Zona erógena *
por Viviana Lysyj.
BRENDA
ESTÁ ACOSTADA SOBRE SU cama con un libro en la mano. Se está bebiendo el final
del capítulo 12 de El amante de lady Chatterley y está caliente porque
tiene dieciocho años y es virgen. Al pie de la página 197 Connie y su amante
tienen la siguiente conversación:
--Eres un buen coño. El mejor de la tierra. ¡Cuando quieres! Cuando tienes
ganas.
--¿Qué es coño? --dijo ella.
--¿No lo sabes? ¡El coño! Es lo que tienes allí abajo. Y lo que siento cuando
entro en ti, y lo que sientes tú cuando entro en ti. Es todo eso.
--Todo eso --se burló ella--. ¡Coño! Es como un coito entonces.
--¡No, no! El coito es sólo lo que haces. Es lo que hacen los animales. Pero
coño es mucho más que eso. Es toda tú ¿ves? Y tú eres mucho más que un animal,
¿verdad? hasta en el coito. Si, allí está tu belleza, pequeña.
Brenda cierra el libro y entorna los ojos porque siente terribles deseos de
hacer el amor. Se pone a pensar en Santiago, que es su compañero en la escuela
-los últimos días de la escuela secundaria- y llora de ganas y de dolor.
Santiago es una suerte de Rusty James, el chico malo del aula, el protagonista
de La ley de la calle. Es lindo como Matt Dillon y tan hijo de puta
como su personaje de Rusty James. Tiene el alma dura como un poste de luz y anda
diciendo crueldades a sus compañeros. Le ha dicho a Brenda que tiene patas de
burro y que es una tragalibros. Ella nunca se anima a decirle sus sentimientos
porque él se burla de todo. Los profesores dicen que es un tipo con muy mala
leche y ella siempre asocia eso a la sexualidad de él. ¿Despedirían acaso sus
pajas un aliento acre a cebolla? ¿Su mala leche enchastraría el borde del water
donde se sienta su mamá a hacer pis? ¿Un tipo con mala leche le envenenaría la
vagina a una chica dulce como ella? ¿La mala leche de Santiago Rusty James
engendraría un bicho E.T. en su útero? ¿Un tipo con mala leche no
sabría apreciar la leche de sus tazas mamelarias?
Brenda fantasea con los besos de Santiago pero apenas se imagina su boca rozando
la de él; se atormenta porque escucha que él le dice que se lave los dientes o
se arregle las caries o se saque el rouge. No puede acostarse con otro
chico porque Rusty James le tiene atadas las manos del corazón. Se acuerda de la
pelirroja de Cóppola, que es bonita y educada y lo ama hasta que se harta de su
fucking manera irresponsable de amarla y se va con Nicolas Cage. A él
se le parte el alma porque ama a su pelirroja a su modo pero es un duro y ya se
sabe que los duros no lloran. En una escena de La ley de la calle que
Brenda no olvida, Rusty James y su pelirroja hacen el amor mientras los padres
de ella duermen y es una casa onda años cincuenta y están todas esas motos y los
vaselinas y los sociedad o algo así como guerra de pandillas
del Bronx. Quizá se confunda y eso es en Los marginados y no en
Rumble fish. Brenda lo confunde con todos los chicos malos de las películas
que ve porque ama el cine de culto y él ha leído a Ginsberg, a Kerouac, a
Burroughs y ha visto Las alas del deseo de Wenders y escuchó a Hendrix
y a Janis Joplin y le dice a ella que se va a morir -ella- como Janis, de
sobredosis de algo y eso los une. No sabe qué. Quizá el sexo de él tenga un
radar que detecta el sexo de ella y por eso se ignoran o se pelean porque si se
encuentran ahora en esta primavera del último mes de escuela secundaria quizá
exploten de gozo y ésa sea la sobredosis de amor que los espera. Él tiene
sobredosis de mala leche pero alguien debe haberlo lastimado para que él esté
empuñando su estilete de matón sobre las superficies de sus zonas erógenas.
Quizá sus padres lo han castrado de algún modo y la crueldad es su sable samurai
contra su propio dolor. Alguien castrado lleva su sexo colgando como una víscera
sangrada y es muy difícil que pueda penetrar vaginas sin experimentar un terror
similar al de las vacas en el matadero.
Una vez bailaron juntos Emotional rescue, de los Rolling Stones, y se
llevaron tan bien en el ritmo y en los movimientos que el resto de la clase los
aplaudió y ellos presintieron que podían llevarse igual de bien sus pieles y sus
bocas y por eso -por una puntada de terror en la crisma de su erotismo- se
separaron y evitaron bailar juntos en lo sucesivo. Un mecanismo así separa la
virginidad de Brenda del pene dolorido de Santiago. Son como Bart Simpson y su
hermana Lisa. Bart acusa a Lisa de llorona y lameculos pero la busca porque la
intuye sabia y comprensiva. Hacen una buena sociedad incestuosa los hermanitos
Simpson. Bueno, Santiago es un crápula Bart: desatado, cruel e histriónico. Y
Brenda es una diva vestal, una Annie Lennox con antifaz negro, una sabuesa
cancerbera de su propia virginidad jugada el todo por el todo a Santiago Simpson
o a nada.
A Brenda el llanto le dura una media hora, al cabo de la cual vuelve a abrir el
libro de D. H. Lawrence y en la página 235 tiene un estremecimiento sensual
ocasionado por estas frases:
--Ahora no me preguntes nada --dijo él--. Déjame en paz. Me gustas. Te amo
cuando estás tendida allí. Una mujer es algo adorable cuando se la penetra
profundamente, y su vulva es buena. Amo tu persona, tus piernas, y tu forma, y
tu femineidad. Amo tu femineidad. Te amo con el cuerpo y con el corazón. Pero no
me preguntes ahora. No me obligues a decirlo ahora. Déjame estar así mientras
pueda. Después puedes preguntarme todo. Ahora déjame en paz, déjame en paz. Y
suavemente le apoyó la mano en el monte de Venus, en le vello suave y castaño, y
se quedó sentado y desnudo en la cama, la cara inmóvil en su ensimismamiento
físico, casi como la cara de Buda.
Brenda vuelve a cerrar el lbro y entreabre sus muslos y se pregunta qué mierda
es su vulva. No dónde queda sino quién es esa entelequia femenina llamada
vagina, vulva, concha. No sabe su ancho ni su profundidad. No sabe si es como un
coral o una orquídea. Apenas se anima a mirarse adentro con un espejo y la
visión de esa planta carnívora no le resulta atractiva: no es una zona erógena
armoniosa como su boca. Está en el límite entre el adentro y el afuera. No es un
adentro monstruoso como su riñón. Ni un balcón babilónico como sus pupilas. Por
fuera parece un baldío con pasto crecido y adentro es levadizo y húmedo y
ostenta un rosa sucio con un vaho sospechoso a secreción. La vagina es
decididamente una cerradura antielegante con pretensiones de cofre pirata. Y sin
embargo le han contado que las contracciones de la vulva aprisionan al pene de
una manera deliciosa. Piensa en el sexo de Santiago levantándose contra sus
muslos y de nuevo se estremece como un microorganismo en contacto con una
partícula peligrosa. ¿Le dolerá el pene de Santiago si él la penetra? ¿Será como
un desgarro al cuchillo la embestida de él contra su himen? ¿Cuántos minutos
distan entre la tortura del desfloramiento y la entrada en la zona del placer?
¿A él le dolerá en la punta de su miembro si su himen se resiste como una
barricada contra la policía? ¿Y una vez adentro, qué sentirá Santiago entre las
paredes de su vagina? ¿Las sentirá suaves como un guante de terciopelo o tensas
como un arco a punto de disparar una flecha? Ellos que tanto pelean, ¿lograrán
acoplarse como una potra y un potro? ¿O volverán a desencontrarse como en el
colegio?
Vistos en perspectiva sus dos cuerpos abrazados, ¿se parecerán al amante chino y
a Marguerite Duras en el film de Annaud? Seguramente no: un solo fotograma de
Annaud no vale lo que vale un renglón de la Duras. Un solo fotograma
hollywoodense de Jean-Jacques Annaud no vale lo que un renglón intensamente
dolorido por el agua del recuerdo escrito en francés y no en inglés por ella,
Margarita, la Duras. Ellos se parecerán al amante chino y a la escritora
francesa haciendo el amor en la prosa y no en el cine. Se necesitarán con dolor
como en la prosa acuática, la del Mekong, de la Duras. Y Santiago por una vez va
a sonreír entregado porque va a saber que el sexo de Brenda es la red con que
ella lo aprisiona en su regalo. Porque es una ofrenda. Brenda piensa que abrirle
las piernas a Santiago es el máximo regalo que ella puede hacerle a un hombre.
Por eso sigue virgen y lee El amante de lady Chatterley, para saber
algo del sexo que la fascina y atormenta, para sentir a través de Connie lo que
una mujer siente con Mellors, el guardabosque, y prosigue su búsqueda en la
página 245, a mitad de la hoja arrugada por la humedad de sus dedos:
Ella estaba casi en el ancho camino de la herradura cuando él la alcanzó y
le pasó el brazo desnudo por la cintura suave y húmeda. Ella soltó un grito y se
enderezó, y sus carnes suaves y frías se apretaron contra el cuerpo del
guardabosque. Él apretó contra sí, frenéticamente, ese cuerpo suave, frío y
femenino que pronto se calentó como una llama, bajo su contacto. La lluvia cayó
sobre ellos hasta que ardieron. Él tomó las adorables y rollizas nalgas de ella,
una en cada mano, y las atrajo hacia sí en un frenesí, trémulo e inmóvil en la
lluvia. Luego la alzó de golpe y cayó con ella en el sendero, en el silencio
rugiente de la lluvia, y con urgencia y fiereza, la poseyó, con urgencia y
fiereza y contundencia, como un animal.
Entonces Brenda, después de una hora de lectura y enturbiamiento mental, se pone
boca abajo y se abre el cierre del jean y busca su agujero y aunque no sabe
masturbarse lleva su mano derecha a él porque de ahí viene el dolor. Muchas
veces se hamacó con la ropa puesta contra el borde de cualquier superficie
saliente, un ángulo de la mesa, el borde de una silla y quiso ser una
ecuyère sobre un caballo de circo para estar montada sobre algo en esa ley
cóncavo-convexo o llave y cerradura o presa y cazador, pero esa ley falo y
agujero no funciona igual en todos los mamíferos y el sexo entre los hombres
está interferido por datos genéticos y huellas edípicas y recuerdos castrantes y
pautas civilizatorias y, puta madre, no se anda cogiendo así porque sí en
cualquier rincón, con cualquier macho o hembra de la especie, sino que el
corazón orienta y desorienta las pasiones y una chica tiene ganas, pero no ganas
de pijas expuestas como champúes en los supermercados sino ganas de un pene que
valorice su hendidura genital, un pene que le diga a su vagina la dimensión de
su belleza y la profundidad de su entrega, un pene que le alabe las chorreadas
de placer que las vulvitas expanden en círculos concéntricos como terribles
boomerangs de poesía. Las chicas no quieren grandes epopeyas genitales urbanas a
lo Henry Miller, las chicas no le sueltan zumo de coño a cualquier verga
desvergonzada que se les mete por ahí. Y Brenda, como las otras chicas, aprende
con sus dedos y con sus libros a obtener autoplacer. Practica y se consuela y se
moja, mientras sueña con Santiago y con las manos de él, que la acarician largo
rato, y sus gruesos hermosos labios, que la besan largo rato, y con su sexo, que
pasa de una blandura vegetal a una dureza animal gracias al milagro del deseo, y
mientras se hace esa paja literariomanual le nace el impulso de rasguñarle la
espalda a su chico malo Rusty James, cuando su cuerpo la desvirgue, para que él
sepa que ella ha dejado de ser virgen y que eso duele y gratifica.
***
* Viviana Lysyj
nació en Buenos Aires, en 1958. Es narradora y
docente universitaria. Publicó cuentos eróticos en las revistas El
Tajo, V de Vian y El
libertino. Es autora de Erotópolis (Ediciones de la Flor, Buenos
Aires, 1994), al que pertenece "Zona erógena". En este caso, ha sido transcripto
de su edición en la colección recopilada por Mempo Giardinelli y Graciela
Gliemmo "La Venus de Papel. Antología del cuento erótico argentino." (Editorial
Planeta, diciembre de 1998, 240 páginas).
Espero poder ir 'colgando' algunos relatos más de esta excelente colección. [Y
pueden leer un capítulo completo de la novela de D. H. Lawrence en mi 'Apunte'
Nro. 13.] ¿Cuándo aparecerán los lectores dispuestos a dejar algún comentario?
Los extraño, che -aunque no siempre contesto los leo puntualmente a todos, así
que anímense...-. Bah, yo también leo muchos relatos en TR y sólo escribo sobre
ellos algo muy de vez en cuando. Está todo bien. Un saludo. Clarke.