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La primera cogida con mi amigo Antón

en Gays

LA PRIMERA COGIDA

Todos los relatos que encuentro y leo en esta Web que tratan de la primera vez, parece que sus autores la recuerdan de una forma tan maravillosa, la describen con tantos detalles venturosos, que los que aún no han pasado por ello seguro buscan desesperados se les presente la ocasión para disfrutarla. Naturalmente me refiero a los muchos relatos gays que describen la vez primera que se encontraron a solas con alguien de su mismo género y después de unos momentos más o menos largos de intercambio de caricias, sobeos y besos, que todos relatan minuciosa y detalladamente, llegan a alcanzar la excitación suficiente como para iniciar el folleteo o lo que llaman cogerse en algunas naciones hermanas americanas.

Las palabras y frases que utilizan para describir esta última y definitiva acción, nos hacen seguir paso a paso el desarrollo de los hechos, contienen detalles de sus deseos más vivos y ardientes al verse desnudos frente a otro cuerpo en idénticas condiciones, como vivieron las sensaciones de tocarse la piel y unir sus calientes vientres, gozaron de los placeres del sexo compartido, la entrada y salida de sus pollas lubricadas en sus cuerpos, los cierres y aperturas del redondel del ano enrojecido por el frotamiento, el momento del derrame en el que se sintieron morir uno encima del otro, de manera que es imposible mantener la polla en su estado natural, mientras se degusta su caliente lectura.

Yo no recuerdo mi vez primera de una forma tan grata. No ocurrió que alguien me violase valiéndose de su fuerza, nocturnidad o engaño, ni sucedió con una persona mayor de cuerpo adiposo, arrugado o grasiento que la recordase posteriormente con asco. Ni lo hice con un pariente mayor que se aprovechó de mi deseo de conocer "aquello" a cuya casa fui a dormir un día que no estaban mis padres y me arrastró a realizar lo que después me avergonzó cada vez que le veía y me sonreía en la sombra queriéndolo repetir.

No, de ninguna manera, fue con un chico de mi edad, guapo, que estaba buenísimo, al que admiraba y deseaba a escondidas desde hacía mucho tiempo. Se llamaba Antón y estudiaba en el mismo centro escolar que yo y como le adoraba en silencio y no vivíamos cercanos, para poder estar lo más posible a su lado, muchas de las tardes que teníamos libres de clases o exámenes, solía recorrer el subsuelo de la ciudad en el metro hasta su barrio.

Como yo era mejor estudiante que Antón me arreglé sin ofenderle, supiera podía preguntarme cualquier explicación de clase que no hubiese entendido y copiarme los trabajos que nos mandaban en el instituto. Lo comenzó a hacer y al obtener mejores notas sin esfuerzo, se fue uniendo inconscientemente más a mí.

Mediante todas estas y otras varias maniobras de acercamiento que desarrollé, constante y en silencio, conseguí creciese nuestra confianza y amistad, hasta poder decir formábamos una de las parejas mejor avenidas del aula.

En mi interior presumía que Antón no era gay, por la manera que tenía de hablar del sexo, pero había notado una enorme curiosidad mórbida hacia las conversaciones y actos sexuales, parecida a la que hace que muchos heterosexuales efectúen actos "homos" solamente para averiguar qué sentirá su cuerpo al "probar".

Busqué hiciese esta pregunta una vez que hablábamos de lo maravilloso que sería follar por cualquier agujero humano que se pusiese por delante, mientras nos agarrábamos cada uno fuertemente la empinada polla por encima de los pantalones y hacíamos gestos de estar salidos y calentísimos.

- Un día me gustaría probar qué se notará con un chico por el culo ¿A ti? - insinué yo.

Me miró, le quise notar nervioso y dispuesto a contestar, pero no continuó la conversación por los derroteros que yo había iniciado, sino que me habló de lo buena que estaba una chica que acababa de conocer.

Yo buscaba la posibilidad de estar solos y hablar de sexo sin que nadie nos oyese o viese y llevar de nuevo convenientemente la conversación hacia el lugar deseado y si entraba en el juego, llegar a gozar de su cuerpo, pero al no presentárseme la oportunidad me mataba a masturbaciones con el pensamiento del deseo puesto constantemente en él.

Tanto en mi casa como en la suya era imposible un encuentro. Su madre le tenía totalmente prohibido llevar amigos y en la mía, la presencia constante de mi abuelo imposibilitado y con cuidados especiales, necesitando continuamente una enfermera a su lado que estaba siempre presente estorbando en todos los sitios, hacía también inviable nos pudiéramos reunir.

En el instituto ni siquiera lo pensé, allí me conformaba con mirar de reojo sus genitales, cuando al cambiarnos de ropa para la clase de gimnasia, dejaba caer indolente los ajustados slips de dibujitos, que siempre usaba, hasta los tobillos, para ponerse después lentamente el pantalón de deporte y de disimular por mi parte no se notase la hinchazón que alcanzaban los míos, colocando la mano de pantalla por delante y girando el cuerpo hacia otro lado de manera que parecía estuviese tullido o mal construido.

Una vez que nos cambiábamos, uno al lado del otro, se dio cuenta estaba empalmado y me dijo sonriendo.

- Jo, tú eres aún más ardiente que yo.

- No lo sabes bien - pensé pero no le contesté. Solo apareció una sonrisa conejil en mi rostro para disimular mi turbación.

Los días que salía por la ciudad a dar una vuelta, jugar a las máquinas o al cine, tenía su cuadrilla del barrio. Algunas veces les acompañé, pues era bien recibido, pero nunca tuvimos ocasión de estar solos suficientemente tiempo para poder dirigir sus pensamientos hacia donde yo quería llevarlos.

La ocasión se me presentó durante un mes de julio, cuando ya estábamos de vacaciones. En el teatro Albéniz de nuestra ciudad se iba a representar la opereta "LA CORTE DEL FARAÓN" en una función extraordinaria que patrocinaba el ayuntamiento y no sé cuantas asociaciones. Oí necesitaban actores de esos que no hacen nada más que salir al escenario para hacer bulto, naturalmente sin cobrar un euro, para mezclarlos con los coros y así a los asistentes parezca son muchos más los actuantes.

Habían pedido buscasen amigos a los que en otras ocasiones habían actuado con esa compañía de zarzuelas. Necesitaban chicos dispuestos a vestirse de soldado egipcio para formar el ejército, que en la escena del primer acto, cuando los escuadrones llegan vencedores después de una guerra, desfilan ante la reina Cleopatra recostada en un diván estilo egipcio y el faraón sentado en el trono, a la vez que el coro entona un himno de triunfo y la orquesta interpreta un desfile militar lleno de sonido de trompetas y timbales.

Después terminada la escena de este acto y cambiados de ropa, te dejaban pasar a uno palcos cercanos al proscenio y asistir tranquilamente al resto de la representación.

En cuanto pude propuse a Antón me acompañase.

Será trabajar en el teatro, una experiencia que siempre recordaremos. Igual hasta nos contratan después - le dije con entusiasmo y una sonrisa zalamera.

Debí de venderle tan bien la idea porque aceptó encantado y al día siguiente nos presentamos en la portería del teatro, ubicada en la parte trasera del mismo donde nos dieron un número a presentar el día de la representación.

Venir a las seis de la tarde. La función comienza a las siete y media - nos dijeron.

Estuvimos a la hora convenida. Éramos bastantes los chicos que habíamos acudido al reclamo. Nos metieron a todos en una sala a nivel de la calle que parecía utilizaban para los ensayos, nos proporcionaron lo que según el diseñador de vestuario se parecía al uniforme que usaban los soldados egipcios y nos pidieron nos cambiásemos.

Solo deberíamos dejar bajo aquella vestimenta nuestra ropa interior. La parte superior estaba constituida por una camiseta sin mangas de un tejido que imitaba una cota de malla y la parte inferior tapaba malamente nuestros slips o calzoncillos con unas falditas hechas de tiras de plástico que imitaba cuero como las que solemos ver en las películas de romanos.

Si salgo sin slips al escenario, alguna del patio de butacas me propone plan para después de la función - soltó la broma el gracioso de turno en alta voz.

Seguro, algún maricón - le contestaron desde el fondo de la sala entre risas.

Nuestra ropa la dejamos rebujada sobre el suelo en multitud de montoncitos y nos reunieron para ensayar la escena en la que participábamos. Formamos de tres en fondo, vestidos con aquellas imitaciones de uniformes militares y con una lanza de madera pintada de purpurina plata en la mano, situándonos en uno de los lados del escenario.

- Cuando la música suene así - hizo un remedo de la marcha del desfile con su propia voz el que nos enseñaba - iniciar el desfile. Intentar, por favor, llevar el paso acorde a la melodía.

Atravesamos el escenario y entramos por el lado contrario. Nos hicieron pasar por detrás de los decorados y salir de nuevo por el mismo sitio anterior. Dimos solamente dos vueltas de ensayo con la música tarareada a voz en grito por el regidor encargado de enseñarnos nuestra labor. El desfile duraba lo que tardásemos en pasar tres veces. El efecto para los espectadores era que formábamos un numeroso ejército. Allí acabaría nuestro trabajo teatral.

Libres ya nos llevaron de nuevo a la sala donde estaba nuestra ropa y nos pidieron, sin estorbar, pasásemos el tiempo hasta la representación.

Antón en esta sala hace mucho calor y olor humano, en el escenario y zonas adyacentes molestamos, ¿por qué no buscamos un lugar donde esperar tranquilos? - propuse insinuante.

De acuerdo y así vemos como es un teatro por dentro.

Las entrañas de un teatro como el Albéniz era un lugar muy grande y complicado. El escenario era casi del mismo tamaño que la zona donde se ubicaban los espectadores. Tenía una altura como una casa de siete u ocho pisos y un fondo superior al patio de butacas. Permanecía tapado a los ojos exteriores por una pared y la boca del escenario que la cubría un gigantesco telón ignífugo de separación. Colgados del techo o de vigas enormes de hierro que atravesaban las paredes, había una gran cantidad de cables, transportadores, ganchos, montacargas y artilugios diversos, que permitían subir y bajar los decorados y plataformas, por medio de motores eléctricos cuyos mandos estaban en un gigantesco cuadro de mando en un lateral del proscenio, ante dos personas de pie, encargadas de todo el movimiento de decorados y del encendido y apagado de una enormidad de focos y luces, que cual ojos vigilantes, desde vigas transversales, miraban al suelo del escenario donde iban a actuar los personajes de la opereta.

Cuando salimos de la sala encontramos un rellano donde había tres ascensores que no paraban de recibir o vomitar gente. Vimos también unas anchas escaleras que permitían tanto ascender como bajar, que nadie utilizaba.

Prefiero ver todos esos aparatos de arriba - propuso Antón.

Yo hubiese deseado bajar, pensaba que en los sótanos no habría nadie y tendría ocasión que mi plan llegase a buen término, pero no quería contradecir a mi adorado, al que veía con aquellas estrechas tiritas tapando su calzoncillo de color azul oscuro con puntitas blancas y sus hermosas piernas, más como un fuerte y bello vikingo, al que entregar amoroso mi cuerpo que como un soldado egipcio de pacotilla.

En cuanto iniciamos la subida nos dimos cuenta que detrás, de lo que podríamos llamar el verdadero teatro, había otro mundo. Una sala idéntica a la que habíamos utilizado en el primer piso que estaba ocupada por la orquesta en la que alguno hacía sonar su instrumento para ajustarlo o afinarlo. En el segundo muchas pequeños habitaciones rotuladas, que pensamos eran los camerinos, en las que se oían voces cantar afinando o calentando la garganta y así en cada piso fuimos viendo salas de ensayo, vacías o por las sombras que notábamos a través de los cristales de sus puertas, ocupadas por gente que ultimaba su voz o repasaba su texto, oficinas o nuevos camerinos, esta vez vacíos.

A partir del quinto piso vimos que la planta no estaba dividida, no poseía paredes, pero sí llena de trozos de decorados de anteriores representaciones que descansaban hasta que los retiraran hacia otro lugar.

Al llegar a la séptima, más despejada que las anteriores, contemplé lo que me pareció ideal para mis planes. En una de las paredes laterales aparecía un hueco cubierto por una bella alfombra, con hermosas flores artificiales esparcidas sobre ella y un sofá precioso de los que había visto alguna vez en los libros de historia romana que llamaban triclinio, en el centro, tapizado y pintado con bellos y vivos colores como para recibir a un rey.

¡¡ Qué bien vamos a estar aquí !!, ¡¡ sentémonos !! - propuse a Antón.

Lo hicimos y en cuanto el culo de mi amigo se aposentó las tiras de cuero se separaron y pareció ante mi vista el enorme y sabroso bulto que formaban sus genitales, debajo del hoy calzoncillo azul con motas, de los que se abren por delante porque por suerte no llevaba en esta ocasión slip cerrados.

- Se te va a salir por ahí cuando estemos en el escenario - bromeé.

- No la apertura no es muy grande - la abrió para enseñarme que no podía salir su pene por el hueco que quedaba abierto y ante mis atentos ojos apareció una flácida, pero gorda y sonrosada polla, que no volvió a esconder.

- Yo llevo calzoncillos pero de pata, para que se viera tendría que salir por aquí - yo mismo hice salir mi verga por el borde de la tela separándola del muslo.

La vista de la polla de Antón y el haberme tocado la mía para enseñarle la posibilidad por donde podría asomarse, hizo que se me empezase a endurecer.

Tampoco la escondí de nuevo, antes bien la toqué, la estiré y retiré un poco el prepucio para que apareciese el rosado glande, de manera que se endureció totalmente en mi mano.

Está ansiosa por encontrar un hueco por donde penetrar - dije blandiéndola.

Antón que había estado mirando todos estos actos comenzó a imitarme poniéndosela también rígida.

El siguiente paso era quizá el más difícil, el que pudiera dar al traste, si lo rechazaba, con todos mis deseos.

Solté mi picha, alargué tembloroso la mano y se la toqué. Durante unos segundos que me parecieron eternos, se me quedó mirando a los ojos en total silencio, creía oír sus pensamientos dentro del cerebro, después alargó su mano e hizo un hueco en ella para acoger mi verga.

Después fue ya más fácil. Empezamos a masturbarnos a la vez y cuando la frase salió de mi boca.

¿Qué se sentirá al darse por el culo? - noté que a Antón se le ponía una cara de curiosidad extrema.

¿Probamos? - me propuso - pero debemos jurar que nunca se lo diremos a nadie, será un secreto entre nosotros.

Por mi parte ya está jurado - contesté apretándole, de nervioso que me puse, su pene de manera que lanzó un pequeño quejido.

No me la rompas por favor . . .

Mis manos trabajaron todo lo aprisa que pudieron quitando lo que encontró al paso para dejar expedito el camino hacia lo que deseaba "probar" mi amigo, pero mi mente avanzaba más rápidamente y le estaba viendo ya ante mí, desnudo totalmente, abrazándole, besándole y dejando resbalar las palmas de mis manos abiertas por la piel morena, caliente y sudorosa de su espalda y acariciar aquel culito duro y respingón, cuando realmente lo único que nos dio tiempo a hacer, antes de echarnos uno encima del otro sobre el triclinio y poner los vientres y pollas en contacto, fue soltarnos aquella ridícula faldilla y bajar nuestro calzoncillos.

Antón me dejaba hacer creyendo que, como en los problemas y demostraciones matemáticas, era más hábil, pero en esto era tan inepto y novato como él y al encontrarme más nervioso porque al fin estaba a punto de conseguir que follásemos, me atabillaba más y no acertaba a poner la postura adecuada para iniciar nuestra sesión de sexo.

Pude al estar debajo darme la vuelta y presentar, frente a aquella hermosa y dura polla, ofreciéndoselo con todo mi amor y deseo, el agujero de mi culo que antes lubrifiqué con saliva. Le guié y ayudé a meter por él su húmeda punta, recomendándole cuando debiera empujar o retirarse para no causarme daño y cuando estuvo suficientemente dentro de mi recto le avisé iniciase el movimiento compasado de la cogida.

En las primeras fricciones no encontré placer, más bien fue dolor lo que sentí, aunque sí noté por parte de Antón satisfacciones al movimiento pues comenzó a embolarme con mayor rapidez y fuerza y a lanzar al aire ruidos y gruñidos que traduje placenteros y creo que hasta le oí decir.

¡¡ Qué maravilloso es follar !!

¿Dónde se encuentra la aseveración que dejé escrita al principio de este relato, en la que aseguraba que mi primera vez no me dejó recuerdos gratos?

Cuando mi recto se humedeció suficientemente con el mucus del pre-semen de mi adorado amigo, mis nervios más calmados relajaron mi esfínter anal y cada frotamiento de la picha de Antón, tanto de entrada como de salida de mi interior, me producía un placer difícil de describir, el suelo comenzó a moverse hacia abajo.

Avanzaba suavemente todo el pequeño rectángulo cubierto de alfombra sobre el que estaba el triclinio donde permanecíamos echados. Al principio por ser el avance muy lento y estar tan dedicados al folleteo no nos dimos casi cuenta, después al sentirnos movidos, no hicimos nada más que mirarnos extrañados y ya un poco más tarde no podíamos hacer nada porque las paredes desaparecieron y nos encontramos suspendidos en el aire, como si estuviésemos en la mágica alfombra voladora de Simbad.

Cuando la plataforma paró su marcha, porque había llegado al suelo del escenario, se habían parado los movimientos de la maravillosa cogida, pero nuestros cuerpos continuaban unidos y enguilados por el pene que Antón llevaba en aquel momento bien metido en mi trasero.

Me vi sobre el escenario, con mi cuerpo extendido debajo del sublime de Antón y levanté la cabeza y miré en derredor. Me pareció ver cientos de ojos, en un montón de asustados rostros que contemplaban extrañados y estupefactos lo que se les había presentado delante.

El primero en levantarse del triclinio fue mi compañero de instituto, que al quedar de pie, miró aterrado los que le observaban con los ojos abiertos como platos. Llevaba solamente cubierta la parte superior de su cuerpo con la imitación de malla y aparecía entre sus desnudos muslos su polla mojada y aún medio dura. Se subió rápidamente los calzoncillos azules que descansaban sobre sus tobillos, porque la faldilla de tiras imitación cuero estaba caída sobre la alfombra, al lado de la mía, junto a mis mallas imitadas y los calzoncillos de pata que me había quitado y salió de la estancia como alma que lleva el diablo

Cuando pude elevarme, le seguí con el cuerpo al aire, no quise entretenerme en recoger la ropa, solo pensé en desaparecer de allí. Atravesé a la carrera el escenario. Notaba el balanceo de mi polla, también medio empinada, que me pegaba sobre los muslos y escapé de todos los presentes que ya eran conscientes de lo que estábamos haciendo tumbados en el triclinio de Cleopatra. Nos despidieron con grandes y sonoras carcajadas y hasta creo oí algún silbido y aplausos.

Cuando entré en la sala donde habíamos dejado la ropa los que allí permanecían, en corrillos de pie o sentados, se me quedaron mirando, extrañados que apareciese en pelotas. Antón estaba vistiéndose de calle y en cuando lo hice yo, solamente camisa y pantalón, salimos escopetados hasta alcanzar el exterior del teatro. Corrimos como locos durante un rato y al comprobar de pronto, que solo lo hacíamos nosotros que no nos seguía nadie, nos paramos, recuperamos el aliento, nos miramos y pregunté a una cara asustada y roja por la carrera, sin poder contener la risa.

¿Había empezado la función?

Reímos y reímos, apoyados contra la pared a pesar de las miradas de extrañeza que nos dirigió la gente que pasaba, hasta que el dolor de costado nos hizo parar y aún jadeantes iniciamos la marcha hacia su barrio.

Sabéis ahora por qué tengo mal recuerdo de mi primera vez y para los que deseen saber si se reinició la cogida que iniciamos en el triclinio de Cleopatra, les diré ya no era la primera vez sino la segunda cuando jodimos de nuevo, y de ésta si tengo un maravilloso recuerdo.

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