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Entre Mexico y EEUU existe una frontera

en Gays

ENTRE MÉXICO Y EEUU HAY UNA FRONTERA

He leído con mucha satisfacción que la jueza federal Susan Bolton ha suspendido temporalmente en Phoenix (Arizona) la controvertida ley SB 1070, la más dura de EEUU en cuestión migratoria, basando su decisión en la división de poderes entre el gobierno federal y los estados, argumento que también fue presentado hace muy poco por el Departamento de Justicia americano.

Esta controvertida ley fue aprobada el pasado abril a instancias de la gobernadora de Arizona Jan Brever, "por la que todas las personas sin papeles pasaban a ser delincuentes, pudiendo ser detenidas por cualquiera de las policías de ese estado", asegurando que se habían visto obligados a hacerlo porque las autoridades federales no hacían bien su trabajo de cuidar la frontera.

La jueza federal cuestionó varias cláusulas de la ley, la que otorgaba a la policía poderes migratorios y le permitía detener a cualquier persona "bajo sospecha razonable de que se encontrara en el país ilegalmente", la que exigía a los emigrantes llevar "sus papeles en todo momento" o la que convertía en delito que los emigrantes indocumentados "pudieran siquiera solicitar empleo en lugares públicos" y dijo al firmar la suspensión temporal.

- "Con esta ley hay muchas posibilidades que la policía detenga a residentes legales".

Me apenó leer en el mismo artículo que el 60% de los estadounidenses apoyaba leyes iguales y que Obama, e incluso Bush, intentaron regularizar la situación ilegal de 10 millones de personas, sin conseguirlo, por la oposición de los que llegaron antes a esos territorios y que temen perder alguna de las mejoras en la vida que ellos obtuvieron anteriormente.

También que ha celebrado una masiva manisfestación de diversas asociaciones antiemigrantes en la parte de la frontera en la que suceden los hechos que aquí narro.

Entre las insólitas peticiones que solicitan está el que la policía migratoria americana tenga libre circulación por territorio mexicano para perseguir e incluso detener a quien intentó pasar la frontera y no pudieron apresar en territorio norteamericano

El relato que hoy cuelgo en TR lo tenía ya medio escrito pero permanecía guardado, por falta de tiempo, con otras historias, también incompletas que algún día saldrán a la luz.

Recoge la descripción de todos los problemas y sinsabores que dos chavos mexicanos sufrieron hasta conseguir penetrar y medio asentarse en EEUU.

Hacía ya más de dos años que vivía con Domingo en territorio americano cuando Emilio me contó, por internet, su vida y la odisea, que más parece una novela que realidad, del paso de ambos por la frontera entre México y EEUU.

Me decía:

- Al formar parte de esos diez millones de sin papeles, tenemos aun grandes dificultades económicas y de trabajo, pero lo importante es que vivimos juntos y felices.

Mientras terminaba el relato acabo de escuchar que el gobernador de Florida acaba de anunciar que va a presentar una ley aun más dura que la de Arizona.

Se estaba acercando la noche. La tormenta que se anunciaba y que debía proteger su huída, se encontraba encima de él siguiéndole en su rápida cabalgada, aunque aun no había descargado.

Siguió corriendo por la considerada "tierra de nadie", por la que patrullaban día y noche los gendarmes federales migratorios americanos que al contrario de los mexicanos, que rara vez lo hacían, si no era para perseguir algún reclamado que huía de la justicia de su país. El que parte de sus conciudadanos intentase pasar a EEUU no les preocupaba en demasía a ellos.

Sintió de pronto el pecho a punto de explotar por falta de aire y dejó de correr por las endurecidas tierras, ahora en barbecho permanente, pues fueron obligadas a abandonar a sus antiguos poseedores mexicanos a cambio de unos pocos dólares de indemnización, para dejar limpia una "zona de nadie" fronteriza y siguió avanzando al paso más largo que le permitía su entrecortada respiración.

Al final, un doloroso pinchazo que se alojó en su costado, no le dejó avanzar ni un metro más y se dejó caer en el borde de un estrecho y desierto sendero. Estaba agotado. No podía seguir marchando sin descansar un rato.

A pesar de la frialdad del duro, helado y blanquecino suelo, cubierto de escarcha, donde había dejado caer sus posaderas, su cuerpo, por efecto de la alocada y larga marcha que había mantenido, no sintió el cruel frío del invierno de esta zona semidesértica del sur de Arizona.

La estrecha vereda donde se ha sentado, está limitada por dos elevaciones que la separan de las antiguas tierras de cultivo y le protegen algo del relente de la noche y de las ráfagas de aire helado que traen consigo las negras y amenazadoras nubes que permanecen estancadas encima de él.

Apoya su cabeza contra uno de los salientes y contempla en el negruzco cielo, por una pequeña abertura de los sucios nubarrones cargados de granizo y helada lluvia, una tímida y menguante luna, que asustada, se esconde prontamente.

De pronto de las sobrecargadas nubes empezó a caer un aguanieve que le golpea la cara cruelmente y en segundos le empapa la ropa, ya húmeda por el sudor.

Siente en su pecho algo incierto, helado y temeroso que le avisa debe de seguir adelante. Sabe no puede dejar dormir en aquel lugar su agotado cuerpo porque a la mañana siguiente amanecería muerto, con sus carnes congeladas.

Necesita alcanzar por lo menos el abandonado rancho de los Salazar donde cobijarse y esperar la siguiente noche para alcanzar los alrededores de Quitovaquita y poder cruzar finalmente la verdadera linde que separa su país del que espera le acoja en un futuro.

Hasta ese rancho, le dijeron quienes le explicaron la orografía del terreno, no suelen acercarse los federales americanos, porque aunque situado en la "tierra de nadie" se encuentra aún demasiado cerca de México y lo que era mejor tampoco lo hacían los cuadrillas de voluntarios norteamericanos, que a la caza del emigrante, como un moderno Ku-Kus-Klan, sin que nadie se lo solicite, pensando no lo hacen suficientemente las fuerzas gubernamentales, cuidan la línea de separación de su estado para que nadie extranjero penetre en la nación que consideran solamente suya, olvidando que quizá en el pasado sus padres o sus abuelos ubicaron allí su hogar desafiando las leyes de inmigración de aquel entonces.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano Emilio se levanta y sigue avanzando y aunque la racheada lluvia, que ahora cae de manera continua y torrencial, le impide ver el camino, también le cubre de las miradas ajenas y le permite, aunque despacio y enfrentándose a la cellisca, acercarse finalmente hasta las viejas y semiderruídas estancias del rancho, parada de su primera etapa de la huída.

Con las manos amoratadas y la cara torturada por la violenta y fría ventisca entra en uno de los chozos que encuentra, un antiguo y abandonado granero.

La escasa, seca y vieja paja que aun conserva el suave y agradable dulzor de la mies y que cubre parte del suelo, le recibió entonces, la amontonó en un blando lecho, olvidando los murciélagos que revoloteaban en la oscuridad y los chillidos de los sorprendidos ratones campesinos, colgó su ropa para que se secara, se hundió en la paja y quedó rápidamente dormido tapado con una vieja y raída manta que encontró.

Emilio era oriundo de Sonoyta del estado de Sonora. No conoció a su padre. No sabía si era verdad que murió cuando era pequeño, como le dijo siempre su mamá o la abandonó después de gestarle y ni siquiera ella tenía constancia de quien había sido.

A lo largo de su infancia había conocido a dos hombres a los que su madre le pidió les llamara papá. Del primero, más lejano, mantiene un buen recuerdo, aunque su imagen la ve difuminada en su mente por el largo tiempo transcurrido.

El segundo, que se presentó en su vida cuando tenía ocho años, le recuerda autoritario, tosco, gruñón, gritador y con un horrible y nauseabundo olor corporal.

Como escondido y asustado, le vio varias veces pegar a su madre, atesoró en su cerebro tan terroríficos miedos que le hacían despertar llorando por las noches, lo que molestaba enormemente a aquel hombre que gritaba exasperado.

- Tengo que trabajar mañana. Haz que ese asqueroso chamaco se calle.

Su madre, tan asustada como él, le tapaba su boca con las frazadas para que no fuera oído y le apretaba contra su pecho hasta que volvía a conciliar el sueño.

Sin embargo Emilio no se despertaba para orinar y aparecía al día siguiente con su ropa y cama mojadas, lo que desesperaba a su madre que afeándole le reñía.

- Además del trabajo que desarrollo fuera de casa me añades tú más por no levantarte a tiempo.

La mejor época de su corta vida, tiene ahora dieciséis años, fue la que transcurrió entre los doce, que aquel maloliente y malvado hombre, abandonó la casa para siempre y la llegada al hogar de un hombre nuevo.

En esos años que pasaron solos su madre y él, hubo estrecheces económicas, total falta de caprichos, incluso en alguna ocasión hambre, pero les sobró tranquilidad y tuvo todo el amor de su mamá para él solo.

Durante este tiempo ayudó al pecunio familiar en lo que pudo. A los trece años, después de salir del colegio, empaquetaba pedidos en un supermercado cercano a su casa. Le pagaban una miseria, pero al final del día repartían entre los empleados el género que no estaba presentable para vender, lo que le permitía traer, casi todas las jornadas, algo de comer a su casa.

Acababa de cumplir los catorce cuando le aceptaron en una pizzería donde recogía y limpiaba mesas desde las seis de la tarde hasta pasadas las diez de la noche, que le recogía su mamá cuando regresaba de su trabajo.

Nunca se quedó con un solo peso de lo que ganaba, incluso llegó a rechazar algún dinero que su madre le ofrecía para sus gastos menudos, sabiendo que se necesitaba en el hogar.

Quiso incluso abandonar la escuela para trabajar todo el día pero su mamá lo impidió.

- Emilio – le decía - todo lo que aprendas ahora te servirá para un futuro.

Comenzó nuevamente a preocuparse cuando vio a su madre para salir de casa prepararse especialmente, tardar en elegir la ropa que debía ponerse, aunque su armario no abundaba en piezas y perfumarse en el último momento frente al espejo que permanecía colgado al lado de la puerta de salida.

No hizo ningún comentario y esperó fuese ella quien le anunciase que había aparecido en su vida un nuevo pretendiente.

- Se llama Boni, bueno Bonifacio. Creo es un buen hombre, me quiere y me ayudará a mantener esta casa - le explicó al cabo de varios días.

- Mamá estamos bien así. Si es por el dinero puedo ponerme a trabajar a jornada completa, me lo han ofrecido muchas veces - intentó que su madre supiese de una manera suave lo que opinaba.

- He trabajado y te he cuidado durante estos últimos años. Consideré me necesitabas. Tuve muchas ocasiones de enderezar mi vida pero las rechacé por ti. Mi juventud se está yendo. Eres ya casi un hombre y pienso ya no me necesitas.

¿Como podía decirla que ahora, por los cambios que notaba sucedían en su organismo, la necesitaba más que nunca? Estaba pasando por la difícil etapa en la que se forma la personalidad, se toma el camino hacia el bien o el mal y se comienza a conocer la tendencia hacia donde se dirige la propia sexualidad.

Se juró no ser igual del último hombre que tuvo de ejemplo al conocer su maldad, grosería y forma de comportarse, lo que le curó de los vicios que aquel poseía.

Por como había vivido de pegado y unido a las necesidades de su madre, le permitió educarse y conocer que el trabajo es necesario si se desea conseguir un sustento y también le apartó de pertenecer a alguna de las bandas de chicos del barrio, aunque motivó también que hubiese tratado bien poco con muchachos de su edad, lo que hacía desconocieseel desarrollo de la vida.

Estaba pasando por un delicado momento en lo referente a su orientación o tendencia sexual, en el que comprobaba que su libido no le dirigía hacia las chicas, como oía y veía a sus compañeros de estudio y eso le tenía muy preocupado y muy necesitado de entenderlo y resolverlo.

- Comprendo mamá que desees tener pretendientes, eres muy linda pero ¿no podría ser sin venir a vivir aquí con nosotros? – intentó aceptar lo imponderable y pactar.

El día que el nuevo compañero de su madre le esperaba ante la puerta de su vivienda para ser presentado, al verle llegar con la mochila del colegio a la espalda, comentó en voz baja, pensando que el chico no le oía.

- Un chavo a la edad de tu hijo debe dejarse de chamacadas de escuela y ponerse a trabajar como un hombre.

Desde aquel momento Emilio se dio cuenta que nunca se entendería con aquel sujeto. No temía se volvieran a repetir los años en los que sufrió castigos e incluso golpes pues ahora no los permitiría, aunque no podía evitar regresasen la sensación de desamparo y sobre todo la soledad de la adolescencia, pero se creía, por amor a su madre, capaz de soportarlo.

El nuevo pretendiente no era como el último que tuvo que soportar, grosero, sucio, chillón, artero y de malas intenciones, un verdadero matón tabernario, éste era la antítesis, totalmente diferente, limpio, atildado, rebuscado, bien hablado, pero también fanfarrón, chulesco, orgulloso de su porte y figura y sobre todo enamorado de sí mismo y creído de la imagen que imaginaba presentar.

Y desgraciadamente Emilio acertó en su profecía de falta de entendimiento.

Sufrió de nuevo, al poco tiempo, oyendo gritos y ayes en el cuarto de su madre y le lastimaron enormemente, conocía ya su procedencia, los ruidos de goce sexual que producía la cogida que siempre seguía a estas lamentaciones.

No dijo absolutamente nada cuando una mañana al levantarse pudo comprobar que su mamá tenía un ojo medio tapado por un fuerte moratón, porque comprobó, consternado, que su rostro estaba radiante y a pesar del golpe, sonreía feliz. Simplemente se disculpó, dijo no tener hambre y aquel día marchó al colegio sin desayunar.

    • Mi madre se ha "encoñado" con este hombre
    • - se dijo lloroso.

Intentó apartar de su mente, se le presentaba en ocasiones, el escondido deseo, común a todos los mexicanos, que se respiraba entre los adultos que conocía o los muchachos con los que iba al colegio, máximo al vivir casi pegado a la frontera, de huir hacia el norte y buscar la posibilidad de una vida mejor.

Llevaba casi un año aguantando la nueva vida cuando aparecieron los fuertes y verdaderos motivos que le decidieron finalmente a pensar en huir de México.

Sabía que todo acercamiento corporal masculino es notado, cuando se es homosexual, como sucede con el femenino para los heterosexuales. Seguro se podrá demostrar fisiológicamente por el aumento o interrelación de algunas substancias que en nuestro cuerpo poseemos.

Había notado ciertos roces, al descuido, que su padrastro leproporcionaba al pasar junto a él, aunque en un principio no les dio demasiada importancia. Los comparó a los que tenía en la vida diaria de los compañeros de clase o personas de su entorno, aunque por su reincidencia los comenzó a considerar excesivos.

Al iniciarse las insinuantes miradas, que le siguieron después, dirigidas siempre hacia sus genitales, se dio perfecta cuenta que su padrastro intentaba algo con él y lo que al principio le molestaba y azoraba terriblemente, aunque siempre se dio la vuelta como si no se diera cuenta y marchaba del lugar, pero el recuerdo después en la soledad de su habitación, comenzó contra su voluntad a ser motivo de la enervación de su pene.

Pero cuando su cerebro comenzó a trabajar continuamente y a inocular unas ansias incontrolables de sexo fue al tener que contemplar el frotamiento y rascado insinuante de los encendidos genitales de su padrastro, que tomó por costumbre realizar frente a él, sentados en la mesa durante la cena, cuando su madre, ocupada en servirlos o limpiar los utensilios utilizados, no miraba y él no podía marcharse.

Emilio hipócritamente se acusaba después de obsceno, sucio y asqueroso de mierda, a la vez que sus pensamientos le hacían gozar imaginándose era él y no su padrastro quien frotaba y rascaba aquellos endurecidos genitales que resaltaban en la pernera del pantalón de aquel hombre y que después le mantenían despierto parte de la noche escuchando atentamente, a la espera que el ruido de los muelles o los ayes del placer le indicaran que en la habitación de al lado iniciaban la consabida cogida.

Imaginaba entonces, deseoso que se convirtiese en realidad, que aquella verga, que había visto frotada y rascada, dura como una piedra, le entrase por su húmedo y abierto orto y oyendo los jadeos y suspiros que llegaban hasta sus oídos, sus manos buscaban afanosas su verga que desesperado frotaba hasta conseguir derramar sus jugos mientras se enseñoreaba y regodeaba en imaginar acciones totalmente homosexuales con el hombre de su madre.

Y así una y otra noche.

Quizá tampoco hubieran sido suficientes estos hechos y pensamientos sexules que le recordaban obsesivamente la enorme polla que había vislumbrado bajo el pantalón de su padrastro que llegaron a ocupar totalmente su mente, para decidirse por la peligrosa y difícil huída hacia EEUU, más bien fue lo que ellos llegaron a motivar.

Su parte consciente intentó luchar, pero volvieron a vencer los ardientes deseos de probar el sexo que se habían introducido en su cerebro y cuando aquellos calientes pensamientos le indujeron dejase entreabierta la puerta de su habitación que había cerrado siempre, incluso al principio con el pestillo, para que aquel hombre pudiese entrar a realizar realmente lo que su calenturienta mente imaginaba y deseaba, así lo hizo.

Sabía que obrando de esta forma dañaba su espíritu pero las ganas de sentir placeres sexuales reales eran superiores a la voluntad de no hacerlo y lo que había rechazado en su madre, le estaba sucediendo a él se estaba conviertiendo en esclavo de aquella verga. Empezaba a vivir pendiente de conseguir ser follado por aquel hombre.

Así cuando una de las noches que esperaba ansioso se iniciasen los ruidos en la habitación contigua para solazarse solitario con sus imaginadas cogidas, notó que alguien en la oscuridad, acababa de empujar su entreabierta puerta, penetraba en su habitación, se acercaba y tanteaba su cama.

Su corazón le dio tal vuelco que temió se le quedase parado de repente. El olor de la loción que utilizaba el compañero de su madre le confirmó era éste quien estaba buscando la manera de deslizarse en su lecho

Paralizado de terror, pasados momentáneamente sus ardores sexuales por el miedo a lo desconocido y al susto sufrido, comprendió, aunque tarde, que había actuado temerariamente y que aquel encuentro nunca se debió efectuar, aunque una vez más venciendo en su mente el asqueroso deseo, no hizo nada por evitar al intruso, saltando del lecho por el lado contrario, encendiendo la luz o simplemente rechazandole a patadas.

El hombre se introdujo bajo las sábanas pegó su cuerpo al suyo y buscando una de sus manos la acercó hasta su polla caliente y endurecida.

El contacto de su mano contra aquella ardiente carne volvió a encender y hacerle olvidar todas las anteriores prevenciones y aun más cuando notó también que la mano de su padrastro asía y comenzaba a frotar su ya nuevamente enardecida verga.

Cuando se notaba volteado para ser colocado debidamente y poder ser follado, una llamada de su madre desde la habitación vecina, paró la acción.

- ¿Boni donde estás?

- No te preocupes – oyó le decía en voz muy baja al abandonar aquel hombre su cama - volveré después y si no puedo esta noche lo haremos la próxima.

Aquella mañana se levantó muy temprano, metió en la mochila de la escuela algo de ropa, una linterna, su maletín de urgencias, un poco de comida que encontró, asistió normalmente a las clases y al terminar éstas, sin volver de nuevo a su casa, en cuando desapareció la luz y comenzó la noche, inició corriendo su marcha hacia Aguadulce para pasar hasta Quitovaquita. Le habían dicho era mejor intentarlo por allí, pues utilizar la trayectoria Sonoyta – Lukeville para huir hacia el norte era peligrosísimo.

- ¿Por qué has disparado? - plantado en medio de la estancia José miró ceñudo a su compañero de guardia de aquella noche – Si llegas a herirlo tendríamos que llevarle a un hospital y después seguro habría problemas. El no estaba aquí . . habría dicho que no sabía nada de la detención del chico. . .que como otras veces no había quedado registrado, como es obligatorio. El se encontraba en la recepción del ayuntamiento cumpliendo con su deber . . . y los dos tontos hubiéramos cargado con las culpas – el tono que usaba era de fuerte reproche.

Tolomeo, el agente que había disparado, se encontraba aun en el quicio de la abierta puerta de la casa donde se encontraba la comisaría del pueblo de Sonoyta y permanecía mirando a lo lejos, donde en la oscuridad de la noche, el día se había acabado hacia ya un rato, se veía aun el blanquecino humo del tubo de escape de la motocicleta en la que el chico había huido.

- ¡¡Qué se las arregle é¡!l ¡¡No tenemos porqué ayudarle en sus tejemanejes sexuales!! ¡¡ No son cosas del servicio!! - continuó oyéndose, desde dentro, la retahíla de quejas de José.

    • Ya te puedes marchar andando, hasta mañana no hay manera de recuperar la "moto"
    • - se le oyó decía Tolomeo a alguien que permanecía en el exterior.

Cerró después de golpe la puerta y volvió al interior haciendo sonar fuertemente sobre la madera del suelo los tacones de sus botas de caña.

- Por no aguantar luego sus broncas y mal humor . . . – se disculpó mientras se acercaba hasta la estufa y calentaba las extendidas manos.

- En los asuntos concernientes al servicio – continuó hablando – puede contar siempre conmigo, pero para satisfacer sus arrebatos sexuales, ¡¡Qué me olvide, por favor!!

- A mí tampoco me gusta lo que hace, pero prefiero quedarme al margen – aseguró Tolomeo.

- ¡¡No lo parece así!! Has disparado sobre ese chaval y creo le has herido porque vi unas gotas de sangre en el suelo.

- Fue por la costumbre – se volvió a disculpar Tolomeo – se calienta la mano cuando se tiene un revolver en ella.

Después se sentó de una forma cómoda en el sillón, detrás de la mesa donde recibían y tomaban los datos de los detenidos y estiró los brazos bostezando para desentumecerse.

- ¡¡Cuánto tardan en pasar las horas¡! – se lamentó – Tengo ya ganas termine de una puta vez esa recepción del ayuntamiento, venga el sargento y pueda irme a casa.

- Si te marchas tú, te vas a librar de lo que tanto temías, su bronca. Había preparado un plato suculento con ese chico y ahora cuando vuelva de representar la autoridad en esa recepción de bienvenida al señor obispo, se encontrará que el pájaro ha volado de la jaula y su bronca y mal humor solamente lo sufriré yo.

Apoyó después su cuerpo en el borde de la mesa donde permanecía sentado su compañero de guardia.

- Pero me alegro – continuó su perorata - ¡¡Qué se joda!! ¡¡Qué se haga una paja si le pican en demasía los huevos¡!. ¡¡Qué mal lo pasé la semana pasada!! Tu librabas aquella tarde, preferí salir de ronda sólo, a quedarme aquí. Sé que no lo hubiera podido resistir sin intervenir.

Había traído esposado a un muchacho, era casi un niño, lo metió en el calabozo, como de costumbre sin anotar su detención en el libro de registro – paró un instante, tragó la saliva amarga que el recuerdo le ocasionaba y continuó con un tono duro para dejar muy claro que no le satisfacía en absoluto lo que hacía su jefe - Salí por la puerta lo más rápido que pude cuando vi tomaba el látigo y se dirigía hacia la celda del chico.

- Cuando utiliza el látigo con quien cometió un grave delito para conseguir su declaración . . . – dejó en el aire la frase, como justificando ese proceder - No es que me satisfaga verle actuar, hay métodos más humanos, pero entiendo que siempre obtiene una declaración de culpabilidad que permite al fiscal tener después casi el caso resuelto.

- Pero entonces siempre se anota en el libro al detenido, pero usar ese horrible látigo - habló nuevamente José - para aterrar a un pobre chico y aprovecharse después para satisfacer impunemente sus tendencias sádicas de la manera que él lo hace es repugnante, inmoral y canallesco.

¿Lo has visto alguna vez actuar? Se desnuda y mientras pega latigazos como un poseso se mueve y contorsiona como si estuviese follando en el aire hasta que se corre y se derrumba en el suelo entre espasmos de placer como un saco de patatas ¡¡es repugnante!!

La verdad, no entiendo como una persona pueda llegar a correrse solamente pegando o maltratando a otra y viéndola sufrir – filosofó después.

Paseó un instante por el mal iluminado cuarto como un tigre enjaulado y continuó con sus quejas de nuevo.

- Cuando terminó su asquerosa actuación preparó y marchó después llevaba una cara tan satisfecha como la que sueles tener tú cuando te has cogido a alguna puta joven y guapa. Como estaba de guardia me tocó atender y curar a aquel chavo antes de soltarle y mandarle para casa.

Tenía un montón de magulladuras, arañazos y quemazones, causadas por el látigo, sus uñas, ¡¡joder cómo llegó a arañarle!!, y esa maldita costumbre de apagar el cigarro contra la carne que dicen tienen los sados y no te digo nada de la zona anal, terriblemente irritada y sangrante. Aunque creo que no llega a encularlos habia hecho al chavito, no creo que lo que vi en ese culo fue realizado por una polla, más creo que con un palo o el mango del látigo.

Casi no podía andar cuando marchó a pesar de haberle derramado sobre las partes magulladas bastante cantidad de polvos calmantes.

Y mirando fijamente a su compañero a los ojos, insinuó.

- ¿ No sé si debiéramos . . . ?

- Es tu tío, y recuerda que tanto tu puesto como el mío dependen de él que tiene tan buenos contactos en las alturas que no perderá nunca el puesto que tiene. Con otro jefe no estaríamos aquí y este trabajo es tranquilo y bueno.

- Ya lo sé y a veces me siento mal por no actuar como debiera, denunciándole, sobre todo cuando miro a mi hijo, tiene ya diez años y asustado pienso si un día, una bestia como él, le consigue agarrar...

- No se atreverá, es su familia.

- Tendría que matarle, si lo intenta. . .– murmuró José para sí plenamente convencido que lo haría.

El chico al que se referían había aprovechado su ocasión. Cuando uno de los dos agentes que le custodiaban abrió la celda y le quitó las esposas para que pudiese comer una pizza que habían solicitado, le empujó hacia atrás y salió corriendo. En el exterior vio una motocicleta, en ralentí, apoyada contra la pared, supo después al ver la caja que portaba en la parte de atrás pertenecía al repartidor de la pizzería donde habían encargado su cena, la tomó y salió huyendo de allí.

Oyó posteriormente disparos y supo que había sido tocado por un escozor que sintió en la nalga izquierda y eligió camino hacia a la "tierra de nadie" que separa México del estado americano de Arizona por una zona más al oeste. Intentarlo por la que línea que unía este pueblo con Lukeville era imposible. Era su única salida, atravesar la frontera por la zona elegida y huir de las garras de aquel maldito sargento.

Mientras la moto pudo avanzar por aquellos pedregales continuó montado en ella pero cuando los agujeros, pedruscos y desniveles ya no permitieron avanzar la máquina, la dejó abandonada y continuó su huída corriendo.

El chamaco que había escapado de las garras de Silvetre el sargento de la policía de Sonoyta se llamaba Domingo Expósito, el nombre había sido elegido porque parecía haber nacido en la cercana aldea de Santo Domingo y el apellido porque era con el que se cristianaba en el estado de Sonora a todos lo niños abandonados que acogía el Hospicio Regional de la Caridad de Sonoyta.

Había pasado su niñez y primera juventud en este centro, desde que le encontró recién nacido y abandonado, envuelto en unos trapos en un escondido y poco frecuentado sendero, una campesina cuando llevaba los productos de su huerta a vender al mercado de Sonoyta que todos los jueves se desarrollaba en la plaza del pueblo y le entregó a las autoridades.

La adolescencia la vivió en el orfanato-reformatorio también situado en esta villa, donde fue trasladado a los catorce años. La falta de medios obligaba al centro a cumplir, a la vez, dos funciones, cuidar de los chavos que no tenían familia e intentar regenerar los jóvenes que por delinquir habían sido detenidos, pero que según opinión de los jueces aun podrían recuperarse para la sociedad. Los que no eran catalogados de esta manera iban directamente a la cárcel.

Entre la multitud de chicos de diferente moral, educación o carácter de aquel abarrotado lugar, tuvo Domingo que aprender a sobrevivir. Allí cada uno se aprovechaba de lo que la naturaleza le había concedido, la astucia, la fuerza o la inteligencia. Domingo se apoyó en su extraordinaria belleza masculina, su pelo muy rubio y sus ojos muy azules, que parecían señalar un desconocido padre norteamericano, que contrastaban con su morena suave y aterciopelada tez, origen de su madre mexicana, eran muy raros en el centro, lo que unido a la liberalidad con que actuaba sexualmente, prestando su cuerpo cuando lo consideraba necesario, le permitió ganarse y atraerse a los compañeros que mayor influencia tenían e incluso a más de uno de sus monitores, con lo que consiguió que su estancia no fuese tan desgraciada como había temido cuando llegó.

Desde que salió del orfanato-reformatorio, hacia ya casi un año, al cumplir como marcaba la ley los dieciséis años y no tener ninguna causa con la justicia, había vagado libremente por Sonoyta, pueblo que vivía gracias a estar situado en la frontera mexicano-estadounidense, entre el estado de Sonora y Arizona, ganándose la vida recurriendo a lo que mejor poseía, su cuerpo.

Había tenido una buena aceptación entre el personal masculino que buscaba sexo con jóvenes chaperos, de tal manera que se había dotado de una clientela casi fija, principalmente de norteamericanos que pasaban de la ciudad de Lukeville en busca de sexo y que mediante diferentes medios le avisaban donde y cuando debía presentarse para ofrecer su cuerpo. Este sistema era ideal para él porque además de recibir normalmente bastantes más pesos por su servicio, casi podía elegir a quien entregarse.

Sabía como todo el resto de jóvenes que se ganaban la vida realizando lo mismo que él, que Silvestre, el malencarado, peligroso y cruel sargento de la policía de aquella villa, sometía a terribles sesiones sádicas a los muchachos que detenía en las inmediaciones del sombrío y arbolado parque, que no tenían a nadie que reclamara por ellos, por lo que evitó siempre acercarse por la zona cuando comenzaban a desaparecer las luces del día y se iniciaba el mercado de la carne.

Pero el azar tuvo el capricho de que llegara a conocerlo personalmente y además sus concomitancias con el "Pequeño", el principal representante mafioso de la droga en la zona, lo que ocasionó, que no solo temiera que Silvestre le apresase y sometiera a sus sesiones sádicas, sino que incluso llegase a atentar contra su vida.

Sucedió que un día recibió el aviso, por medio de uno de los sicarios del "Pequeño", buen cliente suyo, que siempre le trató de una manera especial, se personara en su hacienda a las cinco de la tarde.

Después de anunciarse a los que cuidaban la puerta y dejado pasar por conocerle, llamó como tenía por costumbre con los nudillos en la puerta de madera del despacho del "Pequeño" donde solía recibirle y desarrollarse las sesiones de sexo. Al oír "un adelante" penetró en la estancia.

El mafioso que no se encontraba solo, volvió enfadado la cabeza hacia la puerta gritando.

- ¿Que coños ocurre?

Y al ver al chiquillo parado en el quicio y terriblemente asustado soltó una estruendosa carcajada.

- Pasa, chamaco pasa, me había olvidado de ti.

- Este precioso ángel rubio es el que me calma el malhumor y los deseos de mi verga – se dirigió a quien hablaba en aquel momento con él.

Y volviéndose al chaval ordenó.

- Ya sabes lo que tienes que hacer y por donde debes empezar. No te preocupes de este señor. Está también acostumbrado a ciertas cosas. Aunque según me han dicho que solicita cosas más exigentes que yo.

Domingo estaba terriblemente confuso, había reconocido en quien hablaba con el "Pequeño", al sargento Silvestre de la policía.

Era este un fornido hombre cercano a los cincuenta años, soltero, alto, ancho de espaldas, de pelo bastante largo y muy negro, moreno, con aires de fanfarrón de barrio y aunque podría ser catalogado de bastante feo, él por la manera chulesca de andar y portarse parecía creerse irresistible.

Era conocido por todos que solamente llegaba al orgasmo mediante el más alto grado de sadismo. Se decía que la corrida más larga y sublime, que inundó de semen su uniforme, tuvo lugar contemplando el ajusticiamiento de un reo en la cámara de gas de una cárcel americana de Arizona, durante una invitación que recibió hacía ya un tiempo.

Obedeciendo, Domingo no podía actuar de otra manera, cumpliendo la orden se acercó a su cliente, se arrodilló ante él, le soltó los botones de su bragueta, sacó una enorme pija y se dispuso a chuparla.

De nuevo el traficante se dirigió a su acompañante y riéndose a carcajadas le espetó.

- Sé que me llaman el "Pequeño" por mi cuerpo, pero seguro que no creías tenía una verga así de grande ¿eh? – y la bamboleó y sacudió mostrando orgulloso la enorme pija que poseía.

Y sin preocuparse de la presencia del chavo que inició una golosa lamida de su verga, siguió hablando al sargento.

    • Aunque yo soy aquí el máximo representante del cártel de Sonora y tu el representante más importante de la policía en el lugar, tanto a ti como a mí nos toca solamente obedecer lo que los grandes capós ordenan.

Me han anunciado que en breve pasará por este lado de la frontera hacia EEUU un importantísimo alijo de droga. Yo te avisaré el día que se efectuará, enviándote un recadero en cuanto lo sepa. La manera de actuar en esta ocasión será mediante un transporte especial, en medio de la oscuridad de la noche. Ya sabes que esa noche debes de evitar cualquier patrulla mexicana por la "tierra de nadie" desde aquí hasta la zona de Los Vidrios. Al otro lado de la frontera, a quien corresponda, hará también lo mismo.

Hasta pasado un rato de chupetear la gran polla del pequeño, no cayó Domingo en la cuenta que aquella extraña situación la había preparado el mafioso de una manera muy pensada.

Deseaba obtener dos cosas. Como todos los pequeños de estatura y un físico que más que miedo podía producir risa, con dinero o cierto poder, el de él emanaba de lo que los grandes capós de la droga le otorgaban, mantenía en su interior, muy escondido, un gran complejo.

Podía así magnificarse físicamente dejando satisfecho a su ego, mostrando que aunque su cuerpo era bajo y enclenque poseía una enorme porra, la mejor manera de remarcar la fuerza, valentía y masculinidad en México.

A la vez empequeñecía al sargento, al que le hacía pasar como si estuviera a su servicio, teniendo que aceptar, sin rebelarse, oír como ciertas órdenes y datos, se decían ante oídos extraños sin ningún temor a posibles represalias por parte policial.

Desgraciadamente también la maniobra había sido comprendida rápidamente por el sargento que había ido enrojeciendo, no por la vergüenza de tener que asistir al espectáculo sexual que se desarrollaba ante él, sino por la rabia que se le estaba acumulando al comprobar la manera que era tratado por aquel que él consideraba un mequetrefe.

Y a la vez que veía aumentar su odio hacia aquel asqueroso e ineducado mafioso, del que ya tomaría venganza en cuanto tuviese ocasión, estaba llegando a la conclusión, que por lo que había escuchado y sabía de sus tratos con los grandes capós mafiosos de la droga, tenía la necesidad de deshacerse de aquel chavo.

- Ya llegará tu hora desgraciado y tu chamaco conocerás al sargento Silvestre - se dijo quedamente.

Desde aquel día se desarrolló entre ambos la caza del gato y el ratón, pero mientras el felino-policía podía moverse por todos los lados y poseía múltiples confidentes, el ratón-chiquillo rubio tenía que permanecer escondido sin poder siquiera asistir a las llamadas de sus "clientes" lo que llegó a ocasionar la pérdida de obtener dinero.

Por ello al saber que había hoy una recepción especial en el ayuntamiento para recibir al obispo de la diócesis, de visita pastoral por el estado de Sonora, donde estarían todas las fuerzas vivas, incluido el sargento, pensó Domingo que la malévola autoridad municipal se mantendría suficientemente ocupado para no dedicar su tiempo a recorrer el parque donde encontrar algún joven que le satisficiera en sus muy especiales deseos sexuales.

Pero no había sido capaz de meterse en el maquiavélico cerebro de aquel sádico, que justamente aquel día, antes de vestirse con el uniforme de gala con el que asistiría a la recepción del ayuntamiento, que dejó en la comisaría, recorrió los alrededores de los lugares donde habitualmente encontraba los chiquillos que le servían para cumplimentar su vicio.

Cuando desde lejos vislumbró a Domingo deambulando por allí, no fue él quien se le acercó para evitar saliese corriendo, llamó a uno de los conocidos buscadores de carne de la zona y le explicó lo que deseaba hiciese para atrapar aquel chavo.

Solamente le dio tiempo a encerrarlo en una de las celdas de la comisaría, cambiarse de ropa a toda prisa y ordenar al agente Tolomeo que terminaba sus correspondientes horas de guardia.

    • Quédate hasta que pueda abandonar la jodida recepción y regrese.

Salió después de estampida sin ver que un hombre que había estado esperando en uno de los lados de la casa-comisaría se le acercaba para decirle algo.

Llegó a la recepción del ayuntamniento unos segundos antes de entrar en la sala de plenos el orondo señor obispo seguido de todo su sequito.

    • No acaba de terminar esta jodida y asquerosa mierda
    • – se repetía nervioso, buscando la manera de escapar de aquella maldita reunión que le mantenía allí atado rápidamente y sin levantar sospechas.

Y cuando después de los discursos, comenzaron a servir unos bocaditos y vasos de refresco, se las ingenió para ir repitiendo a los que consideraba debía decírselo y poder así desaparecer rápidamente.

- Mi obligación es cuidar del orden de este pueblo, por lo que debo marcharme y estar patrullando.

Cuando derrapó el automóvil en el que se acercó a la comisaría, los agentes José y Tolomeo se asomaron inquietos y expectantes a la puerta.

Silvestre pareció adivinar lo ocurrido.

- ¿Y el chico?

- Voló, aprovechó cuando le estaba dando de cenar una pizza y se perdió en la noche - se autoinculpó Tolomeo intentando evitar que la bronca cayera sobre José. Con él reñia y chillaba pero aún conservaba algo de educación, pero con su sobrino descargaba la totalidad de su mal carácter.

Silvestre se le quedó mirando como no entendiendo lo que le acababa de decir.

Cerró después sus puños y comenzó a enrojecer y convulsionar de tal forma que su sobrino, temiendo le estuviese dando una apoplejía, se le acercó solícito.

- ¡¡Tío!!

La palabra pareció desencadenar algo en el interior del jefe de la policía que comenzó a patear, retorcerse, mesarse los cabellos y gritar de tal manera en el medio de la calle, que sus ayudantes, ante el acercamiento de varios transeúntes que curiosos deseaban ver lo que pasaba, le tomaron y tiraron uno de cada brazo y condujeron, casi a la fuerza, al interior de la comisaría, cerrando la puerta.

Allí se desasió de ellos y dirigió directamente a la celda donde había dejado encerrado a Domingo, donde se sentó y permaneció en silencio durante más de media hora, mientras José y Tolomeo, que no se había atrevido a marcharse, en total silencio, esperaban sentados en la sala de recepción a que apareciese de nuevo, ya algo más calmado.

Cuando lo hizo, se había desprendido de la ropa de gala y puesto nuevamente la ropa de faena, llevaba en la mano su látigo y sin dirigirles ni una sola mirada, salió a la carrera de la comisaría, montó en un todoterreno que había aparcado ante la puerta y marchó como una exhalación, sin fijarse que el mismo hombre, que antes intentó acercársele y que pacientemente había permanecido esperando en los alrededorres de la comisaría, lo hacía de nuevo con el mismo resultado.

- No sé si es peor verle así que escuchar los reniegos acostumbrados – comentó Tolomeo mientras se preparaba para marcharse.

Emilio despertó de repente, debía ser ya muy tarde. Entre la nebulosa que aun persistía en su cerebro recordó le había parecido oír un ruido cercano y debía ser ello lo que le había despertado. Había sido arrebatado de un sueño que estaba proporcionándole suma felicidad. Un chico joven y rubio como el trigo, mantenía metida la verga en su cuerpo y comenzaba, en preciso momento que despertó, a balancearse sobre él.

Aguzó el oído, escuchó conteniendo la respiración y comprobó que realmente alguien andaba por el exterior y se acercaba al granero, entreabría la puerta y penetraba sigilosamente por la estrecha abertura que había conseguido abrir.

La tempestad parecía había amainado pero perduraba algo de viento que se coló también en el interior.

Quieto, asustado, temiendo ver aparecer a unos gendarmes con el uniforme americano o peor aún un grupo de exaltados campesinos armados de palos de baseball y escopetas, comprobó tranquilizándose, que el que se perfilaba en la abierta puerta y penetraba después en el local, era un muchacho idéntico al del sueño con el que empezaba a follar, pero calado de agua, temeroso y asustadizo, que miraba alrededor buscando donde poder guarecerse y descansar.

Encendió Emilio la linterna que portaba y dirigió el haz de luz al recién llegado, que saltó hacia atrás como si le hubiese picado una serpiente de cascabel, a la vez que preguntaba.

- ¿Quien hay ahí?

- No te asustes, puedes acercarte y compartir mi cama de paja y esta frazada vieja que encontré, nos daremos entre los dos algo de calor.

- Alumbra un poco esto para poder valerme.

Emilio dirigió la luz alrededor del granero y también hacia él para que pudiese fiarse de sus palabras.

- ¿También tu huyes de México? – preguntó Emilio cuando se le acercó.

- Si.

- Yo también, ¿crees que lo conseguiremos?

- Necesito hacerlo- contestó el recién llegado - me va la vida en ello.

Al intentar el recién llegado echarse sobre la paja al lado de Emilio gimió.

- Tienes mucha sangre en los pantalones ¿Estas herido?

- Me lo hizo un "poli" mexicano mientras huía.

- Puedo intentar curarte, necesitarás de todas tus fuerzas mañana y será mejor que también se seque tu ropa.

Emilio se levantó, tapándose con la manta, de donde había permanecido tumbado, colocó la linterna de manera que les alumbrara y comenzó a bajarle los pantalones para auscultar la herida.

- Perdona, quizá no debiera . . . pero ya ves que también he colgado mi ropa a sacar y estoy desnudo – separó la frazada para que pudiera comprobar le decía la verdad.

    • Continua, por favor –
    • le pidió el desconocido.

Emilio le quitó los calzones y calzoncillos, tomó una botella que contenía agua y con su propio pañuelo comenzó a limpiar la zona herida del muslo.

Aunque sus ojos se le iban tras los descubiertos genitales, le quedaban aun reminiscencias del deseo sexual que se había creado en su interior durante el sueño, le ayudaba el parecido del chico entrado en el granero con el que imaginaba empezaba a follar, intentó sobreponerse y pensar solamente en curar el sangrante muslo.

- Parece solamente un rasguño, la bala solo te rozó. Hay que limpiar la herida y evitar que siga sangrando.

Cuando la sangre desapareció del muslo, al no encontrar nada seco con que taparla propuso.

- No es conveniente poner nada húmedo encima pues así se macera, si tienes cuidado sería mejor dejarla destapada, pon tu ropa a secar junto a la mía, acuéstate y mañana completaremos la cura.

Al tumbarse juntos y desnudos sobre la paja y taparse ambos con la vieja manta.

- Me llamo Emilio - dijo el uno.

- Yo me llamo Domingo – le contestó el otro.

Sería por lo estrecho de la frazada, por el terrible frío que hacia en aquel chozo o porque algo interior les obligaba irremisiblemente a acercarse, los dos desnudos cuerpos quedaron, desde el principio, totalmente pegados.

Indudablemente ambos notaban en el otro algo que los hombres no podemos esconder cuando alcanzamos cierto grado de excitación sexual, la verga endurecida.

- Parece que nuestros cuerpos se gustan – comentó Emilio mientras aparecía nuevamente, tanto en sus genitales como en su cerebro, el deseo abierto durante el anterior sueño.

- Creo que sí. Te confieso que por la necesidad de ganarme el sustento he tenido que dejarme follar por montones de hombres con los que no deseba hacerlo, hasta el punto que en algunas ocasiones me costaba mantener la polla dura y parecer sentir placer. Y cuando no ha sido así he encontrado un trasero escuálido y arrugado o uno peludo, enorme y fondón. Pero notar tan cerca un culo joven, duro, suave y hermoso, como el tuyo, es una bendición que casi había olvidado. Siempre me ha tocado poner el mío, cosa que detesto, pues me siento activo.

- Si no me haces daño me gustaría lo utilizaras, sería la primera vez. Yo me siento pasivo.

    • Gracias Emilio.

Domingo comenzó a realizar sobre su compañero lo que muchas veces le habían hecho a él, acariciarle la cercanía del orto para que el agujero se dilatase y permitiese penetrar después una verga. Ensalivó convenientemente tanto la entrada del culo que tenía delante como la punta de su polla e inició muy lentamente la cogida.

    • Haz fuerza como si fueses a cagar –
    • le recomendó - así irá entrando poco a poco y sin dolor.

Despacio, con sumo cuidado y con la colaboración de Emilio que al notar que algo duro, ardiente y maravilloso penetraba en su cuerpo, cumplía las órdenes de su amigo, la polla de Domingo fue encontrando en el recto su lugar adecuado.

Las primeras emboladas fueron muy suaves y cortas pero según les fue inundando a ambos el placer, se convirtieron en largas, fuertes y profundas, la entrecortada respiración que habían mantenido durante los primeros embites, en fuertes jadeos y las suaves palabras iniciales de ánimo en ayes, gritos de satisfacción y placer.

Cuando los cuerpos habían perdido el frío, se habían convertido en productores de un maravilloso y sublime gozo, estaban en el mejor momento de la follada y el pene de Domingo ya entraba y salía con suma facilidad del orto de Emilio, se abrió de repente la puerta del granero, que quedó totalmente iluminado por los encendidos faros de un coche que habían colocado frente a la entrada, mientras una fuerte y potente voz, de alguien que se perfilaba a contraluz en la oscuridad de la noche, anunciaba triunfante.

    • ¡¡¡ Por fin te tengo en mis manos!!!

Silvestre avanzó y con la punta del látigo que llevaba en su mano, retiró la manta que cubría a los chicos y al ver que eran dos los que se cobijaban bajo ella y que estaban enguilados y follando, sorprendido exclamó.

- ¡¡ Por Satanás!! tengo aquí también a otro chavito que por lo visto le gusta mucho el sexo.

Los chicos, petrificados, aun enganchados, sin atreverse siquiera a moverse, quedaron mirando al sargento de la policía que permanecía sonriente de pie junto a ellos.

    • ¡¡Arriba, levantaos, quiero veros bien!!

Esforzándose y entrechocándose entre si por la rapidez que intentaron en cumplir la orden, se levantaron y quedaron frente a Silvestre, quien valiéndose de la punta del látigo fue levantando y moviendo los aun semiendurecidos penes de los chiquillos.

- Parece que ya empezáis a ser hombres por el tamaño de vuestras vergas, el vello que las circundan y la redondez de la carne que veo en vuestros culos, veremos como todas estas cosas se portan cuando empecéis a jugar conmigo – y señalando el látigo - y con éste.

Y sin darles tiempo a cubrirse la zona genital siquiera con sus manos, recibieron en aquel lugar el primer latigazo de la noche.

El grito de dolor que lanzaron los chiquillos sonó tan al unísono que pareció ser un solo lamento, pero los que les siguieron se mantuvieron bien separados porque el salvaje Silvestre fue repartiendo alternativamente latigazos sobre los cuerpos de los chavos que gritaban enloquecidos cuando la correa laceraba su joven carne.

- Arrodillaos, maricones, escoria, daos vuelta que vea vuestros traseros, rezar si sabéis – gritaba Silvestre mientras les lanzaba fuertes patadas y blandía y descargaba sobre ellos inmisericorde el látigo.

Los cuerpos de los chavos estaban ya marcados con varios moratones y unas largas líneas sanguinolentas, por los zurriagazos recibidos, señalaban donde habían caido las correas del látigo, cuando Silvestre, acalorado y sumamente excitado comenzó a desprenderse de su ropa, quedando completamente desnudo.

La escena obligaría a pensar a los ojos de cualquiera que la contemplase, al ver a un hombre cincuentón, corpulento, desnudo, con su bamboleante y endurecida verga, moviéndose sola en el aire, atrás y adelante, como si estuviese follando a un fantasma, mientras lanzaba latigazos de una manera desaforada contra dos desnudos y desamparados chiquillos, estar delante de un enojado, enloquecido e iracundo loco escapado de un manicomio.

Cuando por sus quejidos y jadeos de placer parecía ya que aquel sádico estaba a punto de correrse, aparecieron en la abierta puerta del granero cuatro hombres armados, a la vez que una voz ordenaba.

- ¡¡¡Quietos todos!!!.

El primero que penetró en la estancia fue el "Pequeño" seguido de tres hombres que portaban un arma en sus manos.

    • Hola Silvestre, por fin te encuentro, parece te importó mucho más satisfacer tu especial instinto sexual que obedecer las órdenes que no te pudieran dar porque no las quisiste escuchar.
    • Yo. . ., yo no supe de ninguna orden –
    • balbuceó muy confuso Silvestre.
    • No soy yo quien te va a juzgar, otros lo harán por mi, seguro con bastante ira. Envié a un comisionado que por dos veces se acercó a ti para decirte que era hoy cuando se pasaba el importante alijo que te había anunciado y que no debiera haber vigilancia en esa zona de la "tierra de nadie" y no le atendiste.

No solo incumpliste la orden de los jefes, sino que fuiste tu mismo quien salió con un todoterreno de vigilancia. Asustaste a los de arriba que me hicieron venir a mi a proteger el envío, con laorden de que si te oponías te matase si era preciso y veo ahora que fue tu vicio lo que te apartó del deber. No voy a matarte, ellos se encargaránde ti.

Al volverse fue cuando reconoció a Domingo, el chamaco que solía proporcionarle el placer sexual que de vez en cuando necesitaba, de pié, desnudo y totalmente ensangrentado por los azotes.

- ¿Qué haces tu aquí? – le preguntó.

- Desde que el sargento comprobó en tu hacienda que conocía vuestra relación, me ha perseguido para matarme – consiguió, entre lágrimas, contestar Domingo.

El "Pequeño" quedó en suspenso durante unos instantes.

- Perdóname chamaco, parece fui yo el causante de tus desdichas. Desde ahora te aseguro que puedes volver tranquilo porque éste - miró con desprecio al policía – no te volverá a molestar.

Al notar cierto desencanto en el rostro de Domingo preguntó con cierta cara de enfado.

- ¿Dudas de mi palabra? - preguntó el "Pequeño" mirándole fijamente.

- En absoluto, pero pensaba pedirte algo . . .

- Dime – soltó una carcajada el mafioso – me gustas, eres valiente, de los muy pocos que no me tiene miedo.

- Por qué iba atenerte miedo. Tu siempre has sido muy bueno conmigo . . . ¿Podrías ayudarme a pasar la frontera?

- Es lo menos que puedo hacer por ti. ¡¡Vístete rápido!!, vamos con retraso, monta con estos y te llevarán hasta EEUU – y al ver la mirada que Domingo dirigió a Emilio continuó el "Pequeño" dándole un golpecito cariñoso en la espalda - bueno hoy me encuentras de buen humor, después del disgusto que nos ha dado este incompetente Silvestre, que seguro voy a ver apartado de mi camino, entiendo tu mirada, yo también he estado enamorado. Vestios los dos y montar en el coche blindado.

Doloridos aunque felices, sin ningún otro contratiempo que les interrumpiera la marcha, en el otro lado de la frontera los que tenían que evitar saliesen las patrullas habían cumplido bien la orden, fueron depositados un kilómetro antes de llegar a Phoenix, capital de Arizona, en la nación donde aun hoy se encuentran.

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