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Apuntes: Otras plumas (32) III

en Otros Textos

 En esta entrega sigo presentando material del sitio citado en los 'Apuntes' anteriores: segundapoesia.com.ar

Los dos fueron 'colgados' por el mismo colaborador (nick: Seb). El primero es un cuento, de su autoría, que tiene como personaje a Jorge Luis Borges... Un poco irrespetuoso con el poeta pero qué se le va a hacer, así suelen ser las nuevas generaciones... Y el segundo, una referencia a párrafos de un curioso libro... Hay ligeras 'correcciones'; sepan disculparme, no puedo con mi genio... Ustedes evaluarán, como siempre. Un saludo. Clarke.


***

Borgeana

por Seb.

“Yo la quería reflectante de flores, con pequeños volcanes aferrados a sus axilas, y particularmente, con esa lava de almendra amarga que estaba en el centro de su cuerpo erguido.” (Antonin Artaud.)


Abrió las piernas como se abre un libro y dijo:

--Georgie, escribime.

Borges, que todavía veía bien, despreciaba las manchas de tinta sobre el papel blanco.

--En general prefiero leer --contestó.

--Habrá que encontrar una manera --pensó ella en voz alta--. ¿Y si te leo la vida de Clodia, escrita por Schwob, por ejemplo, acostada boca abajo?... ¿Y si pensás que el sexo es en realidad una metáfora de otra cosa? A vos te gustan las metáforas, ¿no es cierto?... No pensés en el cuerpo como carne predestinada a marchitarse; pensá en Spinoza: “no sabemos lo que puede un cuerpo”; hay que abstraerse del tiempo y demorar un poco más el final, Georgie, apenas un poquito más.

Borges, que estaba desnudo y mortificado, pensó por un momento que él sólo escribía textos breves, pero no le causó gracia. Aborrecía todas esas imágenes tan burdas y de mal gusto. Se puso a mirar por la ventana sin decir nada.

Ella, consciente de que sus palabras no podían ser lo suficientemente persuasivas, empezó a escribir sobre su vientre los versos de Góngora:

De pura honestidad templo sagrado
Cuyo bello cimiento y gentil muro
De blanco nácar y alabastro duro
Fue por divina mano fabricado...


Tardó bastante, y entretanto Borges se había acostado, dándole la espalda. Entonces ella se levantó, el bulto vio, y, haciéndolo dormido, librada en un pie toda sobre él pende (urbana al sueño, bárbara al mentido, retórico silencio que no entiende): ojeando al milano pollo que la eminencia abrigaba de un escollo.

Pero Borges, que todavía no estaba dormido, murmuró, con una sonrisa entre labios:

--Ah, dulce Galatea, palabras efímeras. Sabes muy bien que la tinta se corre con la transpiración, sabes muy bien que el rayo rompe las nubes y entonces llueve. ¿Qué se supone que es todo esto? Hay mucha luz en este cuarto, quisiera estar ciego y solamente dictarte una líneas muy bellas, que tus dedos pulsarían contra las teclas, como un piano, siendo cada tecla un clítoris que late como una herida abierta que tus dedos oprimen hasta el extravío. Hasta que nos volvamos tierra, humo, polvo, sombra, nada.

Y eso fue exactamente lo que pasó.

 

fuente: [ http://www.segundapoesia.com.ar/phpBB2/viewtopic.php?t=892 ]


***

Psycopathia Sexualis

por Seb.



Encontré un libro que es un clásico de la psiquiatría, la “Psycopathia sexualis” (1886), de Krafft-Ebing.
Me parece que en realidad Sade es mejor, puesto que es deliberadamente literario y con un mayor criterio filosófico, pero, en fin, estas viñetas son lo bastante "interesantes”. (Transcribo algunas de las más breves).


Caso 10. Homicidio sexual.
Leger, viñador, de veinticuatro años. De mal carácter desde su adolescencia, silencioso, temeroso de la gente. Se echó a la carretera para buscarse la vida. Al cabo de ocho días deambulando por el bosque se llevó a una niña de doce años, la violó, mutiló sus genitales, le arrancó el corazón, se lo comió, bebió su sangre y sepultó el resto. Detenido, al principio negó todo pero luego confesó su crimen con cínica sangre fría. Escuchó con indiferencia su sentencia de muerte y fue ejecutado. En el examen post-mortem que hizo Esquirol encontró adherencias mórbidas entre las membranas cerebrales y el encéfalo.


Caso 19. Sadismo simbólico.
Un hombre en Viena visitaba regularmente a varias prostitutas sólo para enjabonarles la cara y luego quitarles la espuma con una navaja, como si las estuviese afeitando. Nunca les hizo daño, pero se excitaba sexualmente y eyaculaba durante la operación.


Caso 25. Masoquismo.
X., marido modelo, de moralidad intachable, padre de varios hijos; a veces le daban impulsos de ir a un burdel, donde escogía a dos o tres muchachas de las más grandes y se encerraba con ellas. Se desnudaba la parte superior del cuerpo, se tumbaba en el suelo, cruzaba las manos sobre su abdomen, cerraba los ojos y hacía que las prostitutas le pisaran el pecho, el cuello y la cara, exigiéndoles que apretaran fuerte sobre la carne con los tacones de sus zapatos. A veces buscaba una mujer mucho más pesada o se le ocurría algún otro acto todavía más cruel. Al cabo de dos o tres horas tenía suficiente. Obsequiaba a las muchachas con vino y monedas, se restregaba los cardenales, se vestía, pagaba la cuenta y se volvía a sus asuntos, regresando de nuevo al mismo extraño placer al cabo de unas pocos semanas. (...)


Caso 34. Fetichismo.
X., treinta y cuatro años, profesor en un gimnasio. En su niñez sufrió de convulsiones. A los diez años empezó a masturbarse con ideas lascivas muy extrañas. Era particularmente sensible a los ojos de las mujeres, pero como deseaba imaginar alguna forma de cópula y era por completo inocente en materias sexuales, para evitar una separación demasiado grande de los ojos, se le ocurrió la idea de asentar los órganos femeninos en la nariz. A partir de entonces sus deseos sexuales giraron en torno a dicha idea. Dibujaba correctos perfiles griegos de cabezas de mujer, pero con unas narices tan grandes que hubiera sido posible la penetración de su pene.
Un día, en un ómnibus, vio a una muchacha en quien creyó reconocer su ideal. La siguió a su casa e inmediatamente se le declaró. Rechazado, volvió una y otra vez, hasta que fue detenido. X. Nunca tuvo relaciones sexuales.


Caso 40. Fetichismo.
Z. comenzó a masturbarse a la edad de doce años. Desde entonces no podía ver un pañuelo de mujer sin tener un orgasmo y una eyaculación. Se veía irresistiblemente obligado a poseerlo. En aquel tiempo cantaba en el coro y utilizaba los pañuelos para masturbarse con ellos en la torre del campanario, cerca del coro. Pero elegía únicamente pañuelos con orillas blancas y negras o líneas violetas por el centro. A los quince años practicó su primer coito. Más tarde se casó. Por regla general, sólo era potente cuando se enrollaba tales pañuelos alrededor del pene. Con frecuencia prefería la cópula entre los muslos de la mujer, donde previamente ponía un pañuelo. Cada vez que apercibía un pañuelo no descansaba hasta que caía en sus manos. Siempre llevaba varios en los bolsillos y alrededor de los genitales.


Caso 52. Lesbianismo.
Señorita X., perteneciente a la clase media de una gran ciudad. Al final de mis observaciones tenía veintidós años de edad.
Estaba considerada una belleza, muy admirada por los hombres. Decididamente sensual, era una verdadera Aspasia, que rechazaba todas las propuestas de casamiento. Aceptó, sin embargo, los avances de un admirador, un joven erudito, tuvo relaciones con él, lo que significa que le permitió que la besara, pero no como amante. Cuando en una ocasión el señor T. pensaba que por fin la había conquistado, ella le rogó entre lágrimas que desistiera, alegando que su negativa no se basaba en principios morales, sino en razones psíquicas más profundas. La subsiguiente correspondencia epistolar entre ambos reveló la existencia de una inversión sexual. (...)
A la edad de diecisiete años, en un hotel, conoció a un joven extranjero cuyo aspecto «aristocrático» le fascinó. Se sintió feliz cuando, en una ocasión, pudo bailar con él toda la noche. Al día siguiente por la tarde, presenció desde la ventana la repulsiva escena de este joven encantador copulando en la maleza del jardín con una mujer que menstruaba, como si fuera una bestia salvaje. Al ver la sangre y la lujuria brutal de aquel hombre, la señorita X. se quedó horrorizada, casi anonadada, y le fue difícil recuperar su equilibrio mental. Durante mucho tiempo perdió el sueño y el apetito, y desde entonces vio en los hombres únicamente la personificación de la peor vulgaridad.
Dos años más tarde, en un parque público, se le acercó una joven que le sonreía y la miraba de una manera tan peculiar que sintió una enorme emoción en su alma.
Al día siguiente se sintió irresistiblemente impelida a ir al parque de nuevo. La joven ya estaba allí y parecía esperarla. Se saludaron como viejas conocidas; hablaron y bromearon juntas, se vieron más veces y, cuando el tiempo empeoró, se daban cita en el apartamento de la joven.
«Un día», me confesó la señorita X. de manera confidencial, «me condujo a su diván, y mientras ella estaba sentada me arrodillé a sus pies. Depositó en mi su tímida mirada, acarició el pelo de mi frente, y dijo: “¡ah! Si pudiera amarte de verdad! ¿me lo permites?” Dije que sí y, allí sentadas juntas, nos miramos a los ojos, flotando en una corriente sin retorno... Ella era muy hermosa. Yo hubiera deseado poseer el poder de un pintor para inmortalizarla sobre un lienzo. Para mí era una experiencia novedosa. Me sentí intoxicada. Nos abandonamos la una a la otra sin restricción, borrachas de placer sensual femenino. Yo no creo que el hombre pueda jamás entender la exuberancia de tal ternura; el hombre no es lo bastante refinado; es demasiado burdo... Nuestra orgía salvaje duró hasta que yo caí exhausta, consumida. Me dormí sobre su lecho. De repente desperté con una emoción indecible, todavía desconocida para mi, que trastocaba todo mi ser. Ella estaba sobre mi, haciéndome el cunnilingus, el mayor de los placeres para ella, y por fin me premitió besar sus senos, lo que la hizo temblar de manera convulsiva.
«Estas relaciones duraron un año entero, hasta que el traslado de su padre a otra ciudad nos separó.»

 

fuente: [ http://www.segundapoesia.com.ar/phpBB2/viewtopic.php?t=876 ]

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