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Chicago Hotel Adventure (1)

en Grandes Relatos

Esta es una versión inédita en español -no me atrevo a llamarla traducción ya que no soy un profesional en el idioma y seguramente se me han escapado detalles, habrá giros idiomáticos que habré entendido mal- de un largo relato, en cinco capítulos, publicado en inglés por un colega, en un portal de relatos eróticos. Me parece una historia atrapante sobre el desarrollo de la pasión y el amor en una pareja de estudiantes de música, muy bien contada, con ciertos pasajes de alto erotismo, que he disfrutado leyendo y espero les guste. Sabrán disculparme que los personajes hablen un español rioplatense, pero así me sale más naturalmente. Serán, por lo tanto, cinco entregas. Al final de la serie encontrarán los datos completos, para quienes deseen leer la versión original. Un saludo y espero que cuelguen algún comentario. Clarke.

 

Aventura en un hotel de Chicago


por Lothario the Great.
- versión en español, por Clarke.-


Capítulo 1


Silvia agarró el remoto de encima de la cama y encendió la caja boba. Se tendió sobre su estómago, y aquel culo maravilloso fue lo único que Wes pudo mirar.



"TONTITO, ¿PODÉS DORMIR EN EL cuarto de Silvia?”

En principio Wes no estuvo seguro de haber oído a Roger correctamente. ¿Qué estaba pidiéndole?... Roger respondió a la mirada confusa en el rostro de Wes:

--Vamos, viejo, ya hablamos de esto la semana pasada. Silvia comparte su habitación en el hotel con Faith; significa que tendrás que dormir en el piso de la de Silvia así Faith y yo compartimos este cuarto.

Wes recordó una vaga conversación con Roger sobre el próximo Concurso Artístico Interestatal, sobre cómo Roger planeaba ponérsela a Faith unas mil veces, cuando todos ellos llegaran a Chicago. Se recordó preguntándose, de improviso, cómo Roger esperaba tener todo ese sexo si estaría compartiendo su habitación con él... Bien, el plan se veía claro ahora, pero Wes ciertamente no había anticipado terminar en el cuarto de Silvia. Bendita mierda, justo Silvia Anderson. Sí, ¡bendita mierda!

--Roger, ¿qué estás pidiéndome? --preguntó Wes, con voz vacilante.

El grueso y mudo Roger fijó sus ojos en Wes como si la sugerencia fuera la cosa más obvia del mundo.

--Tontito, vos vas a dormir en la habitación de Silvia esta semana mientras Faith esté conmigo, --agregó al romper su silencio.

Así que ésa era la idea. Bendita mierda. En todo lo que Wes pudo fijar su atención fue en Silvia usando su lingerie... (la imaginación de Wes no podía contenerse en momentos como éstos), por lo que fue duro para él ensayar una queja luchando contra la más desarrollada de sus habilidades. Pero tenía que intentarlo.

--Roger... ¡Jesús, todo va a descubrirse!

--No seas tan maricón. ¿No querés tener un poco de acción con Silvia?

--Corr. . . recto, Silvia Anderson y yo vamos a hacerlo. . . Dejá de dorarme la píldora y pensá por un minuto. Es el mismo tiempo que le llevará a la señora Schruder atraparnos en la habitación equivocada.

Roger puso su brazo sobre el hombro de Wes.

--Macho, tenés que relajarte. ¿Nunca te arriesgaste antes a ser atrapado al tener sexo con una chica chévere?

La respuesta era no, ¿pero eso significaba que no lo haría si tuviera la oportunidad? Contestó:

--Pero yo no voy a tener sexo. Vos vas.

--Cierto, y sé de lo que estoy hablando. Escuchá, tontito, se trata de si vas a hacerme la gamba o no, para que Faith Simmons y yo tengamos una maravillosa experiencia sexual, durante las próximas cuatro noches. Y vas a hacerlo, ¿no es así, Wes?

Más protestas aparecieron en su mente, pero Wes no quería seguir gimoteando. Además, le gustaba la idea de Roger y Faith divirtiéndose un poco. Si él no iba a divertirse, más vale que alguien más sí lo hiciera. Entonces se le ocurrió otra idea:

--¿Alguien habló con Silvia sobre esto?

--Faith lo está haciendo y justo ahora. Silvia es tan inocente...


Esto era cierto. Debía ser la más hermosa muchacha en la academia entera, pero Silvia era también demasiado suave al hablar, en particular cuando la rondaba su afanosamente animada y no del todo íntima compinche Faith. A Silvia le iba bien dentro de la barra de Faith porque era una belleza de ejemplar calidad y porque todas ellas cantaban en el Departamento de Música, pero ella era aún más que una rotunda etiqueta de 'poco dispuesta'. A Wes no le costaba imaginarla leyendo un libro agradable en su prolijo dormitorio, durante las noches de fin de semana, como él lo hacía muchas veces, pero en realidad nada sabía con certeza. Ella era un magnífico e inalcanzable misterio.

Cuando el ómnibus se estacionó frente al hotel, Wes estaba mirando fijo por la ventanilla, evaluando cuán desastroso podía salir todo el plan. Los estudiantes explotaron en sus asientos en una cacofonía en el momento exacto en que el transporte se detuvo, estirándose para alcanzar sus mochilas, aplastándose unos contra otros en el pasillo, disparándose insultos. Roger gritó:

--¡Gracias compañero! ¡Te debo una! --mientras se alejaba apretándose en la masa dirigida a la puerta del frente.

Antes de que Wes pudiera incorporarse, Silvia Anderson se sentó en el asiento dejado vacante por Roger. Ella olía de puta madre, como a transpiración y a frutillas y a la esencia limpia de un jabón perfumado. Sus shorts de seda vinílica mostraban una estupenda porción de muslo, y su ajustada remera azul marino se veía ceñida a sus pechos cuando se posó inclinada en el asiento. Su cabello oscuro caía sobre sus hombros en una multitud de primorosos rizos naturales con una saludable elasticidad. Wesley recordó un día del año anterior, cuando pasó un período entero de clases esperando alcanzar, y dejar deslizarse sus dedos, por entre esos cabellos. Ahora ella se sentaba a su lado. Antes que pudiera recuperarse de su juvenil nerviosismo, ella habló:

--¿Tenés alguna idea de en qué están tratando de meternos Faith y Roger? --Lo dijo muy suavemente, de modo que nadie más pudiera oírla, aunque el ómnibus permanecía ruidoso y alborotado. Esta era la tercera o cuarta frase que Silvia le había dirigido a Wes en toda la historia del universo. Y no era porque lo evitara, sino más bien porque no tuvieron ocasión de encontrarse. Grupos diferentes, instrumentos diferentes en el Departamento -él, el piano; ella, el violoncelo-, diferentes reglas sociales. Nada que lamentar, sólo el destino manteniéndolos separados hasta este momento, hasta esta semana. Ella se veía tan nerviosa como lo estaba él.

--No creo que tenga que ver con nosotros --contestó él.

No había mucho más que decir. Wes medio esperaba que la chica lo previniera de que no tratara de 'planear' nada, pero ella no lo hizo. Tal vez ella lo conocía lo suficientemente bien, después de dos años en el Departamento de Música, para no verlo como una amenaza, cosa que él ciertamente no era. Tal vez ella no quería ofenderlo, previamente a compartir, con él, su cuarto, por las siguientes cuatro noches. O quizás ella estuviera esperando a decírselo más tarde.

--¿A que hora vas a venir a la habitación? --preguntó ella.

--No lo sé --contestó él--. Cuando Faith venga a ver a Roger, supongo. Será después de medianoche. O cuando Roger se ponga cachondo.

Silvia se sonrió ante esto último, pero no mucho. Todavía se veía nerviosa.

Ella se paró y se fue. Afuera en la vereda, cientos de estudiantes provenientes de los Departamentos de tres Academias diferentes -Teatro, Inglés y Música (Vocal e Instrumental)- estaban aullando y arrojándose cosas. Uno de las profesoras de Inglés a cargo estaba parada enfundada en un conjunto de estilo sastre y gritaba pidiendo silencio. Dijo algo sobre qué hacer y cuándo y cómo, blah blah blah, entonces todos acudieron al jefe de su Departamento para conseguir las llaves de las habitaciones. Más blah blah blah de los jefes de Departamento, y luego arriba, a la habitación, a tomar un descanso y caer desmayados por el cansador viaje en avión.


Sí, sí... está bien... Los pisos treinta al treinta y tres rápidamente degeneraron en un desorden académico... Los muchachos picaban pelotas de fútbol, las chicas se sentaron en el piso y jugaban a las cartas, algunas botellas de cerveza fueron contrabandeadas bajo la mirada 'a la Gestapo' de los profesores. El alboroto más grande eran las corridas -muchachotes corriendo por los pasillos, chicas chirriando y huyendo de estos muchachos, y ellos tacleándose entre sí y chocando, una y otra vez. ¡Zuum... Zuum... Zuum...! Los desafortunados del piso 29 debía haberse vuelto dementes. Muchos de los estudiantes bajaron a las calles de Chicago, incluso aunque tuvieran sólo apenas media hora libre, para vagar por ahí, antes de que el toque de queda entrara en vigor. Todos sabían que ningún castigo incluiría ser excluido de la competencia a la mañana siguiente. Estos selectos miembros de una liga privilegiada, eran superestrellas con sus propios derechos de sabelotodos, los mejores artistas en sus especialidades, y ellos lo sabían.

Wes permaneció en su habitación y miraba TV por cable. Dos colegas pianistas lo invitaron a unírseles, para lo que él disfrutaba de su compañía... Eran tan malditamente homosexuales. Se la pasaban hablando sobre cosas que nada tenían que ver con él.

--¡Tontito! --le gritó Roger, ni bien aterrizó dentro del cuarto. Eran casi las 9:30--. ¡Hora de cambiar de cuartoooos...!

Wes sintió una puntada de pánico:

--Es muy temprano, Rog.

--Los profesores están a siete cuadras de distancia en un hotel diferente... Ningún monitor encontrarás merodeando en los pasillos esta noche, mi amigo...

--¿Ningún chaperón? ¿Con cuatrocientos muchachos solos en el hotel? ¿Tienen alguna idea de lo que sucederá?

--No aparentemente, Wes, pero seguro, como que existe el infierno, que yo sí. --Roger levantó el teléfono y llamó a su acompañante--. Hey, nena, ven acá. --Se volvió hacia Wes--. ¿Tenés hambre? Ya ordenamos una pizza.

Wes estaba todavía con el estómago lleno, desde aquel McDonald’s que invadieron en el aeropuerto, al arribar a la ciudad.

--¿Silvia está subiendo también?

--No probablemente, tontito. Faith dice que ella no come pizza. Dejá tu llave de la habitación para Faith, ¿ehh?

Aquello explicaría su culo escultural.

--Supongo que entonces los dejaré para que se diviertan. --Trató de no sonar resentido, pero le salió malhumorado. ¿De qué estaba en realidad temeroso, en su maldita mente? ¿Y qué, si quedaba como un gran nerd? Ahora ya era demasiado tarde. Dejando su maleta en la habitación, agarró su mochila y se encaminó hacia el ascensor. Aún vestía los blue jeans y la remera azul que había usado en el avión. Cuando la puerta del ascensor se abrió, saltó hacia afuera del mismo Faith, una rubia petisa con aire expresivo pero no muy atractiva, usando un short a rayas y con el pelo parado. Se veía como una bailarina de MTV, a la caza de una mirada buscona.

Faith arrojó sus brazos encima de Wes y dijo:

--¡Te lo agradezco tanto! Te debemos una. --Luego le deslizó la llave de su habitación en la mano y se alejó corriendo.


Wes se subió al ascensor, quedándose pesadamente con su resentimiento hacia Faith. ¿Por qué tenía que haberlo abrazado? Nunca le había dirigido antes ni media palabra, y ese último tratamiento, tan afectuoso, sólo acentuaba cuán lejos de su interés él estaba. Los chicos más 'populares' siempre se toman ciertas libertades con las 'pequeñas personas', como derramarse con adoración sobre ellas, por cierta circunstancia, en lugar de tratarlas decentemente durante un largo período de tiempo. Pero la alternativa era peor... -¿qué le 'debía' Faith? ¿cómo recompensás a alguien por ayudarte a culear con un compañero de cuarto?-. Él prefirió bajar las persianas de su mente.

La puerta se abrió. Y él se encontró dos pisos más abajo, donde el registro en la llave del hotel decía que la habitación debería estar. Wes caminó hacia la puerta de Silvia, metió la trajeta-llave en la ranura y golpeó suavemente. Un momento después, la puerta se abrió. Wes se había propuesto lucir tan diferente a un nerd como fuera posible, pero no había previsto que el pelo de Silvia estuviera húmedo. Su rostro libre de maquillaje brillaba límpido. Ella estaba bellísima, de un modo natural, y él quería morirse, allí mismo.

--Pasá --dijo ella con una sonrisa poco entusiasta. No estaba molesta con Wes, aparentemente, pero tampoco se veía excitada. Esto era lo condenadamente extraño.

--¿Tomaste una ducha? --preguntó Wes, intentando romper el hielo.

--Sí... --fue todo lo que Silvia dijo por respuesta. A pregunta tonta, una respuesta obvia... Él puso su mochila sobre la segunda cama. Recordó a Roger explicándole que tendría que dormir en el piso, pero este cuarto tenía dos camas, al igual que el de Roger. No habría ninguna escena del tipo "Te ves incómodo ahí... ven, comparte la cama conmigo" esta noche. Gracias a Dios.

Ella se paró ante el espejo, secando su cabello con una toalla, tratando de mantenerse ocupada, en vez de comenzar una charla embarazosa. Usaba los mismos shorts de seda vinílica púrpura del ómnibus, aquellos que dejaban ver sus largas piernas, que le cortaban a Wes la respiración, junto con una remera blanca, que dejaba traslucir su brassiere. Tal vez un mensaje sutil para él de que no dormiría sin corpiños. Silvia estaba descalza, y Wes fijó sus ojos en sus tobillos. Cuando se dio cuenta que la miraba fijo, desvió la vista, pero la desvió hacia arriba, deteniéndose en el trasero de la chica.

Necesitaba con urgencia un nuevo acercamiento. Se volvió hacia su mochila, manteniéndose ocupado, como Silvia le había demostrado. Y estaba funcionando. Después de unos pocos minutos, estaban navegando uno alrededor del otro como una pareja de casados, poniendo cepillos de dientes en el baño, colocando objetos en el borde de las mesitas. Silvia extendió sus ropas de actuación dentro del placard. Después de media hora se sentaron en las sillas, en silencio. La habitación era bien grande, con dos camas de plaza y media, un mueble escritorio, dos butacas de dormitorio (ahora ocupadas), con una mesa para café, el armario que guardaba el televisor, y dos pequeñas mesitas cerca de la cabecera de las camas.

--¿Te importa si abro las cortinas? --preguntó Wes. Él sentía a ese cuarto como si fuera de Silvia.

Silvia corrigió esta noción.

--Es tu cuarto, también --dijo ella--. Abrí lo que quieras.

Se paró y corrió las pesadas cortinas que escondían una pared entera de vidrio. Afuera se extendía la ciudad de Chicago, una pieza maestra de arquitectura, que se repantigaba alejándose de ellos, como un océano de cemento, sin ningún horizonte a la vista. El cielo estaba aún claro, y todas las luces de la ciudad creaban un resplandor, como de adorno de navidad, alrededor de cada estructura.

--Oh, guau... --dijo Wes.

Le exclamación hizo que Silvia girara en su silla, y la vista la dejó boquiabierta. Se aproximó al otro extremo de la ventana.

--¡Es hermoso! --exclamó ella.

--Pues eso sí que es una ciudad --articuló Wes.

--Mmm... ajá... --asintió Silvia. Examinaron el panorama en silencio por un largo minuto o dos. Wes había crecido en Montana donde las extensas planicies eran abundantes y los rascacielos, muy pocos. Había viajado a mucho sitios dentro del país y al extranjero, pero cada nueva ciudad le producía una impresión muy profunda, en especial las vistas maravillosas como ésta, desde los edificios altos. Muchas de las estructuras de Chicago se encumbraban aún más alto, por encima de ellos, a pesar de su ya elevada ubicación.

Wes le preguntó a Silvia sin alejarse de la ventana:

--¿Dónde has crecido?

--En Nuevo México --dijo ella--. Miles de montañas.

--Yo también; soy del estado de Montana. Trabajé un montón en una granja desde chico.

--Eso puede verse.

Wes miró a Silvia, y ella estaba mirándolo. Él se dió cuenta de que su corazón había estado acelerándose mientras miraba la ciudad, y ahora estaba bombeando con aún más fuerza.

Ella continuó:

--El trabajo de una granja debe ser duro para las manos de un pianista.

--Yo hice que fuera conveniente.

--Sí, lo hiciste --dijo Silvia--. Te he escuchado tocar. Sos el mejor del Departamento.

Un cumplido de Silvia Anderson. Wes sintió un obstáculo en su garganta. Sus maestros acordaban en que era él el mejor solista de piano en el curso, pero lo otros estudiantes no eran tan efusivos con sus elogios. Nada como una competencia poco amistosa para trocar la pasión de tu vida en una búsqueda codiciosa y solitaria.

--Gracias --dijo Wes, dócilmente. Sintió una gran sonrisa abierta avanzando lentamente e instalándose en su rostro; estaba imposibilitado para detenerla.

--¿Querés ordenar pizza? --le preguntó Silvia.

--Roger me dijo que no te gusta la pizza.

--¿Cómo diablos sabe Roger eso?

--Faith se lo dijo.

--Oh... --Silvia caminó hacia su cama y se sentó en el borde--. Ella sigue invitándome a salir, con sus amigas de cabezas huecas. Fue muy buena conmigo en nuestro primer año de principiantes, en la Academia, y parece que ahora estoy atrapada en su órbita. El único modo que encuentro, de tener un poco de privacidad, es decirle que no me gustan algunas de las comidas que ella hace.”

--Supuse que eso era bueno para tu figura --opinó Wes.

Silvia se sonrojó. Era tan inexperta como bella. Aún mucho más tímida de lo que Wes había imaginado. A pesar de eso, ella sonrió agradablemente, complacida con el cumplido. Wes, tratando de darle a Silvia tiempo para recomponerse de su embarazo, abrió una gaveta y encontró la agenda telefónica. Discutieron las opciones, hicieron una llamada y realizaron el pedido. Cuando Wes colgó el teléfono, estaban sentados en la misma cama, torpemente silenciosos otra vez.

--¿Querés mirar un poco la tele? --preguntó Silvia con un encogimiento de hombros.

-Sí... claro.


Silvia agarró el remoto de encima de la cama y encendió la caja boba. Se tendió sobre su estómago, y aquel culo maravilloso fue lo único que Wes pudo mirar. Sabía que no había sido invitado a compartir la cama, ni siquiera lo había preguntado, así que empujó una de las sillas hacia el pie de la cama y allí se sentó.

--Tomá --dijo Silvia, cediéndole a Wes el remoto--. Encontremos una buena película.

Wes planeó por los canales hasta que se detuvo en HBO, donde pasaban “Pulp Fiction”.

--¡Ooooh, buena peli! --dijo Silvia. Wes estaba impresionado con su gusto. Luego ella dijo:

--Demasiada violencia. Veamos algo más... no sé, suave. ¿No encontrás alguna comedia romántica?

Wes disfrutaba del golpeteo despreocupado de sus dedos sobre el control, buscaba cualquier género, mientras que el filme no apestara. Unos pocos golpecitos más en el remoto y Wes encontró “Eyes Wide Shut”, la última propuesta de Stanley Kubrick.

--¡Oh mi Dios, ya sé cual es ésta! --dijo Silvia.

--¿Ya la viste?

--Sí... con Faith y sus amigas. Son todas perversas. A ellas les encantó.

--¿Y a vos no?

Silvia sacudió la cabeza:

--Hay algunas grandes actuaciones, pero la historia no tiene el menor sentido.

--Bueno, yo en realidad creo que es una historia profunda y conmovedora, con un tema fuerte. Pero tuve que verla dos veces para entenderla... a riesgo de sonarte como un perverso.

Silvia dijo rápidamente:

--Oh... lo siento, no quise decir que fueras un perverso.

--Ya sé, ya sé --Wes la tranquilizó muy rápidamente--. De veras, no estaba tratando de convencerte de verla de nuevo. Seguro que hay alguna más...

--No, está bien. Te tomo la palabra. Además, ¿cuándo más tendré una excusa para verla de nuevo? Nunca la rentaría en el club, y no tengo TV por cable.

--¿No tenés cable? ¿Y que hacés con tu tiempo libre en casa? --preguntó Wes mientras Tom Cruise conducía en su auto. Los dos estudiantes miraban el televisor mientras hablaban, sin prestar mucha atención a la película.

--Oh, chico, leo todo el tiempo. Soy la verdadera ratoncita de biblioteca. Estoy siempre en medio de tres o cuatro libros a la vez.

--¿Y que leés ahora? --preguntó Wes.

Silvia mencionó un libro del que Wes nunca había oído, otro que él había leído y disfrutado, y uno más que era su favorito, desde hacía mucho tiempo. Tuvieron una charla excitante por unos minutos sobre las decisiones que tomaban los personajes, pequeños cambios que habrían introducido en los finales, o sus párrafos favoritos... Y esto condujo a una larga degustación de sus elecciones entre sus listas de favoritos -libros, películas, músicos, canciones y álbums, comidas preferidas, lugares elegidos o soñados para vacacionar, guaridas elegidas en el área de Nueva Inglaterra. Descubrieron muy pocos casos en que uno u otro detestara una mención, y una multitud de favoritos que tenían en común. Y unos minutos después ya estaban haciendo planes para intercambiar libros y videos y CDs para cuando regresaran a la escuela.

Cuando el chico de la pizza golpeó a la puerta de la habitación, Wes ya había casi olvidado que la habían ordenado. Aún cuando hubieron hablado sólo durante media hora, parecía que se habían embarcado en una larga conversación. Pasaron otra media hora comiendo, alternándose entre mirar la película y hablar excitadamente a bocas llenas. Ambos se detuvieron ante la escena en la TV que mostraba a los dos protagonistas desnudos frente al espejo, contorneándose con una canción de Chris Isaak y acariciándose uno al otro.

--Muy mal que se hayan divorciado --dijo Silvia, para romper el silencio--. Tom Cruise es un idiota. Creo que Nicole Kidman es una de las más bellas mujeres en el planeta.

--Ja... de acuerdo, de acuerdo --respondió Wes con la boca llena de pepperoni--. Pero Penélope Cruz es bellísima, también.

Silvia giró hacia Wes con una simulada mueca de sorpresa:

--¿Vos cambiarías a Nicole Kidman por Penélope Cruz?

Wes se encogió de hombros:

--Supongo que me gustan más las morenas. Las pelirrojas son lindas, pero me atrae en realidad el cabello oscuro. Latinas, italianas, griegas. ¿Puedo preguntarte de qué nacionalidad provenís, por tu familia digo? --Wes aún no se daba cuenta de las conexiones que estaba haciendo. Eran sólo dos amigos hablando de esto y aquello...

--Mitad mejicana, mitad griega. Pero nunca estuve con nadie de mi familia que viniera de esos lugares. ¿Y vos?

--Mi mamá es blanca, de antepasados ingleses supongo, quiero decir, pero mi padre es de pura sangre italiana.

--Tenés suerte, tu cabello es lindo y espeso. Creo que se ve muy bien realmente. Me gusta el cabello oscuro, también.

--Me gusta tu cabello, también... Sí. --Respondió Wes sonriendo. El oscuro pelo de Silvia tenía un brillo rojizo entre sus llamativos rizos naturales--. Combina muy bien con tus ojos castaños.

Silvia entornó sus ojos:

--Odio mis ojos. Son del color de un zapato.

--No, para nada --retrucó Wes rápidamente--. Son muy lindos. Creo que los ojos oscuros son muy bellos.

Silvia hizo relampaguear sus perlados blancos y miró hacia afuera un poco.

--Quiero decirte que también me gustan tus ojos. Ojalá yo tuviera los ojos de un azul brillante como esos.

Wes no había tenido mucha experiencia con las mujeres, pero no era estúpido. Supo lo que estaba pasando entre él y esta criatura de belleza inaudita, pero por alguna razón no se sintió nervioso en absoluto. Aun si nada físico sucediera entre ellos en ese momento, incluso si nunca tuvieran otra cita real, al menos tenía una nueva amiga con quien hablar abiertamente, acerca de cualquier tema, hasta conversaciones sobre sus propias apariencias físicas. No podía negar que se sentía de hecho fuertemente atraído por ella, pero el único tema que no supo muy bien cómo encarar fue averiguar si ella, también, se sentía atraída, y así se sintió complacido con mantener, por el momento, una charla poco comprometida.

Sin embargo lo fastidiaba una única inquietud. Habían estado charlando durante dos horas, mirando la película más larga de todos los tiempos y sobre todo, llevándose fenomenalmente. Así que fue por ello:

--Silvia, ¿puedo preguntarte algo un poco más personal?

--Oh oh --contestó ella con cierta aprehensión--. Adelante con ello, supongo.

--No pienses mal. Sólo me preguntaba por qué pensás que sos tan introvertida.

Silvia estaba a todas luces avergonzada por la pregunta, pero Wes le había prevenido y le contestó de todos modos. Ella dijo:

--No lo sé. En realidad no siento miedo por nada, si es lo que querés saber.

--No, no... no es eso. Quiero decir... Bueno, la primera impresión que tuve de vos fue que eras... muy callada. No te ves de hecho como una persona llamativa. Pero sos muy bonita, y elegís muy bien la ropa que usás, y pensé que era muy extraño que tomaras tanto cuidado en tu apariencia, pero no procuraras ser agresiva, en realidad, al moverte socialmente. Parece que te guardaras para vos misma. Pero en verdad no te conozco tanto, así que en todo lo que me baso es en mi primera impresión. Espero no equivocarme demasiado.


***

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