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Encontré mi amor en Texas

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ENCONTRÉ MI AMOR EN TEXAS

"El sol estaba llegando a su ocaso. Los últimos rayos del día aparecían amarillentos y rojizos como el cobre bruñido sobre una loma cercana, aún capaces de iluminar la pradera por donde "Ringo" avanzaba al paso, montado sobre su noble bayo, pero ya sin fuerza para dar el calor que habían derramado durante toda la jornada. La ligera y agradable brisa, que soplaba siempre antes del anochecer por aquella despoblada región, ondulaba la salvaje y rica vegetación por donde ambos marchaban y refrescaba sus maltratados y calurosos cuerpos que habían cabalgado durante muchas horas.

"Ringo" no tenía prisa por llegar a ningún sitio determinado, se dejaba arrastrar en espera que la suerte o el destino le llevase donde pudiera volver a encontrar las huellas que había perdido hacía poco tiempo. Por ello había dejado que su corcel eligiese la dirección y la velocidad de la marcha.

El noble bruto, sabedor que su amo no había tirado de las riendas desde hacía horas, buscaba dirigirse hacia alguna corriente de agua que estuviese rodeada de arbolada y cubierta de una alfombra verde, con jugosa y fresca hierba, para pacer a sus anchas y después descansar junto a su dueño, que encendería un débil fuego, cenaría y se echaría, envuelto en una manta, a su lado.

No había desdeñado efectuar algún bocado, encontrado apetitoso al borde del camino durante la caminata, pero aquella hierba no era igual a la que esperaba encontrar junto a una fresca corriente de agua.

Mientras se balanceaba sobre su montura Ringo recordaba su última estancia en un lugar habitado. Su conciencia había quedado tranquila después de haber dejado limpio de malas personas aquel pequeño pueblo, llamado Menville, donde casualmente había parado en su largo peregrinar.

Le contaron que Menville había surgido en las fértiles tierras de Texas, cuando los emigrantes europeos pararon el lento caminar de sus carretas y se establecieron allí. Habían salido del este, recién desembarcados en esta nueva y floreciente nación, formado una larga caravana de carros para intentar iniciar una vida de trabajo y paz, que Europa no les ofrecía y cuando llegaron a estas feraces tierras, que les dijeron no pertenecían a nadie, se aposentaron en ellas.

Les había costado mucho tiempo, esfuerzo y alguna sangre, llegar hasta allí, desbrozar y dominar las tierras vírgenes y crear una comunidad próspera y tranquila. Cuando lo habían conseguido, había aparecido aquella malvada gente, intentando apoderarse por la fuerza de sus armas, de los mejores pastos del pueblo.

A "Ringo" le era imposible permanecer impasible ante la injusticia y cuando conoció los pormenores de las viles acciones que sucedían en ese lugar, actuó, amedentró con sus armas y puños a los malvados, que huyeron, temiendo quedar enterrados en el pequeño cementerio de aquella perdida villa del medio oeste.

Después había escapado de la gratitud de los agradecidos habitantes del pueblo, que deseaban se quedase con ellos, porque sabía no podía asentarse en ningún lugar hasta que terminara de cumplir con la promesa, que hizo ante la tumba de su asesinado hermano, en el cementerio de un pueblo de aquella vasta y casi deshabitada región, donde era sheriff, de vengar su alevosa muerte.

Desde entonces había dedicado su vida a cumplir su promesa, había matado ya a uno de los que formaban el grupo de asesinos que liquidó a su hermano, pero le faltaban dos, entre ellos el verdadero culpable, para poder buscar después, un lugar donde construir su rancho y descansar tranquilo.

- - - o o o - - -

Luis cerró la novela que acababa de terminar de leer. Las aventuras de los valientes y aguerridos cawboys le entusiasmaban. Hubiera deseado poder vivir en aquella época pasada. Ser como el protagonista del libro que acababa de guardar. Ocho pies y medio de estatura, ojos grises acerados, un cuerpo fuerte sin un gramo de grasa, honesto y cuidador del orden y obligar que se cumpliesen las leyes en aquella tierra virgen, que Dios les había concedido a los emigrantes europeos y a todos los hombres de buena voluntad, que se desplazaron de todas las partes del mundo para construir un nuevo hogar en la América virgen.

Viajaría como él, montado en un fiel y veloz caballo, de un pueblo a otro, ayudaría a restablecer el orden e imponer la ley para lo que utilizaría sus fuertes puños. Las armas, de las que sería un experto, solamente las usaría, si fuese imprescindible y más para meter miedo que para matar a nadie.

La cuestión de las armas le mantenía confuso, sabía que en el lejano oeste era necesario poseerlas para defenderse o imponerse, pero siempre fue reacio a su utilización, pensaba que era mejor que ni siquiera existiesen.

Otra cosa era utilizar la astucia en las artes de lucha o defensa y los puños. Era pacífico por naturaleza, nunca buscó camorra, pero tampoco se apartó de pelear si lo consideró necesario para defender una buena causa. Luchó dos veces en el patio del colegio. La primera cuando un chico, que no sabía si había notado algo extraño en él, le llamó un día maricón. Todos se quedaron, al oír el insulto, mirándole, esperando reaccionase. Era lo peor que le podían decir a esa edad delante de todos. Negar su virilidad, su hombría, dejarse llamar maricón y no saltar inmediatamente era aceptar el insulto y reconocerlo.

Fue preciso pegarse aunque recibiese una paliza, si no lo hacía, era aceptar lo llamado. Luchó, se lanzó contra el deslenguado de una manera furibunda. Ni el mismo creyó ser capaz de hacerlo con tanta rabia. Necesitaba ocultar que verdaderamente lo era, que sentía desde hacía tiempo, que sus hormonas le llevaban a desear sexualmente a hombres en vez de mujeres, como decían sentir sus compañeros. Notar eso dentro de sí, para él, no era ser afeminado, débil o llorica como muchos creían y propagaban. Se podía ser un hombre valiente, desear amar a un semejante de su propio género y compartir su vida con él. Puso orden mediante sus puños y nunca nadie dudó de su virilidad y hombría.

La segunda vez que luchó fue por defender a un compañero de clase, que había sido atacado a la puerta del colegio por dos chicos de otro centro cercano. No sabía si tenían alguna razón, pero al comprobar que entre dos pegaban a uno solo, reaccionó, salió de su interior el deseo de imponer la ley y el orden que siempre soñó con poder realizar y se metió en la pelea, haciendo que los dos huyeran al notar la fuerza de sus puños. Esta acción le valió en adelante ser admirado y respetado en su centro.

Hacía unos días había terminado el curso y también el segundo ciclo de sus estudios y era el momento de elegir carrera y universidad. Pensaba estudiar leyes, pero el centro aún no lo tenía decidido. Por las calificaciones globales obtenidas podría optar hacerlo en uno importante, donde sería casi seguro admitido y concederían una beca.

Al día siguiente tenían citada una reunión en el colegio donde había terminado el bachillerato para decidir donde irían de viaje de fin de estudios. Habían reunido bastantes euros mediante sorteos, bailes a beneficio y atendiendo por turnos la cafetería del colegio. Solo necesitaban la aportación del dinero familiar, para poder efectuar una buena excursión que recordasen toda su vida.

Por las conversaciones que habían mantenido entre ellos, ningún chico se inclinaba por elegir una visita cultural, pensaban todos en algún país lejano, que pareciese a los padres un viaje serio, pero que tuviese diversión y si era de tipo sexual, mucho mejor. La mayoría de las chicas pensaban diferente.

Cuando comenzó la reunión tuvieron que desechar Asia porque habían aparecido recientemente en la televisión algunos reportajes sobre la gripe aviar. Todos dijeron que sus padres no les dejaban viajar a esos lugares porque existía la posibilidad de comprar droga.

Propusieron lugares, Francia o Inglaterra eran conocidas por la mayoría de los veranos que habían ido a aprender idiomas, Italia, Grecia o Egipto, nadie las quiso, porque eran visitas demasiado culturales, parecería una continuación de las clases de historia o arte. El norte de Europa, salvo Holanda, que se hablaba había mucho ambiente en una calle de Ámsterdam, donde se exhibían las putas en los escaparates de las casas, uno dijo.

- Después de echar un polvo o dos, que ya dejas al cuerpo satisfecho ¿qué hacemos, mirar los canales y molinos de viento? Allí no hay nada más, os lo aseguro - había estado en este país y presumía de haber perdido su virginidad en esa calle.

Yo había callado hasta entonces, temeroso que mi proposición fuese rechazada, pero cuando preguntaron mi opinión, me atreví a exponer.

Yo iría a Estados Unidos, pero no a esos sitios trillados, Nueva York, Dysnelandia, el Cañón del Colorado o los Grandes Lagos, iría a Texas, al llamado Medio Oste, que me han asegurado es lo genuino de ese país, es donde aun se puede ver, disfrutar o sentir lo que todos hemos soñado cuando hemos visto una película de vaqueros, grandes praderas, ganado pastando, rodeos . . . .y también habrá garitos de diversión de la que todos deseamos.

Supe vender tan bien mi oferta, dije palabras tan entusiásticas sobre lo que allí encontraríamos, que la mayoría de los chicos quedaron maravillados y aceptaron mi propuesta.

Cuando llegué a casa me asusté porque ni yo mismo sabía lo que íbamos a encontrar. Lo que les dije para hacerles aceptar, era lo que yo soñaba después de leer las novelas del oeste de Zane Grey.

Presentamos nuestros deseos a una agencia de viajes a la que pedimos nos hiciese una propuesta de visitas y precio para catorce personas masculinas durante una estancia de quince días. Las féminas de la clase nos dijeron que no iban a un lugar tan imbécil y eligieron, según ellas, un sitio más interesante, que no me preocupé saber cual era.

Nuestro grupo salió de Madrid, incluido en un vuelo charter a Nueva York con otros estudiantes, que celebrando lo mismo que nosotros, se dirigían también hacia el continente americano. Posteriormente a nuestro grupo nos trasladaron, en un vuelo regular, hasta Dallas. Después visitaríamos otras ciudades cercanas. Teníamos por delante catorce días de diversión.

La primera visita en esta ciudad fue al lugar donde, durante la época de mis abuelos, mataron de unos disparos al que era entonces presidente de los Estados Unidos. Escuchamos toda la historia, que un cicerone imbuido de su conocimiento y con pronunciación malísima del castellano, nos hizo del magnicidio. Había un lío de personajes, un tal Oswall, quien disparó directamente, pero también lo hizo después un tal Rubí, sobre el que había matado a Kennedy. El cicerone dijo en un aparte, en voz muy baja, como si tuviese una información privilegiada, que el misterio aún no se había desvelado, aunque él sabía todo lo sucedido.

Sabía que la vida había cambiado mucho de la que yo leía en las novelas, pero esperaba aún ver a numerosos hombres vestidos de vaqueros por la calle, pero no vimos nada más que gente vestida como en todas las partes del mundo.

Soñaba llegase la noche para asistir a la vida licenciosa de los garitos, imitando a los de aquellos tiempos, donde se jugaba y mataba a los tramposos y sobre todo deseaba fuese más divertido, que lo que aquel cicerone del diablo nos había endosado, pero no supimos encontrarlos o no los había.

La gente de mi grupo no llegó a quejarse en Dallas de lo que estaba resultando el viaje, porque aunque no visitamos un esplendoroso "saloom", con su largo mostrador de espejos esmerilados detrás y su escenario de cortinones rojos, donde levantaban las piernas, dejando ver sus enaguas, un coro de adiestradas jóvenes, sí lo hicimos a un estriptees, donde unas, casi despelotadas chicas, hacían movimientos lascivos y lujuriosos, mientras se quitaban la ropa, muy cerca de nuestros abiertos ojos, agarradas a una barra de acero. En España no nos hubieran dejado penetrar para ver el espectáculo, allí no nos pidieron los pasaportes.

Aunque para contemplar el número principal, la apoteosis como la llamaban, en la que aseguraban se quedaban totalmente desnudas y enseñaban los pelines del pubis, que ninguno de mis amigos quería perderse, tuvimos que esperar hasta el final. Me aburrí soberanamente viendo hacer lo mismo a varias muchachas. Estos movimientos gimnásticos de una chica con algo menos que un bikini, no me hizo mover nada de mi cuerpo. Conseguí poner dura la verga, más que nada para poder mostrar a mis amigos, que también como ellos estaba empalmado, contemplando el culito de uno de los camareros, todo gestos sensuales, que pasaba por mi lado contoneándose y sonriéndome porque notó me interesaba más su figura, en la que se marcaba apretada una buena polla, que lo que la chica de la barra hacía y enseñaba.

Me defiendo mal en inglés, por lo que no pude decirle todo lo que sentía al mirarle, pero cuando una de las veces pasó por mi lado, me agarré ostentosamente el paquete y me pasé la lengua por los labios. Entendió perfectamente, hizo un gesto como si mi polla penetrase en su boca y mostró la cara del placer que ello le proporcionaba. Hasta me hizo un gesto de que le siguiera cuando pudiese.

No me fue posible escapar del grupo y seguirle para buscar un rincón apartado donde descargarnos mutuamente porque uno de los de mi grupo se había colocado de manera que me obstaculizaba la salida de aquel montón de sillas afelpadas, para poder buscar él, sin ser visto, una postura que le permitiese masturbarse todo el tiempo del espectáculo,

Cuando la última girl terminó quitándose lo poco que la cubría y quedaba ante mis atónitos compañeros españoles, enseñando su coño, depilado, con sus gordos y rojos labios abiertos, húmedo y quizá algo oloroso, se oyó un alarido, casi animal, con el que se dio rienda suelta a la tensión que mis amigos habían acumulado durante el espectáculo. Este final, según los comentarios hechos durante el desayuno del día siguiente, parece que sirvió como incentivo suficiente para las masturbaciones posteriores en la cama o servicios del hotel.

En mi caso, después que lo había hecho mi compañero de cuarto, porque encontré gotas de semen derramadas por el suelo del retrete, que no fue capaz de limpiar, seguramente haciendo la misma rememoración de la imagen del coño que los demás masturbadores, me tuve que conformar para realizarlo, imaginarme, con los ojos cerrados, aquel esplendoroso, gordito, marcado y elevado culito y lo que me hubiese ofrecido de su cuerpo el joven camarero, para animarme mientras me pajeé antes de acostarme.

Todo lo que les prometí lo visitamos durante los dos días siguientes en un museo, pero no consiguió levantarnos el ánimo, porque era naturaleza muerta, inerme, sin vida, donde de mala manera intentaban revivir aquella antigua vida, mostrando carromatos viejos, muñecos de cera mal fabricados, armas herrumbrosas, fotografías desvaídas a mogollón y hasta varias reses disecadas llenas de polvo.

Teníamos programado para el cuarto y quinto día de estancia, que seguiríamos durmiendo en Dallas, antes de continuar el viaje, unas excursiones, la primera a una ciudad llamada Lewisville, donde se iba celebrar una fiesta en conmemoración no recuerdo de qué, pero nos aseguraron era de las típicas de la región, con barbacoas para asados y espectáculos autóctonos, incluido una feria de ganado y un rodeo.

Durante la primera parte de la mañana la dedicamos a recorrer aquel basto y enorme recinto visitando los stands de ganado vacuno y caballar.

Cada dos pasos había una barraca que ofrecía, a unos precios asequibles, alimentos de la región, pero todos ellos me parecían excesivamente sabrosos, grasientos y aliñados de salsas. Al principio el olor de las fritangas y asados, resultaban estimulantes para el estómago, pero como todo el aire que había inspirado, durante las dos horas de la visita, estaba lleno de efluvios grasosos, cuando alguien propuso.

Vamos a comer algo.

Sentí ganas de devolver la cena del día anterior, por lo que les indiqué no deseaba comer. y mientras comían aquellas carnes repletas de partes blancas y cubiertas de salsa con chile picante donde les esperaría.

Me acerqué paseando hasta apoyarme en una valla hecha de troncos que limitaba la zona donde había dejado a mis amigos y la que parecía se iba a celebrar el rodeo. Al otro lado varios de los participantes, preparaban lazos, grampones y cuerdas.

Había buenos ejemplares masculinos aunque la mayoría eran de esa edad, que soy capaz de admirar si su figura es buena, incluso durante las evocaciones sucias de mi mente, desear su polla enorme, que imagino coronada por una manzana roja como las cubiertas de caramelo que suelen vender en las ferias, pero que nunca dejaría mi cuerpo a su cuidado y uso. Lo tratarían como lo hacen con los encabritados caballos no domados o con las reses asustadas al notar encima de su cuerpo un peso extraño, a empellones, taladrándolo sin piedad y no dejándole hasta que oyesen gritar de placer o de dolor. Yo necesito dulzura y amor para llegar a compartir mi cuerpo con alguien.

Cuando me iba a retirar de la valla donde había permanecido apoyado, para acercarme al lugar donde permanecían los animales que soltarían posteriormente a la sucia arena, quedé parado y casi sin respiración. En la puerta cercana de un cobertizo, que estaba a mi derecha, que hacía de vestuario de los participantes, asomó el más bello chavo que imaginarme pudiera. Le llamo así porque sus perfectas facciones me parecieron tenían algo de la belleza de los hombres mexicanos.

Quedó parado, a escasos metros de mí, mirando al frente, sin notar que yo, colocado a un lado, le estaba devorando con la vista. Comprobé no era muy alto, pero poseía un cuerpo sin grasas superfluas, estilizado y musculoso. Tenía un rostro perfecto, de esos capaces de enamorar inmediatamente a un gay como yo. Ojos negros brillantes, inquisitivos, listos, enormes, profundos. . . una nariz más bien chata, cejas pobladas y una boca sensual, sonriente, perfecta, con unos labios que parecían haber sido hechos para chupar ansiosamente lo que me estaba avisando se despertaba entre mis piernas.

Su mentón demostraba entereza y decisión y su pelo moreno y liso aparecía cortado casi a rape en contraposición de las largas y grasientas melenas que presentaban la mayoría de los que vi actuarían en el rodeo.

Vestía unos pantalones vaqueros muy gastados y una camisa de cuadros. Por su botonadura superior, abierta, asomaba un cuello delgado que podía parecer débil por lo largo y perfecto, pero que poseía una fuerte nervadura. Por sus mangas remangadas, que aun notándose eran los de un adolescente, aparecían unos brazos duros, bronceados, desprovistos casi de vello, pero iguales a los que suelo ver en los frontones de mi tierra a los jugadores de pelota vasca o cesta punta y a los remeros que compiten en las regatas de traineras y al seguir mi mirada hasta donde, su bien derecha espalda, perdía la vertical, pude gozar de unos glúteos marcados por el estrecho pantalón, respingones, que parecían exigirme pusiera, las palmas de mis dos manos, sobre sus nalgas.

Era el más joven de los que estaban a mi vista, casi adolescente, que pensé, a pesar de la dureza de los músculos de su cuerpo, pudiera tratarse del hijo de alguno de aquellos mayores que iban a actuar y estuviese aprendiendo el oficio de su padre.

Salí de dudas cuando en un gran cartelón, del que no me había fijado antes, puesto encima de la tejavana que cubría el recinto que hacía de vestuario vi su enorme fotografía anunciando EMILIO EL VAQUERO MAS JOVEN DE LA UNIÓN.

Rogaba interiormente permaneciese allí quieto durante mucho tiempo para poder seguir gozando de aquella celestial visión y soñar con lo que mi mente, de una manera sucia imaginaba le haría y con la posibilidad que se voltease y al verme me sonriese, pero lo que sucedió a continuación superó con mucho mis deseos.

Habían pasado unos minutos de mi extasiada contemplación cuando se volvió, se acercó y en perfecto castellano me dijo.

Estas mirándome hace mucho rato de una manera que noto especial ¿qué deseas?

Admirar tu porte, tu físico, tu cuerpo - dudé ante lo que iba salir de mi boca - tu excepcional. belleza. .

Me sonrió

Me gusta seas tan sincero. Tu no estas mal. . .

A tu lado cualquiera queda anulado Eres lo más hermoso que nunca vi . . .

¿Hermoso? Es un piropo que puede significar mucho. . .

Significa lo que estás pensando . . . te quiero para mi . . .y te deseo . . .

Chavo ¡¡ vas muy rápido. . . .!!

Tengo mucha prisa. . . soy español. . . . estoy de excursión con amigos de mi curso. . . no estaré mucho tiempo. . .

¿Vas a asistir al rodeo?

Actuando tu, ni un toro bravo de esos - señalé los corrales donde bufaban varios ejemplares enormes - sería capaz de impedírmelo.

¿Quieres ver como me preparo para actuar?

Desearía no apartarme de tu lado en toda mi vida . . .

Salté la valla de troncos que me separaba de él y le seguí al interior.

Entré en un cobertizo que habían adaptado para prepararse los actuantes. El uso normal se veía era de almacén de los elementos desmontables que servían de protección o adorno durante los espectáculos que allí se desarrollaban a lo largo del año.

Habían colocado unas separaciones, con tableros de madera, para intentar dar algo de intimidad a la zona que cada uno utilizaría para cambiarse de ropa.

El chamaco que me precedía y del que estaba ya enamorado perdidamente había tomado una pequeña maleta y penetró en uno de esos estrechos recintos, que solo estaban cubiertos de la vista de los demás por una tela colgada de una barra, que hacía de puerta.

Podía haber ido poniéndose las prendas seguido se quitaba otras, como suelo hacer en el vestuario del colegio para no mostrarme totalmente desnudo, pero creo fue en mi honor lo que hizo.

Fue quitándose todo y cuando estaba completamente desnudo, acarició su trasero con las dos manos y se volteó hacia mí, mostrando su sublime y maravilloso cuerpo de adolescente, ya casi de hombre.

Si anteriormente vestido me había fascinado la contemplación de aquel varón de líneas más perfectas que la mejor estatua de Fídeas o de Miguel Ángel, desnudo me dejó sin habla, enamorado, deseoso de arrodillarme y adorar su figura y declararle el deseo y amor que me produciría meter su pene en mi boca y chupar hasta hacerle derramar.

Al verme la cara de salido que debiera presentar, le oí decir cuando pasó por mi lado, el más grande y bruto de los participantes que había visto hasta entonces.

Si quieres chupar una buena polla espérame aquí después de la función.

El chavo que estaba admirando, del que ya sabía su nombre por el cartel anunciador, no hizo caso del exabrupto de su compañero y comenzó a vestirse con las ropas de actuación.

Eran una mezcla de lo que llevaba un vaquero clásico, con aportes modernos y de espectáculo de circo. El pantalón, muy ceñido, de cuero suave teñido de negro, unos botines de montar de tacón ancho de color amarillo, una camisa de seda también negra, a juego con el pantalón, que se cerraba por una cremallera casi bajada, para dejar asomar la morena carne de su palpitante pecho y una chamarra de cuero crudo, muy usada, con los bajos y la parte de la abotonadura con un montón de adornos, lazos y cintas colgando por doquier.

Cuando pasó por mi lado, vestido para actuar y me pidió le siguiese, estaba dispuesto a hacer lo que me solicitase y seguirle hasta el fin del mundo.

Mis compañeros habían terminado de comer y siguiendo la riada de gente que pensaba asistir al rodeo, habían sacado entradas, penetrado en el recinto y sentado en una fila de asientos corridos, como los tendidos de las plazas de toros a cierta distancia de la barrera donde yo estaba.

Me esperaban guardándome un lugar libre entre ellos. Les vi a la vez que ellos a mí y se levantaron todos agitando los brazos para que supiera donde estaban sentados. Les hice señas con la mano, señalándoles estaba invitado por un participante, para situarme junto a la primera barrera junto a la arena donde se desarrollaría el rodeo.

Noté su cara de extrañeza, no comprendían me pudiera encontrar allí, pero aceptaron sin envidias la posición que iba disfrutar.

¡¡ Voy a actuar !!.

Cuidado los toros tienen cuernos. . . y los caballos muerden - me contestaron entre gritos y carcajadas.

Comenzó el rodeo, actuaron primeramente varios grupos de tres personas, que enlazaban, tiraban y hacían mención de marcar terneros, que soltaban de los corrales. El grupo que lo hizo con mayor rapidez, obtuvo una mención y un premio en metálico donado por un comerciante que anunciaron.

Siguieron ejercicios de lazo, látigo y lanzamiento de cullillos y posteriormente un descanso en el que efectuaron el sorteo de una rifa, de varios lotes de objetos, cuyas papeletas habían vendido durante la primera parte.

Toda ella la pasé lado de Emilio con el que pude hablar de muchas cosas. Me contó que ejercía esta actividad durante el verano, cuando terminaba el curso escolar en una escuela deportiva. Como allí ejercitaba mucho su cuerpo, al poseer juventud, facultades y deseos de ganar dinero, para depender de su familia y ayudarla, había solicitado el empleo y a base de caídas, golpes y moratones, había ido aprendiendo lo suficiente para hacerse montador, tanto de vacas como de caballos sin domar.

- Siempre terminan por arrojarte al suelo - me dijo - Pero de la habilidad y agilidad depende sea lo más tarde posible y que la posición de la caída no te lastime un hueso. Nos pagan en función de las entradas vendidas aunque podemos redondear las ganancias consiguiendo alguno de los premios que dan los patrocinadores.

Todo lo que me contaba me interesaba porque así le conocía más pero lo que de verdad me importaba era qué le había hecho dejar que le acompañase y qué le parecía yo.

Cuando me declaró.

No sé que vi en ti cuando me mirabas. Tenías una mirada diferente, notaba intentabas abrirme el cerebro para analizarme interiormente, sentía que dentro del tuyo había algo especial que pensé era una manifestación de amor.

Claro que vi también el deseo de poseer mi cuerpo, ¿pero sabes? no me ofendía tu mirada. Otras veces noto sobre mi piel, como si fuese una asquerosa espuma del averno las miradas que me lanzan, están llenas concupiscencia, deseos irrefrenables e impuros. Me repugnan, me siento sucio, apestoso, hecho solo de carne y pienso, si alguna vez cedo, porque también tengo tentaciones carnales, seré repelente, se me pondrá una de esas miradas inyectadas en sangre que noto en algunos seres que pululan a mi alrededor y aguanto mis deseos sexuales.

Pensé en el individuo que había pasado mientras estaba mirando se vestía y en la manera tan repelente y asquerosa que me ofreció su sexo y sentí lo mismo.

¡¡ Qué diferente me hicieron sentir sus palabras !!. Lo que en un principio había sido deseo y atracción sexual, se había convertido según le iba conociendo, adentrándome en su alma, olvidando por unos momentos la belleza exterior, para ver la interior, mucho más bella, más refulgente y más admirativa, en otros sentimientos completamente diferentes, más puros y mejores.

Comprobé me encontraba ante el ser más sublime que había nacido, todo era perfección, en lo físico lo había visto y degustado con mis propios ojos y en lo moral y mental ahora lo estaba conociendo.

Temblaba cuando le contesté

- Emilia soy el ser más feliz de la tierra al oírte. ¿Me permitas diga a mis amigos que me voy a quedarme contigo hasta la mañana que regresemos a España? ¿Puedo quedarme?

- Si, yo también lo deseo.

Tuvo que dejarme para actuar. Se subió sobre el cajón donde estaba encerrada una enorme vaca. Cuando abrieron la escotilla, mi amado salió montando y dando tumbos sobre el lomo del animal.

Mi corazón se alegraba cada vez que le veía retorcerse evitando caerse y gritaba de dolor cuando salió despedido y golpeó contra el suelo.

Los segundos que tardó en levantarse, hasta que alejaron al animal, no respiré, creí morir de angustia.

Mientras continuó su actuación aproveché para escribir una nota que pedí a un chiquillo entregase al grupo de mis compañeros, para lo que le di un billete de diez dólares.

En ella les decía.

"Siempre escondí ante todos mi condición de homosexual. He encontrado ahora la persona más maravillosa del planeta, de la que me he enamorado y no me importa descubrir ante vosotros mi tendencia sexual. Espero que me sepáis disculpar y os deje solos. Estaré a tiempo el día 12, a las ocho, para regresar juntos a España "

Mi secreto estaba a descubierto, como Hernán Cortés quemé mis naves, pero no me importó porque había encontrado el amor de mi vida.

Disponía de casi ocho días para conquistarle, porque Adán no los necesitaba, yo estaba totalmente enamorado de él.

Por mi parte aquí hubiera terminado el relato de mi viaje a Texas pero sé que dejo a mis lectores ayunos de varias respuestas.

¿Llegué a tiempo para alcanzar el avión de vuelta?

Si, alcance el vuelo y regresé con todos mis compañeros a España.

¿Cómo recibieron mis amigos la separación del grupo y conocer mi secreto?

Me recibieron con aplausos golpecitos en la espalda y casi tan ansiosos, como el resto de lectores, de conocer si Adán había correspondido a mi amor.

A ellos solamente les dije

- Me ha despedido diciéndome "Amor eres mi todo, te quiero con todo mi corazón, un día nos reuniremos y ya no nos separaremos jamás".

A vosotros lectores de la sección gay de todorelatos.com no puedo dejaros así. Aunque siento bastante pudor al contar mis actos sexuales, sé que tengo que describiros algo de lo que ocurrió.

Haré solo una descripción de la primera noche, la segunda, siendo de manera diferente, sucedió casi igual.

Era bastante tarde cuando terminó todo. Vi al grupo de mis compañeros cuando abandonaban sus asientos y me dijeron adiós con sus manos. Al verlos marchar me quedé pensando si había hecho bien dejándome llevar por la fuerte conmoción que Adán había producido en mí. Pero cuando estuvo nuevamente a mi lado, manchado de arena y con el rostro lastimado, sentí su cercanía y supe que había hecho bien.

Me ascendió una sensación de ternura del pecho, que me obligaba a lanzarme a limpiar aquella arena de su rostro y pelo y buscar algo con que restañar y curar aquellos arañazos de su pómulo izquierdo. Notaba lo que puede sentir una gata cuando con su propia lengua limpia a su gatito. Hubiera pasado mi lengua por aquel rostro hasta dejarlo limpio, y al final posar mi labios sobre los suyos.

Temía que todo el ardor sexual que había ocupado mi cuerpo se hubiese transformado en aquel sentimiento semi maternal que me estaba inundando el pecho y obligado a sonreírle y mirarle, no como un amante sino como alguien que le quisiese evitar peligros, dolores o problemas.

Pero no hubo problemas, no tuve que ordenar que mis genitales mostraran deseos hacia aquel bello cuerpo, ellos solos reaccionaron cuando mi mano tocó su piel en una caricia, Se endurecieron de tal manera que casi explotaron mi pantalón.

¿Vamos? - me sonrió Adán.

Si, claro.

Me pidió custodiase la maleta mientras cobraba en la oficina el pago de su actuación y cuando salimos al exterior ya se encendían las luces de la ciudad.

¿Cenamos en un restaurante? - me ofreció.

Si pago yo sí - contesté.

Tengo dinero - me mostró lo que acababa de cobrar.

Yo también - tenía varios dólares que pensaba gastar en comprar regalos y recuerdos - Si no te importa, prefiero lo hagamos en tu roulotte - le pedí.

Noté un cambió en su cara.

Es pobre, está revuelta, no es el sitio donde me hubiera gustado llevarte esta noche.

Deseo ir allí.

No esperé a entrar, no vi nada del interior aunque había encendido una luz, para mostrarme el lugar donde vivía, me lancé a su cuello lo estreché con mis brazos, acerqué su cara a la mía y bese sus labios.

Era la primera vez que besaba a un hombre, él me confesó después era también la primera que le besaban unos labios masculinos. Mi lengua no buscó nada, solo sé que sentí una corriente eléctrica que me recorrió la espalda, un sofoco, un ahogo y una felicidad como nunca antes había sentido y ganas de llorar, gritar y de caer allí mismo de rodillas muerto a sus pies.

No nos dio tiempo a hablar, solo a abrazarnos, besarnos y movernos a trompicones por la caravana, a la que entramos abrazados, hasta caer sobre algo blando que había en un rincón de ella.

Mi cuerpo se entrelazó al suyo cuando nos derrumbamos sobre el colchón. Tenía mis genitales a tope de su la dureza y los suyos, que los notaba pegados a mi vientre, también estaban como una piedra.

Sentíamos la necesidad de expulsar toda la presión que se había acumulado sobre nuestros pechos, por lo que durante varios minutos no fuimos dueños de nuestros actos, nos revolcamos abrazados, nos seguimos besando como locos, gemimos y lloramos a la vez haciendo que el pequeño transporte que nos sostenía bailase a nuestro ritmo.

Cuando nos calmamos algo y volvió la voz a nuestra garganta pudimos declararnos verbalmente nuestro amor,

Te amo, te amo, te amo, te deseo, te quiero - dijeron mis labios.

Amor, mi corazón, mi alma, todo mi ser es tuyo - respondieron los suyos.

Después nos arrodillamos uno frente a otro, subidos sobre el colchón. Busqué esta postura, que Adán imitó, porque deseaba dar a lo que pensaba iba a suceder, toda la importancia, todo el ritual que pensé precisaba nuestra acción, era para nosotros un momento crucial en nuestra vida, significaba la entrega mutua de algo que habíamos guardado hasta ese momento, para ofrecerla como un sacrificio ante los dioses en los que creyéramos, como prenda del amor que sentíamos.

Comencé a soltarle despacio, lentamente los botones de su camisa que eche hacia atrás. Adán espero a ver todos los movimientos que hacia para repetirlos sobre mí. Mis dedos recorrieron su pecho circunvalaron la aureola de sus pezoncitos, que después besé apasionadamente.

Las yemas de mis dedos recorrieron la suave piel de su pecho, su estómago y su vientre, buscaron el canal donde empezaba el vello de su masculinidad y dejaron pasar segundos antes de empezar a soltar su cinturón e ir bajando su pantalón y slips, ante la angustia de mi corazón que saltaba en mi pecho a punto de romperse.

No deseo describir los momentos que siguieron, lo que hicimos, lo que nos miramos, acariciamos, frotamos, chupamos, ni los culminantes, cuando mi pene penetró en su cueva del tesoro, que abrió para mí o cuando lo hizo en la mía, quitados todos los cerrojos, los volteos, los gemidos, los gritos roncos de placer. Son sensaciones solamente para nosotros, para guardarlos durante toda la vida en nuestro recuerdo y rememorarlos cuando los volvamos a repetir en un futuro, como muestra de amor y cariño total, porque sé que volveré a este lugar a estudiar o a vivir y que estaremos siempre juntos sin que nada ni nadie nos separe. . .

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Antonino y Silvio (2)

Antonino y Silvio

Un viaje a traves de Marruecos

VIaje con mi amigo Ricardo por Asturias

Leyenda de las 99 doncellas y media

El David del siglo XXI

Sexo en el circo

Tono, historia de un noble perro

Jose Barrios, mi primer amor

Heridos en un hospital

Traición de amor

Historia de un apellido

Amores

Amor gay en un colegio religioso

Amigos de Hyves

Un gay musulman

Nancy morena

Artes marciales

La primera cogida con mi amigo Antón

Para ver la polla de Mateo

Diez minutos con el quijote

Tengo dos nuevos amigos

In memoriam

Javier _ bisbi

Almendros en flor : Martires gays

El pirata me enamoró (5: Caribenho)

Boda extraña (2)

El puto

Boda extraña

Bisbi

El pirata me enamoró (4: Caribenho, Visita a Ven)

El pirata me enamoró (3: Vuelta a Maracaibo)

El pirata me enamoró (2: La despedida)

Akelarre

El pirata me enamoró

Pederasta

Alberto, amor mio

Los primos franceses

La sexualidad en la sociedad romana

Lazaro, el de Tormes

ARLOB____@hotmail.com

En Houston

Eduardo, mi amor

Paranormal

Una palabra asquerosa

La hoguera de San Juan

El aniversario

Sonambulo

Con pelo o mejor pelado

Las gafas de sol

Mi joven esclavo (2)

Mi joven esclavo (1)

Un nuevo amigo (2)

Un nuevo amigo (1)

Las fotografias

El enfermero

Campamento de verano

Carlitos

Transformaciones

Visita a una playa nudista

Daniel

Una vida marroquí

Extraños deseos

Los serpenteros

Locona con plumas

Historias de pililas

El chaparrón

El extraño medico