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Chicago Hotel Adventure (4)

en Grandes Relatos

Aventura en un hotel de Chicago


por Lothario the Great.
- versión en español, por Clarke.-

Capítulo 4


Durante los próximos cinco minutos, Silvia continuó corriéndose repetidamente, ya sin fuerzas para empujar al muchacho lejos de su cuerpo. Ella orgasmó, y orgasmó otra vez, y entonces aguantó otro y otro más.


ROGER DESPERTÓ A WES A las 4:42 a.m. El sol aún no había asomado.

--Wes, ¡bastardo! ¡Te clavaste a Silvia Anderson!

Wes se despabiló condenadamente deprisa. Se sentó en la cama y encontró a Roger sentado del otro lado, sonriéndole abiertamente como un lobo. Su primera reacción fue ladrar preguntas, pero se sintió avergonzado y guardó silencio.

No tenía motivos para ser humillado, se dijo para sí. Era afortunado de tener a Silvia y ella se sentía de igual manera, y a su tiempo ellos se lo dirían a todo el mundo y... ¿cuál era el maldito gran problema y por qué tenía que sentir este agriado ardor en su estómago, al pensar en ser descubierto? ¿Por qué seguía Roger sonriéndose? ¡El muy idiota!

Y pasaron varios segundos; Wes no dijo nada, y Roger sólo siguió sonriéndose. Estúpido. Wes refregó el sueño de sus ojos. Supo que tenía que decir algo.

--¿Qué?

--Confesalo, ¡bastardo! Has estado poniéndola con esa primorosa morena durante tres noches... ¡y nadie lo sabía!

--¿Quién lo sabe ahora? --preguntó Wes tímidamente. Se sintió atrapado como un gatito.

--Oh, nadie va a decirlo. --La mirada en el rostro de Roger paralizó a Wes; un amago de encogimiento de hombros lo convenció de que Roger trataba de ocultarle algo.

--¡Oh, dioses! Roger, maldito, ¿a quién le contaste, hijo de puta?

Roger se recostó hacia atrás.

--¡Ey...! ¡Vaya mierda! Llamen a la cuadrilla de filmación, parece que al fin vemos a Wesley mostrarnos una emoción.

--¡Hablá, decime! --insistió Wes.

--A algunos de los muchachos, ¿okey? ¡Maldición!

¿Cómo cuernos encontró Roger la temeridad para mostrarse ofendido? ¡Estúpido!

Wes demandó:

--¿Cómo lo descubriste?

Roger volvió a encogerse de hombros. (Wes estaba a punto de abalanzarse y sacudir por el suelo al muy idiota.)

--Fui a la habitación de Faith.

--¿Faith te lo contó?... no estando Silvia presente en el cuarto, supongo...

--Que más da, tonto. Has estado durmiendo con Silvia. ¡Eso es impresionante!


Wes se levantó, recogió los jeans y una remera, salió del cuarto y pulsó el botón del ascensor. Zapateó ligeramente con un pie mientras esperaba. Varios segundos después, tomó al ascensor hacia el piso de Silvia. Llegó ante la puerta y golpeó.

Silvia abrió, vestía una sudadera y unos cortos. Comenzó a hablarle, luego simplemente se apoyó en la jamba de la puerta y se llevó la mano a la frente, como si fuera a decir: ¡oh, mundo cruel!

--Vengo de ver a Roger --dijo Wes. Miró por sobre el hombre de Silvia, buscando a Faith en el cuarto. Silvia sostuvo un dedo sobre los labios, dio unos pasos fuera del cuarto y cerró la puerta. Wes se dio cuenta que Faith estaba durmiendo.

Cuando estuvieron solos en el pasillo, Silvia dijo:

--Oh, mi dios, Wes, amor. ¡Todo lo nuestro se ha descubierto!

--¿Estás bien? --inquirió Wes. Tomó a Silvia en sus brazos de un modo reconfortante. ¿Por qué hizo eso? Él no era un amigo verdadero; cómo podría serlo, recién habían pasado tres días desde su primer encuentro. Seguro, había tenido su pija dentro de ella durante más o menos 24 de las últimas 72 horas, pero este juego tenía reglas complicadas. ¡Maldición, Roger! ¿No estaba todo saliendo hasta ahora a la perfección?

Silvia cayó verticalmente al piso como una tonelada de toallas limpias. Wes suspiró, se sentó al otro lado del pasillo. Miró su reloj. Marcaba las 5:00 a.m.

--Estoy hastiada --dijo Silvia--. Roger vino a disculparse, pero actuó como ofendido al mismo tiempo, y Faith dijo algo así como: "¿Por qué no puedes tratarme del modo que Wes trata a Silvia?" Y ahí Roger dijo, "¡porque ellos no están durmiendo juntos!" y entonces Faith retrucó, "¿querés apostar?" Y Roger se me quedó mirando y diciendo groserías, y yo no fui capaz de mostrarme impasible, así que finalmente se alejó sonriendo.

Wes permaneció sentado, en silencio. Se sentía culpable por el modo en que estaba mirándola, echándole un vistazo a sus piernas cuando ella no lo miraba. Qué pedazo de cachondo reventado que era. Pero no, él nunca miraba a las chicas así, con ese artilugio voluntario. Se dio cuenta que no observaba su cuerpo. La miraba sencillamente a ella.


Silvia levantó sus grandes ojos.

--No puedo mirar a la cara a nadie esta mañana.

--Mierda --murmuró Wes. Por supuesto. El secreto estaba descubierto. Tendrían que caminar todo el trayecto hasta el bufete, vestidos de gala, para el desayuno; luego de nuevo hasta los transportes y aún después a lo largo de las presentaciones. Ojos fijando sus miradas sobre ellos, risitas socarronas, dedos señalándolos. Wes se sintió verdaderamente enfermo--. ¿Qué deberíamos hacer? --preguntó.

--¡Huir!

--¿Huir? ¿Qué diablos significa eso?

Silvia se dejó caer sobre sus rodillas y se tomó fuertemente de las manos de Wes. Estaba al borde de las lágrimas.

--Llevame lejos. Ahora mismo. Porfi, porfi, antes de que todo el mundo despierte.

--No podemos simplemente salir corriendo, Silvia. Tenemos el concurso.

Silvia puso una mano sobre su garganta.

--¡No puedo! ¡Mierda, no puedo hacer esto, Wes! ¡No, no puedo! --Sus ojos lagrimeaban.

Wes tocó su mejilla.

--Está bien, nena. Tranquila. Sólo dime qué planeas.

--Escondámonos, ¿okey? Sólo ocultémonos.

--¿Cómo, en otro hotel?

--Sííí. Tenés dinero, ¿no?

Wes se dio cuenta de que se hallaba en el borde de un momento decisivo de su vida. Su visión se tambaleaba, el pasillo giraba alrededor de un eje invisible. ¿Desertar de la competencia? Supo que esa era la única solución. No había modo de continuar, no así, al menos. La peor parte era que él no podía explicar la razón, porque no había ninguna. ¿Timidez? ¿Arrojar a la basura toda la posible carrera futura de los dos a causa de la timidez? No, claro que no. Mejor convencerse de que estaba apoyando a Silvia en su momento de crisis personal, de darse por enterado de que ella era su verdadero amor. Aún así no era una razón valedera, pero sí una suerte de justificación.

Pero ésta razón los hizo echarse a volar. Él tenía que al menos tratar de hablar en serio con ella -y para sí mismo- sobre la locura que significaba ese plan.

--Silvia --le dijo--, no estás siendo razonable. No podemos saltearnos nuestras presentaciones, simplemente no podemos.

Silvia no podía mirarlo a los ojos.

--Se reirán de nosotros --dijo ella muy suavemente.

Algo sólido se detuvo en la garganta de Wes. Sí, se reirían. Incluso si no los juzgaban severamente -los demás estudiantes, con sus dedos apuntándolos; los profesores, con sus reprimendas- aun cuando sólo quisieran palmearle la espalda y felicitarlo, la exposición pública sería insoportable. Silvia tenía razón. Tenían que irse. Ningúna otra cosa necesitaba discutirse.

--Traete tu equipaje --dijo él--. No encontramos aquí, en diez minutos.

Malhumorada, avergonzada, Silvia se puso de pie. Se metió de nuevo en su cuarto.


Wes fue hasta su propia habitación. Roger, tan vivaracho hacia apenas diez minutos, estaba ahora desmayado sobre su cama. Sin hacer ruido, Wes se colgó las ropas que estaban en el placard en un hombro y la mochila en el otro, y luego regresó al ascensor. Pulsó el botón del piso de Silvia. Las puertas se abrieron, y ella apareció allí sin decir palabra, con el equipaje y el violoncelo a sus pies. También tenía la maleta de Wes, que él había dejado sin abrir en el cuarto de ella. Bajaron al lobby, vacío de gente, sin siquiera algún empleado ante el mostrador.


No había taxi estacionado en la entrada del hotel. Esperaron varios minutos antes de que apareciera uno. Wes le hizo una seña, paró y se subieron, poniendo antes sus cosas en el maletero.

Wes preguntó:

--¿Hay por aquí cerca algún Motel 6?

--Seguro --contestó el taxista.

Una bruma matinal inundaba la ciudad. Una luz cenital celeste lechosa nadaba por entre los rascacielos sobre sus cabezas, mientras el taxi doblaba en una u otra esquina, avanzando en su travesía hacia las afueras de la gran ciudad. Wes abrazó a Silvia con fuerza, rodeando sus hombros. El nerviosismo de la chica lentamente fue diluyéndose, hasta que se durmió contra su cuello. Casi no había tráfico. Hicieron el camino hasta el motel en apenas quince minutos.

En el mostrador, Wes llenó algunos formularios, sacó una tarjeta de crédito y garabateó una boleta. Se hicieron llevar sus pertenencias hasta un cuarto en el rincón más distante de la finca, con Wes cargando con el cello. Silvia abrió la puerta con la llave, y los asistentes dejaron todo cerca de la entrada. Wes cerró la puerta, y Silvia ya estaba quitándose la sudadera.

Wes corrió las cortinas, cerrándolas. La única luz en la habitación provenía de una cargosa franja de luminosidad. Se colaba por la base de la ventana, que la cortina no alcanzaba a cubrir.

Giró sobre sus pies para mirar a la chica. La sudadera le colgaba fláccidamente de la muñeca izquierda. Wes dio unos pasos hasta alcanzarla, deslizó su palma hacia abajo por el brazo de ella, aflojó la manga y la prenda cayó. Él le desabrochó el brassiere, empujó las tiras hacia abajo de los hombros, percibió el ligero rozamiento que producía la prenda al deslizarse. Silvia permaneció inmóvil; apenas notó su respiración. Parecía encerrada en una coraza, entumecida. Wes le bajó los shorts y las pantimedias. Bajaron hasta sus tobillos, pero ella no terminó de sacárselos.

Wes trató de no molestarla así que se ocupó de sacarse su propia remera; se quitó sus zapatos, los jeans y la ropa interior. Finalmente, los dos estaban parados vistiendo sólo sus medias. Silvia, de frente a la cama; Wes se apretó contra su trasero. Con un solo dedo, giró la mejilla de ella hacia su boca. Se besaron, presionando levemente sus labios, casi sin sentirlos. Silvia abrió sus ojos, y en la tenue luz del amanecer Wes pudo ver que sus ojos estaban empapados en lágrimas.

El muchacho acostó a la chica sobre la cama, luchando contra la pesadez del cuerpo y la curvatura de sus rodillas. Ubicó su cuerpo suavemente encima del de ella. Estuvieron extendidos como estatuas de esa manera, por un largo rato, escuchando cada uno la respiración del otro, a veces deslizando ligeramente sus dedos, hacia arriba o abajo, sobre el tórax del otro, sobre las caderas, a lo largo de la columna vertebral.

--Estoy enamorado de vos --susurró Wes directamente al oído de Silvia.

Silvia lo miró. Sus labios temblaban. Ella asintió con la cabeza.

Wes percibió que las piernas de Silvia se abrían ligeramente debajo de él. La calidez de su vagina irradiaba contra su cadera, y él sintió cómo su pene comenzaba a llenarse con sangre caliente. Silvia giró su cabeza, un gesto de deseo, señalando que su pasión había comenzado a crecer y a reemplazar a su razón. Cuando le ofreció su delgado cuello a Wes, él abrió la boca contra su piel y comenzó a lamerlo, a besarla, embadurnó su carne con una capa de saliva y caliente respiración, desde el interior profundo de su propio pecho. Las palmas de Silvia apretaron con fuerza la espalda de él, y sus uñas escarbaron ligeramente su piel.

Ahora la verga estaba al palo. Se deslizó entre los labios del sexo de Silvia por su propia cuenta. Wes tragó y exhaló un suspiro, de algún modo se había roto el hechizo mágico que los había atrapado. El cuerpo de Silvia se tensionó debajo de él. Sus caderas se movieron, reubicando su pelvis de modo que se ajustara mejor contra la de él, y Wes decidió al fin que estaban haciendo lo correcto, que dos personas cuyos cuerpos se ajustaban tan perfectamente debían estar enamoradas y nada más tenía importancia. Recorrió con sus dedos fuertes los antebrazos de Silvia mientras su verga avanzaba lentamente, por sí misma, dentro de ella. La carne suave de los muslos de ella se deslizaba arriba y abajo sobre su cadera.

--Siempre --murmuró ella--. Siempre estaremos así.

Wes elevó su cuerpo por encima del de Silvia mientras hundía el resto de su gruesa pija dentro de ella. Silvia recostó su cabeza hacia adelante, observando encantada ese miembro afeitado que la llenaba. Wes también miró hacia abajo, y observó su verga palpitante, devoradora, creciendo a estirones fuera de ella, resplandeciendo en la penumbra de la habitación, goteando la humedad de los flujos de la muchacha.

--Oh Dios --dijo Silvia. No fue ningún susurro, su voz sonó profunda y hambrienta. Empujó a Wes hacia abajo y besó su boca, clavándole los dedos en los cachetes del culo. Wes empaló a Silvia, luego lo hizo de nuevo, y otra vez, y luego presionó con fuerza contra ella y comenzó a bombear, con la boca abierta baboseándole incontroladamente la mejilla y la oreja. Movió su mano hasta las tetas, que ya se notaban cálidas y sudorosas en ese cuarto sin aire acondicionado. La sensación del duro pezón contra su palma le causó un sacudón a través de todo el cuerpo, y vibró finalmente con su verga contra el sexo de Silvia. Ella gimió, extendió aún más abiertas sus piernas.


Los dos amantes se exploraron internamente, a veces con lentitud, luego con deliberación, siempre con desesperada intensidad. Silvia comenzó a gemir más y más. Cuatro manos se movían y exploraban, tocando, presionando, insaciables en su búsqueda de carne, más carne. Silvia movió sus pies, aún vistiendo sus medias, arriba y abajo por las piernas de Wes. Él sintió sus propios pies, calentándose y sudando dentro de sus medias, mientras el resto de su cuerpo estaba también empezando a escurrir transpiración.

El tiempo pareció retardarse a una fracción de su verdadera velocidad. Wes esperaba que alguno de los dos se corriera de un momento al otro, pero ninguno lo hizo. Se miraban sencillamente a los ojos, reflejándose cada uno en los del otro, transmitiéndose cosas que no necesitaban poner en palabras. A cada instante se besaban, o se lamían el uno al otro profusamente. Las tetas de Silvia se volvieron muy resbaladizas con el sudor, y Wes se movía de arriba abajo, por su cuerpo, como si estuviera sobre una hoja de seda húmeda. Su verga se estiraba y aporreaba dentro de la hendidura de Silvia, completamente sabedora de la textura de las paredes de su vagina, a plena conciencia de que la inflamada cabeza acariciaba toda su profundidad. Él movía su aguijón como una herramienta de precisión, explorando cada pulgada de espacio, abriéndose camino hacia el útero y luego hacia los costados, y de regreso al punto cerca de la pelvis, que hacía que ella gimiera y lo arañara como un gatito somnoliento.

Silvia comenzó a temblar. Sus piernas se cerraron rodeando el cuerpo de Wes, pero no como una prensa, sino más como una abrazadera. Ella cerró sus ojos y su boca, presionó su cabeza contra la almohada, respiró ruidosamente expandiendo las ventanas de su nariz.

--Mmm... mmm... mmm... --gimió.

Sus manos fuertes empujaron el aire por sobre la cabeza de Wes, al modo en que una chica vaquera guiaría su corcel, asiéndose de sus crines. Ordeñó la pija de Wes con su concha constrictora, empuñándolo, volviendo a apretar su miembro, absorbiendo el esperma desde lo profundo de sus testículos. Wes deslizó sus dedos húmedos profundamente entre los rebozantes rizos de la cabellera de Silvia, mientras su semen salía expulsado de su cuerpo hacia el de ella. Su cuerpo se sacudió, como quedándose helado, lo que no puede explicarse, ya que ningún indicio de frío podría haber existido en ese lugar.

En esa misma lentitud del tiempo, ellos yacieron allí, como pegados juntos por sus propios jugos.

Con sus ojos cerrados y su rostro sepultado en el cuello de Wes, Silvia dijo:

--Te amaré hasta el fin del mundo. Nunca te dejaré. Te amaré por siempre. --Y luego lamió la cara de Wes como un cachorrito, besando sus ojos y su nariz, bebiendo el sudor de su frente.


Un cariño profundo brotó desde el interior de Wes, llenado su mente y espíritu como una inundación. Sin ninguna razón comenzó a llorar, pero él no quería hacerlo, así que en lugar de eso rodó sobre su espalda y empujó a Silvia encima de él. Ella lo siguió en esta posición, con la dura estaca aún dentro de su cuerpo. Se besaron húmeda, profundamente, mientras Silvia elevaba sus pies hacia el costado del torso de Wes, de manera de ubicarse sentada en cuclillas sobre él. Wes empujó las húmedas medias de Silvia, sacándolas de sus pies y las arrojó contra la pared. Alcanzó y presionó sus pezones, mimándola con un masaje tierno, dándoles golpecitos a sus tetillas. Silvia gruñó. Y comenzó a cogérselo.

Wes creyó que esta posición le recordaba algo, pero en principio no pudo saber qué. Luego lo supo -ella estaba trabajando sobre él como un cilindro mecánico, arriba y abajo, arriba y abajo, levantando sus caderas sobre el cuerpo de Wes, y luego bajándolas para deslizarlas sobre su piel empapada, todo el tiempo bombeando con su cuerpo alrededor de la verga de Wes, una y otra vez, y volviendo a comenzar. Wes la sostenía desde abajo y apretaba su culo, ayudándola cada vez que se movía.

El movimiento se aceleró. Por segunda vez Silvia miró hacia abajo, encantada con la visión de sus dos cuerpos golpeando ruidosamente por sus genitales. Su boca se abrió y surgió un agudo gemido, tal vez sin que ella tuviera consciencia. Golpeó ruidosamente, una y otra vez, hacia abajo sobre el cuerpo de él, llenándose con el hinchado miembro que la penetraba en cada bajada. Sus caderas afeitadas se cacheteaban al juntarse, húmedamente, y la cama empezó a chirriar.

--Dios, sí, Dios, síí... --dijo Silvia, claramente.

--Silvia... Silvia... --tarareó Wes.

Ella enlazó sus dedos alrededor del cuello de Wes. Calvó sus ojos en su rostro, como si estuviera tratando de convencerlo de alguna cosa.

--Mi corazón está golpeando --dijo ella--. Mi corazón... ¡está saliéndose!


Todo el tiempo continuó cogiéndose a Wes tan fuertemente como pudo, amoldando su vagina a la estaca de su macho.

--Se siente tan bien, oh, tan bien, tt...taaaaan....... --Ella se rezagó, respirando agitadamente a través de sus labios fruncidos. Luego su cabeza comenzó a vibrar, y su cuerpo entero se tambaleó hacia atrás como un látigo, retorciéndose hacia un lado y otro--. ¡Ahhh!... ¡¡¡Ahhhh!!! --gritó ella, sin temor de vocalizar su orgasmo. Tiró de su propio cabello y cambió de dirección hacia un lado y el otro, sus tetas rezumaron sudor sobre el rostro del chico. Y una vez más ordeñó a Wes con su concha tiesa, apretando fuertemente el cuerpo de él entre sus piernas.

Finalmente se derrumbó encima del cuerpo de Wes, respirando con gran agitación.

--¿Te corriste? --le preguntó, escandalosamente.

--No, todavía --admitió Wes.

--¿Estás cerca?

--Oh, síí...

Silvia empujó el pene fuera de su concha empapada y se arrastró hacia abajo hasta ese miembro. Sin dudarlo, envolvió enteramente con su boca la totalidad de la estaca. Wes sintió una oleda de placer/dolor disparándose dentro de su verga, e involuntariamente presionó la cabeza de Sylvia entre sus manos. Ella chupó y chupó y chupó, su lengua y la cavidad de su boca succionaban con fuerza alrededor del garrote a punto de estallar. Literalmente, ella convocó la corrida que expulsó el orificio del pene de Wes con su viciosa mamada. Cuando sintió que el gusto cambiaba, empujó la verga fuera de su boca y apuntó a su propio rostro.

Dos tallazos calientes, fuera de todo control, salpicaron contra la boca y las mejillas de la muchacha, y en su párpado izquierdo. Usó la primera para continuar bombeando a Wes, apremiando las últimas gotas límpidas hasta inundar su mano. Después, ella culebreó con su cuerpo sobre la exhausta figura de Wes, montándolo a horcajadas, frotando la carne de su empapada vagina sobre la verga que se desinchaba. Empujó sus dedos dentro de la boca de Wes, forzándolo a saborearse a sí mismo, y luego le ofreció su cara para que la limpiara a lengüetazos, lo que él hizo hambriento. Cuando el esperma estuvo lavado de su rostro, se encontraban besándose tiernamente, todavía acariciándose con sus lenguas, uno al otro.

Wes volvió a ubicar a Silvia sobre su espalda. Ella miro hacia arriba al rostro de él, con esa mirada interrogadora que los amantes se han dirigido después de hacer el amor, desde tiempos que no pueden numerarse, una mirada que dice: ¿qué cosa en la vida puede venir a continuación de tan dulce perfección? Wes miró profundamente dentro de los ojos de Silvia mientras deslizaba su mano entre sus piernas y ubicaba dos dedos dentro de ella. Acarició su punto más sensible, ese que alguien llamó enigmáticamente G, mientras succionaba su pezón con la boca, mordisqueándola suavemente.

Silvia se corrió, arqueando su espalda, cerrando sus piernas. Wes aletargó su caricia pero no quitó sus dedos. Una vez que Silvia hubo retomado su respiración, él volvió a mover sus dedos, desplazando sus besos cálidos al cuello de ella.

Esta vez ella se corrió rápido pero no tan intensamente, sus piernas se restregaron juntas de un modo muy sexy mientras el nuevo orgasmo desparramaba otro poco de sus jugos. Y aún así Wes no detuvo sus caricias sobre ella. Volvió a correrse, y esta vez fue con intensidad, nada apacible en absoluto.

--¡¡Oh Dios!! --aulló ella--. Oh, Wes, por favor, por favor...

Wes movió sus dos brazos rodeando la cintura de Silvia con un abrazo cálido, nada más que un abrazo. Lamió su cuello, firmemente, y Silvia tuvo otro orgasmo. Gimió en voz alta pero no pudo articular palabra. Luego Wes pellizcó su tetilla, y un nuevo orgasmo golpeó a Silvia. "Por... favor... " Silvia buscaba a tientas las palabras para detenerlo. Wes se fue dándole besos por el abdomen hasta el ombligo de Silvia, cavando allí con su lengua, mientras sus manos acariciaban sus pechos, y ella se corrió, una vez más. En el preciso momento en que Wes ubicó su lengua contra el clítoris de Silvia, la chica se derramó sobre su rostro y sobre la cama, descosiendo, al tirar del mismo furiosamente, el cobertor que vestía al colchón. Ella pataleaba y pataleaba en el aire. Pareció recobrarse, mientras Wes chupaba profundamente dentro de su vagina, sus labios moviéndose y presionando, contra las paredes suaves y carnosas, pero el respiro fue breve ya que otro abrazador orgasmo sacudió a la muchacha. Rebotó como un objeto que hubiera sido golpeado. Luego Wes empujó sus dedos de nuevo dentro de su hendidura, mientras se deslizaba hacia abajo para lamerle el ano, saboreando la humedad agria entre sus cachetes.


Durante los próximos cinco minutos, Silvia continuó corriéndose repetidamente, rogando roncamente que Wes se detuviera, tratando ya sin fuerzas para empujar al muchacho lejos de su cuerpo. Ella orgasmó, y orgasmó otra vez, y entonces aguantó otro y otro más. Wes frotaba sus piernas y su vientre con sus manos, presionaba sus pezones y sus brazos y sus costillas, lamía sus muslos y el hoyo de su rodillas y chupaba los dedos de sus pies. Silvia se retorcía sin posibilidad de defensa, cruzando toda la superficie de la cama, transpirando a mares, torciendo hacia atrás y adelante la cabeza.

Wes perdió un único dedo dentro de la vagina de Silvia, y ella gritó muy alto y se disparó de la cama como si estuviera ardiendo. Se acuclilló como una pelota en una esquina de la habitación.

--Uff, uff, uff, uff... --gimió quedamente.

Un único rayo de luz solar iluminaba el sudor de sus cabellos. Wes se tambaleó sobre la cama, exhausto. Se masturbaba con la mente ausente, frotando su pija con el puño, aún sorprendido de cuán bien la sentía con todos sus pendejos afeitados. No creyó que podría eyacular otra vez después de los dos anteriores, pero aún sintió ganas de jugar con sí mismo.

Finalmente, Silvia pudo articular:

--Oh, jesús, Wes. Maldición.

--¿Estás bien? --preguntó Wes.

--Bien --dijo Sylvia--, si con eso quieres decir 'la chica más feliz del mundo', entonces sí, estoy muy bien.

Wes sintió que su verga volvía a ponerse dura.

--Esto estuvo divertido --dijo él.

--Necesito agua --dijo Silvia. Su voz todavía estaba ronca.

Wes llenó un vaso con agua del grifo y se lo alcanzó a Silvia, que todavía permanecía sentada y húmeda sobre el piso. Se tragó de una vez el agua, tosiendo un poco al terminar.

--Más... --pidió ella. Wes regresó al lavabo, pero escuchó que Silvia caminaba tras él. Ella giró a Wes y lo abrazó.

--Abrazame --le reclamó cariñosamente. Y él lo hizo. Y se quedaron así por un rato.



***



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