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Alberto, amor mio

en Gays

ALBERTO

Lo único que veo del chalet de Alberto desde el asiento donde me ubico en el jardín, es la copa de un hermoso pruno joven, que asoma varias de sus crecientes y rojizas ramas por encima del alto lindero de verdes y recortados lylandis, que rodean su parcela.

Desde hace un tiempo coloco mi silla ortopédica a la sombra de un limonero, que crece cercano a la única esquina común de las dos parcelas y la oriento de manera que pueda contemplar, sentado allí, las rojizas y brillantes hojas del pruno que parecen flotar en el aire detrás del seto.

Se ha convertido en mi lugar preferido. Incluso terminé por colocar un parasol, que abro apoyado en el suelo, que me protege del aire del mar que sopla de ese lado y me esconde de las miradas curiosas de los habitantes de la urbanización, que entre las rendijas del portón de la entrada, puedan asomarse y verme allí y de los de mi casa, que seguramente se preguntan en silencio, por qué elijo siempre este lugar para despejarme, tomar aire puro y a la vez estudiar y escribir.

Nadie sabe que, mientras estoy sentado allí, me parece estar cercano y puedo mirar embelesado y soñador lo poco que alcanzo a contemplar del rojo árbol y me digo interiormente, dejando correr mi loca fantasía.

- Ese pruno es el árbol que Alberto prefiere de su jardín. Sé que le cuida, vigila y acaricia a veces. Si soy capaz de transmitir a esa planta lo que siento por él y consigo, que al posar su suave mano por el tronco, note lo que la he pretendido transmitir, estoy seguro se convertirá en mi amigo y confidente y quizá algún día, cuando me conozca bien y sepa lo que siente mi mente, corazón y alma, llegue a ser para mí.

Conozco su amor al pruno por confidencia de José su jardinero. Un día que éste pasaba ante el portón abierto de mi parcela, arrastrando en un carretillo la hierba que acababa de segar y los restos de arbustos y flores que había podado, me lo confesó.

- Me ayudó a trasplantarlo cuando, tanto él como el árbol eran muy pequeños y lo siente, cuida y acaricia desde entonces como algo muy suyo.

He conseguido en mi mente llegar a transmutar la existencia del pruno con mi querido y admirado Alberto, de manera que cuando llevo mucho tiempo mirando aquellas entrelazadas ramas, que aparecen por encima del verde seto, termino contemplando entre la maraña de retoños y hojas que reflejan la luz del sol, alumbrando desde atrás, la cara bellísima y sonriente de mi adorado vecino de urbanización, que me mira y me dice de esa manera que está muy contento de que me guste también su árbol preferido y le confíe, como hace él, sus mejores y más nobles pensamientos.

Paso, cuando el tiempo lo permite, y mientras él está en el colegio, muchas horas allí sentado, estudiando, leyendo, escribiendo y también mirando, unos días el brillante azul del cielo y otros el pasar de las nubes, blancas y algodonosas u oscuras y aborregadas, a través de sus tiernas ramas, porque el árbol es joven y lozano aún, como lo es también Alberto, mi deseo y pensamiento continuos.

Conozco todos los tonos de su cambiante color y hasta el número de hojas que tengo visibles desde mi asiento y cuando el viento arranca algunas de ellas y desaparecen de mi vista, siento en mi corazón como que Alberto se aleja de mí. Sin embargo cuando asoman las nuevas hojas, van tomando forma, crecen y se abren a la luz, con un tono violeta fuerte, noto que la naturaleza se pone de mi parte y a la vez que ofrece una nueva vida y savia al árbol, lo hace también a mi adorado, que crece, desarrolla y va adquiriendo, lo mismo que la planta, una maravillosa y serena belleza en su joven lozanía.

El pruno se ha convertido en mi cerebro, en el reflejo vegetal de Alberto. Viendo el árbol contemplo a mi querido, amado, admirado y deseado, de tal manera que cuando alguna tormenta, que escucho de noche desde mi cama, sé que lo mueve y bambolea, siento angustia en el pecho porque puede caerse y desaparecer y lloro en silencio mis congojas y temores.

Después cuando cesan el viento y la lluvia y a la mañana brilla de nuevo el sol, que le insufla vida y la copa del pruno se me muestra con unos maravillosos reflejos brillantes de oro en sus hojas mojadas, nuevamente sonrío y me siento feliz.

- Así como esas hojas está mi querido niño, fresco, renovado y brillante - me digo extasiado al mirarlas con sus pequeñas gotas de lluvia aún titilantes.

Por fin, después de varios infructuosos intentos, he conseguido recoger y poder guardar entre mis mejores recuerdos y tesoros, alguna de sus hojas. Mediante el cedazo de mango largo de limpiar la piscina, en improvisado cesto, sostenido en equilibrio precariamente, subido a una escalera de tijera, con mis brazos extendidos, recibí unas cuantas que estaban a punto de caer al suelo de su lado. Espero que la maniobra pasara desapercibida para los míos y sobre todo para los de la mansión de mi querido joven, porque me costó un esfuerzo tal, el tiempo que mis brazos tuvieron que sostener el cedazo extendido, que estuve a punto de caer extenuado y sufrir una lesión importante en mi columna o en mis inmóviles piernas.

Cuando las tuve a recaudo, las guardé emocionado y avariento en el fondo de mi armario, entre unas cuartillas de papel impolutas por su blancura, en una caja que recoge mis tesoros, para que mientras se sequen dejen marcado su contorno, de donde las saco, huelo, acaricio y vuelvo a guardar, como un relicario, todas las noches antes de acostarme.

Un día que unos obreros estaban podando el seto de lylandis que cerca su jardín, les pedí los recortaran un poco más bajos, Creo les habían marcado la altura de la poda, porque no me hicieron caso y los dejaron a la misma de otras veces. Aunque me hubieran atendido solamente hubiera conseguido ver un poco más de la copa del pruno rojizo, pero hubiera sido suficiente para mí, poder sentir en mi interior que tenía a Alberto más cerca y que mis emociones y sentimientos serían mejor recogidos por la planta y transmitidos a sus manos, al posarlas sobre su duro y pelado tronco cuando lo acaricia.

Por las tardes, cuando siento que ya está en su habitación, miro hacia su chalet desde las ventanas del piso de arriba, el lugar habitado más alto de mi casa, donde está mi refugio y puedo ver algo de su hogar. Contemplo la cumbre del cuadrado tejado a cuatro vertientes y la parte superior de las ventanas de su piso superior, donde sé descansa y estudia.

Un reflejo del sol sobre sus espejados cristales y un halo de luz cuando anochece, es lo único que puedo contemplar de la habitación que ocupa, porque aunque permanezca a veces abierta, el ángulo de visión no es el suficiente para contemplar nada de ella, pero siempre sé, sin que nadie me lo diga, si está Alberto dentro.

Emulo a mi perrita Chiqui que nota a distancia cuando alguno de mi casa se acerca. De un perro que sabe la hora o nota el acercamiento de un ser querido, se suele decir.

- Es por el olor, los perros tienen el sentido del olfato muy desarrollado - dicen unos.

- Es que poseen un oído privilegiado - explican otros.

Yo no tengo esos sentidos tan avanzados y no sabría decir por qué conozco, si tras aquellos vidrios se encuentra mi adorado, solo podría aseverar.

- Lo siente mi corazón

Para no solo sentir, sino poder quizá verle cuando permanece en su cuarto, debería subir a mi tejado, porque desde mi ventana, durante el día los brillantes y espejados cristales que la cierran no dejan ni siquiera traslucir contornos y cuando ha anochecido solamente noto tras los vidrios, el resplandor de su flexo colocado sobre su mesa de estudio.

He pensado muchas veces subir la escalera de tijera hasta una gran azotea que se abre a mi cuarto, escalar por ella hasta el tejado y aprovechando la fuerza de mis brazos, reptar agarrándome a las tejas hasta la cumbre y escondido tras la chimenea grande, vigilar su casa desde allí. Entonces podría verle al trasluz, cuando su flexo alumbre su perfecto rostro y quizá, intento quitar de mi mente el pensamiento maligno, cuando se desnuda y mete a la cama.

¿Quién es ese Alberto? - me preguntarán los que me hayan seguido hasta aquí.

Contestar por mi parte.

El hijo de un vecino de la urbanización - aunque verdad, no sería contestación totalmente exacta, pues debería completarla con epítetos como.

- Mi musa en los escritos, el protagonista de mis sueños más dulces, el centro de mis mejores pensamientos, mi dios terrenal si me hiciera caso.. . . .

Hasta hace cuatro días era un chiquillo larguirucho y mocoso que solía salir con su bicicleta a dar una vuelta por la carretera cerrada de la urbanización, porque fuera de ella por ser demasiado joven, le prohibía su familia hacerlo.

Al pasar ante mi abierto jardín, con su mochila llena de libros a la espalda, en su paso desde o hasta el portón principal de la urbanización, donde le recogía o traía un autobús escolar, hasta su chalet, me solía saludar.

Hola - no se atrevía a añadir nada más y me miraba como si yo fuera un chico mayor al que hay que tener cierto respeto.

Sentado en mi silla, atendiendo algún trabajo del jardín, leyendo o haciendo deberes del instituto, le contestaba, sin pensar que al poco tiempo se iba a convertir en uno de los chavales más bello y maravilloso de la tierra.

Hola ¿como estás? - le sonreía solamente yo de contestación.

Creo, debí de ser más receptivo entonces, para que ahora tuviese la confianza suficiente para acercarse y hablarme, aunque solo fuese como a un amigo mayor que él.

Dejo ahora abierta mi puerta de entrada al jardín a las horas que sé de su paso y acerco mi silla para que me vea. Sigue saludándome amable pero nunca me dice más de dos palabras, aunque actualmente intento alargar la conversación.

- Hola, buenas tardes - saluda educado al pasar frente a mí puerta.

- ¿Difíciles las clase de hoy? - digo esta u otra frase parecida, pero siempre en forma de pregunta.

- Normal - sonríe y sigue hacia delante.

Le veo alejarse con sus gráciles y alados pasos de joven gacela, que parecen no tocar el suelo, hasta desaparecer en el recodo que la carretera, que une a todos los chales, gira hacia el suyo y me lo oculta.

No le conozco amigos, sale muy poco de casa, acaso con su hermana mayor o su madre, nunca he visto venir chicos de su edad a su hogar y las tardes, que no tiene colegio, quizá esté haciendo lo mismo que yo, preparando los deberes del día siguiente o entreteniéndose con la consola o el PC porque la mayoría del tiempo sé lo pasa en su cuarto.

- ¿Por qué no le digo nada? - me podría alguien preguntar.

En mi interior sé la respuesta. Me temo que no puedo ser una persona deseada por nadie, si no es conociéndome suficientemente, como soy en mi interior, lo que pienso, mis miedos, mis anhelos, mi capacidad de amar, mis valores y mis defectos. Eso es lo que quiero conseguir si el pruno me ayuda, que se dé cuenta que quiero ser su amigo, para que después de acercarse a mí, me pueda conocer y llegue quizá algún día a amar.

Mientras, espero sentado en mi silla ortopédica mirando esperanzado las ramas y hojas coloreadas del pruno que asoma por encima del seto de lylandis del jardín de mi vecino Alberto.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Acabo de verle pasar, salía en mi silla al porche después de comer, estaba la puerta del jardín entreabierta, cuando le he visto. No he notado, desde donde me encontraba, si él miraba hacia dentro, aunque creo no lo ha hecho.

Iba rápido, me pareció contento, miraba hacia delante con la cabeza más levantada que de costumbre, quizá porque no llevaba esta vez su mochila de libros a la espalda.

Recuerdo entonces que esta tarde no tiene colegio.

Es jueves - me digo.

Pero otros jueves pasados tampoco lo tenía y no salía de casa - me dice un ser maligno e invisible al oído.

Por tu manera de hablarme no creo seas mi ángel de la guarda, más bien pienso eres el demonio que también nos acompaña según dice la religión católica

¿Dónde irá? - me pregunta la asquerosa voz, sin hacer caso de mi observación, poniendo en la pregunta un tono lo más venenoso posible, mientras añade - ¡¡ Por la hora que es, igual va a encontrarse con algún nuevo amigo !!

La voz ha conseguido lo que parece deseaba, que esta maldita idea se incruste en mi mente, me produzca dolor y me haga sufrir.

¿Tienes celos? - me vuelve a preguntar la voz que suena risueña y parece alegrarse de verme que seguro he palidecido.

No puedo evitar sentirlos. Sé que Alberto no ha sido mío en ningún momento, ni siquiera ha llegado a ser un verdadero amigo, pero pienso.

- Mientras no lo sea de otra persona, mis esperanzas permanecen intactas.

Y contesto muy enfadado a la insidiosa voz que noto intenta hacerme daño.

- Me he conformado, sin ser demasiado infeliz, mientras en mi cabeza han existido ideas positivas de que pudiera llegar a conquistarlo.

Me doy entonces cuenta que puedo estar totalmente equivocado, la cercanía y soledad en que vivo, pueden haber ido forjando maravillosas ilusiones en mi cerebro, de manera que una irrealidad se ha llegado a convertir en mi mente en una acción posible.

- ¿Habré creado algo imposible e irrealizable en mi mente?

Arrastro la silla a mi atalaya preferida y me coloco mirando al pruno, intento una vez más concentrar mi vista y pensamientos sobre sus ramas y hojas, que van tomando un rojo pardo según avanza la primavera. Quisiera que queden impresos en él y siguiendo un recorrido contrario al de su savia, bajen por el ramaje hasta concentrase en el tronco, para que cuando vuelva a su casa Alberto y lo acaricie, recoja en su cerebro todos los deseos, sueños y esperanzas que me inspira.

Son tales mis creencias en la ayuda que espero del árbol, que no retiro ni un segundo mi vista de lo poco que contemplo de él por encima del seto, de manera que las imágenes terminan emborronándose al llorar mis ojos por la intensidad con que miro y quizá también por la horrible tristeza que me ha llenado el pecho, ante los desastrosos miedos y temores que han penetrado en mi mente, desde que el maldito diablo sembró sus dudas en mí.

¿Cuánto tiempo he estado así? Sinceramente no lo sé, solo puedo decir que se iniciaba la tarde y había buena luz cuando puse mi silla en ese rincón del jardín y cuando oigo me llaman desde el porche de mi casa, empieza a oscurecer la tarde.

¡¡ Entra !!, empieza a hacer fresco - oí decía mi madre desde la puerta.

¡¡ Ya voy !!, creo me he dormido - digo alzando la voz para disimular mi larga estancia en ese lugar sin leer, escribir o estudiar.

Al volver a la realidad efectivamente compruebo que el aire es ahora más frío y un escalofrío que recorre todo mi cuerpo, me lo anuncia. No deseo entrar, quiero verle al volver, la puerta que da a la carretera interior de la urbanización, por donde debe de pasar, permanece aún entreabierta y pido me acerquen mientras, algo para abrigarme.

- ¡¡ Gracias !!, dile a mi mamá que estaré un ratito más fuera - anuncio a la asistenta cuando me acerca una chaqueta de lana.

Noto que la luz va desapareciendo del cielo y también de mí. Una negra oscuridad se ha ubicado en la zona de mi cerebro donde antes había claridad y esperanza.

¿Debería haberle dicho lo que siento por él? ¿Haber salido de esta incertidumbre que tanto me preocupa ahora? ¿De este no vivir, en que me he sumido en cuanto he sentido de que ya no voy a poder alcanzarle si lo hace otro?

Creo que no. Una mirada de conmiseración que me hubiera dirigido, ante mi declaración personal de sentimientos, me hubiera hecho tanto daño como mil cuchillos atravesando mi cuerpo.

Aun espero que este rojo pruno sea capaz de ser mi transmisor y sepa hacerlo mejor que mis balbucientes palabras, por muy dulces que fuesen las que saliesen de mi boca, mientras le hubiese declarado mis sentimientos hacia él.

Casi ya no veo las ramas que se confunden en el cielo con los reflejos amarillos y rojizos del sol en el ocaso, cuando atento, oigo abrirse el portón general de la urbanización y voces juveniles que se acercan.

Arrastro enloquecido mi silla hasta ponerme tras el seto que cierra mi jardín, cercano a la puerta de entrada, que me tapa de los que van a pasar, pero me permite vigilar entre sus hojas y escuchar.

Una de las voces pertenece a Alberto, la otra es también de un chico, que compruebo a través de la hojarasca que separo, es joven, de su misma edad, guapo también, aunque nunca podrá llegar a alcanzar la belleza de mi vecinito.

¡¡ Parémonos aquí un momento Mica !! - oigo dice Alberto - no quiero me vean desde mi casa.

Sí, mi amor - escucho contesta su acompañante.

A través del abierto seto, entre mis manos temblorosas, que mantiene la pequeña ventana por donde miro, veo dos cabezas que se acercan, dos cuerpo que se unen, cuatro brazos que se enlazan y unas bocas que se comen a besos.

No quiero mirar más, no deseo oír lo que se dicen, me tapo con mis dos manos los oídos y continúo allí, porque tengo que permanecer sin hacer ruido para que no se den cuenta de mi existencia.

Son diez minutos horrendos los que así vivo, los peores de mi vida, quieto, escondido, enloquecido, queriendo gritar mi dolor al mundo, seiscientos segundos de pena y lágrimas, mil quinientas pulsaciones, en las que en cada una, se va desangrando mi corazón.

Hasta que se separan, Alberto para continuar hacia su chalet y el otro chico regresando hacia el centro de la ciudad, mis manos permanecen tapando mis oídos, mi cuerpo caído desmadejado sobre la silla ortopédica y mi alma volando enloquecida fuera de este mundo.

Cuando me vuelve algo de vida, la sangre comienza a circular de nuevo y a mi cerebro vuelve algo de luz, angustiado, llorando, con la cara llena de mocos y lágrimas que se unen y resbalan por mi rostro, arrastro otra vez mi silla hasta el borde de la parcela debajo de donde, al otro lado, está el pruno que había deseado me ayudase.

Sé que detrás de la casa se guarda la escalera de tijera que me sirvió para elevarme y junto a la piscina veo el cesto de mango largo que me ayudó a recoger las hojas que tengo escondidas de él, junto a mis tesoros y recuerdos.

La oscuridad es mi aliada y sacando fuerzas y ánimos donde no los hay, preparo la escalera arrimada al seto y el cesto apoyado en los lylandis, junto a ella. Busco entre las cajas, botes y recipientes el más potente de los herbicidas, que se usan en el jardín para matar las malas hierbas y musgos, que coloco abierto en el cesto y subido de nuevo en la escalera, como hice la otra vez, mediante esfuerzos sobrehumanos por llegar hasta arriba y mantener el equilibrio, derramo todo el veneno sobre el pruno.

La cantidad va ser suficiente para que se seque y muera. Asistiré, sentado en mi silla desde el jardín, a su larga agonía. Será una muerte que acompañará la que mi corazón va a sufrir también.

¡¡ Alberto ya no será nunca mío !!

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