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Apuntes: Otras plumas (10)

en Grandes Relatos

Apuntes: Otras Plumas X*

PARA EL LADO DE ALLÁ DE LA AVENIDA

por María del Pilar Gallardo

Quédate quieto, perro puto. Sabés perfectamente que tengo que cerrar la puerta con llave, sino la vieja se aterroriza con la idea de que alguien se meta en la casa; si debe contener la respiración hasta que oye la llave en la cerradura, seguro. Y si salimos dos veces al día, incluso los domingos, no sé por qué todavía no has aprendido, un perro tan grande y tan tonto. Me pregunto si habría ganado algo mandándote al centro de entrenamiento: lo dudo, sos demasiado pavote. Habrías hecho desastres y te habrían echado. Ni te pensés que te vas a salir con la tuya; serás un caballo pero yo también tengo buenos brazos. Si ni necesito hacer gimnasia, salir con vos es suficiente; con seguirte nomás ando dando una brutas zancadas, lo que es mucho decir, porque siempre ando con pasos largos. Buenos días. Lo hipócrita que hay que ser con los vecinos. Ni la aguanto a la chusma esa. Seguro que conmigo debe estar algo frustrada, porque no salgo de noche ni recibo hombres ni tomo sol en la vereda. Pero no, ella igual se agarrará de algo; que si ando siempre de pantalones y a mi edad no tengo marido ni siquiera un pretendiente, debe haber algo raro conmigo. Y no soy tan vieja, claro que para estas jovatas achanchadas si una a los veintinueve no se ha casado, ya no tiene para qué vivir.

Qué boludez, con todo lo que hay para hacer en esta vida. Hola, qué hacés. Este tipo me gusta. Por fuera y punto, por supuesto. Es riquísimo y buen chico, pero me juego la cabeza a que es un machista irredento. Se le ve en la cara; y se ve que le gusto, pero no se me anima. Bueno, que lo parta un rayo. El único hombre bueno es un hombre muerto, como decían los blancos en las películas de indios. Aunque no hace falta irse a los extremos. El único hombre bueno es un hombre lejos. Ahí está mejor. Pero debe ser muy agradable tener uno de vez en cuando para los momentos en que una realmente los necesita. Eso sería lo ideal, pero andá vos a encontrar uno que te acepte en esos términos. Este no, como que me llamo Marta. Uno casado podría ser, pero ni pienso; las mujeres tenemos que unirnos para defendernos de ellos. Es una lástima; con ese físico, me coparía verlo en bolas algun día. Para eso no necesito casarme con él; pero, de todos modos, ¿cómo me lo saco de encima después? Bah, peor para él, no sabe lo que se pierde. No, ni soñés con acercarte a ese husky sarnoso.

No vas a hacerme de nuevo semejante chiste. Después soy yo la que tiene que lavarte y pagarte el veterinario, porque la vieja dice que sos mío y que gano bien. Lo que es una mentira más grande que una casa, porque te traje porque ella se cagaba de miedo, dos mujeres solas en una casa tan grande y con el fondo ese donde cualquiera puede saltar la tapia. Que una nunca sabe lo que puede pasar en estos tiempos, con esos baldíos que hay para aquel lado, andá a saber qué elementos deben meterse ahí; y también están esos chicos bien del otro lado de la avenida que están podridos en guita y los padres ni se ocupan y salen a patotear por las noches con esas motos que la dejan sorda a una, qué barbaridad. Vieja prejuiciosa y cagona. Por eso me crió así, siempre pensando en lo peor que podía pasar pero sin explicarme qué podía ser, prohibiéndome todo simplemente. Ay, mirá qué divino el bebé ese, decíme si no es una dulzura la guagua. Me gustaría tener uno, pero sin marido incluido. No, mejor no. Me da miedo ser madre. No por el embarazo, ni por el parto, eso es lo de menos.

Es por lo que viene después. Los padres se mandan las peores metidas de pata con las mejores intenciones, y no sé cómo se puede evitar eso. Me parece horrible que un ser humano tenga tanto poder para cagarle la vida a otro y hacerlo sufrir sin querer. No, no quiero saber nada. Además, creo que los chicos tienen que tener un hogar, una familia, y yo no tengo ni cinco de ganas de aguantar a un macho de la especie. Pero son amorosos de todos modos, mirále los cachetes. Dios mío, si la madre es una mocosa. Debe tener como diez años menos que yo, qué bestialidad, yo no sé para qué caracho se casan tan jóvenes. Bueno, me imagino que algunas nacen para eso. Yo no, evidentemente. Les va a costar mucho agarrarme para eso. Qué espanto, a mi edad ya tendría hijos preadolescentes, y a los cuarenta podría ser abuela. Vamos, Negro, demos la vuelta a la plaza; yo respiro aire puro y vos tenés árboles para elegir. Qué belleza de rosa.

No me gustan las rosas amarillas, prefiero las blancas o las rojas bien oscuras, pero que son lindas, son lindas, para qué vamos a mentir, sobre todo esa, es una obra maestra. Pero no la cortaría por nada del mundo, no señor, está bien ahí donde está. Ay ay ay, ahí está otra del gremio de mi madre, con los nietos. Mi vieja se muere de envidia porque mi hermano vive en otra parte con sus chicos, y yo no le di nietos todavía. Bien que me lo echa en cara cada vez que puede. Pero no me pienso dar por aludida. Es asunto mío. Y yo soy feliz así. Bah, la verdad que feliz, feliz, no soy, para nada, pero por lo menos estoy tranquila, y nadie me jode la vida. Aparte de ella, se entiende, pero ya me acostumbré. No, no vamos a cruzar la avenida; por aquí, perro roñoso; no voy a meterme por ahí, con este tráfico y capaz que a vos se te ocurre cambiar de dirección en medio de la calle, porque así de tarado sos. Además, no me interesa en absoluto lo que hay al otro lado. Unos cholos de mierda, eso es lo que son. Las casas me encantan, pero no quiero darles el gusto de admirarlas mientras me están viendo. Y esta es la hora de la limpieza, el único momento del día cuando abren las ventanas para airear los dormitorios y la ropa de cama, por lo menos la que no lavan todos los días.

Con secarropas cualquiera, pues, así no vale. No, Negro. Doblemos aquí. Ve ese quetupí tomando agua del caño en el suelo, qué corso. Qué cosa tan genial que son los pájaros; pero no los tendría en una jaula, se me parte el corazón de sólo verlos, sobre todo cuando cantan, me da cosa. Ufa, todavía no llegó el carrito del algodón de azúcar. Tengo ganas de comerme uno. Total, siempre tengo unos pesos en el bolsillo. Aunque ese pomponcito que te dan ahora es una estafa. Cuando yo era chica el palito medía como medio metro de largo, y te podías empachar de algodón si se te antojaba. En una de esas a mí me parecía tan grande sólo porque yo era mucho más petisa que ahora. Quien sabe. No, choco; te dije ya que no vamos a cruzar la avenida. Pará, Negro. Quedate quieto, perro putazo.

No tirés así, bestia peluda, me vas a sacar el brazo. Negro, vení acá. ¡Negro! Qué perro pelotudo, a ver si encima me lo agarra un auto. Mierda, y la verde cuándo cambia. Siempre me da la impresión de que la verde es muy larga y la roja muy corta. No debe ser así, en realidad, debe ser idea mía nomás. Bueno, ahora sí puedo cruzar. A ver esas piernas, Marta, a ver si sirven para algo más que llenar los yines. Me van a quedar a la miseria por culpa de ese perro desgraciado. Porquería de bicho. Basura de animal. ¿Dónde está? Espero que no se haya metido en algún jardín.

***

Daniel estaba emboladísimo. Había puesto música a todo trapo en el equipo del living, pero ni la aullante voz de Ozzy Osbourne alcanzaba a llenar el vacío de su ánimo. Había intentado leer por enésima vez el "Canto a mí mismo" de Walt Whitman (una amiga se lo había regalado para fortalecerle el yo) pero la verdad era que no tenía ni cinco de ganas. Tal vez el fondo musical no concordaba con ese tipo de poesía; no, en realidad no pegaba ni con goma. Ya se había mascado las uñas de las dos manos y no sabía qué hacer de su vida. Los sábados a la mañana eran un asco. Generalmente los pasaba durmiendo, pero el viernes todo había salido mal.

Bah, todo no. Había empezado bien, porque sus padres se habían ido a la finca y volverían recién el domingo a última hora, y, lo que era lo mejor de todo, no lo habían obligado a ir con ellos. Había aprovechado para hacer una cita en su casa para esa noche, pero lo habían dejado plantado, y quedó demasiado deprimido para agarrar la moto e irse a buscar un reemplazo. Por lo tanto se había acostado cuando acabó la película en la TV, y eso era muy temprano para él. Ahora ya estaba despierto, y dándose cuenta de que nunca jamás había planeado nada para un sábado a la mañana. Así que casi se alegró cuando oyó ruidos en el jardín. Fuera lo que fuera, afuera estaba pasando algo. Caminó con desgano hasta la ventana y se asomó, acodado perezosamente en el antepecho.

La primera impresión que tuvo se podía resumir en una palabra: fuerza; y eso era algo que siempre había admirado. Era todo un espectáculo. Un gran danés blanco, negro y enorme, resitiéndosele a una chica que tiraba del collar con las dos manos. No pudo contenerse.

--¡Vamos! ¡A ver quién gana, si el macho o la hembra! ¡El drama de la humanidad ante mis ojos! ¡Qué bueeeeeeeno!

Apenas lo oyeron, perro y chica se volvieron hacia la ventana. Los dos se aliaron en la atención: el bicho se quedó quieto y ella se irguió, reteniéndolo por la cadena. Lo miró de frente, casi sin expresión.

--Podrías venir a ayudar, en vez de limitarte a mirar y cagarte de risa.

Daniel saltó y cayó sobre el cantero de botones de oro, que de todas maneras no le gustaban. Le contestó con algo que quiso ser un piropo.

--Si me metiera, me pondría del lado del perro. Hay que apoyar al más débil, para equilibrar la cosa.

Se veía que a ella no le hizo ni pizca de gracia, pero hizo un esfuerzo por tomarlo a la chacota.

--¿Me estás llamando machona, o simplemente fortachona?

--Tomálo como quieras --dijo él, sin atreverse a especificar.

El perro gruñó cuando llegó al lado de ellos, y la chica dio un tirón a la cadena para calmarlo; agarró una de las flacas muñecas de Daniel y le acercó la mano a la nariz del animal; el chico se encogió aprensivamente, y el perro gruñó de nuevo; Daniel palideció, esperando el mordisco que no llegó. Ella volvió a tirar de la cadena, y el gran danés lamió la mano del muchacho y empezó a mover la cola. La chica sonrió en disculpa.

--Lo pusiste nervioso.

--¿Por qué? ¿Qué tengo?

--Estabas tenso, eso es todo. A él le gusta la gente serena.

La observó de cerca. Tenía el pelo corto y era bastante mona de cara, pero no tenía nada de maquillaje. Tenía brazos llenos y fuertes, y unas piernas poderosas. Llevaba un enterito de yin. Una flor de mina. Y no parecía sentirse incómoda con él; o era muy tonta o era de las que no les importaba nada.

--¿Por qué no pasás un rato? Estoy solo y repodrido.

Ella dudó, frunciendo el ceño.

--¿Y qué voy a hacer con el Negro?

--Cerramos el portón y lo dejás suelto; después lo cazamos entre los dos.

--Bueno; tenélo, que voy yo.

Corrió hasta la reja con los pies para cualquier lado; le recordó a un primo suyo que jugaba al rugby, pero en él se justificaba porque tenía patas de catre. Volvió caminando a zancadas y con los brazos sueltos.

--Me caga de gusto cómo te movés.

La chica lo miró fijamente, primero incrédula y luego intrigada.

--¿Sí? Yo estaba algo acomplejada, justamente por eso.

--¡No seas traumada, chiquita!--. Trató de pasarle un brazo por los hombros, y como ella no dijo nada, la abrazó y la llevó hasta la puerta del frente. La hizo pasar adelante.

--¡Qué lindo culo! Seguro que no lo has hecho lavando platos.

--Rara vez lavo platos --contestó ella con una sonrisa misteriosa.

--Sentate donde te guste.

Se dejó caer en un rincón del sofá, miró a su alrededor; sus ojos se detuvieron en la biblioteca y después en él.

--¿Qué se te dio por invitarme?

Vaya pregunta. Pensó unos segundos.

--No sé, me dieron ganas de conocerte.

--¿Así, porque sí nomás?

--Claro. Yo tengo una intuición femenina terrible.

Se despatarró en el otro extremo del sofá.

--Te propongo un juego.

--¿Cuál?

--Qué me digás toda la verdad sobre vos. Total, no me conocés, así que no tenés motivos para desconfiarme.

--Salvo, precisamente, que no te conozco.

--Eso no es un motivo, es un perjuicio.

--Se dice un prejuicio. De pre-juzgar. Juzgar antes...

--Bueno, eso; no me cambiés el tema.

Se estaba haciendo la de rogar, y él la miró con ansiedad.

--Bueno; juego.

Él sonrió, chocho, y se le acercó casi hasta pegarse a ella.

--Macanudo. La primera pregunta: ¿cuántos años tenés?

***

El bellísimo reloj de pie empezó a dar las campanadas de las doce, y Marta saltó del sofá.

--¡Dios mío! ¡La hora que se me ha hecho!

--¿Te vas ya?

--Por supuesto. Tengo que ir a almorzar y darle de comer al perro.

--No te vayas...

Otra vez lo miró con esa mirada analista y desconfiada.

--Por favor... --y le sostuvo la mirada.

Ella sacudió la cabeza y se dirigió a la salida. Daniel corrió hasta la puerta y se apoyó contra ella de espaldas.

--¡Te invito a almorzar!

Al sentirse encerrada, la chica empezó a encresparse peligrosamente; Daniel pensó que, si ella quería, podía hacerlo a un lado sin mucho esfuerzo, o saltar por la ventana como había hecho él. Se corrió, pero mantuvo una mano sobre el picaporte.

--Por favor...

--Pero mi mamá...

--¡Que se cague!

--Bueno, pero el perro...

--Hay carne a montones en el freezer. Sólo hay que descongelarla, y con el microondas eso se hace en un momentito.

Silencio.

--Por favor; no es molestia; estoy solo. Me coparía, te lo juro. Y lo estamos pasando genial, ¿no es cierto? Dale, flaca, liberate de una vez.

--Gracias por lo de flaca. Bueno, me quedo. Pero prestame el teléfono para que le avise a mi vieja.

--No tenés por qué darle explicaciones. Sos grande.

--No es cuestión de control, sino de consideración. Va a preocuparse.

Él no le creyó, pero se hizo el boludo y lo dejó así.

--Está en la mesita contra la pared.

Marta marcó el número y se fijó en un portarretratos que había al lado.

--¿Tus padres?

--Sí --levantó la foto y la miró de cerca--; es linda mi mamá, ¿no?

Ella no contestó, porque en ese momento SU mamá levantó el tubo. El chico paró la oreja sin molestarse en disimular.

--Hola, ma, soy yo.

--...

--Después te cuento; escuchame: no voy a almorzar.

--...

--¡A la mierda con las pastillas!

--...

--El Negro también está invitado.

--...

--No, no tienen teléfono en la casa; te llamo desde un público.

--...

--No los conocés.

--...

--No sé. No me esperés. Chau.

Daniel dejó la foto en su lugar y la besó en la mejilla.

--¡Así me gustan los hombres, flaca!

***

Marta se apoyó, contenta y cómoda, contra el respaldo de bronce de la gigantesca cama matrimonial. Había sido un día extraño, pero lindo. Hermoso, en honor a la verdad. Él había cocinado, pero ella había levantado la mesa y después insistido en lavar los platos. Eran pocos, y no se justificaba poner a andar el lavavajilla, y se salió con la suya, aunque Daniel no tenía esos escrúpulos económicos.

Después le había prestado una malla de la madre, y se habían ido a dormir una siesta al lado de la pileta, pero lo que menos hicieron fue dormir, porque ella no tenía esa costumbre y él estaba todavía demasiado descansado. Se cambiaron para tomar el té, y luego le mostró la casa de arriba a abajo, hablando todo el tiempo como un guía de museo --había estado en Europa-- y matizando sus comentarios con ácidas críticas contra la alta burguesía. Acabado el mini-tour, habían subido al salón de música, donde él tenía todas sus cosas. Dejó que ella eligiera los discos y los videos, por no aturdirla con rock metálico. La música se prestaba, por lo que siguieron charlando hasta el anochecer. La convenció, con más facilidad que al mediodía, de que se quedara a cenar, y esta vez dejaron los platos sin lavar y se fueron al dormitorio del piso bajo a ver una película en video. Daniel prometió sacar el auto y dejarla sana y salva en la puerta de su casa, con perro y todo.

--¿Qué querés ver? Tengo una de guerra, una de aventuras bastante pelotuda, una musical relativamente decente y un dramón terrible y fascinanate.

--Me gustan los dramas terribles, pero no tengo ganas de pensar, estoy demasiado bien. Votaría por la musical, o la de aventuras.

--Entonces veamos la de aventuras. La musical ya la vi tres veces.

Corrió a la cocina, volvió con dos vasos de jugo, y se instaló, control remoto en mano, en el lado derecho de la cama. Para ese lado dormía la señora, evidentemente, porque el velador tenía una dama antigua, de sombrilla y capelina, sentada coquetamente al pie.

--¿Lista?

--Metéle.

La película era realmente muy, pero muy pelotuda. Marta, pese a llevar más de diez años como socia de un cine club de altísimo vuelo, se dedicó a divertirse y a joder, y habló macanas como nunca. Cuando terminó la película se reían como locos.

--¿Querés que te lleve ya?

Algo en su tono decía que esperaba un no, pero ella dijo sí con la cabeza.

--Bueno. Esperá que me cambie, no voy a ir así a conocerla a tu vieja. Un minuto, y saco algo del placard de mi papá.

Se sacó la musculosa y el short de yin desflecado, y se quedó en un slip que marcaba unas nalgas redondas, bastante sólidas para ser las de semejante flaco. Se puso a rebuscar en el ropero, y ella lo observó con una mirada algo hambrienta. Se levantó y se le acercó en el momento en que él se agachaba para sacar un par de zapatos. Marta lo abrazó desde atrás, agachándose a su vez sobre él, que se estremeció y se incorporó de un salto. Se dio vuelta dentro de los brazos de ella, y le apoyó las manos en los hombros, tratando de apartarla.

--Marta, ¿qué hacés?

Ella acercó la boca a la suya, y él echó la cabeza hacia atrás.

--No, Marta; no, por favor.

La chica aflojó resignadamente el abrazo y él se relajó, lo que ella aprovechó para agarrarlo de la nuca y besarlo, con lo que él cedió ante la fuerza. Marta bajó las manos hasta las nalgas del chico, masajeándoselas y pellizcándoselas, mientras le acariciaba el cuello con los labios. Lo sintió excitarse, aunque su única reacción fue abrazarla flojamente por el cuello. Ella lo sujetó por la cintura con una mano, y metió la otra en el slip, apretándole suavemente los testículos y luego rodeándole el miembro con dedos firmes y curiosos. Él lanzó un prolongado gemido gutural, pero no se resistió. Entonces ella le tomó una mano mientras se abría el cierre del enterito con la que le quedaba libre. Apoyó la mano de él sobre su pecho, y él tembló con el cálido contacto; lo condujo hacia abajo hasta que le apoyó los dedos en su entrepierna, por debajo de la brevísima tanga. El muchacho se puso tenso, y ella le sujetó la mano donde estaba y él se relajó un poco de nuevo.

Sin esperar más de él, Marta lo tomó de los hombros y lo llevó hasta la cama, arrojándolo sobre ella de un empujón. Quedó como había caído, boca arriba y absolutamente entregado. Ella se sacudió las zapatillas y se quitó el enterito y la tanga, y enseguida le sacó el slip. Se detuvo para apagar la luz del techo, dejando encendido un velador. Se sentó al borde de la cama y lo puso boca abajo. Lo exploró con los dedos y los labios de la nuca hasta las piernas y le dio un mordisco juguetón en cada nalga, a lo que él respondió con una carcajada de placer. Lo volvió suavemente y continuó recorriendo su cuerpo, lamiéndole las tetillas y frotándole el vello del pubis con los dientes. Se echó sobre él, colocándole uno de sus pechos sobre la boca, y abriéndole los labios con un dedo acariciador. Por fin él los separó y le lamió el pezón, primero aprensiva y superficialmente y luego con fruición. Le ofreció el otro pecho, y el chico levantó una mano para tocárselo. Se besaron, esta vez con más participación de parte de él. Marta giró, sentándosele sobre el pecho y agachándose para tomar su miembro en su boca.

Daniel pareció despertarse con lo que tenía ante los ojos. Le acarició el traste con las manos bien abiertas y le introdujo un dedo, y ella lanzó una risita de sorpresa y cosquillas. En ese momento se dio vuelta y lo montó, apretándole el torso con las rodillas y trabajando con empuje, contrayendo y relajando rítmicamente. Jadeaba despacito, observando la cara de él, que había cerrado los ojos y echado la cabeza a un lado. Ella alcanzó el clímax en un crescendo de grititos, pero siguió moviéndose hasta que lo vio arquear la espalda y boquear ruidosamente. Entonces se dejó caer sobre él, que la abrazó estrechamente por la cintura y le acarició la espalda con ternura. Hasta se animó a meterle la mano en la ingle desde atrás, y ella gimió contenta. Él se incorporó bruscamente, volteándola; la besó, enredándole el pelo con los dedos, y después le recorrió la piel con los labios y las yemas, tal como ella había hecho antes con él. Le separó los muslos con las manos, y ella los abrió exageradamente. Se extendió sobre ella, acomodándose con lentitud, y empezó a penetrarla con un cuidado que más parecía miedo. Esta vez llegaron juntos a la culminación; el salió de ella pero no se alejó. Jugaba con el cuerpo de la chica con fascinada curiosidad. Marta entornó los párpados, disfrutando. Al rato él la hizo meterse entre las sábanas, apagó el velador y se pegó a ella, apoyando la cabeza sin haber dicho una sola palabra.

***

Eran las ocho cuando ella se despertó; acarició el pelo de Daniel, llamándolo suavemente por su nombre; al final tuvo que sacudirlo por los hombros. Él se frotó los ojos y rodó hacia el costado de la cama, y desde ahí la miró y le sonrió. Se levantó, se puso el short y salió de la pieza para volver al cuarto de hora.

--El desayuno está listo en la cocina, mi amor; no te lo traje porque no pude encontrar una bandeja; no me acuerdo dónde se las guarda.

Se quedó mirándola mientras se vestía, y la acompañó al baño para verla lavarse la cara y acomodarse el pelo. Se sentaron a la mesa de la cocina, y él le sirvió café con leche y le untó las tostadas con miel. Conversaban de bueyes perdidos cuando él se quedó callado unos segundos para decir luego:

--Soy gay.

Ella se quedó mirándolo boquiabierta, pero reaccionó inmediatamente y apretó los labios. Se puso pensativa, después pareció como avergonzada, y al fin sonrió.

--Con razón me gustó tanto hacerlo con vos; no soporto a los machos.

--Cuando te vi pensé que eras torta.

--No soy; me gustan los hombres. Eso sí, tengo una apariencia algo masculina, ¿no? Y el carácter también.

--Por eso me gustás --le sonrió con dulzura--, es la primera vez que lo hago con una mina, ¿sabés? Y lo raro es que estoy copado; también estoy un poco sacudido, por supuesto. Nunca creí que me gustara; pero vos sos una mujer muy especial.

--¿Por lo masculina?

--Sí. No te traumés, flaca. A mí me caga de gusto que seas así.

Ella no contestó, solamente se inclinó sobre la mesa para besarlo.

--Quiero seguir viéndote, flaca.

--Voy a pensarlo.

--Por favor no lo pensés mucho; me dirás que no.

--¿Por qué?

--Porque te vas a convencer de que no te hago falta, lo que para peor es cierto; pero ahora estoy aquí, y vos vas a pensar en mí, y yo sí te necesito.

--Está bien, no voy a pensarlo.

--Contestame con el corazón. ¿Querés que nos sigamos viendo?

--Sí.

***

El sol ya daba en la plaza cuando Marta llegó a la avenida con el perro sujeto firmemente por la cadena. El semáforo estaba en verde, y ella se detuvo. Cambió a rojo y vaciló, parada sobre el cordón. El animal tiró impaciente, y la chica apretó las mandíbulas. El Negro tiró con más fuerza, gimiendo de nostalgia mientras ella gemía de angustia. Al fin soltó la cadena y lo dejó ir. Se quedó mirando cómo corría hacia la casa, los brazos colgando a los lados del cuerpo, con los ojos húmedos, mordiéndose los labios, hamacándose indecisa al borde de la vereda.

* este cuento apareció en la revista argentina "Puro Cuento" (editada en Buenos Aires, por Mempo Giardinelli), nro. 9, marzo de 1988, en la sección "Cuentos del Taller Abierto" y pertenece a una ignota María del Pilar Gallardo:

"Este cuento nos sedujo por su soltura, su erotismo minucioso y alegre, su sentido del humor, y porque está escrito de modo impecable, lo que delata que su autora tiene sólidos conocimientos de técnica narrativa. Se llama María del Pilar Gallardo, y vive en la ciudad de Buenos Aires. Es todo lo que sabemos de ella, y por éste y otro texto que nos envió por correo uno de nuestros asesores declaró: AQUÍ HAY UNA ESCRITORA QUE SE LAS TRAE."

Estas líneas encierran toda la información que aparece en el prólogo sobre su autora (ni sé si volvió a publicar en "Puro Cuento", ya que sólo tengo algunos números sueltos). Si algún lector tiene más datos sobre ella, le agradeceré mucho que me avise. Un saludo. R.

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