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VIaje con mi amigo Ricardo por Asturias

en Gays

Había tenido la suerte de encontrar e iniciar una amistad muy especial con un chico que se matriculó este curso en la universidad, al igual que yo, para iniciar la carrera de filosofía y literatura hispánica.

Noté desde que le vi, que además de ser muy guapo, se mostraba retraído, callado y pensativo y parecía tener la necesidad de encontrar alguien de su mismo sexo con quien compartir su amistad y pensamientos y quizá también complacer su cuerpo cuando le aparecían los deseos sexuales.

Al coincidir entrando en la primera clase nos saludamos con la mirada e iniciamos nuestra amistad cambiando apuntes e informaciones sobre los estudios y roto el dique que contenía nuestro acercamiento, en muy poco tiempo, llegamos a hablar de todo lo que sentíamos, deseábamos o pensábamos.

La apertura de nuestra mente y el conocimiento de cómo ambos sentíamos sexualmente hizo que de una manera natural nos ofreciéramos mutuamente también el cuerpo.

Ricardo, además de poseer un cuerpo perfecto, con la suficiente grasa para que las partes que se suponen deben de estar rellenas lo estuviesen, una tez morena suave y aterciopelada, solo adornada de un vello muy negro y rizado en las zonas imprescindibles, pezones, axilas y pubis y un sexo algo más desarrollado que lo que las estadísticas marcan para los españoles a su edad, diecisiete años, poseía unos ojos negros como endrinas y una sonrisa abierta, franca y leal que me habían enamorado locamente.

Una tarde en la que nos encontrábamos estudiando en mi casa, habíamos dejado los libros y mis inquietas manos comenzaban a rozar su ardorosa piel, me paró en mi recorrido y propuso.

    • La semana próxima alcanzo la mayoría de edad es decir los dieciocho años. Deseo cumplir una promesa que he hecho a mi padre, visitar Asturias durante las vacaciones de Semana Santa. Quisiera, si te es posible, me acompañes. Sé que soy egoísta pidiéndote esto porque seguramente tenías pensado hacer otro tipo de vacaciones.

Le contesté rápidamente porque, en verdad, estar junto a él durante unos días colmaba mi felicidad.

- Me alegro me lo hayas pedido. Estaré encantado de acompañarte.

Notaba que existían inquietudes que enturbiaban la vida de mi amigo y estaba plenamente de acuerdo en que rompiera su diario quehacer y acompañarle para intentar, si me era posible, ayudarle a disiparlas y conseguir se enamorase de mí tanto como yo lo estaba de él.

Llegamos en autobús a Oviedo anochecido del viernes en que se iniciaban las vacaciones. La primera noche nos alojamos en un hotel de la capital del Principado, aunque habíamos decidido hospedarnos a lo largo de las numerosas casas rurales, en las que habíamos reservado habitación, hasta llegar al lugar que nos proponíamos alcanzar.

- Propongo avancemos los primeros días despacio para poder acercarnos a ciertos lugares de Asturias indispensables de conocer – había propuesto y aceptado Ricardo cuando planificamos el viaje.

Muchas etapas las pensábamos hacer andando y cuando la distancia a recorrer no lo permitiese, tomar alguno de los muchos autobuses que recorrían la región, como hicimos en esta ocasión para apartarnos de la capital asturiana.

Llegamos casi al mediodía al lugar de la ruta que nos habíamos marcado, nos apeamos, compramos unos bocadillos en una taberna-restaurante y seguimos nuestro recorrido andando para llegar hasta la casa rural donde dormiríamos la segunda noche.

Avanzábamos por una senda, bajo árboles centenarios, exhalando el olor de los numerosos macizos de flores silvestres que la reciente y exuberante primavera nos ofrecía y pudimos ser testigos de la manera de vivir del campesinado asturiano, que pegados al terruño, cultivan con sumo mimo sus tierras.

En nuestro caminar dejamos atrás, cercadas de alambre de espino, fincas sembradas de maíz, fabes y forrajes, con la casa familiar y el imprescindible hórreo donde se guarda la cosecha, construcción de madera que se apoya en cuatro grandes piedras verticales que hacen de patas, adornados de grandes racimos de mazorcas de maíz, ristras de ajos o pimientos rojos, ya secos, colgados de sus balconadas.

Si encontrábamos un aldeano trabajando en su parcela, le saludábamos levantando el brazo y siempre sonriente, descansaba su herramienta de trabajo y nos contestaba de la misma manera.

La agradable sombra de los numerosos árboles que crecían al lado del sendero, prohibieron que los rayos del sol, cuando fue ascendiendo, nos molestasen, lo que nos facilitó una fresca y agradable caminata.

Cuando encontramos un rincón de verde hierba, sombrío, agradable y mullido, nos sentamos.

A veces dejándose llevar de un impulso sentido en nuestro interior, se pueden vivir momentos muy especiales con la persona amada. Quizá los estudiosos de las reacciones, segregaciones de jugos especiales del cuerpo humano o motivaciones sexuales, sean capaces de explicar por métodos científicos esos estados anímicos, en los que surge la empatía, la necesidad de un acercamiento y que los cuerpos deseen fundirse en uno solo. A esos instantes, para mí motivados por el paso de un ángel cercano, son los que, lego en la materia, denomino anhelos del alma.

El que pasó cercano a nosotros, debió ser un arcángel, pues sentí, nada más sentarnos sobre la hierba, la necesidad, sin mediar palabra, de lanzar mis brazos y unirme a aquel cuerpo que permanecía tranquilamente sentado junto a mí.

No pensaba en el sexo, no buscaba la caricia que me encendiera, no indagaba que rincón de su anatomía era mas erógeno, solo tenía el placentero deseo de permanecer así, junto a él, pegado, sintiendo latir su corazón contra el mío, recibiendo su calor, uniéndonos la vida y el alma.

Durante los instantes que su cuerpo se mantenía pegado de esta forma notaba más felicidad que cuando follaba a aquella divina criatura a la que amaba locamente y de la que esperaba oír decir algún día.

- Quiero vivir siempre a tu lado.

Ricardo aceptó mi abrazo y permaneció de esta forma varios minutos, dejándome gozar del encanto del momento y, aun turbado por los sublimes instantes que acababa de vivir, tomé los bocadillos que habíamos comprado, le ofrecí el suyo y comencé a comer en silencio.

Lo que siguió después de comer fue distinto, más prosaico, menos romántico, no actuaron los corazones, ni las almas, fue únicamente la carne la que buscó la carne para rozar entre sí, sentir el placer, buscar la subida del semen desde los testículos hasta la punta del pene mediante lametones, caricias, hurgamientos en las partes erógenas o sensibles, mordiscos perfectamente buscados o besos apasionados en sitios elegidos.

Mi corazón notaba que no manifestábamos amor, solo la necesidad de sexo que nuestros cuerpos jóvenes demandaban. Estábamos simplemente follando cuando nos besábamos o frotábamos.

Las abiertas manos recorrieron las epidermis y acariciaron los huevos, las lenguas chuparon las pollas y ensalivaron los ortos, que lubrificados, atravesaron después las vergas mediante locas emboladas de la pelvis.

Sudorosos por el esfuerzo físico, sabiéndonos solitarios en aquel rincón de la orilla del riachuelo cercano, gritamos a voz en grito en los momentos cruciales para descargar la enorme tensión que nos causaba nuestras feroces y muy agradables cogidas.

Y cuando alcanzamos el clímax necesario para que la ardiente lefa subiese hasta la salida de nuestros genitales cada uno la introdujo en el cuerpo del otro.

 

Solíamos quedar para estudiar tanto en su casa como en la mía y además de conseguir que el curso marchase boyante para ambos, aprovechábamos también el tiempo para hablar de los problemas que la homosexualidad y nuestra juventud nos presentaban. Siempre terminábamos la sesión follando.

Buscaba siempre disculpas para intentar quedáramos solamente en mi cuarto porque Ricardo parecía tener dos personalidades diferentes para un acto similar. Notaba que su actitud sexual cambiaba completamente según nos cogiéramos en mi habitación o que lo hiciéramos en la suya.

Cuando nuestros jugos se mezclaban sobre mi cama, aunque nunca se entregaba con el amor que yo hubiera deseado, era un amante considerado, cariñoso, nada egoísta que ofrecía su cuerpo buscando disfrutásemos ambos del sexo.

En su cuarto iniciábamos el acto igual, pero de pronto notaba, que el abandono placentero que había en sus acciones o manifestaciones de gozo animal, se frenaban por algo que sucedía en el interior de su cerebro. Parecía que el libre placer que habían manifestado sus movimientos hasta entonces, pasasen a ser dirigidos por la mente en vez de por el pene y hubieran perdido la espontaneidad con que se iniciaron.

Se mostraba entonces estresado, como si tuviese miedo de entregarse totalmente y guardase en algún lugar, al que me era imposible llegar, sus sentimientos y manifestaciones de cariño. Ejecutábamos entonces un simple acto fisiológico, que solamente nos ofrecía el placer de los rozamientos y la salida al exterior de la semilla que se producía en nuestros testículos.

No quise indagar la causa, hacía como que no lo notaba porque intuía que Ricardo era consciente del cambio experimentado e intentaba disimularlo aumentando el impulso de su pelvis o la velocidad del frotamiento de su pene en mi recto. Yo lo suplía también con caricias, lisonjas y poniendo en acción todos mis conocimientos sexuales para que no notase mi desencanto.

En un principio creí que la causa era el temor a que su encopetada mamá pudiera oírnos o que apareciese de pronto en donde estábamos cogiéndonos,

Su madre, a la que vi en varias ocasiones, poseía entre otros defectos, la mala costumbre de aparecer de pronto sin avisar en la sala donde estudiábamos y sin demostrar darse cuenta que yo estuviese presente daba órdenes a su hijo como si no tuviese más de diez años.

    • "Marquesito" cena todo lo que te sirvan, estudia y no veas la televisión después de las once de la noche.

Por su desagradable altivez, ni siquiera miraba hacia mí al entrar en el recinto, como si me considerase un ser inferior, y por la manera que se dirigía a su hijo, la odiaba.

Aunque finalmente llegué a la conclusión, porque algunas veces jodíamos cuando sabíamos que estaba ausente, que era la propia gran mansión la que originaba aquella forma de retraer y encerrar sus sentimientos.

Digo gran mansión porque la casa en que vivía mi amigo podía adjetivarse así por su tamaño, muebles, decoración, adornos de mucho precio y servidumbre que la atendía.

Amaneció el siguiente día de excursión, después de una noche en la que ejecutamos a satisfacción varios asaltos de sexo, en una pequeña y agradable posada donde desayunamos unos dulces caseros y leche recién ordeñada.

El Cañón del Cares fue la visita programada para aquel día. Lo recorrimos junto a varias personas de un viaje organizado. Hay una zona durante la travesía, que asusta, muy estrecha, excavada en la roca, entre inmensas paredes recortadas, por la que hay que avanzar en fila de a uno mientras contemplas en el fondo del precipicio correr las turbulentas aguas del torrontero río Cares que ha horadado la montaña a lo largo de los siglos buscando su camino al mar.

Atravesamos este difícil trozo del cañón, con el fin de quitar el miedo y darnos ánimos, agarrado de la mano como dos enamorados.

Comimos una maravillosa fabada en una sidrería de la aldea y descansamos la digestión sentados bajo unos árboles junto a una rumorosa fuente que había a la salida del pueblo.

Ricardo no hacía mención de levantarse. Como conocía estos momentos en que mi amigo dejaba volar su imaginación y pensaba en alta voz, no quise interrumpirle.

Pareció despertar de pronto de su ensoñación para decirme.

    • Gracias por aceptar la invitación de acompañarme. En estas tierras me siento cambiado y contento.
    • Las gracias debo dártelas yo, que me haces siempre tan feliz.

- Estaba recordando unas palabras que me dijo una vez el abuelo. Creemos ser totalmente libres, que nada influye en nosotros, que seleccionamos independientemente cuando elegimos un color determinado para nuestra ropa, un olor de colonia, la manera de comportarnos, de hablar, de pensar, de tener unos gustos y no otros, hasta los gestos con que apoyamos nuestra conversación o tomamos decisiones de cualquier tipo, pero estamos totalmente equivocados, vivimos influidos por la herencia recibida de otros seres que vivieron antes de nosotros.

Y continuó.

- Si una preocupación o dilema ocupa la mente de una manera muy preponderante, hace que tu vida gire en torno a ella. Podemos ser capaces de efectuar ante los demás lo que puede parecer una vida normal, pero en los momentos de soledad, esa idea vuelve una y otra vez a ocupar tu cerebro. Valen, eso me pasa a mí. Necesito encontrar todas mis raíces, saber de mis antepasados para conocer lo que bulle en mi interior.

Y añadió, mientras se levantaba para continuar nuestra programada marcha, sin esperar ningún comentario por mi parte.

- ¡¡ Espero encontrar en este lugar lo que busco !!

Durante las siguientes horas dejamos que la naturaleza y la vida campestre nos impregnaran y mientras caminábamos por un estrecho sendero bordeado de maleza y zarzales, quizá influido por aquel solemne silencio, la grandiosidad del paisaje campestre o porque ya había llegado el momento de compartir conmigo sus problemas, mientras su brazo se entrelazó con el mío, surgieron las confidencias.

    • Mi mamá es la hija mayor del marqués de Serranillos de Monfort. Mientras vivió en casa de su padre, presumió ante todas sus amistades, conocidos y desconocidos de ser la hija de un noble, de los denominados de casta antigua, como lo era su papá.

Se casó joven con el que fue mi padre, que la facilitó lo que todo su origen noble no le supo o quiso dar, dinero suficiente para poder seguir viviendo en consonancia como lo había hecho hasta entonces, pues mi abuelo, aparte de pagar su parte de la boda, no le dio después ningún dinero.

Fui criado haciéndome creer que era diferente a los demás mortales. Pero no con esa diferencia que nos distingue, que nos hace crecer interiormente porque aumenta y se hace madura con la educación, el estudio o conociendo el valor humano, sino una diferencia apoyada en la raza, la pretendida sangre azul que corría por mis venas, como si pertenecer a los Serradillos de Monfort fuese un don divino.

- ¿Es por eso que tu mamá te llama siempre "marquesito"? - me atreví a preguntar.

Noté como su rostro se puso totalmente rojo antes de contestarme.

- Crecí oyéndome llamar "marquesito" por la servidumbre y lo que es peor, creyendo serlo realmente, separado de la gente que mi madre consideró inferior, no asistí al colegio, tuve profesores en casa, nunca jugué con otros chicos y vestí con ropas que no veía ponerse a nadie a mi edad.

Apartó momentáneamente su mirada de mí y su rostro adquirió un rictus de dolor al aseverar.

- Mi mamá, como una moderna Agripina, hizo conmigo lo mismo que aquella mujer realizó en la antigüedad romana con Nerón, hasta que consiguió encumbrarle a emperador.

Para ella yo también pertenecía a una raza elegida, ungida por la providencia.

No quise interrumpirle en su narración, solamente apreté más el brazo que me unía a él. Después de unos instantes, que aprovechó para calmarse, continuó.

- No sé si de muy pequeño jugué con mi padre. Desde que tengo recuerdos sé que casi no me acerqué a él.

Al ser tan pequeño no me daba cuenta que esta separación filio-paternal era propiciada por mi madre, que veía en mi padre un advenedizo que simplemente la proporcionaba el dinero que necesitaba, aunque seguramente a mi papá no le dolió demasiado porque tuve que ser un niño sabiondo, adulto antes de tiempo y sobre todo repelente.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al recuerdo de la falta de amor hacia su padre.

- Se separó de mi madre cuando había celebrado mi doceavo cumpleaños. Supe después por el abuelo, mamá no le volvió a nombrar nunca en mi presencia, que había muerto en un accidente de automóvil. ¡¡Siento un gran dolor de no mantener casi recuerdos de él!!

Tomé nota mentalmente, que en otro momento más propicio tenía que preguntarle cómo había prometido a su padre un viaje al pueblo de Ablano, donde nos dirigíamos, si me anunciaba estaba muerto hacía cinco años.

- Viví hasta los catorce años creyendo en un mundo irreal. Un mundo que estaba dividido entre los que Dios eligió para ser directores y los otros, los que deben de obedecer y ser dirigidos.

- El hecho de pertenecer a esa noble familia ¿te considerabas de los directores?

- Indudablemente aunque en nuestro clan el que impartía las órdenes y dirigía la vida familiar era el abuelo, que tuvo que proveer lo imprescindible para que siguiéramos viviendo. Era el poseedor del título de marqués que mamá supo hacerme creer detentaría yo algún día y de la bolsa de los dineros.

Le interrumpí. Notaba que sufría al contarme parte de su amarga y extraña vida.

- Se ha hecho la hora de acercarnos a la posada rural donde descansaremos hoy.

No fue hasta que nos encontramos debajo de las sabanas cuando comprendí, que Ricardo, descargado de parte del peso que soportaba su mente, buscaba desesperadamente la paz de su espíritu y necesitaba por ello seguir contándome su odisea.

- Cuando mi abuelo murió de un ataque al corazón acababa yo de cumplir los catorce años. Estaba experimentando una transformación total en mi cuerpo. Sufría al darme cuenta que también era diferente en mis deseos sexuales. Supe que era homosexual y me asusté. Mis fantasmas nocturnos eran cuerpos masculinos que me ofrecían sus culos y penes. No tuve a nadie que me ayudara a comprender que era una sexualidad como las demás.

Al desaparecer quien con mano de hierro mantuvo a la familia de Serranillos de Monfort unida ante la sociedad, se desencadenó la guerra que solapadamente se había mantenido oculta al exterior.

Supe por la servidumbre la terrible y vergonzosa trifulca que se originó en el despacho del abuelo, cuando el notario leyó el testamento que había dispuesto.

No sé que rey promulgó, creo se llama Ley Sálica, que la sucesión de los títulos nobiliarios solamente puede hacerse por línea masculina, primeramente el de más edad y así sucesivamente, y solamente heredará el título una mujer cuando no existan machos entre los hijos.

El abuelo dejó testado, para que no hubiera ninguna duda, que el título de marqués de Serranillos de Monfort lo heredaba mi tío Andrés, su segundo hijo y que su recepción llevaba emparejado el usufructo de todas las tierras y bienes que el abuelo poseía. Sé que lo hizo para no dividir la hacienda, máximo interés por su parte.

Señalaba tres obligaciones: Entregar una asignación fija a mi madre que la permitiera vivir decentemente, otra a mi cuando llegase a la mayoría de edad, que recibiré en breve y que mi tío perdería los beneficios del usufructo y pasarían a mi madre, si a criterio de dos notarios nombrados en el testamento, los bienes no se mantenían productivos.

Sin embargo, ninguna de las partes quedó contenta. Mi tío Andrés, solterón, vago y apartado de todo lo que significase obligaciones, lo dijo allí mismo, el título le importaba un comino y hubiera deseado en efectivo la mitad de los bienes en vez de lo que heredaba que podía significar disponer de más dinero pero también de muchas más obligaciones.

Lo que parece enfureció a mamá fue que según ella mi abuelo la había prometido desheredar a mi tío y ser ella quien heredase el título y sobre todo los bienes que llevaba anexo. Me dijeron gritó.

"En la España actual la constitución reconoce en las mujeres los mismos derechos que en los hombres. Yo soy la mayor, debo heredar, como tal, todo".

Ese "todo" fue la causa que motivó una feroz guerra en los juzgados..

Mamá machacaba mis oídos con todo tipo de imprecaciones y me inoculaba veneno contra las leyes o la sociedad que no le concedían lo que creía pertenecerla, de manera Valen que llegué a odiar formar parte de aquella familia que intentaba exteriormente mantener una imagen impecable y tenía a la vez tres o cuatro contenciosos en el juzgado.

Cambió de postura. Ahora miraba hacia el techo mientras hablaba.

- Yo no tengo ningún interés de poseer el titulo por el que luchan, se enfrentan y han llegado a odiarse los hermanos.

Cerré su boca con mis labios para que no siguiese torturándose.

No es mi intención describir el sexo que practicamos aquella noche, pero fue tan placentero que no puedo dejar de señalar que el cuerpo de mi acompañante se me entregó más cariñosamente que en otras ocasiones, sus besos fueron más ardientes y largos que nunca y sus manos acariciaron mis carnes casi con un frenesí que en muy pocas ocasiones había notado.

Sus palabras de amor fueron pronunciadas con voz más anhelante y su boca chupó mi polla como si tuviese hambre. Y cuando su verga, en esta ocasión él me atravesó, entraba en mis entrañas, parecía querer salir por el lado contrario, del empuje de las emboladas que efectuaba su cuerpo.

Le dejé hacer sin decirle nada, solo gruñidos de satisfacción salieron de mi garganta, porque me sentía feliz ayudándole a descargar sus tensiones interiores.

Agradeció mis caricias colaboradoras y mi actitud y al final de nuestra cogida solo me dijo.

    • Gracias por amarme y comprenderme tan bien

Notaba que había soltado en mí no solo la tensión sexual que desbordaba su juventud, sino la angustia interior que le había mantenido encogido el ánimo y que yo comenzaba a ser algo más que el cuerpo que recibía su semen.

Habiendo descargado parte de sus tensiones, tanto internas como externas Ricardo se durmió placenteramente. Sentí que sus brazos se arrollaban a mi cuerpo, mientras colocado en posición fetal, se pegaba por entero a mí.

    • No nos pediremos ni exigiremos nada, solamente compartiremos la necesidad de sexo que nuestro cuerpo demanda, sin comprometer nuestros sentimientos
    • - me había propuesto la primera vez que compartimos nuestra lefa.

Había aceptado su petición, aunque a mediados de curso estaba totalmente enamorado de mi amigo. No intenté averiguar lo que significaba en aquel entonces para Ricardo, me conformaba con intercambiar nuestros conocimientos y nuestro semen, pero ahora ya sabía que empezaba a ser importante en su vida.

Durante los siguientes días recorrimos transversalmente Asturias visitando diversos lugares del Principado hasta llegar a la Cueva de Covadonga, donde Pelayo, nombrado después rey de los asturianos, en el año 718 inició la Reconquista de la península que había sido tomada por lo árabes en el año 711.

Allí, según la leyenda, era donde se habían refugiado, sin atreverse a presentar batalla, unos pocos cristianos extenuados que huían de los siervos de Alá, y donde la virgen, la "Santina" para los asturianos, se les apareció, prometiéndoles que si se prestaban a luchar, vencerían.

Cumplieron lo mandado y en ese lugar, a los pies de la montaña de Covadonga se inició la Reconquista al desarrollarse la primera batalla victoriosa de los cristianos.

Aquella la noche dormimos en la Colegiata, que atendida por religiosos, se construyó cercana a la cueva donde se venera la "Santina". Habíamos dejado descansar nuestros sexos por lo sagrado del lugar y mientras permanecíamos tumbados reposando en la cama, Ricardo respiró hondamente y reinició la narración de su vida.

- Vivía una gran inquietud, deseaba poder romper con todo lo que había cerrado mi vida durante la niñez y adolescencia. Lo quería todo, lo necesitaba todo y tenía un miedo terrible a no encontrar en toda mi vida lo bastante para compensar lo que ya había perdido.

Un día encontré, entre un montón de recuerdos que pretendía tirar a la basura, una llave, que por su forma especial, recordé a qué candado pertenecía. Se trataba de un diario que mi padre me regaló en el último cumpleaños que pasó en nuestra casa.

"Escribe en este diario tus pensamientos y los sucesos que te acaezcan" - recuerdo me dijo al dármelo.

Como no tenía la menor intención de hacerlo lo escondí entre los libros de uno de los altillos de la biblioteca.

Corrí al lugar y allí permanecía el diario con el cerrado candado tal como lo había dejado.

Cuando lo tuve en mis manos me saltó el corazón y sentí pena por el poco aprecio que hice al regalo de mi papá, ya que no escribí ni una sola línea en él y más cuando abierto encontré en la primera página algo que había dejado escrito y que ni siquiera leí entonces.

"Pronto se va a iniciar una nueva época de tu vida, la adolescencia, comprenderás entonces que el mundo no acaba en la familia Serranillos de Monfort"

"Para encontrar la otra parte de tu historia busca en Asturias, un pueblo que se llama Ablana, donde las montañas se acercan al cielo, allí una gran casa de piedra te ofrecerá la solución"

¿Qué le llevó a mi padre a escribir estas líneas en un diario que se regala a un niño que cumplía doce años? ¿Pensaba que un día reaccionaría como lo he hecho?

En cuanto leí esta dedicatoria supe que hasta que no fuera capaz de buscar las raíces de mi origen paterno, me sentiría infeliz, necesitaba saber como eran las personas que de unas generaciones a otras, fueron dejando su impronta en mis genes.

Me pregunté, además de los Terradillos de Monfort ¿Quién ha influido en mí? ¿De dónde vengo? ¿Quién soy?

Valen, no sé contestar a estas preguntas, pero desde ese momento supe que tenía que encontrar los antecedentes de mi progenitor y así obtendría mi nuevo yo y le prometí a mi padre que buscaría aquí mis orígenes.

- ¿Cómo se desarrolló tu vida desde entonces?
- me atreví a preguntar.

- Ante mamá adopté una actitud pasiva, Al ir perdiendo reclamación tras reclamación, pareció calmarse algo. Sé que ahora espera que la muerte de mi tío, borracho empedernido, sin descendencia, haga que yo herede el marquesado y sobre todo el dinero que espera ella administrar y gastar.

Exteriormente conseguí que mi vida se abriese algo más al mundo, pero no había sido preparado para relacionarme o valerme por mi mismo. Salía, iba a sitios, incluso estudié el bachillerato en un colegio abierto, pero permanecí solitario, soñando con encontrar un nuevo yo, porque no me satisfacía el que tenía.

- Ahora comprendo la promesa hecha a tu padre muerto - señalé.

    • No sé si de verdad lo comprendes -
    • dijo dudoso - no lo hago solamente por mi, lo busco también por él. Deseo poderme acercar al recuerdo de mi papá y decirle, ahora sé de donde vengo, por qué soy así y mostrarle que fuese cual fuese su ascendencia la asumo mejor que la nobleza que me da mamá que veo caduca y atrasada, que me ha cerrado las puertas de la libertad para vivir tal como soy y me siento.

No quise alargar el martirio que le notaba sentía al contarme estas interioridades de su vida y de su familia. Sellé sus labios con mis dedos para que no continuara hablando, me arrebujé contra su cuerpo y dándole pequeños besitos sobre su cuello le pedí durmiéramos.

- Vamos a dormir mi cariño.

 

Habíamos recorrido casi toda Asturias, contemplando su belleza, habíamos follado en una gran mayoría de sus prados y posadas de labranza, cuando decidimos marchar directamente hacia Ablana.

Tomamos para ello un viejo y destartalado autobús y mientras saltábamos en el asiento, atravesábamos las veredas más estrechas, difíciles, torturantes y peores que recuerdo, bordeábamos acantilados, con los ojos cerrados de miedo, oyendo correr las aguas allá abajo por el fondo del barranco, intentaba tranquilizarme contemplando la tranquilidad del conductor, un hombre de unos cincuenta años, con su camisa remangada, que de vez en cuando daba una chupada a un maloliente puro que dejaba descansar sobre un platillo de aluminio, clavado frente a él detrás del cristal delantero del vehículo.

Cuando cercanos al pueblo avistamos sus primeras casas, se enternecieron los ojos de Ricardo y tomando mi mano me dijo.

- Noto que hemos llegado al sitio donde descubriré lo que me abrirá el corazón. Todo lo que hemos recorrido y visto en Asturias han llenado mi espíritu y preparado para ello.

Sin importarme si alguien del autobús nos miraba, le atraje hacia mí y posé un largo y emotivo beso en sus labios.

Ablana estaba encajonado entre dos altas montañas, con largas y pronunciadas pendientes que bajaban hasta la carretera que lo atravesaba.

Nos aposentamos sin problemas, aquí no habíamos hecho ninguna reserva, en la única posada que nos dijeron había en la aldea, llamada "LA POSADA DEL RÍO". Se trataba de un gran caserón de piedra situado en el centro de la población, junto a una iglesia excesivamente grande para las escasas gentes que pudieran allí vivir y a tres alargadas casas de una sola altura que formaban entre todas una pequeña plaza empedrada con grandes losas.

Después de guardar nuestros enseres y asearnos decidimos dar un paseo siguiendo la carretera, con intención de situarnos y posteriormente buscar la casa que fue hace muchos años el hogar de la familia de Ricardo.

Había alineadas a lo largo de la vereda que se dirigía hacia el paso entre las montañas más edificaciones que las que nos habíamos imaginado, la mayoría permanecían deshabitadas y muchas en estado de semiruina, indicando que aquel lugar había tenido una mejor vida anterior. No encontramos ninguna que pudiera ser la que el papá de Ricardo le había indicado.

La carretera terminaba un kilómetro después de dejar las casas y a partir de ella se iniciaba una senda que bordeando a un turbulento, rápido, cristalino y rumoroso río, se dirigía después hacia el núcleo montañoso.

De vuelta, nada más sentarnos ante unas mesas que había a la entrada de la posada, acudió el dueño con un gran plato de lonchas de lacón, una botella de sidra y dos vasos de fino cristal de los que se usan para "tirar" esa bebida tan refrescante y sabrosa.

Ya habíamos tenido ocasión de beber algunos "culines" durante nuestra estancia en la región. Así llaman las raciones de sidra que se distribuye entre los bebedores, "tirándola" con la botella inclinada, desde la altura que permiten los brazos, al borde del vaso que se mantiene ladeado en la mano, para que el líquido, a la vez de oxigenarse por el camino, golpeé sobre él, creando unas deliciosas burbujas de espuma.

Después de servir la primera ronda el posadero se sentó a nuestro lado y al contemplar el interés con que contemplábamos la casa preguntó.

- ¿Es bonita y fuerte verdad?

Me pareció oportuno intervenir antes que Ricardo manifestara el especial interés que nos movía.

- Sí, nos sentimos en ella muy a gusto, tranquilos y sosegados.

- Yo la compré hace ya un tiempo. Fue subastada por la hacienda asturiana. Permaneció abandonada muchísimo tiempo y se había deteriorado bastante porque nadie reparaba sus heridas, pero lo bien construido es difícil que se llegue a caer. Me costó bastante dinero dejarla como está ahora.

- ¿Entonces usted no conoce cuándo se construyó y quienes han sido anteriormente sus dueños? - indagué.

Se le notó contento de poder demostrar sus conocimientos ante nosotros.

- Te equivocas guaje, tanto me interesó que busqué quien los conociera y me los explicara - y sin esperar que le invitáramos a narrar la historia de la mansión comenzó a hacerlo.

- La construcción original data de más de medio siglo. La ordenó levantar un campesino muy rico llamado Adriano, viudo, dueño de casi todas las fincas que bordean el río cuyas aguas vemos ahí pasar, por eso le puse el nombre de LA POSADA DEL RÍO.

Adriano iba a cedérsela a su único hijo Atilano que se iba a casar con una muchacha de Pola de Lena, llamada Covadonga, para vivienda de ambos. Imaginó que su hijo, heredero de su fortuna, necesitaría una casa recia, acorde a la posición que iba a tener porque siempre pensó que los accesos desde Asturias a la meseta pasarían por este pueblo y él disponía de la mayoría de los terrenos necesarios para ejecutar la obra lo que aumentaría enormemente su fortuna.

El portillo que existe entre las dos montañas que se ven enfrente, fue durante décadas uno de los pasillos más utilizados, sobre todo durante el verano, para comunicar el mar Cantábrico con la meseta, Por aquí se desarrolló la mayor parte del comercio, cuando el transporte se hacía a lomos de caballerías. Se llevaban desde el norte los productos férricos o la sal tan necesaria para la vida y volvían las caballerías desde Castilla cargadas de trigo, cebada y otros alimentos.

Recorrió con su mirada todo lo que alcanzaba desde donde permanecía sentado y prosiguió.

- Ablana tenía una vida comercial que no posee hoy. Había dos grandes posadas y un montón de tabernas para atender las necesidades de los comerciantes y acarreadores, además de almacenes, cuadras y sitios de diversión. Tenía en aquel entonces más de cinco veces de habitantes que hoy y la iglesia que ves enfrente necesitaba durante el verano dos sacerdotes y a veces tres.

Efectivamente aquella mole de piedra tallada, que veíamos al otro lado de la plaza, con una torre coronada de un reloj herrumbroso, que solo poseía una aguja, parecía demasiado grande para los habitantes que vivían actualmente en aquel lugar.

- Había un párroco, hombre ya bastante mayor pero aun fuerte atendiéndola durante el invierno, pero durante los estíos el obispado le enviaba otro sacerdote, recién salido del seminario, que les ayudaba a la vez que se iba formando para acceder a su propia parroquia.

Una llamada desde el interior hizo que el posadero parase en su narración.

- Perdonarme, me llaman desde la cocina. Mañana seguiré contándoos la historia de esta casa.

Después de pasar varios días en tierras asturianas había notado en Ricardo una profunda transformación. Seguía siendo el maravilloso, educadísimo y perfecto amante durante nuestros asiduos actos carnales, pero en el resto de las ocasiones de la vida común, parecía haber olvidado en su casa el retraimiento, las dudas o los silencios, para gozar libremente del viaje.

Fui yo quien esa noche tomó la iniciativa y Ricardo el que colaboró dejándose hacer todo lo que me gustase. Intenté que mis abrazos, mientras le besaba con tanta dulzura como me fue posible, le mostrasen lo que le amaba, esperando de él la misma correspondencia.

Primeramente le acaricié todos los lugares que sabía erógenos, los testículos tuvieron especial masajeo, por el canal del duro redondo y caliente culo pasaron las yemas de mis dedos varias veces y cuando noté a su pene duro, vibrante y ansioso de penetrar en algún sitio, hice que entrase en mi boca, donde le chupé largo rato, tan bien que tuve que parar para evitar que su semen saliese al exterior antes de tiempo.

Como el orto a pesar de las manipulaciones con mis dedos no se lubrificaba lo suficiente, completé su deslizamiento con saliva y así mi verga penetró sin dificultad, de una sola embolada, hasta dentro de su cuerpo.

La hice trabajar después, en el interior de su recto, con toda la intensidad que fui capaz y mientras compasaba el movimiento de mi pelvis con el de mis manos sobre su pene, para que la compenetración nos llevase a un éxtasis conjunto.

Como acción de sexo fue perfecta. Las corridas sucedieron a la vez y nos retorcimos y besamos enloquecidos llenos de placer carnal, cuando el semen encontró su libertad.

Una vez más fue el perfecto amante durante el coito si solo hubiese buscado sexo, pero como necesitaba su amor, a pesar del disfrute de su cuerpo, me pareció quedé a falta de algo.

Al despertar y buscarle en la cama a mi lado, vi que Ricardo lo había hecho hacía rato, estaba perfectamente vestido y miraba tan ensimismado por la ventana que se sobresaltó cuando le saludé.

    • Buenos días, parece has madrugado.

Me sonrió al devolverme el saludo pero siguió mirando tras los cristales.

    • Buenos días
    • .

Amanecía un día que prometía ser limpio y soleado. Me acerqué hasta él y asomé también. Comprobé la existencia de una panadería en una de las casas de la empedrada plaza porque una mujer salió con un pan debajo del brazo y se perdió después por detrás de la iglesia.

Desde la ventana se divisaban las montañas que rodeaban al pueblo, con sus laderas cubiertas de robustos árboles y verdes prados mientras en las cumbres de blanquecinas piedras calizas se deshacían, por efecto del sol, unas pequeñas nubes.

Mantuvimos el silencio, solo roto por el rumor que producía el agua del torrontero río al chocar contra los guijarros del fondo, hasta que Ricardo comenzó a hablar.

- Recapacitaba sobre lo que ayer noche nos contó el posadero sobre esta casa. Noto el misterio, la cercanía de sus paredes, la familiaridad en el ambiente que no sentí en otros lugares. Mi corazón me dice que he llegado al final del viaje. Deseo ardientemente oír la continuación de la historia porque sé que es mi historia.

No fue necesario animar al posadero que continuase la narración. Al vernos entrar en el comedor para desayunar, se sentó a nuestro lado y comenzó donde la había interrumpido la noche anterior.

    • Adriano no pudo ir a vivir con sus hijos y disfrutarla. Se contagió de unas fiebres malignas tres meses antes de su terminación y aunque pusieron a su disposición los mejores médicos de la comarca, murió de ellas
    • .

Acabada, cuando Atilano y su mujer se vinieron a vivir, Covadonga, con permiso de su marido, invitó a morar junto a ellos al párroco, por la prestancia y categoría, que ante el resto del pueblo, les daba la presencia de la máxima autoridad eclesiástica en su recién estrenada mansión.

Atilano, que no tuvo descendencia, vivió en esta casa toda su vida de casado, que desgraciadamente no fue muy larga porque murió antes de cumplir los cuarenta años, después de doce de celebrar su matrimonio.

Paró entonces unos instantes para dar una entonación especial a lo que pensaba desvelar seguidamente.

Según avanzaba la historia comencé a preocuparme. Temí la reacción de mi querido amigo cuando llegase a conocer su origen paterno. Sabíamos estábamos oyendo la vida del antepasado que tanto había buscado y no estaba seguro, debido a su educación equivocada, que hubiera desaparecido de su mente la parte noble de su ascendencia.

Permanecía atento a cortar la narración si notaba que ésta le hacía sufrir, le perjudicaba, avergonzaba o simplemente le desilusionaba.

Ricardo pareció haber leído mi pensamiento porque aprovechando la parada del posadero, murmuró bajito junto a mi oído, con una amplia sonrisa cruzándole el rostro.

- No le interrumpas, por favor.

- Uno de los años el joven sacerdote que llegó durante el estío de la capital - continuó contando el hombre - era tan hermoso que el fervor de Covadonga, que seguía manteniendo en su casa a los sacerdotes del pueblo a pesar de haberse quedado viuda, se elevó de tal modo y le cuidó tan bien, que el nuevo clérigo que casi podía ser su hijo, porque acababa de cumplir veintitrés años y ella pasaba de los treinta y cinco, dejándose llevar por las atenciones de su patrona, llegó hasta su cama y para cuando el obispo traslado al padre Tomás, así se llamaba el jovencito, a su nueva parroquia, Covadonga estaba embarazada de tres faltas.

En el pueblo se dijo que aquel imberbe sacerdote siempre supo que tenía un vástago en este lugar, porque Covadonga no se lo ocultó, aunque sí lo hizo o por lo menos lo intentó con los demás convecinos, yendo a dar a luz a la capital, de donde nunca regresó.

La cara de Ricardo se me acercó nuevamente para murmurarme, sin que le oyera el hostelero.

    • Pensé ser descendiente de un aldeano inculto, de un comerciante ladrón, de un arreador de burros o incluso de un contrabandista, pero nunca imaginé ser de un cura pecador
    • .

- Se sabe que la viuda de Atilano - continuó diciéndonos el posadero - ayudó a aquel sacerdote, padre de su hijo y que por su valía o por la ayuda que recibió, fue pasando de un pueblo pequeño a otro mayor, hasta terminar en una parroquia de la capital del principado. Una vez allí, moviéndose adecuadamente entre las jerarquías eclesiásticas y gracias a las sumas ingentes que la viuda repartió para obras de caridad a la Santa Madre Iglesia, porque vendió todas sus posesiones que tenía en el pueblo, alcanzó la alta designación de hacerse cargo del obispado de Mondoñedo.

- Jo Ricardo, no de un sacerdote pecador, sino de todo un señor Obispo - le murmuré yo.

Antes que el sol anunciase que se iba a ocultar, Ricardo, tomándome de la mano, me propuso.

-Vamos.

Iba a ser el último día que pasábamos en Asturias. Habíamos quedado con el dueño de una furgoneta que hacía la recogida de leche de aquella parte de la región y la transportaba hasta León, nos llevase hasta esta ciudad donde tomaríamos un autobús hasta nuestra casa. Nos evitaba varias horas de camino, no repetir el calvario de carretera que nos había traído hasta allí y pasar una noche más en la casa que construyó el antepasado de Ricardo.

Atravesamos, asidas nuestras manos, el pueblo, seguimos después en silencio hasta iniciar una senda llena de rodaduras de carros que bordeaba el río. Paró mi amigo frente a una estrecha apertura de la maleza y me ofreció penetrar en un alfombrado prado, donde pastaban tranquilamente cuatro vacas y dos terneras, que nos miraron indiferentes cuando pasamos cerca de ellas.

Al otro extremo de la cerrada pradera, unos manzanos nos ofrecieron una agradable sombra cuando nos aposentamos bajo ellos.

    • Ayer mientras te preparabas para la cena llegué hasta aquí a descargar mi corazón-
    • me confesó al sentarse y ofrecerme lo hiciese a su lado - Valen para calmarlo totalmente necesito conocer tu opinión sobre un asunto de vital importancia para mí.

Ante mi silencio continuó.

- Cuando ese hombre nos contaba el origen de mi padre y por lo tanto el mío, veía en tus ojos susto, preocupación y quizá extrañeza. Necesito saber, si ahora que conoces que además que por mis venas corre una atrasada y caduca sangre azul, también lo hace la de un bastardo de cura ¿sigues sintiendo por mí lo que en tantas ocasiones me has repetido?

Aguardó ansioso mi respuesta.

- Ricardo te amo y te amaré siempre - me apresuré a decirle - Lo que notabas en mi mirada era el temor que el conocimiento de aquellos datos históricos te hiciesen daño, te lastimasen. Interiormente me sentía feliz porque te encontraba más cerca de mí.

El rostro de Ricardo se iluminó mientras sus brazos me asían al confesarme.

-Valen. te he amado desde que te conozco, me sentí fulminado por un relámpago de amor desde la primera vez que mis ojos se posaron en ti, pero no me atrevía a confesarlo porque me sentía atado por mis raíces y pensaba en la reacción que mi madre y de sus amistades que eran las mías también hicieran sobre ti. Ahora que sé que soy como todo el mundo, el resultado de una mezcolanza de sangres, vidas pasadas de gente buena, mala, mediocre o inteligente. Al diablo toda la nobleza del mundo.

Y gritó con alegre entusiasmo.

- Deseo decirte con el corazón en la mano ¡¡Te amo y quisiera pasar toda mi vida a tu lado!!

Por respuesta mis brazos lo acogieron, mi pecho lo albergó y mis labios sellaron, junto a los suyos, su bella declaración de amor.

- ¡¡Te amo!!. ¡¡Te amo y te deseo por y para siempre!! - le contesté cuando mi boca quedó libre.

- Deseo olvidar esa educación equivocada que como un lastre ha permanecido en mí - continuó mi amado - "No hay que manifestar los sentimientos nunca y menos ante extraños", que repetía constantemente mi madre, quiero decir guarradas que nunca dije, atragantar mi laringe con la punta de tu polla, lamer el agujero de tu culo, beber tu ardiente lefa, cosas que hacía pero no te solicitaba porque aunque lo deseaba mi educación lo rechazaba.

Habíamos intercambiado nuestra semilla en muchas ocasiones pero la cogida que nos preparábamos a iniciar la presentía la más importante de todas, la más completa, en la que además del placer sexual que siempre había disfrutado, estuviese presente, por vez primera, el conocimiento que un eterno amor anidaba en su corazón.

No me dio tiempo a desnudarme. Sus brazos parecían ruedas de molino que no sabían a quien atender primero, si abrazarme, desnudarme o voltearme. Me arrancó la ropa del cuerpo y mientras saltaban al aire varios botones de mi camisa decía.

    • Te va a follar, sin tabúes, interferencias de genes familiares o sangre azul, mi sangre de bastardo, ¡¡Creo que dejaré a una buena altura a mi predecesor !!

A pesar de que notaba en Ricardo un ardiente deseo, inició la cogida mediante unos prolegómenos delicados, muy sensuales, llenos de amor y ternura.

Nunca nadie fue acariciado con más delicadeza, nunca una piel humana recibió tantas palpaciones o lamidas en busca de lugares erógenos que fueron apareciendo sin que yo los conociese, nunca unos prolegómenos sexuales fueron tan placenteros para un ser humano. Todo lo que siempre ansié de Ricardo me lo fue ofreciendo porque acompañó sus acciones con palabras de amor tan ardientes que supieron llenar totalmente el agujero que en mi alma había tenido siempre abierto.

¿Se puede describir con palabras la felicidad? ¿Existen verdaderamente en el idioma esos vocablos? Busco entre todas las que he usado hasta ahora para definir los momentos de alegría, placer, gozo o la felicidad que creí sentir y las encuentro insuficientes para expresar lo que sentía en aquellos momentos.

Fue tal el sentimiento de dicha que mi pecho experimentó que desmayé, quedé sin fuerzas, dejé que mi cuerpo se desmadejase entre sus brazos y comencé a llorar convulsivamente como si fuese un niño.

Sus caricias, sus besos, sus abrazos y sus cariñosas palabras pudieron finalmente calmarme y cuando comprobó que estaba tranquilo continuó amándome.

El nuevo Ricardo que estaba delante de mí parecía ser una persona diferente, desinhibido, buscando recibir y dar el máximo placer y ejecutando con total normalidad, acciones que anteriormente, por considerarlas no apropiadas, había sido incapaz de realizar.

Como dispondría en un futuro de muchas ocasiones más para follarle, dejé fuese mi amor quien tomase la iniciativa en esta señalada ocasión.

Tumbados sobre el césped, ante la indiferencia de los rumiantes, apretó mis labios con sus labios, buscando que mi lengua jugase con la suya. Amasó mis carnes con sus manos. Lamió y frotó toda mi anatomía. Lubrificó mi orto con su saliva para preparar la entrada de su verga. Hurgó en el interior de mi recto con su lengua y me hizo saltar de placer antes de iniciar la penetración, cuando chupó mi pene, obligándome a gritar.

- ¡¡Para, no deseo derramarme tan pronto!! ¡¡déjame disfrutar de ti hasta la eternidad!!

Cuando se iniciaba el verdadero acto sexual, el de la entrega, en el que la carne engancha la carne, en el que su polla penetraba en mi interior para sembrar su semilla, la pura, limpia y bella voz de un joven, inundó la pradera donde uníamos nuestros cuerpos, corazones y almas.

No sé si aquel guaje, que permanecía cercano pero escondido entre los arbustos que rodeaban el praderío, nos había visto desde nuestra llegada al lugar, tampoco si le habíamos excitado con nuestras caricias, besos, frotamientos y mamadas, lo que sí supe, desde que comencé a oír la primera estrofa de su canción, al iniciar nuestra cogida real, cuando la polla de Ricardo penetraba en mi cuerpo y comencé a oír aquella bella "asturianada", esa melodía autóctona, con letras que recuerdan el campo, la vida rural, la romería y sobre todo el juvenil amor puro y limpio, que su canción iba dedicaba a nosotros.

Solo verte yo te amé

Tu cuerpo yo deseé

En las noches te soñé

Y en el prado te follé.

PAN, el dios de la naturaleza, transformó la pícara "asturianada", aquella rural canción de amor, que el zagal nos ofrecía con su bella voz, en una verdadera marcha nupcial, glorificando nuestra unión para la eternidad, bendiciendo así nuestro acto terrenal y nuestro matrimonio.

Sentí en mi interior de tal forma los arpegios de aquella melodía que supe que formaría parte de mis recuerdos el resto de los días, de modo que jamás podría volver a escuchar una canción asturiana sin rememorar aquel instante mágico en que Ricardo y yo nos unimos para siempre.

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