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Eduardo, mi amor

en Gays

EDUARDO, MI AMOR

Había notado preocupación en la cara de mi madre, cuando vestido de nuevo en el pequeño cuarto, especialmente reservado para desvestirse y guardar la ropa que había al lado de la consulta, salí para dirigirme a la mesa en la que el doctor, que me había auscultado y mi madre, también médico del mismo hospital, hablaban.

Noté interrumpían el tema de conversación, por el rostro de sorpresa que pusieron al verme acercar y comenzaron a hablar, simulando despreocupación, de cuestiones del servicio y de una reclamación que los médicos del centro habían hecho a la gerencia, en reveindicación de mejoras laborales.

Reinaba una temperatura más bien alta en todo el hospital, para conseguir que los enfermos, tanto en los boss, como los encamados, estuviesen confortables. Sin embargo cuando vi como evitaban seguir hablando de mis males, sentí un fuerte frío en la nuca, que se extendió después por toda la columna vertebral a lo largo de la espalda. Intuí que había sido algo importante lo que el doctor acababa de comunicar a mi madre.

Cuando llegué a su altura me senté en la silla vacía que había junto a la de mi madre, frente la mesa de despacho que se ocupaba el doctor Santisteban y fueron mis ojos los que interrogaron, a quien momentos antes había mirado mis analíticas y tocado y golpeado con un pequeño martillo mis articulaciones, para comprobar si reaccionaban bien mis reflejos.

- Estás perfectamente, Valen - me dijo sonriendo a mi requerimiento - un poco bajo de hematíes, de ahí el cansancio que notas. Buena comida, descanso, sol y algo de hierro que te voy a recetar y te sentirás fuerte muy pronto.

Miré de reojo a mi madre por ver como recibía estas palabras y vislumbré en su cara una sonrisa amarga, que intentó cambiar por otra risueña, cuando notó la miraba.

Vamos - me apuntó apresuradamente mamá levantándose - que Arturo tiene más pacientes esperando.

Salimos después que le diera las gracias y despidiera del compañero de hospital de mi madre, a quien conocía porque había cenado más de una vez en el "choco" o bodega de casa, que hay en la planta baja de nuestro chalet, donde solían celebrar, muchos médicos de aquel centro y amigos, algunas celebraciones, junto a mis padres.

Era la segunda visita que hacía al centro hospitalario. Había comenzado a notar, hacía más de un mes, un cansancio que no me parecía normal. A lo largo de mi vida he sentido cansancio, pero siempre después efectuar una actividad intensa, incluso algunas veces sentí falta de fuerzas o desgana, pero había sido de una manera pasajera y se había quitado al poco tiempo. Lo que había sentido esta vez, era totalmente distinto, se había apoderado de mí una sensación de laxitud y de falta de energía que me costaba siquiera moverme, notaba me faltaban fuerzas para continuar respirando y viviendo.

Al principio, aunque había leído no tenía ninguna relación, quise creer se podría tratar del excesivo número de masturbaciones que me hacía, por lo que resistí durante una semana sin tocarme "aquello". Cuando comprobé que lo que sentía no se pasaba, que seguramente iba a ser algo más importante que pajearse, lo dije en casa.

Mi mamá me llevó inmediatamente al hospital donde trabaja, explicó a sus compañeros mis síntomas y me chequearon en diferentes consultas. A la mayoría de los doctores que me miraron, los conocía de haberlos visto, bien en casa, o hablando con mis padres, por lo que las visitas se desarrollaron más como un "¿qué tal estás chaval?" que como una consulta médica seria.

A pesar de ello debió parecerles, lo que encontraron en mí, suficientemente importante, porque me sacaron sangre para analizarla cada cinco días y me dieron cita con el doctor Santisteban, que yo sabía hematólogo, para aquella misma mañana.

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Durante la vuelta a casa mamá conducía sin decir nada, miraba muy interesada el tráfico, como si todos sus sentidos los debiera dedicar a él, aunque en aquellos momentos era muy fluido, lo que me convenció que sus pensamientos estaban en otro sitio y más cuando soltó, durante la espera ante un semáforo, la mano del volante, la apoyó en mi muslo y lo acarició sonriendo sin mirarme la cara.

Al llegar a casa, quiso tranquilizarme a base de sonrisas, pero sin encontrar decir nada que me dejase tranquilo y disculpándose, por tener que volver al hospital a atender a sus enfermos, se marchó.

No sé si es bueno o malo poseer una biblioteca médica como la que hay en la salita pequeña, al lado de la cocina, porque, aunque no lo he dicho, mi papá también es médico, aunque de una especialidad diferente, él es odontólogo y tiene consulta particular en el centro de la ciudad donde vivo.

Rebusqué por la casa, como solemos hacer los chicos cuando queremos encontrar algo que nos interesa especialmente, a la espera de algunos de los informes que sabía habían dado en el hospital referente a mis consultas y por fin encontré, en un pequeño maletín de mano, que abrí fácilmente, porque aunque se cerraba mediante código numérico, al ser solamente de tres dígitos, fui haciendo las combinaciones posibles y tardé solamente veinte minutos en que saltara la tapa.

Todos los documentos de las auscultaciones y los resultados de los análisis estaban guardados dentro de un sobre, que abrí y revisé. Cada una de los especialistas por los que había pasado había rellenado un informe, que fui leyendo. Ponían en la parte superior mi nombre y los síntomas y abajo, lo que según su criterio podría padecer.

Así el primero que revisé fue el del urólogo porque también me habían mirado mi polla, genitales y metido el dedo en el recto, para comprobar creo el estado de mi próstata.

Por cierto cuando me metió el dedo en el culo, el doctor Ferrán hizo la clásica broma.

Te voy a hacer gozar.

¡¡ Que coño podría imaginarse él que estaba diciendo la verdad !!

Me reí cuando lo hizo y no me atreví a contestar lo que pensaba.

Mete lo otro y ya verás si gozo entonces.

El informe de urología ponía en la zona de las conclusiones que todo era normal en mis genitales.

- ¡¡ Menos mal !! - pensé aliviado.

Los otros informes, que leí muy interesado, no tenían mayor importancia porque todos hablaban de normalidad absoluta hasta que llegué al de hematología. Como dato más sobresaliente avisaba de la pequeña cantidad de hematíes y alta de leucocitos que tenía mi sangre. Era este departamento el que había mandado analizarla cada cinco días y allí aparecía copia de todos los análisis que me habían hecho.

Comparé rápidamente los dos factores en todos los análisis. En el primero no llegaba a tres millones los hematíes que tenía y en el último pasaba poco de dos millones.

- ¡¡ Estoy perdiendo glóbulos rojos con rapidez !! - me asusté.

Comprobando los glóbulos blancos, también habían bajado. Tomé varios libros de la biblioteca y busqué cuales debieran ser las cantidades normales y lo que podían significar estos síntomas. Los libros decían que la pérdida de hematíes era un factor muy peligroso, no así el de leucocitos que marcaba como positivo, porque señalaba iba desapareciendo la posible infección que pudiera tener.

Seguí leyendo durante un rato todo lo que escribían aquellos librotes y llegué a la conclusión de que yo podía tener una leucemia. Todos los síntomas coincidían con aquella terrible enfermedad. De ahí, pensé, la preocupación de mi madre, sus miradas cruzadas con el doctor Santisteban y su falta de información al llegar a casa.

- De haber tenido una nimiedad seguro me hubiera rayado con sus explicaciones y recomendaciones de cuidarme y comer más.

¿Qué se siente cuando se llega a la conclusión que se tiene una enfermedad grave como es cáncer en la sangre? Sinceramente nada, parece que la palabra cáncer pierde todo su maligno significado que ha tenido hasta entonces, que es algo tan lejano a ti, que si no fuese porque físicamente me sentía mal en aquellos momentos, me hubiese hasta reído de que fuese yo el que pudiera padecer eso tan terrible, de lo que hablamos siempre en voz baja cuando ocurre a los demás.

No sentía nada pero era tal mi laxitud, cansancio y falta de ganas de vivir en aquellos instantes, que me quedé sentado, con aquellos papeles en la mano, durante un largo rato con la mente totalmente en blanco. Guardé después todo, me eché extendido en el sofá donde los había mirado y esperé hasta el mediodía que vinieran mis padres.

Algunas veces, a la salida del hospital, mamá solía pasar por la consulta y llegaban los dos juntos.

- Este parece ser uno de esos días - me dije al verles atravesar el jardín, aunque que seguramente esta vez no era casual, que había pasado por donde papá, a explicarle las noticias de mi visita al hematólogo.

Entraron directamente al salón. Era raro que papá no hubiese pasado por donde yo estaba, como solía hacer siempre al llegar a casa, saludándome con alguna frase cariñosa. Al cabo de un rato mamá pasó a buscarme a la sala donde estaba había estado echado.

- ¿Como te encuentras? - me preguntó.

- Bien - contesté sin levantarme del asiento.

¿Puedes venir un momento al salón?, queremos hablar contigo - me pidió.

Asentí, me ayudó a elevarme y pasamos donde estaba esperando papá, de pie, mirando al jardín por la cristalera que da a la piscina, muy pensativo y con una cara en la que se podía comprobar una extrema preocupación.

Noté no sabían como empezar a decirme lo que creía yo saber, hasta que fue mi mama la que comenzó.

El doctor Santisteban te ha visto bajo de hematíes, eso quiere decir que tienes una anemia. No se sabe de donde proviene. El que también tengas altos los leucocitos puede representar, que de alguna manera, tienes una infección interior que la produce y que debemos cortar.

Queremos asegurarnos que no tienes algo más grave. Como papa va a ir a un congreso de odontólogos a México, donde presenta una ponencia, hemos pensado que podría acercarte a Houston y que te miren allí debidamente. Ese debes de saber que es el mejor hospital para . . .

-Sí, diagnosticar el cáncer - la interrumpí - ¿Es leucemia mamá? - pregunté casi sin voz.

Se quedó cortada porque no esperaba esa reacción por mi parte y menos que dijese esa terrible palabra, antes de que ella continuase explicándome.

No lo creemos, pero es lo que deseamos descartar - miró a mi padre que asintió con la mirada - Aunque deseamos decirte en todo momento la verdad, no queremos mentirte en nada sobre lo enfermedad que puedas tener.

Si lo fuese, cosa que desgraciadamente no podemos descartar, podrías hacerte un transplante de médula. Eres muy joven y habríamos encontrado a tiempo el mal.

Solo recuerdo que me eché en sus brazos llorando y que abrazada a mí lloraba también mi mamá, mientras papá salía al jardín abriendo la puerta cercana a donde estaba, para que no le viéramos, que gruesas lágrimas también le resbalaban por su rostro.

 

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Estuve mucho rato encerrado en mi habitación llorando, no tanto por el miedo que sentía a la enfermedad que pensaba tenía, sino porque había visto lo que mis padres me querían y pensaba lo que estaban padeciendo.

Cuando pasado el mal momento, la cordura volvió a mí, calmado, recordé que mama habló de la posibilidad de que pasara por México. Olvidando el motivo principal de aquel viaje, ante la posibilidad de visitar ese país, el corazón saltó alegremente en mi pecho,

Había algo importante que me había ocurrido últimamente con respecto a esa nación. Siempre me ha gustado escribir historias o relatos. Últimamente parte de mis escritos, los de tema gay principalmente, los estoy presentando en una Web llamada todorelatos.com. Esto ha hecho que muchas personas me escriban o que directamente, me pidan les añada a mi lista de amigos en el msn.

Entre esas personas había varios de nacionalidad mexicana. Habían sido estos los más atentos al presentarse, los que mayores elogios me habían dispensado y con los que más veces había intercambiado mail amistosos. Uno de los primeros chicos mexicanos que conocí por medio del esa Web, vivía en Tampico (Taumalipas), donde también habitaba un maravilloso chavo, que conocía desde hacía mucho tiempo. Le siguió otro de la costa del Pacífico, de Sinaloa, y después otro del istmo y así muchísimos más, el último de ellos hace tan solo dos días, vive en México DF, se llama Alan y es también muy simpático y atento. Fui ubicándolos a todos en el mapa de esa nación que busqué en uno de mis atlas.

No he sido capaz de retener la mayoría de los nombres de los estados o de las ciudades que viven, porque aunque son, por su sonoridad, unos preciosos nombres, dado su origen indígena, son difíciles de pronunciar o retener para mí.

El que haya gente a la otra parte del mundo que hable tu idioma, que te lea y entienda lo que escribes, me causa una sensación difícil de definir es una mezcla de orgullo de escritor y un sentimiento de igualdad entre los seres, un acercamiento entre los diversos pueblos que me satisface y llana enormemente. Pero es que además los mexicanos, que había ido contactando, habían ganado un lugar en mi corazón por la manera tan sencilla y noble con que habían actuado.

Buscaban en mí la persona, no al escritor de relatos gay más o menos pornos. Eso me emocionaba. En cambio más de la mitad de los que me escribieron de América del sur buscaban hablar solamente de sexo y los hubo que me quisieron utilizar, como si yo fuese solamente creador de frases guarras, para su solaz. A estos últimos les negué mi amistad.

De pronto surgió un día en mi ordenador el nombre de Eduardo. Este nombre tiene agradables reminiscencias en mi cerebro. Uno de mis primeros amigos en la red con el que intercambié frases sexuales y amorosas, un poco subidas de tono, fue hace ya varios años, se llamaba así y vivía cerca de Madrid. Una equivocación por mi parte, que él pensó fue falta de confianza, rompió nuestra amistad.

Quizá por su nombre, por la forma tan educada de expresarse o no sé por qué, aunque es difícil, en muchas ocasiones, buscar el por qué de las cosas, este chico me gustó mucho desde el principio.

Utilizar esta palabra entre los gays significa que se le quiere pedir que comparta contigo unos momentos agradables gozosos y sexuales, que sirvan para enardecerte y calentarte y si la ocasión es propicia, estás solo en casa delante del ordenador y sabe calentarte lo suficiente, llegar a masturbarte solo o a la vez de él, intercambiando frases encendidas.

El no tener que hacerlo solitario y buscando recuerdos placenteros que te animen, que es como lo hacemos desgraciadamente todos, la mayoría de las veces, es lo mejor que te puede pasar para este acto tan solitario e íntimo.

En todo este para mí desgraciado día, era el primer pensamiento agradable que pasaba por mi mente.

Voy a tener la posibilidad de pasar unos días en México y poder conocer a algunos de estos amigos - aunque enseguida me corregí - para conocer a Eduardo que era el que realmente más me interesaba llegar a conocer, tocar, besar y darme por entero.

Para ello era necesario que en Houston no me diagnosticaran algo tan maligno que me obligaran a quedarme allí, o que la necesidad de hacer un examen minucioso de mi cuerpo, me obligase a ingresar varios días, mientras mi padre iba a México al congreso.

Como papa, al tener consulta propia, podría ajustar las fechas de vacaciones del personal, que era a lo que pensaba hacer, para tener días libres para el viaje, pensé que era el momento de pedir algo para mí, sabiendo me lo concedería si era posible.

Papa tengo un especial deseo de ir a México, he hecho un allí un amigo que estará muy contento de invitarme unos días en su casa - le comencé a explicar a la noche cuando cenábamos los tres en el comedor de diario - Si en Houston dicen que tengo que ingresar, tanto para someterme a una revisión, como para hacerme una intervención, no voy a poder ir a verle. Quisiera que primero vayamos a México y después a ese centro. ¿Podremos hacerlo así? - pregunté ansioso mirándole a los ojos y esperando una respuesta afirmativa.

Mi padre, debió de verme una cara tan esperanzadora que me preguntó interesado.

¿Ese amigo es muy importante para ti?

Si, es un ser maravilloso.

Por la cara creo puse y porque me había salido esta palabra que no es la más adecuada para describir a un amigo, sino eres lo que yo soy, un homosexual. mis padres se miraron entre sí al oírla, no la comentaron, pero aquella mirada que se intercambiaron, me sirvió para darme cuenta que sabían que era gay y que el amigo que quería visitar, era de verdad, muy importante para mí.

Lo arreglaremos como quieres hacerlo - me prometió mi padre, mirándome fijamente porque seguro mi rostro mostraba totalmente mi pensamiento, con una sonrisa de complicidad, amor y de ánimo en su cara, que me hizo le quisiera y respetara más, si ello era posible.

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Se preparó el viaje de acuerdo a las indicaciones del doctor Santisteban, que pidió ayuda y asesoramiento a unos cuantos colegas. Mi padre tuvo que desplazarse hasta Barcelona al hospital S. Paúl con una carta de recomendación, desde donde gestionaron las fechas de mi consulta en Houston.

En este centro barcelonés gracias a las aportaciones y al tesón del tenor de ópera Carreras, que sufrió una dolencia similar a la que se temía tuviese yo, y que después de operado de un transplante de médula sanó, ha creado una sección, que con la dirección y asesoramiento de Houston, atiende casos similares en España y que nos ayudó a ser recibidos en ese hospital de EE.UU.

Iríamos antes a México, mi padre asistiría al congreso que dirigía el doctor Rosetti, en el que mi papá iba a exponer sus estudios sobre implantes dentales y dirigir una mesa redonda, mientras yo permanecería en casa de Eduardo. Después, a la fecha que teníamos cita en Houston, nos acercaríamos al hospital para que diagnosticaran mi mal.

Durante los días que faltaban para la marcha me trataron la anemia, subí mi proporción de hematíes y me encontré mejor físicamente, lo que repercutió en mi ánimo, que lo tenía ya elevado al pensar que conocería a mi querido Eduardo.

Mamá, siempre optimista, me decía de continuo que seguramente en ese hospital, tan reconocido mundialmente, me dirían que solamente tenía una anemia, que se curaría enseguida, en vez de la terrible enfermedad que yo y se también ellos, temían.

Le contestaba para tranquilizarla que seguramente tenía razón y me mostraba contento, porque ya no me importaba que mi dolencia fuese grave e incluso pudiese morir si había contemplado la cara y el cuerpo de mi adorado y había llegado a poder tener sexo con él.

Tomaríamos un avión en el aeropuerto de Asturias en Avilés, a las siete y media de la tarde del último sábado del mes de julio, para llegar a Barajas alrededor de las nueve y en otro más amplio, un Jumbo de la compañía Iberia, partir hacia América alrededor de una hora después.

Le decía a mi madre mientras esperábamos en la sala correspondiente del aeropuerto avilesino.

Porque deseo compartir con papá el viaje, quiero visitar México, sino no iba y me quedaba contigo, me encuentro perfectamente y creo que todo ha sido, como tú dices, una falsa alarma.

¡¡ Qué bien mi amor !!, pero no dejes de tomar lo que te ha mandado el doctor Santisteban - me contestaba, mientras intentaba no demostrar el nerviosismo que la asistía.

La despedida a mi padre, más que decirle cosas para él, fue para recordarle todas las atenciones que según ella, yo necesitaba mientras estuviese a su cuidado.

Cuídale, que tome todo, infórmame continuamente como está, ¡¡ no le fuerces !!, ¡¡ qué no se canse !!.

Hubiera preferido que la atención de mama, hubiese sido dirigida más a mi padre, que a mí, aunque al final, cuando entregábamos la tarjeta de embarque e íbamos a salir hacia la escalerilla del avión, oí detrás de mí.

- Y tu también ten cuidado - le recomendaba a mi padre dándole un ligero beso.

Con una bolsa colgada del cuello, bajo la vigilancia atenta de mi progenitor y sabiendo que tras los cristales quedaban los ojos llorosas de mamá salimos de Asturias.

La salida de Madrid fue más fría e impersonal. Volaríamos en un avión Jumbo de la compañía Iberia que partía a las 22:32 con destino a México DF donde llegaríamos . . . . no lo sé, porque allí vivían casi siete horas adelantados de nosotros.

No habíamos comido nada en el aeropuerto porque nos servirían una cena en el avión, pero cuando pusieron algunos alimentos delante de mi rostro no pude meter nada en mi cuerpo. A instancias de papá, porque tenía que tomar unos medicamentos, medio engullí algo dulce que había en la bandeja, para no tener el estómago vacío cuando las grageas llegaran a él y me dispuse a ver una película que iban a proyectar.

Había viajado varias veces en avión pero siempre distancias cortas, no superiores a hora y media de vuelo, y pasar toda la noche allí arriba, en un artefacto tan grande como un tren, me imponía, pero no quise delatar ante mi papá esa preocupación e intenté dormir, a lo que contribuyó el "petardo" de película que tuvieron la amabilidad de pasarnos.

Cuando llegamos al aeropuerto de la Ciudad de México no sabía que hora era, había perdido la noción del tiempo, había dormido a ratos, soñados otros y pensado los más. Me había retornado la debilidad y no me encontraba en las mejores condiciones físicas. Estaba peor que cuando había salido aquella tarde de mi casa de Asturias. Me limité a seguir a mi padre que era más ducho en estas lides de viajar y hasta que no estuvimos en un taxi que nociva a llevar al hotel no hablamos.

- ¿Cómo te encuentras? - me preguntó interesado, sentado a mi lado, preocupado porque seguramente mi cara mostraba que tenía ganas de devolver y que sentía un fuerte desfallecimiento.

Contento, pero no muy fuerte - contesté evasivo sin dirigirme directamente a él.

No has cenado, ni desayunado en el avión, tienes que estar mal por ello.

Será eso - contesté, pero temiendo que el estado tan débil y desalentador que había padecido el mes anterior volviese,

Ahora que me iba a encontrar con mi amor, con mi querido Eduardo, quisiera encontrarme fuerte - es lo único que pensé

Desde España le había escrito a mi querido mexicano un montón de mails teniéndolo al corriente de todo lo que iba a hacer. Me esperaba en su ciudad donde pasaría los cinco días que mi padre me dejaba libre. No le había permitido que se acercara a la capital azteca a recogerme. Me había indicado minuciosamente la manera de acercarme hasta su casa, los medios de comunicación de que disponía y hasta los horarios que estos tenían y teníamos planeado mi viaje y a petición mía, nuestro encuentro, hasta en los más pequeños detalles.

Debería salir a las 14:30 de Ciudad de México en un tren y nos encontraríamos en la estación de . . . ., perdonarme no dé detalles del departamento, ciudad, nombre completo o correo de Eduardo, no quiero que nadie sea capaz de localizarle.

Cuando en el hotel me duché, comí algo, tomé las medicinas que necesitaba y descansé un par de horas recostado en un amplio butacón, estaba bastante recuperado para ir en busca de mi amor.

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Cuando el tren entraba en la estación de destino eran las 19:50, como en España tenía un pequeño desfase de horario. Estaba nervioso, deseando ver a Eduardo y temeroso de que no le gustase, a primera vista, que suele ser la que después perdura y se recuerda.

Rememoré su último mail

- "Llevaré pantalones cortos, por debajo de la rodilla, tipo bermudas, de color blanco, camisola roja y debajo del brazo derecho un libro de Stephen King".

Me reí al recordar el que le puse de contestación.

"No necesito decirte como voy a ir vestido, cuando veas a un chico muy feo, con cara de despistado, que se baja al anden, ese soy yo"

Después, ya en serio, le puse otro especificando como vestiría y lo que llevaría en la mano y un cúmulo de detalles de manera no tendría dificultad en encontrarme.

Así sucedió. No había bajado aún al andén, estaba en la puerta mirando la gente que había esperando el tren, con mi saco a la espalda, dispuesto a bajar cuando se parase del todo cuando oí gritar.

Valeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen

Salté la escalerilla como un loco y me abracé a un chico moreno, guapísimo, que me abrió los brazos para que me cobijase en ellos.

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Estoy acostado en un cómodo lecho, totalmente despejado, sin sueño, aunque me metí en él hace ya bastantes horas. No sé si Eduardo, en el de al lado, también está despierto. No quiero hablar, porque sé que en todos los relatos gays en los que sucede una situación semejante, el de la cama de al lado, tampoco duerme, espera, hablan, se dicen de nuevo cosas calientes y terminan en una sesión de sexo desaforado y no deseo suceda ahora eso.

Bueno, si lo deseo, pero no quiero suceda. Explico el lío de estas contradicciones. Desear hacer sexo con Eduardo lo deseé desde que le vi en la estación, y me abracé a él, cuando avanzaba detrás y miraba aquel culo que se movía bailarín delante de mí, cuando iban pegadas nuestras piernas en el asiento trasero del coche que tomamos, cuando nos miramos, nos reímos, nos abrazamos y nos besamos por primera vez escondiéndonos para que nos viera el chofer.

En todos los momentos, desde que llegué, lo deseé ardientemente, mientras me presentaba a los de su casa, me enseñaba su hogar, su habitación donde estamos ahora, el ordenador desde donde hablábamos y durante todos los minutos que llevo a su lado.

Pero por la emoción, por el viaje, por los medicamentos, por mi posible y terrible enfermedad, sentía que me iban a fallar las fuerzas, que no iba a ser el amante ideal que Eduardo esperaba encontrar y le pedí dándole otros motivos etéreos que postergáramos hasta por lo menos al día siguiente cualquier acercamiento de nuestros cuerpos.

Quiero degustarte de una manera sosegada, te deseo tanto, estoy tan ansioso de ti, que mis testículos derramarían rápidamente mi semen en cuanto iniciáramos algo. No quiero eso y creo que tú tampoco lo quieres. Gocemos primero de los preámbulos, de las caricias, del amor, de los sentimientos, dejemos pasar el impulso animal, hagamos prevalecer la mente sobre el cuerpo, usemos la boca solo para hablar, mientras nos acariciamos, contándonos nuestras vidas anteriores.

No sé si era lo que él pensaba que yo debiera hacer pero lo aceptó.

Cuando ya solos, nos encerramos en la habitación donde íbamos a dormir, tendidos sobre el lecho, apoyada su cabeza sobre mi estómago, nos hicimos miles de caricias, miradas amorosas y frases de amor, mientras le metía mi mano entre su negro pelo, le pasaba amoroso mis dedos por su rostro y pecho, circunvalaba sus pezones o me doblaba, de vez en cuando, para posar mis labios sobre los suyos, hablábamos, nos contábamos nuestras vidas hasta el momento de conocernos, recordábamos palabra por palabra, todo lo que nos habíamos dicho por el msn y lo que habíamos sentido al vernos.

Tuve que contenerme y posiblemente Eduardo también lo hizo, por no arrancar aquel pijama que le cubría y ponerme encima de él y, con los cuerpos unidos, dejar actuar libremente nuestro deseo.

Ahora que ha pasado ese momento difícil de la contención de los instintos, me alegro de haberlo hecho así, porque mañana me sentiré mejor y porque Eduardo al momento de separarnos, para meterse en su cama, me dijo emocionado.

- Valen me alegro que esta primera noche se haya desarrollado así. Veo me quieres, me amas a mí, no solo mi cuerpo te interesa, te atraigo como ser humano, como persona, gracias mi amor

Si supiese lo que me había costado contenerme.. . . .

Al día siguiente es cuando noté el cansancio del viaje, el cambio de horario, la altitud sobre el nivel del mar de la ciudad de México. Tuve la suerte que la familia de Eduardo fuese entera a pasar el día en el campo a un rancho de unos amigos suyos y nosotros también les acompañamos. Pasamos allí toda la jornada, solos pudimos estar solos algunos minutos que pudimos separarnos del grupo sin que lo notaran y que aprovechamos para acariciarnos, besarnos y declararnos nuestro mutuo amor.

Como el rancho estaba a bastante distancia y salimos ya de noche de allí, cuando llegamos a casa y nos pudimos acostar estaba tan rendido, tan falto de fuerzas, que si Eduardo me llega a pedir me metiese en su lecho, no sé qué le hubiera podido decir.

No sé si él estaba también cansado y aunque vi en sus ojos el deseo que tenía de estar conmigo, no me dijo nada cuando le di las buenas noches.

Descansa, amor. ¡¡ Hasta mañana !!.

Esperaba fuese yo el que tomase la iniciativa. En aquellos momentos le quería aun mucho más por la manera tan maravillosa como se estaba portando conmigo.

Nuestro ayuntamiento, nuestro contacto físico tendría que ocurrir la tercera noche de mi estancia. Al cuarto día a primeras horas de la tarde tomaría el tren de nuevo hacia la capital del estado donde me esperaba mi padre. Durante la cena nuestras miradas se cruzaron varias veces y cuando ocurría, nos sonreíamos tontamente. Sabíamos ya que tendría que ser aquella noche, cuando después de acariciarnos, besarnos, declararnos amor eterno, uniríamos nuestros cuerpos.

Nada más entrar en la habitación, Eduardo cerró la puerta y se lanzó a mis brazos, que tenía ya abiertos para acogerle. Nuestras bocas se buscaron locamente y cuando nuestros labios se pusieron en contacto, salieron las lenguas, succionaron las saliva y las palabras que entrecortadas querían salir de nuestras gargantas.

- Te amo - conseguí decir al librar mis labios.

-Eres el motor de mi vida - me empujó, riéndose de la cara de extrañeza que había puesto al oír esta frase y contestarle señalando mi bragueta.

- Este motor solo tiene este cilindro - se lo señalaba.

Riéndonos de una manera enloquecedora, caímos abrazados encima de mi cama. Al pronto nos quedamos serios, separamos un poco el cuerpo para podernos colocar nuestros rostros, frente a frente, para poder mirarnos.

- ¡¡ Dios mío !!, ¿se puede ser tan feliz? - me dije admirando aquella morena y oscura cara, donde unos brillantes, negrísimos y rientes ojos, me observaban.

Murmuró al poder contemplar de cerca mis ojos marrones que le transmitían todo el amor que soy capaz de darle.

Eres muy bello, Valen

Mi boca fue acercándose lentamente a la de Edu, que hizo lo mismo con la suya y cuando nuestros labios se encontraron, en un beso eléctrico, saltó una chispa, un rameado relámpago iluminó el firmamento, una tormenta de rayos encendió la noche, un castillo de fuegos artificiales alumbró la ciudad y todo el universo estalló, a la vez, sobre México que quedó inundado de una luminosa y brillante luz. Fue el más largo y mejor beso que había dado y recibido nunca.

Nos agarramos y revolcamos hasta caer al suelo, donde los labios tuvieron que separarse para que los pulmones, exhaustos, recuperaran oxígeno, aunque imantados se unían de nuevo, se quedaban pegados, permitiendo rozar nuestras lenguas, mezclar nuestras salivas, encender nuestros deseos, dirigir nuestras manos en ansiosa busca, palpando nuestra caliente y sudorosa piel.

Me sentía con suficientes fuerzas esta noche, cosa que agradecí al medicamento que tomaba. Lo único que no deseaba era, que mi adorado Eduardo no se diera cuenta que me fallaba la salud.

Los preámbulos, las caricias y las frases cariñosas habían sido utilizadas y agotadas las dos noches anteriores, hoy tenía que desarrollarse la verdadera unión entre nosotros la comunión de los cuerpos.

Indudablemente necesitábamos una iniciación, un empiece, una forma de guardar, por lo menos ciertas normas, pero rápidamente olvidadas estas por el deseo tan arrollador que sentíamos, tomé la verga de mi amado e inicié una sublime mamada.

Mojé primeramente con mi lengua todo su tallo, antes de dedicarle atención al glande que lamí locamente después, mientras mis manos agarraban y acompasaban las nalgas morenas de mi amor, a los movimientos de mi lengua.

Después arrodillado, metida en mi boca toda su polla la hice deslizar desde mis labios hasta la garganta, mientras Edu agarraba trémulo mis cabellos y dirigía los movimientos de mi cabeza para que su polla entrase hasta el fondo y no se separase de los labios de mi boca, en el movimiento de retroceso.

Gozamos así los dos durante un rato esta posición hasta que deseosos de probar todas las maneras posibles del sexo, cambiamos nuestras posiciones.

En cuanto noté mi pene en su cavidad, ensalivada y caliente, sentí estremecimientos de placer bajo mis testículos, que le pedí acariciara a la vez que me chupaba la verga.

Sus suaves dedos pasaron y repasaron esta sensible parte de mi anatomía y comencé a gemir sin evitarlo, calladamente para que la familia de mi amor no nos oyese cuando se retrasaron y buscaron mi agujero.

Deseaba que Eduardo me hiciera feliz y usara mi cuerpo de la manera que quisiera, pero quería también que lo fuera él. A veces le mandaba parar, para poderle repetir sobre su cuerpo lo que me acababa de hacer.

Hubo un momento, que tumbados en la alfombra, para saciar nuestras hambrientas bocas, hicimos durante un rato, un 69 sublime, placentero y delicioso como nunca anterior había disfrutado.

Estábamos llegando, en nuestro hacer sexual, al punto que se unieran nuestros cuerpos. El breve descanso que nos permitimos mientras cambiábamos las posturas y posiciones nos permitieron, arrodillados uno frente al otro, acariciar de nuevo nuestros sudorosos cuerpos y darnos un beso, pero esta vez más de amor que de deseo.

Quiero Valen seas tú el que penetres en mi cuerpo, qué me des tu semilla, qué te derrames entero en mí. ¡¡ Mi cuerpo es enteramente tuyo !! - me pidió mi cariño, demostrándome de nuevo su entrega y amor.

Aunque a algunos les parezca que no digo verdad, soy virgen a pesar de la edad que tengo. Ocasiones para dejar de serlo comprenderéis he tenido muchas a lo largo de la vida pero es que para mi la palabra follar o coger no existe. Yo siempre lo he llamado en mi interior "hacer el amor", para mucha gente una manera cursi de expresar la unión corporal, entre dos mamíferos, pero no para mí.

Cuando alguna vez lo he llamado así ante amigos y conocidos en internet habré recibido asentimientos y sonrisitas al leerlo en la pantalla, pero para mi forma de verlo ese acto encierra no solo un intercambio de jugos sino la culminación del amor entre dos seres

Pienso que es una entrega, una dádiva de todo lo que los mortales consideramos más importante, nuestro poder de creación, de dar vida, de masculinidad.

Así mismo, si el que lo recibe, lo entiende así, que es el receptor del amor que le entregan y no como un frotamiento de algo duro en su recto y empuje sobre su próstata que le produce un cosquilleo de placer, el misterio del ayuntamiento se produce entre los enamorados.

Indudablemente he estado en otras ocasiones con chicos, nos hemos acariciado, besado y masturbado pero nunca he permitido que me sodomizasen y tampoco lo hice a ellos.

Entregar mi cuerpo, siempre lo he tenido muy claro, sería solamente a la persona de quien esté enamorado y sin criticar la manera de actuar de nadie, Eduardo para mi suerte, había pensado lo mismo que yo y también era virgen para poder entregarse a mí.

Por ello, al oír estas palabras, valoré en su justa medida lo que encerraban. ¡¡ Se me entregaba porque me amaba !!. Es ese momento solo temía no saber estar a la altura suficientemente y no saber hacerle feliz y que nuestra falta de conocimiento en la materia, estropease este momento tan maravilloso en nuestras vidas.

A partir de ese momento, más que acariciarle le ungí con mis manos, más que besarle le adoré, como se hace a un dios pagano, al que se desea entregarse en cuerpo y alma. Era mi dios, que me esperaba tumbado encima de su lecho, como si fuese el ara de un altar, dispuesto a entregarse y recibirme.

Temblaba azorado cuando le di vuelta, separé sus piernas morenas y apareció su culo, duro, elevado, turgente, redondito, cortado al medio por una hendidura de piel más clara que el resto del cuerpo de mi amor, que mis manos abrieron en busca de su escondido, guardado, reservado para mí, agujero del tesoro, que noté palpitaba de deseo intentando abrirse.

Por el movimiento que presentaba su esfinter y lo mojado de mi pene, quizá no necesitábamos lubricante, pero no quería que mi amado sufriese ningún dolor, solo deseaba disfrutara del mayor placer posible, por lo que unté la zona, de una crema que había transportado directamente desde España guardada entre lo necesario para mi aseo en mi maletín.

Si sientes dolor me avisas, mi amor - le advertí antes de empezar.

De ti no me importa sentir dolor, se transformará dentro de mí, en placer - contestó amoroso.

Le besé repetidamente en la nuca, cuello y orejas y a la vez fui tomando la postura que me ayudara a unir nuestras carnes. El empiece, la iniciación de la entrada de mi pene en su ano fue fácil, resbalaban nuestros órganos en contacto. Cuando empezó la necesidad de que mi verga buscase camino y apreté mi cuerpo contra el suyo, Eduardo gimió.

¿Paro? - pregunté.

No, sigue por favor, aprieta, atraviesas esa barrera, rómpeme entero, penetra en mí.

La excitación de mi amor, unida a mi deseo y al aguante del dolor que le pudiera ocasionar, hicieron el resto y mi polla penetró hasta el fondo, en aquel tostado, morenito y bello cuerpo que tenía debajo.

Continuamos nuestra lección de amor, Eduardo me ayudaba con sus acompasados movimientos y el placer que yo estaba sintiendo hizo que me olvidara de mi estado, que aumentara mi ímpetu, gastase mis pocas energías en reserva y me derrumbé agotado y exhausto encima de él.

¿Te has corrido? - me preguntó - no he sentido entrar tu semen.

No, descanso, porque quiero alargar este momento - disimulé mi cansancio.

Tuve el cuidado de que mi polla no se saliera y durante esos segundos que me concedí, mientras recobraba el aliento, fui consciente de que una parte de mi cuerpo si perduraba en este mundo pertenecería para siempre a Eduardo.

Cuando me recobré, continué aunque más lentamente, busqué darle otro tipo de estímulos a mi amado, así cuando mi polla llegaba al tope de la entrada, le acariciaba, le besaba, le pellizcaba amoroso en el culo y hacía que mi cuerpo diera un empujón adicional, que me dijo le causaba terrible placer.

Al derramarme roto, convulso y desmadejado, sentí una enorme felicidad al oír sus palabras.

Ahora sí, noto que tu vida entra en mi cuerpo. Me has hecho muy feliz mi amor.

Mientras recuperábamos las posiciones normales, conseguí disimular mi agotamiento, el terrible esfuerzo que para mí había resultado el amar a mi querido Eduardo y desnudos como estábamos felices y abrazados quedamos echados sobre el lecho donde nos dormimos.

Cuando amanecía me desperté, continuábamos destapados. Había sentido el frío mañanero en mi espalda que me hizo estremecer. La parte delantera de mi friolero cuerpo se había asido al caliente y juvenil de mi amor que seguía abrazándome. Cuando me moví también se despertó Eduardo. Nos besamos si decir nada. Nuestras miradas decían todo el amor que nos teníamos. Era un acto de agradecimiento mutuo por lo que habíamos intercambiado la noche anterior. Mis manos bajaron hasta encontrar sus calientes nalgas y atraje su cuerpo hacia el mío. Nuestros sexos, ya parados, se pusieron en contacto.

Quiero que me penetres Eduardo - le dije muy quedo al oído.

Sonrió agradeciendo mi ofrecimiento

¿Lo quieres de veras mi amor?

Sí, deseo llevarte dentro de mi cuerpo.

No conocía, mi adorado, el terrible significado que yo daba a esta frase, como el que di, cuando la noche anterior al derramarme yo, me dijo.

Noto que tu vida entra en mi cuerpo.

Pensé que quizá nunca lo llegaría a saber.

Había recuperado parte de mis fuerzas durante la noche y debido también a una dosis superior de medicina que había tomado a la que el doctor Santisteban me había pautado.

Pensé además que el esfuerzo de recibir a mi querido amor, sería inferior al que yo había desarrollado la noche precedente. Así fue y aunque no quise aparecer como excesivamente pasivo, los gastos energéticos fueron más para Eduardo que para mí.

Repetimos la operación que hicimos a noche precedente pero a la inversa, ahora fui yo el que mordió la sábana por no mostrar el dolor que la verga, en su avance por el recto, me producía. Cuando consiguió penetrar entera, calmado el dolor producido, un placer inmenso me inundó. La notaba entrar y salir de mi cuerpo y su rozamiento me producía un intenso placer sexual

Pero esa sensación, comparada con la que sentía al comprender que era mi Eduardo, el que tenía parte de su cuerpo en contacto con mi organismo interno, era una gota de agua en un baso lleno de líquido.

Cuando a borbotones derramó en mí su lefa, pensé que aquella iba a ser la mejor medicina que mi cuerpo necesitaba y me prometí, que si tenía la suerte que en Houston me diagnosticaran algo leve o que siendo grave, pudieran hacer algo por mí, volvería al lado de Eduardo al que me entregaría totalmente y del que no me alejaría nunca.

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