La próxima vez será
por Silvia Vilar.
HOLA
CARIÑO. En la nevera encontrarás habichuelillas con patatas y pollo asado a la
naranja. Está rebueno frío, pero si quieres puedes calentártelo en el «micro».
Espero que te guste. Ya sabes que soy partidaria de variar el menú y cuidarte.
Te llamaré por teléfono a las dos en punto para susurrarte al oído algunas
cositas que nadie más puede escuchar, salvo tú y yo.
Un beso de tornillo.
Silvia.
Hola cariño, tienes la sopa en un «tupper», en el horno. La dejé ahí porque aún
estaba caliente para cuando me marché al trabajo. ¡Me da tanto asco que los
alimentos estén por encima de los mármoles, dando vueltas como perros sin
dueño...! Hoy me iré a comprar y luego, alrededor de las cinco menos cuarto,
pasaré un momentito por casa para echarme algo a la boca. Arañaré los minutos
para ver si te veo antes de que te vayas al hospital.
Si no nos viéramos, hasta la tarde, cielo.
Silvia.
Pdata: Voy tan escopeteada que casi se me olvida: tienes lomo en un paquete, junto a la quesera. Prepara todo lo que necesites para soportar la tarde bien. Cuídate y un beso.
Hola amorcito. Como los de aquí sóis tan amantes de los quesos y la nata, igualito que los franceses, te he preparado un plato nuevo: espinacas a la crema, así de camino lo pruebo yo también. ¡Me gusta tanto experimentar con la cocina...! Están dentro de la nevera, en un recipiente de cristal traslúcido. Siento que ayer no pudiéramos conversar. Los niños no pararon de ir y venir desde sus camas a nuestra habitación para colmarnos de besos y de sonrisas y de preguntas indiscretas... ¡Cuántas veces tendré que pedirte por favor que no les cuentes que decidimos abortar antes de casarnos! No es algo de lo que me avergüence, ¡ni muchísimo menos!, pero ellos son tan puros, tan inocentes, tan dulces que me los llevaría a una isla desierta para que se criaran bebiendo sólo agua de coco. Tal vez así creyeran por más tiempo que su madre es un ser perfecto... Siento no habértelo dicho ayer en caliente, pero no tenía el pulso necesario para expresarme con tacto y te hubiera hecho daño, además estaba tan cansada. Nos veremos esta tarde. No prepares cena; encargaremos unas pizzas y organizaremos una sesión de cine. ¿Recuerdas que nos quedamos con ganas de ver La vida es bella?, pues la alquilaré para esta noche, ¿OK? Por cierto, descongélate en el microondas lo que te apetezca de carne: tienes cordero, conejo y pollo, ya los verás...
Besos y hasta la tarde.
Silvia.
Hola cariño, tienes los macarrones en el horno y el tomate junto a la mayonesa,
en la puerta de la nevera. Siento que anoche todo fuera tan corto, tan breve...
Últimamente no soy capaz de encontrar la inspiración, quizás sea porque estoy
exhausta. Esta noche te compensaré: viajaremos al viejo Caribe, a aquel hotel en
el que pasamos los quince días más locos de nuestra vida, sin disfrutar apenas
del sol y la playa, para sólo darnos cuenta de que había sido una tontería pagar
tanto y ver únicamente aquella cómoda de estilo imperio y el cabezal art-decó de
nuestra cama... Hoy no, pero mañana por la noche recuérdame que hablemos de lo
que te pareció la nueva canguro, se llama Sofía. Está acabando no sé qué carrera
de letras. No seas hipercrítico con ella. La última se marchó llorando y jurando
que estabas endemoniado. Si durmieras más... Pepa asegura que es una chica muy
eficiente: «Hace su trabajo sin hacerse notar, su presencia es la de un perfume
caro que quieres cerca de ti, pero sin estridencias». ¡Vamos, una criatura de
otro mundo...! Tú sabes bien que mi hermana no dice una cosa por otra. Ella es
muy cabal, muy íntegra, capaz de dejarse matar por una verdad. En fin, cariño,
que llegaré esta noche sobre las diez y media, ya duchada. Procura tener a los
niños cenados y acostados, así podré dedicarte todo mi tiempo, amor mío. Ya
sabes que estoy yendo al gimnasio para estar más atractiva para ti. Sentarse a
comer y notar que una segunda piel se instala sobre el abdomen, henchida de
grasa, no ayuda a estar en paz con una misma. Voy a acabar negándome la carne,
aunque me gusta tanto... Bien pensado, seguramente serán los dulces, o los
vermouts a media mañana en el trabajo. Es que siempre estamos celebrando algo.
¿No te lo he contado? Sí, cuando uno no está celebrando su cumpleaños, el otro
celebra su santo o el aterrizaje del fin de semana. Por cierto, perdóname por
haber estado últimamente tan irritable, ayer no encontré la atmósfera adecuada
para comunicarme. Bueno, ya voy tarde al trabajo, no he tenido tiempo de apañar
nada en casa, menos mal que hoy viene Maruja a limpiar.
Hasta la noche, cariño.
Silvia.
Hola cariño. Hoy llegaré a las once. No iré al gimnasio, pero es que... Tengo
que organizar una cena. Se me olvidó comentártelo anoche. No sé por qué siempre
me toca a mí organizarlo todo. A lo mejor es porque no sé decir que no y porque
me gusta estar bien con todo el mundo y porque no valgo para quedar mal. Yo
tengo que estar en el candelero. No me conformo con menos. De todas formas, esto
está pasándose de castaño oscuro... Estoy harta de ser la madre Teresa de
Calcuta: Bettina, por fin, se ha arreglado con su marido. Yo le he dicho que no
he tenido nada que ver en la reconciliación, que todo lo ha hecho ella, pero
ella ¡erre que erre! Y ahora está haciéndome propaganda por la oficina y
¡claro!, Lidia, ¿recuerdas a Lidia? Sí, que intervinisteis a su marido para
extraerle piedras de la vesícula, el año pasado, bueno tú no, pero el caso es
que fuimos a verlo juntos a la habitación, tú con tu flamante Waterman con
plumín de oro que yo te regalé, asomando con su capuchón de filigrana por el
bolsillo de tu bata, bordada por mí con tu nombre: Doctor Vallvé. ¡Oh, estabas
tan atractivo, te hubiera besado hasta dejarte sin aliento allí mismo, sobre la
cama de aquel pobre tísico! En fin, no lo hice, gracias a Dios; en la oficina ni
Serge se atreve conmigo y eso que ahora mismo me tiene conmocionada con su
proyecto de decoración para la señora de Sarracíbar. Pero ¡claro!, él no lo
sabe. Mi comportamiento desapasionado es el mejor disuasivo y me conviene
conservar esta imagen frígida e indiferente que doy. ¡Imagínate la que se podría
liar si Lidia descubriera mi «otro yo»! Ella..., que es «Radio Macuto». Bueno,
pues resulta que Lidia también me ha confiado un problema personal, y tan
personal... ¿Tú ves a su marido...? Sí, tan puestecito, tan correcto: «Lo haré
doctor Vallvé. Faltaría más, doctor ¿cómo no voy a hacer reposo absoluto? Soy
muy consciente de lo que padezco. Claro que "haré bondad", doctor Vallvé...».
¡Vamos, un santo varón!, pues ahí donde lo ves, es un rodríguez de mucho
cuidado. Lleva tres meses en Sudamérica, en Colombia me parece, y no se
vislumbra el final de su viaje «de negocios». Yo digo que ése le ha dado el
salto con una colombiana, pero claro, a la pobre Lidia ni se lo he insinuado. He
pensado que era mejor animarla a que tuviera paciencia, a que le confesara que
lo echa muchísimo de menos. Que le diga algo así como que «en la casa sólo hay
rincones y sombras sin él». Bueno, ya me conoces: cuando me da la vena lírica no
hay quien me aguante, aunque a ti te gusta mucho. Bueno, pues ayer, ayer mismo,
le sugerí: «ponle esa voz de guitarra española que sabemos timbrar las mujeres
para seducir». En resumen: que forzara un poco la nota romántica, tierna...,
todo eso que las mujeres dominamos como tú dominas tu bisturí. Ahora que pienso:
es verdad que tengo eso que tú llamas «hiperestesia», la misma que tú muestras
cuando tienes a un paciente sobre la mesa de operaciones. Me admira que seas
capaz de percibir cuándo tu equipo sufre esa fiebre que produce el reflejo
constante de la sangre en la retina. Yo también intuyo el peso de la sangre...,
en los ojos, en las manos, en las caladas del cigarro que se acaba... Y, bueno,
a pesar de que esta faceta mía de psicóloga «de oficio» me aporta
satisfacciones, en el fondo estoy bien harta. A Lidia la aleccionaré bien para
que no se vaya de la lengua y me ponga por las nubes. Sólo faltaría... Acabaré
por cobrar las consultas. No me dejan ni desayunar tranquila. Así me pasa lo que
me pasa: que me lío a comer y no sé decir basta. Una da la mano y la roen hasta
los tuétanos. En fin, que hoy llegaré a las once. Ve preparando tus manos
benditas porque necesitaré que me las apliques a mis cervicales... Como cuando
éramos novios y me ponías compresas calientes sobre los ovarios para aliviarme
el dolor de la menstruación. ¡Añoro tanto aquellos momentos! ¡Ah y perdona si no
estoy muy conversadora esta noche!, es que desde hace varios días ha vuelto al
ataque la cefalea tensional que me diagnosticó Sebastián, y el dolor me sube a
partir de las siete de la tarde, así que supongo que estaré hecha una
piltrafita. ¡Ah, antes de que se me olvide! Dile a Sofía que le he dejado el
dinero en el primer cajón de mi mesita de noche, en nuestra habitación, y que
por favor, se quede a limpiarme un poco la casa y coma ahí mismo, contigo, que
Maruja está con gripe toda la semana. Tú déjala hacer y no la observes mucho, no
vaya a pensarse que no nos gusta cómo trabaja. Te lo digo, más que nada porque
la pobrecilla es tímida... Tendrás que procurar que no parezca que la persigues
de una habitación a otra, o sea que quietecito en el comedor y a informarse de
lo mal que va el mundo en el «telenoticies». Hazlo por mí, por favor, si me
quedo sin Sofía, quién va a limpiarme la casa cuando me falle Maruja. ¿Eh?
Dímelo.
Que muchos besos.
Silvia.
Tienes las lentejas en la olla mediana, en la nevera. No he tenido tiempo de
hacerles un sofrito de chorizo, pero de todas formas, están muy buenas, aunque
ya sé que a ti te gustan más con los chorizos de Pozo Alcón.
En fin, la próxima vez será...
Hola, cielo, tienes la comida en una fiambrera, en la nevera. No he podido hacer
ninguna maravilla. Hoy me volví a la cama después de que Sofía se llevara a los
niños al cole y me he levantado a las quinientas, así que tuve que improvisar en
la cocina. Aún así, creo que te resultará «comible» y todo. Ayer me dolió mucho,
mucho que te giraras en la cama cuando yo principiaba a hablarte. Y ya no
mencionemos tus ronquidos: ¡tus ronquidos hacen historia en el mundo de mi
insomnio...! No creas que no comprendo que pasaste un día duro y que aquella
señora te tuvo recluido en el quirófano cinco horas por culpa del anestesista,
pero yo no tengo nada que ver, ¿no te parece? Además, si no hablamos por la
noche, dime tú cuándo, ¿por carta? ¿Como cuando éramos novios y no nos
atrevíamos a contarnos lo más recóndito del corazón si no era por escrito?
Retroceder en el tiempo me resulta agradable, pero no sé si es muy normal. Sí,
ya sé qué opinas tú sobre la «normalidad», que «es un eufemismo para ocultar la
mediocridad», pero ¿sabes? A veces me gusta ser mediocre. Bueno, si tiene que
ser..., será por carta. Hoy, ¿es jueves, no?, pues volveremos a comer «chuches»,
como dicen los niños, en el trabajo, o sea bombones de chocolate (mis favoritos,
¿recuerdas?). Serge, nuestro hijo adoptivo más sibarita traerá un maravilloso
«Moët Chandon». Por eso lo contraté, me di cuenta desde el principio de que
sabría dar ese aire cosmopolita y europeo a los proyectos de decoración
barceloneses, al fin y al cabo, los burgueses catalanes se jactan de ser muy
europeístas: unos muy ingleses: «quiero líneas simples y austeridad, rotundidad
y contundencia en las formas»; otros muy pragmáticos, como los nórdicos: «Que
tenga diseño minimalista y mucha madera en suelo y paredes»; los menos, que
pongamos floripondios provenzales, eso es para los pocos románticos que quedan:
un género en peligro de extinción. A fin de cuentas, huele a Europa por todas
partes, no hay diferencia realmente entre unos y otros, todos estáis cortados
por el mismo patrón. Aún me acuerdo de lo que me encargaste para tu piso de
soltero: «Nada de reminiscencias orientales, mi hermana se ha ido a Nueva York
para estudiar la especialidad y allí se ha convertido al budismo. No quiero
contarle lo guapísima que está con su reluciente calva morena a la sombra del
Empire State, por lo demás, puede hacer usted lo que le venga en gana: sólo
quiero que la decoración sea funcional y simple». Y entonces yo pensé que
tendría que casarme con alguien como tú, lo más parecido posible, ¿recuerdas? El
caso es que hoy es jueves, de manera que picotearemos en el trabajo cuatro
tonterías y para el que reserve estómago, después iremos al Ritz para hacer un
«balance» de cómo ha ido el año y de paso, celebrar la llegada de las vacaciones
de Navidad. ¡Cualquiera que viera cómo son las nuestras desde hace varios
años..., seguramente se reiría en nuestras propias narices! Si al menos
pudiésemos evadirnos por ahí de tarde en tarde..., pero, ¡claro!, cuando no son
tus guardias resulta que estás indispuesto o, al menos, eso dices: «¡Estoy
cansado, no puedo pensar ahora en coger el coche, la próxima vez será...!».
Bueno, cielo, hasta la noche...
Silvia.
Hola cariño, te he dejado un platito de estofado en la nevera. A Sofía, por lo
visto, no le gustó la ternera, como seguramente comprobarías ayer, y no comió
más que guarnición, así que habrá que comerse esa ternera. Si tú no la quieres,
yo me la cenaré. Puedes prepararte, si lo prefieres, algo rápido: hay croquetas
y calamares congelados... Con una buena ensalada ya lo tienes resuelto. Hoy me
hubiera gustado mucho cenar contigo, pero aquí no paran de requerirme para
resolver toda clase de conflictos con varios clientes: el uno está cabreado
porque se casa y no puede atrasar otra vez la fecha de la boda, aunque yo creo
que el motivo real de la rabieta es que se casa y no simplemente un retraso de
una semana: siempre nos toca pagar a nosotros los platos rotos; el otro porque
su loro de Madagascar ha desarrollado una alergia al barniz que olvidamos...
¡No, si aún tendré que ir a buscarlo yo personalmente!; los otros porque están
hartos de polvo y ruido, al parecer, ya llevamos más de quince días para decidir
cómo vestiremos las paredes de la habitación del único hijo soltero que les
queda y el catálogo de Gastón y Daniela que les dejamos «resulta pobre, más que
pobre, misérrimo», igual que el de Pepe Peñalver y el de «Interiors»... ¡Claro,
cómo van a decidir los mejores diseñadores de telas de todo el panorama nacional
la habitación del nene! A esos pobres desgraciados me dan ganas de decirles:
«¡Miren ustedes, a ese armatoste insípido no lo casan ustedes ni que panelemos
las paredes con oro de veinticuatro kilates!»; pero una tiene que contenerse,
¿qué sería de mí si no me controlara...? Un día de estos vendrá San Apapucio
bendito en persona a llevarme por las nubes hasta su trono. ¡Me lo merezco! En
resumidas cuentas, hijo: un verdadero asquito, y ¿quién tiene que dar la cara y
calmar a todo el mundo? Sí, sí, ya sé que lo sabes... Quisiera tener las fuerzas
suficientes para comentarte estas anécdotas por la noche y también otros asuntos
que surgen cuando uno está enzarzado en el arte de la conversación, asuntos
menos triviales que supongo no se pueden improvisar en medio de una charla que
dura diez minutos de promedio últimamente. ¿Te has dado cuenta de que no me has
contado ninguna de tus batallitas con Sofía desde hace varias semanas? Y yo sé
que finalmente habéis encajado. Sí, lo sé... Ella me explicó esta mañana que tú
incluso, un día, le habías llegado a comentar algo así como que «te convertiría
en la mejor enfermera del mundo..., si trabajaras conmigo en el hospital». Esto
me ha hecho recordar por qué me casé contigo: eres una persona tan generosa...,
tan hábil para reforzar la seguridad que cada uno debe tener en sí mismo... Me
hace gracia que tu relación con Sofía esté mejor. Si anoche te hubieras acordado
de explicármelo, ya hubiéramos tenido tema de qué hablar, pero es que..., en las
últimas semanas, o tal vez, en los últimos meses, ya no recuerdo, la televisión
es la única que lanza su sonido monocorde por las noches: justo quince minutos
para dejarnos dormiditos..., y después de varias horas, una carta de ajuste
imprevista vuelve a despertarnos con su voz de sirena, avisándonos de que la
cama es el mejor lugar donde pasar la noche, imposibilitados ya para cualquier
conversación, porque yo, desde luego, soy incapaz de articular palabra «en medio
de una frase rem», como tú dices. Tú tienes más resistencia y aún te arrancarías
por soleares con una cháchara de media hora, tal vez porque acostumbrabas a
estudiar de noche, de madrugada..., y te ha quedado un fondo de bohemia
pendenciera en el alma; yo, hijo mío de mi vida, no soy capaz de coordinar ni un
movimiento como no sea el de levantarme para irme a la cama.
Besitos.
Silvia.
Tienes migas de pan en la nevera, cubiertas con papel de aluminio, añádeles
leche, ¡ya verás que buenas! Hacía tanto tiempo que no comíamos migas... De
hecho, casi he olvidado cuándo fue la última vez: creo que fue cuando comimos
con mis hermanos en Granada hace tres años. Fue un verano tan, tan especial para
los niños y para mí... ¡Ah!, también puedes comer algo de embutido para
completar, ya sabes dónde encontrarlo. Hoy volveré cerca de las once. Me meteré
un rato en la sauna con Lidia, después del aeróbic: ella tiene que explicarme
muchas cosas. Por fin, su marido regresó de la Argentina: era Argentina, no
Colombia. Al parecer, las argentinas no son tan conquistadoras como las
colombianas, porque el pobre hombre ha vuelto hecho un dulce, no sabe dónde va a
poner a su mujer. Está claro que después de casi un año sabático, si el
matrimonio resiste, pues ¡mira! uno puede acabar como en la luna de miel:
enamorado y todo por el recuerdo de la ausencia, ¿no te parece? Por cierto, dile
a Miriam que no se ponga la rebequita que le regaló mi madre, que esta tarde va
a llover, el cielo está negro como un tizón. Que coja el chubasquero y un
paraguas y que vaya a buscar a su hermano a la puerta de la clase. Sofía estará
allí también. Izan ya va bien con lo que le deje sobre la silla para la mañana.
Dales dos besazos de mi parte y diles que me ha gustado mucho la caja de
bombones que me han regalado por el día de la madre. ¿Sabes dónde me la dejaron?
En el armario, dentro de mi cartera negra. ¡Ya decía yo que la cartera estaba
muy abultada esta mañana! Pillines, mis niños... Cambiando de tema: necesito
unas vacaciones. Ve pensándotelo porque Pepa nos ha invitado a nosotros y a los
niños a su apartamento del Estartit para el próximo fin de semana. Lleva dos
semanas sin soplar la tramontana, así que pienso que pillaremos «sol, solet» y
brisa, ¿no crees? Yo hasta podría irme con los niños, si tú no pudieras venir.
¿No te importará, no? O incluso podemos dejar a los niños con mi madre, así tú
estarás tranquilito el sábado cuando vengas del hospital, porque te tocará
guardia ¿no? Bueno, en todo caso, ya lo hablaremos... En cuanto recobre
energías, supongo.
Muchos besos.
Silvia.
Hola Carlos, dime qué significa la carta que me has dejado sobre mi mesita de
noche: ¿que te vas a vivir por tu cuenta? ¡Ah!, y ¿qué es eso de que «Sofía no
volverá a trabajar para nosotros»? ¿Qué os pasa a los dos, os habéis vuelto
locos al mismo tiempo? Esta noche, ¡no!, mejor esta tarde, hablaremos de ello
largo y tendido. No iré al gimnasio. Dile a Sofía que mañana se tome el día
libre. Yo no iré a trabajar: ya instruiré a Serge acerca de cómo está el patio y
así podré comer contigo: al fin y al cabo, ¿no soy yo la jefa? No volveré a la
actividad «normal» hasta que hablemos de ello largo y tendido. Además, ni
siquiera sé si quiero volver a la actividad normal, quizás sea cuestión de dejar
de ser normal ¿no? ¿Cuánto tiempo llevas pensándotelo? Porque esto, desde luego,
no se improvisa de la noche a la mañana, y Sofía: ¿por qué no me ha avisado de
que estaba buscando otro trabajo? Así al menos yo hubiera tenido la oportunidad
de encontrar a alguien para sustituirla... En fin, se acabaron las cartitas.
Estoy en casa a las ocho en punto, no te retrases... Y no, no, no será la
próxima vez, será ésta.
Te quiero.
Silvia.
***
BIOGRAFÍA:
Silvia Vilar González
nació en Barcelona. Inició estudios de filología española, trabajó en la
Administración Local y como camarera y asistenta doméstica. Actualmente es
correctora de pruebas para R.B.A. Editores. Silvia Vilar ha cosechado con
anterioridad otros premios de relato corto y dedica su tiempo en la actualidad a
actividades de tipo editorial. El relato se atiene a la forma epistolar, que tan
buenos resultado dio ya entre nosotros a Cadalso y Valera, y que ha encontrado
algunos de sus maestros en nombres como Kafka.
"Este relato -tercer finalista del XI Premio de Narración Breve de la UNED
(Universidad Nacional de Educación a Distancia - Madrid, 2001)- de
Silvia Vilar está integrado por diversos fragmentos epistolares,
en los que siempre sobresalen la ironía, la limpidez y la gracia. Los objetos
más cotidianos y triviales, como el «tupper» y la nevera, logran categoría
estética. Junto a ello asistimos a una redefinición de los nuevos usos y códigos
sociales, y a una presentación distanciada e irónica de los tratamientos
psicológicos y psicoanalíticos. Los clichés, las frases hechas y los comodines
lingüísticos, acordes con el registro expresivo que se ha seleccionado, se
emplean en el momento oportuno, se colocan en el sitio preciso, y, hasta me
atrevería a decir, presentan su peso justo. El mismo discurso epistolar impone
el uso de la segunda persona gramatical, que con tanto acierto han cultivado
Muchel Butor y Carlos Fuentes entre otros, y que permite, junto a la súplica o a
la admonición, la efusión lírica y la declaración amorosa. En definitiva, una
atinada mezcla de enunciados." (del Prólogo, por Francisco
Gutiérrez Carbajo. Decano de la Facultad de Filología.)