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Un viaje a traves de Marruecos

en Gays

UN VIAJE POR MARRUECOS

Una vez gané un viaje de diez días para visitar Marruecos junto a otros trece chicos españoles, por medio de un concurso escolar en el que había que escribir un artículo que hablase de las bellezas paisajísticas de nuestro país vecino. Solo dejaban participar a estudiantes del sexo masculino de quince a dieciséis años.

El artículo que envié al concurso lo bajé de internet y lo copié fotografía a fotografía y letra a letra. Lo único que hice fue traducir al francés las explicaciones que éstas llevaban debajo, lo que seguramente gustó al jurado, al encontrar que un muchacho español lo presentaba escrito en su segunda lengua oficial. Creo que esto ayudó a que me dieran el premio.

Los ganadores, llegados de todas las partes de España, nos reunimos en Madrid en la embajada marroquí el lunes uno de abril de aquel año, coincidía con el inicio de las vacaciones de Semana Santa, a las diez de la mañana. La comunidad de Cataluña era la que estaba mejor representada, pues había tres jóvenes residentes allí. De Asturias estaba yo solo.

Desde la embajada nos llevaron, en un vehículo oficial, hasta el aeropuerto de Barajas y en un avión comercial de las líneas reales marroquíes nos trasladaron hasta Casablanca. En esta ciudad se iniciaba la visita de los diez días prometidos.

Desde Madrid al frente de la expedición había salido con nosotros, Talib un joven de unos treinta años, muy simpático, que nos fue contando durante el vuelo, algo de lo que íbamos a encontrar en su país. Era un funcionario marroquí que trabajaba en la embajada de su país en España.

Al llegar a tierras del Zagreb, nos hicieron pasar en grupo por la aduana, donde comprobé, que a una seña de Talib al funcionario jefe de aduanas, no revisaron ninguno de los equipajes de mano que llevábamos ni las maletas que ya nos esperaban cargadas en el minibús que utilizaríamos los días siguientes. Parece éramos unos visitantes importantes para ellos.

Nos trasladaron después a un magnífico hotel en el centro de la ciudad moderna de Casablanca, donde íbamos a pasar la primera noche en territorio marroquí. Después de distribuir las habitaciones y asearnos, me tocó compartir la mía con un chico andaluz llamado Adán Rodríguez Salva, nos reunieron de nuevo en el hall, donde Talib se despidió de nosotros y presentó a quienes se iban a hacer, a partir de entonces, cargo de la expedición.

Se trataba de un hombre y una mujer. Ésta era muy morena, con el pelo cortado de manera masculina, en el medio de la treintena, alta, enjuta y delgada que a través del suave y estrecho vestido que la cubría se le marcaban perfectamente las bragas que cubrían sus posaderas.

Si aquel día hubiese portado uniforme con pantalones, como lo hizo posteriormente, por su porte militar hubiera creído se trataba de un apuesto oficial masculino del ejército alauíta.

Noté que la mirada que nos dirigió al grupo de los expectantes muchachos iba cargada de una extrema sensualidad y lascivia, como si nos viese como posibles presas sexuales.

Mis sueños húmedos, a aquella edad, nunca resultaban de poseer una mujer y aunque tampoco había hecho nada aún con un hombre, por lo menos en mi imaginación degustaba de los placeres masculinos para excitarme y masturbarme.

Él guía que nos presentaron representaba varios años menor que ella y me pareció una maravilla, moreno, pelo corto muy rizado, brillantes y preciosos ojos negros protegidos por unas larguísimas pestañas, una amplia sonrisa que dejaba ver unos blancos e iguales dientes sobre un rostro curtido por su vida militar al aire libre, cuerpo cimbreante, sin exceso de grasa y un "paquete" muy marcado en su estrecho y pegado pantalón militar que arrastró, casi sin darme cuenta, mi mirada hacia aquel caliente lugar.

Supimos que ambos pertenecían al ejercito real marroquí ella con el grado de capitán y él de teniente.

No me gustó la guía femenina que el gobierno había puesto para cuidarnos y dirigirnos durante el recorrido que íbamos a realizar por el territorio marroquí pero sí lo había hecho, y mucho, el varón.

La mañana siguiente, en el mismo minibús que nos recogió a la llegada, distribuidos de la forma que nos pareció a cada cual, arrancamos para visitar la ciudad. Iba conducido por otra mujer militar, probablemente una simple soldado, anodina totalmente y de la que no llegué a conocer ni siquiera su voz. Se limitó a llevarnos y parar donde le señalaron sus superiores y a desaparecer rápidamente de nuestra vista.

Casablanca nuestra primera visita no me complació. No solo su parte moderna, tampoco me quedó un recuerdo ilusionante de la parte antigua de la ciudad, porque noté le faltaba esa belleza y sabor autóctono que creo representa la esencia del país marroquí y que tuvimos ocasión de empezar a degustar posteriormente a partir de visitar Fez.

Ya nos había dicho Talib durante el trayecto en el avión desde Madrid.

- A Casablanca le pasa lo mismo que a Rabat, la capital del reino, que son demasiado europeístas, sus partes modernas son muy inferiores a las de varias ciudades españolas que poseen avenidas y edificios más bonitos y sus zonas antiguas tienen menos interés que el de otras ciudades. Lo que os gustará de mi país está en el interior, lo que nos es totalmente genuino.

Salimos muy temprano de Casablanca y enfilamos la carretera que nos iba a llevar hasta Fez, antigua capital del reino alauita, donde acertó Talib al decirnos que allí empezaríamos a contemplar algo del verdadero Marruecos.

El palacio real de esta ciudad fue lo que visitamos por la mañana. Era espléndido y de gran belleza, mejor que el moderno visto el día anterior, pero a mi me llenó mucho más la visita guiada que hicimos a la tarde al zoco para contemplar los puestos de frutas, oler la multitud de diferentes especias que en pequeños sacos descansaban sobre débiles mesas de madera y escuchar las ofertas y regateos, a voz en grito, de los vendedores de alfombras y demás cachivaches que se ofrecían en aquel mercadillo.

Fue durante el viaje y visita de este día en el que tuve la sospecha de que nuestros guías sentían una atracción especial hacia los dos chicos rubios que íbamos en la expedición.

Ella mostró un enfermizo deseo de estar a mi lado y cada vez que tenía ocasión, ante un puesto de verdura para mí desconocida, un escaparate que mostrase cosas interesantes, una antigua bella puerta labrada, un minarete en las alturas, mientras disimulaba que contemplaba lo mismo que yo, pegaba a mi cuerpo todo lo que podía del suyo, incluido su rostro.

El guía tampoco se apartaba ni un solo momento del otro muchacho rubio que iba en la expedición, cuyas tonalidades capilares eran menos rojizas que las que poseía mi pelo. Tenía los mismos dieciséis años que yo, aunque era más delgado, un poco más alto y creo más guapo. Se trataba de uno de los procedentes de Cataluña, exactamente de Torredembarra en Tarragona y se llamaba Ramón Rosón Ferrer.

Recuerdo muy bien que le comenté, sonriendo, cuando todos nos presentamos.

- Menos mal que sabes pronunciar bien la erre que sino para decir tu filiación completa te las ibas a ver negras, parece ese trabalenguas de "debajo de un carro, había un perro . . . . . "

Dormimos en Fez sin que en el hotel ocurriera nada de lo empezaba a temer pasase después de aquellos acercamientos tan evidentes, quizá porque mantuvimos la misma distribución de habitaciones que hizo Talib el día anterior en Casablanca.

No es que hubiera pensado que la expedición fuese un motivo para encontrar un chico con el que pudiese practicar mis ardientes sueños homosexuales, aunque acepto que al tener que compartir varias jornadas con jóvenes de mi edad, tal posibilidad se me pasó por la cabeza, pero hasta el momento, ni el que chico que compartió habitación conmigo, ni los otros muchachos de la expedición habían mostrado ningún interés sexual. todas las conversaciones habían sido para hablar de lo contemplado en la excursión, por lo dije a mi conciencia.

- No parece vayas a conseguir lo que esperabas.

Solamente faltaba de la parte más atlántica y más poblada de la nación marroquí visitar la ciudad de Marraqués que nos aseguraron era la más genuina de todas las grandes villas, para penetrar después en el Marruecos de los pueblos y las aldeas e ir acercándonos al desierto donde se desarrollaría lo más especial de nuestra expedición.

Durante la visita de la parte vieja de Marraqués, aunque efectivamente esta ciudad poseía la verdadera belleza, encantamiento y poesía de las antiguas villas musulmanas, tampoco pude disfrutar totalmente.

La continua y molesta persecución de aquella mujer la hubiese superado, pero comencé a sentir, al atravesar sus oscuras, misteriosas y estrechísimas callejuelas, de altos y descarnados muros laterales, por las que no podían pasar dos personas a la vez sin rozarse, una claustrofobia, angustia y miedo, que sin desearlo me ascendía desde el estómago y ahogaba.

Aunque íbamos en grupo mi mente comenzó a imaginarse verme un atardecido, cuando va desapareciendo la luz y avanzan las sombras, atravesar solitario aquellos estrechos y misteriosos lugares, aquellos callejones estrechísimos y oscuros incluso a la luz del día, por delante de esas pequeñas, misteriosas y cerradas puertas que aparecían de pronto en los estrechos pasadizos que recorrimos, que nos dijeron dan a patios interiores, donde escondidas entre jardines, tiestos de flores y seguro pozos profundos, existen viviendas que no ves.

Pensaba que abierta de pronto, una de aquellas misteriosas puertas, pudieran aparecer unas manos ocultas, que me asían, apartaban del grupo y transportan hacia sitios desconocidos e indudablemente terribles.

De pequeño, cuando veía un chino en una película de miedo, que siempre era uno de los malos del film, me asustaba en cuanto aparecía en la pantalla y al soñar con él por la noche llegaba a mearme en la cama, cosa que no ocurrió en esta ocasión aunque si dormí desazonado en el recuerdo de aquellos para mí extraños y misteriosos lugares.

Muy de mañana cuando nos preparábamos para abandonar la parte marroquí más habitada nos ordenaron distribuirnos dentro del autobús de una forma especial.

Uno de los cuidadores, aquel día la capitán, iría en el asiento doble detrás de la chofer y el hombre marcharía en el último asiento, ante el amplio cristal panorámico que cerraba el minibús, también válido solamente para dos personas.

A Ramón le indicaron viajase en el asiento libre que quedaba al lado del teniente y a mi en el de la capitán.

- Si después de una parada nosotros cambiamos de lugar debéis hacer lo mismo vosotros - nos indicó ésta, lo que nos demostró fehacientemente que a partir de entonces a los dos muchachos rubios nos habían elegido y distribuido a su voluntad.

Los restantes expedicionarios, fueron colocados de tres en tres en las restantes cuatro filas del autobús, no sé si se dieron cuenta de la maldad de la maniobra, aunque quizá pensaron, envidiosos, que Ramón y yo éramos sus favoritos.

Iniciamos la travesía hacia el interior ubicados en el asiento que nos ordenaron y creo tuve suerte comparado con lo que me contó Ramón le sucedió a él detrás, solamente sufrí tener que mantener pegados durante todo el camino totalmente los muslos de la mujer contra los míos, alguna descuidada mano posada en las partes desnudas de mis piernas, íbamos todos con pantalones cortos y que durante las muchísimas explicaciones que me hacía durante la marcha, como cuando hay un exceso de ruido que prohíbe el escuchar, acercase todo lo que podía su cara a mi rostro, mientras me narraba, muy seria, cosas totalmente idiotas y sin ningún interés.

- Esta zona es rica. Marruecos es eminentemente campesino. Contempla sus naranjos, olivos y vides.

Cosa que a veces no era verdad pues lo que contemplábamos era una tierra árida, seca, arenosa, llena de matojos secos que arrastraba el viento y donde de vez en cuando se veían a arrugados campesinos muy pobremente vestidos, arar y cavar, de una manera muy rudimentaria, aquellas pobrísimas tierras.

- Si, es muy bonito - contestaba mientras miraba al frente y apartaba lo que podía mi cara, temiendo posase en ella sus labios.

Ramón, en un momento que pudo acercárseme durante la parada que hicimos en una posada para comer y nos quedamos un poco separados del resto, me explicó.

- No sabes que martirio es ir sentado allí atrás. Este guía es maricón. Me dice que le gustan los chicos rubios mientras me soba en cuanto puede la parte destapada de mis piernas. Tengo que ir encogido la mayoría del tiempo para evitar que sus manos lleguen hasta mi polla, que la cabrona algunas veces se me empina con el movimiento del microbús.

Y prosiguió.

- Joder que suerte tienes tú al tocarte ir con ella, aunque es mayor para nosotros por lo menos es una tía con tetas y coño.

No podía contestarle.

- Eso es lo que más me repugna, el que tenga tetas y coño y sobre todo ver en la asquerosa mirada de sus negrísimos ojos que desea se las sobe mientras le meto mi pene por su sudado y oloroso, a pescado viejo, agujero.

Tampoco podía decirle que desde mi punto de vista el que tenía suerte era él por la posibilidad de ser acariciado por un chico tan bello y toquetear las "cositas" que consideraba excepcionales del militar alauita.

Después de comer arrancamos y durante la tarde pasamos por los mismos problemas que a la mañana.

A la noche paramos a descansar en un hotel de una pequeñísima villa, cuyo nombre no recuerdo, que tenía grabada en la puerta de cristal de la entrada, tres estrellas, aunque puedo asegurar que en España hubiera tenido problemas para que le concedieran solamente una.

Después de cenar una sopa de verduras y carne de cordero guisada, nos sentamos todos a ver la televisión en un salón nada limpio, decorado con alfombras y cojines rifeños excesivamente usados, donde encontramos un español afincado allí hacia años, que según nos dijo se acercaba a tomar un té por las noches y que en cuanto nos vio y comprobó éramos españoles, se nos acercó.

- Me llamo Pedro Ramos - se presentó - me casé con una mujer marroquí, llevo viviendo en esta ciudad, donde tengo varios negocios, más de quince años y conozco muy bien el país.

Cuando tuvo ocasión, nos apartó a Ramón y a mí al contemplar teníamos el pelo rubio, para contarnos.

- En todo el norte de Africa tanto los hombres como las mujeres, al ser de tez oscura, adoran a los rubios. Si éstos además son chiquillos tan lindos como vosotros muchísimo más.

El submundo marroquí llega a robarlos a su propia familia mientras hacen turismo. Pagan una fortuna por los jóvenes rubios en Túnez o Libia, donde algún multimillonario árabe, los compra a precio de oro para encerrarles en su harem y poderlos utilizar sexualmente a su antojo.

¡¡Desaparecen para siempre. Es como si ya no existieran para el resto del mundo!!

Y siguió contándonos una serie de terroríficos sucedidos con chicos rubios hasta que Ramón, muy afectado por el día que le había hecho pasar el guía y asustadísimo por lo que ahora oía, preguntó.

- ¿Es por ser rubios por lo que estos dos están todo el día intentando algo de nosotros? ¿Tendremos peligro de que nos rapten?

Pedro se quedó mirándonos un rato y al final nos dijo, bajando la voz para no ser oído por nuestros guías.

- En vuestro caso los raptores profesionales no creo se atrevan a tanto. Se trata de una invitación del propio gobierno marroquí y para que eso no ocurra os han puesto para cuidaros a oficiales del ejército, verdadero dueño de este país.

Y añadió.

- Yo os aviso, no os apartéis de los guías. No pasarán de intentar algún contacto sexual, pero nada más. Sin su protección puede ocurriros cualquier cosa, sobre todo en las carreteras del interior y más aún si os acercáis al desierto. Allí es donde desaparece más gente.

Y remachó su aviso.

- ¡¡Por mucho que os puedan hacer éstos no es nada comparado a lo que os puede pasar lejos de ellos!!

Cuando marchó Pedro dije a Ramón.

- Nos dijeron que vamos a ir al desierto donde dormiremos en "jaimas". Es la parte de esta excursión que los marroquíes consideran más interesante para nosotros.

No se tú, pero yo desde que pisé esta tierra he notado una sensación de estar entre gente extraña, misteriosa, capaz de hacerte cualquier mal y que nadie, tan lejos de nuestra casa, nos pueda ayudar

Ahora al oír a este español, mi temor ha alcanzado tal altura, que creo que, como mal menor, tendremos que aguantar y obedecer a estos dos "salidos" y dejar pasar los días que faltan hasta nuestro regreso.

- Sí, no nos va a quedar más remedio - me contestó Ramón con lágrimas en los ojos y añadió pensativo - por lo menos a ti te ha tocado una mujer . . . . pero a mí . ..

- Si supieras . . . . – pensé.

 

Aquella noche, antes de retirarnos a dormir, nos anunció la capitana-guía otro cambio en la forma de descansar.

- Como en este hotel no tienen tantas habitaciones dobles como las que se necesitan, Felipe, Ramón y Valen dormirán en habitaciones individuales.

Felipe era un chico gallego, que creo no debiera tener ningún temor de ataque sexual por parte de los guías, porque además de muy moreno, con la cara llena de granos reventados, era de seguro el más feo de la expedición.

Me acosté muy inquieto, no conseguía conciliar el sueño, la postura de aquella mujer hacia mí durante aquellos días, el miedo que pasé durante la visita a Marraqués, lo que había oído narrar a Pedro que llevaba varios años allí y que me mandasen dormir solo, era para sentir suficiente temor y que el sueño huyera.

La habitación tampoco ayudaba demasiado al descanso, porque aparte que las paredes estaban pintadas de un amarillo chillón y bastante sucias, el resto de la estancia tampoco ayudaba a conseguir una sensación de relax.

El somier era de aquellos antiguos de muelles que se hundía por la parte que recibía el peso y el resto de la cama, mantas y sábanas, tenían un olor que pudiera ser del jabón que usaban en la lavandería aunque creo era del tiempo que no la visitaban.

Indudablemente no existía un retrete en ella, ni siquiera en la planta pues había que bajar hasta la inferior para hacer las necesidades, solamente tenía una desportillada palangana y un pequeño barreño de madera lleno de agua.

A pesar de todo, mis dieciséis años y el cansancio del día debieron de influir para que me quedase traspuesto y callese en un inquieto semisueño en el que me veía en el asiento de atrás del autobús donde la guía, al no vernos el resto de los chicos, sobaba mis partes íntimas mientras ella me obligaba a mantener mis manos trabajando entre sus húmedos muslos.

De pronto me desperté sobresaltado, pero era tan realista la sensación de lo soñado, que me olí las manos por ver si tenían aquel nauseabundo hedor a pescado podrido que me figuraba poseería el coño de aquella mujer.

Al sentirme solo en la cama y notar que mis manos olían simplemente al sudor de mis huevos, en cuya cercanía habían reposado hasta entonces, me tranquilicé de tal forma que quedé dormido de inmediato, tan fuertemente, que no sentí cuando aquella obsesa sexual se deslizó entre mis sábanas.

Por la postura que tenía cuando me desperté de pronto creo que la mujer había llevado mi mano libre hasta dentro de su vagina y llevaba un tiempo pasando las suyas por mis órganos sexuales, porque en el momento de abrir los ojos tenía la polla dura y excitada y soñaba que un lindo chico me pajeaba.

- ¿Joder, qué haces? – exclamé asustado al notar su cuerpo junto a mí y que eran sus manos las que me hacían la paja, dando tal salto en la cama que me golpeé contra el cabecero.

-¡¡Cállate, nos pueden oír !!

Y añadió

- Si dices algo sobre esto, declararé que mientes, mi compañero el teniente lo confirmará, que todo lo has inventado. Recuerda que lo ahora vamos a hacer no deja, ni en ti ni en mí, ninguna señal que te sirva de comprobación.

Recordé esta última frase cuando pude hablar con Ramón y me contó lo que a él le había pasado, porque parecía también que el teniente era lo que más temía y había desistido de darle por el culo para no dejar señal alguna que lo involucrase posteriormente.

Recordé entonces las observaciones de Pedro y lo que Ramón y yo habíamos decidido hacer en lo sucesivo por lo que cerré la boca y la dejé actuar.

Me desvistió completamente y comenzó a lamer las cercanías de mis genitales. No sentía ningún placer sexual con sus lengüetazos, solamente las cosquillas que sus lamidas me ocasionaban al rozar mi piel, aunque cuando me preguntó si me gustaba lo que hacía la aseguré que mucho.

Tenía miedo que notase la flacidez de mi verga y el rechazo instintivo de ésta a endurecerse y respiré tranquilo cuando conseguí apareciese dura entre mis piernas cerrando mis ojos y pensando que quien estaba allí, a mi lado, era el teniente.

Como seguía en mi pensamiento el moreno y varonil guía marroquí y conseguía en mi mente fuese su lengua la que notaba recorría, desde la punta al tallo, mi verga, casi consigue la capitán que me corriese con su mamada.

Por suerte, al ser ella una mujer ya mayor y yo un jovencito, le gustaba más hacerme ella cosas a mí que yo a ella, aunque durante un tiempo temí que los lametones tuviese que hacérselos yo entre sus muslos. Sabía positivamente que si así sucedía no podría evitar devolver de asco la totalidad de lo comido desde mi llegada a Marruecos.

Seguí con los ojos cerrados y me dejé colocar de la manera que quiso. Se puso horizontalmente sobre la cama y me volteó para que me colocase, cual largo era, encima. Fueron sus manos las que buscaron mi, menos mal, empinado pene y lo introdujo en su cuerpo y fueron suyos también los movimientos que permitieron la entrada y salida de mi polla en su vagina.

Nunca antes, ni siquiera en sueños, había pasado por una situación igual, pero como lo imaginado había funcionado mientras me lamía la verga, le pedí dejase de animarme diciendo palabras cariñosas para poder dedicar mi imaginación a sentir que follaba con el teniente.

Acerté nuevamente y debí al cuerpo desnudo que imaginé del guía, a la belleza y sensualidad que pensé irradiaba su persona y a la enorme y poderosa polla que supuse debiera poseer, el llegar a poder depositar mi semen en su asqueroso agujero.

Para ser la primera vez que realizaba el acto de follar no había sido una buena experiencia pero lo único que deseaba era que terminase pronto la excursión y regresar a mi casa.

Cuando la mujer desapareció de mi habitación, me lavé como pude la polla y alrededores con el agua del barreño y permanecí lloroso hasta que sentí nos llamaban para el desayuno.

 

Durante éste, mientras esperaba a que Ramón se sentase en mi mesa para poder hablar, miraba a los demás chicos y les notaba contentos, alegres e interesados por lo que estábamos viendo e incluso pesarosos porque iba a terminar pronto la gira y sobre todo muy ilusionados ante las noches que pasaríamos en el desierto.

- Ante el inmenso silencio que se disfrutará allí - oí que decía un gilipollas a otro mientras mordía una galleta - uno tiene que sentirse como un ser primitivo, como si acabase de aparecer en la tierra, como si estuviera en perfecta comunión con la naturaleza-vida.

La cara con que se presentó Ramón era todo un poema. Fue el primero en preguntarme, dando por sentado que había recibido en mi cama a la mujer.

- ¿ Que tal con ella ?

- Follamos – contesté.

No me pidió detalles. Agradecí no tener que dárselos. Creo imaginaba que al tocarme una fémina, aunque no hubiera sido ese el coño que hubiese elegido, ¡¡al final coño era!!. Y si no había disfrutado por lo menos no habría sufrido como él.

- Lo mío ha sido horrible Valen - comenzó a contarme en voz baja mientras desayunábamos - no sé si lo podré resistir, aún faltan varios días. No sabes el repelús que siento siquiera que me toque, ¡¡y lo hace de continuo¡!, me acarició todo el cuerpo, lo besó y lamió. mamó mi verga y me pajeó, por cierto lo hace bastante mal, la frotó demasiado rápido como si tuviese deseos de ver salir pronto mi leche y de esa forma no me dejó sentir absolutamente nada. Después me pidió le pajease a él y tuve que agarrar la polla de un tío y frotarla, por cierto los huevos y verga los tiene negros.

En vez de compasión que era lo que Ramón esperaba de mi lo que sentí fue envidia, aunque conseguí disimular y mostrarme compungido.

- Me dijo que no me follaba para que no quedase abierto el agujero de mi culo y hubiese pruebas en su contra, pero me anunció que yo le tendré que follar cuando estemos en el desierto.

Compartiendo asiento con aquella arpía, delante, algo más tranquilo y detrás con sobeos continuos, al igual que Ramón pero a la inversa, se pasaron los dos días de viaje que nos acercaron al desierto.

De las noches no quiero ni recordarlas, fue horripilante. En camas de hoteles pequeños y nada limpios, despertado cuando aun no había aparecido una mínima señal de luz diurna, lamido, babeado y follando a quien no deseaba ni siquiera acercarme, haciendo el esfuerzo de pensar en algo o alguien que me permitiese encender los genitales lo suficiente para expulsar mis jugos y así evitar el enfado de aquella mujer,

Cuando el terreno se hacía más pedregoso, seco, hostil, terroso y sin vida, me anunció la guía, de la misma manera que Eva pudo decirle a Adán cuando entraron por vez primera en el paraíso.

    • Mi rubio, estamos entrando en el desierto.

Una vez más me sentí engañado pues no era aquello el desierto que siempre había imaginado de montañas y dunas de fina arena, había solamente piedras y más piedras de los todos tamaños, que amontonadas por todas partes no permitían, que si crecía algún vegetal entre ellas, se le pudiera ver.

Soplaba además un viento terrible que levantaba, contra el cristal del minibús, no solamente la tierra rojiza de que estaba constituida la vereda por donde transitábamos sino también pequeñas chinas que chocaban contra los cristales.

Efectivamente allí fuera tendrías a la fuerza que sentir la soledad, la misma que el primer cosmonauta sentiría en la luna, si le hubieran abandonado sus compañeros cuando bajó de la nave espacial.

    • ¿Te gusta?
    • – me preguntó entusiasmada de haber podido enseñarme una de las maravillas de su país.

- Me mola - le contesté,

Aunque por la expresión dudosa que puso no creo entendiera si esta palabra quería decir bien o mal.

    • Tres horas más de viaje y llegaremos al lugar donde pasaremos los dos días de desierto y mi pequeñín niño rubio sin la vigilancia de extraños.

Sus ojos brillaban como luces de una linterna en la oscuridad y sus manos se asieron una vez más a mis muslos mientras yo palidecía por el miedo que significaba el desierto y más como me anunciaba, "sin vigilancia de extraños".

El panorama no cambió durante las dos horas siguientes solo durante la tercera el suelo fue haciéndose poco a poco arenoso y las piedras que veíamos en el exterior más pequeñas. Al final, cuando por el traqueteo del minibús, mis huesos ya no resistían más saltos y golpes, el suelo se hizo totalmente de arena. Era como estar en una playa muy grande, en la que por la distancia no se veía el agua. El viento seguía igual de fuerte, arrastrando todo lo que encontraba en su camino y a pesar de estar encerrados en el interior del minibús le oíamos fuera silbar.

- ¡¡Estamos ya llegando pequeño querubín!! - me dijo agachándose hasta mi oído, para que los demás no la oyeran.

- Sí, debemos de estar cerca ya - suspiré de tal manera, que creyó que los placeres que pensaba proporcionarme me estaban pareciendo demasiado lejanos en el tiempo.

- No te impacientes, que todo llegará mi pequeño ángel amarillo - volvió a decirme, pegando esta vez sus labios mojados en mi carrillo que sequé y froté con mi pañuelo cuando comprobé no me veía.

- ¡¡Dios mío!! - me dije - ¡¡Qué horrible excursión está resultando!!. ¡¡Me ha hecho que la folle todos los días!!, ¡¡En mala hora se me ocurrió presentar aquel maldito escrito sobre este país!!.

Empezamos a entrever a lo lejos unos árboles que casi no podíamos vislumbrar por la neblina de arena que levantaba el viento.

- Es el oasis de Yuvé - gritaron de alegría ambos guías.

Todos los del autobús aplaudieron sus gritos. Para algunos significaba la culminación de la gira. Para Ramón y para mí que después de dos noches allí iniciaríamos el regreso.

Cuando descendimos del vehículo, aunque la tarde estaba muriendo, el sol tenía aún fuerza suficiente para que notáramos que la temperatura era excesiva. Tantas horas viajando con el aire acondicionado del minibús nos había hecho olvidar que estábamos en Africa y en el Sahara.

- ¡¡ Uf qué calor !! – se quejaron varios.

- Ahora no hace tanto, veréis mañana. Aunque por la noche baja la temperatura y sentiréis frío. En estos lugares puede haber una diferencia de hasta veinte grados, e incluso más, del día a la noche - explicó la capitán.

- Parece que no lo hay nadie – comentó uno de Valencia mirando alrededor.

- Hay un destacamento de diez soldados que cuida de continuo de este lugar. Se retirará y no aparecerá por la zona de las "jaimas" mientras estemos alojados aquí. Pero cuidarán del entorno para que nadie del exterior se nos acerque.

Hay seis "jaimas" o tiendas del desierto suficientemente espaciosas para arreglarnos bien.

El oasis con sus cuidadas palmeras, recortados y embellecidos parterres de verde hierba, cercados de llamativas y exuberantes flores, edificios de madera perfectamente barnizados y "jaimas" de techos excesivamente nuevos, no me atrajeron en absoluto. El lugar más parecía un set para rodar películas de árabes que un espacio del desierto real.

Sin embargo si me satisfizo la oposición, que contra aquel preparativo turístico, ponía la naturaleza, ofreciéndonos la vista de una planicie de arena llena de montículos, un viento continuo que movía y cambiaba su superficie y la maravillosa transformación, que la existencia de agua, podía realizar en aquella tierra inhóspita convirtiéndola en un paraíso de verdor.

Si no fuese porque no podía disfrutar, por lo que imaginaba me pudiera ocurrir allí, la vista de un enorme sol, hecho de una mezcolanza de rojos, amarillos y naranjas, que se escondía por el horizonte, me hubiese entusiasmado, como hizo a todos los demás, que sentados sobre un pequeño montículo de arena cercano al oasis, admiraban el ocaso del día.

Otro hecho también me admiró, solamente unos segundos separaron el día de la noche. Inmediatamente que el sol desapareció, las zonas a las que no llegaban sus rayos, adquirieron inmediatamente una oscuridad de noche cerrada.

    • ¡¡Esperar a ver la salida del sol!! ¡¡Es aún mucho más bello!! Os levantaremos a tiempo para que gocéis de un amanecer en el desierto -
    • nos dijeron los guías.

Llegada la hora de distribuir las "jaimas", reunidos en un corro, tuvimos que oír de la capitana.

    • Dos de las "jaimas" por ser enormemente grandes están divididas interiormente en dos partes. Utilizaremos una de ellas como comedor y sitio de estar. En las tres de tamaño normal dormirán los siguientes
    • – cantó la lista de los restantes doce muchachos colocando cuatro en cada una – y en la otra grande – su actitud hacia nosotros dos parecía no les importaba fuese conocida por el resto de los componentes de la excursión – en una dormirán Ramón y Valen y en la otra nosotros dos, vuestros guías.

No supe donde dormiría la chofer del minibús, pero si supe que la mirada que me dirigió Ramón, después de oírlos estaba llena de un miedo cerval.

- Valen - me decía Ramón terriblemente asustado cuando estábamos ya acostados sobre las suaves y mullidas alfombras en la parte de nuestra "jaima" - ¿Tienes miedo?

    • No te preocupes pasará pronto – intentaba calmar su temor.
    • En tu caso se repetirá lo de las otras noches, tendrás que follarla. Quizá sea más larga la sesión al no tener miedo que la encuentren en tu cama. ¡¡Pero yo qué asco voy a sentir!! – lloriqueaba Ramón - ¡¡No he follado nunca con nadie!! Pensaba que la primera vez fuera diferente, metería mi polla en un coño joven y amado. ¡¡Y tenerlo que meter en el culo de un hombre!!.
    • Yo tampoco había follado y he tenido que hacerlo – le dije.
    • ¡¡ Es diferente!!
    • ¡¡Claro que es diferente!! - no quise decirle mi condición sexual.

Como había ido después de cenar, mientras Ramón se acostaba, hasta la caseta donde se encontraban los retretes, no había visto que a mi compañero de habitación le gustaba dormir completamente desnudo y así cuando nuestros guías aparecieron en el lado de la "jaima" donde nos encontrábamos hablando y el teniente ordenó a Ramón se levantara y pasase hacia el otro lado, quedé obnubilado.

A mi lado, de pie sobre las alfombras que formaban su lecho, no se encontraba mi amigo Ramón, a quien yo había contemplado siempre con alguna prenda de vestir puesta, sino un desnudo, bello y apuesto príncipe vikingo de rubia y sedosa cabellera y cuerpo, delgado, grácil y esbelto. Pero no fue esto, con ser mucho, lo que más me llamó la atención de él sino sus genitales, mucho más desarrollados que los míos, cubiertos de una enorme mata de pelo de oro y un colgante pene que calculé medía en reposo casi tanto como el mío en estado de batalla.

Al contemplar aquella ninfómana lo que de forma tan abundante mostraba entre sus piernas aquel chiquillo catalán, la hizo exclamar de una manera un tanto colérica.

- ¿Teniente, cómo no me ha comunicado que este muchacho tiene esas partes tan extraordinarias?

    • Usted nunca me preguntó como era este chico, solamente que deseaba al otro por el color algo rojizo de su pelo – contestó disculpándose el teniente.
    • Pues desde ahora cambio mi orden. Quiero se lleve al otro – y añadió agarrando a Ramón del brazo – y me deje a éste aquí conmigo.

El teniente me miró y con un gesto me indicó le siguiera al otro lado de la "jaima".

Cuando salía en pos de él me despedí de Ramón con la mirada. Quise poner en ella, aunque no lo sentía así, que el cambio me producía una gran desilusión. La mirada que el chico catalán me devolvió, creo que él fue más sincero, dejó traslucir una inmensa alegría por haberse librado de tener que follar a un hombre.

Cuando quedé parado en medio de la otra sección de la "jaima" a la espera de recibir órdenes, pensé no debiera tener temor me pidiera el culo, mi mayor miedo, sabía que era maricón, como decía mi amigo catalán, a mi me gustaba decir gay, pero se abstendría de utilizar mi orto para no dejar en mí una huella que me sirviese para reclamar ante las autoridades.

Por los deseos que mostraban mis ensoñaciones, cuando me masturbaba, creía también ser gay pues siempre imaginaba follaba o pajeaba con chicos, pero nunca, durante mis eróticos sueños, mi culo era traspasado, siempre era yo quien lo hacía.

Estos pensamientos me sirvieron para alejar el miedo que pudiese tener de probar de una manera real lo que había vivido multitud de veces de forma imaginaria.

    • ¿Qué tal te ha ido con la capitán? ¿Te gustó lo que hiciste con ella? –
    • me preguntó el teniente de una manera muy amable.
    • Hubiera preferido no tener que realizarlo -
    • contesté evasivo.
    • Ella me dijo que lo pasabas bien a su lado.
    • No tenía otro remedio que mostrarme complaciente. Mandáis sobre nosotros.
    • ¿Serías también complaciente conmigo?
    • - inquirió con una radiante sonrisa.
    • Lo sería si tu lo eres también.
    • ¿En qué sentido?
    • Deseo me prometas no cambiarme nuevamente y tenga que volver donde esa mujer y que nos cuides a Ramón y a mí de manera que no nos pase absolutamente nada hasta que regresemos a España.
    • De acuerdo, por mi parte te lo prometo, aunque no podré evitar que la capitán obligue a Ramón a follarla.
    • Eso ya lo contemplo, pero seguramente a él le gustará hacerlo.

Consideré que la situación era propicia, el oponente tenía un físico bello y apuesto y sobre todo le notaba deseoso que alguien le proporcionase el placer que había imaginado recibir de mi amigo Ramón, por lo que le dije.

    • Ahora estoy a tu disposición. De ti depende que también me guste lo que haga contigo.

Desnudarme fue tan sencillo como quitarme el calzoncillo que me había dejado puesto para dormir y mientras lo hacía y quedaba en cueros, temí durante un instante que el teniente sintiese una gran desilusión al comparar mi cuerpo y atributos con los que había dejado en manos de la capitán.

Era la primera vez que me enfrentaba físicamente a alguien dispuesto a realizar una sesión de sexo homosexual conmigo y mi polla estaba tan encogida y escondida entre el vello de sus alrededores que podía pensarse que tenía ella el mismo temor de no quedar a la altura debida y había huido de entre mis piernas.

Pero al recordar lo que me había dicho Ramón "tiene los huevos y la verga de color negro", a la vez que se enderezó mi "cosa" y apareció entre mi crecida y rojiza pelambrera, sentí un imperioso deseo que desapareciese prontamente su ropa para contemplar aquello que a mi me parecía una rareza digna de contemplar.

Desnudos uno frente al otro no pude evitar que mis ojos, de una forma excesivamente extraña o embelesada, quedasen clavados en su recia, abundante, endurecida y negra virilidad.

Al percatarse de la dirección de mi mirada me propuso.

    • ¿Quieres tocarla?

Alargué y posé la mano sobre aquellos admirados genitales que efectivamente no poseían el mismo color que los muslos, pues éstos, aunque algo más tostados, eran tan blancos como los míos.

Pude asir, acariciar y hasta jugar, haciéndola rebotar contra su vientre, con la negrísima verga del teniente y también bajar su prepucio para contemplar el más rojo y sangriento capullo que pudiera imaginar existiese.

- Seguramente alguno de mis antepasados provenía del centro de Africa – comentó contento de que algo suyo me gustase tanto.

Ya desinhibido totalmente, sabiendo lo que el teniente no me pediría, tumbado sobre una de las alfombras, me dejé abrazar, besar, acariciar y lamer por aquel bello marroquí, que amablemente, cada vez que iniciaba alguno de sus placenteros actos sexuales, solicitaba mi permiso y sonreía feliz cuando conseguía soltase ayes placenteros.

Cuando me pidió realizase a él lo mismo, me lancé abiertamente sobre su cuerpo.

    • Despacio, las caricias lentas y suaves son mejores –
    • me recomendó y añadió - y disponemos de toda la noche para nosotros.
    • Sabes de esto más que yo, dirígeme.

- Une tus palmas, mete mi verga entre ellas y frótala muy lentamente como si tuvieras frío en ellas.

Después de unos minutos en los que noté en su rostro el placer que le producía, me pidió.

- Para. ¡¡Qué trabaje ahora tu lengua!!

Iba a lamer por vez primera los genitales de un hombre y que éste tuviese una polla y huevos tan intensamente negros, para mí, por raro y extraño, era especial y delicioso.

Intenté repetir lo mismo que me hizo a mí e imitar las mamadas que había contemplado en las películas de internet. Gocé y creo hice que él también sintiera placer cuando pasé mi lengua por el rincón donde sus muslos y posaderas formaban el nacimiento de sus tintados testículos y sangrante verga, donde metí goloso mi rostro para impregnarme de su especial y viril olor de excitado joven macho.

Después me dediqué por entero a ensalivar y recorrer varias veces, desde su nacimiento hasta su rojo capullo de fresa madura, su dura, gorda y oscura polla, para finalmente, recalar en su agujero que lubrifiqué y preparé por si me pedía le atravesase con mi inhiesta y ya dispuesta verga.

Pareció que me leía el pensamiento porque preparó su cuerpo, cabeza abajo y con las piernas encogidas, de tal forma que me fuera fácil ensartarle y así lo hice, bueno lo intenté, porque tuvo que ensalivarse más abundantemente la entrada de su orificio y dirigir mis movimientos de enculamiento para conseguir que mi estilete penetrara en su cuerpo.

Las sensaciones que noté con el roce de mi polla penetrando por su recto, fue muy delicioso, pero nada comparable al que sentí después en el mete-saca que siguió a continuación.

Notaba como si algo muy caliente, escondido en mi interior, avanzaba un poco en cada embolada que realizaba sobre su trasero, produciendo un delicioso placer en mis zonas genitales como nunca antes había sentido.

Y cuando el teniente, que a su vez frotaba su verga, comenzó a retorcerse, a pronunciar frases en árabe y me pidió por gestos aumentase la cadencia de mis empujes, alcancé tal éxtasis, que el liquido que notaba ascendía poco a poco por mi interior alcanzó tal velocidad que salió incontenible, a borbotones por mi pene, entre convulsos gritos de placer de ambos porque él también expulsó chorretadas de lefa en el mismo instante que yo.

    • Nos van a oír
    • – es lo único que se me ocurrió decir en aquel momento de intensa dicha.
    • ¿Te importa
    • ?

Aunque había sido mi subconsciente el que había hablado le contesté.

    • No deseo que ninguno de los chicos que formábamos la expedición sepa lo que estamos haciendo, como tampoco deseé supiesen lo que me obligó a realizar la capitán.
    • Te entiendo, pero me diste tanto placer que no me pude resistir a manifestarlo. Ahora descansa, duerme tranquilo y disfruta mañana de la maravillosa salida del sol. Aun tenemos otra noche para nosotros.

Llevábamos ya un rato sentados en una loma de arena cercana al oasis esperando ver aparecer el disco solar y Ramón y la capitán, aún no habían aparecido. No sé si los demás se habían percatado de la ausencia de mi amigo, era lo que a mi me preocupaba, aunque si creo lo habían hecho de la jefa de la expedición porque se volvieron a saludarla efusivamente cuando apareció por la puerta de su "jaima" y corrió hacia el grupo.

    • ¡¡Se va a perder la salida del sol!!
    • – exclamaron todos a la vez.

Quise estar pendiente de la salida de Ramón, pero lo que estaba ocurriendo delante de mi, me absorbió de tal manera que dejé de mirar hacia la puerta de la "jaima" donde debiera éste aparecer.

Al igual que en la puesta solar del día anterior en la que el desierto había pasado en solo unos segundos del día a la noche, según se iban ocultando los rayos del sol, ahora sucedió lo contrario.

Todo el arenal había sido noche cerrada durante nuestra espera hasta que comenzó, por el este, a asomarse el disco del sol y según fueron emergiendo los rayos de luz, convertían en luminoso día los zonas de desierto donde recalaban y cuando a los pocos instantes, el disco solar completo apareció ante nosotros en toda su magnificencia, la noche había desaparecido totalmente del oasis y Ramón estaba sentado a mi lado.

Esperé que el grupo marchase comentando la belleza que habían contemplado y miré entonces detenidamente, durante casi dos minutos, a Ramón que también me miraba y no decía nada.

    • ¿Qué?
    • No te enfades conmigo Valen yo no he tenido la culpa. Ha sido la capitán quien decidió el cambio.

Me di entonces cuenta que debiera poner cara de compungido porque Ramón pensaba, que habiendo tenido que follar al teniente, habría sufrido una horrible noche.

    • Nunca te culpé a ti. Fue lo que suelen decir las gentes de esta tierra, el "baraca" que significa algo así como el destino. Lo que me gustaría saber que "mi sacrificio" no fue en vano, que tu disfrutaste de la noche.
    • No me atrevía a decirte que mi desvirgamiento fue algo sublime, como nunca esperaba sucediese. Esa mujer es insaciable. La follé cinco veces. ¡¡Perdóname una vez más, Valen!! Esta mañana estaba deshecho pero muy contento.
    • Fue el destino, ya solo nos queda una noche. ¡¡Disfrútala Ramón!! Yo pediré al teniente "me martirice" lo menos posible.

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