La venganza de Jimena *
por Alberto Laiseca.
A partir de ese momento él fue casi amable. Cierto que la penetró y que a ella le dolió mucho (el desvirgue real no era como el de sus sueños), pero también es verdad que si la gozó lo hizo con ternura.
DESDE
LOS CATORCE, JIMENA
SOÑABA que tenía a un tipo desnudo y atado. Le daba de comer y beber en la boca.
Era un sueño recurrente, pero en progresión. Al principio (en sus viajes
oníricos) no se animaba a presentarse desnuda delante de él.
Cuando lo rozaba para darle de comer, o cuando apoyaba su cuerpo contra él, su
prisionero tenía una erección. Nunca había visto en la realidad una cosa así y
observaba aquello fascinada, sin atreverse a tocar.
Más o menos al séptimo sueño se desnudó delante de su víctima. Le temblaban las
manos mientras se desprendía los botones. Los sueños siempre eran silentes: ni
Jimena ni el hombre decían palabra alguna. Si él intentaba hablar no se oía.
Cuando Jimena se terminó de desnudar notó que le caían gotas de su pubis.
Extendió su mano temblorosa, pasando por encima de quién sabe qué represión. No
bien sus dedos tocaron la parte más baja del tipo, Jimena tuvo su primer orgasmo
nocturno.
La chica no tenía absolutamente ninguna información sexual, esto era lo notable.
Alguien parecía enseñarle en sueños.
Sus hermanas eran cuatro: mayores y casadas. Cuando pudieron huyeron de su
vieja, castradora y verduga. La madre se llamaba Perla, pero todos le decían
Perlita. Perlita obligaba a sus hijas a volver a las diez de la noche y revisaba
sus virginidades una por una, a medida que iban llegando, en ceremonias de
horrible humillación.
Cuando la mayor, Graciela, regresó con el himen roto y la bombachita con gotas
de sangre, la vieja sufrió un ataque de locura. Dando alaridos de furia comenzó
a azotar a su hija con un cinturón, pero con la parte de la hebilla, sin fijarse
dónde caían los golpes. Por suerte llegaron sus hermanas y las separaron, si no
la hubiese matado. Esa misma noche Graciela se fue con su novio y nunca más se
los volvió a ver.
Julia, la tercera, no bien quedó desvirgada huyó con su compañero: a su casa no
volvía ni por joda. Cecilia, la segunda, procedió exactamente igual.
Mirtha, en cambio, fue la más zorra y putona. Con su novio idearon un astuto
plan para hacer de todo, pero sin romper el virgo. Se chupaban y masturbaban
hasta quedar desahogadísimos. Mirtha misma fue la que una noche de ésas le pidió
al chico que la sodomizase. "Te va a doler." "Mejor. Yo quiero que me duela." El
placer, mezclado con el dolor, es dos veces placer. Según las teorías de Mirtha,
si ella podía hacer caca también podía meter alguna cosa ahí dentro. "Hacerlo
por el culo debe ser como cagar, pero a la inversa." La teoría fue confirmada y
hasta superada felizmente por la práctica. Mientras él trabajaba la parte
trasera (con un entusiasmo digno de peor causa), la chica se masturbaba como
complemento. Lo hicieron durante meses. La vieja sospechaba, porque no era
ninguna boluda, pero la cara angelical de Mirthita era impenetrable. Tanto como
su himen.
Un atardecer Mirtha y su novio decidieron fugarse. Por supuesto, ésa fue la
noche del gran desvirgue. Antes de rajar del pueblo la chica le hizo enviar una
carta a su madre:
"Querida mamá:
"El cariño entrañable que siento por vos me mueve a escribirte esta carta.
Quiero que sepas que, hasta esta noche, he cumplido fielmente con tus mandatos
respecto de la virginidad. No me olvidé de lo que le hiciste a Graciela. Has
sido hija de puta, represora y cruel, pero a mí no me importa e igual te quiero.
¡Sos mi mamita!
"Con Eduardo al principio nos desahogábamos masturbándonos mutuamente, o yo lo
chupaba y él a mí. Pero por fin y siempre pensando en vos, nos decidimos a
hacerlo directamente por el culo. Hace meses que lo venimos haciendo. Esta noche
mi novio se decidió a reventarme por delante de una buena vez por todas. Fue muy
lindo, te lo reconozco, y a partir de ahora cada vez va a ser mejor. Pero
¿querés que te confiese una cosa? Se ha exagerado mucho con respecto al placer
que una muchacha siente por el lado grande. El asunto es por el lado chico. Te
explico: cuando tu novio te rompe el culo (y lo escribo subrayado para que las
palabras te entren más) una siente algo así como un trance. Es algo que sube y
baja. El orgasmo, cuando llega, pone la piel de gallina y sacude hasta los
huesos.
"Bien. Tal los sucesos. Tengo el falso dolor de decirte que tu hija Mirtha te ha
salido muy degenerada y puta. ¿Por qué será, entonces, que no me siento culpable
para nada y sí muy libre, feliz y pura?
"Te abraza y te besa tu hijita que te quiere tanto.
"Andate a la puta que te parió."
Al recibir esta carta absolutamente terrible, Perla sufrió una pataleta. Le
atacó inmediatamente el hígado y casi se muere de cirrosis espontánea. Pero se
salvó: tal vez porque aún le quedaba una hija virgen a quien hacer daño. Jimena
no se le iba a escapar. No tendría ningún novio y moriría intacta. "Además una
madre tiene el derecho de que su hija menor la cuide y se sacrifique por ella",
le decía a Jimena con su horrible voz chillona e histérica. La pobre chica, por
lo visto, estaba destinada a pagarla por todas. Perlita la tenía aherrojada:
Jimena se pasaba el día entero limpiando la casa, preparando la comida y
haciendo artesanías que pagaban la olla de las dos. No la dejaba salir ni a la
calle.
Un día vino el plomero a efectuar un arreglo en la cocina. Perla encerró a la
hija en su cuarto. La habitación de la chica era en realidad un tabique de
madera apoliyada. Se oía todo.
Perla, desde la famosa carta de Mirtha, había tomado cada vez más por el camino
del alcoholismo. Ella era gorda, de gran culo, tetas gigantescas y pelo corto.
Recibió al hombre totalmente borracha, con varios botones del vestido
desprendidos y con un pecho casi por completo afuera. Perla, que siempre hablaba
de moral a sus hijas, tenía en ese momento un aspecto absolutamente
pornográfico. El otro, al verla así, la tumbó sobre el piso y la cogió dos
veces. Perla no se resistió. Se dejó hacer extendiendo los brazos a los
costados. Como una vaca. Aunque la mina le daba un poco de repugnancia, a partir
de ahí el plomero se quedó a vivir en la casa.
Los hombres a veces hacen cosas raras en la vida.
Jimena, por supuesto, había escuchado todo. Con una mezcla de asco y bronca. Su
vieja no practicaba nada de lo que decía. Como las bestias fornicó borracha con
un tipo al que acababa de conocer. En cambio, ella no podía tener ni un novio.
El plomero era bastante respetuoso con Jimena. No se metía con ella, cosa
curiosa, si se tiene en cuenta la manera como había caído a la casa. Era un
hombre con problemas, pero no una mala persona. Hasta ayudaba a la chica en
algunas tareas. Poco a poco ella se acostumbró a decirle papá, cosa que, al
parecer, a él le gustaba mucho.
La vida de la pobre Jimena era un infierno. Es horrible tener una madre mala y
loca, que se ensaña con una hija. Sólo de noche era feliz, a través de sus
sueños (viajes astrales, más bien). No veía el momento de irse a la cama.
*
El hombre estaba ahí, donde siempre. Atado y desnudo. Últimamente, cuando la
veía aparecer, tenía una instantánea erección. Esta vez Jimena fue un poco más
lejos: mientras con una mano le acariciaba suavemente los testículos, con otra
le tomaba la estaca. Procedió a masturbarlo con lentitud mientras le observaba
el ojo del glande. Lo hizo volcarse por primera vez: a chorros.
Aquello era muy lindo e interesante, ya que ella sabía, pero no sabía
exactamente los secretos del mecanismo. Sin embargo, Jimena estaba caliente e
insatisfecha. Comenzó a acariciarlo y chuparlo hasta que él tuvo una nueva
erección. Como Jimena era una flaca chiquita usó un pequeño banco para aumentar
de altura. Pero aun en sus sueños la madre seguía reprimiendo. Temía el
desvirgue por miedo a que la fajaran como a Graciela. Tomó entonces el glande y
púsose a frotarlo contra su clítoris, sin dejarlo penetrar. No bien alcanzó el
orgasmo se apartó con celeridad, para que el otro no pudiera aliviarse. "Hasta
mañana --pensó--. Y que te duelan mucho los huevitos." Era la primera vez que
daba rienda suelta a un impulso sádico.
A la otra noche, y no bien ingresó en le cuarto astral, vio que él ya la
esperaba endurecido. No esperó para eso a que ella entrase. "Se pasó las horas
pensando en mí, el muy sucio. Pues va a sufrir todavía más", se dijo Jimena
excitada. De inmediato comenzó a acariciarle el gran marlo con una plumita. El
otro no podía hablar, pero su cara de angustia lo decía todo. Era obvio que le
suplicaba alivio. Cada tanto la pendeja le acariciaba el frenillo con la lengua.
Sólo un toque. No se animaba a más por miedo a una eyaculación espontánea. Por
último, ya cansada del juego, metió entre sus piernas una de las de él y comenzó
a frotarse hasta gozar. Y se fue así nomás: dejándolo totalmente enloquecido y
con la pija dura.
A la noche siguiente había otro hombre atado y desnudo, muy cerca del primero.
Con su mano comenzó a excitar al segundo, pero se hizo penetrar por el primero.
Quedó así desvirgada: qué madre ni madre. Mientras lo hacía con el primero le
apretó los testículos al segundo, que se desmayó. Justo en el momento en que
esto ocurría, Jimena y el primer macho alcanzaron sus placeres. Antes de irse le
dijo al segundo: "No te quejes que la sacaste barata. Esto es sólo una
advertencia, para que no me humilles más dándole poder a mi madre."
*
A todo esto Perla (no en astral sino en la realidad cotidiana) tenía un serio
problema. No gozó jamás con su difunto marido, pero tampoco con el plomero. Y el
tipo, que se daba cuenta, ya se estaba cansando. "Me tenés harto con tus aires
de vaca que no goza", le dijo furioso una noche, y con el cinturón la fajó de
firme. La marcó en los brazos, las piernas, el vientre, la espalda. Hasta en los
pechos le pegó. Ante cada cinturonazo, Perlita (que además de sádica con sus
hijas era muy masoquista) lanzaba un gemido ahogado de placer. Del gusto se
empezó a hacer pis encima de la cama.
Jimena, que escuchaba todo, empezó a masturbarse, ferozmente excitada. Los
gemidos de su madre eran para ella como un néctar. La ambrosía.
Perlita, en tanto, recordó súbitamente la odiosa carta de Mirthita,
particularmente en el pasaje que más la enfurecía: ese en el que declaraba que
durante meses lo hicieron por el culo sin que ella lo sospechara.
La vieja comprendió que no tenía más que una manera de librarse de la
humillación que le impuso su hija Mirtha: incorporar lo vejatorio dentro suyo y
gozarlo. "Lucas --le dijo al plomero--: cogeme por el culo. Ya que me fajaste
reventame del todo. Mi marido nunca me lo hizo."
Lucas, todavía lleno de odio, comenzó a hacérselo. Pero a lo bestia, sin ninguna
consideración. Ahora la vieja puta no gemía sordamente: largaba verdaderos
alaridos. Fue el primer orgasmo de su vida.
Jimena, por su parte, luego de masturbarse comenzó a llorar de frustración. Los
hubiera matado a los dos.
*
Esa noche, cuando entró al cuarto astral, el hombre ya no estaba atado de pie
sino a una especie de mesa, muy sujeto, con los brazos hacia adelante, el cuerpo
doblado en ángulo recto y el culo al aire. En otro lado del cuarto, furiosa y
mirando todo (sus ojos echaban chispas) había una gorda desnuda, de mediana edad
y pelo corto. Tenía pliegues de grasa en el abdomen, culo inmenso y las tetas
más grandes que hubiese visto. Era una desconocida.
Jimena, al ver a la gorda, en lo primero que pensó fue en retorcerle un pecho
con ambas manos, como si fuese un manubrio, a fin de que la obesa perdiera su
expresión de persona enterada y llena de furia virtuosa, pero no hizo nada de
eso. De un rincón sacó un consolador y se lo ató con correas a su propio
vientre. Pese a jamás haber visto uno de tales adminículos sabía perfectamente
cómo se usaban. Comenzó a sodomizar a su esclavo que se retorcía desesperado
entre las ligaduras.
Al principio Jimena lo hacía con furia, pero luego siguió con más suavidad al
tiempo que lo masturbaba. Después que consiguió que el tipo eyaculase ella
alcanzó lo suyo. Por fin reparó en la gorda: estaba enloquecida de odio. Hasta
echaba espuma por la boca. Jimena, entonces, ató los enormes pechos de su
enemiga a las puntas de sendas sogas y a los otros extremos los pasó por unas
rondanas del techo. En el sueño ella tenía una fuerza gigantesca. A Jimena le
hizo tanta gracia que, ya sin furia, largó una alegre carcajada.
Y se fue así: dejando a la otra colgada de las tetas, del techo.
*
Los sueños estaban muy bien, como una droga. El problema era que Jimena ya tenía
dieciséis y seguía siendo virgen. No tenía acceso a hombre alguno, puesto que
mamita redoblaba la vigilancia. El único hombre al que conocía era su padrastro,
Lucas. "Y él es mi papá."
Jimena deseaba, pero tenía mucho miedo. Una cosa es que a una la desvirguen en
un sueño, donde todo está bien, y otra muy distinta la realidad. Por otro lado
el plomero no era mala persona y siempre la había tratado bien. Cada tanto le
parecía observar que él la miraba cuando (supuestamente) ella estaba en plena
distracción. Sólo eso. "Si las cosas siguen así yo no zafo más. Éste, con la
historieta del respeto, no me va a seducir ni por joda."
En sus astrales ella era muy puta y zarpada, pero aquí no. Tenía mucho cagazo,
así que empezó poquito a poco. Cierta vez que su vieja salió a vender las
artesanías, obra de Jimena, la chica se decidió a ponerse una remerita ajustada
que le marcaba los pezones. No tenía corpiño debajo, de más está decir.
Lucas no pudo menos que comentar. "Qué ropita." "Pero papá, ¿sabés qué pasa? Mi
vieja nunca me deja vestir de manera moderna. Cuando se va por un rato me doy el
gusto. Total en vos puedo confiar ¿cierto?" --y proyectaba una grande y luminosa
sonrisa, que la hacía doblemente deseable y encantadora. "Seguro, seguro, cómo
no", contestaba el otro mirándola como a una mujer.
Cuando sabía que su vieja no estaba, Jimena hacía caca totalmente desnuda, sin
poner el pasador del baño. Lo hizo tantas veces que Lucas, en una ocasión, abrió
la puerta creyendo que no había nadie. Al verla en bolas rajó una puteada y
cerró. Pero con el paso de las horas se quedó pensando: Jimena ni había
intentado cubrirse los pechos. Pese a lo fugaz de la visión, le pareció recordar
que ella tenía las aréolas en forma de conitos y los pezones negros. Nunca había
tenido una mujer con puntas alargadas y de ese color. Lucas, por primera vez,
sintió respecto de Jimena esa angustia espantosa que nos produce una mujer de
buenas tetas y que no es de uno.
El hombre, pese a ser plomero, tenía una cultura secreta. No deseaba que lo
descubriesen porque en el arroyo, si un tipo es culto (y lo detectan) lo pasa
bastante pero bastante mal. Últimamente lo leía a Dostoievsky: las Obras
Completas. Estaba en esa parte de Los hermanos Karamazov donde
Aliosha le dice a Iván:
"--Demasiado lo entiendo, Iván. Ansiamos amar con todas las entrañas, con el
estómago. ¡Lo has dicho muy bien, y me entusiasman tus ansias de vivir! Yo creo
que se ha de amar la vida por sobre todas las cosas.
--¿Amar la vida más que el sentido de la vida?
--Sí, la vida, sin miramientos ni lógica, como tú dices: cuando nada nos impone
su lógica, comprenderemos su sentido. Hace tiempo que pienso lo mismo. Tú tienes
hecha la mitad del trabajo, Iván, porque amas la vida; procura ahora hacer lo
que falta y serás salvo."
En eso estaba cuando apareció la pendeja. "Hola, papá. Sabía que estabas leyendo
y te traje café. Mamá está dormida." Jimena llevaba un camisón finito, con todos
los botones de la parte superior desprendidos. Al inclinarse para dejar la taza,
Lucas le pudo ver por completo el pechito derecho. "Probá el café", le dijo
Jimena. El otro tenía una erección, pero no se quiso equivocar. Empezó a tomar
la bebida. "Está rico." "¿Te gusta?", preguntó ella con voz suave y poniéndole
una mano en el pecho.
Lucas no aguantó más. Dejó la taza a un costado y empezó a franelearla. Jimena
se resistió, y no sólo por simulación sino también por miedo. Pese a que ella se
lo había buscado, llegar a los papeles no es joda. Él la metió en el cuarto de
ella y la tiró sobre el camastro. La chica se defendía con desesperación, pero
sin gritar. Como en sus sueños. "Dejame a grito." "Si gritás, te fajo. Además tu
vieja, con lo que te odia, me va a creer a mí, no a vos." "Dejame, papá --en ese
momento era totalmente sincera--. Dejame." Pero Lucas ya no estaba para chistes:
la pendeja lo había provocado mucho. De un manotazo le abrió el camisón y sus
dos pechos saltaron afuera. Se los empezó a chupar. Con otro golpe de zarpa le
sacó su bombachita rosa, esa que tenía bordada una flor. Jimena, aterrorizada,
cruzó las piernas, tal como su madre le había enseñado para protegerse de la
violación. "Jimena, chiquita, no me hagas enojar", dijo él y le pegó una
soberbia cachetada. Fue tan fuerte el golpe que Perlita se hubiese despertado de
no mediar su infinita borrachera. "¡No! ¡No! ¡Por favor!" "Qué por favor ni qué
la mierda" - y le pegó otra cachetada de revés. Jimena, muerta de miedo, por fin
aflojó. A partir de ese momento él fue casi amable. Cierto que la penetró y que
a ella le dolió mucho (el desvirgue real no era como el de sus sueños), pero
también es verdad que si la gozó lo hizo con ternura. Con muchas caricias y
chupadas en el cuello, orejas y pezones.
Luego que él se fue Jimena quedó llorando de humillación. Esto duró quince
minutos controlados por reloj. Luego se puso a pensar: ¿no era eso lo que ella
quería? Por fin estaba desvirgada, bendito sea el cielo. Se hubiera ido a la
cama de Lucas de no ser porque allí estaba la vaca sarnosa de su madre.
Mucha lágrima, mucha lágrima, pero al ratito estaba durmiendo como un bebé.
A partir de esa noche lo hicieron todos los días, cuando la vieja no estaba en
la casa. Jimena, incluso, perdido ya totalmente el pudor, se desnudaba y bañaba
(con la puerta del baño abierta) delante del otro. "¿Ves que sos una puta y que
yo tenía razón en forzarte? ¿Cómo me hacés esto?" "Si ahora soy puta es por
culpa tuya. Vos me hiciste así. Yo antes era una chica buena, sin novio. Hasta
que vos me agarraste. Hacete cargo ahora." "Putita, putita" - y se le
abalanzaba.
Cuando Jimena comprendió que el otro no podía vivir sin ella le hizo un planteo.
"Si querés seguir conmigo tengo que ser tu mujer. A mi vieja la echás a la
mierda." "No se puede. Si tu vieja nos denuncia, yo voy en cana, porque soy un
tipo grande y vos una menor. Además, la casa es de ella."
"Está bien, pero por lo menos, a la gorda la podemos tener atada y hacerle de
todo, como en mis sueños." "¿Qué sueños?" "No importa. El asunto es éste: yo a
la gorda la quiero tener bajo mi pata y reventarla y humillarla, como ella hizo
conmigo. ¿No te das cuenta de que ella me arruinó la vida? Me tenés que ayudar."
"Ya vamos a ver", decía Lucas mirando el suelo y devanándose los sesos: ¿Cómo
zafar? Porque podía ir en cana por denuncia de su mujer, pero también a causa de
la pendeja si, furiosa, lo acusaba de violación. Hasta pensó en mandarlas a las
dos a la mierda y rajar.
***
* Este es un fragmento del largo cuento "La isla de los cuatro juguetes"
que es parte de la colección de siete relatos publicada por Alberto
Laiseca "En sueños he llorado" (2004, Editorial La Página,
Buenos Aires) de muy reciente aparición. El también escritor Juan
Sasturain comienza el texto a manera de prólogo con la siguiente frase:
"Estos increíbles relatos pertenecen a una especie monstruosa -en tanto
impar; clase de uno- que podríamos llamar sin miedo ni audacia excesiva
'historias de Laiseca'. Así nomás. Porque todo lo que cuenta el autor de
Los Sorias es inmediatamente reconocible: no puede ser sino suyo." Este
texto es una pequeña muestra para entrar en contacto con uno de los escritores
argentinos más originales de los últimos tiempos.
A mis compatriotas -y vecinos de países limítrofes, que estén en posiblidad de conseguirlos- les recomiendo que tengan en cuenta éste y los otros títulos de la serie 'Literatura fantástica y ciencia ficción'; viene ofreciéndose en kioscos, junto al diario Página/12 -mi única crítica es por su tipografía un poquito chica, sobre todo para ojos miopes de lector empedernido, como los míos-. Están allí representados los mejores escritores argentinos contemporáneos, en un tipo de literatura de amplísima tradición en las letras de este país, a un precio casi de libro de saldo. Ténganlo en cuenta. Un saludo. Clarke.