verdaderos, pero sin citar ocurrieron siendo Caribenho, un terrible pirata del Mar Caribe. En ellos no hizo resaltar su valentía, sino que había sido capaz de pensar y actuar por su cuenta, con un buen resultado final.

Nos despedimos y cansadísimos nos dispusimos a acostarnos. Si no nos cogíamos debidamente, aunque fuese una sola vez, sabíamos que no podíamos dormir y desnudos totalmente, como me gustaba dormir cuando lo hacíamos en la misma cama, nos metimos en la que poseía la habitación.

La estancia tenía tres puertas de cristaleras dobles, una era la que habíamos pasado para penetrar en ella, la segunda comprobé daba a una bellísima vista del lago, pero la tercera daba a una habitación adyacente en la que de pronto se encendió la luz.

Hay alguien en esa estancia, nos está viendo a través de los cristales de su puerta - le susurré a mi amor mientras me encontraba boca abajo y él encima de mí había metido su hermosa verguita en mi orto.

No te preocupes, es donde duerme Gastón, siempre lo hizo ahí para cuidarme por la noche - dijo al oído antes de iniciar sus movimientos sexuales.

No puedo follar contigo estando Gastón viéndome - me desasí y me puse boca arriba - Sé que conoce nuestra relación, figurará hacemos esto, nos habrá oído muchas veces cogiéndonos, pero delante de él no puedo hacerlo amor mío.

Intenté convencerle para que nuestra habitación, donde desfogásemos nuestros deseos mutuos, fuese un lugar solo para nosotros.

Gabito, eres ya un hombre, has sido hasta ahora un pirata temido, estas en tu hacienda, nadie te va a hacer daño por favor cambia el sitio de dormir de Gastón.

No puedo, sería como apartarle de mí, mañana ordenaré pongan unas gruesas cortinas en su puerta, ahora apaguemos la luz y sigamos por favor.

La cogida se desarrolló a oscuras y en silencio. No obtuve el placer de otras veces, no pude decirle tranquilamente frases amorosas a mi querido novio, ni gritar en los momentos cruciales, fue sin más, una descarga de nuestros depósitos seminales.

Conocí a su prima a la mañana siguiente, contrariamente a lo que me ha había dicho Gabito era bella, con buena educación y prestancia. Conocí también a su tía Eulalia, pero de esta no hice casi caso, mal calculado por mi parte, porque fue mi verdadera enemiga en aquella casa, notó enseguida nuestra relación que seguíamos manteniendo oculta, e intentó a toda costa separarnos y emparejar a su hija, que se enamoró perdidamente de mí, con mi amado.

Todo esto, las excursiones que hicimos para conocer aquel maravilloso lago, don de la naturaleza, la tierra de Venezuela donde había nacido mi amor y sobre todo, como nos defendimos del pirata francés Pierre Legrand, que intentó tomar Marcaibo y la hacienda de Gabito, lo contaré en un próximo relato si los dioses indios lo permiten.

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