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El pirata me enamoró (4: Caribenho, Visita a Ven)

en Gays

EN "VENEZUELA CHICA"

La primera noche que pasé en " Venezuela Chica" la hacienda de D. Pedro, tanto su hijo como yo, nos encontrábamos nerviosos y cansados después del recibimiento que fuimos objeto, nos acostamos muy tarde por la larga tertulia posterior a la cena, ocurrió al ir a dormir el suceso de la cristalera que transparentaba nuestras acciones sexuales y cortaba radicalmente mi intimidad, no permitiéndome librar mis expansiones sexuales, de forma que solo hicimos un simulacro de cogida, fue solamente descargar el exceso de semen acumulado en nuestros depósitos seminales.

No se oyó posteriormente ningún ruido que molestase nuestro descanso, no oímos siquiera los gallos cantores y nos levantamos cuando ya brillaba el sol en un cielo diáfano y azul. Aprovechamos aquella jornada nocturna para descansar y recuperar fuerzas, no se volvieron a unir en las horas siguientes nuestros genitales, ni siquiera al despertarnos, como solía ser costumbre.

Durante todo el día siguiente no tuve ocasión de estar a solas con mi amor, como mi cuerpo reclamaba y cuando penetramos, anochecido ya, en la estancia donde íbamos a descansar, tenía mi pene duro y preparado para frotarse contra los interiores del cuerpo de mi novio. Comprobé habían puesto unos cortinones gruesos en los cristales que daban a la habitación de Gastón, por lo que me lancé sobre mi acompañante y comencé a desnudarle.

Incansable admiré de nuevo su perfecto cuerpo, recorrí con mis manos y lengua sus carnes duras y morenas, recibí nuevamente el calor de su juventud y el embriagador perfume que exhalaba su piel. No me cansaba de disfrutar de estos dones que la sabia naturaleza le había dotado. Comencé arrodillado junto a él, besando, abrazando y lamiéndolo, mientras mi amor permanecía echado sobre la cama dejándome hacer, ofreciendo y entregándole todo mi ser.

Después, cuando su verga me pidió, inclinándose hacia mi boca la metiera en ella, la lamí como sé le gusta y cuando su cuerpo estaba preparado para darme su semen, me coloqué de manera pudiera ayudarle en las idas y venidas de su cuerpo, hasta que ambos nos derramamos, esperándonos, para gozar a la vez.

Cuando despuntó el día y oímos alegres cantos de gallos en el corral cercano, fui yo quien busqué sus entrañas y deposité en ellas mi juvenil hombría, quedando después nuevamente dormidos hasta que oímos ruidos y movimiento en la casa. No recuerdo si durante aquella noche, semi dormidos, con los ojos cerrados por el sueño habíamos hecho nuevamente el amor como muchas veces sucedía.

Pasaron rápidos y felices tres días. Una luz opaca y tamizada atraviesa el ventanal que da al lago. Gabito se ha levando antes y ha bajado hasta la enorme cocina a buscar hambriento algo para el desayuno, porque siempre, después de follar, dice le entra un hambre voraz, y yo, en la habitación compartida con el dueño de mi amor, ya limpio mi cuerpo, me coloco algo de ropa sobre mi desnudez y salgo a la pequeña terraza que se asoma a la enormidad de agua a mis pies, para disfrutar de la vista de un paisaje excepcionalmente hermoso.

El lago Marcaibo, el más extenso de América del sur, se extiende hasta donde la vista me alcanza, me han dicho mantiene el nivel de sus aguas por los más de 135 ríos importantes venidos de las selvas cercanas y miles de cascadas y regatos que fluyen constantemente sobre él. No es excesivamente profundo, treinta metros por la parte más honda, pero la inmensidad de agua dulce que esta depresión acumula, le hace parecer desde donde la contemplo, un verdadero mar, sometido incluso a mareas idénticas a los abiertos al océano.

Una gran acumulación de vapor de agua, debida a la intensa evaporación sufrida por el calor tropical que disfruta, ha formado durante la noche, una gigantesca y blanquecina nube pegada a su acuático suelo. Esta enorme masa gaseosa blanca, cubriéndole por entero, me prohíbe la idílica visión de las múltiples barquillas y canoas de los pescadores indios, salidas a las primeras horas del anochecido que se repartieron por toda su superficie y extendieron sus redes para extraer la riqueza de sus aguas. Me ofrece a cambio una imagen especial, como si me encontrase en el cielo, contemplar las nubes por debajo de mí.

Solamente una vez pude contemplar algo parecido. Habíamos subido a una alta montaña. Nuestro ascenso lo habíamos hecho sin ver el sol, porque una intensa niebla nos lo ocultaba. Al alcanzar un montículo apareció, por encima de nosotros un cielo completamente azul y el radiante disco diurno, lanzando sus luminosos rayos con fuerza hacia la tierra. A nuestros pies quedaba una blanca masa algodonosa, inerte, retorciéndose por sus bordes para llenar todo el valle, que alguien a mi lado llamó "mar de nubes". Efectivamente parecía un verdadero mar con millones de olas levantado su blanca espuma por su superficie. Siempre recordé impresionado aquella visión.

 

A mi llegada había sido muy bien recibido por todos los habitantes de la hacienda excepto por tía Eulalia. Ya la misma mañana de regreso de la ciudad, me saludó de una manera un tanto extraña, con una voz y sonrisa forzada que la educación ha enseñado a las damas consideradas de alcurnia, pero con una frialdad de hielo en su gesto. Me pareció una de esas personas que captan, como si dispusiesen de radar, la extracción social de su oponente y mi nacimiento y antecedentes familiares no debieron gustarle demasiado.

No creo notase nuestro amor, pero intentó por todos los medios buscarme un lugar donde dormir lejos de mi querido Gabito. Comprobé tranquilizado que el deseo de aquella manipuladora mujer no era mi alejamiento de su sobrino, sino dejarle el campo libre para pasar hasta la habitación de su hija Marina, porque intentó, que el cuarto de Gastón, pasase a ser donde durmiese su joven hija.

Mi novio comprobé era ajeno a tantas maniobras facilitadoras de sexo hacia su prima, disfrutaba feliz del aire marabino, de las vistas que le proporcionaba su querido lago y de los múltiples reencuentros y saludos de los que, enterados de su vuelta, pasaban por la estancia a saludarle o rendirle pleitesía y amistad y no estaba deseoso de sexo pues se lo proporcionaba yo a su satisfacción.

La celestina Eulalia no pudo conseguir su propósito porque Gastón y yo nos opusimos frontalmente a él.

- ¿Quieres mi amor esté toda la noche despierto esperando con el culo destapado y abierto, puedas escaparte de tu habitación? - le dije casi lloroso, temeroso de perderme las maravillas nocturnas que disfrutábamos.

Gastón no fue tan explicito en sus palabras, solo se le quedó mirando con la cabeza baja y la vista al suelo, después de preguntar.

¿Gabito deseas me separe de ti?

Sentí celos porque creo esta pregunta hizo más presión en la voluntad de mi novio que la mía.

Dejar actúe yo.

No se volvió a hablar del asunto del cambio de habitaciones, solamente aquella noche encontré en la nuetra dos camas más estrechas que las existentes anteriormente, separadas por una mesilla. Ante mi mirada inquisitiva mi novio respondió.

Esto no pude evitarlo, creo a todos parecía anormal durmiéramos en la misma cama.

El que va a salir perdiendo serás tú, descansarás pegado a mí, en una mucho más estrecha, porque no pienso ceder el privilegio de compartir un lecho contigo.

¿Qué te hace pensar no es lo que yo deseo también? - preguntó riéndose Alex.

No supe contestarle nada más que abrazándole y desnudos como estábamos, bajar mi mano hasta su virilidad para comprobar si estaba dura y en condiciones.

Respondió de inmediato a mi acción, buscó mi cuerpo con sus labios y manos, lo recorrió entero dándole suaves caricias y algún pellizquito en las zonas que sabía más sensuales y al final del recorrido, buscando mi polla, la metió en su boca para chuparla, recordando hacía con su dedo pulgar durante sus infantiles sueños. De aquel dedo solo sacaba dormirse tranquilo, de este sacó un chorro de semen que tragó goloso.

Para darle todo el placer que merecía, hice lo mismo con su dura polla, pero no le dejé correrse en mi boca, porque cuando noté la subida de su flujo seminal, la introduje en mi cuerpo para terminar su acción dentro de mí.

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Marina me había obviado claramente desde el primer día. Me señaló con claridad con la falta de miradas cuando pasaba a su lado, no existía para ella, era invisible y aunque comía y dormía en aquella casa, no se percataba.

Sin embargo desde el fracasado intento de separación nocturna para dejar el camino libre a su primo, comenzó a coquetear de una manera abierta conmigo. Acepté esta nueva posición de la chica, que achaqué al deseo de celarle y despechado se acercase a ella.

Se preparó una visita a "Venezuela Chica" para que Gabito viese los cambios en la hacienda durante su ausencia. Dos carruajes se encargarían de trasportarnos. Uno más grande y pesado, tirado por cuatro caballos, que en Sevilla llamábamos percherones, llevarían los criados, las viandas y todo lo considerado necesario para dos días y una noche.

Dormiríamos en Rosario, aldea india del interior, situada a varias leguas del lago. Era lindero de la actual propiedad, cuyas tierras había comprado el abuelo de D. Pedro a sus habitantes. Fueron las primeras añadidas a las iniciales con que había nacido "Venezuela Chica".

Como condición de compra D. León ofreció a toda la tribu guajira, habitante en ella, trabajo en la hacienda donde recibirían una soldada. Además les permitió seguir utilizando y administrar por medio de sus leyes, casas y tierras de alrededor que parceló en pequeños huertos para su explotación.

En Rosario el bisabuelo de Gabito había construido una casa de madera, al estilo de la región que se mantenía cuidada y habitable por los guajiros de la aldea.

La excursión pretendía enseñarnos las posesiones que, siguiendo la orilla acuática iban desde la casa principal hasta Proterito, desde allí internarnos hasta la aldea de Rosario donde haríamos noche y regresar por la parte contraria recorriendo el interior, para contemplar las plantaciones de secano, pasando por San José hasta Barranquitas y volver después a casa por la orilla del lago.

El otro vehículo, una antigua carroza, transformada y guardada para ocasiones especiales, iría tirada por otros cuatro caballos, más finos, inquietos y estilizados, de los llamados de monta,

Eran las primeras horas del amanecer, habían cantado hacia rato los gallos, el sol no había aun asomado por el firmamento pero clareaba el día por las montañas del este, cuando nos sentamos D. Pedro, Eulalia y su hija, Gabito y yo y los dos carruajes comenzaron a avanzar.

Cuando me asomé por la pequeña ventana, abierta en la puerta, contemplé a Gastón sentado, serio e impasible, al pescante, agarrando las riendas y dirigiendo la reata de nuestro vehículo.

Disfrutábamos de suficiente luz para conducir los caballos por los irregulares caminos de tierra apisonada que bordeaba el lago. Contemplábamos durante nuestra marcha la hierba de los campos cubierta de una gruesa capa de rocío a la espera de convertirse en agua cuando calentase el sol. La enorme evaporación de la zona, servía de riego a las extensas praderas de feraces pastizales, cuyos tiernos, suficientes y verdes pastos, alimentaban y engordaban un gran rebaño de ganado vacuno.

La temperatura en este lugar de Venezuela nunca es excesivamente baja, pero acostumbrados al calor, antes del inicio del viaje, los previsores criados, habían colocado dos mantas de viaje para cubrir nuestras piernas por si lo considerábamos necesario. La nuestra, contrarios a la marcha, tapaba a Marina que había conseguido sentarse en medio y los hermanos Eulalia y D. Pedro, en el asiento de enfrente, compartían la suya.

Gabito y yo nos miramos por detrás de la joven pensando lo mismo, estábamos perdiendo la oportunidad que nuestras piernas viajaran pegadas y realizar alguna descuidada y agradable caricia genital, disimuladamente, de vez en cuando. Tendríamos que esperar hasta la primera parada, calculada a las dos horas de marcha, para cambiarnos de lugar.

No habían pasado ni cinco minutos cuando D. Pedro por no haber descansado adecuadamente, por su edad o por sentirse agradablemente mecido por el suave traqueteo del carruaje, comenzó a cerrar los ojos, terminando por sorprendernos con pequeños ronquidos. Eulalia también cerró los suyos, como dormida, pero me pareció su respiración la delataba bien despierta y avizor.

La prima de mi novio, lo mismo que nosotros, llevaba las manos apoyadas en la manta, que estirada disimulaba la posición de las piernas bajo ella y haciendo acariciaba su rostro dejó, al descenderlas de nuevo, apoyada una mano sobre mi muslo, dirigiéndome a la vez de soslayo una mirada observadora de mi reacción.

Durante los minutos siguientes Marina no movió la mano, esperando comprobar si los que viajaban enfrente corregían, con una dura y reprobable mirada su posición y bien porque estaban dormidos o consideraron natural el lugar que su mano ocupaba, permanecieron impasibles. Tranquilizada ya, comenzó a mover sus dedos, como si teclearan sobre un piano invisible y a la vez para disimular, cerraba sus ojos y movía su cabeza como si siguiera una melodía que se desarrollase en su cerebro. Lo extraño de su actuación era movía sus dedos no en horizontal, como se hace con este instrumento musical, sino verticalmente a lo largo de mi muslo, intentando la búsqueda de otro "instrumento" menos sonoro, para tocarlo.

Seguí mirando de frente, intentando parecer no me daba cuenta, pero instintivamente mi cuerpo hizo un movimiento de retroceso, alertó a Gabito, quien por detrás de la cabeza de su prima, le vi sonreír humorísticamente, haciéndome señas graciosas y burlonas. Se reía de los apuros que pasaba, porque los dedos, siguiendo la melodía, no creo se desarrollase ahora en interior de su mente, sino muy dentro de su vagina, estaban encima de un sitio prohibido de mi cuerpo, donde encontraron lugares calientes y endurecidos.

Eché para atrás todo lo que pude mi cuerpo contra el asiento y carraspeé avisando de un peligro inminente, a la vez dirigía ostensiblemente mi mirada hacia su madre, en la que quise notar sus pestañas no cerradas del todo y el borde de sus labios frunciéndose, no sé si aceptando o reprobando la acción de su hija o la mía, porque no permitía continuar aquella sutil manera de sobar mi mástil, que aunque rechazaba, se había puesto tenso y duro.

La mano se retiró, para disimuladamente rascarse el mentón y cuando se posó nuevamente sobre la manta, lo hizo en un sitio neutral.

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La hacienda de D. Pedro, que un día heredaría mi amor era enorme. La había empezado a construir y trabajar, aunque en aquel entonces era mucho menos extensa, porque tanto el abuelo, como el padre de mi novio, la habían aumentado muchísimo, D. León de Todos los Santos, bisabuelo de Gabriel Alejandro, nacido en Marcaibo en el seno de una familia criolla, orgullosa de su limpia sangre española, cuyos antepasados oriundos de tierras castellanas, habían llegado a Venezuela hacía más de dos siglos, presumiendo de rancia nobleza.

D. León amaba hasta el paroxismo los lugares venezolanos donde había nacido y sobre todo el lago que pudo contemplar en cuanto abrió sus ojos, lo que le hizo recorrer, durante su niñez y juventud, numerosas de veces sus aguas en canoa o barquillas y sus orillas y tierras cercanas en multitud de excursiones, acompañado siempre de un indio carioca, su criado, sombra y mejor amigo, con un rifle a la espalda y la pólvora y pedernal preparados para defenderse de los indígenas guajiros, no amistosos con los hombres extraños que se acercaban a sus tierras.

De aquellas expediciones obtuvo más amor hacia los bellos parajes y el maravilloso y entregado de una joven y bella india guajira, a la que se unió en matrimonio, según el rito de su tribu, en contra de todos los pareceres familiares.

Abandonó la ciudad de Maracaibo y a toda su familia que le repudió y desheredó, estableciéndose en la orilla del lago, zona despoblada de blancos entonces, en el embrión de lo que hoy es la hacienda de D. Pedro, en una pequeña parcela una parte compró y recibió el resto como dote de la tribu guajira a la que pertenecía su esposa.

Su linde más cercana al Océano Atlántico, es decir la oriental o este, por donde aparecía todos los días el sol, empezaba actualmente en la aldea de Proterito, que seguían poseyendo y utilizando el primer embarcadero de madera que construyó su bisabuelo y permitió a la gente que vivía en los alrededores, cuando sucedieron estos hechos, allá por 1680, mientras reinaba en nuestra nación el último de los Austrias, el idiotizado Carlos II, amarrar sus canoas, agruparse y construir sus casas lacustres encima del agua, amarradas fuertemente al nuevo embarcadero, único lugar que podría resistir los embates y crecidas del lago y permitirles pescar y desarrollarse sin peligros.

Todo esto me lo fue contando mi novio, emocionado de poder exaltar la labor, el trabajo, empeño y la capacidad de sus antepasados, mientras avanzábamos hasta el lugar donde íbamos hacer nuestra primera parada y tomar un tentempié.

Si describo toda la belleza, trabajo realizado, sembrados, cobertizos y ganado visto y Gabriel Alejandro explicándome con detalles de raza, sabores de su carne y fanegas de cereales cosechadas, de aquella maravillosa y cuidada hacienda, este relato sería excesivamente largo, por ello me voy a limitar a narrar solamente los principales y excitantes hechos sucedidos que me atañeron durante la excursión, de los que no dije nada cuando ocurrieron, pues pensé nadie se había dado cuenta, pero tanto por las inquisitivas miradas de la tía Eulalia, como las tranquilizadoras de Gastón, a quien nada se le escapaba a su observación, noté vislumbraban sucedido algo.

Habíamos dejado la aldea de Proterito y avanzábamos perpendicular al agua, adentrándonos en tierras más secas, perfectas para la siembra del maíz. Teníamos ante nosotros ojos unos extensísimos campos de verdes y robustas cañas altas y copeadas, perfectamente alineadas, con sus largas y anchas ramas protegiendo el crecimiento de las granadas mazorcas, nacidas pegadas al tronco que solamente esperaban el avance del el tiempo y el caliente sol madurara sus granos y los cambiase su color, hasta alcanzar un bello dorado como el cabello de mi amor.

A petición de D. Pedro, paró la carroza en un borde, para permitirle penetrar entre sus hileras y satisfacer unas urgentes necesidades fisiológicas. Cuando bajó, pareció transmitir urgencias parecidas en alguno de nosotros, entre ellos a mí. Me adentré entre las altas y verdes plantas para ocultamente satisfacer mi vejiga. Cuando mi pene dejaba salir tranquilamente el chorro de orina, vislumbré entre la vegetación se acercaba una sombra y creyendo fuese Gabito, me volví manteniendo en mi mano la flácida polla chorreante. Quise morirme del susto porque quien estaba delante era Marina. No se asustó de la escena contemplada, sino avanzó decidida hacia mí y quitando mi mano de la verga, la tomó y sacudió para soltar las últimas gotas de orín, comenzándola a masajear, mientras intentaba besarme en la boca.

-Estoy locamente enamorada de ti y te deseo - le oí decir con voz ronca y cara muy encendida.

Todos sabéis esa zona tan erógena no necesita saber quien la mueve o agarra y sin que mi cerebro o intención interviniera en absoluto, se comenzó a endurecer, de manera que la joven, olvidándose de si sus vestidos se manchaban, se arrodilló en la tierra y metió enteramente mi polla en su boca. Me la han mamado muchas veces, aunque siempre han sido hombres quien lo ha hecho, pero mi verga no distinguió esta vez entre labios y lenguas, porque después de varios chupeteos rápidos y bien dados, lloró y vertió sus gruesas lágrimas, en forma de blanca lefa, en la boca de Marina, quien se tragó melosa y ansiosamente todo mi semen.

Regresé a la carroza el primero, no quise sentarme al lado de mi amor avergonzado de lo que acababa de dejar hacer sobre mi virilidad, sin embargo Marina, cuando entró en el carruaje, miró sonriente hacia su madre probablemente intentando hacerle partícipe de su triunfo y desafiante a mi novio, se sentó tranquilamente en medio de nosotros dos y cerró sus ojos sonriendo con cara de enorme satisfacción.

Comimos de una manera totalmente campestre en un lugar en el que solían hacerlo los potreros. Lo habían acondicionado perfectamente los que marchaban en el primer vehículo que nos adelantó mientras visitábamos los campos. Habían asado, al estilo de la región, con un hierro atravesándole de punta a punta y colocado, mediante unas grandes montonadas de rocas, encima de unos leños ardientes, un ternero joven, que mató y preparó adecuadamente untándole de las especies tradicionales, un pesero, nosotros nombramos en mi tierra matarife, lo que unido a la gran cantidad de comida fría transportada, resultó una mesa de reyes para los numerosos trabajadores, invitados al festín, que ejecutaban sus labores en esta parte de la hacienda.

De nuevo en la carroza, por la tarde, disimulé encontrarme mal para no hablar, insinué la comida me había hecho daño. Realmente me sentía avergonzado y enfermo, no por la ingesta de comida, que casi no probé, aunque estaba deliciosa y muy sabrosa, sino por haber dejado mi pija penetrar en la boca de aquella asquerosa mujer que llevada triunfantemente sentada a mi lado. Llevé los ojos cerrados todo el tiempo para hacer más creíble mi dolencia y lanzaba algún suspirado ¡Ay! cada cierto tiempo para que se oyera en el interior.

El cuidado dispensado por mi asustado novio, no dejó de mirarme e inquirir mi estado durante todo el trayecto, prohibió a aquella licenciosa y obsesa sexual me molestase con tocamientos disimulados, aunque cada vez que abría los ojos encontraba los suyos sobre mí, haciéndome muecas de asentimiento e incontrolado deseo, animándome a meter mi mano hasta tocar las partes pudendas, que seguro llevaba abiertas y mojadas por debajo de sus largas faldas que había levantado hasta sus rodillas solicitando frescor.

D. Pedro después del ternero asado, de las cecinas y chacinería ahumada y de los quesos y dulces, durmió inquieto durante todo el viaje de la tarde, solo solicitó, una de las veces que despertó, a Gastón parase tras unas rocas existentes al borde del camino, para vaciar su estómago. Devolvió, echando la culpa al traqueteo de la carroza, parte de lo que rebosaba. Le ayudó el mismo criado, bajando rápidamente del pescante sosteniendo la cabeza y un solícito Gabito. Aunque sentía enormes deseos de orinar, aguanté las ganas, porque vi en Marina unos ojos atentos y ardientes, dispuestos a bajar tras de mí y ayudarme durante la micción.

Al llegar a la casa del bisabuelo, como la llamaban en la aldea, se había puesto el sol, pero aún faltaba bastante tiempo para que nos cubriese el manto de la noche. Tranquilicé como pude a Gabito, preocupado por lo que me pudiera pasar y le pedí atendiera a los demás, preferentemente a la colonia india guajira que se había acercado a verle y saludarle.

Nada más penetrar en la casa pregunté a una mujer que me pareció empleada en ella.

¿Dónde voy a dormir, no deseo cenar y quiero acostarme rápidamente?

La casa del bisabuelo poseía en el piso superior cuatro habitaciones de un solo lecho y una la principal, con dos enormes camas y una amplia terraza con vistas al lago.

Eulalia, tomando rápidamente el mando intentó ser quien distribuyera los cuartos, pero antes lo hiciera se le oyó a Gabito.

No me gusta dormir solo, me quedaré con la habitación de dos camas.

Eulalia sonrió aviesa. D. Pedro se había apartado sin atender al reparto, deseándome al marchar hacia el amplio salón donde estaban reunidos los principales de la aldea, que lo mío no fuese importante. Gastón, sin dejarse notar, estaba como una sombra al lado de su protegido, miró hacia mí intentando ver mi reacción. Marina en cuyos ojos y labios leí una concupiscencia extrema, se hizo la desentendida pero avizor calculaba con quién podría pasar la noche y yo, pleno de angustia y vergüenza por haber fallado a mi amor, muerto de hambre porque mi estómago estaba totalmente vacío por lo poco que comí al mediodía para disimular mi dolencia, me preguntaba donde tendría Gastón escondido el curare para envenenarme.

Me fue asignada la habitación más lejana a la utilizada por mi amor. Tomé una bolsa conteniendo algunas de mis cosas de aseo y dormir, me encaminé hacia ella y cerré el pestillo de la puerta al entrar, para evitar nadie penetrase sin mi permiso y me arrojé lloroso sobre la cama pensando que si no me masturbaba, no tendría aquella noche donde depositar mi semen.

Desde el lecho donde me había recostado oía los ruidos producidos abajo, voces de criados mientras servían la cena y apuraban a las mujeres de la cocina, puertas abrirse o cerrarse y prisas en todos los que habían acudido a ver, ayudar o cumplimentar a D. Pedro y familia.

De pronto oí unos suaves golpes en mi puerta y al repetirse y escuchar la voz queda de Gastón pidiéndome le abriese, hicieron corriese el pestillo y le dejase penetrar en mi habitación.

Cerró de nuevo la puerta, después de asegurarse no había nadie vigilante, se acercó a mi preguntó.

¿Qué ha pasado hoy realmente?

Convulso y llorando de vergüenza abracé aquel maravilloso amigo y conté lo ocurrido con Marina durante toda la jornada.

Me lo temía - musitó, poniendo su mano cariñosamente sobre mi hombro.

Me dijo entonces había oído cuando Dª Eulalia recomendaba a su hija intentase enamorar a su primo para perpetuar su estancia en la casa y le diera celos si no la hacía caso.

No sé hasta que punto conoce Dª Elvira a su hija, para ella amor es sinónimo de sexo, por ello intentó colarse en la habitación contigua a Gabito. Me han asegurado, lo saben bien todos los jóvenes que viven cercanos, sufre lo llamado vulgarmente "fulgor uterino". La abstinencia sexual prolongada la vuelve hasta peligrosa, al no poder satisfacerse con Gabito lo ha intentado contigo.

Deja esta habitación, duerme en la cama queda libre en la utilizada por mi ahijado, al que sé amas mucho. Cuéntale lo ocurrido, comprenderá y yo dormiré por ti en esta cama.

Si no fuese porque no me atreví, hubiera dados dos besos a aquella boca que perdonaba mi acción y me devolvía optimista y esperanzado al lado de mi amor y podía además aprovechar la noche.

Cuando Gabito penetró en la habitación solicitada para sí, me contó después pensaba pedir a Gastón cambiase su lugar por el mío, aunque esté conocedor siempre de sus pensamientos se le había adelantado. Se acercó a la cama donde permanecía acostado y desnudándose intentó penetrar en ella, olvidando la vacía de al lado.

- Mi amor antes quiero confesar una terrible traición que he cometido.

Se sentó al borde y tomando sus manos le conté detalladamente lo ocurrido, sin omitir mi culpa por permitir a mi polla entrar en la boca de la joven. Me escuchó en silencio y cuando intentaba levantarme y ponerme de rodillas a implorar su perdón, vi se decidía a contestarme.

- Valen, ¿se parece una mamada de una mujer a la que nos hacemos entre nosotros?

En aquel instante no supe si continuar hablando, abrazarle o retorcerle el cuello.

Comprenderéis qué hice, porque imaginar a mi amor enfadado y pasase un día sin que practicáramos nuestro amor físico, era para mí un suplicio impensable de soportar. No fue tan buena la cogida como la que solíamos hacer en nuestra cama habitual, siempre se extraña un nuevo lecho, pero quedé satisfecho sobre todo cuando me comunicó había pasado un mal día, no solo porque me había visto enfermo, sino porque pensó no podría ocupar su verga aquella noche.

No supe si Marina se había acercado a la habitación que creyó mía, porque Gastón no me explicó absolutamente nada cuando le vi por la mañana y no me atreví a insistir cuando beatíficamente le señalé.

Tienes los ojos hinchado y . . . . . .

No me dio tiempo a continuar . . . y una sonrisa extraña en la cara . . . se dio la vuelta sin respuesta. La sonrisa creí percibir se hizo mucho más amplia al alejarse

Se terminó felizmente la excursión, llegamos a la casa principal cuando se ponía el sol del segundo día de nuestra marcha y comuniqué a todos, me encontraba mejor, dándoles las gracias por su preocupación.

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