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El pirata me enamoró (2: La despedida)

en Gays

LA DESPEDIDA

- CARIBENHO - 2

Recordareis que en la primera parte de este relato en el que cuento mi vida desde el momento en que vi la luz a orillas del Guadalquivir, hasta que reconozco, después de apresar al Nueva Aurora, en el terrible pirata Caribenho a mi querido y amado D. Gabriel Alejandro, terminó en el momento que una vez más gozamos sexualmente en su camarote y me anuncia durante nuestro placentero, desenfrenado y especial folleteo del reencuentro, que viviré siempre junto a él, no como criado, sino como el querido compañero que para compartir su vida futura, ha encontrado y elegido.

La dicha que sentí en aquel momento no era capaz de expresarla con palabras y pensé.

Yo, una criatura que ha vivido siempre solo, sin familia que le acogiera, robando lo que podía para poder comer, vendiendo mi cuerpo, no por vicio sino en los momentos que ya no podía más, fuese elegido por aquel poderoso señor, valiente pirata y maravilloso ser humano, para convertirme en su compañero amado, era algo que hacía saltar mi corazón de forma que se salía por la boca para propagar mi felicidad.

Di gracias a la virgen Macarena, mi sevillana del alma, pues solo mediante su intersección habían podido pasar todos los hechos, tan especiales y dichosos para mí, que habían sucedido. Puede que la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, a la que rezaba mi querido amor, la ayudara un poco, para que el amor entre nosotros surgiera de una manera tan fuerte, limpia firme y dichosa.

La primera orden que salió de los labios de Gabito fue que inmediatamente pusiesen mi cama al lado de la suya y locamente enamorado pasé a cuidar de él de una forma un tanto especial. Nada más quedarnos solos, cuando la luz del firmamento desaparecía, saltaba a la cama donde mi amor me esperaba ansioso de encontrarnos. Aunque nos habíamos unido físicamente varias veces durante el terminado día, allí en su lecho, teniendo por techo el brillo de las estrellas y la leve iluminación de la luna, que reverberando sobre el mar, nos alumbraba con su plateada luz y sintiéndonos mecidos por las pequeñas olas de las aguas del océano, que pegaban en el casco del buque bajo nuestros cuerpos, los sentidos parecían renovarse y salir al exterior más ardientes y deseosos que los que nos habían acompañado durante la jornada.

Entonces nos abrazábamos como si no lo hubiéramos hecho nunca, nos besábamos comiéndonos los labios y poniendo nuestras lenguas entrelazadas, nos lamíamos y recorríamos toda la geografía de nuestra piel con manos ansiosas, buscando los rincones más erógenos de nuestros cuerpos y terminábamos amándonos hasta caer jadeantes y extenuados, al derramar nuestros jugos al mismo tiempo, para después dormirnos abrazados.

El otro criado, que iba como tal en el Nueva Aurora siguió estando a sus órdenes, era el que yo había llamado del ojo tapado y que comprobé hacía su labor a la sombra, medio escondido, sin dejarse apenas ver pero actuando siempre de una manera muy eficiente. Era en realidad el verdadero criado que había permanecido siempre a su lado, porque Leandro, su segundo en el barco, solo se hizo pasar como tal para penetrar subrepticiamente en el barco y robar el tesoro que transportaba.

Lo había sido desde que nació mi señor en la hacienda de D. Pedro, su padre, en Maracaibo y cuando salió de ella para buscar aventuras e independencia, le había seguido dócilmente sin separarse de él en ningún momento. Iba a seguir durmiendo en la antesala junto a la camareta de mi amado, cuidando su sueño y ahora el mío también, porque desde que Gabito me eligió como novio, me convertí en algo que pensaba debiera cuidar también.

Supe entonces que su nombre era Gastón y había nacido en la ciudad de Mendoza, en las posesiones que la corona de España tenía en el sur del continente. Había llegado a Maracaibo hacía muchos años, en un barco que realizaba cabotaje entre los diversos puertos del sur de las colonias españolas de allende el océano, en el que había entrado de grumete, siendo solamente un desvalido niño, que deambulaba en el puerto de su ciudad, en busca de mejores horizontes para su futuro.

Tuvo la mala suerte de encontrar una tripulación malvada, formada por los más depravados y peores seres encontrados en los diferentes puertos de su recorrido, a los que nadie había querido proporcionar trabajo. Durante la larga travesía que su barco realizaba por toda las costa atlántica, parando en casi todos los puertos de la ruta, para cargar y descargar mercancías, le habían explotado sexualmente. Fue follado varias veces, cada día que duró la navegación por varios de los marinos mayores y más viciosos, sometido a todas las vejaciones sexuales imaginables y tratado como si fuese solamente un objeto para que gozasen, sin excepción, todos los trabajadores del barco, cuando sus deseos lo requiriesen.

El propio capitán, un mestizo nacido en La Española, se había valido de él para satisfacer sus sádicas inclinaciones. Durante sus asquerosos y retorcidos actos de sometimiento, le había llegado a saltar un ojo con la punta de un látigo, cuando desnudo y atado con grilletes a una cadena del techo de su cámara, le pegaba hasta correrse del placer, que su desatado, asqueroso, temible y violento sadismo, le producía.

Los mismos que le maltrataban le habían curado malamente en el propio navío, pues no había médico a bordo.

En Marcaibo a don Pedro, padre de Gabito le ocasionó una gran pena cuando le vio en un estado tan calamitoso y preguntó qué le había ocurrido y aquel depravado capitán se lo entregó como si fuese un esclavo de su propiedad, pidiéndole le curase, porque un accidente casual le había dañado la vista y él no tenía medios ni tiempo para hacerlo. Lo que verdaderamente deseaba era deshacerse de él, por si la justicia, aunque lejana, llegaba a ser conocedora del estremecedor caso.

Fue cuidado y tratado en la hacienda de mi señor y querido amor, de manera tan eficiente y cariñosa, que desde entonces dedicó su vida a la familia de don Pedro, a la que siempre fue fiel. Cuando Gabriel Alejandro nació, le acunó, cuidó y al crecer, enseñó todo lo que sabía, sin apartarse de su lado, pero sin interrumpir ni inmiscuirse en su vida. Lo que su ahijado hiciera para él estaba bien, Siempre fue así de discreto y silencioso y continuaba siéndolo aún hoy, que manteniéndose a distancia, le vigilaba y ¡¡ pobre del que intentase hacerle algún daño !!.

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El barco apresado, después de la breve batalla naval que se había desarrollado en el golfo caribeño, no sufrió tantas averías que le prohibiesen navegar. Fue uno de los piratas, barbas largas rojizas y ojos azules soñadores, el que me explicó la amplitud de las averías y sus consecuencias, aunque yo no llegué a conocer totalmente los nombres de las partes del barco, resumiré lo que me dijo.

Se ha roto el palo de mesana y todo el velamen y cordaje del mismo. Se necesita reparar el palo destrozado haciendo un cincho especial y rehacer en lo posible sus maromas y velas para que recojan algo de viento.

Se consiguió terminar la reparación en dos duras jornadas de trabajo de toda su tripulación dedicada especialmente a esa labor.

El tiempo, a Dios gracias, nos acompañó durante estas reparaciones provisionales, fue bueno, sin atisbo de tormentas o meteoros que me asustasen. Cuando el palo de mesana reparado, se elevó de nuevo hacia el cielo, soplaba una suave brisa que hinchó las velas del Nueva Aurora y con unos cuantos piratas, duchos marineros, que Leandro envió a tomar el mando de la nave, su capitán, piloto y cuantos trabajaban para que el navío avanzase, a los que se obligó bajo pena de muerte a ayudar, se dispusieron a seguir el rumbo que el barco pirata, marchando delante, les iba a imponer.

Alonso de Cepeda quedó encerrado en su camarote con la orden expresa de ser bien tratado, junto a su fiel y enorme criado negro, que intentaría calmar mediante su dedicación, amor y entrega de su cuerpo, el fracaso de su dueño, que no había sido capaz de cumplir la orden que había recibido del Ministro de la Marina y Tierras de Ultramar español, de transportar y hacer llegar subrepticiamente al Gobernador de Nueva Granada, escondido en sus bodegas, el dinero suficiente para comprar la traición de un jefe indígena y de sus guerreros, que aparecían como aliados de los portugueses en la dura pugna que mantenían con la corona de España.

Mediante esta compra esperaban conseguir los españoles, ante hechos consumados, demostrar al Papa, que estudiaba en esos momentos, como mediador, el límite de la expansión de las dos potencias coloniales en el sur del continente, que aquellos terrenos situados arriba de las cataratas del Iguazú, pertenecían a los españoles, donde se habían asentado los jesuitas construyendo plantaciones y asentamientos modelo, trabajadas por los indígenas que participaban de los beneficios obtenidos y que los portugueses revindicaban como suyos y consiguieron al fin quedárselos para su expansión colonial.

Fue el propio capitán pirata, mi señor, quien dio la orden de respetar al antiguo capitán del barco, así como que dejasen a toda la tripulación libre en un puerto neutral y no se solicitase rescate por ella, cosa no común en aquellas ocasiones que por ese medio se reunía lo principal del botín obtenido. En este caso la parte más importante lo habían constituido las veinticuatro cajas de fuerte madera cinchada, llenas de monedas de oro y plata que el Nueva Aurora llevaba escondidas y que se habían trasladado rápidamente, a buen recaudo, al barco de los piratas.

El Caribenho desplegó parte de sus velas y enderezó rumbo a la isla de Curaçao, de posesión holandesa, donde se ordenaría desembarcar toda la tripulación que había salido del puerto sevillano, que buscaría enseguida acomodo, la mayoría expandiéndose por las américas, el deseo al embarcar de la mayor parte y el resto en cualquiera de los muchos barcos que demandaban tripulantes para realizar el viaje de vuelta. El navío apresado y reparado le siguió a muy poca distancia cumpliendo las órdenes recibidas.

Tardamos tres días en llegar a Curaçao, no avistamos por el camino ningún navío que nos molestase y en la abierta bahía del puerto que los holandeses habían construido y puestos los dos navíos al pairo, esperamos a la noche, para trasladar en las chalupas a tierra a todo el personal del Nueva Aurora, que quedó abandonado, pero ileso, en el muelle desierto a aquellas horas. En cuanto se vieron libres corrieron a esconderse, ya que no esperaban tal magnanimidad de un pirata que mantenía su fama de dueño del Mar del Caribe, a base de proporcionar terror con solo pronunciar su nombre.

El barco apresado se vendería a alguno de los armadores ingleses del puerto de Port María, donde sería bien recibido, Se le cambiaría de nombre, repararía totalmente y se haría de nuevo a la mar posiblemente bajo otra bandera.

Estaba en la isla de Jamaica, posesión ahora inglesa, que fue cedida a la familia Colon junto con el marquesado de su nombre por los reyes Católicos y que tomada a la fuerza años después por Sir Willians Penn, por las disposiciones del tratado de Madrid pasó a estar bajo la dirección de los ingleses.

Se entregó el bergantín después de dos días más de resistir una navegación muy lenta porque nos vimos en la necesidad de casi remolcarle por la falta de personal para maniobrarlo. La transacción la efectuó Leandro, con el cuidado de ofertarlo a varios armadores a la vez, para que pujasen entre ellos y pagasen lo más posible. Estos avispados negociantes ingleses estaban al acecho, como tiburones ante su presa, en aquel lucrativo negocio de comprar naves, principalmente españolas, que llegaban hasta allí. La mayoría eran robadas en la mar o en los puertos no fortificados, donde penetraban escondidos varios bucaneros, subían de noche a los barcos poco protegidos, soltaban sus amarras y cuando estaban fuera del puerto, nadie se atrevía a seguirlos porque el barco pirata que los había llevado, esperaba apuntando sus cañones hacia la bocana de salida.

Pagaban poco por ellas y las vendían posteriormente a muy altas cantidades. Lo obtenido por el Nueva Aurora", en monedas de oro, entregadas al momento, pasó a engrosar el botín conseguido, en la última y lucrativa razzia de los piratas del barco de mi señor.

Solo faltaba repartirlo y proporcionarles tiempo para gastar y disfrutarlo, antes de que D. Gabriel dijese adiós a los suyos. El único lugar tranquilo y seguro para conseguirlo era la isla Tortuga, sitio donde se sentían totalmente protegidos todos los barcos piratas que actuaban en el Mar del Caribe, fuesen del origen que fuesen. Allí solamente ondeaba una bandera, la negra con la calavera y las dos tibias cruzadas, una hermandad, la de la piratería y una ley, la que ellos se habían dotado.

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La dirección del Caribenho cuando mi señor abandonase aquella vida iba a quedar al mando de Leandro. Mi amado me explicó, mientras descansábamos, intentando que nuestra respiración volviese a sosegarse, de un nuevo y satisfactorio contacto físico, echados boca arriba sobre la cama, desnudos, descansando de los esfuerzos que habíamos hecho al entregarnos mutuamente nuestros cuerpos,

A su tiempo daré esa orden, creo todos la esperan, ha sido un perfecto y leal segundo desde que me hice cargo de este navío. No le regalo el velero sino que le doy su mando. El Caribenho será siempre de los que pirateen con él, que repartirán su botín de la forma que lo hacemos ahora, Por cierto, ¿Sabes como me hice dueño de este velero?

Su caliente cuerpo estaba totalmente pegado al mío pero siguió mirando el artesonado y bello techo de madera de su camarata cuando empezó a desgranar sus recuerdos.

Cuando marché de mi casa llevaba en mi poder una carta-crédito que hacía tiempo me había otorgado mi padre. Lo había hecho para otro negocio por si necesitaba dinero durante su desarrollo. Mediante ella se ponía a mi disposición un crédito de muy importante cantidad de dinero, avalado por la más solvente banca de Londres. El negocio se celebró a voluntad, la carta de crédito hizo su efecto cuando fue necesario asegurar el pago, pero por olvido, no se volvió a hablar de ella a mi vuelta, donde se debería haber anulado y donde recibí todo tipo de parabienes por lo bien que había salido el negocio. De la carta nunca más se habló en mi casa.

Como mi cuerpo deseaba follar a mi amado continuamente, dejaba descansar mis genitales y cuando los notaba de nuevo en disposición de utilizarlos y calmar mi sexualidad, me ofrecía comenzándole a acariciar suavemente su piel, por zonas que conocía más le enervaban y calentaban, para elevar su deseo, cosa que comencé a hacer.

Pregunté donde podría mercar un barco porque deseaba dedicarme a navegar, transportando mercancías, pasajeros o cualquier cosa, para ganar dinero propio. Es lo que desde niño he aprendido a hacer en el lago de Marcaibo, maravilla de la naturaleza, primero en un pequeño bote que me regaló mi padre, después en uno de esos barcos especiales que por allí navegan y finalmente en mar abierto en un pequeño y gracioso tres palos que mi familia poseía.

Un capitán que conocía me dirigi hacia los armadores de la isla donde se va a vender el Nueva Aurora, donde se desarrolla el principal mercado de compra-venta de barcos. La mayoría son robados en la mar o en los puertos por los piratas, pero no se pregunta nunca su procedencia. Me enteré allí, la carta de crédito me abrió rápidamente todas las puertas, que estaba a la venta un buen velero, rápido, veloz y en muy buen estado.

Cuando solicité me lo enseñaran, se me dijo permanecía fondeado en la isla de Tortuga. Indudablemente deduje se trataba de un barco que se había dedicado a la piratería. Cuando le tuve ante mí, me enamoré de él.

Su sedosa, brillante y llameante melena había quedado extendida junto a mí cara y mientras aspiraba extasiado su maravilloso olor, junto al masculino que despedía su cuerpo, mis dedos continuaban su labor acariciando su suave piel.

- Se llamaba "Escipión" y su historia era la siguiente. Había pertenecido a un tramposo, sanguinario y mal bicho capitán pirata al que llamaban Ginebra por ser oriundo de esa ciudad. Estando junto con otro barco bucanero, llamado Hermitage, bloqueando la ciudad de Veracruz, a la espera de atacarla conjuntamente y repartirse el botín, puesto de acuerdo con las autoridades de la villa, traicionó al otro capitán, se retiró cuando simuló lanzarse al ataque y envió a la tripulación del Hermitage a una segura destrucción y derrota.

No quería interrumpir su narración, por ello me había vuelto hacia él y suavemente mis dedos acariciaban ahora sus tetitas, hacían círculos sobre su estómago y bajaban poco a poco hacia la zona donde comenzaba un marcado camino de pelines muy cortos y rubios, que me dirigían a su pubis de rizado oro.

- Al pensar no saldría nadie vivo de aquella batalla, regresó tranquilamente a Tortuga, donde contó una historia completamente diferente.

Mas debido a su arrojo y buena suerte, el barco traicionado, aunque bastante destrozado, pudo huir y llegar a fondear a unas millas del puerto donde estaba tranquilamente reunido Ginebra y los principales mandos de su barco.

Desembarcados en una cala, escondiéndose en la noche pudieron entrar sigilosamente en la posada en la que los principales del Escipin estaban celebrándolo alegremente y allí quedaron todos muertos.

El dinero que pagué por el navío, en forma de créditos asegurados, que me concedió el armador debido a mi carta-crédito se repartió, una parte para arreglar los desperfectos del "Hermitage y el resto para pagar a la tripulación engañada, que no había visto nada de lo cobrado por la traición de su capitán. El dinero que este recibió de las autoridades de Veracruz nunca se encontró. Todos creyeron que también pensaba traicionar a sus allegados.

Los efectos de mis caricias habían elevado de nuevo su mástil, que comencé a acariciar también, aunque mi rostro seguía dirigido hacia el suyo, porque quería antes de la nueva cogida, terminar de oír su narración.

- Bauticé de nuevo el barco poniéndole Caribenho en homenaje al mar donde me bañé siempre, nombré entre los tripulantes nuevos mandos, elevé a Leandro, quien me pareció ser el más inteligente de ellos, mi segundo y me convertí en el capitán pirata más joven de la historia de la piratería.

Salimos a la mar y en dos años de correrías pagué los créditos concedidos, me he divertido y he sido feliz, pero sobre todo, he demostrado a mi padre lo que yo deseaba, que valgo por mi mismo para realizar las hazañas que me propongo, que sé hacer negocios y vivir a la manera de mis deseos.

No pudo continuar hablando porque sabedor que había terminado de contar su historia, cerré su boca con mis labios, me puse encima de él y puestos los dos sexos en contacto, le abracé como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. Intentó desasirse, pero mis brazos le sostenían fuertemente mientras le decía.

- Quiero tenerte así siempre, pegado a mí.

Se dejó apretar mientras quiso, hasta que me demostró que su vida en el mar, su fuerza y su bravura eran superiores a mis esfuerzos y así luchando, desnudos, quedé boca abajo. Aprovechó a buscar mi agujero y poniendo la punta de su verga en él, de un golpe seco la llevó hasta el fondo de mis entrañas.

- Ahora vas a comprobar como folla un marabino embravecido.

Su polla entraba y salía de mi cuerpo como un émbolo, mientras sus fuertes impulsos sacudían mi cuerpo como si fuese un pelele de paja. Me agarré a los barrotes de la cama para no salir despedido por el otro lado, mientras gritaba enloquecido, no de miedo o dolor, sino de placer. Nunca fui cogido de una manera tan brutal, ni tampoco mi éxtasis llegó a cotas tan altas como aquella vez.

Oía que me gritaba al oído.

- Hasta que no me pidas perdón o me digas para, te estaré follando de esta forma.

Sabía me iba a doler el culo durante días y que su polla iba estar escocida también bastante tiempo, pero no le pedí perdón, ni le dije que parase, hasta que sin saberlo, ni pedirlo, nuestros cuerpos se desmadejaron, quedaron parados, convulsos, temblorosos, sin fuerzas, porque miméticos, nuestros penes habían arrojado su semen al exterior.

 

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Entendí la última orden que dio Gabito al mando de aquel barco. No solo pensó en sí mismo, sino en todos los demás compañeros de aventuras, de los que pedía valentía y obediencia durante las travesías marinas apresando o robando barcos, porque aunque él, desde que había vuelto a su navío estaba disfrutando, tanto como lo hacía yo, encerrados, cuando los deberes no le demandaban, en aquel bello, cómodo y cuidado camarote, situado en lo que se llamaba jardines de popa, una acristalada estancia que aparecía colgada de la quilla, teniendo debajo las azules y tranquilas aguas del mar, las más de las veces cogiéndonos y siempre disfrutando de nuestra compañía, acariciándonos, mirándonos solamente o contándoles yo mis aventuras y desventuras sevillanas y él sus maravillosas correrías por los mares, sus hombres necesitaban también un merecido y ganado descanso.

Terminados todos los asuntos que necesitaba dejar solucionados antes de renunciar al mando, ordenó llamar a toda la tripulación sobre cubierta a una reunión general, mediante el toque especial de la campana que había junto al timón. De pie, sentados sobre las escaleras que subían al puente, apoyados en los cañones que estaban fuertemente clavados ante sus troneras, subidos a las jarcias para ver y oír mejor o los vigías sin descender de las cofas, todos atendieron las palabras de mi señor, que se había subido encima del trambucho de popa para poder contemplar el rostro de todos.

Hasta las volanderas gaviotas pararon sus chillidos y se acercaron para atender las solemnes palabras que se iban a pronunciar en aquel navío.

Compañeros en la piratería. He decidido retirarme de esta maravillosa, alegre y excitante vida nuestra. He encontrado el amor y mi padre necesita de mí. Os dejo el Caribenho para que sigáis navegando por todos los mares. Os lo doy a todos vosotros y siempre será de los marinos de la hermandad de la que formamos parte, que le hagan navegar. Leandro tomará mi mando y espero le seáis tan fiel como lo habéis sido conmigo.

Y subiendo la voz todo lo que le fue posible, muy emocionado, gritó sin intentar apartar unas lágrimas que le corrían por el rostro.

- Voy a dar la última orden en este nuestro querido velero.

¡¡¡ TIMONEL, RUMBO A TORTUGA !!!.

Un griterío enorme, aplausos y sonrisas en todos los rostros, siguieron a esta orden que se comenzó a cumplir de inmediato con grandes muestras de alborozo y alegría.

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La isla de Tortuga está situada al norte de La Española en las Antillas, no es muy extensa. La colonizaron los franceses hace dos siglos. En el momento actual, estamos en el 1760, Tortuga es la base de los bucaneros principalmente de esa nacionalidad en las Antillas, aunque cualquier pirata es bien recibido en ella, si jura someterse a las leyes de la hermandad de la piratería.

Todos los que estaban descansando, reparando sus navíos, cargando víveres o simplemente gastándose alegremente su dinero, vieron y recibieron con gran simpatía la tripulación del Caribenho, cuando en tres chalupas, arribaban al muelle, después de echar el ancla a su barco en las aguas del protegido puerto, dejando a bordo, con los fanales encendidos, solamente una guardia mínima. Se trataba de uno de los barcos mejor recibidos por la gente que vivía permanentemente en la isla, así como de los que solo arribaban para su descanso y se encontraban, en aquel instante, anclados en el puerto.

Se corrió rápidamente la voz que el Caribenho, el más joven y hermoso de los capitanes piratas, había desembarcado. Todas las prostitutas del "Paraíso", donde siempre se celebraba una fiesta, en honor de su tripulación, cuando el botín había sido fructífero, para festejar la vuelta al sitio que consideraban su casa, chillaron contentas porque recibirían de los ricos bucaneros, recién llegados, buenos y costosos regalos. Los principales tahúres se frotaron las manos porque acababan de desembarcar los más atrevidos jugadores y los mequetrefes y bellos mocitos, que sabían de la bisexualidad del capitán y de algunos tripulantes y la homosexualidad completa de otros, empezaron a preparar sus mejores galas porque sabían, que si gustaban a alguno de la tripulación, podrían asistir a la fiesta invitado por éste.

Eran famosas, entre todos los habitantes de la isla, las celebraciones que este bello, joven y rumboso capitán pirata, solía hacer en el mejor local de diversión que había en la isla, para homenajear a los suyos y sus amigos de la hermandad, gastándose la mayor parte del botín que recibía como capitán y dueño del barco En esta ocasión, además de bienvenida y de alegría de haber terminado la campaña sin bajas importantes, iba a ser también la de despedida de su gente.

Se celebraría la tercera noche de nuestra llegada. Dejaron este margen de tiempo para que se preparara y engalanara el local, se compraran las viandas necesarias para degustar una suculenta cena, quien no tuviese ropa adecuada se la procurase y para que la tripulación se bañara, cortase el pelo y se afeitase o arreglase la barba, porque el dueño de mi corazón, que pagaba el festejo, exigía que todos los asistentes se presentaran limpios y pulidos.

Se pasó también invitación especial a los principales de la isla, antiguos y viejos piratas retirados que habían construido bellas mansiones en el lugar, para terminar su vida donde eran queridos y respetados y a todos los capitanes, pilotos, contramaestres y demás mandos de los veleros fondeados en el puerto. Para los que no pudiesen entrar en el "Paraíso", aunque de enorme cabida, no podía cobijar a todos, se les anunció mediante pasquines en las tabernas, tendrían a su disposición en la plaza adyacente, una docena barriles de ron de los más grandes encontrados y otros tantos de cerveza y que tres toros se asarían y se repartirían entre los que se acercasen a divertirse a los sones de un grupo de músicos que les amenizarían la estancia durante toda la noche.

Los dueños del "Paraíso" habían conseguido crear un local de diversión cuya fama llegaba hasta las más grandes ciudades del nuevo mundo. Presumían de tener los mejores, más pulidos y tallados espejos y detalles lujosos que ningún otro local poseía. Exteriormente era como un enorme almacén, pero en su interior los decoradores, ebanistas y pintores se habían esmerado al construirlo y habían conseguido un lujosísimo local muy al gusto de la época.

Un enorme escenario en uno de sus lados permitía presentar un grupo de baile de bellas y escogidas señoritas y una barra al lado contrario, con su pared cubierta totalmente de los famosos y ponderados espejos tallados, animaba a degustar todos los vinos y licores conocidos en aquel mundo nuevo. En medio, mesas individuales dejaban gozar de las dos cosas, beber y contemplar el espectáculo.

Cuando terminaban las canciones y los bailes, las señoritas del coro, pasaban a engrosar el número de las muchas mujeres que pululaban para animar a efectuar consumiciones o buscando pareja para pasar por una puerta, guarnecida por dos forzudos matones, a la parte de atrás, donde en varias habitaciones lujosamente decoradas, se ejercía la prostitución.

Mi señor pagaba la fiesta-espectáculo, las exquisitas viandas de la cena, la consumición de todo lo que se quisiera beber durante la noche y la casa ponía las chicas para divertirse y bailar. Solamente quedaba sin pagar la utilización de las habitaciones posteriores.

Pedí opinión a Gabito sobre la manera que debiera vestir para asistir a la fiesta y si le importaba me mostrase en público como su amorosa pareja. Nunca le agradeceré bastante su contestación. Casi me dieron ganas de llorar al escucharle

Quiero que todos sepan estoy unido al chico más bello y hermoso que ha producido España.

No pude evitar, después de oírle, lanzarme locamente a abrazar y besar a aquel ser que había tenido la suerte de encontrar en mi vida.

Aunque no me quedaba mucho tiempo para poder confeccionar la ropa que yo deseaba vestir, el mejor sastre de Tortuga aprovechó parte de lo que estaba cosiendo, quitándoselo a un cliente y con mis indicaciones y sus ideas, me preparó un maravilloso y vistoso traje.

Pantalón ceñido de buen paño blanco, casaca azul claro con muchos bordados de oro en sus puños y bordes, junto a unos zapatos de fino tafilete también de impoluto blanco. En lo que puedo decir demostró ser un maestro de la aguja, fue en la camisola de color azul muy claro y sobre todo en los volantes de fino encaje que me confeccionó. Lucí los volantes más grandes, caros y elegantes, llenos de diminutas, brillantes y resplandecientes a la luz, lentejuelas de plata, saliendo de los puños y pecho de mi casaca, que me preparó aquel artista para que los luciera en la fiesta. Los de los puños llegaban hasta mis rodillas y tapaban parte de mi pantalón los que colgaban de mi camisola. Un enorme lazo de raso, blanco como la nieve, puesto al cuello, completaba mi apuesto atuendo.

Cuando mi amor me vio así, preparado para salir a tomar el carruaje que nos esperaba en la puerta, quedó tan admirado de mí aspecto, que me propuso.

¿Dejamos de asistir a ese festejo y nos vamos de nuevo arriba a la cama?

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Cuando nuestro carruaje llegó al "Paraíso" mucha gente había entregado su invitación y estaba dentro, pero en la puerta esperaban nuestra llegada, para recibirnos con vítores, aplausos y señales de alegría, un numerosos grupo.

La mayor parte de los parabienes iban dirigidos a mi amado, pero sentí que también había una corriente de simpatía hacia mí y oí muchos elogios para la pareja que había elegido el Caribenho, tanto por mi físico como por el brillante y seductor aspecto que mostraba aquella noche.

El local estaba completamente lleno, se habían juntado las mesas, traído otras prestadas, aumentado el número de sillas y hasta en ambos lados del mostrador se habían, sentados en altos taburetes, habilitado sitios para cenar. Todos los que eran alguien en la isla asistían al festejo.

Dio comienzo la fiesta con unas palabras de bienvenida del dueño del "Paraíso", que deseó que todo funcionase a satisfacción, dejando después su sitio al Caribenho.

Comenzó muy nervioso al dirigirse a los asistentes, era una despedida del mundo que había vivido durante los últimos años y significaba abandonar a mucha gente a la que apreciaba.

Queridos compañeros y amigos en la bandera negra - comenzó su breve disertación - Deseo dar la bienvenida a todos los que habéis tenido la amabilidad de acompañarme esta noche y también la despedida a mis fieles que me han seguido por todo los mares.

¡¡ Espero y deseo que pasemos todos juntos una buena noche !!.

Se oyeron, de los que estaban más cerca, los invitados extraños a su barco, unos corteses aplausos, pero lo que más se notó fueron los silbidos y gritos de despedida de aquellos rudos y valientes hombres, que se les había hecho un nudo en la garganta, al oír decirles adiós a quien había sido su patrón y su guía durante tanto tiempo.

Mi Gabito se volvió a sentar y pude calmar el nerviosismo que aquellos gritos de afecto le produjeron agarrándole sus manos y acariciándolas bajo los manteles.

Mientras cenábamos no dejaba de mirar a sus hombres e ir contándome sucedidos o virtudes especiales que cada cual poseía.

Aquel de la barba tan poblada me salvó de un arcabuzazo en uno de los abordajes, lanzándome a tiempo al suelo , , , . . El del ojo tapado, que viste calzones rojos, es el mejor tirador de cuchillos que nunca vi. . . . El moreno pequeñín, que acaricia los pechos de aquella rubia exuberante, tiene la polla más larga que jamás vi . .. . El del pañuelo blanco al cuello, aquel buen mozo, que está mirándome todo el tiempo desde el fondo, le invité una vez a mi camarote . . . ¡¡ Ayyyy !! ¿Qué haces? - gritó el terrible pirata, al recibir de mis manos un fuerte pellizco en su muslo, mientas me miraba furioso ante el daño recibido.

Su mirada se quedó fija en mi rostro, que palideció arrepentido de lo que había osado hacer llevado de mis terribles celos. Asomaba a sus ojos una chispa de enfado e ira contenida, cuando su mano se acercaba ostensiblemente a la pistola que llevaba al cinto, pero desapareció enseguida al salir de su boca una gran carcajada.

Juro que nunca nadie más que tú tendrá permiso para entrar por la noche en mi camarote.

Me agaché y le besé la parte dolorida, aprovechando para depositar otro beso en la zona más hermosa y recatada que mi amado poseía.

El espectáculo del coro de chicas del "Paraíso" se inició nada más terminar la cena, cuando después de los vinos se comenzaron a trasegar los licores y a fumar los gruesos y aromáticos puros procedentes de las plantaciones de Cuba.

Los ánimos se comenzaron a caldear cuando una cantante tomó el escenario e hizo oír una muy picante canción a la vez que enseñaba parte de su cuerpo desnudándolo según avanzaba la letra, cuyo estribillo corearon la mayoría de los asistentes masculinos. Mientras, las mujeres que asistían por vez primera a un local de este tipo se reían a grandes carcajadas y las que todas las noches oían la canción, aprovechaban sus sexuales estrofas y lo que enseñaba la principal del grupo, para animar a los hombres a dirigirse hacia las habitaciones posteriores.

Yo me sentía feliz solamente con estar al lado del Caribenho y que éste me mostrase como la pareja de su elección, pero mi amor, quizá debido al alto calor sexual del ambiente o del amor que sentía por mí, había acercado su pierna a la mía, bajado su mano a mi muslo al ritmo de la canción y sus dedos extendidos buscaban afanosos entre la abertura de mi calzón la caricia sobre mi verga, que en cuanto notó su contacto se comenzó a endurecer.

El conjunto de señoritas que acompañaban a la cantante que habían salido al escenario muy ligeras de ropa, comenzaron a quitarse las minúsculas prendas que medio las tapaban, a la vez que se contorsionaban, movían sus tetas al ritmo de la música y hacían gestos soeces. En un momento dado se voltearon y un montón de bellos y hermosos culos se volvieron totalmente desnudos hacia el público, que rugía, trasegando grandes cantidades de ron, ginebra, guizque y otros licores hechos de frutas, que probé y creí que solo era alcohol manchado y que ellos bebían como si fuese agua.

La mano de mi amor ya había sacado mi polla de su cueva y solicitaba que mi diestra hiciera lo mismo con la suya, para ir preparándolas a cumplir posteriores trabajos. Tapados ambos por los largos manteles nuestros movimientos permanecían ocultos a los que nos rodeaban, no así los de muchos que se dejaban acariciar sus partes pudendas a la vista de todos, al aire sus pollas enardecidas por las caricias de su pareja y perdido el recato por la mucha bebida que había en su estómago.

Algunas parejas decidieron levantarse, atravesaban la puerta resguardada y se iban hacia las habitaciones del folleteo pero cuando todas quedaron ocupadas y seguía la demanda, algunos no pudiendo apagar el fuego sexual que les devoraba iniciaron su cogida detrás del largo mostrador.

Seguramente no contaban con los bellos espejos que tenían detrás y creyendo estar a salvo de miradas o no importándoles en absoluto las opiniones de los demás, se inició en aquel lugar una sesión de follaje colectivo. Los que estaban deseando follar pero aun no se habían atrevido al ver que lo hacían muchas parejas delante de los asistentes se pusieron inmediatamente a hacerlo.

Los primeros que se animaron a imitarlos fueron los jovencitos que buscaban tanto los regalos como el sumo placer de las enormes vergas de los rudos piratas que les habían invitado. Se quitaron los calzones para dejar al aire el tesoro que vendían, girando su cuerpo para que fuera bien observado el ofrecimiento, tanto el de delante como el de atrás.

Las chicas del escenario viendo lo que ocurría abajo y temiendo perderse al macho que les correspondía por estar ya ocupado y ya casi desnudas, se quitaron la única prenda que las tapaba su encanto y se tiraron enloquecidas entre las mesas a la busca de alguna picha no utilizada.

Las mujeres que nunca se habían acercado a un centro de depravación, como solían decir entre ellas, rotos todos los convencionalismos sociales, al verse abandonadas la mayoría por sus compañeros que se habían lanzado a buscar con quien saciar el fuego de sus partes bajas, se agarraron a cualquiera que pasaba por su lado y de una manera que nunca lo habían hecho, no hacían el amor, como siempre nombraron este acto, sino que desarrollaron el cogerse animal, folleteo descarado y jodienda sensual.

¡¡ Dios mío, cómo estaba terminando aquella fiesta !!. En cada uno de las mesas o bien aprovechando sus bordes o subidos sobre ellas, follaban, mamaban sus sexos o roncaban fuertemente apretadas, alguna pareja que había terminado de copular. Muchas sabiendo lo que hacían, otras solo uno de sus componentes se movía buscando placer y los había, que estaban los dos que la formaban, tan borrachos, que se desquilaban continuamente y tardaban una enormidad en continuar, ella buscando enloquecida la vaina de su compañero que había perdido y él el agujero donde meter lo que se movía, medio ablandado ya, en su temblorosa mano.

Había parejas homosexuales, la mayoría formada por un rudo, pelado y de terrible aspecto pirata y un mozuelo afeminado que recibía las emboladas en su trasero agarrado donde podía para no ser lanzado a varios metros de distancia en cada uno y otros que se enganchaban de voleo al pasar aprovechando la polla o culo que quedaba libre.

Cerca donde estábamos, una pareja de mujeres que habían acompañado a dos autoridades de la isla, se habían metido los extremos de un pequeño y vaciado obús de cañón, que estaba de adorno, por sus vaginas y apretaban, cada una por su lado, como posesas enloquecidas. No pude ver donde estaban sus esposos, que las habían llevado a la fiesta.

Mi querido novio y yo no quisimos participar de la orgía, lo nuestro deseábamos fuese mas íntimo. Salimos como pudimos del local, comprobamos que en la calle también, sabedores y copiando lo que ocurría dentro, se estaban desarrollando iguales escenas, de folleteo y bacanal sexual, como nunca se habían visto por aquellos lugares, nos acercamos a la pequeña playa que había al lado del puerto y allí solitarios, no follamos, ni nos cogimos, solo nos amamos sintiéndonos como dos unidos y amantes esposos.

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