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Paseos en bici

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Paseos en bici

Compré la bicicleta al final del verano pasado, y durante ese año le había ido tomando más y más el gustito a mis paseos por los alrededores del pueblo. Cada vez recorría más distancias y nuevos caminos, tanto por la carretera que se alejaba hacia las sierras como por los caminos de tierra que se adentraban hacia el campo. Parece que el ejercicio me energizaba de una manera especial. Y siempre acostumbraba llevar un par de cigarrillos que fumaba al final del recorrido, antes de emprender el regreso. Aquellas excursiones habían llegado a durar dos o tres horas, siempre aprovechando las tardes de sol. Y en aquellos últimos días de la primavera las tardes eran bien largas.

Mi lugar favorito de llegada era un terreno escondido, entre la ruta y el alambrado de un sembradío ondulado que se extendía bajando hacia un arroyo. Era una antigua cantera de piedra greda, la que se usa para afirmar caminos rurales, y precisamente permanecían los bordes altos de piedra hacia la ruta habiendo sólo una estrecha entrada. Así el lugar podía verse sólo desde aquel potrero.

En mi primera excursión y aprovechando la soledad del paraje, no pude evitar la tentación de desvestirme para secarme con el sol. Tenía la remera y los shorts empapados por el ejercicio. Había pedaleado casi 15 km. subiendo en el último tramo una cuesta antes de llegar allí y comencé sacándome la remera. Busqué un lugar donde vaciar la vejiga, echándome una buena meada. En eso veo una zona de pasto corto y mullido, así que terminé de desnudarme y me tendí a lo largo, colgando antes la ropa sobre la bici. La sensación del calor del sol sobre la piel era increíble. Al rato, tomé la botella con agua que siempre llevaba en el soporte bajo el asiento y encendí un cigarrillo, tendiéndome nuevamente. Estaba de lo mejor, en bolas y al sol y la placidez me provocó una erección. Nunca me faltaron ratones para una buena paja así que aproveche la privacidad y a la vez el calor de la naturaleza, satisfaciendo los requerimientos de mi verga. Poco antes de acabar creí escuchar unos pasos, pero no vi a nadie así que me apresuré con la tarea, hasta escupir dos largos chorros de leche en el pasto. Me incorporé y caminé unos pasos detectando una silueta a caballo pero muy lejos. ¿Abría sido ése el ruido? Me inquieté pensando que me habrían observado pajeándome, pero el jinete estaba muy lejos así que era imposible.

Me vestí y emprendí el regreso al pueblo.

En otras ocasiones recorrí nuevos caminos y parajes pero añoraba aquel lugar. Una semana después pedaleaba nuevamente por la ruta, cruzando el puente sobre el arroyo y encarando la cuesta que debía sortear antes de llegar a "la cantera", como había bautizado para mí a aquel terreno. Al llegar, todo parecía igual que en la primera visita: los bordes de greda, el sembradío al frente, una piedra grande para sentarse y en una zona donde se interrumpía el piso de gredas y algunos yuyos, la tentadora alfombra verde de pasto. El sol brillaba y el aire estaba aún más cálido que la vez anterior. Como en un ritual comencé por sacarme la remera. Luego los shorts, y antes de llegar al slip, escuché un relincho y un galope cercano. Me apresuré a ponerme de nuevo los shorts. Era un jinete que se acercaba del otro lado del alambrado.

Levantó la mano para saludar y se apeó del matungo acercándose.

-Buenas, ¿disfrutando del sol?- dijo, con una amplia sonrisa.

Era más o menos de mi edad, tal vez un par de años más joven. Un mozo de piel bronceada, de ojos claros y bigote poblado, por debajo del sombrero le asomaban mechones de pelo castaño. Parecía unos centímetros más alto que yo y un poco más corpulento. Usaba camisa, alpargatas y un bombachón ancho, de esos ideales para las tareas del campo.

-La verdad que un sol como el de hoy es una tentación ¿no?

-Sí. Aproveché para secar la ropa. Vengo del pueblo y con el ejercicio en la bici, me empapé.

-Ya veo, son unos cuantos kilómetros. Yo estaba terminando la recorrida, no doy más con este calor. Venía a descansar un poco bajo ese espinillo cuando lo vi -dijo él, sacándose el sombrero y con el mismo brazo, el sudor de la frente.

Había en el borde del alambrado un espino solitario y añoso, que proporcionaba una sombra difusa. Cruzó el alambrado dejando el matungo suelto, que se alejó unos pasos.

-¿Trabajás por acá?- le pregunté.

-Sí, hay hacienda detrás de esa loma y acabo de terminar la recorrida. Soy peón, nomás, no vaya a creer que es mía... - sonrió, festejando la ocurrencia.

-Podés tutearme ¿no? Creo que andamos por la misma edad.

Tenía una voz grave pero melodiosa y se notaba con ganas de charlar, típico del trabajador del campo que ha pasado el día solo.

Mientras se alejaba unos cuantos pasos y me daba la espalda dijo:

-Disculpame un momento. No doy más.

Y observé que se tanteaba el pantalón. Al rato escuché el chorro de orina. Una meada larga. Le faltó suspirar. Terminó de guardarla y se dio vuelta.

-¡Uf! Me muero de sed.

-Ahí tengo agua, en el soporte de la bici. Ya traigo la botella.

-¡Ah! Gracias, sino es molestia.- Y se alejó hacia la sombra del arbolito, sacando un atado de cigarrillos.

Después de echarse unos tragos, me alargó el atado. Acepté el cigarrillo y él se acercó con el fósforo encendido luego de prender el suyo. El contacto con sus manos me produjo extrañeza. Eran suaves, no las rústicas de un laburante del campo.

-¿Y venís seguido hasta acá?

-Es la segunda vez. Trato de variar los lugares pero hoy llegué acá casi sin pensarlo. Aparte es el lugar ideal para tomar sol.

-Entonces eras vos el del otro día- me dijo sonriéndose, sin bajar los ojos.

Me quedé mudo.

-Disculpame la indiscreción. Tampoco me voy a asustar por ver a un macho desnudo. A veces vengo también hasta acá, pero no sabía que alguien más conociera este lugar.- y comenzó a desprenderse los botones de la camisa. -Me da un poco de envidia que sólo vos disfrutes de este sol.

Y comenzó a desnudarse, dejando la camisa y el bombachón en una rama del árbol y calzándose de nuevo las alpargatas y el sombrero. Sólo permaneció con unos bóxers, de esos que tienen una abertura frontal. Tenía una espalda ancha y unos brazos fuertes. El pecho con bastante vello, como yo. Y se notaba un bulto importante y unas nalgas paraditas. Comencé a transpirar, pero no por el sol. En la cabeza me rondaba la inquietud ¿Habría presenciado todo mi show, o sólo mi desnudez?

Se alejó hacia el sector de pasto:

-Vení, si querés. Hay espacio de sobra para los dos.

Cuando se sentó se sacó los bóxers y encendió otro cigarrillo. No evite mirarle la verga y los huevos. Era todo un paisaje: una verga gruesa y cabezuda, aún fláccida, y un par de acompañantes proporcionales, rodeados de abundante vello púbico. También me excitó verle asomar dos peluquitas de vello en los sobacos. Sólo faltaba imaginarme cómo se vería por atrás...

Ya tuve pocas dudas de que había visto todo, así que me acerqué, tomando otro cigarrillo. Alargó la mano para adelantarse a encender otro fósforo y volvimos a tocarnos cuando me ofreció fuego.

-¿Y qué te pareció el show del otro día? -lo encaré.

-Me dejó caliente, obvio. También yo acostumbro venir aquí a tomar sol en bolas y si ocurre una erección, no evito aliviarme. Pero pensé que nadie encontraría este lugar.

-Y yo no preví tener testigos...

-No te preocupes. Tenés un cuerpo muy apetecible y ya sé que podés encargarte de cualquier emergencia... Lo que no entiendo es qué hacés todavía con esos shorts.- Y alargó una mano para tocarme el brazo y con la otra tomar los shorts, bajándolos. -Así está mejor. Ahora estamos parejos-. Yo terminé de desvestirme y me tendí sobre el pasto.

Ya no seguimos hablando. Pegó una larga chupada al cigarrillo y lo tiró hacia la zona de greda. Me atrajo hacia él y me besó, abriéndose camino en mi boca con la lengua. Sentí el sabor delicioso de sus labios. ¡Cómo imaginar que mi excursión terminaría en tamaño deleite!.

Le alargué mi cigarrillo, tomó otra pitada de mis manos. Hice lo propio y lo arrojé hacia el mismo lado. Su verga estaba creciendo rápidamente y la mía ya apuntaba hacia él. Nos ocupamos de ellas. Sentía unas lamidas amplias que recorrían mi tronco y mis bolas, y comencé a expulsar abundante líquido lubricante. Y traté a la vez de ocuparme de su suave pedazo, recorriéndolo pausadamente, sintiendo sus venas y llegando al glande ya descubierto y rosado. Estaba ya muy mojado, con un sabor salado apetitoso. No evité tragarme toda esa verga caliente. Distraído en ella me costó advertir que mi vaquero ya se ocupaba de lamerme el culo, introduciendo uno de sus dedos y luego ensalivando y entrando otros dos. Suavemente fue dilatándome y lubricando con saliva, aunque yo ya tenía la zona húmeda esperando su embate. Me hizo poner en cuatro y comenzó a introducirse en mi ano dilatado. Sentí dolor pero con un suave movimiento de cadera colaboré con la entrada de esa tranca que se había vuelto caliente como el sol. Comenzó a bombear pero al rato se detuvo para sacarla y dejarme girar. Arrodillado, me cargó las piernas sobre sus hombros y me volvió a penetrar, esta vez más rápidamente, y se inclinó para besarme, mientras movía lentamente la pelvis, entrando y saliendo. Él sólo emitía unos gemidos de placer y yo lo alentaba sonriéndole, concentrándome en apretar y liberar mi esfínter procurando seguir su ritmo.

Cuando por los espasmos de mi pija sospechó que iba a acabar, la sacó y con una mano las pajeó a las dos vergas juntas, que explotaron a la vez en chorros repetidos de leche caliente y espesa, mojándonos el pecho y el vientre a los dos. Me abrazó y seguimos besándonos. Nuestras vergas se frotaban y no perdían las ganas de más acción. Se levantó y girando hacia mis pies, me ofreció su orificio, rodeado de suave vello, que ya estaba totalmente lubricado y así a la altura de mi boca. Mientras, él volvía a introducise mi pija en la suya, como limpiándola cuidadosamente de la leche derramada. Lo dejé hacer mientras me ocupaba de descubrir el sabor de ese culo espectante.

Paré para cambiar de posición: él se puso boca abajo, levantando los glúteos y abriendo al máximo sus piernas musculosas. También alargó un brazo para acariciar mis nalgas mientras lo penetraba tendiéndome sobre él. El hijoeputa temblaba de placer y me pedía que se la enterrara más y más, masajeándome mientras yo lo abrazaba tocando su pecho y sus sobacos. Estabamos empapados en sudor y yo lo besaba en la nuca lamiéndolo entre los omóplatos. Pero la saqué para que pudiera disfrutarla toda, echándome de espaldas y dejando que se me subiera "a caballito". Me tomó la verga jugosa con una mano y fue sentándose encima con suaves movimientos, estaba completamente dilatado y el juego entre mi verga y su culo era perfecto. Observé cómo volvía a salir líquido lubricante por el orificio de su glande y comencé a mamársela mientras con mi verga lo penetraba. Sólo aguanté pocos minutos antes de correrme en varios chorros dentro de su recto, provocando la erupción de semen en su verga, que como el estallido de lava de un volcán, llegó hasta mi garganta.

Cuando nos separamos exhaustos y nos tendimos resollando en la hierba, sonrientes de placer, nos sorprendió escuchar un relincho. El matungo había vuelto y nos miraba. Asintió con la cabeza y bufó.

-Creo que hoy también hubo testigos... -se sonrió mi vaquero.

-Pero no creo que sea buena idea invitarlo para la próxima.

Se levantó y acercó la botella con agua y su camisa. Empezó a limpiarme con ella, mirándome a los ojos.

-Tenés que volver presentable al pueblo- me dijo.

Después también yo disfruté recorriendo con la tela humedecida su piel, tostada solamente en algunas zonas: el cuello, los antebrazos. El tostado típico de quien trabaja cubierto al sol.

-Todavía no sé tu nombre- inquirí

-Yo soy Alberto. Juan Alberto. Y fue un placer.

Seguimos viéndonos, pero los demás encuentros no tuvieron la calentura de aquella primera vez. Hoy somos buenos amigos y cuando se sonríe de cierta manera al mirarme, no necesito más para saber que está recordando aquella tarde al sol.

Como yo.

R.

Espero que les guste este relato. R.

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