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Apuntes: Otras plumas (3)

en Gays

Apuntes: Otras plumas III*

Textos de Pier Paolo Pasolini

(...)

VIII

MISERIA DEGRADANTE DEL PROPIO CUERPO DESNUDO Y FUERZA REVELADORA DEL CUERPO DESNUDO DEL COMPAÑERO.

(...)

El huésped y el hijo duermen (...) en el mismo cuarto. Y a la noche, entran juntos en él.

El cuarto de Pedro es el de un muchacho que empieza a madurar. Todavía tiene el carácter caprichoso del cuarto de un primogénito burgués (es decir, está arreglado con el gusto que las madres atribuyen a sus hijos, a través de los cuales se modernizan: y el nido de los sueños infantiles se convierte en una mezcla de pintores fauves, historietas y héroes norteamericanos). Pero al mismo tiempo, el cuarto -transformándose con la edad del hijo- ya no es el de un niño, sino el de un joven superpuesto al anterior, así como dos estilos diferentes se superponen en la fachada de una misma iglesia. El nuevo estilo es muy severo y elegante, sin cosas superfluas, aunque los dos o tres muebles sean de anticuario.

Hay dos camas, desde luego, una verdadera cama de bronce, muy elegante, quizá elegida por la madre, y un diván también muy elegante (y hasta embellecido por la necesidad de disfrazarlo).

Los dos muchachos, el joven y el jovencito, se van a dormir al mismo tiempo, taciturnos, quizá un poco cansados.

(...) Los dos entran, pues, en el cuarto. Quizá sea tarde, quizá tengan sueño, quizá su silencio obedezca -esta hipótesis es la más probable- al pudor que, no sin un sentimiento extraño y desagradable por parte de Pedro, ambos sienten al entrar juntos en el cuarto y al empezar a desvestirse.

Mientras el huésped -tal vez más experto y, en suma, más adulto- se mueve con cierta desenvoltura, el otro parece entorpecido en sus movimientos por algo que lo vuelve excesivamente concentrado, molesto, rígido. El joven huésped se desviste, como es natural, frente al muchacho: hasta quedar totalmente desnudo, sin temor, sin el menor sentimiento de vergüenza, como ocurre, o debería ocurrir, en casi todos los casos, entre dos jóvenes del mismo sexo y casi la misma edad.

Es obvio que Pedro, lo repetimos, siente un pudor profundo y antinatural, que podría explicarse (puesto que es el menor) y podría ser en él un rasgo de gracia mayor si al menos tuviera un poco de humorismo y un poco de rabia. Pero se lo ve perturbado por ese pudor. Su palidez aumenta, la seriedad de sus ojos pardos se hace mezquina, casi mísera.

Para desnudarse y ponerse el pijama, se tiende bajo la sábana, haciendo con mucha dificultad esa operación tan fácil.

Antes de dormirse, ambos muchachos cambian pocas palabras simples: después se dan las buenas noches y cada uno se queda solo en su cama.

El joven huésped -lleno de esa serenidad que no hiere a quien está privado de ella- se duerme con el sueño misterioso de la gente sana. En cambio, Pedro no consigue dormirse; se queda con los ojos abiertos, se vuelve bajo las sábanas: hace todo lo que hace quien sufre un insomnio estúpido, humillante como un castigo injusto.

IX

RESISTENCIA A LA REVELACIÓN

¿Pasa algún tiempo?

En el corazón de la noche, Pedro sigue despierto, aún absorto en ese pensamiento que no lo deja dormir y que sin duda es indescifrable para él mismo.

De súbito se levanta. Y, poco a poco, por miedo a que el huésped se despierte, más aún, aterrorizado por esa idea, blanco de ansiedad, trémulo por el pánico de que lo descubran en ese acto, da unos pasos en el cuarto, se acerca al huésped y observa largamente su rostro, sus brazos, su pecho descubierto. Contempla ese sueño tranquilo, viril y cálido. Permanece así, perdido, alienado en esa contemplación.

(...)

XI

LA ELECCIÓN DE SÍ MISMO COMO INSTRUMENTO DEL ESCÁNDALO

Quizá todavía es la misma noche en que hemos dejado a Pedro contemplando al huésped dormido. (Lo subrayamos por última vez: los hechos de esta historia son coincidentes, contemporáneos.)

Ahora Pedro está tendido en su cama, pero aún sin dormir. Lo mantiene despierto su pensamiento febril... Es un hombre que lucha: procura explicarse qué lo perturba con tan inesperada brutalidad.

De pronto se levanta casi bruscamente, arrastrado por la fuerza misteriosa que esa noche ha nacido dentro de él. Se levanta o, más bien, vuelve a levantarse. Y se acerca temblando a la cama en que duerme el huésped.

Lo hemos dicho: Pedro tiene todos los rasgos de la psicología y hasta la belleza burguesa. Es más bien pálido, y se diría que su buena salud se debe tan sólo al hecho de que lleva una vida muy higiénica: hace gimnasia y deportes. Pero esa palidez tiene algo de hereditario -o más bien de impersonal. Lo que en él es pálido es otra cosa: la humanidad, el mundo, su clase social.

Sus ojos son muy inteligentes: pero su inteligencia está como enturbiada por una enfermedad intelectual, de la cual Pedro no se da cuenta, resarcido como está por la seguridad que su nacimiento le ofrece al comprender y actuar.

Por eso, existe un obstáculo inicial que le impide, fatalmente, comprender y sobre todo admitir lo que ahora le sucede. Para poder ejercitar, realmente y con sentido de la realidad, su inteligencia, debería rehacerse de pies a cabeza. Es su clase social la que vive una vida verdadera en él. No es comprendiendo o admitiendo, sino sólo actuando, como podrá aprehender la realidad que le ha sido sustraída por la razón burguesa; sólo actuando, como en sueños, o más bien, actuando antes de decidir.

Ahora tiembla frente a la cama del huésped. Y como obedeciendo a un impulso más fuerte que él (y que sin embargo surge de su interior), el mismo impulso que lo ha hecho levantarse de la cama, ahora hace algo que, un momento antes, no habría siquiera soñado con poder hacer o, mejor dicho, con querer hacer.

Poco a poco levanta la ligera manta posada sobre el cuerpo desnudo del huésped, deslizándola sobre sus miembros. La mano le tiembla y casi sale un gemido de su garganta.

Y tras ese ademán que lo descubre hasta el vientre, el huésped despierta. Mira al muchacho inclinado que hace sobre él algo tan absurdo, y de pronto sus ojos se llenan de esa luz que ya conocemos... esa luz de padre colmado de una confianza fraternal... que a la vez es comprensiva y dulcemente irónica.

Pedro levanta los ojos del vientre, ya descubierto hasta el primer vello del pubis, y encuentra esa mirada. No tiene tiempo de comprenderla: la vergüenza y el terror lo ciegan. Llorando y escondiéndose la cara, se arroja sobre su cama y hunde la cabeza en la almohada.

El huésped se levanta, va a sentarse al borde de la cama de Pedro: allí permanece un rato inmóvil, mirando la nuca sacudida de sollozos. Después -con la camaradería de un coetáneo-, lo acaricia.

* fragmentos de la obra "Teorema" de Pier Paolo Pasolini (traducción de Enrique Pezzoni, Editorial Sudamericana, abril-1970, Buenos Aires, Argentina, 232 págs.), una suerte de espejo narrativo-poético de la película homónima.

"TEOREMA nació como si yo lo hubiese pintado con la mano derecha mientras con la izquierda componía un fresco en un gran muro (la película del mismo nombre). En esa índole anfibológica, no sé decir qué parte prevalece: si la cinematográfica o la literaria. A decir verdad, TEOREMA fue concebido como pièce en verso, hace unos años; después se transmutó en película y, al mismo tiempo, en el relato del cual proviene la película, que a su vez lo corrige. Todo lo cual hace que el mejor modo de leer este manual laico acerca de una irrupción religiosa en el orden de una familia de Milán sea el de seguir los 'hechos', la 'trama', deteniéndose lo menos posible en la página. Al menos, así lo creo yo. En cuanto al resto, el 'estilo indirecto libre' burgués que, queriéndolo o no, he debido extender sobre la urdimbre de la prosa poética, ha acabado por contagiarme hasta darme un leve sentido del humorismo, del desapego, de la mesura (haciéndome, quizá, menos escandaloso de lo que el tema hubiese requerido): sin embargo, creo que todo ha sido observado y descrito desde un ángulo visual muy extremo, quizá algo amable (no dejo de advertirlo) pero, en compensación, sin alternativas" (Pier Paolo Pasolini).

Espero compartan el interés que en mí despertaron estos trazos. El desenlace está absolutamente abierto en la imaginación de cada lector. R.

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