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Las prisas del verano

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Las prisas del verano

por Clarke.

 

Voy para allá, un beso. ¿Bichi? Preparate, que a pesar de Manuela igual veo que tengo mi soldadito muy atento.

 


Llegué apurado a la puerta de la clínica. Corrí presuroso a la puerta del ascensor. Una rubia despampanante apoyó la mano en el botón que detuvo el cierre de las puertas.

--Gracias. Buen día.

--¿A que piso vas?

--Al tercero.

Y me quedé mudo. No estaba para charla.


Bajé antes de que se abrieran completamente las puertas del cubículo. Apenas pude sonreirle a la rubia como despedida. Pasé raudo frente a la ventanilla de la secretaria. Doblé la esquina de la atestada sala de espera, algo aliviado ya que el baño de caballeros estaba, al fin, a mi alcance.


"¡Uff! Menos mal que justo no hay nadie" pensé después de soltar una pedorrera que anunció la lluvia que ya llegaba. Con estos excesos de fin de año y la ciudad a cuarenta grados centígrados, no hay cuerpo que aguante. El impecable sanitario de la lujosa clínica oftalmológica, recién inaugurada, tenía dos mingitorios al costado de una mesada con bachas y espejo y al fondo dos cubículos con inodoro tras la puerta con cerrojo.

Ni me había dado tiempo de sacarme la gorrita y las gafas. El esfuerzo de detener la descompostura me había hecho sudar copiosamente. Desenrollé un bollo de papel y traté de secarme la frente, las sienes y la parte trasera del cuello. La chomba de piqué -había elegido la de color bordó, que me queda bárbara- era un espanto, con dos lamparones indisimulables bajo los sobacos. Dejé correr el agua, había logrado evitar lo peor. En eso estaba cuando escuché el ruido de la puerta, unos pasos y el golpe suave de la tapa del inodoro vecino al golpear contra los azulejos.

Nada me molestaba más que cagar en un baño público cuando lo encontraba ocupado, así que agradecí mentalmente a mi compañero que hubiera llegado oportunamente tarde. Ya estaba en condiciones de levantarme e irme, pero no sé por qué permanecí en el cubículo. Mi ignoto acompañante tal vez no había advertido mi presencia o quizá le importaba un carajo.

Comenzó a emitir unos quejidos cada vez más fuertes, seguidos por suspiros profundos. "Parece una mina en trance de parir" pensé y me contuve para no largar una carcajada. Se trataba de un hombre, obvio, pero no podía tener idea de su edad ni aspecto. Sus lamentaciones se interrumpieron cuando sonó una musiquita, una melodía de bips que no parecía tener fin. Se demoró un poco en buscar entre lo que por el sonido serían sus ropas.

--¿Hola? Hable. . . --y emitió un nuevo quejido prologado.

"Ja, celulares", pensé. Yo le tengo fobia a esos aparatitos. En realidad, supongo que a todo tipo de teléfono. Cuando llamo me enerva que mi interlocutor se extienda ante mi requerimiento o divague yéndose por las ramas a cualquier otro tema. He llegado a interrumpir con un "Hola, hola ¿me oís bien?. . ." antes presionar la horquilla. Y si me llaman contesto cortito y al pie, como si estuviera pendiente de que no se me hirviera la pava para el mate. Y los celulares, bueno, hacía bastante poco que habían aparecido por mi pueblo, aunque los veía en mis esporádicas visitas a la ciudad. Me parece horrible la idea de que puedan ubicarte en cualquier tiempo y lugar. ¿Dónde queda la privacidad? ¿Cómo te escapás un rato de la rutina del trabajo? Precisamente, alejándote de la oficina a dar una vuelta y sin avisar a nadie, mi forma preferida de relajarme.
Y nunca entendí cómo alguien puede caminar por la calle o peor, conducir un auto, y sostener una conversación al mismo tiempo.
Jamás se me ocurrió que un tipo pudiera estar cagando mientras hablaba de negocios, o como ahora, cachondeando con una mina.


--¡Ah! ¡Ah! Sos vos, mi amor. . . --el sujeto seguía con sus gemidos. Flor de tapón debía tener.

--¡Ah! Sí, claro. Cómo me gusta que me preguntes. . . ¡Uff!

--¿Qué? Sí, estoy bien. ¡Ah!

--Sí, bichito, yo también te quiero ¡Uy! ¡Ahh!. . .

--¿Eh? No, no. Estoy en un baño. . . ¡Uff!

--¡Ah! ¡Ah! Ffffff. . . Ya está. . . --y suspiró profunda, largamente.

--No, no lo apagué porque no me dió tiempo. Ya sabés cómo me dejás cuando estoy con vos. Nadie más inoportuna que tu amiga Julia ¿eh?

--Y sí. . . ¿qué pensaste que eran mis gemidos? Sólo tu dulce voz hizo que acabara pronto.

--¿A sí? Bueno, voy para allá, un beso. ¿Bichi? Preparate, que a pesar de Manuela igual veo que tengo mi soldadito muy atento. . . je. Chau.


"¡Uff! Al fin, la puta que te parió, teléfono de mierda. . . Uy, flor de chorizo me eché, y cómo dolió el hijoeputa" Se escuchó la voz del tipo. Luego la descarga del depósito. El siseo del rollo del papel descargándose, el rasguido del corte. El tipo pareció limpiarse y volvió a dejar correr el agua del depósito. Se oyó como incorporándose, levantándose los pantalones y subiendo una cremallera. Destrabó la puerta y salió. Y después del vaivén de la puerta que daba al fondo de la sala de espera, regresó el silencio.

Esperé un minuto. Salí del cubículo. Presioné el grifo frente al espejo, me enjuagué las manos y prendí el aparato secador. Metí un poco la cabeza allí abajo. Me peiné y me alejé de allí, regresaba al infierno de la calle. Y sonreí, afianzando mi manía: celulares, ¡qué invento del demonio!

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