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Un gay musulman

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UN GAY MUSULMÁN

Supe de este suceso por medio de internet. Se recogía en uno de esos boletines anuales como una más de las noticias que se publican para recordar al mundo que aun existen países, que como si se tratase de un crimen execrable, condenan la homosexualidad con la cárcel o incluso con la pena de muerte.

Las leyes de esas naciones no admiten que es el albur de la naturaleza quien ha planificado la sexualidad de cada uno de los individuos que nacen. Sentir el deseo de compartir el amor, la vida y desarrollar la expansión sexual, con una persona del mismo sexo, es algo no solo prohibido en esos países del mundo, sino que es duramente penado, incluso quitando la vida del que nació marcado con esa tendencia sexual.

Parece imposible pensar que aún existen partes del universo, que a los que sentimos de esta manera, nos igualan con los peores desalmados o criminales, no les parecemos personas con los mismos derechos y deberes que los demás mortales y nos encierran o matan.

La noticia me sublevó, me hizo daño en el corazón y me movió a que posteriormente intentase ampliar la escueta información que el boletín publicaba y ahora que sé lo que realmente pasó, para vergüenza de la humanidad que lo consiente, os lo cuento.

 

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En el puerto de Nahr-e Oweh situado en el extremo de la pequeña lengua de tierra iraquí que alcanza el mar, cientos de personas se arremolinaban en torno a un pequeño mercante con bandera de la Arabia Saudita, que fondeado en uno de los muelles, parecía ya dispuesto a poner sus motores en marcha, levantar anclas y salir del infierno de la guerra en que se estaba convirtiendo aquella zona, hasta ahora relativamente tranquila.

En el horizonte, los que tenían buena vista y los que utilizaban prismáticos o catalejos podían descubrir la silueta de tres barcos de guerra ingleses varados en el Golfo Pérsico frente al Kanal - e- Ruka; una lancha rápida de las utilizadas en tiempo de paz para vigilancia y salvamento, que ahora armada de tres ametralladoras de bajo calibre y barriles con cargas de profundidad, era utilizada junto a dos fragatas del tipo medio, para evitar pudiesen salir a mar abierto los barcos iraquíes no autorizados.

En un muelle cercano se amontonaban varios barquichuelos de pesca vacíos, abandonados a su suerte, mostrando algunos aun la vieja ametralladora de cinta, con que fueron tristemente armados para oponerse a la invasión, abandonada en un extremo de su puente y que para evitar fuesen utilizados les habían agujereado a cañonazos desde estos navíos vigilantes.

La pequeña embarcación mercante, llena hasta los topes de refugiados, había obtenido permiso para desembarcar, recoger civiles de varias nacionalidades musulmanas, consideradas amigas y abandonar rápidamente el puerto. Las cubiertas estaban llenas de gente que no cabían en los pocos y abarrotados camarotes existentes y los que no habían podido subirse al barco se apretaban junto a la escalerilla intentando ser aceptados.

Los que vigilaban la subida a la nave de los que pretendía huir, habían comprobado los pasaportes de los que ya estaban a bordo y amenazaban con disparar sus armas contra quien intentara hacerlo sin su permiso. Después de recibir los ciudadanos de Dubai, Omán, Yemen y Arabia Saudita, naciones consideradas amigas de los estados que formaban la coalición de guerra, estaban aceptando a los que pagaban mejores sumas de dinero o entregaban joyas valiosas. Todos los ricos de la región y altos militares, que se habían vestido de civiles para huir, eran los que habían podido embarcar, por ser los únicos que tenían posibles para comprar su libertad.

El ejército, llamado de salvación por las grandes potencias, había sido aerotransportado y lanzado en paracaídas en Basora, cien kilómetros más al norte y avanzaba, casi sin oposición, hacia el borde del mar. Las últimas noticias señalaban estaban ya al otro extremo de este pequeño enclave, que en pocas horas estaría en su poder y llegarían al puerto, que era la llave de entrada de la pequeña lengua de agua que poseía Irak hacia el océano para exportar su petróleo.

Es verdad que la mayoría de los ciudadanos iraquíes, cuando el presidente de los Estados Unidos anunció que derrocaría al sátrapa de Husseín se alegró, pero pensó utilizaría otro sistema de conseguirlo, seguir con el bloqueo económico, organizar motines por medio de la CIA entre los propios mandos, ofreciendo a los que consiguieran matar al dictador importantes puestos posteriormente, pero no una guerra sin cuartel contra el pueblo iraquí. El resto creyó en las bravatas que el dictador gritó por sus medios de comunicación, pero ahora todos huían despavoridos ante el avance de las tropas de la coalición que se había formado.

El doctor Jameil, ciudadano kuwaití, estaba entre los que pretendía huir del país. Había permanecido, por cumplir con lo que consideraba su deber, en su puesto de trabajo todo lo que fue posible, atendiendo gente herida que huía de la confusión, de los combates y de la aviación extranjera, pero cuando vio se quedaba solo, porque los principales jefes y responsables huían en manada, pensó que debería también cuidar de sí mismo.

Dentro de la milicia, por el trabajo que había desarrollado se le consideraba un civil, pero el hecho de haber trabajado para el ejército, podía considerarse por las fuerzas ocupantes que era un militar y colaborador de Husseín y por ello temía ser apresado.

Llevaba sirviendo al gobierno iraquí casi dos años. Había contestado a un anuncio/petición que esta nación había formulado a los países de alrededor, solicitando doctores y él que acababa de terminar su carrera de medicina, pensó era una buena oportunidad para aplicar los conocimientos que acababa de estudiar.

Había otra razón para postular al puesto ofertado, habiendo nacido con la tendencia de preferir el amor de los hombres al de las mujeres y temiendo, que por alguna razón, se supiera o conociera entre sus allegados, tenía miedo que el deshonor cubriese a su familia. Pensó que vivir fuera del ámbito familiar era mucho mejor para quien entendiese esa manera de sentir el amor. En su país se castigaba severamente esa tendencia sexual.

El régimen chiíta de Irak se llamaba musulmán, pero existía una cierta permisividad para estas cuestiones. En su patria estaba tan mal visto y se consideraba tan deshonroso ser homosexual, que era normal ser repudiado por su propia familia para evitar ser apartada de la sociedad y llegar a sufrir encarcelación. Al gay encontrado en situación embarazosa con alguien de familia influyente, se le podía llegar a castigar con la pena de muerte, por presión de ésta, que siempre estaba dispuesta a declarar y a pagar grandes sumas de dinero a los corruptos jueces, asegurando que su vástago había sido inducido a pecar. Lo mejor que podía obtener, si se le sometía a juicio por sodomía, era una encarcelación por muchos años.

Trabajó duramente durante el tiempo que llevaba en Irak y de un cambio a otro de puesto, había recaído finalmente, como médico en la comandancia de marina de aquella villa, que debería cuidar tanto de los militares que se ocupaban de la pequeña guarnición, que cuidaba de los oleoductos de salida del petróleo, como de los pescadores y gente de mar del lugar.

En cuanto a calmar su tendencia sexual no se extralimitó, no llegó a tener pareja fija pero pudo encontrar a varios de su misma tendencia y deseos y siendo muy precavido, apagar los ardores genitales que a su edad normalmente se le presentaron.

Cuando llegó al pequeño puerto comprobó que el único y último modo de abandonar aquel país, estaba a rebosar de gente y dispuesto a hacerse a la mar en unos pocos minutos. Se había acercado a codazos y empujones a la zona donde estaba la última pasarela de entrada a la barcaza que quedaba en puerto y cuando vio se disponían a retirarla para hacerse a la mar y los marineros pegaban con largos palos a los que nadando intentaban subir a la borda, desde cubierta un hombre con una bocina solicitó.

¿Hay algún médico entre ustedes?

Jameil gritó con toda la fuerza que pudo, avanzando hasta el borde.

- ¡¡ Yo soy médico !!.

- ¡¡ Salte !! - le ordenaron porque el barco había iniciado ya su movimiento de despegue.

Sin pensárselo dos veces saltó hasta la cubierta donde le recogieron unos brazos que evitaron cayera de bruces al suelo.

Soy el piloto de este barco - se presentó el que había solicitado un doctor por medio de la bocina - Llevamos a bordo solamente un enfermero, pero ahora con toda esta gente, alguna va herida, necesitamos un médico - le explicó señalándole por donde se bajaba al pequeño hueco donde atendían los enfermos.

- Allí encontrará al enfermero que le explicará lo que necesite. Yo continúo con los preparativos de marcha. ¡¡ Alá le de suerte !!.

Al asomar la cabeza por el cuchitril que le habían señalado comprobó que un chico, rayano en los veinte años, estaba atendiendo a un hombre tumbado sobre una camilla.

Esperó terminase para presentarse.

Soy Jameil, un médico que han admitido a bordo para que me haga cargo de la salud de esta gente.

Me alegro de tenerle a bordo doctor, para mí es un alivio su presencia. Me llamo Ismal - le tendió la mano.

Jameil estudiaba al muchacho que tenía delante mientras le tendía la suya. Le parecía un bello ejemplar masculino. Unos ojos negros le miraban con pícara curiosidad. Era bastante alto y aunque se le notaba enjuto de carnes, no parecía delgado o débil. Estaba muy moreno, más por lo que le había tostado el sol que por la tonalidad de su verdadera piel.

- El único problema doctor es la manera de arreglarnos para dormir en este sitio tan estrecho - le sonreía dejando ver unos brillantes iguales y blancos dientes.

- Por mi parte no deseo ocasionarlos - aseguró Jameil mientras pensaba que sería un placer compartir la diminuta habitación con aquel bello joven.

- Por la mía tampoco.

No tenía la menor idea hacia donde se dirigían, supo después que harían la primera escala en Ad-Dammam de la Arabia Saudí, pero ya el salir del agujero que significaba quedarse y enfrentarse a las tropas inglesas que avanzaban, según se rumoreaba, cometiendo tropelías y encarcelando a todos los que hubiesen participado con el régimen de Hussein, era un triunfo.

Se hicieron cargo de todas las personas hacinadas que iban a bordo, algunas nunca habían viajado por mar y se marearon terriblemente y otros heridos, necesitaban curas y medicamentos de los que no había demasiados en el barco. Jameil consideró que su pago del pasaje era trabajar lo más que pudiera en atender a los que lo necesitasen y así lo hizo acompañado de Ismal.

Cuando llegó la primera noche estaba tan agotado, que plegó la camilla para dejar sitio a que dos personas se echaran en el suelo, sobre un par de mantas extendidas, en el mismo lugar que había servido de dispensario.

Sin embargo y a pesar del cansancio físico que también debería tener su ayudante, este solió al exterior y le oyó regresar pasado bastante tiempo.

Al segundo día, cuando el barco avanzaba muy despacio por un mar en calma, Jameil fue llamado al camarote donde le recibió el capitán que mandaba aquel cascarón.

Constaba de dos pequeñas piezas, la parte donde le recibió, que podía ser utilizada como sitio de reunión, despacho de órdenes y lugar de estudio y un pequeño recinto detrás, comunicado por una puerta, que era donde estaba su dormitorio.

El capitán era un hombre de unos cincuenta años, respondía al nombre de AliKan, muy moreno, vestido con una túnica idéntica a la que usaban los sacerdotes fundamentalistas iraníes y con la barba recortada igual que ellos, que le saludó solamente con un pequeño movimiento de cabeza y le recordó para qué estaba allí.

Espero que todos los pasajeros de este mercante desembarquen por su propio pie al llegar a sus países.

¡¡ Alá nos ayude a conseguirlo !! - contestó Jameil.

- ¡¡ Así sea !!

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Lo que he narrado hasta este momento se ajusta lo más posible a la realidad de lo sucedido. Me fue contado por un testigo de excepción que viajó en aquel barco mercante saudita y que contactado por mí me describió el inicio de este suceso. Me pidió silenciase su nombre porque sintiéndose sexualmente gay tenía el temor de ser descubierto.

Vive actualmente en un país, que aunque la pena de muerte, por presión mundial, ha sido abolida, los terribles castigos que aun infringen a los homosexuales quizá la hagan desear en algunos casos.

El me dijo, que como homosexual que es, había notado las miradas y los gestos de ambos cuando estaban juntos y sabiendo lo que podía suceder estuvo vigilante y conoció posteriormente el desenlace porque ayudó en lo que pudo al muchacho posteriormente a huir.

Me facilitó el nombre supuesto que ahora utilizaba el chico y con posterioridad el correo electrónico, que a otro también supuesto tenía abierto, para que nos pudiéramos poner en contacto. Me costó bastantes esfuerzos el convencerle que es conveniente que estos actos salgan a la luz para que las naciones occidentales obliguen, a las que practican este genocidio, a cambiar sus leyes, creo que lo hizo como pago de los favores recibidos de la persona que nos permitió comunicarnos.

Tomamos todas las precauciones posibles para que no fuera localizado para lo que cambiábamos de correo continuamente. Al final me aseguró que colaboraría y me facilitó el texto que os pongo a continuación. Después anuló todo contacto conmigo, pero mi nombre y correo lo conoce y sabe que si necesita algo puede acudir a mí.

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Me llamo Ismal y fui criado en el orfanato de la ciudad de Manama y aunque no conocí la nacionalidad de mis padres sé que ahora soy ciudadano saudita.

Tengo diecinueve años, a punto de cumplir los veinte y debo permanecer bajo la tutela de AliKan, capitán del barco mercante Aurora, hasta los veintidós años. Estaba en esta embarcación, haciendo la función de enfermero, cuando recogió en Irak refugiados para llevarlos hasta sus respectivos países.

Sabía muy poco de la vida hasta los catorce años porque, como he dicho he vivido desde que nací en un orfanato, bajo la tutela del estado de la Arabia Saudita.

Fue a esa edad cuando noté que mi desarrollo sexual se encaminaba a buscar, como compañero, a otro ser de mi mismo sexo. No sabía bien en aquel entonces que lo que notaba interiormente era, si se daba a conocer, una cosa prohibida en mi patria.

En el centro donde crecía uno de los cuidadores se dio cuenta que mis miradas se encaminaban a admirar el cuerpo de mis compañeros y se lo comunicó al director.

Tanto el que mandaba en el orfanato como aquel cuidador eran, lo supe después, unos verdaderos canallas, homosexuales como yo, aunque exteriormente manifestaban su total rechazo a esta opción sexual, insultando con el apelativo de maricón a todos los asilados y castigando severamente a los heterosexuales que iniciaban su vida sexual y ejecutaban actos de sexo, me engañaron haciéndome creer eran mis amigos, que me iban a proteger de los males que recaían sobre los que sintieran como yo.

En un principio creí sinceramente que me estaban ayudando y tapaban lo que aquellos malditos denominaban "tu vicio". Efectivamente encontrarme entre los brazos de un hombre y que mi orificio fuese cubierto por su aparato me producía placer y originaba en mí sensaciones que me saciaban sexualmente pero me convertí para aquellos desalmados en su desahogo sexual.

Así ambos durante casi de dos años saciaron sus deseos con mi cuerpo tantas veces como lo desearon. Lo único que recibí a cambio fue algo más de comida, no sufrir castigos corporales y el placer de correrme con la polla de un hombre metida en mi culo.

Cuando cumplí los dieciséis años tenía obligatoriamente que abandonar aquella institución. Si alguien, que el tribunal que decidía esta cuestión encontraba aceptable se hacía cargo de mí, me mantenía y enseñaba un oficio, me entregaría a su tutela

Reunido el tribunal consideró que Alikan capitán del barco mercante Aurora era una persona idónea y me pusieron bajo su tutela.

Lo que el tribunal no sabía, yo lo callé por miedo, que aquel hombre conocía mi sexualidad por habérsela dicho el director del orfanato

Del trato físico que he recibido de Alikan no me puedo quejar, toda la severidad, que muestra su aspecto, desaparece cuando desnudo me encuentro en su cama entre sus recios brazos. Me abraza, me besa y promete amor eterno mientras desahoga y descarga sus genitales

Después de la satisfacción, tengo orden terminante de salir de su cámara y hasta que vuelva a la noche siguiente dirigirme a él como los demás trabajadores del navío, como a un superior. Llevo de esta manera tres años. Me ha prometido que si acepto voluntariamente cuando reciba la mayoría de edad unirme a él, vendería su barco y nos iríamos a vivir a algún país en el que pudiéramos demostrar tranquilamente nuestra condición gay. Por ello ha preferido que no aprenda a navegar, no piensa lo necesite para un futuro que me ofrece prometedor a su lado.

Ante el resto de los subordinados y los que le conocen comercialmente muestra la cara religiosa, la de ser fiel cumplidor de los mandatos de Mahoma.

Me ha encargado del botiquín del barco, un puesto que no hace sorprender a los demás marineros, que vaya a su camarote todas las noches para inyectarle sus medicamentes porque ha dicho es diabético y necesita pincharse diariamente una inyección de insulina.

Durante el viaje en que sucedieron todos esos desagradables sucesos, en el que nos ordenaron transportar una gran cantidad de gente Alikan entendió que era necesario disponer de un médico, lo solicitó entre la multitud que esperaba en el muelle después de comprobar que a bordo no había subido ninguno y así fue como conocí al doctor Jameil.

Desde el primer momento que se presentó y comprobé la forma como me miraba, comprendí le había gustado como hombre, hice todos los posibles por mirar hacia otro lado para no descubrirme ante él que me estaba sucediendo lo mismo.

Durante la segunda noche que dormimos juntos, casi pegados, en el suelo que utilizábamos de dispensario durante el día, sobre unas mantas que poníamos debajo, había regresado de servir de puto del capitán que me había follado como de costumbre sin preocuparse si yo había sentido igual placer. Es decir no me había corrido y el acto que habían desarrollado sobre mi cuerpo había encendido un volcán sexual en mi ser y dejado sin apagar.

Cuando tumbé mi cuerpo junto al suyo, el doctor había tomado la posición fetal de manera que por la zona de su trasero el espacio dejado era mínimo. Tuve que tomar una posición parecida de manera que mis genitales quedaron pegados a su culo. El deseo insatisfecho y el contacto de aquel caliente, joven y proporcionado cuerpo hizo que mi verga no solo no se ablandase sino que consiguiese tal dureza que creo Jameil lo llegó a notar.

Noté se despertó de pronto e intentó asustado apartar su cuerpo del mío, pero después creyendo yo estaba dormido, simulé una respiración compensada, volvió a pegarse a mí. Después noté que despacio intentando mantener la rigidez del cuerpo para que no notase el movimiento de su brazo, comenzó a masturbarse muy lentamente.

Por mi mente pasaron rápidamente numerosas ideas. Todas me indicaban me diera a su conocimiento que sabía lo que pasaba y que era placentero para mí lo que hacía y deseaba continuase. Pero pudo más el miedo que Alijan me infundía y así pasando un verdadero suplicio, dejé pasar aquella noche sin mostrarle le deseaba tanto con notaba en él.

La siguiente intenté correrme durante el folleteo con el capitán y lo logré pajeándome después que acabó, mientras se levantaba y limpiaba. Necesitaba volver a mi cubil con la libido baja y con mi polla como un higo maduro. Pero no contaba con mi querido doctor. Creo estuvo esperándome para poder repetir lo de la noche anterior, porque en cuanto me tumbé sobre la manta que se había puesto en el suelo y me di vuelta hacia la pared fue él quien pegó su cuerpo a mi trasero.

Noté el fuego de sus genitales y la dureza de su mástil y no solo eso, cuando permanecí quieto haciéndome el dormido, sus dos manos puestas hacia delante, empezaron a acariciar mi masculinidad asiéndola con su mano abierta y comenzándola a mover compasadamente. A pesar de haberme derramado hacia poco mi pene, sin pedirme permiso, respondió a sus caricias.

No podía permanecer haciéndome el dormido mientras me masturbaban y apretaban una polla contra mi culo, sin gemir y suspirar. Jameil creo sabía desde el principio que estaba totalmente despierto porque esta vez no se asustó, solamente acercó sus labios a una de mis orejas y mientras la mordisqueaba, le oí me decía.

- Te deseo con toda mi alma.

Por contestación gemí de nuevo e intenté pegar aun más mi cuerpo al suyo. Después le dejé hacer, buscó el agujero de entrada a mi tesoro y colocando la punta de su pene sobre él se dispuso a follarme en cuanto yo le ayudase. Estaba mi culo tan acostumbrado, que inició por su cuenta el movimiento adecuado.

Pero esta vez fue diferente a lo que había tenido metido hasta entonces. Mi cuerpo no solamente recibía sino que entregaba, se daba, se ofrecía y yo disfrutaba como nunca lo había hecho.

Nos dijimos palabras de amor, nos dimos besos, abrazos y al final derramados y sin fuerzas quedamos dormidos uno encima de otro.

Pasamos así tres días de eterna felicidad mientras descargamos, en la primera de las escalas, la de de Arabia Saudita mi patria, parte de los pasajeros del Aurora, en el puerto de Ad-Damman que une, por una recién construida autopista, el mar con Riad su capital y seguimos rumbo a Dubay donde en Abu Dhabi esperaban a sus conciudadanos que habían permanecido en Irak durante el conflicto.

No sé si nuestro rostro lo demostraba de tal forma que todos se daban cuenta que nos amábamos con locura. Tampoco sé si es que mientras el capitán follaba mi cuerpo, le sintió extraño porque se sintió rechazado o si alguien nos vio y fue a contárselo, el caso es que llegó a saberlo. No esperó a la noche, me mandó llamar y cuando estuve en su presencia solamente me dijo mirándome fijamente.

- Es lo peor que podrías haber hecho conmigo - y me ordenó, abriendo la puerta de su cámara - Pasa a esa habitación y en ella permanece callado.

Lo supe después, mientras estuve encerrado mandó también hacerlo con el medico Jameil. A este le encerró en el cubil que nos servía de dispensario y dormitorio, con la orden de que atendiese a los que le pasaban, para ello puso un guardián armado en la puerta.

No podía salir de aquella habitación porque tenía que pasar por el camarote donde permanecía mi protector y tutor y llorando a escondidas pensaba lo que podría estar sufriendo mi amado Jameil

De esta forma el Aurora descargó gente de Dubai en Abu Dhabi su capital y en Omán también en su capital en Mascate y puso rumbo a Al Hudaydah el puerto principal del Yemen.

Al llegar a esta nación, lo supe después por el que me ayudo a escapar y que ahora ha hecho de intermediario, Alikan bajó a tierra, habló con las autoridades y valiéndose de su autoridad como capitán del Aurora, les comunicó había arrestado a un hombre acusado de intentar efectuar sodomía sobre un joven. Qué había actuado a tiempo para evitarlo, pero que siguiendo la doctrina de Ala se veía obligado a acusar y entregar a las autoridades al asqueroso homosexual.

Jameil fue bajado a tierra, encerrado en la cárcel de Sana_a, donde fue juzgado sumarísimamente y condenado a la horca. Mataron a mi amor a los dos días de ser entregado por el capitán Alikan ¡¡¡ Maldito sea !!!.

El Aurora llegó a su etapa final a Jiddah donde estaban desembarcando multitud de peregrinos que querían acercarse a La Meca. Entre la confusión reinante pude aprovechar la ayuda, que el que te puso en contacto conmigo, me prestó para huir, refugiarme y esconderme donde actualmente estoy, llorando aún al mejor hombre que Alá permitió nacer sobre la tierra.

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