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Diez minutos con el quijote

en Gays

DIEZ MINUTOS CON EL QUIJOTE

Poseo una pequeña radio que solo se puede oír por medio de unos sencillos auriculares que vienen unidos a ella. La utilizo cuando, metido en la cama, escucho los programas deportivos de la noche. Suelo resistir sin dormirme hasta su terminación y después de las noticias que leen a esa hora, al acabar el día, la apago, busco postura y me duermo benditamente.

Hace unos días antes de escuchar la melodía que señala la terminación de las noticias de las doce de la noche y por lo tanto la desconexión del aparato, escuché una voz masculina que decía.

Oigamos ahora diez minutos de lectura del Quijote.

De la lectura de este grandioso libro opino como lo hacía, en un principio, García Márquez. "Me aburrían las peroratas sabias del caballero y no me hacían la menor gracia las burradas del escudero, hasta el extremo de pensar que no era, el que leía, el mismo libro de que tanto se hablaba".

Cuando yo tenía dieciséis años realicé lo que el insigne escritor colombiano hizo "me esforcé por tragármelo como un purgante a cucharadas". Lo conseguí terminar, pero sé que lo hice para poder presumir ante mis conocidos de haberlo ya leído, cosa que muchos dicen haber hecho sin haber posado una sola mirada en sus líneas, aunque encontré en él muchas menos satisfacciones que en otros libros de todo tipo que leía vorazmente en aquellos años.

Esta noche me dije al escuchar al locutor.

Quizá leído por otra persona, que sepa hacerlo mejor que yo, sienta esa emoción que algunos dicen alcanzan con su lectura.

Por lo que me abstuve de apagar la radio y uno de los pequeños auriculares siguió metido en mi oreja.

El locutor que pensaba leernos durante diez minutos un paraje del Quijote, inició su lectura. Poseía una bonita voz, sabía hacer las pausas necesarias y dar la entonación debida como corresponde a un profesional de la comunicación oral, pero no fue esto lo que me enganchó a seguir escuchando. Fue una palabra que parece utilizó Cervantes, que yo, de mi rápida y desganada lectura de hacía dos años, no recordaba usase, aunque quizá en aquel entonces tampoco conocía el significado, que el lenguaje vulgar en la zona donde vivo actualmente, daba a la misma.

Se trataba del vocablo "aguarón". A partir del momento que la escuché puse más atención a lo que desgranaba el locutor en la noche. Es una palabra que se utiliza en Asturias, no sé si también en el resto del país, para designar una rata macho grande a la que se ha conseguido evitar por cualquier medio, tenga descendencia. Por antonomasia, la misma se utiliza, entre el vulgo, como sinónimo de maricón, es decir el macho que no sirve o no desea procrear a una hembra.

Voy a transcribir todo lo escuchado del Quijote que ese día eligió la emisora que tenía sintonizada, para ser leído a sus oyentes.

 

- - o o o - - -

 

Amigo Sancho, antes de nuestro nacimiento no tenemos poder para cambiar a voluntad lo que la sabia naturaleza haya decidido a cada uno de nosotros dotarnos en un futuro y que marcará lo que seremos cuando avancemos en el desarrollo de nuestra vida.

Si decide que nazcas rubio, roxu serás y si moreno tu cabello tendrá ese color hasta el inicio de tu vejez. Si el esqueleto de una persona lo diseñó, la que elige nuestras facultades, fuese largo, esta será alta y esbelta como yo y si pensó meter su carne en uno corto o encogido, el que nazca será chaparro y rechoncho como eres tú, Sancho.

Lo mismo ocurrirá con los comportamientos, sentimientos y pensamientos posteriores que cada uno muestre, así quien tenga asignado poseer sangre de mujeriego, lo será y quien amanezca aguarón, así se comportará toda su vida.

Sancho que permanecía sentado en un rústico escabel de roble que había acercado al fuego, sostenía con sus rodillas, para evitar su vuelco, el mango de una trébede, donde se apoyaba en difícil equilibrio, una fuente llena de olorosas manzanas, que se asaban sobre las ascuas para la cena, miró hacia el lado contrario que lo hacían los ojos grises y penetrantes de su amo y aprovechando el humo que soltaban las brasas y el vapor que extendían por la estancia las manzanas puestas a asar, pudo mostrar, sin ser visto, un gesto de mal humor por la semejanza que el caballero había escogido en esta ocasión para sustentar sus opiniones y, según él decía, aleccionarle y aprendiese ir por la vida.

Su tostado y rubicundo rostro, pasado el primigenio enfado, se volvió hacia su hambriento amo, que permanecía más atento a que estuviesen las manzanas asadas, tiernas y en su adecuado jugo y sabor, que en continuar la perorata que había iniciado.

Cuando el señor Quijano esperaba a comer, después de los ayunos a que se sometía para flagelar su cuerpo y calmar su alma de los amores con que le llenaba su corazón Dulcinea, desesperaba y callaba hambriento a la espera de alimentos. Parecía que la víscera que le daba vida y hacía correr su sangre no tenía nada que ver con la que trituraba los alimentos y le daba fuerza y era cuando a Sancho, su humilde y no letrado escudero, le era posible introducir en la charla sus propias ideas para rebatir las palabras que su sabio amo le había anteriormente dicho o para remacharlas demostrando que sus entendederas eran capaces de haberlas permitido entrar en su mollera.

El caballero, a pesar de su delgadez, que bien podría hacer creer, a quien le viera, no gozaba de buen apetito, engañaba, porque lo mismo que resistía varios días sin trasegar alimento, era capaz, puesto a yantar, de dejar atrás a cualquiera en deseos y goces en el comer y ahora estaba más a lo que solicitaba su estómago, que a lo que pensase su cerebro o dijese su intelecto.

Mientras Sancho, a la vez que comenzó a hilar su contestación en la cabeza, fue dando vuelta a los frutos, con la intención que se ablandasen y dorasen también por el lado contrario y darse tiempo en buscar las adecuadas palabras que no fueran menos importantes que las usadas por su amo.

No todos los que se cree son o comportan igual que los aguarones, son estériles. Podría contarle, mi señor lo que ocurrió en Torrebaja un pueblo alcarriense, donde apareció un esquilador pelirrojo, en el principio de un verano, hace unos años. Dijo llamarse Damián, provenía del sur y venía a ganar su soldada, ayudando a esquilar los rebaños que allí paraban antes de dirigirse a los montes ibéricos en busca de los verdes y jugosos pastos de las altas montañas.

En este pueblo, situado en el cruce de varias majadas de trashumancia, que viniendo de muchas partes de la meseta, se dirigen después a esos montes, llegado el buen tiempo del final de la primavera y principios de verano, era donde se reunían las ovejas y se las despojaba de su capa de lana invernal antes de subir hacia las laderas de las cumbres.

Torrebaja había sido elegido, por la circunstancia de su ubicación, como el lugar idóneo para esquilarlas y vender mediante subasta la lana que cada año se obtenía de ellas. Después de terminada la labor, cada rebaño marchaba por la vereda elegida hasta las tierras montañosas donde pensasen dirigirse y en las que pasarían el resto de los meses tan calurosos del estío castellano.

Durante casi una quincena el trabajo y el comercio lanar, desarrollado en aquel punto, atraía a todos los que conocían oficios o mañas relacionados con el ganado lanar, tanto churro como merino, pues de ambas clases allí se reunían. Y más de uno había hecho del sitio su lugar de residencia habitual porque terminó desposándose con una moza del pueblo y quedado allí a vivir o puesto el almacén o tratamiento de la lana.

Las mujeres del lugar, que aun no estaban comprometidas y ayudaban en esta labor o en proporcionar a los trabajadores comida haciendo de mesoneras durante este tiempo, permanecían todas las primaveras a la espera de la llegada de los nuevos esquiladores o compradores que aparecían todos los finales del invierno, con la esperanza llegase algún mozo nuevo, al que poder enyugar para siempre.

Las malas lenguas, de las que suelen hacer cábalas con los meses que habían transcurrido desde el esquileo al parimiento de algún nuevo retoño en la aldea, decían maledicientes, aunque en voz baja, que alguna de las casadas no satisfechas con el que duerme a su lado todas las noches, esperaban ansiosas también su llegada y que no era la primera vez que el retoño nacido no se parecía a su compañero.

Sepa pues, vuestra vuecencia, que el pelirrojo Damián apareció con su atillo a la espalda una alegre mañana del mes de mayo, en el que portaba, además de varias prendas de vestir, siempre demostró después le gustaba hacerlo adecuadamente, sus herramientas de esquilar. Encontró acomodo con una cuadrilla de Badajoz que había perdido uno de sus componentes, que enfermó de unas fiebres terciarias durante el camino y se había quedado en casa de un molinero hasta la vuelta de sus compadres. El suceso había dejado en trío lo que salió de su aldea cuarteto y buscaban compañero para poder trabajar, pues es necesario hacerlo entre cuatro, que reparten y unen sus habilidades durante el trabajo del corte de la lana.

Como comprobaron que el recién llegado se movía, gesticulaba y hablaba mejor y con más amplios ademanes que la más refinada moza de aquellas regiones y había sido clasificado, en cuanto lo vieron acercarse y saludar, de aguarón, dudaron de su destreza y le aceptaron después de demostrar su valía en el arte de la tijera de una sola pieza.

En una primera mirada, lo principal que se podría señalar de este hombre que os hablo, era su larga y cuidada melena por debajo del cuello, de un color de fuego, como el disco solar cuando se acuesta por el horizonte un día de verano apacible y sin viento.

Qué era enjuto y delgado y que todos, a los que gustan los hombres, hubieran asegurado, con una rápida ojeada, que era esbelto, bello y apetecible de cuerpo. También hubieran dicho que sus vestidos más parecían los de un cortador de pelo o ayudante de barbero de un importante núcleo habitado, que los quien se dedicase al duro oficio del esquileo y que tampoco su voz, ademanes o vestimenta, más de un afeminado adolescente, eran acordes con la hombría que debiese mostrar su duro oficio transumante.

Como sabéis, mi señor, yo no gusto de esos devaneos sexuales pues siempre sentí y dije que "el agujero directo es el que se encuentra de frente, desde donde ves el rostro que pone tu oponente durante el acto sexual y no la nuca de la persona que follas".

Pero en un grupo dispar de gente siempre los hay de los más diferentes gustos y lo mismo que eres agradable para unos, puedes no serlo para otros y si en uno te considera gracioso, puedes ser una "pesada carga" hacia otro, sin embargo Damián, nuestro esquilador pelirrojo, fue muy bien aceptado por todos en aquel pueblo de la Alcarria, aunque seguro que todos sus habitantes le consideraron un aguarón completo.

Los compañeros de trabajo, porque después de verle trabajar, comprobaron era diestro y trabajador y estaba siempre dispuesto a ayudar. La parte masculina del pueblo porque al considerarle aguarón, no era competidor en la aceptación amatoria de sus mujeres y el conjunto femenino de la aldea, porque le veían bello, agradable, alegre, simpático y limpio, pero sobre todo las féminas le admiraron por ser poseedor de muy buenos y elegantes modales. Con todas las mujeres con que se cruzaba, saludaba obsequioso como si fueran grandes damas, quitándose su chambergo, si lo llevaba puesto o doblando su cintura en reverencia si marchaba a pelo, lo que ellas no estaban acostumbradas a ver hicieran los demás hombres del pueblo, a los que a su lado, en comparación, consideraban rudos y mal educados.

Ocurrió además un hecho que aumentó la valoración en que ya le tenían las poseedoras de "faldas" de Torrebaja y también de los hombres que, entre ellos, gustan de los placeres sexuales "traseros".

La mayoría de la lana obtenida durante la campaña anual era vendida inmediatamente y salía del lugar hacia donde era transformada en buenos paños o mantas, tal como se la despojaba de las ovejas, pero había una parte considerable que se lavaba, se la desbrozaba de los escajos, pinchos o pajas que poseía, se la empacaba en fardos que se alambraban y se guardaba posteriormente en almacenes en el mismo pueblo, desde donde era vendida durante el resto del año según lo solicitase las necesidades de demanda del mercado lanar, a más de otra que se transformaba allí mismo.

De todas estas labores auxiliares, principalmente del lavado de la lana obtenida, se encargaban varias mujeres jóvenes. Lo hacían en un trecho del arroyuelo, del que por su pequeñez no conozco su nombre, que después de atravesar el pueblo, iba mansamente a desaguar varias leguas después a una corriente más importante, hasta que añadiéndose a otras más grandes, terminaba en el gran río Tajo.

La ribera donde se efectuaba el lavado se situaba pasada la última casa de la aldea, junto a una pequeña chopera, donde el agua se remansaba porque la naturaleza había creado allí un pozo bastante profundo. Los árboles cercanos, además de proporcionar sombra a las trabajadoras, permitían en sus ramas colgar, hasta su secado, la lana recién esquilada y lavada.

Damián una temprana mañana, yendo buscando a lo largo del río donde bañarse para limpiar su cuerpo, dio con este lugar. Cuando llegó no se fijó en la cantidad de hilachas de lana que permanecían secando colgadas de las ramas, o si lo hizo no lo relacionó con nada que le prohibiese permanecer allí. No se sabe si por creer que estaba a resguardo de miradas inoportunas, por no conocer las costumbres o conscientemente, el caso fue que al contemplar el pozo de agua fresca que tenía delante, se despojó de su ropa y se zambulló con placer en el río como Dios le trajo al mundo.

Estaba en su gloria, porque acostumbrado a cuidar su cuerpo y tenerlo siempre muy limpio, no había podido disfrutar de un baño adecuado desde su llegada y por fin lo había podido hacer.

Cuando varias de las mujeres que trabajaban en el lavado de la lana se acercaron al pozo para comenzar su labor diaria, él metido en el agua y ellas fuera, pero muy cercanas, parece que el encuentro al contemplarse les asustó mutuamente.

Durante unos segundos quedaron todos mudos y parados, sin reaccionar, hasta que el pelirrojo Damián, decidió salir del agua tal como estaba, sonriente, erguido, hacer una pequeña reverencia de saludo a las mujeres, tomar su ropa que había quedado a los pies de ellas y alejarse hasta cobijarse, tras uno de los chopos más robustos, para poder vestirse tranquilamente y taparse las vergüenzas que les había enseñado.

Las mujeres presas de un manifiesto sofoco por la vergüenza que el decoro exigía manifestasen, iniciaron unos pequeños gritos de susto y un tapado de rostros con sus manos. En su fuero interno cada una sentía que el resto de sus compañeras supieran lo que habían visto, porque el hecho contemplado les había gustado a todas hasta tal punto, que más de una tuvo que cerrar fuertemente las pantorrillas para evitar resbalase por sus piernas el jugo que se le escapó goteando de cierto sitio, al dejar volar su imaginación o deseo.

Entre ellas no hicieron comentarios hablados que no fuesen de despecho por la desvergüenza que había mostrado el caballero y como apuntó una, siendo apoyadas por todas.

¡¡ No le visto !! Pero he notado que además nos ha saludado de una forma desvergonzada.

Ninguna aceptó haber visto nada de su anatomía porque también había tapado el rostro, pero interiormente se decían

- "Quien pudiera gozar del "utensilio" que muestra este pelirrojo. Si mojado tiene ese tamaño ¿cómo será cuando alcance su total aumento?".

Después, cada una, en total secreto, contó lo ocurrido a una buena amiga, no solo valorando adecuadamente lo visto, sino describiendo minuciosamente la figura y la longitud, el grosor, el color y hasta el púrpura de los pelos que circundaban al "cacharro", de manera que en muy poco tiempo todas las mujeres del pueblo sabían, que lo que tenía el esquilador pelirrojo entre las piernas, era una verdadera maravilla de la naturaleza, no vista ni conocida por ninguna, hasta entonces por aquellos lugares.

Incluso los hombres de la comarca supieron de "aquello" que usaba el esquilador y aunque entre ellos tampoco hicieron comentarios en alta voz, porque ya no estaban en edad de medir y presumir de "badajo" como cuando mocitos, se iban a bañar a ese mismo lugar en los meses de calor del verano, en que se lo medían y meneaban unos a otros, los hubo que pensaron y hasta soñaron concupiscentes que placer tendría disponer de él durante una sesión de coyunda sexual.

Ocurrió pues que si antes fue saludado en el pueblo con gestos amistosos, desde esta ocurrencia, los saludos se convirtieron en agasajos y hasta en invitaciones. Los hombres casados porque creyendo saber sus inclinaciones sexuales, no les preocupaba invitarle a un trago o contemplarle hablar con sus mujeres. Los que presumían de muy machos, pero que en su fuero no eran más que aguarones disfrazados, buscando mediante ofrecimientos y agasajos poder visitar su casa o su compañía sexual y las mujeres porque si miraban hacia otro lado y no aceptaban sus agradables palabras de conversación o saludo demostraban saber y tener miedo del "vástago" que calzaba el pelirrojo. Lo mejor, según su idea, era tratarle y hablarle de manera natural como lo habían hecho siempre para que ninguna otra mujer sacase la idea que no le atendía porque había oído hablar del tamaño de su pene.

Dicen que sus compañeros de cuadrilla notaron que por las mañanas aparecía ojeroso y que a media jornada estaba ya bastante cansado de manera que no rendía tanto trabajo como en un principio, pero entre compañeros se suelen ayudar siguiendo el refrán "Hoy por ti mañana por mí" o porque estando al tanto de los trabajos nocturnos de su amigo, que en el fondo disfrutaban y reían cuando les contaba los detalles escabrosos mientras esquilaban, llenando de explicaciones minuciosas la conversación, de cómo se colocaba, chillaba o animaba el fulano que le había tocado aquella noche, cuando se la metía, chupaba o corrían.

- No os digo de quien se trata esta vez porque tiene muy escondido hacia donde calza su vergajo. Pero ayer noche, cuando después de abrirme la puerta a escondidas y de comprobar no había nadie por los alrededores, le encontré ya desnudo y con el rabo empalmado tras la puerta, diciéndome amoroso había preparado una gran tinaja llena de agua templada para que pudiéramos lavarnos mutuamente, porque decía, necesitaba para satisfacción propia y acabar de encenderse, lamerme todo el cuerpo desde el cuello hasta el agujero del culo, donde pensaba dedicar más tiempo a dar gusto a su lengua.

Así lo hizo y no os puedo contar la satisfacción que me produjo cuando sentí la puntita de aquella suave, caliente y amorosa lengua en mi orificio, que se abría solicitando penetrase algo más duro y punzante por él.

Los compañeros de trabajo atendían estas explicaciones intentando con sus risas y comentarios evitar que su libido encendida se mostrase al exterior mediante la puntan de sus pollas endurecidas marcadas en los pantalones porque aunque su natural deseo sexual fuese el montar las hembras, el hablar tan abierta y sabiamente de lides amatorias y cuerpos que se uncían, aunque fuese entre machos, calentaba sus partes inferiores.

Después de estos actos preliminares que me dejaron ya húmedo y excitado, vino lo que podemos llamar la parte media de la coyunda, la que se hace también con la boca, porque ambos nos dimos gusto mamando lo que sobresale del cuerpo en forma de espada o clavo largo, hasta que nos corrimos por vez primera.

Un pequeño descanso e iniciamos la tercera parte, la definitiva, la que une los cuerpos, los enlaza y los separa a la vez, para que sus carnes se froten, se acaricien, sientan el calor y el roce de su piel y después cuando ya no puedes resistir más, se origine el derrame de los jugos, sientes que mueres de placer.

Como las manzanas estaban alcanzando el color, olor y estado para ser ya comidas, Sancho apuró su historia.

- Terminó el esquileo, los rebaños partieron a las tierras altas, cada uno de los trabajadores llegados del exterior regresó a su procedencia y la vida del pueblo de Torrebaja volvió a lo que podemos considerar normalidad.

El caso, mi señor, fue que en aquella aldea, nada más pasar las fiestas de la Navidad, comenzaron a nacer varios infantes y lo extraño fue que todos tenían una misma y peculiar característica, la de poseer una pelambrera roja como el sol poniente en un día de verano sin viento.

Algunos aseguraron después, cuando se vieron los resultados, que habían contemplado al pelirrojo muchas veces por callejones nocturnos, saltando tejados o entrando por ventanucos escondidos, pero que como eran sitios que a ellos no les pertenecían, pensaron "cada cual guarde su viña si la consideran posible de robar" y no dijeron entonces nada.

Los que fueron sus compañeros de cuadrilla que volvieron al año próximo, curado el que había enfermado, siempre declararon y contaron después que el pelirrojo solamente hablaba de acciones que desarrollaba con otros de su mismo género y que por sus palabras y hechos descritos no pensaron que hiciese a los dos palos, a pluma y a pelo.

Los pocos del pueblo que se libraron de aquel oprobio, son los únicos que no vigilan cada final de la primavera o principio de verano la llegada de un pelirrojo, bien vestido y melenudo, para ayudar a esquilar las ovejas. . . .

- - - o o o - - -

 

Esta vez puedo decir que la parte de lectura del Quijote que escuché me satisfizo lo suficiente para resistir oírla durante diez minutos. Después busqué la postura que suelo adoptar para dormir y lo hice más satisfecho que de costumbre porque había encontrado por fin una historia dentro del libro que me había complacido.

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