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El puto

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EL PUTO

Hemos terminado satisfactoriamente lo que habíamos iniciado hace casi una hora. Nuestros cuerpos, después de haberse besado, abrazado, acariciado, lamido y follado, exhaustos y sudorosos después de la entrega mutua de nuestra hombría, porque nos hemos corrido a la vez, descansan extendidos y derrengados sobre la abierta y revuelta cama de mi habitación.

Hemos quedado, vaciados nuestros testículos, boca arriba, silenciosos, mirando al techo. Estoy aún jadeante porque el acto que acabamos de desarrollar ha sido terriblemente excitante, pero también muy cansado para mí. He notado en esta ocasión en Fidel una entrega, un deseo de sexo y un ansia de tomar mi cuerpo, no de entregar solamente el suyo, como no le había sentido nunca anteriormente. Se que ponía siempre de su parte lo que de él dependía para que yo quedase satisfecho, pero lo de hoy creo ha sido diferente,

Para corresponderle y notase que también quería disfrutase de nuestra cogida, he hecho un superior esfuerzo, he arqueado más mi espalda para introducir mi verga en ángulo más directo en su cuerpo y me he movido de una forma rápida y desaforada durante la consumación del coito, de manera que la follada, a mis cuarenta y tres años, me ha supuesto un cansancio superior al de otras ocasiones.

Pero no ha sido el placer de la unión que hoy hemos realizado lo que ahora rememora mi mente, sino algo que he sentido mientras intercambiábamos nuestros jugos, una sensación que me ha causado miedo y que ha dejado un aviso en mi cerebro, que intento analizar ahora durante estos instantes de descanso.

- ¿ Has notado, por su parte, algo parecido al amor? - pregunta mi mente.

La forma en que me dio sus besos y recibió los míos, la manera que me abrazó, sus culebrinos movimientos de cuerpo cuando mi verga penetraba por el ano y le atravesaba sus entrañas, la cara de placer que mostró cuando mi semen penetraba a borbotones, que le ha hecho sentir y correrse al unísono, sin necesidad de frotar posteriormente su polla, como siempre he tenido que hacer en otras ocasiones, denotaban algo especial. Su piel me ha transmitido calores diferentes a los de otras tardes, había entre nosotros una compenetración que solo la complacencia amorosa puede conseguir y las sensaciones que me hizo sentir, al poseer de nuevo su cuerpo, además de placenteras por especiales, me han asustado y puesto a mi cerebro sobre aviso.

Mientras las pulsaciones del corazón y la frecuencia de la respiración me están volviendo a la normalidad, noto que Fidel a mi lado, repuesto mucho antes del folleteo por la juventud de sus diecinueve años, tendido sobre la cama, se voltea hacia mí. Se queda mirándome, parece dudoso de comunicarme lo que ocupa su pensamiento, por fin tensa su desnudo, esmirriado, delgado y escuálido cuerpo, que en este momento, seguro por el esfuerzo que le ha supuesto follar, ha adquirido un color entre rosáceo y morado y comienza a soltar palabras.

-No aguanto más, me voy a ir de mi casa - las escupe con rabia y enfado infinitos y en su cara puedo leer el odio que las motiva.

No le contesto, no me atrevo, no deseo verme metido en sus problemas, no puedo hacerlo. Me coloco en guardia porque intuyo no son consejos lo que desea oír de mis labios. Me parece piensa escuchar alguna cosa diferente, una propuesta que no puedo ofrecerle.

Conozco a Fidel hace más de un año y me he acostado con él varias veces durante este tiempo y puedo asegurar sin temor a equivocarme, que aunque no es bello ni atrayente, es el chico más bondadoso, sensible y cariñoso que he conocido.

- Hay un hombre que me han presentado, tiene varias discotecas para gays, él les llama club de baile, me ofrece la posibilidad de irme a Sevilla, donde me daría trabajo en uno de ellas, porque a pesar de mi falta de atractivo físico, del que soy consciente, cree puedo bailar con los parroquianos y ayudar en la barra del bar - comienza a contarme en voz baja.

No puedo decirle que es una ratonera lo que le ofrece ese hombre. Es vender el cuerpo por su medio, sin cobrar nada, tenerle semi esclavo, explotarle, exprimir su breve y débil juventud y las pocas fuerzas que posee, hasta que no dé más o sea capaz de huir.

¿Qué puedo ofrecerle yo? - me pregunto y al contestarme interiormente - nada, no le puedes ofertar nada - callo, miro hacia otro lado y solamente le acaricio su espalda marcada por las costillas que sobresalen en la delgadez de su desnudo cuerpo.

- - - o o o - - -

Conocí a Fidel una tarde desapacible y ventosa, en la que el firmamento gris y oscuro amenazaba lluvia. Una enorme boina negra se había colocado sobre el cielo y hasta que no descargase toda el agua que contenía, no parecía alejarse. Cuando el tiempo está así de triste y desangelado, mi fuerza espiritual decae y entonces salen a la luz mis vicios, los fuertes deseos sexuales que tengo escondidos en mi interior y que pienso mantengo bien amarrados se sueltan y me piden les deje actuar.

El estado de nerviosismo y excitación en que me encontraba desde la mañana, llevaba resistiendo mucho tiempo sin descargar mis testículos con algún ser masculino como yo, no me habían permitido dejar de pensar en cosas sucias, camas revueltas, revolcones sexuales y corridas escandalosas durante la celebración de mis deberes diarios y preparar otro alimento al mediodía, que un bote de legumbres abierto, calentado y tragado de manera apresurada.

Después me había sentado-recostado, como hacía por las tardes, en una vieja y cómoda butaca de cuero brillante por el uso, intentando dar una cabezada reparadora porque, además que me levantaba siempre muy temprano, había mantenido ese día una lucha interior agotadora para no ceder a las tentaciones que solicitaba cierta parte de mi cuerpo. Al notar me era imposible permanecer quieto y encerrado en casa, decidí salir a la calle.

Para los desplazamientos por el barrio y la ciudad utilizo una motocicleta marca Guzzi, bastante vieja, pero que a base de cuidados y reparaciones aún me sirve suficientemente. Estaba como siempre apoyada en el borde de la acera, frente a la puerta de la casa en que vivo, una pobre planta baja situada en un estrecho y maloliente callejón sin salida, tras la iglesia parroquial del barrio. Monté en ella, la puse en marcha y sin rumbo fijo me dirigí hacia el centro de la villa.

Miento al escribir sin rumbo fijo, eso era lo que me decía "in mente", para justificarme, pero en el fondo de mi cerebro sabía bien que me engañaba, conocía hacia donde iba encaminado y cual era la finalidad de aquel viaje.

La ciudad tiene, casi en su centro geométrico, un bonito y extenso parque. Hay una parte de él, en uno de sus laterales, el que orienta al sur, en el que grandes, altos y frondosos árboles centenarios, crecen entre descuidada vegetación. Entre ellos existen zonas, casi escondidas, con el suelo de verde y jugosa hierba, que permiten echarse y que, por estar en sombra y en semioscuridad pues el sol no llega hasta ellas, en cuanto el día empieza a declinar, se desarrolla, escondido de las vista de transeúntes o paseantes, el comercio del sexo gay.

Mi motocicleta, como llevada por unas manos invisibles, se dirigió directamente hacia ese lugar. No por casualidad, los bancos que la bordean, los que dan a la carretera que la lindea, son los que suelen estar ocupados por los muchachos que venden su cuerpo, saben que desde allí pueden encontrar fácilmente clientes para marchar con ellos o para adentrarse en la espesura y efectuar ardorosos allí mismo, tendidos entre la densa vegetación, el urgente negocio carnal.

Después de resistir en abstinencia el tiempo que puedo, cuando mis fuerzas siempre flaqueantes ceden, porque los deseos sexuales que se desarrollan en las partes bajas de mi cuerpo, salen vencedoras de las producidas en el cerebro, que me indica debo ser fuerte y no caer en la tentación de comprar sexo, me suelo acercar por allí.

Busco alguno de los chicos que pasean por la acera o están sentados, haciéndose los despistados, pero muy atentos a las señales de los paseantes y sobre todo de los que pasan lentamente en un vehículo, acuerdo con él el precio, le monto atrás en mi motocicleta y ya en mi semi escondida casa, satisfago y apago el fuego sexual de mi interior para una temporada, hasta que los rescoldos, que siempre permanecen encendidos, vuelven con el tiempo a levantar pequeñas llamas, que al convertirse en hoguera imparable, me obligan a regresar al lugar y repetir la operación.

Aquella tarde, quien estaba sentado, solitario, en uno de los bancos, era un chaval moreno, poca cosa, más bien delgado, que a simple vista no aparecía especialmente atractivo, que en vez de mirar de reojo, como hacen siempre todos los que buscan allí comercio carnal, me dirigió una mirada penetrante, en la que pude leer la necesidad de que alguien le contratase y llevase con él.

No sé por qué, pues su aspecto miserable y desamparado no me había atraído físicamente, le hice una seña invitándole a montar en el libre asiento trasero. Se levantó, sin decir nada y casi sin mirarme, montó tras de mí, se agarró a mis costados, esperó arrancase la moto y nos marchásemos del lugar. Ya en mi casa, sabiendo perfectamente lo que iba a solicitar de él, en cuanto penetró en mi habitación, se comenzó a desnudar en silencio mirando hacia el suelo.

Al contemplarle de nuevo mientras cerraba la puerta de entrada y descolgaba el teléfono para no ser interrumpido, y ante la actitud tan dócil, de tanta entrega que mostraba, me hizo pensar que, en esta ocasión, no había hecho una buena elección.

Imaginé que el chico era uno de esos viciosos, que con tal de satisfacer los deseos de su cuerpo, se dejan follar por quien sea, si cobran dinero mejor o que sabiendo que su sino era éste, venderse por la causa que fuere, no tenía fuerzas para quejarse o luchar y lo hacía y se entregaba con la mansedumbre y aceptación que me estaba demostrando.

Además era la primera vez que un chico de los que vendían su cuerpo, que traía a mi casa para apagar mis llamas sexuales, no me había dicho lo que cobraba, me hubiera pedido el dinero por adelantado y esperado a tenerlo a resguardo para comenzar a desnudarse y preguntarme lo que me gustaba más hiciéramos. Indudablemente sabía lo que se podía pagar por el servicio, pues ya he dicho no era la primera vez que ejecutaba aquella operación, pero su actitud me extrañó.

Me tranquilicé al pensar que, al no ser lo que se puede decir un joven apuesto y deseable, me siguió pareciendo realmente feo, ante la competencia que había en el lugar, aceptaba lo que le quisieran dar los clientes después de terminado el servicio.

Esta conclusión se afianzó cuando contemplé su cuerpo que estaba desnudando. Al quitarse los gruesos deportivos que calzaba, comprobé era demasiado bajo para su edad. Sus atributos sexuales, en consonancia con el desarrollo de su cuerpo, escondidos entre una rizada y breve pelambrera negra, serían considerados demasiado pequeños para muchos que le contrataran. Como soy activo y casi no los iba a utilizar, solo para acariciarlos, chuparlos y al final frotarlos, intenté despreocuparme de ellos.

Las nalgas que formaban su culo no eran excesivamente carnosas más bien aparecían un poco duras, faltas de carne, daba la impresión de hambre y necesidad y no ofrecía un aspecto que pudiéramos denominar muy sensual aunque para no desazonarme demasiado intenté imaginar que, si sabía mover bien su esquelético cuerpo, podría obtener al follarle suficientes satisfacciones.

Al verle esperando delante de mí, ya totalmente en cueros, delgado, desnutrido, se le marcaban todos los huesos del cuerpo, no sentí el calentamiento y deseo sexual que ejercieron otros chicos en el mismo lugar, hizo se creara una prevención o desilusión antes de iniciar el folleteo aunque al terminar aquella primera sesión, puedo decir se portó bien, a pesar que su cuerpo no era el mejor deseable, respondió a mis caricias, intentó ser agradable y que me sintiera a gusto mientras le follaba.

Lo mejor que recuerdo de aquel día fue que no mostró esa prisa por terminar, que suelen tener todos los "putos" o "chaperos", como se les llama también por estos lares, al ejercer el sexo con desconocidos, sin sentir ganas ni amor, que calculan el tiempo a dedicar según el pago cobrado, y cuando notan que el cliente se ha corrido, se pajean rápidamente a escondidas, para hacerlo ellos pronto y poder marcharse cuanto antes, salvo hayas contratado por tiempo o concertado dos o más polvos durante la sesión.

Lo poco que me contó aquel día fue que se llamaba Fidel y debería estar en su casa a una hora determinada si no quería tener disgustos, por ello me dijo, cuando le encontré estaba ansioso de contratar un cliente pues no había tenido ninguno aquella tarde.

En atención a su comportamiento, que me pareció honesto, me ofrecí a acercarle donde me dijera, para que llegase a la hora que tenía marcado retirarse. Lo dejé en una plaza que me señaló y para cumplir, pero sin intención de hacerlo, quedé le llamaría nuevamente para lo que le pedí su teléfono.

- No lo uso, puedes encontrarme en el mismo lugar todas las tardes - me propuso.

¿Por qué fui en su busca posteriormente? No sabría explicarlo. A pesar de todas las consideraciones que me hice en contra, volví a su encuentro y le llevé de nuevo a mi casa. Quizá sentí por él, más que deseo carnal, pena y conmiseración.

Después me acostumbré a su cuerpo, me llenó y gustó lo suficiente para gozar del encuentro y volverle a llamar de nuevo junto a mí en varias ocasiones. Fui conociéndole mejor y comprobé que como persona era dulce, dócil y cariñoso. Se le notaba incapaz de hacer ningún mal y mostraba mucha falta de cariño porque agradecía enormemente cualquier detalle cariñoso que se le prodigase.

Con el tiempo me explicó la razón de tener que ir tan pronto a casa, era por no encontrarse con su padre. Si hubiese hecho lo que éste le había ordenado, no hubiera podido asistir a las clases del instituto, que se impartían por la mañana. Ahora estudiaba el segundo curso de bachiller, rama humanidades, pues deseaba continuar sus estudios haciendo una carrera que le permitiese dedicar a la enseñanza.

Por contra su padre quiso dejase de estudiar cuando terminó la enseñanza obligatoria y recibió el diploma justificativo que le permitía iniciar su vida de trabajo, Quería lo hiciese en cualquier cosa y lugar y le había obligado a entregar semanalmente, en el domicilio, una cantidad fija de dinero que consideró ganaría por su edad.

Le había amenazado.

- Desde ahora ganaras dinero para poder vivir aquí. Tienes diecisiete años, edad de trabajar y traer dinero a esta casa. Si no quieres verte las caras conmigo, sabes lo que debes de hacer.. . .

- Las amenazas de mi padre se cumplen siempre - me dijo.

Me contó que para resolver el problema se colocó de recadista en una tienda de comestibles. Nada más terminar al mediodía las clases del instituto, sin parar siquiera a comer, comenzaba a llevar pedidos a domicilio.

La cantidad que le pagaban por viaje efectuado, a pesar de dedicarse toda la tarde a correr, para hacer los más posibles y recibir alguna propina, no alcanzaba a reunir la cantidad que le solicitaba entregase su progenitor, por lo que habían empezado los golpes y palizas, al pensar su padre que gastaba parte del dinero que ganaba trabajando, como a él le había hecho ver.

Cuando desesperaba de solucionar su problema, oyó de un conocido dedicado a hacer "chapas", lo fácil que era ganar dinero de esa forma y al ser gay, me lo confesó la segunda vez que estuvimos juntos, le pareció le costaría menos estar con hombres, pero había sufrido mucho al principio.

Vender el cuerpo y follar con gente a la que no amas cuesta demasiado. Además, habiendo cerca chicos más agraciados que yo, me ha tocado acompañar a las personas más viejas y desagradables, los que ellos no aceptan - me comentó.

Después, si quería ganar el dinero necesario para poder seguir en el instituto, se había tenido que acostumbrar, dejar de lado todos los sueños que tenía sobre el amor para cuando encontrase su persona afín.

No siempre he tenido la suerte de que me traten bien los que acompaño, algunos son mala gente que ha intentado no pagarme lo que he ganado con mi cuerpo e incluso viciosos golpearme para satisfacer sus deseos carnales u obligarme a hacer cosas que mi mente rechazaba.

No es la vida que hubiese elegido, pero me confesaba necesitaba pasase el tiempo, terminar los estudios y poder marcharse de su casa.

- Puedo, de esta manera, asistir a mis clases, estudiar, hacer los trabajos que me ponen en el instituto y entregar a mi padre el dinero exigido, como si estuviera trabajando, que es lo que cree.

Llegué a saber todo de su vida. Su madre había muerto y su padre se había casado en segundas nupcias con una mujer que aportó al matrimonio un chico de un año menor que él. Lo curioso de la actual familia de Fidel, era que quien le defendía y ayudaba en lo que estaba en su mano, era su madrastra.

Cierro la puerta de mi habitación para parecer estar dormido cuando mi padre y el hijo de mi madrasta llegan, alrededor de las once por la noche, mi padre toma unos vinos después de trabajar y Javier sale de paseo con su cuadrilla todos los días. Ella les dice que ya estoy hace tiempo en la cama. Me evita, de esta forma, crueles burlas, golpes y malos tratos.

El hijo de Marga, nunca le oí decir mi hermano, hacía causa con su padre y juntos le maltrataban, se burlaban de él, imitaban su voz infantil, que decían de chica y sus maneras de andar. Aunque intentaba disimular lo posible ante ellos, Fidel mostraba algo de pluma homosexual.

Le escuchaba atento y deseoso de ayudarle moralmente. Le fui tomando mucho cariño y temí, lo confieso, que me encontrase tan atraído por él, que me plantease cambiar el actual rumbo que llevaba mi vida.

Supe que el hermanastro notó rápidamente que, cuanto más "macho" se mostrase, más podía ascender en el estatus familiar y para ello martirizó, afeó, imitó burlándose y hasta llegó a pegar a Fidel delante de su padre, que no dijo, ni hizo absolutamente nada por evitarlo, sino quizá alentarlo.

- El hijo de mi madrastra ha comenzado a pegarme y mi padre le deja que lo haga. La única que es buena conmigo es Marga - me dijo uno de los días.

- No te dejes - le contesté, aunque sabía que el consejo no servía para nada.

Al contemplar su delgado y débil cuerpo, que se había pegado al mío buscando calor, desnudo a mi lado, porque siempre tenía su piel fría, pensé.

- ¡¡ Qué difícil lo tienes !! - y para cambiar el rumbo de la conversación.

-¿Qué tal se porta con tu nueva madre? - no quise utilizar la palabra madrastra.

Con ella bien, aunque no la deja tome ninguna iniciativa. Solo es malo conmigo y no sé las causas.

No podía decirle que seguramente su padre veía en él lo que quizá el mismo temió ser siempre. Suele pasar muchas veces, que personas que en algún momento se han sentido algo homosexuales, no admiten que su hijo lo sea, porque no piensen que es de su semilla gay de la que nació el vástago. Por ello, para negar su parte femenina, muestran ante los demás odio a su descendiente, intentan demostrar su machismo y hombría ante el mundo, apartándole de su lado y mostrándole que no es querido.

Sabía el lugar donde Fidel hacía sus trabajos del instituto, solía sentarse, cuando hacía buen tiempo, en el borde de piedra de una de las arcadas de la plaza porticada de la iglesia del Corazón de María, cerca del instituto donde recibía las clases si hacía frío o lluvia. O dentro, tras la cristalera, en una de las mesas de la cafetería donde compraba y comía el bocadillo de tortilla de patatas del mediodía y comencé a ir a buscarle allí cuando tenía deseos de disfrutar de su cuerpo en vez de acercarme hasta el parque donde se iba después a buscar clientes.

Cuando esto sucedía, sabía iba a ser yo su único acompañante y después de descargar los testículos, al no tener prisa hasta la hora de marchar, seguía llevándole, en mi motocicleta, hasta la misma plaza de la vez primera, notaba le gustaba quedar pegado su cuerpo al mío y mientras recibía caricias por mi parte y le peinaba con mis dedos su pelo, negro, largo y sedoso, me hablaba de la vida en su mal llamado hogar, los pocos amigos que tenía, sus estudios, sus miedos, anhelos y deseos para el futuro.

Para que pudiese quedarse en esos casos tranquilamente metido en mi cama, con su cabeza apoyada en mi pecho desnudo, caliente y sentirse amado y cuidado, le pagaba el doble de la cantidad que tenía por costumbre.

Yo era feliz a su lado y notaba que Fidel también lo era porque a veces le oía murmurar en voz baja.

- ¡¡ Si pudiera. . .!!, ¡¡ si alguna vez tuviese seguro un sitio así !!

Cuando le oía decir frases como estas, no me atrevía a contestarle, simplemente me hacía el sordo, sonreía, le seguía acariciando y si podía le daba más dinero.

No, dame lo de siempre - rechazaba mi mano - me puedo arreglar - pero tomaba contento, ante mi insistencia, todo lo ofrecido.

Descansaba en mí de tal forma sus pensamientos, desnudaba talmente su alma, confiaba en mí tanto y le fui sintiendo tan cerca del corazón, que llegué a tener miedo de enamorarme locamente de él.

Una de las últimas veces que me había hecho feliz, durante el descanso que siguió, se pegó como de costumbre al calor de mi cuerpo y me pidió perdón antes de comenzar a hablarme.

Siempre te estoy contando mis penas, pero eres la única persona a la que puedo confiarme, anoche oí una conversación entre mi padre y Javier. No sé si te he dicho que mi padre es fontanero, trabaja por su cuenta, tiene abierto un pequeño taller y sé que le va bien. Le prometía al hijo de Marga llevarle consigo y enseñarle su oficio en cuanto terminase el curso, para que se hiciera cargo de él en un futuro. Javier se lo agradecía con grandes signos de alegría y de pronto le preguntó.

- ¿Y Fidel?

Ese que deje su trabajo actual y le llevaremos de ayudante para que se haga un hombre porque no lo es. A esta frase siguieron grandes risotadas de los dos.

Noté en su pegado cuerpo, mientras me lo contaba, un escalofrío de miedo, al pensar en lo que se le avecinaba.

Por eso hoy me he asustado cuando he notado que Fidel me estaba demostrando amor cuando follábamos, y más después por la manera que me ha comunicado la marcha de su casa. No sabía si lo que hacía era una declaración amorosa, me solicitaba cobijo o era una manera de despedirse.

Entiendo que vivir allí tiene que ser un martirio y lo que se le presenta en un futuro un terrible suplicio, pero me digo que no soy nada para él, solo alguien que le paga el uso de su cuerpo y trata bien, tendré fuerzas para verle marchar.

No me queda otra alternativa que aceptar lo que me ofrece ese hombre - continuó añadiendo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Mi corazón se puso a crecer en mi pecho y pugnaba por salirse de él, mientras Fidel seguía desgranando sus miserias.

Un chico de mi barrio me ha dicho que el hijo de mi madrastra le ha preguntado si podía confirmarle que soy un "chapero". Veo lo ha averiguado. Esta noche se lo dirá a mi padre y probablemente terminaré en el hospital, será la confirmación de todos los insultos y golpes que hasta ahora he recibido por ser lo que llama "un asqueroso maricón de mierda que avergüenza a la familia".

Prefiero la vida que me espera en ese lugar de Sevilla, me ofrece escondite, posibilidad de poder seguir estudiando en mis horas libres. Se que dejaré gocen de mi cuerpo los que desee mi protector pero continuar aquí solamente me espera dejar de estudiar, golpes, vejaciones y tener que estar bajo el yugo de esos malvados durante todo el día.

Al no recibir contestación saltó de la cama y desalentado se vistió, mientras yo permanecía acostado mirándole, sin hablar. Cuando terminó, se acercó y me dio un beso. Noté en él toda la entrega, todo lo que sentía por mí, lo que me estaba pidiendo sin palabras, pero no reaccioné, recibí el beso como una despedida, un hasta nunca y vuelto de espaldas, salió despacio de mi habitación.

 

- - - o o o - - -

 

Solamente puedo decir en mi disculpa que soy sacerdote y párroco del barrio donde está la casa en que se ha desarrollado todo lo narrado y que, por lo que me obliga mi religión, pienso debo cuidar no solo del alma de Fidel, sino la de todos los demás feligreses que me han sido confiados por Dios.

Aunque me pregunto.

- ¿Entenderá el Eterno mi silencio, ante la clara petición de Fidel?

- - - o o o - - -

Nunca he pedido opiniones en los relatos que he enviado a esa Web, pero en este caso quisiera, ante la decisión que he tomado, que los que lo deseen me escriban dándomela.

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