miprimita.com

Bisbi

en Gays

BISBI

Son las doce de la mañana de un día soleado del final del invierno y aunque tengo al lado de casa una pradera, árboles, el estanque, los patos y las arboledas de rosas que empiezan a mostrar su capullos, del parque de Isabel la Católica, he preferido acercarme a las azules aguas del océano Atlántico que baña la orilla de la ciudad donde vivo.

El agua y el fuego, tan cambiantes, tan poderosos algunas veces y tan suaves y atrayentes otras, son lazos atávicos que han unido al hombre con la naturaleza durante toda su existencia. Por ello recuerdo que durante toda mi vida ambas fuerzas me han atraído irremisiblemente.

De muy niño, en casa de mis abuelos, cuando encendían la chimenea del salón, me sentaba en el suelo cercano al fuego, extendía mis cuadernos y miraba y remiraba las movedizas llamas que ardían en el llar, siempre elevándose diferentes y dejaba volar mi imaginación dibujando. Ahora la ocupación que me atrae es escribir y tanto la cercanía al fuego y al mar han inspirado mis relatos muchas veces.

Noto hoy un mayor movimiento de gente joven por las cercanías de la playa y el principal paseo de la orilla. Estamos de vacaciones de Semana Santa, por lo que he aprovechado para dormir más, levantarme tarde y salir de casa casi a mediodía, cuando los rayos del sol acarician el rostro. Hace buena temperatura y el astro rey alumbra y calienta el ambiente que se presenta casi primaveral.

Veo en la playa de San Lorenzo un nutrido grupo de jóvenes marcando líneas en el suelo de la mojada y fina arena. Unos señalan los límites de dos campos de fútbol, tienen incluso porterías de madera que clavan en el húmedo suelo que las aguas han dejado libre hace poco y otros se visten y preparan para iniciar los partidos del campeonato intercolegios de fútbol-playa, que se celebrarán en este lugar durante la breve parada de los estudios por vacación.

Más allá, por la mitad de la playa, paseantes mañaneros han bajado sus perros hasta la orilla a hacer sus necesidades, que desaparecerán cuando suba la marea y casi al fondo, por la zona del Náutico, un grupo de unos cincuenta surfistas aprovechan las olas que forma el mar, al romper contra el malecón bajo la iglesia de San Pedro, para deslizarse sobre sus tablas, haciendo difíciles cabriolas y equilibrios para mantenerse erguidos.

Ante tantas personas en la playa no la elijo para mi paseo mañanero, sino el camino que recorre el lado contrario, el de frente de la ciudad, para estar más tranquilo y poder sumirme en mis pensamientos. Deseo aprovechar estos días sin estudios para escribir algunos relatos y mi mente necesita tranquilidad para imaginar y pergeñar un corto resumen de sus temas.

Inicio a partir de la desembocadura del río Piles mi andar, primeramente por un amplio carril y después por un sendero empedrado que orilla los acantilados y continúa después varios kilómetros por el monte de la Providencia hasta un parque desde el que se domina la amplia bahía gijonesa.

La acera de la izquierda está mojada por la humedad que desprende el mar y a su lado, en paralelo, por un carril dedicado a bicicletas y a patinar, van unas niñas deslizándose sobre sus blancos patines y unos chicos de su edad, siguiéndolas y gritando detrás, intentando alcanzarlas jugando con ellas.

Avanzo contemplando los paseantes y a los pescadores que han colocado sus cañas en el borde de la baranda y soltado sus carnadas al agua, hasta que debajo de mí veo una pequeña y pedregosa playa que llaman del Cervigón. Es pequeña, casi un minúsculo recodo que hace la costa en aquel lugar. Su mayor parte es de cantos rodados y de arena muy gruesa el resto. Solo la utilizan los visitantes de un camping cercano y los que han parado en las praderas del parque verde del Rinconín por estar en su misma orilla. A mi me gusta acercarme hasta este lugar porque es donde mejor puedo contemplar la fuerza y belleza del mar y cuando está suficiente alborotado, después de extender sus espumosas aguas por la orilla, oír el inigualable arrastrar de piedras que hace el agua al regresar, para volver a colocarse en posición de un nuevo ataque a la orilla.

Hoy no está el mar demasiado fuerte pero sí lo suficiente para que se necesite mantener cierto cuidado, porque de vez en cuando, si no estás atento, una ola más alta que las demás, puede dejarte totalmente empapado.

Así se lo indico a tres chicos muy jóvenes que se han acercado hasta donde estoy, a contemplar el maravilloso espectáculo que nos ofrece el océano en esta orilla gijonesa del agreste mar Cantábrico.

- ¡¡ Cuidado las olas que rompen ahí, os pueden calar !! - les grito señalándoles unas cuantas rocas que sobresalen del agua cerca de la orilla.

Me saludan, levantando la mano, dándome las gracias por el aviso, y seguidamente llaman a un cuarto, que se ha quedado atrás, esperándoles en una atalaya, donde una estatua en bronce, que representa la madre del emigrante asturiano, mira atentamente el horizonte lejano en su eterna quietud, sin apartar sus atentos y abiertos ojos del camino por donde marchó su hijo a buscar mejor fortuna allende los mares.

Al volver mi cabeza hacia el lugar donde el cuarto chico les estaba esperando, fue cuando le contemplé. Se apoyaba de espaldas en la blanca baranda, vuelto su cuerpo hacia donde estábamos y mi mirada quedó deslumbrada por la visión que de pronto había aparecido ante mí.

Su figura se siluetaba contra el azul del cielo y aparecía revestida a su alrededor de un aura luminosa. Contemplándole desde donde yo estaba parado, su cuerpo, como un recorte oscuro sobre una pared blanca, formaba contra la brillante luz del sol, un maravilloso trasluz, que al transparentar sus ropas por la luminosidad que recibía desde atrás, parecía ante mi asombrada mirada estar desnudo. Se le marcaban y podía ver todos sus músculos y hasta se vislumbraba un pequeño, abultado y escondido paquete entre sus perfectos, de tamaño y forma, muslos.

Era como tener ante mi vista la visión de un ser sobrenatural, por su belleza y perfección, que hubiese surgido de las aguas y puesto en aquel alto, para ser contemplado y admirado por mí. Me quedé parado al contemplar aquel iluminado cuerpo. Mis piernas no eran capaces de moverme y permanecí varado en la arena un largo rato, como si fuera una de las muchas rocas que allí reciben las aguas del mar.

Al volver a la realidad y recobrarme, me acerqué disimuladamente hacia donde estaba parado, para contemplarle mejor. Tendría, como el resto de sus compañeros, unos quince años y se le veía delgado, bastante musculoso para su edad y quizá el más alto del grupo. Vestía una suave camisa, sin atar, que llevaba por fuera de sus pantalones, lo que me permitió ver una parte de su joven torso, sin vello, su estómago moreno y liso y el inicio de las partes sexuales de su fibroso cuerpo.

Y soñar, con un desenfrenado deseo, imaginando que mi lengua acariciaba goloso el camino que aparecía marcado por una pequeña hilera de suavecitos y apenas crecidos pelines negros, que asomaban del borde del caído pantalón, encima de la cintura de su blanco calzoncillo y que señalaron a mi mente sitios más calientes, guardados y deseados.

La leve y traviesa brisa que soplaba en aquella parte de la orilla, le abría la camisa y me mostraba intermitentemente una de sus aureoladas tetitas. Cuando la suave batista retornaba a su sitio, se transparentaban bajo la tela, unos pequeños garbanzos, que sabía correspondían a sus enanos y oscuros pezones, que sentía me estaban invitando, apareciendo y desapareciendo de mi vista, a ser acariciados y chupados.

Un pelo negro rizado, con un corte moderno, enmarcaba unos bellos ojos de color verde y junto a una sonrisa que dejaba ver unos blancos y regulares dientes, eran las características principales del rostro de aquella maravilla humana que estaba ante mí. Era más guapo que bello, con una hermosura masculina, que rendía, cautivaba y enamoraba.

Mientras el mar nos devolvía en forma de brillantes destellos la luz que recibía del sol, contemplaba extasiado su perfecto y joven cuerpo, espigado, cimbreante, sin grasas y mi mente lo convertía, con rapidez, en un preciado objeto de deseo, obligando a mi cerebro a imaginar y soñar futuras lascivias junto a él. Tuve que meter la mano en el bolsillo para disimular la hinchazón que experimentaron mis genitales, al sentir tan cerca el palpitar de aquel efebo.

Pasó de una manera fugaz por mi cabeza un cercano recuerdo, la rápida visión de la estatua del David de Miguel Ángel, del que había una fotografía en mi libro de historia, que fue durante mucho tiempo, la más visitada y admirada de aquel libro de texto.

No daba la impresión que explotara su belleza, juventud y perfecta figura, me pareció más bien que se sabía admirado, como se contempla un reputado cuadro o una bella estatua y encontraba natural lo hiciesen también con él.

Avancé unos metros y me coloqué casi a su lado apoyado sobre la baranda, haciendo que miraba al agitado mar, pero sin apartar la vista de reojo de aquella maravillosa visión. No sé si el chico había contemplado la exaltación de mis gónadas, ni mis insistentes miradas, solo sé que cuando inició su marcha para acercarse a sus amigos, dobló su cabeza al pasar por mi lado y noté que me sonreía.

Todas las hormonas de mi cuerpo se alborotaron ante aquella supuesta sonrisa y cuando pude reponerme y marchar tras ellos, de una manera que pareciera normal, les seguí lo suficientemente cercano para poder continuar admirando, ahora por detrás, aquel cuerpo celestial.

Quedé maravillado de la elasticidad, movimiento de su cuerpo y armonía de sus formas. No parecía andar, más bien volaba, bailaba en el espacio, avanzaba pareciendo no tocar el suelo. El aire que iba dejando tras sí, olía a jazmines y flores silvestres que las abiertas aletas de mi nariz aspiraban ansiosas. Fidias, el que mejor trabajaba el mármol en la antigüedad, le hubiese elegido como modelo masculino si hubiese vivido en su tiempo, por la perfección de su figura, líneas y belleza.

Debido a sus estrechos pantalones que le ceñían, el culo se le marcaba y movía de tal manera, que mi mente se llenó de pecaminosos deseos. Recordé lo que solía decir un amigo "ya que la iglesia nos considera a los homosexuales pecadores, démosle la razón y pequemos". Pensé encendido, caliente y sosteniendo mi verga endurecida con una mano en el bolsillo, como sería capaz de moverse aquel culito que llevaba delante de mis ojos, cuando fuese cogido o follado, según el país donde lo hiciese.

Los cuatro chicos, reunidos, siguieron avanzando por el paseo que orilla el mar, por donde yo había venido, en dirección a la ciudad. Les seguí a poca distancia, me costaba acompasar mi paso a su ritmo, que era demasiado lento, porque iban cambiando bromas, risas y algunas semiluchas juguetonas.

Sé ahora positivamente que mi idolatrado chaval conoce lo voy observando de una manera continua, lo veo mirar hacia atrás de vez en cuando, posar sus ojos en mí y medio sonreír enigmático. Tampoco puedo decir haya hecho gestos que me animen continúe haciéndolo pero me siento muy contento porque no me ha rechazado.

A pesar de la lentitud de nuestro caminar nos fuimos acercando al puente del Piles que nos daría paso al centro de la villa. A partir de allí, me será difícil seguirlos tan de cerca, sin que se me ocurriese alguna causa que lo justifique. Hasta ahora, el que solo exista una vía, me ha permitido hacerlo sin llamar la atención. Mi edad y el que haya hablado hace un rato con ellos, permitía mi cercanía y seguimiento sin que les molestase o encontrasen extraña mi presencia.

Cuando contemplo a alguien con la figura tan perfecta como la que tiene este chico que me antecede, desearía poder solamente admirarla y que fuese lo figurativo y artístico lo que predominase en mi cerebro, sin que se mezclase lo sexual. Pero "carne pecadora somos", y no lo consigo nunca. Mi mirada, que ahora contempla los elásticos movimientos de unas bellas y saltarinas nalgas que van delante de mí, está haciendo una vez más, que mi pensamiento imagine como se movería aquel glúteo, si tuviese mi polla dentro y estuviésemos encima de mi cama.

Casi estoy gozando con la escena que mi pensamiento está imaginando, desnudos, abrazando aquel moreno, elástico, cimbreante y bello cuerpo, con mi boca sobre sus labios y mis manos deslizándose por su espalda hasta acariciar el culito que mis ojos ven, con los sexos duros y en contacto. Sonriendo cuando mis labios se apartan y mi cuerpo busca posición para que encuentre mi agujerito que rodea con la punta de su polla y penetra al fin en el deseado pozo, muy despacio, para causarme placer y no dolor.

Estoy notando unas sensaciones donde se inician mis piernas que me hacen trastabillar al andar y casi caerme encima del grupo, que como si estuviesen leyendo mi pensamiento se han parado de pronto. Al haberme acercado excesivamente, sumido en mis sueños eróticos como mi distancia no era en el momento que pararon superior a dos metros, me vi obligado a continuar andando.

Estudiaban sus planes para decidir donde dirigir sus pasos cuando terminase el paseo del mar, porque la playa no parecía ser su destino cuando oí una voz que me preguntaba, al librarme de pegar con ellos al pasar.

¿Nos puedes decir donde está la calle Guipúzcoa?

La pregunta me la había hecho mi admirado, el objeto de mis atenciones, la persona que me estaba haciendo soñar cosas sucias e imposibles que continuó explicándome a la vez que me pareció sonreía de nuevo.

Estamos de excursión. Estos amigos tienen parientes en esa calle y quieren ir a comer a su casa - y sin que me diera tiempo a contestar, añadió - Yo no me quedaré a comer con ellos, me gusta mucho más estar en la playa y prefiero pasar esas horas en ella.

Cuando me veía obligado a dejarles, había recibido de una manera muy inteligente la mejor de las invitaciones que pudiera esperar, por lo que contesté rápido.

Esta lejos en el barrio de Pumarín. Os puedo llevar hasta allí y si quieres después, te devuelvo a la playa - me ofrecí obsequioso.

Perfecto - contestó él por sus amigos, mientras nuestros ojos cruzaban una mirada de picardía y connivencia.

Tomamos los cinco el autobús que nos iba a llevar al barrio donde estaba la calle de los familiares de tres de ellos, aunque por dar rapidez a su marcha, hubiera pagado de mi bolsillo un taxi para alejarlos lo antes posible y poderme quedar solo con aquella maravilla de la naturaleza. Me senté frente a él y mientras duró la travesía nuestros ojos dijeron lo que los labios no podían decir en alta voz. Deseábamos conocernos, estar solos, juntos y quizá, si era posible, amarnos.

Cuando se despidió de sus amigos, quedaron reunirse a las nueve de la noche en la misma parada donde habíamos tomado el autobús, donde les dejaría el de vuelta y ya solos, nos quedamos mirándonos, sonriendo por la inteligente maniobra que habíamos realizado que nos iba a permitir estar libres, juntos y solitarios más de ocho horas.

- Me llamo Valen - le dije presentándome cuando quedamos parados de pie, esperando al vehículo que nos volvería de regreso.

- Yo Javier, pero llámame Bisbi.

- ¿Volvemos hacia la playa? - le pregunté dispuesto a hacer lo que más le gustara.

- Desde ahora los planes los marcas tú - me contestó agarrándome de la mano para demostrarme que estaba dispuesto a todo lo que le propusiera.

En el autobús que nos devolvió a la orilla del mar, nos sentamos juntos y muy pegados y mientras me fue contando que vivían en Barcelona, estudiaban juntos y habían aprovechado estos días de vacaciones para acercarse de camping hasta Gijón, donde sus amigos, eran dos hermanos y un primo, tenían parientes.

- Querían que fuese a comer con ellos, pero al ver la admiración con que me mirabas y tu excitación, que intentabas disimular con la mano en el bolsillo, cambié de plan para quedar contigo.

No sé si debiera narrar lo que hicimos porque fue muy personal. Haré un pequeño relato de parte de ello, para que los que lo lean sepan como era aquel chiquillo cuando su vitalidad, juventud y deseo sexual se desbordaba como hizo conmigo

Como la luz del día podía delatarnos si nos colocábamos cercanos a gente, elegí llegar hasta una playa que llamamos de Peñarrubia, que por estar mal comunicada, nos costó andar media hora más, y no ser tan buena como las tres que tiene el centro de la ciudad, es utilizaba mayoritariamente por los que desean tomar el sol en todo su cuerpo, es decir los nudistas.

Tiene rodeándola por completo una especia de farallón de duras y puntiagudas rocas, que la protege de los mirones de tierra, con pequeñas plataformas, difíciles algunas de llegar, que se alcanzan trepando por la roca, quedan aisladas y las utilizan los que desean recibir los rayos del astro rey en todo su cuerpo, sin ser vistos desde la arena o por parejas han ido hasta allí para amarse sin mirones, que nos podían servir perfectamente para nosotros, sin que nadie viese tampoco lo que pensábamos y deseábamos hacer.

Tenían estas pequeñas superficies planas talladas en la dura roca, la dificultad de que al ser el suelo de piedra, por lo tanto duro y con algunas rugosidades, no nos permitirían hacer a gusto todos los movimientos que necesitásemos realizar. Elegimos la más adecuada, con cuidado de no lastimarnos las costillas y nos echamos uno encima del otro desnudos sin perder ni un segundo porque estábamos muy deseosos de amarnos. Comenzamos por abrazarnos y besarnos como locos buscando conocer nuestros cuerpos. Después, ya excitados y calientes, no nos dimos cuenta si el suelo era de piedra, ni si tenía arrugas o bultos, porque era tanto el ardor de nuestros vaivenes, vueltas y apretones, que nos parecía estar en una mullida cama, mientras gozábamos chillando de placer, sabiendo no ser oídos en aquel salvaje espacio a orillas del mar.

Lamí, después de la primera corrida que tuvimos, que se realizó demasiado rápida, por el deseo y ardor que teníamos desde el inicio, todo su pecho y vientre especialmente aquellos garbancitos que me habían traído loco de deseo durante toda la jornada, hasta bajar a su polla, que se había enderezado de nuevo y que penetró en mi boca. Inicié una chupada, metiéndola hasta el fondo de mi garganta y sacándola, hasta ser retenida solo por mis mojados labios mientras Bisbi, retorcía su cuerpo de placer y lanzaba pidiéndome que continuase más tiempo con esta maniobra ante las envidiosas gaviotas que nos miraban.

Para alargar nuestro éxtasis le pedí cambiásemos el lugar y fuera él quien me la chupase a mí. Lo hizo estupendamente, creo tenía alguna práctica en ello y nuevamente enlazados me penetró hasta terminar con el segundo de nuestros derrames.

Los demás, hasta cinco penetraciones que me hizo durante la tarde, con breves descansos, fueron parecidos para el que lo lee, pero totalmente diferentes para nosotros que buscamos formas, maneras y sistemas que nos ocasionaran placeres, que solo los que han pasado por ello, pueden entender.

Agotados, pero satisfechos de sexo, nos fuimos paseando, cuando la tarde declinaba al encuentro de los tres amigos de Bisbi, que nos contaron que lo habían pasado muy bien jugando a las cartas toda la tarde con unos primos.

- Nosotros no hemos hecho nada más que estar al borde del agua "jugando" también todo el tiempo - les replicó mi nuevo amado y nunca olvidado amigo.

Mas de tintin

Entre Mexico y EEUU existe una frontera

Confesiones

Las Fogueras de San Juan

¿Por qué no te has enamorado de mi?

Antonino y Silvio (2)

Antonino y Silvio

Un viaje a traves de Marruecos

VIaje con mi amigo Ricardo por Asturias

Leyenda de las 99 doncellas y media

El David del siglo XXI

Sexo en el circo

Tono, historia de un noble perro

Jose Barrios, mi primer amor

Heridos en un hospital

Traición de amor

Historia de un apellido

Amores

Encontré mi amor en Texas

Amor gay en un colegio religioso

Amigos de Hyves

Un gay musulman

Nancy morena

Artes marciales

La primera cogida con mi amigo Antón

Para ver la polla de Mateo

Diez minutos con el quijote

Tengo dos nuevos amigos

In memoriam

Javier _ bisbi

Almendros en flor : Martires gays

El pirata me enamoró (5: Caribenho)

Boda extraña (2)

El puto

Boda extraña

El pirata me enamoró (4: Caribenho, Visita a Ven)

El pirata me enamoró (3: Vuelta a Maracaibo)

El pirata me enamoró (2: La despedida)

Akelarre

El pirata me enamoró

Pederasta

Alberto, amor mio

Los primos franceses

La sexualidad en la sociedad romana

Lazaro, el de Tormes

ARLOB____@hotmail.com

En Houston

Eduardo, mi amor

Paranormal

Una palabra asquerosa

La hoguera de San Juan

El aniversario

Sonambulo

Con pelo o mejor pelado

Las gafas de sol

Mi joven esclavo (2)

Mi joven esclavo (1)

Un nuevo amigo (2)

Un nuevo amigo (1)

Las fotografias

El enfermero

Campamento de verano

Carlitos

Transformaciones

Visita a una playa nudista

Daniel

Una vida marroquí

Extraños deseos

Los serpenteros

Locona con plumas

Historias de pililas

El chaparrón

El extraño medico