Aventura en un hotel de Chicago
por Lothario the Great.
- versión en español, por Clarke.-
Capítulo 3.
¿Qué creés que nos sucederá?/Seremos amantes. Nos comprometeremos --dijo Wes--, y seremos novio y novia./Yo quiero eso./Yo lo quiero, también./Pero yo quiero esto, también --dijo Silvia./¿Querés decir... coger?
EL
TELÉFONO DEL HOTEL SONÓ a las 6:30, despertando a Wes. La chica entre sus brazos
contestó.
--Hola, ma --dijo ella--. Mmmm, gracias. Estoy nerviosa, también. Creo que
tendré una oportunidad si supero la prueba de hoy... Sí, sueno como dormida, es
una hora más temprano por aquí... Le llaman jet lag, así que dejame en
paz. Te llamaré por la tarde, cuando esté de regreso en el hotel. Te amo. Dale
un beso a papá. Chau.
Wes apretó a Silvia en un abrazo soñoliento. Avanzó a rastras su mano por el
torso de ella y acarició su seno, con el otro brazo atrapado debajo se envolvió
alrededor de su abdomen.
--Me estás enloqueciendo --dijo Silvia.
--Eso te encanta.
La escuchó sonreírse.
--Ya lo creo --ronroneó.
Wes deslizó su mano dentro del pantalón de gimnasia de Silvia. Sintió que los
músculos de ella se le tensaban ligeramente, cuando hizo correr sus dedos,
rozándole el coño suave, pelón. Lentamente Wes comenzó a frotarle el clítoris y
la suave envoltura creció, volviéndose más y más cálida.
--Mmmmmmm --gimió Silvia. Se bajó los pantalones y abrió sus rodillas, dejando
que Wes tocara todo lo que quisiera. Wes besó su hombro, y se metió debajo de
las ropas de la cama. Se ubicó entonces sobre su estómago, lamiendo los labios y
el clítoris de Silvia, lenta, vigorosamente, con la destreza de un cirujano. La
mitad inferior de su cuerpo sobresalió por debajo de las sábanas. Sujetó con
fuerza a Silvia por las caderas, mientras la lamía con apacible redundancia.
Wes se dio cuenta que nunca había antes saboreado así a una chica, aunque sí
había tenido sexo oral unas pocas veces. Una cosa era chupetear un clítoris,
pero otra bien diferente beber de la chica, como de un vino delicado. La cosita
de Silvia generaba espesas corrientes de crema y chorritos de fluido, todo
derramándose junto, y cubriendo su sexo con una película reluciente. Los jugos
tenían el sabor de un suave queso crema con un condimento almizclado, semejante
al sudor pero no tan fuerte ni tan salado. Él quería comerse a Silvia para el
desayuno, desde ese día y para siempre.
--Oh Wes --gritó ella suavemente--. Wes, Dios... es tan bueno, tan bueno... haz
que me corra... --Dejó de hablar y sólo emitió sensuales ronroneos. Escarbó con
sus manos el pelo de Wes. Él sintió que se aproximaba al orgasmo.
De pronto, se abrió la puerta de la habitación del hotel. Wes reaccionó como un
gato, deslizándose debajo de las ropas, arrojándose de cabeza en la otra cama.
Se cubrió casi totalmente con la colcha y abrazó la almohada, simulando estar
dormido. Sabía que Faith no podría ver cuán rápido estaba latiendo su corazón,
pero le preocupó, de todos modos, que ella pudiera notar algo.
--Eh, tarado --aulló Faith, más alto de lo necesario. --Es tiempo de que te
despiertes. Sal de aquí.
Silvia se sentó, como si hubiera estado dormida. Wes casi suelta una carcajada,
por el modo en que ella trató de ocultar que no tenía sus pantalones.
--Pensé que le habías dejado tu llave a Wes --dijo ella.
--Me las llevé cuando estuve aquí a las 3:00. Además, no vi que fueran a ver la
película. Mentirosos. --Apartó a los empujones a Wes--. Vamos, tengo que
arreglarme.
Wes dijo:
--Fuiste amable conmigo la primera noche.
--Oh, sí, y Roger estuvo bonito conmigo esa noche. La mierda rueda cuesta
abajo... ¡Desaparecé!
Wes se sentó, aún tratando de actuar somnoliento. La fatiga produce algo
parecido al adormecimiento, y él estaba absolutamente extenuado. Antes de
abandonar la habitación, tuvo una idea. Tomó la llave de Silvia del escritorio y
se fue. En lugar de pulsar el botón del ascensor, se metió en el hueco de la
escalera y se quedó observando, a través de una grieta en la puerta. Wes pensó
que tendría que esperar una hora para volver a ese cuarto, pero sólo estuvo allí
unos veinte minutos. Faith salió de la habitación con aspecto aseado. Se sumó a
un grupo de chicas en el ascensor, y todas bajaron a desayunar. Antes de que
alguien más abandonara su habitación, Wes corrió sigilosamente hacia la puerta
de Silvia y usó la llave para meterse adentro.
Oyó que Silvia estaba en la ducha. Tratando de permanecer callado, se sacó sus
ropas de dormir y se deslizó hacia el baño, apagando la luz mientras entraba.
--Faith, maldición, ¡encendé la luz!
--Okey --dijo Wes con un falsetto.
--¿Wes? --exclamó Silvia.
Wes puso cerrojo a la puerta del baño y se metió en la ducha. Silvia arrojó los
brazos alrededor de su cuello. Se besaron apasionadamente, como si hubieran
estado alejados durante años.
--¿Cómo adivinaste que Faith bajó a desayunar? --preguntó Silvia entre beso y
beso.
--No lo hice. Estuve esperando en el hueco de la escalera.
--Oh, tonto. Son las 6:45, ella podría haber tardado horas en irse.
--Yo hubiera esperado todo ese tiempo.
Wes zambulló sus manos en el cabello mojado de Silvia y la besó afanosamente
otra vez. Sus cuerpos se deslizaban juntos sin fricción. Silvia acarició la
verga de Wes, que no necesito que la convencieran de despertarse.
--Terminemos aquello que iniciamos --dijo Wes. Puso su espalda contra los
azulejos y afirmo sus pies contra el fondo de la bañera. Silvia se ubicó por
encima de él y brincó, mientras Wes aprisionaba su culo.
--Eres tan fuerte --dijo Silvia, sonando sincera. Se aproximó y tomó la verga de
Wes con la mano.
--Eres tan bella --dijo Wes, teniendo en la mira la hendidura de la chica.
--Te necesito tanto, oh sí --dijo Silvia, casi demasiado suavemente para que
pudiera oírla por encima del sonido del agua. La pija de Wes se deslizó sin
esfuerzo dentro de la concha de Silvia, excavando sin fricción hasta sus
testículos. Silvia tensó las paredes de su vagina, rodeando con un apretón el
grueso miembro.
--¡Dioses! --gimió Wes--. ¿Cómo aprendiste a hacer eso?
Silvia sabía exactamente a que se refería.
--Practiqué con un vibrador. Nunca lo había probado hasta ahora, teniendo sexo.
--No te detengas --rogó Wes. La chica que él acuerpaba daba brincos arriba y
abajo, ocupándose de darle el sexo más placentero que Wes hubiera disfrutado
nunca. Ella se corrió rápidamente, poco después que comenzaron, y luego se
agarró fuerte mientras Wes bombeaba dentro de ella. Él la apretó muy junto a sí,
degustando la sensación de sus pechos desnudos, resbaladizos, y su vientre
frotándose contra él. El agua también volvía su culo resbaladizo y un poco
difícil de apresar, pero él se agarró como si en eso le fuera la vida, y ella se
colgó de su cuello, rodeándolo con sus brazos. De pronto Wes sintió una
eyaculación, estrellándose contra el fondo de la concha palpitante,
chisporroteando dentro de la chica.
Wes se inclinó cuidadosamente, permitiendo que Silvia sacara sus genitales de la
estaca latiente, y continuó descendiendo hasta sentarse en la bañera. Silvia se
sentó, girándose de espaldas. Descansaron en silencio mientras el agua caía
sobre ellos, dándoles la sensación de una inclemente lluvia tibia. A Wes le
gustó sentir su pija dura, deslizándose contra la espalda de Silvia. Acarició
sus tetas lentamente y bailó con sus dedos por su cabello empapado.
--Te extrañé --dijo Wes.
Silvia estuvo un largo rato silenciosa, antes de decirle:
--Nos estamos volviendo adictos inseparables.
--Oh, sí --respondió Wes.
Siguió otro silencio. Luego Silvia dijo:
--Ya no conversamos.
Wes se rió entre dientes:
--Me di cuenta de eso.
--Esto no me gusta.
--A mí tampoco.
Silvia dijo:
--Mi último novio sólo quería sexo. Al principio hablábamos sobre libros y
películas, pero poco después, él sólo quería hacerlo, todo el tiempo.
--Sabes que me importas mucho --dijo Wes rápidamente, casi interrumpiéndola--.
Nunca quise atreverme a hacer algo que no te gustara. Pero si me comparás con
alguno de tus amores pasados, me voy a hacer pis.
Silvia se rió ruidosamente. Sus globos rebotaron entre las manos de Wes.
--Oh, lo siento.
--Está bien --dijo Wes, con una sonrisa. Suspiró. --Tal vez podamos hablar sobre
libros y películas otra vez, cuando regresemos a la escuela.
Silvia preguntó:
--¿Qué creés que nos sucederá?
--¿Cuándo regresemos?
--Mmm... ajá...
--Seremos amantes --dijo Wes--. Nos comprometeremos, y seremos novio y novia.
--Yo quiero eso.
--Yo lo quiero, también.
--Pero yo quiero esto, también --dijo Silvia.
--¿Querés decir... coger?
--No seas obsceno.
--No trato de ser obsceno --dijo Wes poniéndose a la defensiva--. Tu frase me la
dejó picando.
--Te dije que no seas rudo. --Se rió ella.
--¿No quisiste decir sexo?
Silvia sonó malhumorada.
--Es sólo que yo no acostumbro ser tan libre, sexualmente. Esta vez fue más
intenso que nunca antes.
--Y sentís culpa, porque no nos hemos comprometido aún.
--Pensás que es una tontería.
--No, en absoluto --dijo Wes, poniendo el asunto en claro--. Algo estupendo está
pasándonos, y estoy feliz por dejarlo crecer y volverse tan intenso como quiera.
Podemos charlar sobre nuestras vidas y nuestros secretos, o podemos hablar con
nuestros cuerpos, o ambas cosas al mismo tiempo, o simplemente estar calmados y
disfrutar el uno del otro. Todo lo que sé es que quiero estar cerca de vos, y
quiero que todo el mundo sepa que estamos juntos. --Wes no había pretendido ser
tan honesto, pero había ciertas cosas dichas por ambos, llegados a este punto,
que no podían ser negadas, y no tenía sentido disimularlas. Todo estaba
conduciéndolos en una única dirección.
Silvia dijo:
--No puedo creer que estemos hablando así.
--¿Así cómo? ¿Tan abiertamente de lo que sentimos?
--No es justamente eso. Quiero decir, oh, mierda, Wes, ¡vos y yo debemos ser las
personas más tranquilas de toda la escuela! Soy tan tímida, Y sé que vos sos
introvertido, pero aquí estamos, charlando como si nos conociéramos desde hace
décadas.
--Supongo que así es todo comienzo --dijo Wes.
--Pero aún no nos hemos dicho nada --dijo Silvia. Fue un interrogante para Wes.
--No. --Estaba sorprendido por la angustia que descubrió en su propia voz--.
Incluso si permaneciera en mi cuarto esta noche, para que ellos no sospecharan,
y luego mencionáramos que estamos comprometidos, nadie entendería cómo comenzó
todo, porque nadie nos ha visto juntos. Luego tendremos que traer a colación
otra mentira, y odio estar mintiendo. No, simplemente saldremos como chicos
normales, una vez que estemos de regreso en la escuela.
Silvia se dio vuelta, de modo que su vientre presionó entre las piernas abiertas
de Wes. Su pene blando se balanceaba contra ella, y sintió una punzada aguda
cuando éste amagó con endurecerse otra vez.
--Quiero que salgamos esta noche --dijo ella.
--Sí, correcto --respondió Wes con sarcasmo--. Una cita, en Chicago.
--¡Nos lo merecemos! --demandó Silvia--. Es en Chicago donde nos conocimos. No
podemos irnos sin tener una noche especial.
--Te has vuelto loca, chica(1). No creo que lo digas en
serio.
--Vamos, Wes. Vos estás acá, ¿no? ¿Y qué si Faith regresara? Eso no te
detendría.
--La puerta del baño esta cerrada.
--¿Ves? Eso es premeditación. Hemos estado teniendo sexo desde hace dos noches,
y Faith no sospecha nada. Sé que podrás encontrar la manera, Wes, sólo lo sé.
¿Por favor? ¡Mostrame la ciudad! ¿Eh, por favor?
Wes besó su rostro, saboreó el agua que continuaba derramándose sobre ellos dos.
--Me enloquece estar bajo la ducha con vos.
--Sos el primer hombre que se ha metido en mi ducha... --dijo Silvia.
--¡Aterrador! Y vos sos la primera chica que se baña conmigo, también.
--Así que somos algo así como 'vírgenes en la ducha' --dijo Silvia--.
Tengo otra idea.
--¿Qué? --preguntó Wes.
--Dejame darte una afeitada, también.
--¿Afeitada? ¿Qué demonios planeas?
Silvia ronroneó:
--Decime chanchadas, Wesley. Me gusta que me hagas sentir traviesa. --Ella besó
su cuello en la oscuridad y luego recorrió su cuerpo, de arriba abajo. En la
penumbra Wes sintió que ella tenía algo en sus manos. ¿Una maquinita de afeitar?
--Vamos Silvia, no lo decís en serio...
--Me afeitaré para vos, mi potro. Vamos a ponernos suavecitos, juntos. Te va a
encantar.
--¿Ya has probado hacer esto?
--En realidad, no, tontote. Sos el primer chico con el coraje suficiente como
para afeitarse para mí.
Wes ensayó en broma una mueca de insatisfacción. Agarró el jabón y llenó de
espuma su verga y sus huevos, bondadosamente. Silvia esperó pacientemente,
mientras Wes pasaba la maquinilla sobre sus tupidos pendejos oscuros, una
maniobra espinosa ya que no era capaz de ver bien cómo lo estaba haciendo. Tuvo
aún más problemas con las bolas, pero se las arregló para quitar casi todo el
pelo, sin ningún corte serio. Después que él se hubo lavado, Silvia examinó el
trabajo, deslizando la punta de sus dedos por toda la zona.
--Oh diablos, Wes, ¡estás tan suavecito! Es la cosa más sexy que he sentido.
--Ella se puso en cuclillas y comenzó a lamerlo.
--¡Silvia, maldición, no creo que pueda hacerlo de nuevo!
--Está bien, nos guardaremos para nuestra cita de esta noche...
Se pararon y se lavaron de veras. Wes usó el jabón y la maquinita de Silvia de
nuevo, en su cara. No se dio la más prolija afeitada de su vida, pero confió en
que al menos habría eliminado lo suficiente.
--Ya que estamos fantaseando, decime ¿cómo sería tu cita soñada? --dijo
finalmente.
--Oh, ya la tengo cuidadosamente planeada --respondió Silvia, al toque--.
Primero, nos tomamos un taxi y nos vamos a algún restaurante muy caro. Luego,
bailamos un poco, o damos un paseo para comprar algún recuerdo, o algo
igualmente romántico. Finalmente, me llevás al lago y nadamos juntos en la
medianoche, a la luz de la luna.
--No hay problema. ¿Debería traer conmigo unos pocos lingotes de oro?
--Uno para mí, y otro para vos.
Después de la ducha, Silvia salió y encendió la luz.
--Tenés que apurarte --dijo ella--. Faith terminará de desayunar y la tendremos
de regreso. Vistámonos, ¡rápido!
--¿No podrías haberte acordado antes?
Wes había visto a Silvia bajo la luz de las lámparas, pero ahora, parada bajo la
explosión lumínica que sucedía en ese baño, Wes observó de verdad a la chica.
Tenía las formas de una escultura, era la perfecta traducción del concepto de un
artista. Sus combas, los relieves que definían sus músculos, aquellos dos
hoyuelos primorosos sobre ese culo. Wes la abrazó y sopesó sus pechos. Los
pezones estaban tiesos, y Wes pudo ver sus rosadas aréolas en carne de gallina.
--El último semestre, coincidimos en una clase.
--Sí, me acuerdo --dijo Silvia, mirándolo en su reflejo en el espejo.
--Quise estirarme desde mi banco hasta tocar tu cabello. Me encantan tus rizos.
Me cuidé de pensar en maneras pícaras de disfrutar de ellos.
Silvia sonrió:
--Podríamos perder el control.
--Nunca --dijo Wes. Se secó con un toallón, y entonces comenzó a vestirse.
Silvia se envolvió en su toallón y abrió la puerta del baño. Asomó su cabeza
dentro del pasillo, y luego le hizo una seña a Wes. Dio un salto hacia afuera,
mientras Silvia cerraba sigilosamente la puerta detrás de él. Pulsó el botón del
ascensor, y cuando las puertas se abrieron, encontró que allí estaba Roger.
--¡Wes!
Wes miró exageradamente las flechas del ascensor.
--¿Apretaste el botón equivocado?
--No, vengo a encontrarme con vos. ¿Qué diablos sucedió anoche?
Wes sintió una punzada de terror.
--¿Qué onda, chico? --Acompañó a Roger hacia la recepción del hotel.
--Quiero decir, Faith se cabreó, ¡y vos me la mandaste de vuelta!
--¿Y? ¿Se la pusiste?
--Sí, pero ese no es el punto. A ver, ¿hasta dónde llegaron Silvia y vos?
--Oh mierda, Roger, ¡cortála!
--Bueno, ustedes no se odian uno al otro, eso es más que obvio.
--Mirá --dijo Wes--. Nosotros no tenemos nada que ver con lo que pasó. Faith
entró a la habitación, vos llamaste, ella se fue. Es todo lo que sé. ¿Por qué no
dejás de palmearle el culo? Odia que lo hagas.
--¡Porque al contrario, le encanta!
Las puertas del ascensor se abrieron. Wes dijo, en voz muy baja:
--Mirá, si vos querés a Faith de regreso en su antiguo cuarto, está bien por mí.
Es bastante extraño compartir un cuarto con Silvia, de todos modos, no importa
cuán bien nos llevemos. Aún no nos conocemos tanto.
--No saltes antes de tiempo, compañero. Nada se ha roto entre Faith y yo. Sólo
estoy bromeando con vos, ya sabés.
--Sí, está bien, andáte a la mierda. --Wes presionó el botón para cerrar la
puerta y se despidió con un adiós de su mano.
Avanzó aliviado; Wes sintió pánico corriéndole por las venas, como agua sucia
siendo filtrada. La sola idea de que no podría ver a Silvia esa noche, como
planeaba, le punzaba los dedos del pie, por segunda vez.
Cuando llegaron los ómnibus, sólo dos se llenaron con los competidores del
concurso. Los demás estudiantes vestían ropas de calle para salir de compras o a
pasear por Chicago. Estaban seguramente entre los mejores artistas de todo el
país, pero la selección de los jueces había sido brutal, aunque todos sabían que
así sería. Sólo un grupo selecto pasaría a las rondas siguientes, y eso
implicaba que aún los mejores, los más destacados, estuvieran sujetos a un juego
de números.
Wes vestía un traje cruzado, de color negro, a la vez que Silvia se decidió por
un abrumador traje de noche rojo, con una pasamanería minuciosa, del mismo color
rojo básico que te podés encontrar en tu caja de crayones. Wes se preguntó dónde
había encontrado el coraje para vestir algo tan atrevido. Tal vez fuera una
recomendación de su entrenador, o en una de esas, ella sentía la misma seguridad
en sí misma que él sentía interiormente, desde el momento en que había nacido su
affair. Faith se sentó cerca de Silvia, y Wes terminó sentándose solo.
De nuevo, no se atrevieron a mirarse abiertamente.
Con dos tercios de los concursantes eliminados, la segunda ronda transcurrió muy
rápido. Wes aseguró con clavos el Debussy que había traído, pero después de oír
a una chica de la UCLA tocar una acelerada versión de un ridículamente duro
Beethoven, casi se dio por vencido. Solamente seis estudiantes, de la división
de piano solista, pasarían a la próxima ronda, y sólo había visto a los que se
presentaron después que él. Al final, resultó su nombre en esa lista, y casi
salta por la emoción. Serían unos competidores formidables los de la ronda
final, pero al menos él estaba entre ellos. Todos estarían hablando de él cuando
regresaran.
Y todos hablarían de Silvia, también. Ella tocó una versión inspirada del
concierto solista para cello, opus 8, de Zoltán Kodály: una jugada muy
arriesgada, teniendo en cuenta la popularidad de la pieza y la desnuda,
ambiciosa dificultad de la partitura. Ella había alcanzado una profunda
concentración y encontró una calma casi mística, que la acompañaría en los
pasajes de saltarinas octavas que se sucedieron, casi sin pausas.
Silvia se veía y sonaba como endiablada, en ese llamativo vestido rojo. En un
instante durante la interpretación, Wes echó una mirada al salón y a los
muchachos que observaban a su chica. Pudo reconocer sus pensamientos, con una
mezcla de orgullo y de actitud de chico duro.
De regreso en los transportes, Silvia y Wes fueron la comidilla de todos.
Parados fuera de los ómnibus, se encontraron en la improbable posición de ser
los centros de atención de todo el grupo: todo el mundo preguntándoles cómo se
sentía estar en las finales. Estaban parados casi espalda contra espalda y aún
así nunca se dieron por enterados de que estaban escuchándose: cada uno de los
dos estaba respondiendo a sus inquisidores sobre el otro.
Después, un nuevo largo recorrido hasta el hotel, esta vez antes del almuerzo.
Roger se sentó cerca de Wes.
--Mierda --Roger se mantuvo refunfuñando.
--Escuché que estuviste tremendo --lo consoló Wes.
--Oíste bien. Nunca he actuado tan rígido en toda mi vida. Cuando tenga mi
'prime time' en la televisión, voy a llamar a esos mamones por teléfono a
las tres de la mañana y los mearé sobre el auricular. No sabrán qué diablos está
sucediendo del otro lado, pero sentirán que alguien está odiándolos, y que ese
alguien logró salir a flote. Malditos mamones.
--Eso es muy original.
Faith tampoco había ganado, y Silvia tenía sus manos ocupadas unos pocos
asientos más allá. Todavía sostenía las de Faith mientras las dos se abrían
camino fuera del vehículo. Ahora todos los estudiantes estaban de nuevo en el
hotel, y los participantes de la mañana subieron a cambiarse. El instructor de
Wes le apretó con fuerza por el codo y le dijo cuán orgulloso estaba por su
actuación. Wes le agradeció y lo inquirió sobre cómo enfrentar el desafío de la
pieza final, la del día siguiente.
--Tómate un buen descanso --le dijo el profesor.
Después de diez minutos de charla con el maestro, Wes subió y se vistió con
jeans y una liberadora camisa sport. Abajo, en el lobby,
varios grupos lo invitaron a unírseles, pero él tenía otros planes. Además, le
encantaba la idea de explorar Chicago a solas. Estaría bueno llevarse a Silvia
con él, pero eso seguiría siendo aún un deseo. Al fin y al cabo, pasar la tarde
con alguien que no fuese Silvia ya no le atraía. Silvia... Silvia... Silvia, el
nombre giraba en su cabeza como una bala en un tazón.
Roger estaba esperándolo en la recepción.
--Wes, vení, comé con nosotros. Será mi obsequio por haber ganado hoy. --Wes
sonrió pero no contestó nada; esta era su respuesta acostumbrada a las personas
que le hablaban bajo estas circunstancias. Tom y Wally, dos de los otros
actores, fueron con ellos. Las calles de Chicago resplandecían bajo un cielo
despejado de nubes. Los cuatro muchachos trataron de no verse como turistas,
bromeando casualmente mientras caminaban, pero era imposible no detenerse ante
los edificios de estilo gótico y los escaparates glamorosos en la planta baja de
los rascacielos y sus luces de neón. Cruzaron una calle principal de ocho
carriles con vendedores de comida inundando las ajardinadas isletas centrales.
Ninguno de los chicos era tan frío como para pasar por alto cuán bello era el
centro de Chicago.
Comieron en un boliche de hamburguesas llamado Houstons, que le hizo
pensar a Wes en que tendría relación con algún sitio de Texas. Pero el lugar se
llamaba así sólo por un ególatra de nombre Houston, aunque tenía, eso sí, un
toque de sofisticación. El mesero los condujo por un costado de la barra hasta
un comedor decorado con maderas, de suave iluminación. Trajo el agua con unas
cuñas de lima-limón.
--Les conté a Wally y Tom sobre Faith --dijo Roger. Se refería, por supuesto, al
'baile de jorobados' que sucedía en el cuarto de Roger.
Wally agregó:
--Y también sobre vos y Silvia.
--Silvia Anderson --tarareó Tom--. Picante criatura.
--Por favor --dijo Wes, tímidamente.
--Vamos --dijo Wally--. Al menos dejanos conocer un vistazo del asunto...
--¿Ella... se masturba? --preguntó Tom.
--Jesús --murmuró Wes--. Cortenlá, cabrones.
Los tres sonrieron burlonamente y aullaron Ooooooohs. Roger la siguió:
--Lamento ofenderlo, señor. No sabíamos que estaba... ¡¡enamoraaaaado!!
***
(1) en español en el original. (N. de T.)