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Las gafas de sol

en Gays

LAS GAFAS DE SOL

El suceso que os cuento en esta ocasión empezó así.

- Hola valen, aprovechando el buen tiempo de este verano, el pasado martes, me fui a la playa. ¡¡ No veas lo que me pasó !!, ¡¡ Algo de alucine !! ¿Qué tal ópticas tenéis en Bilbao? Las de Oviedo y Gijón las he visitado ya. Le he pedido al Bollín que mire en Madrid e incluso en Berna, que es la capital donde están las mejores ópticas de Europa.

- Mat, me mezclas todo. ¿Qué "osti" tiene que ver ir a la playa, con las ópticas que haya en Bilbao o en otro sitio? ¿Quieres explicarte?

Interiormente sabía que las dos cosas tendrían alguna conexión en la testa de mi amigo, pero es que habla y cambia de ideas de una forma exageradamente rápida. Por ello le urgía me lo explicase.

¡¡ Joder, qué "corto" eres !!. Ahora te cuento – me respondió por la línea.

Esta fue la historia que me contó a la que he dado mi forma especial de narrar.

 

- - - o o o - - -

 

Cuando los que viven en La Fresneda quieren ir a la playa, pueden elegir acercarse a Gijón, donde tienen la de San Lorenzo y dos más, o irse a la de Salinas en Piedras Blancas, pegadita a Avilés. Hay otras, pero son muy pequeñas o no le sirven a Mateo, porque no llega el autobús hasta ellas.

Aquella mañana veraniega y soleada del martes, al levantarse mi amigo se asomó a la ventana. Al tener vacaciones, brillar en el firmamento un sol espléndido y comprobar el buen tiempo que hacía, decidió ir a la playa y eligió acercarse a la de Salinas.

Preparó para ello primeramente un buen bocata, una toalla y algo para leer. El traje de baño lo llevaría puesto.

Se vistió adecuadamente, camiseta azul celeste ceñida y unos bermudas que casi no se quitaba de encima, desde que una "maricona" le había lanzado un piropo gracioso y picante, en la plaza que hay frente al teatro Campoamor, de Oviedo, muy cerca de la gorda de Botero.

- Como se te marca el culito, de ahí solo pueden salir "rosas" – le dijo mientas se paraba y agarraba con las dos manos los fondillos delanteros de su pantalón.

- Pues deberías olerlas - le contestó Mateo que no se callaba aunque le taparan la boca con esparadrapo.

Al momento de salir de casa, cogió unas gafas de sol que había comprado a un negro, a dos euros la pieza, al principio de verano en el rastrillo de los domingos de Oviedo, con una etiqueta de Rayban pegada a los cristales.

Son originales - le había dicho el moreno cuando las probaba embelesado viendo lo "cojonudo" que le sentaban, ante un espejo que el vendedor sostenía ante él.

Y el vendedor no había mentido, porque los cristales tenían tal curvatura y tanto brillo, que todos los que le veían con ellas puestas, se paraban a mirarle, no sé si embelesados, mientras decían.

- ¡¡ Qué originales !!, pero hay que tener valor para llevarlas.

Llegó a la playa sobre las once de la mañana y buscó sitio donde sentarse. Prefería dejar sus pertenencias cerca de algún grupo familiar para tenerlas cuidadas, pero los que divisó estaban demasiado lejos del agua y decidió posarlas, mientras se bañaba, al lado de una señora, treinta años, bikini diminuto, muy tostada por el sol, que descansaba boca abajo sobre una bonita toalla de baño azul.

Quizá fuese ese color lo que le decidió ponerse a su lado porque el color azul, desde siempre, le priva a Mateo.

El agua parecía estar fresca y las olas venían muy bajas y mansas, porque el mar Cantábrico, aquel día veraniego cosa rara, aparecía muy calmado y tranquilo.

Se lanzó al agua corriendo al entrar para evitar la impresión, nadó como unos quince minutos, disfrutó haciendo largos, saltos, caídas de espalda, buceos y cuantos movimientos se le ocurren a alguien que está solo un rato en el mar.

Regresó donde le esperaba su ropa, extendió la toalla y se alargó sobre ella para secarse a los calientes rayos del sol mañanero. No le apetecía en aquel momento leer, prefirió calentarse y dormitar al sol y no tocó siquiera el libro que había llevado.

Al rato se sentó y comenzó a observar la gente que había en la playa. El personal que divisó era el normal un día laborable de verano, alguna familia sentada en la lejanía, hombres mayores diseminados por la arena y mujeres solas tumbadas tostándose, lo que no le interesó demasiado.

Hasta que no divisó un grupo de chicos de su edad, que estaban jugando con una pelota en la zona húmeda y plana, que la retirada del agua había dejado, no decidió levantarse.

Pensó acercarse para ver si podía participar en el juego o simplemente para verles jugar porque le agradaba la cercanía de chicos jóvenes como él.

Tomó las gafas de sol, que se habían resbalado de su tolla hasta la arena y mientras las limpiaba, con un pañuelo de papel, de los granos que se habían adherido a los cristales, fue avanzando en dirección al grupo.

Cuando llegó cerca de ellos, se caló las gafas y ocurrió el milagro. Vio a todos los chicos que jugaban ante él en pelotas, desnudos y saltarines.

Con los movimientos, carreras y giros que hacían mientras regateaban y chutaban la pelota se les movía y bailaba al aire locamente sus atributos.

Estupefacto, asombrado y ruborizado, pensando que los demás notaban lo que estaba viendo y podrían pensar que era un "maricón de playa", se quitó las gafas y volvió a mirar entusiasmado al grupo, corriendo tras la pelota de goma, que llevaban puestos los trajes de baño sobre su cuerpo.

Repitió la misma maniobra dos o tres veces, para comprobar la veracidad de lo que estaba contemplando y llegó a la conclusión que sus gafas hacían aquel milagro.

Durante una de las maniobras de ponerse y quitarse los anteojos, comprobó la verdad. ¡¡ No eran "sus" gafas las que tenía en la mano !!.

Se le parecían, pero no eran las suyas. Tenían los engarces diferentes, eran más pequeñas y los cristales no tenían tanto brillo como las de su propiedad. Tenían una marca grabada en la patilla, que se aprendió de memoria, para un futuro.

Pensó entonces que al levantarse de donde había estado sentado, había cogido, por error, las de su vecina de arena.

- ¡¡ Joder la tía !! Cómo se debe de estar poniendo viendo pollas por doquier.

El resto de su vestimenta estaba junto a ella y tenía que volver a recogerla. Sabía que tenía que devolver las gafas, aunque pasó por su mente como un relámpago la idea de quedárselas, porque pensó.

- ¡¡ Quién pudiera tener unas gafas así !!, ¡¡ Lo que iba a disfrutar !!

Lo mismo que aquella tía del bikini pequeño, a él también le gustaba ver a sus semejantes desnudos, sobre todo cuando se trataba de aquellos buenos y macizos chavales, que despreocupados y pensando estar cubiertos, además de saltar, correr y brincar, se agarraban sus "partes" en ese movimiento instintivo que suelen tener algunos mientras descansan del juego.

Incluso vio a un chico, que había dejado de jugar, se había apartado y sentando junto al espacio marcado para el juego, tenía su polla empinada e intentando disimularla ante sus amigos, tenía una mano que la tapaba descansando sobre el bañador.

Después de contemplar aquellos chavales, hizo un paseo lento y minucioso por la playa. Vio entonces pollas de todos los gustos y colores, tostadas, derechas, torcidas, rojas por el sol, grandes y pequeñas, todo el espectro de pichas que se movían o estaban quietas bajo los trajes de baño.

Todo un muestrario como cuando contemplas consoladores de goma en un escaparate de un sex-shop, pero en esta ocasión reales, de carne, e iba a decir de hueso, porque algunas parecían que las habían hecho de esta materia. Desgraciadamente era día de labor y aquel día no hubo muchos jóvenes para poder contemplar.

Cuando volvió junto a su ropa, la mujer no parecía se había dado cuenta de la falta de las gafas y si lo había hecho, no dio ninguna señal de ello. Mateo las repuso en su sitio, recogió su ropa, sus gafas Reyban y despidiéndose con un gesto de la cabeza, se marchó para sentarse en otro lugar de la playa.

El mar seguía arrastrándose hasta la playa de una manera un tanto perezoso . . . .

 

 

- - - o o o - - -

Esta es la extraña historia que me contó Mateo. Desde entonces, sé busca unas gafas iguales por todas las ópticas, de ello venía la pregunta que me había hecho. Le prometí, que en mi próximo viaje a Bilbao, mirar o mandar que lo mire mi primo de allí y así se lo dije.

- Pero Mat, si mientras tanto las encuentras en algún lugar, por favor cómprame, valgan lo que sea, un par de ellas, para mí . . .

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