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Confesiones

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CONFESIONES

Un ruego a los lectores. Antes de seguir adelante deja de leer si esperas encontrar en estas confesiones descripciones sexuales que te hagan sentir o ponerte en un especial estado de excitación. No deseo sentirme culpable, como me ocurre, cuando en los comentarios a mis escritos encuentro que los hallas con poca sustancia sexual.

Cuando yo era pequeño oí por boca de una ama que teníamos en casa, llamada Herminia, multitud de cuentos, fábulas y leyendas.

Cuando había terminado las labores que la obligaba estar moviéndose, tomaba una silla baja y se sentaba en un rincón de la cocina, su feudo particular. Probablemente fue ella quien colocó la bombilla del techo descentrada, para que su rincón quedase mejor iluminado porque era incapaz de admitir, que por su edad, estaba perdiendo vista,

- Tu mamá dice que no veo igual que antes. Me dijo "ya no eres joven Herminia". La edad que cada uno tiene no se calcula contando el tiempo que pasó desde su nacimiento. Se debe de medir el estado de su espíritu, lo que ansía su corazón, el deseo de vivir que se conserva y la necesidad de hombre que pide tu cuerpo. Esas cosas aun están en gran cantidad en mí - sonreía pícaramente mientras me lo decía.

Parsimoniosamente preparaba una cesta de ropa que había separado durante la plancha para repasar o zurcir cuando ya la luz del día iba desapareciendo, tomaba una caja de hojalata que guardaba en un altillo, llena de hilos, agujas y todo lo necesario para ejecutar su labor y tomaba asiento cómodo en una silla de paja.

Yo sentado en la acogedora cocina, había merendado, hecho los trabajos de la escuela, que hacía terminar siempre coincidiendo con su asentamiento, hacía tiempo para cenar y sobre el suelo en algún cojín para no enfriar el culo o en otra silla adecuada a mi edad, tomaba posición a su lado, mientras ella repasaba desgarrones o descosidos de mi ropa.

Comenzaba siempre de la misma manera.

- Había una vez en un pueblo de Asturias . . . . .

Todas sus narraciones se habían desarrollado en pueblos de su Asturias natal y aparecía como protagonista o bien una bella doncella, joven, rica, noble y hermosa que buscaba amores porque se sentía muy desgraciada, una pobre muchacha que por su belleza era asediada por los mozos ricos de la comarca o un apuesto y gallardo doncel, pobre de solemnidad, que buscaba fortuna.

Pero fuese quien fuese el protagonista pasaba siempre vicisitudes sin fin y cuando parecía que alcanzaba sus deseos, al contrario de todos los cuentos que siempre oía de los demás, en los de Herminia nunca conseguían lo que estaban deseando encontrar, el amor si era la doncella, el mozo rico si se trataba de la criada o la bolsa llena de doblones de oro si el protagonista había sido el buscador de fortuna.

En muchas ocasiones era el diablo quien se introducía en la historia para fastidiarlo todo, en otras la mala suerte, incluso hubo fábulas que terminaron mal por envidias, venganzas o malos quereres.

El ama solía decirme cuando le afeaba la "mala" terminación de estas historias.

- Todos los cuentos o leyendas que leo o me cuentan terminan siempre bien – me quejaba yo.

- La vida es dura Alfredito, no es verdad que las cosas acaben siempre bien, eso solo ocurre en los cuentos que lees o te cuentan personas que no conocen la vida.

- Pero es que todas tus historias terminan siempre mal.

A pesar de todo me gustaban, aunque me dejaban inquieto y por la noche soñaba me ocurrían las mismas o parecidas desgracias que a los protagonistas de la historia oída aquel día.

Viene a cuento este preámbulo porque acabo de leer en TR un comentario a uno de mis relatos que raramente terminan bien, en el que me indican también que siempre tengo una cierta tendencia a contar historias en las que dejo entrever mis quejas por sentirme homosexual o cuento la vida y sinsabores de algún amor desgraciado o no correspondido. Debo en mi descargo decir que busco en ellos sobre todo el amor, sea alcanzado o no, porque ese sentimiento es el que siempre ha sido primordial en mi vida.

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Seguramente todos tenemos lugares donde nos refugiamos para libremente, sin que nada nos frene, buscar la verdad que se esconde en nuestro interior, desprendernos del orgullo que nos mueve cuando hablamos de nosotros y ver abiertamente como somos en realidad ante nuestros sueños, miedos o deseos.

Yo tengo dos sitios, uno en mi propia casa, junto a un árbol del jardín y el otro en un lugar poco visitado, en una pequeña playa de la cercana orilla del mar.

En el primero, buscando la sombra en verano y la tranquilidad en ocasiones, me coloco bajo un árbol "bobo" que hay al extremo norte del jardín, detrás de la casa.

No sé el verdadero nombre técnico de ese árbol que me cobija, "bobo" lo llamó el jardinero cuando mamá le pidió plantase un árbol que creciese rápidamente porque pretendía tapar de la vista de vecinos cercanos uno de los lados de nuestra vivienda.

- La plantaré un árbol "bobo" - la dijo - Es una especie que crece y crece, todo él son ramas y hojarasca y está siempre verde.

Efectivamente el árbol ha crecido desmesuradamente y sus ramas, además de elevarse a la luz, se dejan caer formando una cerrada cortina de bello ramaje verde, que casi me cubre de la vista de los demás.

Dedico este lugar principalmente al estudio, a escribir y cuando me siento cansado, a echar un pequeño sueño.

Quien me vea allí sentado comprobará que tengo siempre un libro entre mis manos o apoyado en mis rodillas, a veces de estudio y otras de simple lectura. Le acompaño de unas cuartillas en blanco y un bolígrafo que me sirven para apuntar lo que debo recordar de una lección o lo que mis pensamientos producen, porque mi mente salta indistintamente de lo que tengo que preparar para las clases, a lo que escribo en mis relatos que después cuelgo en internet.

El otro lugar de cobijo se encuentra en un rincón de la playa de Estaño, la quinta en extensión de la ciudad de Gijón.

Es la única que no posee arena en su totalidad porque la mayor parte está cubierta de guijarros que la mar ha ido redondeando y puliendo a lo largo del tiempo.

En uno de sus extremos hay una roca que sobresale de las demás, en la que la naturaleza o la erosión de las aguas del océano que constantemente golpean sobre ella, ha esculpido un hueco que semeja un cómodo asiento que recoge perfectamente, mis posaderas.

Elegí este lugar por varias razones, primeramente porque me permite estar tranquilamente más dentro que fuera del mar, sin peligro de que las olas me mojen; la marea en su momento más álgido, no cubre más que parte de su base, lo que me permite llegar hasta mi atalaya o separarme andando; puedo permanecer sentado largo tiempo sin que mis huesos se resientan de la postura y quizá la principal razón, porque aún estando esa playa dentro del entorno de la ciudad por los pocos visitantes que suelen arribar hasta allí y por saber que no es donde mis amigos y conocidos visitan el mar para jugar o bañarse.

Es el lugar que escogí para analizarme y soñar despierto mientras mis ojos contemplan la inmensidad del océano, las olas que vienen a morir ante mí y la multitud de aves marinas cercanas que sobrevuelan el firmamento buscando su alimento.

Después de las clases de la tarde, muchas veces, en vez de marchar directamente hasta mi casa, mis pasos se dirigen hacia el mar, recorren un trecho de la orilla y llegan hasta la que considero mi roca, donde permanezco hasta la puesta del sol.

Me he sentado multitud de veces sobre aquel saliente y desnudado lo que contiene mi mente, cobija mi corazón y piensa mi cerebro; es decir, todo lo que contiene mi alma que he dejado abierta ante la inmensa soledad del océano hacia donde miro, al cegador azul del firmamento sin nubes y al brillante sol que riela la superficie de la inquieta agua.

Aquí no leo ni estudio, solo miro, contemplo, recuerdo mi pasado, ansío, miro al futuro y en ocasiones también he secado mis lágrimas.

El mar siempre me produjo una gran fascinación, no la playa, aunque también me gusta, sino el abierto océano, la inmensidad de agua que puedo ver y que pienso no tiene fin, las olas que incansablemente se acercan a romper sobre la orilla, la rizada espuma que se produce después de avanzar locamente al deshacerse en su choque con los guijarros o las titilantes formas de luz que se reflejan sobre la movediza superficie acuosa.

Oigo a intervalos el ruido que produce el golpear de las olas cuando impactan sobre la base de la roca y el arrastrar de alguna piedra del fondo cuando el agua regresa, pero mi mente, cuando permanezco allí sentado, no disfruta de los agradables momentos que me ofrece la naturaleza, desgraciadamente está más en buscar respuestas a unas cuantas preguntas, que durante toda mi existencia me he hecho.

¿Mis brazos podrán apretar a otro ser alguna vez contra mi pecho?

¿Existe en mi interior algún maleficio, que no conozco, que me impide encontrar alguien que me ame y ame yo?

¿No soy capaz de hacer sentir amor y nadie me lo proporcionará nunca?

¿Estaré negado a ser algún día de alguien y compartir mi cuerpo con él?

La dura roca que me sirve de asiento, ha escuchado imperturbable estas preguntas y mis quejas: la disconformidad de ser como soy, haber nacido gay, soñador, romántico, enamoradizo, pensativo, débil, confiado, necesitado de protección, compañía y cariño.

Cuando el purpúreo disco desaparece por el horizonte enrojeciendo el firmamento y llenando de una áurea luz la tierra, abandono mi mirador y regreso despacio, triste y solitario hacia mi hogar, pensando que en ese instante miles de enamorados de todo el mundo, unidas sus manos, se maravillan ante esta puesta de sol, se miran embelesados a los ojos y se juran amor eterno, mientras mi corazón sigue recordándome que está ayuno de amor, que permanece vacío, que había estado solo toda la tarde, sin compañía, sin nadie a quien dedicar mis miradas o unir mis manos.

Hoy de nuevo sentado en este especial sitial los recuerdos vuelven a mí

- Yo he sabido siempre que era gay - me dijo en una ocasión un chico.

- Yo no lo supe hasta los catorce años. Hasta esa edad no pensé ser diferente de los que me rodeaban – le contesté.

A los trece años comenzó a desarrollarse mi cuerpo, a crecer mis genitales, a poder fabricar semen en mis testículos que intentaba frotando mi verga sacar al exterior. Cambió también mi voz, que hasta entonces había sido atiplada, de tal manera que llegué a formar parte del coro infantil del colegio en que estudiaba.

Por lo que oía y veía creo me comportaba como todo el mundo lo hace a esa edad.

Pero hubo algo que comencé a notar diferente. Cuando frotaba mi infantil polla, mi mente imaginaba y soñaba que tocaba, frotaba o acariciaba la verga de chicos como yo y no los genitales de chicas como decían mis amigos sucedía a ellos.

Comprobé que mientras mis compañeros se desnudaban en el gimnasio o en la playa, sin que la vista a su alrededor de cuerpos masculinos, sin ropa, les excitasen, yo tenía verdaderos problemas para mantenerme sin que mi verga se endureciese ante todos y finalmente, por las noches, mis poluciones siempre eran motivadas por sueños oscuros y asquerosas orgías homosexuales.

Comprendí entonces era diferente, era lo que oí llamaban mis amigos maricón y me sentía separado de pertenecer al grupo del que formaban parte mis compañeros de estudio y conocidos más cercanos, a los que envidiaba porque se sentían seguros, tranquilos y confiados de poder mostrar al mundo lo que sus impulsos sexuales y sus corazones sentían y ansiaban, mientras que yo debía esconder, por ser considerados enfermos o asquerosos, los que yo sentía.

Las nubes que pasan sobre mi pétreo asiento, mientras me hago estas consideraciones, saben que escondí en mi interior todo lo que había notado diferente, pero a alguien se lo tenía que decir, con alguien necesitaba descargar lo que en principio consideré mi culpa y aquel rincón de la playa fue mi confesionario.

En voz baja narré a las algodonosas nubes, que sabía marcharían después y se desharían, sin contar a nadie mi secreto íntimo, lo que consideré en un principio, por desconocimiento de la diversidad de maneras de considerar la sexualidad que tiene la naturaleza, una aberración por mi parte.

A pesar de las deseosas necesidades sexuales que mi cuerpo y mi mente demandaban insistentemente nunca me atreví a contactar físicamente con nadie.

En ocasiones veía chicos lindos y bellos pasar cercanos, que por alguna razón, nunca descubierta, notaba sentían como yo y que estimulaban mis hormonas, pero aguantaba el deseo de acercarme y hacerles alguna señal por la que notasen el efecto que habían producido a mis zonas sexuales.

- Quizá dejes calmado lo hay debajo de tu cintura – me decía para justificar mi silencio - pero tu corazón seguirá buscando el amor. De ese chico solo te gusta el exterior, pero no le amas ni él tampoco a ti.

Las volanderas aves supieron también de mi romanticismo, de mis inquietudes, desasosiegos de adolescente, miedo a no ser aceptado, ni amado nunca y de mis calenturas sexuales que volcaba escribiendo relatos que intentaban reflejar la vida de seres que pensaban y sentían como yo.

¿Causas?, ¿Timidez?, ¿Temor a que mi secreto pudiese llegar a conocimiento de las personas que quería y ser rechazado por ellas?

Analicé, sentado en la roca frente al mar, esta cuestión y creo sinceramente que lo que me movió a no acercarme a nadie, buscando el contacto físico, fue un rechazo a compartir mi cuerpo con alguien por el que no sintiera amor.

Por encima de los graznidos, chillidos y aleteos que las gaviotas, cormoranes y algún despistado pajarillo, que se adentraba en el mar en busca de comida, oía latir mi corazón que anhelante me pedía le buscase compañía.

Pudieron escuchar mis juveniles ansias de encontrar una pareja con quien compartir todo lo que era y ansiaba, algo que no había podido encontrar, que sentía vedado, pero que mi cuerpo buscaba compañía y amor con quien formar un ente perdurable, que diese amistad, sosiego y felicidad a mi corazón

Pero mi cerebro sabía muy bien que el sexo sin amor no es completo, que con él conseguimos desfogarnos, descargar nuestros depósitos seminales, pero que nuestro corazón quedaba siempre lleno de amargura, que solo el amor iba a ser siempre el motor de mi vida, el maná que me alimentase y que sin él no podría compartir nada con nadie.

El agua que las olas traían hasta mí y regresaban al océano llevaron las órdenes de buscarme a ese un chico.

Pedí a los pájaros que anidarían lejos de allí, lo encontrasen pronto porque mi cuerpo necesitaba fundirse con otro, para entregarle lo que la naturaleza me había concedido.

La dura piedra, las nubes, el agua y las gaviotas supieron que mis manos sustituían aquel cuerpo buscado, que me pajeaba continuamente para calmar de alguna forma esta angustiosa espera.

Me masturbaba porque necesitaba descargar mis testículos, pero tenía que conformarme con el placer físico producido por la descarga del semen, al no existir una imagen amorosa a la que fuera dedicada la semilla que sacaba al exterior y por lo tanto no existía comunicación entre el frotamiento que efectuaba mi mano y los sentimientos y deseos que emanaban de mi corazón y cerebro.

Me decía y prometía que si conseguían encontrar y traerme al chavo que me diese ese amor y gustase del mío, nos desfogaríamos hasta calmar esta espera, viviríamos en un éxtasis de continua excitación sexual y follaríamos hasta quedar rendidos, mientras chillaríamos al mundo nuestro placer compartido y nuestra felicidad hallada.

Pienso también allí sobre la roca en mis ansias o deseos futuros y puedo decir que existen tres verbos que las definen, ansiar, desear y querer, que parecen significar lo mismo, pero que yo diferenciaba bien.

Mi mente ansiaba encontrar alguien que me fuese afín, mi cuerpo deseaba estar junto a él y mi corazón quería que llegase un día el amor en forma de bello muchacho, para no separarse jamás de mi lado.

Cerraba los ojos y enseñoreaba y me veía cogido de la mano de ese chico, sonrientes los dos, mirándonos a los ojos, por la orilla de la playa de San Lorenzo, que estaba frente a la atalaya donde me encontraba, solamente separada por una lengua de mar,

Pisábamos descalzos el agua burbujeante que nos salpicaba los cuerpos y ponía motas brillantes en nuestras dermis tostadas por el sol y la recorríamos entera jugando y felices de poder mostrar a todo el mundo el amor que nos profesábamos.

No buscaba en ese chico sexo, ni satisfacciones corporales, solamente compañía, amistad, comprensión y cercanía, es decir buscaba amor. Siempre era el amor el alimento de mi vida. El sexo ya vendría posteriormente si ese amor era sincero.

Cuando el mar está en calma el ruido que las piedras del fondo producen al arrastrase, en el ir y venir y semeja al que hace un conocido juego de bolos que se practica en el norte de mi patria me siento incluso hasta alegre, pero cuando el océano se enfurece y nos quiere mostrar su poderío las piedras resuenan sordamente al entrechocar entre ellas y llegan a producirme miedo de permanecer en este lugar.

Hablé también de lloros, los tuve cuando mi corazón se estrujaba y encogía al sentir la pena de no encontrar quien me besase, hablase, acariciase, mimase o amase.

Así veía mi futuro, solitario, frío, vacío, sin verdaderas amistades, sin pareja con quien compartir mis pocas alegrías y mis muchas tristezas, alguien que con su amor me elevase la autoestima, me quitase las depresiones que invadían mi mente, me ofreciera su cuerpo y desease el mío por encima de los demás.

Me suelo culpar de no encontrarlo por ser como soy, un soñador y eso me hace desgraciado y me mortifica. Incluso en los otros sueños, en los que no participaba mi voluntad, los que surgen por la noche, los que imaginas reales cuando los vives durante el descanso y desaparecen y esfuman al abrir los ojos, solían dejarme un sabor amargo porque solo encontraba cuerpos donde depositar mi semen.

Me dormía pensando iba a ser el invitado especial de una fiesta de amor y nunca me vi cautivando o enamorando a un bello joven. En todas las ocasiones he vuelto a la realidad, al despertarme desilusionado y con mi pijama mojado por la corrida que las pollas y culos soñados me produjeron.

- ¿Hay algo que me aparta, que ni siquiera en sueños encuentro un cuerpo joven, idéntico en sus pensamientos, que nos complementemos y que lleguemos a amarnos? - me preguntaba entonces..

    • ¿Quien va a amar a una persona tan poca cosa como tu?
    • - me decía - ¿que permaneces las más de las veces viviendo en el limbo de los sueños, qué tiene miedo a enfrentarse a la vida manifestándose como eres por temor al rechazo de la gente, que solamente cuentas tus sentimientos al mar, a las nubes o a los pájaros?.

Incluso en internet me ha ocurrido que en las conversaciones cuando he utilizado la frase "hacer el amor" si los demás dicen follar o coger he recibido epítetos de cursi, pijo y de vivir en un mundo caduco y atrasado.

    • Ya no se mezclan el amor y el sexo, en la actualidad los dos van por diferentes caminos
    • - me decían.

- Si tengo que esperar a gozar del sexo a que exista amor, aviado estoy - me aseguró otro.

- Es una tontería pensar así Todos deseamos encontrar un día el amor pero mientras está el placer del sexo y yo no estoy dispuesto a renunciar a él. ¡¡Aprovecha tu cuerpo y proporciónate placer sexual!!.

Decidí utilizar en las conversaciones con ellos la palabra follar sabiendo que para mí significaba diferente.

Les entendía aunque no compartía sus opiniones. Para ellos buscaban follando solo la complicidad de dos seres, un simple acto fisiológico, únicamente la unión física de dos cuerpos, la entrada del pene de uno, en el ano del otro, seguido de unos movimientos convulsivos de acercamiento y retirada, que terminaban en un derrame seminal, una corrida nada más.

Mediante este acto solamente intercambiaban sus jugos sexuales, se olvidaban al terminar y se decían adiós.

Quería, ansiaba y hasta necesitaba que triunfase la forma como deseaba fuese la primera vez que compartiese el sexo con alguien a quien amase y fuese correspondido, no deseaba que la coyunda de nuestros cuerpos se convirtiese solamente en un mete-saca-mete, que la unión corporal que diese y recibiese de otra persona fuese unida a caricias, besos, sonrisas, corazones, amores, al compromiso de un mutuo amor, se convirtiese en la culminación de un sentimiento especial, la comunión de dos almas, la mezcla de sentimientos, en el derrame infinito e interminable de nuestros jugos, en la entrega total de la carne, de los dos latentes corazones y de las dos almas que sustentaban nuestras vidas

Que nuestros recuerdos nos hagan temblar de emoción.

Que se nos ericen los vellos cuando hablemos.

Que se endurezcan nuestros sexos con solo recordar nuestro rostro.

Que lloremos de alegría ante cualquier recuerdo feliz pasado entre nosotros.

Que cantemos cuando estamos solos, aunque sabemos que lo hacemos rematadamente mal.

Que notemos mariposas en el estómago al repetir el nombre de nuestro amado.

Que miremos las estrellas por la noche desde el lecho antes de dormirnos.

Que salten lágrimas de nuestros ojos ante una canción romántica.

Que nuestras masturbaciones tengan un rostro amado.

Que veamos al mar y el cielo mucho más azules.

Que las olas besen y acaricien nuestros pies y nos sea placentero.

Que creamos que las estrellas fugaces nos traen recados.

Que estemos tan ensimismados que no oímos cuando nos hablan.

Que la alegría nos salga por todos los poros.

Que oliendo las flores y la hierba del campo encontremos placer.

Que estemos despiertos mucho rato al acostarnos.

Que vivamos en una nube que avanza y avanza por el firmamento.

Que seamos capaces de hablar a los pájaros y a las estrellas.

Que no suenen cursis a nuestros oídos las palabras lindo, bello, hermoso, cariño, mi vida, mi amor . . . . .

Si en mi primer acto sexual completo no llegase a suceder así, efectivamente he sido un tonto, perdido posibles placeres que muchos cuerpos me ofrecieron y tendría que dar la razón a los que me criticaron, vilipendiaron y despreciaron cuando al ofrecerse y pedirme, se lo negué porque no iba acompañado de amor.

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