Aventura en un hotel de Chicago
por Lothario the Great.
- versión en español, por Clarke.-
Capítulo 5
Wes sacó sus dedos con holgura, sintiendo el empuje sobre ellos de los músculos rectales de Silvia. Entonces dirigió el culo de ella hacia la cabeza de su verga.
QUINCE
MINUTOS DESPUÉS DE HABERSE dormido, Wes se sentó en la cama sobresaltado.
Necesitaba hacerles saber a los organizadores del viaje, de una vez por todas,
que él y Silvia no tomarían el avión de regreso. Se deslizó, tan silenciosamente
como le fue posible, fuera de la cama enorme que compartía con ella, y anduvo de
puntillas por la habitación, dejando a su hembra desmayada, después de una
experiencia sexual especialmente intensa, de la cual él fue responsable. Los
leños de cerámica en la estufa de gas siseaban y resplandecían, entibiando el
cuarto que se sentía helado por la lluvia. Hacía ya más de cinco horas que
diluviaba sin pausas.
Wes tecleó la llave que encendía la estufa del living, una mucho más
grande que la de la habitación. Chocó su cuerpo desnudo contra el sofá y atrapó
el teléfono, marcando a golpes el número del celular de Roger, que era el único
que podía recordar. Deambular desnudo por un lugar extraño lo hacía sentirse
desprotegido y exultante a la vez. Crecía un sentimiento de poderío, a medida
que se acostumbraba a la privacidad que le ofrecía una suite de hotel
tan enorme, y sintió ese poder de un modo palpable: percibió la textura de la
superficie del sofá, debajo de sus nalgas, y el contacto del pene, descansando
entre sus piernas; sintió el calor irradiado por el fuego que alcanzaba sus
piernas y su estómago; descubrió una brisa del aire acondicionado revoloteando a
través de su cabello corto.
Roger contestó el teléfono:
--¿Hola?
--Ey, soy Wes.
--¡¡Wes!! ¡Oh mi Dios! ¡Eres el cogedor más osado del planeta!
--¿Qué?
--Todo el mundo está hablando sobre vos y Silvia.
Eso podía significar varias cosas.
--¿Cómo qué? --preguntó Wes.
--"¿Cómo que?" Lo dices como si te sorprendiera. Quiero decir, todo lo
que hiciste fue mentir al respecto de compartir una habitación de hotel con la
morocha más bella del campus, desaparecer durante media jornada y casi desertar
de las finales nacionales de piano, a las cuales terminaste accediendo apenas
antes de que Silvia lo hiciera, asímismo, con las que le tocaba concursar; e
inmediatamente después de eso, ambos desapareciendo con sendos trofeos, sin
decirle absolutamente a nadie a dónde iban. En el interín, hay unos pocos
cientos de estudiantes y profesores esperando en el lobby de nuestro
hotel, ansiosos por descubrir dónde demonios están, así que nadie se mueve hacia
el aeropuerto, temiendo dejar vuestros culos varados a ochocientas millas de
casa. Así que, sí, mi viejo, ¡¡eres el Jefe!!"
Inexplicablemente, Wes agarró una almohada desparramada por ahí y se cubrió.
Todo el mundo estaba en ese momento hablando sobre él y Silvia. La idea le
retumbó en el estómago; esta improbable semana no solamente le había traído al
amor de su vida y la aventura sexual más intensa que nunca hubiera imaginado,
también parecía haberle regalado posiblemente una úlcera rabiosa. Solamente en
momentos como estos raros en la vida de Wes, o en la de cualquiera comprendía
más profundamente la magnitud de su desadaptación social. No era simplemente
tímido, era extenuantemente retraído. Pero... tal vez, sólo tal vez, contando
con Silvia a su lado...
--No vamos a regresar. Decile a los profesores que tenemos boletos de avión para
mañana.
--Podrían echarlos de la escuela, Wes.
--Tonterías. ¡Somos los que proveemos el dinero, Rog!
--Ya sé. Sólo estoy bromeando, viejo amigo. Aguantá, tu entrenador quiere
hablarte...
--¡No! --chilló Wes--. No quiero hablar con nadie más que con vos.
--Ja, caíste de nuevo. Sos a la vez una conchita y una pija. Me encantás, nene.
--Roger, tendría que haberte pateado el culo.
--A) no puedes; B) lo sé; y C) vos estás loco por mí, también.
--Dejáte de repetir eso.
--Te debo una. El almuerzo estuvo ardiente hoy. Faith y yo nos metimos en ese
baño neblinoso, después de que ustedes se fueron.
--Estás cargándome de nuevo.
--No, no esta vez. De hecho, una mucama se imaginó lo que estabamos haciendo
allí dentro, y escuchaba todo del otro lado de la puerta. La tía cachonda tenía
su oreja incrustada contra la misma cuando la abrimos. Fue divertidísimo, casi
nos meamos de la risa. Amenacé con matar a la hijaeputa, pero mi corazoncito
estaba con ella. Yo habría hecho exactamente lo mismo, no lo dudes, si hubiera
estado en sus zapatos.
--Así que todo va mejor entre ustedes.
--Bueno, estuve pensando en lo que vos me dijiste. Estaba comportándome como un
imbécil, y Faith me gusta de veras, así que voy a afinar mi 'Roger latente'
una muesca más bajo.
--Ja, de veras me complace oír eso, Rog.
--Oh mierda. Tu entrenador está caminando hacia aquí y esta vez es fuera de
broma. ¿Estás seguro que tienes modo de regresar?
--Sí, lo tengo.
--¿Y me lo contarás todo cuando no encontremos?
--La mayor parte de ello.
--¿Cuánto tiempo te quedarás? ¿Y dónde demonios están los dos, de todos modos...
No, señor, es mi mamá. Quiere saber si estoy lavándome detrás de las orejas.
Wes, él está quitándome el teléfono. ¡¡¡Corré!!!
--¿Wes? ¿Sos vos? --dijo una nueva voz en el auricular. Roger había estado
diciéndole la verdad, y Wes estaba ahora escuchando a su entrenador de piano,
que también era el jefe del Departamento de Música Instrumental. En principio,
Wes pensó en hacerse responsable, actuar adultamente y tratar de explicar sus
acciones al viejo profesor. Pero en el momento en que se debatía en qué diría,
su dedo pulsó la tecla del teléfono. Luego sólo escuchó el agudo tono de discar.
Con optimismo, la explicación que le había transmitido a su amigo Roger sería
suficiente para los chaperones de la escuela. Y si no, bueno, él y su novia
podrían siempre tomar un vuelo directo a Alemania esa noche...
El reloj marcaba las cinco menos cuarto de la tarde. Wes observó la manecilla
del minutero del antiguo reloj durante un minuto completo, disfrutando del calor
que la estufa irradiaba sobre su piel desnuda, sintiendo que su stress
se escurría paso a paso. Ciertamente, aquel cuarto de hotel de lujo tenía un
inherente efecto tranquilizador. (¿Podrían ustedes llamar a una suite
de doce habitaciones un 'cuarto' de hotel?) Él pensó que debería volver
a la cama, pero sólo se quedó donde estaba, escuchando caer la lluvia. El
agotamiento aún lo apresaba entre sus garras. El sueño había tardado en llegar
durante toda esa semana, por alguna deliciosa razón u otra.
Todavía demasiado ansioso para dormir de verdad, Wes decidió recorrer el resto
del penthouse. Primero registró detenidamente el estudio. Parecía el
escritorio de una casa verdadera y, de hecho, le recordó a la casa de su amigo
Al en Montana, donde el padre de Al tenía un cuarto parecido. Pero todos los
cajones estaban obviamente vacíos, de modo que no había nada que encontrar.
Pensó en encender la computadora, pera esa cosa lo aburría terriblemente.
Más allá del estudio había una pared completa con sólo una puerta, era la
segunda pared completa que veía por allí. La puerta se abría a un segundo
dormitorio, más pequeño que el primero, pero aún así muy lujoso, decorado de
rojos y marrones, con detalles en las mesitas y los estantes, al igual que en
una casa auténtica. Dio vueltas por el cuarto, sin detenerse a mirar nada en
realidad.
Echándose encima del cubrecama, encendió el televisor, que estaba alojado en un
enorme armario de madera oscura. Incluso con 140 canales entre los cuales
elegir, sobrevoló por ocho estaciones diferentes en que pasaban repeticiones de
la serie "Friends". Eran mucho más intrigantes los cuatro canales de
porno hardcore. Un tipo musculoso bombeaba a una morena pequeña sobre
una cama blanca; inexplicablemente, otro hombre, completamente vestido, estaba
sentado en una silla y los observaba a ambos desde una esquina del cuarto, con
su cabeza colgando desesperanzada. ¿Cómo sería la historia con estos personajes?
Un poco endeble, casi seguramente.
"A Silvia va a encantarle", murmuró para sí.
Wes bajó el volumen al mínimo y dejó el aparato encendido. Sintiéndose usado
tanto física como mentalmente, sólo quería arrastrarse gateando hacia la cama
con Silvia. Una puerta en la pared opuesta conducía al baño principal del
penthouse.
"¡Guau!", susurró Wes al abrirla.
Recubierto del piso al cielorraso con un mármol perfecto, el cuarto resplandecía
en tonos color durazno y crema, aún antes de encender las luces. Observó una
gigantesca bañera en el centro de la habitación, con peldaños rodeando el cuenco
ovalado. Había arrogantes estantes a cada lado, y una ducha encajonada en
vidrios esfumados un poco más allá. Wes saboreó la sensación de estar bajo el
agua, mientras observaba que la lluvia caía en cascada por la ventana,
proyectando sombras alargadas sobre el piso, las paredes y los espejos.
Wes abrió cuidadosamente la puerta y encontró a su nueva novia en la cama
inmensa, preciosa como un ser mitológico. Sintió una extraña compulsión por
morderla como a un bocadillo. Se deslizó bajo las ropas de cama. Silvia se movió
pero no abrió los ojos mientras Wes la rodeaba con sus brazos.
--¿Adónde habías ido? --preguntó ella, entredormida.
--A llamar a Roger.
--Oh, bien.
--Tengo una sorpresa para vos.
Silvia sonrió:
--No ahora, pervertido.
--Más tarde, dulzura. Vuelve a dormirte.
Ella le hizo caso, y Wes la acompañó. Cuando despertó, el reloj marcaba las 9:37
de la noche. Afuera, la lluvia aún seguía cayendo. La forma del cuerpo de Silvia
parecía aún caprichosamente en las ropas de esa cama enorme. Sintiéndose muy
renovado por su siesta de cuatro horas, Wes estiró sus músculos cansados y amagó
arrastrarse fuera de la cama.
"Buenas noches", le dijo en su mente al reflejo en el espejo que había encima.
Se desembarazó de las sábanas y fijó los ojos en su cuerpo desnudo reflejándose
en el cielorraso. Se veía tremendamente atractivo, pero ¿por qué? ¿Era debido a
la gravedad, que lo empujaba hacia abajo y marcaba esa imagen que percibía como
desconocida? Sus músculos aparecían más firmes, más tonificados, y su rostro
tenía un toque de mayor apostura. También le encantó cómo se veía y sentía su
verga afeitada, regordeta aún estando fláccida, recostándose desinflada contra
su vientre. Por un momento deseó tocarse ese cuerpo apetecible, pero en lugar de
eso decidió que sería preferible sentir el contacto de Silvia.
Una vez en el baño, descubrió la segunda puerta ligeramente entreabierta. La luz
azulada del televisor titilaba más allá. Wes muy calladamente empujó la puerta y
observó la otra habitación. No se sorprendió con lo que encontró. Silvia estaba
allí, frente al aparato, sentada sobre la gran cama de dos plazas, sosteniendo
algo así como un vibrador entre las piernas, mientras miraba las imágenes
pornográficas con el sonido apenas susurrante. Ella no tenía idea de que Wes
estaba parado atrás, observándola. En la pantalla, tres chicas estaban tendidas
formando un círculo, lamiendo y metiéndose mano en las entrepiernas, una a la
otra. Ninguna de las acciones de la película estaba censurada; este canal era de
verdad hardcore.
"Ooh... ooh... ooh", gemía Silvia callada, metódicamente. Sus caderas rodeaban
una de sus manos, mientras que con la otra se acariciaba las tetas,
pellizcándose los pezones. Sólo habían pasado pocos segundos desde que Wes
hubiera atravesado la puerta, pero su verga ya se erguía, enorme. Quiso
acariciársela, pero la magia de espiar a Silvia se rompería si ella lo
escuchaba, así que permaneció congelado, dejando que su pija cabeceara mientras
sentía la sangre estrellándose contra sus venas genitales y observaba que
comenzaba a babear lubricante.
En lugar de llegar al clímax con fuerza, Silvia aparecía aguantándose en el
borde del orgasmo; luego se sacó el consolador, dejando su cuerpo entre
resuellos, en esa meseta de placer, para después mover el artefacto de nuevo,
metiéndolo lentamente dentro de ella. Wes apenas distinguía detalles en el
cuarto a oscuras, pero ella parecía estar usando una máquina de afeitar
eléctrica, de esas con tres cabezas rotativas y sin cable, que probablemente
suministraba a los pasajeros el hotel. Sobre la mesita de luz al lado de la
cama, Wes vio la funda de la afeitadora; se percató de que ella había quitado en
realidad las cuchillas y estaba masturbándose disfrutando de la vibración que
producían sus piezas rotativas internas, hundiéndose todo el mango curvado del
aparato dentro de la concha.
"Ooh... ooh... aaaah...", continuaba ella gimiendo. Wes no sacaba un ojo de
encima de la chica magreándose, atormentada por la lujuria. El vientre tenso y
los muslos estirados se contorneaban, mientras ella trabajaba con frenesí dentro
de su empapada, hambrienta vagina. La luz del televisor se reflejaba sobre la
superficie suave, húmeda, de sus muslos.
En la pantalla, un semental de tez pálida, con la verga dura, entró con paso de
vals en escena. "Ey, damitas... ", dijo. Sin mayor ceremonia, una pelirroja se
liberó del animoso grupo sáfico y se incorporó sobre sus rodillas. Comenzó a
lamer la verga en verdad impresionante del tipo, con su lengua larga, perfecta.
Silvia inmediatamente se movió hacia adelante en la cama quedándose con el
rostro frente al televisor, en una posición como de perrito. Sosteniéndose así
con uno de sus brazos, estiraba el otro por debajo del vientre y volvía a
aplicarse, sobre los labios de su sexo, con el zumbeante artefacto, que Wes
podía ver ahora muy claramente. "Oohh, oohh, oohh," gimió ella, cada vez más
ruidosamente. Era obvio que estaba viendo algo que le gustaba, y mucho.
--Hola... --dijo Wes.
--¡¡Eeeehh...!! --gritó Silvia, saltando aparatosamente sobre la cama,
arrojando el improvisado consolador al piso. Se sentó como una gata,
equilibrándose para atacar, hasta que distinguió quién estaba asustándola--.
¡¡Wes!! --se relajó--. ¡Maldito tarado! Casi me hacés cagar del susto, puto de
mierda.
--Callate, trola lamepijas --dijo Wes, empujando a Silvia hacia abajo,
colocándose encima de ella y hundiéndole la verga dura como acero.
--Te mataré... si alguna otra vez... uh... dios, se siente delicioso, sííí...
cogeme, ¡¡cogeme, Wes!!... --Silvia empujó a Wes hacia abajo encima de su
cuerpo, a la vez que giraba el cuello, tratando de conseguir una mejor vista de
la imagen en el televisor.
Wes rodó sobre sí para que ella quedara ahora encima, mirando hacia él y hacia
la pantalla.
--Sos una mujerzuela tan pervertida, Silvia. --Dijo, lamiéndole con fuerza los
músculos del cuello con toda la lengua; sabía que eso la volvería loca.
Silvia agarró la cabeza de Wes por los pelos y lo alentó a lamerla en el cuello
aún más agresivamente.
--Ya lo sabés, fisgón de mujeres. Eso es lo que en realidad te gusta, ¿no?,
observar a una chica masturbándose, mientras mira a otras tres. Te gusta mucho,
¿no?, puto de mierda, puto buscón chupaconchas.
Wes sacó provecho del culo perfecto de Silvia entre sus manos, empujándola
hábilmente hacia adelante a la vez que abría en mayor ángulo las piernas de ella
para permitir que su verga se alojara completamente dentro de ella. Silvia
apresaba a Wes por los pectorales y apretaba su cuerpo hacia abajo con fuerza y
rápidos contorneos, deslizando su vagina suave, arriba y abajo, sobre su nuevo,
grueso juguete, recién descubierto.
--No puedo creer la ninfómana que sos --la recriminó Wes más tarde.
Silvia puso su mano sobre el rostro de Wes.
--¡Cerrá tu sucio agujero! --dijo ella, en voz bien alta--. Cerralo de una puta
vez, pija latiente del demonio. Te gusta masturbarte mientras pensás en mí, ¿no
es así, puto? Querés que te coja duro como ahora, todo el tiempo, ¿no?, putón
lameconchas.
De pronto Silvia se levantó saliéndose de la verga de Wes, aullando a boca
abierta, y apuntó la entrepierna hacia su pecho. Un formidable chorro de jugos
explotó desde su concha, un estallido brillante de fluido acre, que salpicó
abundantemente contra el pecho y la cara de Wes. Ella movió sus dedos sobre su
clítoris y lo masajeó con dureza, provocando un segundo y un tercer chorro,
expulsados fuera de su sexo. Silvia temblaba como una herramienta mecánica
cuando se dejó caer sobre las piernas de Wes. Luego se hizo un ovillo contra las
grandes almohadas, intentando poner distancia entre ella misma y el responsable
de aquel orgasmo formidable. Aún así, mantenía un ojo abierto, hipnotizado por
las escenas en la TV, donde una chica cabalgaba ahora sobre la pija de un tipo,
otro se sentaba sobre su rostro, ofreciéndole el ano que degustaba hambrienta, e
incluso un tercero, jugaba estúpidamente con sus dos tetas, pequeñas, pero con
los pezoncitos enhiestos.
"Mi conchita es tan bruta", dijo Silvia distraídamente.
"Le daremos un descanso", dijo Wes. Aunque sus palabras sonaron dulces, él
atrapó la muñeca de Silvia y la arrastró toscamente por el colchón hasta que
ella se sentó de nuevo sobre Wes. Con la cabeza de él sobre las almohadas, su
hembra se sentaba encima, dándole la espalda, aún obsesionada con la imagen en
la TV.
Silvia comenzó a respirar con más fuerza.
--Decime que vas a hacerme lo que creo que vas a hacerme... --le dijo.
--Voy a hacerte eso, lo que estás deseando --dijo Wes. Alcanzó la zanja entre
las piernas despatarradas de la chica y hundió dos dedos dentro de su cavernosa
concha, magníficamente empapada, hasta el último nudillo, cuidándose de no
estirar demasiado sus músculos tiernos, hipersensitivos; incluso esta simple
acción la hizo contraerse en escalofríos post-orgásmicos. Después de recubrir
los dedos con una capa gruesa, chorreante, de crema vaginal, Wes desplazó sus
dedos hacia atrás, al orificio entre los cachetes del culo de Silvia.
Ella relajó los músculos del ano lo mejor que pudo, pero simplemente no había
modo de evitar estirarlos mientras los dedos de Wes trabajaban su interior,
empujando más, luego saliéndose un poco para aflojar la tensión, y después de
nuevo hundiéndose, y continuando así, hasta que Wes sintió que sus dedos se
enterraban profundamente dentro del recto ardiente de Silvia, con las paredes
excepcionalmente apretadas comprimiendo y rodeando deliciosamente sus apéndices.
Wes sintió unos chorritos de olor ácido acumulándose entre sus nudillos.
Por unos ralentados segundos, Wes hurgueteó en el culo de la chica, avanzando
como un gusano gentil dentro de ella. Los glúteos firmes de Silvia se tensaron
una y otra vez rodeando el puño de Wes; su espalda se arqueó hasta que su
cabello enrulado cayó sobre el rostro del muchacho.
Él sacó sus dedos con holgura, sintiendo el empuje sobre ellos de los músculos
rectales de Silvia. Entonces, con sus manos sobre las caderas de la muchacha,
dirigió el culo de ella hacia la cabeza de su verga, con una mano femenina
alcanzándolo por debajo para alentarlo, a pesar de la punzada de dolor que le
producía internarse en el apretado orificio. La cabeza ardiente del pene de Wes
aumentó de tamaño con sólo presionar entre los cachetes del culo de Silvia, ya
empapados con abundante transpiración. Él alivió su cabeza, casi sin
lubricación, dentro del relajado orificio, con tanta delicadeza como le fue
posible, lo que no fue amable en absoluto.
--¡¡¡Mierda!!! --aulló Silvia. En voz alta, pero no lo suficiente--.
¡Wes! ¡¡Wesley!! ¡¡Oh mi Dios!! ¡¡Mierda!! ¡¡¡Delicioso...
Dios!!! ¡¡¡Aaaahh...!!! ¡¡¡¡Eeeeeeeeeehh!!!! --Ella aullaba
tan endemoniadamente alto como podía, apretando luego los dientes, aporreando el
colchón con sus puños, golpeando con dureza una vez a Wes en el pecho con sus
nudillos. Wes, sacándole el jugo a su adrenalina y su libido, apenas sintió la
trompada, mientras se concentraba en la tarea que tenía entre manos. Lenta, muy
lentamente, empujó la verga dentro del constreñido túnel, trabajando hacia
adentro, aflojando un poco, y volviendo a meterse. Cuando estuvo a mitad de
camino, se sintió a punto de correrse ante la lujuriosa sensación que esa
presión le producía.
--Oh maldición, Silvia --dijo Wes--, sos una puta muy sexy; te encanta que te
cojan por el culo.
Ella estaba sin aliento, respiraba con rapidez, se estremecía.
--Sí, lo soy, mierda, lo soy, Wesley, me encanta sentir mi culo lleno con tu
gran verga. Sólo la tuya, Wes. Sólo tu gran verga gruesa. ¡Oh... mierda!
Una vez que Silvia sintió el vientre de Wes apoyándose sobre su culo,
significando que el poderoso instrumento estaba enterrado completamente dentro
de ella, se derrumbó encima del tenso cuerpo del muchacho. Él la cobijó entre
sus brazos, envolviéndola alrededor de su vientre y su pecho, saboreando la
sensación de su piel ardiente. En el televisor, el Carne de Toro estaba
vaciándose de su carga urgente, encima de la rubia, mientras sus amiguitas se
frotaban la raja sobre la barriga tiesa de la chica.
--Eso es endiabladamente caliente --dijo Silvia ante tal imagen.
Wes bombeó sobre su culo una, dos veces. Entonces comenzó a extraer el
instrumento, sólo para incrustarlo una vez más, y así lo hizo, repetidamente.
--Aaaahhhhh --articuló Silvia suavemente, con la cabeza recostada hacia atrás y
la boca bien abierta. Mientras Wes culeaba ese maliciosamente tenso orificio,
con cada vez mayor rudeza, ella lo cabalgaba con cautela, tratando
formidablemente de mantener el ano relajado, pero ocasionalmente estrujando la
gran estaca del muchacho con la fuerza de unas tenazas. Cada vez que ella
apretaba, Wes aullaba: "¡Mierda!", y se hundía, con un golpe duro,
dentro de la chica. Cuando no pudo enfrentarlo más, Silvia deslizó una mano
libre entre sus piernas y se masturbó, hundiendo lo que se veía como tres dedos
profundamente dentro de su fangosa caverna, mientras sentía cómo la tomaban por
atrás.
Entonces se los escuchó ruidosamente:
--¡¡¡Demonios!!! ¡¡Mierda!! ¡Me estás cogiendo, Wes, cómo me cogés!...
--¡Chica, dioses, estoy todo dentro de tu culo delicioso, mierda! ¡No puedo
creer lo bien que se siente!
--¡¡¡¡¡Aaahhh!!!!! ¡¡¡Aaaahh!!! ¡¡¡Aaaaahh!!! --Silvia aullaba como
nunca antes había gritado, al menos desde que Wes la había conocido, un chillido
agudo que reverberaba por todo el cuarto, penetrante, imposiblemente agudo, en
una tonalidad perfecta en Sol, tres octavas más arriba. Y ella no se había
corrido aún; sus manos estaban una vez más golpeando la carne empapada:
¡smack smack smack smack smack!, mientras el resto del cuerpo de Silvia
permanecía congelado bajo el apretón mortal de Wes.
Cuando Wes se corrió, su cuerpo se sacudió violentamente, mucho más rudamente
que lo que él hubiese imaginado fuera posible. El orgasmo fue una salida de la
experiencia de sus cuerpos, para ambos. Sintiendo un hormigueo desde la cabeza a
los dedos del pie, cenagoso por la transpiración, Wes sintió la carne de Silvia
todo a lo largo de su propio cuerpo, y esto forjó la extraña sensación de que su
cuerpo era mucho más corto, imposiblemente pequeño, enfocado como un proyectil
dirigido hacia Silvia. Creyó que los dedos de sus pies podrían estar sólo a unas
pulgadas de su rostro, porque toda su piel desde un punto al otro tocaba a la
chica y podía sentirla a ella en cada lugar. Esto no era una idea consciente; su
mente estaba nublada por la fuerza explosiva de su propio orgasmo.
Todavía actuando bajo cierto instinto animal, tiró a Silvia junto a él sobre la
cama y la sostuvo en perfecto silencio, mientras un torrente poderoso de esperma
se disparó desde su verga dolorida y atiborró, llenando de fluido, el culo de
Silvia. Silvia había estado cerca de correrse cuando Wes la jaló bruscamente
contra el colchón, y el sacudón físico se sumó para provocar la ansiada descarga
como si fuera esa la orden de un mago. La hembra se corrió estallando como
dinamita. Casi tan rápido como su mejilla golpeaba contra la cubrecama, su voz,
más allá de cualquier habilidad por controlarla, desató un destrozado aullido,
como en un staccato:
--Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay...
Descuidadamente sus dos manos aumentaron el ritmo de su frotamiento, llevando
aún más alto su poderoso orgasmo. Pasaron varios largos segundos mientras Wes
aguantaba las vibraciones de la chica, con su agudísimamente sensitivo
instrumento todavía dentro del ano, que sentía ahora palpitante. Como un poco
entusiasta pasajero de una montaña rusa, Wes se aferró todo lo que pudo a ella,
mientras Silvia se daba golpes a sí misma con las manos. Él miró por encima del
hombro de ella y esperó, sabiendo que no podría permitirse eludir un
acontecimiento que sucede una vez en la vida, aún cuando la sensibilidad de su
sexo estaba volviéndose ya casi insoportable. Las piernas de Silvia se
flagelaban, su cuerpo se torció por la cintura y se tambaleó hacia atrás contra
Wes y luego volvió a torcerse y balancearse. Sus tetas rebotaron con fuerza en
todas direcciones, su cabello volaba todo alrededor. "¡¡Uh, uh, uh!!",
continuaban los gruñidos de ella, y todavía sus manos frotaban con rudeza.
De pronto ella se detuvo, al parecer desmayada para cualquiera que la observara,
excepto Wes, que la sostenía y podría contar que cada músculo de su cuerpo
permanecía tenso. Ella tomada cortas, agudas inhalaciones a través de sus labios
delgadamente cerrados, y su espalda temblaba casi imperceptiblemente. Silvia
mantuvo sus manos presionando firmemente su sexo, entre sus piernas,
apretadamente cerradas.
FIN
***
Esta historia fue publicada
originalmente en inglés en el sitio literotica.com:
[ http://english.literotica.com/stories/index.php ]
donde se pueden leer, también en inglés, otros relatos de este autor,
Lothario the Great:
[
http://english.literotica.com/stories/memberpage.php?uid=239584&page;=submissions
]
Sobre él, sólo se dice que es hombre, de entre 27 y 32 años, que vive en el área
de New England (Costa Noreste de los Estados Unidos: comprende los estados de
Conecticut, Maine, New Hampshire, Massachusetts y Rhode Island) y poco más. Aún
no he leído los demás textos que allí publica, así que no tengo otros
comentarios.
Espero haber logrado una versión en español más o menos 'decorosa'. Creo que es
una muy buena historia y supongo que a muchos de los lectores, que vienen
siguiendo mis envíos, les gustará. Creo que algunos me contarán que les ha
parecido -como siempre, los autores en TR estamos ansiosos por leer algún
comentario de nuestros atentos lectores sobre los textos que presentamos-. Un
saludo. Clarke.