miprimita.com

El pirata me enamoró

en Gays

"CARIBEHNO"

Me llamo Valentín Pérez de Guzmán. Nací hace dieciséis años en una casucha del barrio de Triana de la ciudad de Sevilla y soy huérfano desde los siete, en que murió mi madre de un "cólico miserere". Desde entonces me las he arreglado para subsistir entre los vivos, aunque más de una vez pensé iba a acompañar pronto a los que abandonaban este mundo. A mi progenitor no lo llegué a conocer.

El río Guadalquivir, que atraviesa mi ciudad en la última etapa de su curso y es navegable hasta Cádiz, en cuya bahía se abre al océano Atlántico, me permitió ver de cerca desde muy pequeño, valeros, bergantines, goletas y hasta pequeños navíos de guerra, que salían para Las Indias cargados de productos fabricados en la metrópoli o regresaban de ellas, con los alimentos que comenzamos los españoles a llamar ultramarinos.

Los muelles de las orillas del río, donde recalan los barcos procedentes de ultramar y las zonas donde se almacenan las mercancías que llegan o van hacia América, hasta ser cargadas o distribuidas, fueron los lugares que mejor conocí durante mi niñez. Era donde podía encontrar posibilidades de comer y arramblar con algo que después podía vender.

Sevilla vive por y para las comunicaciones comerciales entre la metrópoli y las tierras americanas. Pululaban por ella, en rica mezcolanza, los comerciantes, los armadores de buques, y los mejores marinos de España y a su alrededor, una chusma que se sustenta de lo que encuentra, roba o estafa en su camino. La mayoría de la gente de este ínfimo nivel social se aloja en el barrio de Triana donde nací y viví siempre.

Toda esta unión de gente tan dispar, constituye un mundo diferente al de cualquiera de las ciudades del sur del Reino, lo que hace a Sevilla la atracción de todos los que tienen o desean establecer vínculos con las colonias americanas. Toda la variopinta fauna humana, que suele poblar los lugares donde se comercia, se trabaja y también se divierte y gasta buenos doblones de plata, se puede encontrar representada en ella.

Las posadas, hostales y tabernas del barrio de la ciudad donde yo habito, son donde paran los alegres, bullangueros y gastadores marineros cuando descansan en tierra de vuelta de sus largas travesías. A su alrededor, sabiendo acaban de cobrar sus soldadas, se arremolinan los truhanes, tahúres del juego y malhechores que huyen de la justicia y necesitan abandonar prontamente España, para no ser aprendidos, que les solicitan intercedan ante los contramaestres, para enrolarse como marineros, hasta poder llegar a un puesto americano.

Es corriente que una parte considerable de la tripulación abandone el barco al llegar a un puerto de las colonias, lo que ocasiona problemas de sustitución para el viaje de vuelta. Oí contar que en algunas ocasiones los capitanes de navíos mercantes, imitando a los de los barcos de guerra, encerraban en sus camarotes a los marineros al llegar a los puertos americanos para poder obligarles a volver en el viaje de regreso.

Trabajé en cuanto tuve edad para poder hacerlo, descargando de las bodegas el café, azúcar, frutos tropicales o incluso lingotes de plata, que traían a rebosar los navíos que venían de ultramar y me molí las costillas transportando cajas con alfarería, arcabuces, arados o piezas de recambio, para llenarlas de lo que proporcionaba la metrópoli a sus colonias, en los navíos que partían.

Crecí de prisa en mente, mañas y engaños, pero despacio y liviano en cuerpo y fuerza y cuando por mi edad intentaron cargase bultos más pesados, decidí embarcarme para las Indias. Como no tenía dinero y en el servicio del rey no me admitían por mis pocos años, decidí enrolarme de grumete. No fue tan fácil conseguirlo como pensaba, porque comprobé eran muchos los que se ofrecían, no solo llegando a renunciar a su soldada, sino incluso pagando unos buenos doblones de plata a los contramaestres para alcanzar el puesto.

Me ingenié para buscar un armador, capitán o siquiera piloto, que le gustasen más, lo de abajo de la espalda que lo de frente, es decir los muchachos que las chicas. Un posadero, que me había llenado muchas veces el estómago a la vez que mi trasero, me presentó al capitán D. Alonso de Cepeda, que quedó tan prendado de mis artes en la cama, que me dio el puesto de grumete en el bergantín que se iba a hacer a la mar en breve.

Se llamaba "Nueva Aurora" y se había botado en los astilleros de Cádiz dos años antes. Había hecho un viaje de ida y vuelta a América y se preparaba para efectuar la segunda travesía. No era un barco excesivamente grande pero cuando lo contemplé anclado en el muelle del río Guadalquivir, me pareció el más bonito y elegante de los que había contemplado hasta entonces.

D. Alonso de Cepeda, que iba a dirigir el navío, era de origen aristocrático, cosa que adiviné rápidamente por su altanero porte. Me dijo pasaba de los treinta años, pero vestía, se atildaba, perfumaba y cuidaba su cuerpo, como si fuese un mozalbete de la mitad.

Se portó muy caballerosamente conmigo en el lecho, a pesar de ser yo un rapazuelo del arroyo que solicitaba el puesto de grumete en su barco. Intenté hacerle lo más feliz posible y desarrollé lo mejor de mis artes, sobre todo al mamarle su virilidad, cosa que dicen todos hago de una manera especial y maravillosa. Me exigió le penetrase, y a pesar de no ser mi "firma" demasiado larga y gorda, me parece quedó satisfecho porque nada más terminar, me aseguró el puesto.

Aquel capitán, dicen, presumía de haber luchado a las órdenes de los borbones en Nápoles y de tener grandes, fuertes y poderosos lazos en Madrid, en la corte de nuestro amado rey Fernando VI.

Se murmuraba en las tabernas del puerto que había sido elegido, no por sus conocimientos marinos, que parece no los tenía muy amplios por su corta edad y porque siempre luchó anteriormente en tierra, sino por ser el receptor de los ardientes entusiasmos sexuales del recientemente nombrado Ministro de la Marina y Tierras de Ultramar, conocido de su familia y al que se entregó sexualmente durante una visita que hizo a su casa, cuando acababa de iniciar su adolescencia.

Se decía también que había sido elegido para dirigir el "Nueva Aurora", porque era un hombre de total confianza de ese personaje tan importante, porque el barco había transportado, no solo lo que figuraba en la lista de embarque, sino también cargamentos especiales de monedas de oro y plata, para pagar a un cacique de Nueva Granada su ayuda en la guerra que España sostenía contra los portugueses, para anexionarse territorios más acá de las cataratas del Iguazú, línea fronteriza que habían pactado ambos reinos para su expansión.

Antes de dirigirme al puerto, entrar en el barco y abandonar Sevilla, me despedí de "La Macarena". Me acerqué a la iglesia a una hora tan temprana que pensaba estuviese vacía, solo había tres mujeres arrodilladas en los bancos, admiré durante un rato su rostro moreno y la pedí perdón porque había pecado en muchas ocasiones vendiendo mi cuerpo. Ella sabía que había sido por verdadera necesidad y no por ganas de ocasionar pecado a su Hijo y la solicité protección y amparo para la nueva vida que iba a iniciar. Creo me sonrió, aceptó mis disculpas y prometió cuidarme.

Estamos en el año de gracia de 1759 y gobierna en nuestro país el muy altísimo y amadísimo rey Fernando VI, de la dinastía borbónica, cuando satisfecho me dirigí a la orilla del Guadalquivir, donde cercano al puente de Triana, que une el barrio que lleva el mismo nombre con el palmeral donde se asienta la Torre del Oro, estaba amarrado el "Nueva Aurora".

Atravesé temblando la pasarela que unía el muelle, donde se amarraba el bergantín con la embarcación, a las nueve de la mañana. Notaba como mis piernas se tambaleaban, no solo por el balanceo del débil cordaje, sino porque mi cuerpo no podía pararse quieto de la tembladera que sentía. Llevaba atada en cuatro puntas una pañoleta donde guardaba todas mis posesiones, dos camisas, un jubón, tres prendas interiores y algunos recuerdos inútiles, que creí necesario llevar para calmar los recuerdos nostálgicoslos días que echase de menos lo que dejaba atrás. Más que las personas que había tratado, recordaría los rincones trianeros, nada limpios, donde dormí y soñé muchas veces durante mi niñez y adolescencia sevillanas.

El primer marinero que me recibió en cubierta, supe después se llamaba Luis Sánchez, "Lucero", el segundo contramaestre, que había sido comisionado para recibir a los nuevos contratados y marcarnos el trabajo que deberíamos hacer, pues al subir la marea, que se esperaba para las once de la mañana, estaba señalado levar anclas.

Me presenté y al decir mi nombre noté enseguida, por la sonrisa que me dedicó, que sabía la manera de que me había valido para poder pertenecer a aquella tripulación. Sucedió igual con todos los marineros antiguos, que trabajaban ya hacía varios días en el buque, cargando las mercancías que portaríamos y preparando los víveres necesarios para hacerse a la mar. Parecía supiesen todos lo que yo había hecho con su capitán y sonreían y algunos me hacían gestos raros al pasar junto a mí, que permanecía de pie, mirando semiatontado por la borda las sucias aguas del río, a la espera me mandaran las labores que debería desarrollar antes que el "Nueva Aurora" partiese.

Entendí sus sonrisas, sus gestos y hasta las risotadas que entre ellos seguramente hicieron, cuando vi por la orilla del muelle acercarse a D. Alonso de Cepeda delante de un grupo de varias personas que portaban dos baúles enormes y varios bultos, entre ellos dos enormes sombrereras. Pero no fue esto lo que me hizo saber lo que había motivado las risas a mi alrededor. Exactamente detrás del capitán avanzaba un negrazo enorme. No hacia falta preguntar su inclinación sexual, porque andaba, vestía y gesticulaba de una manera tal, que era lo mismo que si llevara colgado del cuello un gran cartel que pusiese "soy maricón".

Por su forma de ordenar a los criados y de dirigir al grupo que llevaba las pertenencias del capitán se notaba, concedido por éste, tenía mucho poder sobre ellos. Comprendí entonces que toda la tripulación antigua, que había participado en el primer viaje a América, conocía a la "querida" oficial del capitán y estaba a la espera de comprobar lo que aquella bestia, casi dos metros, pecho de toro y fuerza de bisonte, era capaz de hacer conmigo, cuando se diese cuenta o llegase a sus oídos que su "amor" había utilizado mi cuerpo.

Sabían de la pasión y los enfermizos celos que sentía por su dueño y señor y de lo que había sido capaz de hacer en el viaje anterior. Lo supe posteriormente y creo que si lo hubiese conocido en aquel momento, me hubiese tirado de cabeza al río. Pensé malévolo, cuando conocí lo que realizó en el pasado viaje, si aquel posadero que me acercó al señor Cepeda, quiso vengarse del mordisco que le di en su polla, una vez que no me pagó lo que habíamos pactado.

El negro había deshecho a golpes a dos marineros, uno porque se enteró que se había ofrecido al capitán, apareciendo desnudo, blandiendo su enorme verga en su camarote, con el fin de encelarlo ante tamaño trozo de carne y al otro, porque siendo el inductor, pues había sido quien preparó el encuentro esperando encontrar prerrogativas a bordo, y amigo íntimo de él, por ser también receptor en muchas ocasiones de aquel enorme "badajo", salió en su defensa.

El gigantón de voz atiplada, "mariconchi" hasta el tuétano, que se había enamorado de una manera alocada de D. Alonso y que era capaz de dar golpes, con sus forzudos y enormes brazos con la rapidez un molino de viento, los machacó a puñetazos y los dio tal paliza, que los cuchillos que llevaban preparados para defenderse, no les sirvieron de nada y no los arrojó por la borda, como fue su intención, porque el primer piloto llamó rápidamente al capitán, que lo impidió.

Comencé a temblar al verle porque rápidamente comprendí la situación, pero como no podía hacer nada, me apoyé en la borda y agarré a la espalda, con mis dos manos, un estrobo de cuerda que había atrás, para evitar si me atacaba, salir despedido al primer sopapo de aquel gigante, hasta la mitad del río.

Todo el mundo que se encontraba a bordo se acercó a la pasarela, no sé si por cumplimentar al capitán o por participar visualmente de lo que esperaban aconteciese, menos yo, que permanecí asido a aquella maroma de cuerda, intentando pasar totalmente desapercibido.

Subió el capitán seguido de su séquito, fue saludado y cumplimentado por los principales mandos del barco y cuando iba a dirigirse hacia la puerta de lo que supuse era su camarote, miró hacia el lado donde yo estaba, temblando y semiescondido, tras uno de los trinquetes.

De pronto se dirigió alborozado hacia la parte donde permanecía yo intentando confundirme con el paisaje y hacerme invisible, haciendo gestos y dando alegres y efusivos chillidos. Cuando pasó por mi lado y continuó saludando a alguien que venía en esa dirección por el muelle, es cuando me di cuenta que mi presencia no había sido ni siquiera advertida, lo que me permitió respirar y sentir que regresaba a este mundo.

Miré hacia abajo y vi como avanzaba otro séquito por el borde del muelle de atraque, dirigiéndose directamente al barco. Estaba formado por cinco personas, pero al que iban dedicados los parabienes, saludos y grititos del capitán era hacia un jovencísimo muchacho, que marchaba al frente del grupo, destacando por su manera erguida de andar, su elegantísimo vestido y gallardía en su porte.

Cuando subió a bordo se reprodujeron de nuevo por D. Alonso todos los gestos, gritos y saludos que había efectuado antes, a la vez que hacía una semireverencia al recién llegado, que parecía aceptar como normal, aquel recibimiento del capitán del bergantín.

Desde donde estaba situado pude contemplarle perfecta y tranquilamente. Tal como me había parecido cuando le vi avanzar con gráciles pasos por el muelle, era muy joven, quizá solo tuviese un o dos años más que yo, aunque su cuerpo era mucho más magro y fuerte que el mío.

Tenía el pelo muy rubio y cuando se quitó su sombrero para saludar al señor Cepeda, se extendió en larga melena de oro sobre sus hombros, tez tostada de haber vivido al aire libre y unos ojos, que creo me miraron un instante, de color marrón muy claro, como el más puro ámbar. Una cara bella, de facciones regulares, risueña, adornada ahora en una amplia sonrisa, hacían del recién llegado a bordo, una hermosa, bella y sensual aparición.

Después de estos preámbulos cada uno atendió a lo que tenía señalado hacer y prontamente el barco inició su marcha río abajo, aprovechando la alta marea, porque aunque la distancia al mar era considerable, salir al océano con la marea alta evitaba que la quilla de los navíos tocase fondo en los lugares menos profundos.

Los nuevos hombres contratados se pusieron a trabajar junto a los veteranos y como a mí nadie ordenó lo que debería hacer, permanecí al lado de la puerta por donde había desaparecido aquel bello joven que íbamos a transportar de pasajero.

Dos de los criados que le habían acompañado regresaron a tierra nada más dejar los bultos, por lo que al joven de las melenas leonadas le quedaban otros dos para su cuidado y atención. Les llamo criados aunque más parecían guardaspaldas o rufianes, por el aspecto bruto y zafio que poseían, incluso a uno le faltaba un ojo cuya órbita tapaba con un trapo negro que anudaba tras la cabeza. Lo que sí saltaba a la vista que ambos hubieran dado su vida, si fuese necesario, por defender a su dueño, por el modo tan amble y cariñoso que le miraban y cuidaban.

Estaba en estos pensamientos cuando uno de ellos el del ojo sano, apareció por la puerta con dos cubos de madera colgados de sus brazos y al verme allí parado, me ordenó con tal voz de mando, que aunque pensé que él no era nadie para darme órdenes, obedecí como si del mismo D. Alonso se tratase.

Trae agua limpia para D. Gabriel Alejandro.

Supe de esta manera el nombre de aquel viajero tan ilustre. Encontré el agua, llené los cubos y los llevé hasta el camarote del joven que tanto me había deslumbrado. Toqué en la puerta y cuando el criado quería recoger los cubos y ordenaba me marchase, se oyó una deliciosa y amable voz desde dentro.

¡¡ Déjale pasar Leandro !!.

Al penetrar casi dejo caer el agua que portaba, al contemplar totalmente desnudo, de pie, metido en una gran tina de madera al joven, que estaba recibiendo un amplio enjabonamiento de parte del criado, que pretendía no entrase y viese lo que acontecía en el interior.

- Pasa, pasa continúa enjabonándome tú - me ofreció la voz desde dentro - ya me echará el agua después Leandro.

Después se dirigió al criado.

Sal y cuida que no entre nadie.

Su voz sonaba muy dulce, con una entonación melosa y cantarina, como de haber vivido mucho tiempo en las colonias, aunque para mis oídos era como si oyese hablar a un ángel. Más era tal su señorío, que a nadie se le hubiese podido pasar por la cabeza no cumplirla si lo que hubiese salido de su boca fuese una orden.

En mi caso se unía, la obligación de cumplir su mandato con el deseo de tocar aquel cuerpo, por lo que posé los baldes y me acerqué raudo a continuar la deliciosa labor que el criado había estado haciendo.

Leandro me ha visto nacer y aunque me enjabone bien, se que tú lo vas a hacer mucho mejor - dijo cuando me arremangué e intentaba iniciar mi placentera labor - Para que no te mojes la ropa, desnúdate antes y métete aquí conmigo - me ofreció dando un tono insinuante a su voz.

Yo estaba acostumbrado a desnudarme ante personas mayores que él, por el sexo que me había visto obligado a hacer algunas veces, pero no sé que sentí en esta ocasión, que una ola de vergüenza, que el joven creo no notó, me inundó, más aun cuando mi virilidad, sin querer, alcanzó todo su tamaño antes de penetrar en la tina, donde continuaba aquella beldad de pie.

- Eres hermoso mi pequeño - murmuró al verme ya desnudo colocarme junto a él, a la vez que me acariciaba suavemente mis genitales - quisiera que me hicieras feliz - me pidió quien se había convertido, desde aquel momento, en mi dios en la tierra.

Yo no podía presumir de tener un cuerpo tan atlético y formado como el suyo, pero en mi pequeñez, creo estaba bastante bien por lo que me dijeron siempre mis amantes esporádicos. Tostado por el sol, de permanecer a la orilla del río y bañarme en sus aguas mi piel estaba suave y aunque mi espada fuese delgada y no muy larga, sabía portarse debidamente en las ocasiones que se le requirió hacerlo y ahora estaba dispuesta a demostrarlo una vez más.

Hice a aquel bello chico de los ojos de ámbar todo lo que conocía solía gustar a los hombres con los que me había acostado hasta entonces. Le acaricié el cuerpo, besé los más recónditos y escondidos lugares de su cuerpo, mordí despacio sus pezones, mientras me frotaba contra él, le quité el jabón de su inhiesto palo, pasando suavemente mis manos, frotándolo un poco antes de lamerlo como sé hacerlo y no tuve que hacer ningún esfuerzo para atravesar su ano, porque el jabón ayudó a mi verga, algo más pequeña que la suya, pero derecha y dura a penetrarlo, cuando salidos de la tina, nos echamos extendidos en el suelo y me solicitó muy encendido lo hiciera.

Me ofrecí enteramente a él, porque en esta ocasión disfrutaba, no vendía mi cuerpo, no sentía que ofendía a mi virgen Macarena, sino al contrario notaba bendecía la pasión y el amor con que movía mi cuerpo, cuando estábamos enganchados y le penetraba enloquecido de placer.

Cuando de espaldas le ofrecí mi parte trasera para que metiese su duro pene, me dijo.

- Hoy no, termíname con la boca, nunca nadie fue capaz de mamar una verga como tú lo haces, intentaré hacértelo a ti también.

Entrelazados, en una postura que nos permitía realizarlo a los dos a la vez, bebimos nuestro semen, cuando plenos de sexo oral, nos derramamos casi al unísono.

Nunca el acto sexual había sido más completo y satisfactorio para mí y así se lo hice saber al dueño de mi cuerpo.

- Señor no se si habré sido capaz de hacerte feliz como me pediste, pero quisiera supierais que yo no lo he sido nunca tanto en mi vida.

Me agradeció el cumplido con una amplia sonrisa, que cuando se dibujaba en su cara la hacía aún más bella, y me indicó ordenase a Leandro pasase a quitarnos el jabón que aún cubría nuestros cuerpos, tirándonos por encima los cubos de agua que yo había traído,

En cuanto pude, mientras su criado le secaba, perfumaba y le ayudaba a vestir, recogí mi ropa y salí de la estancia, pensando donde encontrar escondite cerca de la puerta de su camarote, para seguir contemplando su estancia y rememorar lo ocurrido, porque allí dentro había sentido como si hubiese visitado el cielo.

Cuando temía que en aquel barco el capitán volviese a requerir mi cuerpo, lo que hubiese originado que el celoso negro me matase a golpes o que los miembros de la tripulación que gustasen de chicos, me obligasen a acostarme con ellos o que al final de la travesía, hasta lo más heterosexuales, a falta de sexo tantos días, me utilizasen como el "putito" del "Nueva Aurora", un maravilloso, hermoso, inigualable y joven muchacho de melenas áureas, que me habían vuelto loco cuando las vi agitarse al viento y con unos arrebatadores ojos amarillos, ocres, marrón claro y ámbar, me eligió como su criado especial, solicitándoselo al capitán.

Este me llamó a sus estancias al día siguiente y me ordenó de una manera imperiosa.

- En lo sucesivo tu único trabajo en este barco será cumplir las órdenes que este caballero ordene. Gabriel Alejandro es hijo y heredero del más noble estanciero de las colonias americanas. El propio Ministro de Marina y Tierras de Ultramar mi amigo y padrino me lo ha recomendado a instancias de su padre. Si recibo de él alguna queja de tu comportamiento, además de que recibirías 50 azotes, te mandaría tirar por la borda y escribiría en el libro de bitácora que te habías caído al mar por accidente.

Creo que el capitán pensó que yo era tonto, porque cuando me lanzaba estas terribles advertencias, era tal el gozo que estaba recibiendo en mi interior, que sonreía ante él sin parar.

- Si, mi capitán - pude al final hablar - quedará D. Gabriel muy satisfecho de mí - pronostiqué completamente seguro de lo que decía.

La vida a bordo era muy monótona pero también fue muy tranquila y feliz para mí desde aquel momento. Estaba siempre al lado de Gabito, como me autorizó le llamase en recuerdo como lo hacía su padre, del que me confió un día, advirtiéndome, no dijese nada de ello, si no quería perderle.

- Efectivamente soy el hijo del personaje que te ha dicho el capitán. Lo que él no sabe es que actualmente estamos separados. Yo sigo amándole y respetándole, pero no sé si él siente lo mismo hacia mí. Hace dos años decidí dirigir mi vida hacia otros derroteros y menesteres que no fuesen administrar una hacienda por muy grande espaciosa y feraz que fuese. Necesitaba abrir y ensanchar mis horizontes, me ahogaba y necesitaba demostrarme que soy capaz de triunfar sin su arropamiento.

Mi padre no lo entendió así, se enfadó y cuando me marché de casa me amenazó con desheredarme.

- Pero me ha dicho el capitán, que su padrino el señor Ministro le ha pedido os proteja porque así se lo solicitó su señor padre - le dije yo.

- El que mi padre haya hablado con el Ministro y le haya pedido me dé protección, me hace feliz al pensar que él también me recuerda con amor.

La confianza que aquel excelso joven me demostraba hacía que mi admiración, obediencia y amor aumentasen de tal manera, que en los momentos en que uníamos nuestros cuerpos y crecía mi atrevimiento para poder hablarle, se lo decía.

¡¡ Pídeme por favor algo especial para demostrarte mi adhesión !!, cortarme un dedo o atravesarme el cuerpo con cuchillos afilados, algo que me cueste hacer, porque quiero demostrarte Gabito de mi alma, lo que te adoro y amo.

Después de haberle hecho feliz, según él me decía, y de haberlo sido también yo, volvía a ponerme en mi posición de grumete-criado porque nadie debiera saber, ni siquiera pensar, quitando sus fieles criados, lo que juntos hacíamos.

A pesar de las muchas confidencias que me hizo nunca me contó a lo que había dedicado su vida desde que salió de casa de su padre y tampoco me atreví yo a pedírselas, solo le escuchaba lo que él deseaba decirme, aunque me aseguró.

- Nunca le he pedido dinero o ayuda a mi progenitor.

Pero notaba, al fin era un chico casi de mi edad, que sentía una fuerte nostalgia por su lugar de nacimiento, donde había pasado los primeros y felices años de su vida. ¡¡ En su Maracaibo del alma !!

A los atardeceres, cuando nos sentábamos mirando por los amplios ventanales de sus habitaciones, después de acariciarnos, besarnos y desahogarnos sexualmente, al rutilante y tranquilo mar, mientras peinaba su sedosa melena, que brillaba más intensamente que los postreros rayos que el astro rey nos ofrecía en el cielo o los que reflejados en la superficie del agua brillaban como oro líquido, con mis dedos abiertos entre sus cabellos, mientras apoyada su cabeza sobre mis piernas, me hablaba de su amado Maracaibo.

- Es una ciudad que se fundó tres veces. En el año 1529 el alemán Ambrosio Alfinger la fundó por vez primera llamándola ya con este nombre o también Villa de Maracaibo. Tuvo muy poca actividad y por ello se abandonó y evacuó en 1535. Hubo un segundo intento por el capitán Alonso Pacheco pero no se consiguió que se asentara, hasta el tercer intento, en 1573 por orden del gobernador Diego de Mazariegos quien confió al capitán Pedro Maldonado que lo intentara de nuevo. Este, un año después, es decir en 1574, funda la Nueva Zamora de Maracaibo en honor que el gobernador era de Zamora (España).

Dejó un rato de hablar para comprobar si lo que me contaba era atendido agradablemente por mí. Lo que no sabía, que aunque dijese lo que fuese, yo atendería sus palabras, porque era su voz lo que me penetraba y arrullaba de tal manera, que oyéndole me sentía transportado a la gloria.

- Era normal en aquellos tiempos crear una villa que después no se desarrollaba por causas diversas y desaparecía prontamente, en este caso, después de esta tercera vez, no ocurrió así.

- ¿Sabes porque se llama Maracaibo? - me preguntó a continuación

- No - contesté esperando siguiera sus explicaciones porque deseaba poder seguir acariciando aquella melena de puro oro.

- Hay dos versiones, No sé cual es la verdadera. Dicen que un aguerrido Cacique Mara, que aunque muy joven, tenía 25 años, era lo suficiente valiente para oponerse a los alemanes que atacaban la zona. Su atrevimiento hizo que pereciese en la contienda. Se dice que sus guerreros al ver muerto a su jefe gritaban consternados "Mara - cayó" y así se originó el nombre de esta ciudad maravillosa que nació al lado del lago que lleva su nombre, aunque hay quien asegura que fue otro el origen del nombre, que donde se ubicó primeramente la ciudad se llamaba ya en lengua indígena "Maara-iwo" que significaba "lugar donde abundan las serpientes".

Al comprobar el embeleso con que le miraba y atendía su explicación me prometió.

El día que puedas ir conmigo, te va a fascinar el lago Maracaibo. Es un don que Dios o la naturaleza nos proporcionó. Los marabinos, como nos llamamos los que allí nacimos, somos muy fanfarrones - se sonrió al ver como abría los ojos de admiración, al recordar que me había dicho que me llevaría con él - pensamos simplemente que lo nuestro es lo mejor.

Es que tenéis razón - añadí yo.

Con esta felicidad fueron pasando los días de navegación. Salía yo pocas veces de su camarote, alguna vez en busca de lo que me ordenasen. Las más de las veces lo hacíamos juntos acompañados de alguno de sus criados, paseábamos por cubierta o nos sentábamos a proa, no le gustaba hacerlo a popa e hizo una gracia cuando me lo señaló.

- De los barcos la proa de los hombres la popa.

Los primeros días, cuando a su lado, veía a los marineros que se afanaban en sus labores o descansaban en sus horas libres, notaba miradas de lascivia en algunos, pero a medida que fueron pasando las jornadas, las miradas se multiplicaron y los deseos que expresaban aquellos ojos fueron en aumento, de tal forma, que notado por mi dueño y señor, cuando me ordenaba algún mandado, me recomendaba cuidado.

Grita si alguien intenta atacarte.

No llegaron a tanto, pero los silbidos, suspiros, gestos obscenos e intentos de roces eran continuos, cuando no iba con D. Gabriel Alejandro, mi ángel salvador. Ahora me daba cuenta lo horrible que hubiera sido mi vida a bordo de no estar él protegiéndome.

Llevábamos veintitrés días de navegación, cuando una mañana, al salir a tirar lo de los orinales, por la borda, noté que el barco no se movía. Las velas estaban más flácidas que el instrumento de un viejo y en el bergantín solo se notaba el cabeceo que el agua producía sobre la quilla, pero no avanzaba en absoluto.

Leandro fue quien me explicó que habíamos entrado en el mar del Caribe y que aquí lo mismo podíamos estar en esta calma chicha varios días, como se desencadenaba una tormenta tropical que nos sepultaba, con sus horribles vientos bajo las aguas, en cuestión de minutos.

La temperatura cambió también, hacía un excesivo calor lo que nos obligó, para intentar buscar algo de frescor salir a cubierta, pues en el camarote nos deshacíamos de sudor. Los dos ayudantes y yo colocamos unos parasoles en una zona que no molestase los trabajos de la nave y en un cómodo asiento se colocó nuestro señor y nosotros nos aposentamos como mejor pudimos a su alrededor.

El capitán se acercó a platicar y traído otro asiento idéntico, se sentó al lado de D. Gabriel Alejandro.

Iniciaron su conversación, que oía por estar casi pegando a ellos, hablando de aquella nefasta situación de falta de viento, que aseguraba D. Alonso les iba a retrasar mucho la llegada a puerto.

- Necesitamos llegar a tiempo, debo de entregar una cosa muy importante al gobernador de Nueva Granada - dejó escapar.

Siguió la charleta por estos derroteros y cuando se oyó a un marino que estaba cerca blasfemar, por un golpe que había recibido, invocando a la Virgen de Chiquinquirá, comentó el capitán

Ese hombre debe de ser de Santa Fe.

O de Maracaibo - corrigió mi señor.

- Es una virgen que se reza en aquella ciudad, que yo sepa - pareció molesto el señor Cepeda al contestar.

- Perdón D. Alonso, quizá no conozca un milagro que esa virgen ha hecho en Maracaibo, porque ha sucedido hace muy poco tiempo,

- Contarme por favor - solicitó el capitán que se había dado cuenta de que la vez anterior había utilizado un tono demasiado agresivo con su pasajero

Una tabla con la imagen de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, copia de la venerada en la región de Santa Fe, fue traída a Maracaibo por don Juan Nieves de Andrade, quien levantó para ella una humilde ermita de bahareque y paja - comenzó a narrar mi dueño - El cuadro por acción del tiempo fue perdiendo su pintura original y finalmente borrada la imagen, lo que hizo cesar el interés religioso y desecharla como inservible y finalmente fue a parar al lago.

Una mañana de 1749 apareció en las playas blancas del Lago de Maracaibo un pedazo de tabla de pequeñas dimensiones, al tiempo en que una viejecita, metida hasta las rodillas dentro del agua, lavaba ropa en sus orillas. La sombra de la noche empezaba a disiparse entre las claridades del alba y la viejecita no pudo reconocer la extraña tabla. Debajo del brazo y confundida con la ropa ajena, la llevó a su casa y en su vivienda fue útil como tapa de una tinaja.

D. Gabriel nos miró por ver si le atendíamos y continuó al comprobar nuestra intensa atención.

- Un 18 de noviembre raros movimientos conmueven la placidez de la vivienda, golpes y ruidos se sentían hasta tres veces repetidas. Al acudir la humilde señora fija su vista en la tablita misteriosa alumbrada de luces que salían destellantes y la buena señora, visualizó en la pequeña tabla desgastada, la silueta de una imagen sagrada y de uso doméstico, el pedazo de madera se convirtió en motivo de veneración, colgado en la pared de aquella humilde morada.

Ante tan majestuosa aparición de la Virgen, la ancianita mortificada, cae de rodillas ante la imagen de un rostro dulce, de piel morena y ojos achinados, cargando entre sus brazos a un hermoso niño; era Nuestra Santísima Madre la Virgen de Chiquinquirá, quién había dejado de ser un cuadro borroso para darse a conocer. ¡Milagro!, ¡Milagro! exclama la viejecita, ¡Milagro! exclaman los vecinos que hasta aquel momento admiraban la tablita y después de la aparición de la Virgen, adoraban sin cesar. El modesto hogar se convirtió desde entonces en centro de plegarias y agradecimientos a la madre de Dios. Dicen que van a levantar prontamente un templo para recordar y conmemorar este milagro.

La falta de vientos duraba ya cinco días y noté a mi señor, quizá por ello, con un cierto nerviosismo. Cuando no estaba sentado bajo el parasol platicando con el capitán o con el primer piloto que solía acercarse también, se encerraba con los dos criados, mandándome a mí vigilar la puerta para que nadie entrase. Si era persona de mando en le barco quien se acercaba, a quien no pudiese obligar a pararse, tenía la orden de que le avisase rápidamente.

Por fin pareció cambiar el tiempo, una ligera brisa que hincho las velas comenzó a soplar al sexto día, pero cuando la brisa fue aumentando, nos trajo consigo una espesa niebla.

El "Nueva Aurora" avanzaba pero con sumo cuidado de no chocar contra algún otro navío. Se situaron luces especiales en los palos y vigías en los oteadores más altos del bergantín, con largos catalejos para intentar ver, si por las cercanías aparecía algún barco y avisar del peligro.

Así pasamos una tarde, la noche y parte de la mañana siguiente. Nos habíamos adentrado mientras bastante en el Golfo del Caribe, cuando al levantarse de repente la niebla nos encontramos de frente a un pequeño galeón que enarbolaba la bandera de las dos tibias cruzadas, cuya fila de cañones, nos estaban apuntando ¡¡ Era un barco pirata !!

Leí su nombre en la torre de su puente a grandes letras doradas, "Caribenho"

Contemplé la escena desde una de las ventanas de las habitaciones de D. Gabriel Alejandro, quien juntos a los dos criados, vestidos de una manera totalmente distinta a como lo habían hecho en toda la travesía, salían mientras se desarrollaban estos hechos, casi en carrera, hacia la cubierta.

De pronto mi señor ordenó algo a Leandro, que volvió sobre sus pasos, me agarró y ató, con una cuerda a una de las mesas que estaba atornillada fuertemente al suelo.

No te muevas de aquí - me ordenó.

Naturalmente que no me moví, pues no podía hacerlo. Sí gritar, pero en ningún momento lo hice, primeramente porque nadie en aquella situación me iba a hacer caso y pensé además, que podría alertar a los del galeón hacia mi señor, que pensé, ayudado por sus criados, intentaría huir por la parte de la borda que los piratas no veían.

No vislumbre nada pero escuché todo. Desde el galeón mediante fuertes gritos ordenaron que el "Nueva Aurora" se parase y rindiese inmediatamente, dándole tres minutos de tiempo a su capitán para realizarlo.

Antes de que ese tiempo se cumpliera oí la voz gritona de D. Alonso de Cepeda diciendo que nunca rendiría su barco. Y solo habían pasado unos pocos segundos, cuando sonaron varios cañonazos que explotaron seguidamente sobre nuestro barco que se balanceó peligrosamente. Los daños, que los disparos de por lo menos quince cañones habían hecho sobre el bergantín, debieron ser de importancia. No los veía desde donde estaba atado, pero por los gritos de los marineros, que pedían agua para sofocar los incendios de a bordo y gritaban enloquecidos de lo que veían, comprendí la importancia de las averías.

- ¡¡ Se ha llevado parte del velamen y dos de los palos que lo sostenían !! - gritó alguien en cubierta.

- ¡¡¡ Es el Caribenho !!! - se oía gritar a mucha gente asustada que corría.

Después siguió un silencio y la voz anterior del galeón avisó de una nueva andanada, que esta vez anunció iría contra la quilla del buque.

No llegué a oír nuevos cañonazos, parece ser que el "Nueva Aurora" se había rendido.

- - - -o-o-o - - -

Estoy muy asustado, me han encerrado, sin atarme, en una pequeña y estrecha estancia, que aprovechando las escaleras que suben al puente, parece utilizan para guardar cuerdas y maromas. De todos los prisioneros que han hecho en el bergantín que viajábamos, creo que solo yo, el capitán y el primer piloto hemos sido trasladados al galeón.

Desde donde estoy, apartando varios rollos de cuerdas, por el ventanuco enrejado que me proporciona luz y respiración, puedo ver una pequeña parte de cubierta y sobre todo vigilar la puerta de herrajes de plata, donde pienso está alojado el terrible, odiado y, oí una vez en el "Nueva Aurora", bello pirata.

Contemplé una vez al "Caribenho", era muy joven, gallardo y hermoso - comentaba uno de los marineros, del que sabía su inclinación sexual por las miradas que me lanzaba, cuando paseaba por cubierta una noche, hablando con otro en la oscuridad.

Después del terrible silencio en que quedó el barco al rendirse, comenzaron a oírse ruidos extraños de arrastre de pesos por cubierta. Me di cuenta pudieran ser debidos al traslado de lo que los piratas tomaban como botín. Recordé las cajas de monedas de oro y plata, que comentaban, trasladaba l barco hasta Nueva Granada. Después silencio de nuevo que fue interrumpido cuando dos hombres armados con pistolones penetraron en el camarote donde permanecía amarrado. Cerré los ojos al temer me dispararon o me tirasen por la ventana que daba al mar, pero no hicieron ninguna de las dos cosas, sino desatarme y conducirme, uno de cada brazo hasta cubierta, donde nos esperaba el capitán y el primer piloto para ser trasladados los tres, por medio de una escala a una pequeña barca, que nos acercó hasta el pequeño galeón pirata.

Mientras permanecí en la cubierta miré hacia todos los lados por ver si encontraba allí a mi señor o alguno de sus criados. Al no verlos entre todos los hombres del barco que estaban presentes y vigilados, respiré porque comprendí que habían podido huir antes del abordaje. Aunque pensé posteriormente que deberíamos estar aun muy lejos de tierra, para que nadando pudieran llegar hasta ella. Como no conocía la zona recé para que hubiese algún islote cercano donde se hubieran podido cobijar.

Llegados al galeón, a mí me encerraron en la estancia de las cuerdas y maromas, donde permanezco y a los dos mandos del "Nueva Aurora" les hicieron penetrar en la estancia cuya puerta vigilo.

Al abrirse la puerta de tan bellos y costosos herrajes, mi corazón comienza a saltar de emoción, porque a pesar del miedo que tengo, deseo fervientemente ver al bello pirata. Salen cuatro hombres que se colocan cerca de mí. Dos de ellos son el capitán y el primer piloto, al tercero no lo conozco, pero sí perfectamente al cuarto, ¡¡ porque se trata de Leandro el criado de mi señor !!.

Mi mente comenzó a hacer cábalas de lo que podía haber ocurrido, pero no pude llegar al total conocimiento hasta después que los dos altos cargos del "Nueva Aurora" fueron desalojados del galeón, porque nada más desaparecer ambos por la borda, el propio Leandro abrió la puerta donde yo estaba y saludándome sonriente, me trasladó a la estancia principal donde estaba esperándome D. Gabriel Alejandro o mejor dicho el "Caribehno" en persona, con los brazos abiertos.

Sentados tranquilamente, después de los saludos, juntitos nuestros cuerpos, que no paraban de ser mutuamente acariciados, mi amor terminó de contarme lo sucedido.

Sabíamos que en este viaje llevaban una fuerte suma de dinero para hacer unos pagos. Valiéndome de mi ascendencia conseguí que me aceptaran de pasajero con mis dos principales colaboradores. Lo que sucedió en el barco lo conoces, pero no sabes que fuimos recogidos por mis hombres mientras se efectuaban los cañonazos para intimidar al capitán Cepeda.

Efectivamente mi padre me ayudó a que me aceptaran en el "Nueva Aurora, cosa que yo no sabía entonces, pero ahora conozco que me ha perdonado y pide encarecidamente que vuelva a su lado. Por ello las conversaciones sobre la rendición del bergantín con sus representantes", no los he dirigido yo, he permanecido escondido, sino mis hombres, porque voy a dejar esta vida y no he deseado vieran mi cara. Les regalo el "Caribenho" a mis mejores colaboradores para que sigan pirateando y tú y yo nos vamos a vivir a Maracaibo, donde seremos felices para siempre.

Mientras me narraba lo anterior mis manos no permanecían ociosas, le fueron desnudando suavemente hasta quedarlo totalmente y después de despojarme también de mi indumentaria, no le dejé continuar hablando porque cerré su boca con mis labios. Cuando terminaron mis besos, solo pudo decir ayes, suspiros y palabras de amor, porque realizamos un sublime, largo y maravilloso encuentro sexual, para celebrar la culminación de nuestro amor y que nuestras vidas quedaban unidas para siempre.

Mas de tintin

Entre Mexico y EEUU existe una frontera

Confesiones

Las Fogueras de San Juan

¿Por qué no te has enamorado de mi?

Antonino y Silvio (2)

Antonino y Silvio

Un viaje a traves de Marruecos

VIaje con mi amigo Ricardo por Asturias

Leyenda de las 99 doncellas y media

El David del siglo XXI

Sexo en el circo

Tono, historia de un noble perro

Jose Barrios, mi primer amor

Heridos en un hospital

Traición de amor

Historia de un apellido

Amores

Encontré mi amor en Texas

Amor gay en un colegio religioso

Amigos de Hyves

Un gay musulman

Nancy morena

Artes marciales

La primera cogida con mi amigo Antón

Para ver la polla de Mateo

Diez minutos con el quijote

Tengo dos nuevos amigos

In memoriam

Javier _ bisbi

Almendros en flor : Martires gays

El pirata me enamoró (5: Caribenho)

Boda extraña (2)

El puto

Boda extraña

Bisbi

El pirata me enamoró (4: Caribenho, Visita a Ven)

El pirata me enamoró (3: Vuelta a Maracaibo)

El pirata me enamoró (2: La despedida)

Akelarre

Pederasta

Alberto, amor mio

Los primos franceses

La sexualidad en la sociedad romana

Lazaro, el de Tormes

ARLOB____@hotmail.com

En Houston

Eduardo, mi amor

Paranormal

Una palabra asquerosa

La hoguera de San Juan

El aniversario

Sonambulo

Con pelo o mejor pelado

Las gafas de sol

Mi joven esclavo (2)

Mi joven esclavo (1)

Un nuevo amigo (2)

Un nuevo amigo (1)

Las fotografias

El enfermero

Campamento de verano

Carlitos

Transformaciones

Visita a una playa nudista

Daniel

Una vida marroquí

Los serpenteros

Extraños deseos

Locona con plumas

El chaparrón

Historias de pililas

El extraño medico