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Los serpenteros

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LOS SERPENTEROS

No sé por qué Mateo notó que ponía en duda, que lo que él había hecho con los chicos que conocía en las historias, era anterior a encontrar al novio tan maravilloso que tenía.

- Quisiera que me creyeses, el Bollín me cree. Todas estas historias que te cuento y algunas que algún cabronazo te ha contado de mí, han sido anteriores a conocerle, porque ahora no diré que no se me sigue empinando cuando veo algún chaval potable, pero me aguanto y no soy infiel a mi amado novio.

- Ya lo sé Mat, te creo, pero hay un dicho italiano que comienza algo así como. . . . Explicación no pedida. . . . .

Veo que dudas, no sé si contarte lo que me pasó con un encantador de serpientes, bueno con su hijo - me puso el caramelo en la boca.

Mat no te enfades y cuéntamelo que después lo transcribo y todos podrán gozar de esta nueva historia.

-No sé si debiera. . . después de lo que me has dicho. . . - intentó hacerse de rogar.

Pero Mateo no pudo resistir la tentación de comenzar a contarme esto que os narro, porque sé le gusta que le conozcan como verdaderamente es, una persona muy sensible, que en muchas ocasiones ha valorado mucho más, esos instantes mágicos que se sienten ante un semejante afín, que tener un contacto carnal. Si este ha venido después, ¡¡ Pues muy bien !!

Se quedó un rato parado como si estuviera pensando y antes de comenzar a contarme los hechos, filosofó.

Sinceramente no sé por qué los mejores momentos íntimos los he pasado con chicos, que por su raza, eran morenos o muy morenos. Quizá sea porque al ser yo rubio les he gustado y han aceptado compartir conmigo sus sentimientos, sus ansias y también a veces sus cuerpos.

Después comenzó a contarme la historia, que fielmente sin añadir ni cambiar nada, os transcribo.

 

- - - o o o - - -

 

Hay un lugar en Oviedo donde, durante los primeros días de setiembre cuando van a llegar las fiestas de San Mateo, que se celebran el día 21 de ese mes, se instala siempre algún circo de los que recorren España.

Mis amigos y yo desde hace varios años, en realidad desde que pudimos acercarnos a Oviedo sin necesitar compañía, solemos ir hasta las instalaciones circenses, aprovechando que aún no han comenzado las clases.

Hablamos con los obreros que lo están montando a los que nos ofrecemos ayudar, a los que cuidan las instalaciones, que nos suelen regalar alguna entrada, que después vendemos, porque al entrar por otros conductos no las necesitamos y también a los artistas que se entrenan por las mañanas. Es decir a toda la gente del circo, que por las mañanas, deambula por allí.

Los que viven por y para el circo, al ser tan internacionales, por la vida trashumante que llevan que les ha formado de esta manera o porque la profesión los predispone, son las mejores y más simpáticas personas que conozco. Te aceptan, hablan, atienden y haces con ellos una amistad, que es tan efímera como el tiempo que permanecen en la ciudad, pero que perdura después durante mucho tiempo en tu mente y en tu corazón.

El caso fue que cuando acababa de cumplir 13 años, me acerqué con un amigo hasta el circo que acababan de montar en el lugar acostumbrado. El de aquel año se llamaba Circo Internacional.

Merodeamos por los alrededores, después por la zona en que había un pequeño zoo, ya te contaré en otra ocasión lo que me ocurrió con uno de los animales y, al final del recorrido, terminamos acercándonos despacio y sin hacer ruido, para no molestar a los que en un pequeño círculo, con el suelo cubierto de paja y formado por las caravanas donde habitaban, estaban entrenándose varios de los artistas que actuaban en el espectáculo.

Había tres gimnastas, dos hombres y una hembra, que repetían y repetían una y otra vez, un movimiento en el que la chica, apoyándose en la mano extendida de uno de los chicos, tenía que voltear y saltar hasta el hombro de éste, donde debería quedar de pie, rígida y equilibrada.

También había un grupo de muchachos coreanos que daban saltos y cabriolas sobre una red para aprender a salir elegantemente de ella.

Pero lo que me llamó más mi atención fue un hindú que vestía su ropa tradicional, una especie de sábana arrollada a su tronco, totalmente blanca, parecida a la que sacaba después durante el espectáculo, aunque sin adornos ni brillantes falsos, que en un rincón, con una flauta en la boca, hacía elevarse a una serpiente cobra que estaba metida en un cesto de mimbre.

Yo miraba extasiado la serpiente pero creo que más, no sé si mi amigo lo hacía igual, a un chiquillo de nuestra edad, que vestía de igual manera dejando ver parte de su enjuto y ágil cuerpo. Era muy delgado y moreno y permanecía sentado al lado del hombre en un cesto de junco, de los que sirvan para llevar las serpientes, dado vuelta, mientras atendía a los movimientos y explicaciones del adulto.

El niño moreno ante mis miradas, noté se fijó también en mí, a mi compañero solo le dirigió una rápida mirada, pero a mí me sonrió mirándome a los ojos y enseñándome una hilera preciosa de dientes blancos.

Me extrañó de la escena, que la flauta no producía los sonidos que pensamos todos son necesarios ejecute un encantador de serpientes, para hacerlas elevarse, adormilarlas y bailar.

Estuvimos mirando un rato después de acercarnos, pero teniendo mucho cuidado no estar al alcance de la cobra, mientras el hindú mayor, que presumí fuese el padre de aquel chiquillo, seguía explicándole algo en un idioma que no entendíamos.

Cuando ya nos teníamos que marchar, e hicimos mención de abandonar nuestra contemplación, el chaval, que parece notó que íbamos a hacer, se levantó y como si fuese a buscar algo al interior de una tienda de campaña grande, donde había recogidos muchos cestos de mimbre, me hizo una seña de que le siguiese.

Atendí su requerimiento y en cuanto quedamos cubiertos de la vista del exterior, me dijo sonriendo.

¿Por qué no vienes tu solo a verme?

Cuando marcábamos de Oviedo hacia la Fresneda en el autobús, mi amigo me preguntó.

- ¿Qué te ha dicho?

- Nada importante, que no las tuviera miedo y me ha enseñado un montón de cestos que guardaban en esa tienda de campaña donde había muchas culebras.

- ¿Vamos a volver mañana?

- No sé, si voy ya te llamaré.

No tenía la menor intención de llamarle e indudablemente sí tenía la de volver yo solo al circo.

Así lo hice al día siguiente, salí de casa una hora antes de la que solíamos quedar, para que si mi amigo iba a buscarme, ¡¡ que me perdone !!, no me encontrase y no supiera donde había ido. Esperaba que solo no se decidiese acercar a Oviedo.

Cuando llegué al circo saludé amablemente a los guardianes, para que siguieran recordando mi cara, pero me fui directamente al corro, donde los artistas solían ensayar.

Los dos hindús, el chaval y el hombre, estaban en el mismo rincón y haciendo la misma operación que el día anterior. El morenito me saludó con la mirada y una sonrisa, me coloqué de pie a una distancia de más de un metro en el lado contrario donde estaba el cesto de una cobra, que se levantaba y bajaba, siguiendo el movimiento de una flauta que sin hacer sonidos, el hindú adulto movía compasada ante la serpiente.

Estuve mirándoles un rato hasta que el chavalillo a indicación de su padre, metieron la cobra que estaba entrenándoles en el cesto, cambió por otro idéntico y tomó el lugar que el hombre había tenido hasta entonces.

Cogió el chico una flauta idéntica, quizá un poco más pequeña, abrió el cesto que había traído y acercando a la boca el instrumento incitó al animal a levantarse, acercándose a él con la punta de su flauta. Tampoco emitía sonidos pero la cobra empezó a salir del cesto y ponerse en posición vertical.

En un momento determinado abrió esa especie de orejas que hace tan característica la imagen de este animal y se lanzó contra la cara del chaval, que raudo se apartó, para acercarse seguido de nuevo al ofidio.

Hizo los mismos movimientos un par de veces, para que el animal intentase de nuevo atacarle y la tapó después cuando se volvió a meter en el cesto, cansada de no haber podido picar a su oponente. A la vez que el animal se escondía retiraba la flauta de su boca y me sonreía feliz, mientras me miraba esperando ver mi reacción.

Le dirigí una mirada de embeleso, sonriendo ampliamente e hice mención de aplaudirle, intentando transmitirle toda la admiración que su valor me había producido y que él personalmente me ocasionaba.

Después tanto su padre como él recogieron todo lo usado y lo metieron en la tienda. Al salir de nuevo, su padre marchó hacia el exterior del circo y el chico se acercó donde yo seguía esperándole de pie.

- Me llamo Dari – me dijo en castellano con un acento un tanto extraño.

- Yo, Mateo – le contesté a la vez de extenderle la mano.

- Hola Mateo - me la tomó, se la llevó a sus labios, donde le depositó un suave beso.

No sabía que decir o hacer porque este gesto, que no lo esperaba, me desarmó totalmente. No conocía sus costumbres y no sabía si era una manera de saludar o que me expresaba mediante él, su admiración por mí.

Dari rompió aquel embarazoso silencio al proponerme.

¿Quieres ver mis serpientes? - Me lo dijo intentando mostrar en su cara que me estaba ofreciendo lo mejor que tenía.

Bueno – acepté, no quise desairar su ofrecimiento, pero estaba "cagadito" de miedo.

No tengas miedo – lo notó – no te harán ningún daño.

En la tienda de campaña, aunque no daba el sol directamente hacía una temperatura bastante elevada y había un olor especial, que no había notado el día anterior, cuando estuve allí con él.

En el suelo unos quince cestos redondos de mimbre, cerrados mediante una tapa del mismo material atada con juncos, presumí guardaban las serpientes que usaban para sus actuaciones.

¿Todas son cobras? – pregunté.

No, hay otras dos especies de serpientes, aunque las cobras son mayoría, porque son las que más gustan a los espectadores. ¿Quieres ver una?

No quería manifestar mi miedo, pero seguro se notaba porque sentí que hasta transpiraba más de lo frecuente.

Mateo – intentó animarme hablándome con una voz llena de entonaciones dulces – No te van a hacer nada, ahora están como dormidas.

Abrió un par de cestos y efectivamente en el fondo enroscadas, sin moverse, estaban las serpientes. Creo había más de una en cada cesto, aunque no miré detenidamente, pero el miedo se me fue pasando al ver que no se movían y me atreví a asomar algo la cabeza.

- Son bonitas, ¿Verdad? – me dijo mirándolas extasiado reteniendo la tapa en su mano.

- Preciosas – contesté mintiendo, porque no las veía yo así.

- Mi padre se llama Choto Nath y pertenecemos a la casta de lo que vosotros llamáis encantadores de serpientes y que en nuestro idioma podríamos traducir por serpenteros. Es un arte muy antiguo, ya en los textos budistas Jataka, escritos III siglos a J.C. se habla de nosotros.

Prosiguió contándome cosas de su origen y su arte, que se veía amaba sobre todas las cosas.

- En la India hay una división humana según el nacimiento que se llaman "las castas". Nosotros pertenecemos a una casta muy especial, la de los serpenteros. Sentimos una atracción por los ofidios a los que dominamos. Este arte se aprende desde niño, por ello mi padre me lo está enseñando a mí.

Empezó nervioso a abrir los otros cestos a los que me indicaba mirase y aunque solo veía iguales serpientes acurrucadas en el fondo, hacía gestos de asentimiento, mientras Dari continuaba.

- El verdadero oficio de serpentero, que aún existe en la India, no es el encantar serpientes por las calles, sino encantarlas para sacarlas de las casas donde se meten y crían. Al ser sagradas en ningún caso se las pueden matar. Es necesario que alguien habilidoso y valiente las lleve de nuevo al exterior, sin hacerlas daño y las conduzca a sitios donde puedan vivir en paz con la naturaleza.

Hizo una pausa, me miró embelesado, se volvió a mí y al quedar el rostro del uno muy cerca del otro, de una manera suave, cariñosa y delicada, me dio un beso en la mejilla antes de continuar narrando.

- Los que vosotros podéis ver en occidente o los que los turistas ven por las calles de la India, siguen perteneciendo a esta casta de valientes, pero dedican su arte a obtener beneficios suficientes para mantener a su familia. Yo tengo a mi madre y dos hermanos más pequeños, viviendo en nuestra aldea en la India que se llama Bhopura y allí es donde residen las principales familias de serpenteros, por lo menos los mejores.

El arrebato que le había dado al besarme, me hizo pensar que le gustaba, pero no sabía si lo era de la misma manera como él me gustaba a mí, porque el beso, que me había dado, era tan suave, tan etéreo, tan dulce, que más parecía el que se da a un hermano que el que se dirige a otro ser del mismo sexo a quien se le pretende conquistar.

Seguí por ello, a la espera de comprobar si lo que nos atraía era lo que yo deseaba fervientemente.

Habrás visto, por lo menos en películas, donde salimos muchas veces, mi abuelo trabajó en muchísimas porque era el mejor serpentero que ha existido, que tocamos una música muy especial a la vez que hacemos elevar a las serpientes.

Bajó algo la voz y aunque sabía que su padre no estaba cerca miró hacia la puerta antes de continuar.

- Te voy a contar uno de los secretos mejor guardados que los serpenteros tenemos. Las serpientes cobras son completamente sordas. El tocar música especial solo es para que nuestro trabajo parezca más bonito. Ves que antes, tanto mi padre como yo, no tocábamos ninguna música. Como no la necesitamos no la producimos para no molestar a los demás compañeros, que están practicando sus números.

Había escuchado a Dari contarme todo sobre su arte sin interrumpirle, pero ahora tenía una pregunta que hacerle.

- ¿Cómo domináis a las cobras, entonces?

Siguió contándome sus secretos y para ello se puso muy cerca de mí para hablarme en voz muy baja, mientras continuó hablando, me cogió mis manos y yo temblaba emocionado a su contacto.

- Realmente lo que hace que la cobra se eleve es el viento que le soplamos por esa flauta. Cuando queremos que el animal actúe más enfadado, es un truco que no debe de hacer un buen serpentero, se le tiran unas gotas de agua fría que la molestan mucho, antes de empezar la actuación.

Estaba tan cerca que su aliento me llegaba perfectamente porque su boca estaba casi pegada a mi cara. Solo tuve que volverme y poner los labios sobre su carrillo, donde deposité un beso suave y como robado, igual al que me había dado él, mientras el seguía diciéndome apretándome un poco más sus manos sobre las mías.

- Esa flauta especial es un tubo de junco con dos tubos de bambú, a los que se la puede acoplar una calabaza para hacer de cámara resonante. Cuando has visto actuar a mi padre o a mí la calabaza estaba quitada. De esta forma solo sale aire hacia la cabeza de la cobra, que la enoja, la hace elevarse e intenta morderte.

Nos estábamos mirando mientras él hablaba y yo escuchaba y nuestras manos se soltaron de pronto, para comenzarnos a abrazar y así casi enlazados, siguió Dari hablando. Le notaba muy nervioso, parecía que hablaba casi sin darse cuenta que lo hacía y yo escuchaba igualmente, solo notaba la dulzura de su voz, su entonación, su cara cercana, su aliento de rosas sobre mi rostro.

- Cuando actuamos ante el público ponemos la calabaza y además del aire, salen esos sonidos tan bonitos y especiales. Lo que hace parecer que baila saliendo de la cesta, se consigue haciéndola enfadarse, porque si dejas de tirarle aire, enseguida se aburre y quiere esconderse. Todo el público cree que es la música la que hace el milagro.

No pudo hablar más porque mis labios esta vez buscaron sus labios. Mi beso tuvo respuesta adecuada y abrazados caímos al suelo donde desenfrenados, dimos rienda suelta a lo que nuestros instintos pedían.

Sabes que no voy a describirte los hechos que se sucedieron a partir de aquí. Solo decirte algo que no me di cuenta cuando ocurrió, solo al final fui consciente de ello.

En un momento determinado y por el ímpetu que pusimos, un pie de Dari pegó sobre uno de los cestos, que desequilibrado rodó. Se abrió la tapa y empezaron a salir las cobras que se extendieron por el suelo.

- Ya te digo que no noté nada porque. . . bueno te lo figuras. . . mí atención era otra.

Cuando todo terminó y aun permanecía yo agotado sobre el pavimento, vi que Dari se ponía a buscar por el suelo e iba recogiendo cobras que tomaba en su mano y metía al cesto. Las cobras se volvían e intentaban enroscarse. Comprobé asustado que una le había hincado sus dientes en la muñeca, porque chilló y la maldijo.

- ¡¡ Ayyy !!, te voy a dejar sin comer dos días, para que se te quite las ganas de morder.

Cuando me apartó hacia un lado para coger una cobra que se había cobijado bajo mi cuerpo desnudo, un escalofrío helado y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo.

¡¡ Joder !! ¡¡ No te puedes imaginar lo que se puede sentir en ese momento!!.

Me levanté de un salto, que casi me hizo dar con la cabeza en el techo de la tienda y así, en pelotas, empalmado y bailando mi "nabo" al aire, salí hasta el centro del corro, donde unos que ensayaban, ni siquiera vi quienes eran, se partieron de risa al verme de esa guisa.

Me volví corriendo porque no supieran quien estaba "haciéndolo" conmigo cuando Dari me hizo señas desde dentro y cuando llegué donde él se abrazó a mí, porque no podía tenerse en pie de risa, mientras me decía.

No te asustes, no tienen veneno. A las cobras se les hace una incisión tras sus orejas y se les saca todo. Solo son peligrosas si te muerden, porque sus dientes hacen daño. No me dio tiempo a decírtelo antes. ¡¡ Nos pusimos tan encendidos !!. Pero creo que no la has molestado. Parecía muy contenta debajo de tu maravilloso culito. . . . . .

Continuó diciéndome mientras se reía a carcajadas, al ver la cara de asustado que debía de tener.

- Si se hubiera abierto alguno de los cestos de las otras especies . . . no se les ha quitado el veneno aún . . . y el de una de ellas es, según dicen, mortal . . .

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