Taxol
por César Aira *
En este relato el vértigo y la vorágine que sacuden la narrativa de César Aira han desaparecido por completo. Tal pareciera que alguien, un lector o editor influyente, o un amigo, que a fin de cuentas son los que más influencia tienen en estas cuestiones, hubiera retado al autor a escribir un relato en un realismo llano y áspero, por completo verosímil, sin necesidad de abigarradas explicaciones que en buena medida son la sustancia en la literatura de este prolífico y siempre sorprendente escritor argentino.
Lo
que voy a contar es rigurosamente cierto, hasta el último detalle, transcripto
tal cual según pasó
Ya sé que otras veces he proclamado lo mismo y en realidad
el cuento era inventado, producto de mi imaginación. Pero en este caso es
distinto, y de todos modos, si no me creen no me importa. No podría haberlo
inventado porque, como se verá, no es mi estilo. (Justamente, he estado pensando
en la necesidad, que se me hace urgente, de cambiar mi viejo y aburrido estilo.)
El título, o lo que ahora quedó como título, es una palabra que anoté esa tarde
en letras mayúsculas en mi libreta (siempre la llevo encima), porque estaba
seguro de que si no la anotaba poco después de que mi amigo me la dijera me la
iba a olvidar. Tengo una memoria pésima para nombres y palabras sueltas. El
taxol es algo que se usa contra el cáncer, no sé bien si es un árbol o el
remedio que se obtiene de él; es el principio activo de la quimioterapia a la
que se somete mi amigo. Rato después anoté los puntos claves del monólogo del
taxista que me había llevado, en la misma página. Y cuando volví a abrir la
libreta, en mi casa, encontré que la disposición de esa página hacía pensar en
un texto con un título, y se daba la curiosa circunstancia del parecido entre
"taxi" y "taxol", por lo que así quedó.
Pues bien, vuelvo al texto. Lo que escribo es exactamente lo que me dijo el
taxista, sin agregar ni modificar nada. No es literatura, es transcripción. Lo
único que agrego es una breve introducción explicativa. Al día siguiente de mi
regreso de México, fui a visitar a un amigo enfermo de cáncer, que vive al otro
lado de Buenos Aires (respecto de Flores), en un barrio elegante. Tuve que tomar
el taxi porque estaba muy justo de tiempo y porque es muy difícil ir hasta allí
en colectivo, y además, o sobre todo, porque la visita ya era un trámite
bastante deprimente como para no permitirme alguna comodidad en el viaje.
Nunca le doy charla a los taxistas.
Éste se mantuvo en silencio casi hasta la mitad del trayecto. Después se lanzó a
hablar, sin frenos, a pesar de que yo no le contestaba nada.
Estaba loco. Era cordobés. Flaco, de unos cincuenta años, muy estropeado, mala
dentadura. Si debiera resumirlo, diría que me contó dos chistes y una historia.
Pero no lo voy a resumir, sino a transcribir tal cual él lo dijo, con sus
palabras. (Debo hacerlo hoy mismo, mientras lo tengo fresco.) No puedo recordar
cuál de los dos chistes me contó primero, así que empiezo por cualquiera; no
venían a propósito de nada. O mejor dicho, sí: el discurso había comenzado por
algún comentario sobre el tema candente de la desocupación
Un momento. Ahora
recuerdo toda la secuencia, y una historia más, la primera, así que lo voy a
contar todo en su orden:
En una esquina, detenidos por el semáforo, se nos acercó un vendedor de guías de
calles. El taxista, simulando interés, le dijo:
Ah, sí, justamente necesitaba
¿Cuál es? Ah, es la Guía T. No, ésa ya me la sé
toda.
El vendedor se alejó, nosotros retomamos la marcha, y él me dijo:
Siempre les digo lo mismo: "Ésa ya me la sé toda"."La que ando buscando es
otra, más completa." ¡No me doy corte, casi! "Ya me la sé toda". Ja ja.
Lo cual le daba pie para contarme lo siguiente:
Una vez, hace diez años, tomé unos pasajeros en Retiro: rosarinos. Una parejita
de recién casados, que venían a Buenos Aires de luna de miel. ¿Viste cómo son de
sobradores los rosarinos? Me dicen que van a San Justo, Reynoso 434. Imitando
el acento: "Reynoso 434, San Justo". Sin decir una palabra, salgo echando
putas. Sin hacer ningún comentario. Lo que ellos no sabían, y yo no les dije, es
que yo había vivido diez años en San Justo con mi primera esposa, en Reynoso
446, en la casa de al lado. Fui directo, sin abrir la boca en todo el viaje,
zún, zún. Zún, zún, llegamos. Igual los cagué, aunque no tenía ninguna
necesidad, porque bajé de la General Paz por X, en lugar de seguir hasta Y, o
sea que entré antes a la provincia, ahí les mostré el medidor: "a partir de aquí
es tarifa doble, ida y vuelta"."Muy bien." Llegamos a Reynoso 434. Paro en la
puerta. "Es tanto". La cara de sorpresa que tenían. Mientras me pagaba, él me
dice: "Perdone, ¿pero usted se conoce todas las calles del Gran Buenos Aires?"
"¿Cóóómo?", le digo, "Perdone pero usted me está insultando. No se lo voy a
permitir, aquí está su señora de testigo, yo no voy a aceptar lo que me está
diciendo." "No, no
" "¿Cómo voy a salir a trabajar si no conozco todas las
calles de la ciudad y la provincia? No sé cómo será en Rosario, nunca he estado
y no voy a decir nada, pero aquí un taxista tiene obligatoriamente que conocer
todas las calles y numeraciones a la perfección, o se queda en su casa." ¿Sabés
cómo se quedaron? De una pieza. "Perdón, perdón." Se lo habrán creído. Mirá que
los taxistas van a conocer todas las calles de la provincia
¡Ni en pedo! Fue la
casualidad, de que yo había vivido ahí. "¿Cóóómo? ¿Qué me está diciendo?" "No,
perdone, yo no sabía." Ella no decía nada, me miraba nomás. Después le habrán
dicho a sus parientes: "Pero che, acá los taxistas
" Y yo: "Discúlpeme, no le
voy a permitir
" ¿Te imaginas, si a los taxistas nos obligaran a aprendemos todo
el mapa de la provincia? No salimos más. ¡La cara que pusieron!
Siguió un rato en esa vena, y después una transición:
Igual salí perdiendo porque ya que estaba en San Justo fui a ver a los amigos,
a una pizzería, y perdí toda la tarde. "Tomate una cerveza, tomate otra." "No,
qué te vas a ir." Ahí me pasó una cosa que no he podido explicarme hasta el día
de hoy, aunque pasaron diez años. Y fue que mis amigos de San Justo estaban
enterados de que mi esposa había fallecido. "Che, me enteré que tu esposa
falleció. Pobre. Sentido pésame." ¿Cómo carajo pudieron enterarse? Si ella había
muerto acá. Nos habíamos mudado a la Capital hacía años. Murió en un hospital
acá. Nunca pude explicarme cómo se enteraron. Es increíble.
A mí no me parecía tan raro, y habría querido decirle que había mil canales por
los que una noticia así podía colarse. Pero él lo veía como algo sobrenatural,
como si la Capital y San Justo (que están a media hora de taxi) fueran mundos
incomunicados. De algún modo, este asombro le estaba dando peso a la anécdota
anterior.
Ahora me acuerdo algo que me había dicho antes, y que fue el verdadero comienzo
de su disertación. Hacia la mitad del viaje (estaríamos por el Once) hubo, como
dije, algún comentario sobre la desocupación, o la pobreza, y entonces tomó el
hilo de esta manera:
Hace poco estuve en Córdoba, en Deán Funes, de donde soy yo, y estuve con mis
amigos, ¡y no lo podía creer! Todos gente pobre, como yo, no vayas a pensar
Bueno, todos tienen auto, buenas casas, todos me invitaban a comer asados,
cuando iba a verlos no me dejaban ir
Antes de comer una picada, queso, salamín,
aceitunas, Cinzano
¡¿Pero cómo hacen?! Cómo hacen, querría saber. En cambio mi
esposa es peruana, el mes pasado fue al Perú a visitar a la familia, ¡y volvió
con una tristeza! Todos flacos, que daban lástima. Me decía, llorando, que en la
casa de la hija abría la heladera y no había nada, ¡pero nada! En la casa de la
hermana, lo mismo: la heladera vacía. Y a ella la veían gorda, y le decían
"¿cómo haces?" La veían tan gorda
Claro, ellos todos flacos, muertos de hambre.
Qué barbaridad. Habrán pensado: "hay que irse a la Argentina, ése es el
negocio".
Ahí fue donde apareció el vendedor de Guías T, y vino el cuento de los
rosarinos. Como se ve, hasta ese punto se mantenía bastante razonable. Todo
tenía su explicación. Más aún: de lo razonable mismo se desprendía una buena
cantidad de datos, con los que podía reconstruirse parte de su vida: su juventud
en Córdoba, su primer matrimonio en San Justo y la Capital, la muerte de su
esposa, su segundo matrimonio con una inmigrante peruana, veterana como él y en
su segundo matrimonio como él (ella había dejado una hija en el Perú). En cambio
de lo que siguió ya no pudo deducirse nada, como se verá.
Hay un chiste
A ver si me acuerdo
Esperá
Sí. Dice qué había un tipo, de
mucha guita, que tenía una estancia y una esposa muy joven y linda, y él celoso,
la tenía encerrada en la estancia. Pero claro, ahí trabajaba una cantidad de
peones. El tipo mismo elegía personalmente a los peones. ¿Viejos, maricas? ¡Para
nada! Los elegía jóvenes, lindos, buen cuerpo, buen bulto. Un amigo le preguntó:
"¿no tenés miedo que se cojan a tu esposa?" Y él: "¿Cóóómo? ¿Estás loco? A mi
esposa no se la coje nadie más que yo. Lo que hago es castrarlos cuando entran a
trabajar para mí. Está en el contrato por un año que les hago firmar." "¿Ah
sí?", dice el amigo. "Sí, vení que te voy a mostrar cómo hacemos". Y lo lleva a
un lugar atrás de la casa donde había un pozo de un metro de hondo y a un
costado un asiento de madera con un agujero. "¿Ves?" le dice, "el peón se baja
los pantalones, se sienta aquí, y mete los huevos por este agujero, y entonces
yo me meto en el pozo, agarro dos ladrillos, uno con cada mano, los pongo contra
la madera del asiento, así, y golpeo con fuerza como si aplaudiera, ¡zac! Y
listo." "¡Uuuy!" dice el amigo frunciéndose todo, "¿pero eso no es muy
doloroso?"¿Cóóómo? ¡Dolorosísimo! Por eso hay que tomar precauciones. ¿Ves esta
toalla? La tengo preparada aquí, para secarme bien las manos, porque si no con
el sudor se te puede resbalar el ladrillo, y al dar el golpe te agarrás un
dedo." Ésa era la "punchline", pero se sintió obligado a extenderse en ella, a
transmitirla en otras palabras, no tanto sustitutivas como complementarias.
"Agarrarse un dedito es muy doloroso. Por eso tomo mis precauciones. Me seco
bien las manos para que no se me escape un ladrillo al dar el golpe." Me miraba
por el espejo retrovisor para ver mi reacción. Yo me reía por compromiso. Había
entendido perfectamente dónde estaba el chiste. Él siguió:
Seguro que era un oligarca hijo de puta. ¡A él qué le importaban los peones! Lo
único que le importaba era él mismo
¡El dedito! ¡Qué doloroso! Y el otro pobre
con los huevos reventados
¡A él qué carajo le importaba! ¿Doloroso? ¡Sí, el
dedito! ¡Qué hijo de mil putas! ¡No se puede creer! Una pausa. ¿Sabés cómo les
debían quedar los huevos a esos tipos? Por unos cuantos meses no querrían ni ver
a una mina. Y el contrato era por un año. Después los echaba a la mierda, que se
las arreglaban como pudieran, él tomaba otros. ¡No querrían saber nada de minas!
Capaz que ni hacerse la paja. Las minas les dirían: "Vení, papito", y ellos
"¡No, no!"
Siguió con eso un poco más, por inercia. Ahora que lo transcribo, veo que lo
extraño es que empezó contando un chiste, y en los comentarios le dio
tratamiento de historia de la vida real.
El chiste siguiente, más modesto, era un poco mejor, casi parecía un chiste, por
ejemplo de los que se cuentan por televisión, de donde seguramente lo había
tomado:
Un tipo vuelve a la casa y le dice a la mujer: "Vieja, mañana no voy a
trabajar. Ni mañana ni pasado. No vuelvo al trabajo hasta que el patrón se
retracte de lo que me dijo". "Pero viejo", le dice la señora, "no vas a perder
tu empleo sólo porque te ofendiste por algo que te dijo el patrón. ¿De qué vamos
a vivir?" "¡Es que no sabés lo que me dijo! Mi honor me impide volver hasta que
ese chupasangre hijo de mil putas se retracte." "¡Pero cómo vas a perder el
empleo por algo que te haya dicho! No puede ser tan grave." "¿Cóóómo?
¡Gravísimo! No vuelvo hasta que no retire lo dicho." ¿Pero qué fue lo que te
dijo?" "Está despedido.
Mi risita debió de ser algo más sincera, aunque quizás menos divertida que en el
caso anterior. Él:
Ja ja. ¿Te das cuenta? ¿Qué le había dicho? "Está despedido." ¡Qué modo tan
diplomático de decirle a la esposa que lo habían rajado. Le habían aplicado la
"flexibilización laboral". Mejor que no cantara victoria, porque esa noche
cuando se durmiera la señora iba a la cocina, agarraba el cuchillo más afilado y
le cortaba la pija, para enseñarle a no venirle con chistes. Mirada por el
espejito: Eso pasó, ¿te enteraste? Una norteamericana, aunque fue por otro
motivo. Fue y le cortó la pija, así nomás. Y después el juez la declaró
inocente.
No se puede creer, ¡¿estamos todos locos?! Y ahora los dos son ricos y famosos.
A esa mujer habría que haberla matado. Yo le habría aplicado la ley de "ojo por
ojo, diente por diente". La metía en un sótano, en bolas, atada a la pared, las
gambas abiertas, bien ajustada con cadenas, y un tipo calentando un fierro de
este grosor haciendo un gesto con el pulgar y el índice para metérselo hasta
el mango en la concha cuando estuviera al rojo
Y ella observando todo, el tipo
sin ningún apuro calentando el fierro
¿Sabés lo que debe ser para una mina, la
perspectiva de que le metan un fierro al rojo vivo? Capaz que no aguanta, de
sólo ver ese fierro en el fuego se muere del corazón. Y el tipo tan tranquilo,
dándole vuelta para que agarre bien el calor
Y por ahí lo prueba, con una
gotita de agua, viste cómo hace el agua sobre un fierro al rojo: shhhh
La
gotita
De sólo oír ese sonido la mina se muere. ¡No! ¡Esperá! Cuando está en
eso entra al sótano otro tipo, un superior, y ve lo que está haciendo y le dice:
"¿¡Pero qué hace!? ¡Animal! ¿Cómo va a meterle ese fierro a esta mujer?
¡Bárbaro! No
¡Métale éste que es más grueso." Ja ja. Y le da uno el doble de
grueso. Ja ja. Y entonces apaga el que había estado calentando, lo mete en un
balde de agua: SHHHHH
Y el vapor que sale. No, ahí definitivamente la mina se
muere del corazón. La tienen que llevar directo del sótano a la Chacarita, y sin
necesidad de tocarla siquiera. Si alguien les pregunta "¿qué le hicieron?".
"Nada. Háganle la autopsia si quieren. Murió del corazón" ¿No es cierto? ¿A vos
qué te parece? Murió de causas naturales, ¿no?
Murió del susto dije.
¡Exacto!
Veo que me estoy dando la razón a medida que escribo: esto no podría haberlo
inventado yo. Jamás se me habría ocurrido. Quiero decir: se me ocurren cosas
así, como a cualquiera, pero no lo usaría como materia para escribir. Es
exactamente la clase de temática que menos le conviene a mi estilo. A priori, es
el tipo de proyecto en el que jamás me embarcaría. Y menos ahora, a mi edad, con
mi experiencia, y con mi mejor amigo enfermo de cáncer
Esto último parece no
tener nada que ver, pero tiene. Desde que la amenaza de la muerte hizo su
aparición tan brutal en mi vida, hace unos meses, el tiempo ha tomado un peso
distinto; el tiempo de escribir ha empezado a mostrarme su revés, que es el
tiempo de vivir; ahora, antes de empezar, lo pienso dos veces
Es cierto que en
el caso que estoy transcribiendo hubo una especie de ahorro que volvía
inofensivas estas fantasías macabras: el tiempo del relato yo lo emplearía de
todos modos en el viaje en taxi, y el discurso no lo hacía más corto ni más
largo.
Ahora que lo pienso, hay otra cosa: "esto yo no lo habría inventado"
De
acuerdo. ¿Pero hay algo que sí podría haber inventado? ¿Hay algo que haya
inventado, en mi larga y fecunda carrera de novelista? ¿O es todo como esto: una
transcripción, una transferencia? Las fantasías ajenas y las propias se
confunden en un único procedimiento. El ejercicio de escribir los pone en un
mismo plano. Después de todo, ningún lector puede tener la certeza del origen de
mis escritos, porque nunca puede terminar de creerme.
A todo esto, el taxista, después de repetir verbatim algunos de los puntos
culminantes del episodio anterior, se embarcaba en algo que ya no era un chiste
sino una historia real, y bastante dramática.
cuando un violador cae preso. Vos sabés lo que le hacen a los violadores en la
cárcel. Les dan por el culo. Y ahí hay unos negros con una verga así. Gesto.
No, si es una cosa seria
A un amigo mío
Bah, "amigo"
Nos criamos juntos.
Violó a una chica de ocho años, y después la mató. Habría podido escaparse,
estuvo a punto, lo agarraron en la estación de ómnibus. Cinco minutos más y ya
se iba a Rosario, pero lo agarraron
El primer día en el patio de la cárcel, lo
llevaron a un rincón, y le dieron. ¿Sabés cuántos? ¡Setenta y cinco! Uno tras
otro. Y esos tipos no tienen piedad, porque a ellos les han hecho lo mismo.
¿Sabés cómo quedó? Mirá: ocho meses después, mi hermana fue a verlo, acompañando
a la hermana de él... Estaba en la enfermería, todo vendado, desde las axilas
hasta las rodillas. Ocho meses después. Y tenía para cuatro meses más antes de
que le sacaran los vendajes. Estaba acostado boca abajo
Y vos sabés que en la
enfermería de la cárcel los que trabajan son los mismos presos. Bueno, en los
cuarenta minutos que estuvo de visita mi hermana, por lo menos cuatro veces los
presos que pasaban cerca le daban una palmadita en el culo, que tenía para
arriba, y le decían: "Anda preparándolo, porque cuando salgas de aquí: la
segunda sesión". Te imaginas el estado de ánimo de ese hombre. ¡La perspectiva
del primer día al salir de la enfermería! ¡Otra vez lo mismo! Ese hombre no
podía querer vivir. Lo repitió todo desde "por lo menos cuatro veces", y agregó
en otro tono: Años después me enteré de que no habían vuelto a tocarlo. ¡Ah! Y
ojo, que están obligados a acabar, ¿eh? Ellos ponen a uno a vigilar, para
asegurarse de que cada uno acabe adentro. Es fácil darse cuenta, porque cuando
acabas te queda una gotita en la punta de la pija, ¿viste? Así que el que no
acaba no la saca. Imaginate lo que deben ser setenta y cinco tipos acabando al
hilo
¡Litros de leche!
Aquí bajábamos por la calle Austria, al costado de la Biblioteca Nacional. Ya
estábamos cerca.
Se vuelven putos, es infalible. Mirá lo que le pasó a Robledo Puch. Era
machazo, y ahora está en el pabellón de homosexuales. ¿Te acordás de Robledo
Puch? Dicen que lo van a soltar. Se cumplen veinticinco años. Fue en el '72.
¡Cómo lo van a soltar, digo yo, a un tipo así! Ahí yo creo que deberían hacer
algo, total no es tan difícil, una pichicata, se muere, ¿quién los va a culpar?
Dejar suelto a un asesino así es un peligro. Ése sale y vuelve a matar. Pero no
hay nada que hacer. Se cumplen veinticinco años y hay que soltarlo. Así que
cualquier día de éstos se me sube al taxi
A él lo metieron por ocho muertes
nada más, las otras cuarenta no se las pudieron probar, ¡pero fue él! Porque
tenían el orificio de entrada de la bala en la mejilla izquierda: ésa era su
"firma". Legalmente, lo que importa es lo que se puede probar. Lo demás, no.
Pero él cuando mataba, dejaba la firma: en la mejilla izquierda.
Buenos Aires, 25 de diciembre de 1996.
***
* César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949). Autor de una extensa obra novelística, es además traductor y crítico literario, y referencia indiscutible de la nueva literatura argentina.
Ha publicado -la lista seguramente es incompleta- las novelas: Moreira (1976), Ema la cautiva (1981), La luz argentina (1983), Canto castrato (1984), Las ovejas (1984), Una novela china (1987), Los fantasmas (1990), El bautismo (1991), La liebre (1991), Embalse (1992), El llanto (1992), La prueba (1992), El volante (1992) y La guerra de los gimnasios (1993); dos cuentos: El vestido rosa (1984) y Cecil Taylor (1987) y dos volúmenes de ensayo: Copi (1991) y Nouvelles impressions du Petit Maroc (1991)