La lluvia dorada
por Clarke.
--Quiero que la tires en mi garganta
--me dice con la boca llena. Trato de acomodarme para que la ducha dorada
complazca a ambos.
HABITUALMENTE
NO TENGO sueños eróticos, pero éste, que quiero relatarles, me sucedió semanas
atrás. Me ha inquietado bastante y estoy pensando seriamente en llevar a la
realidad la parte esencial del mismo. Pero mientras pienso en la manera en que
lo plantearé a mi pareja, volveré a gozar escribiéndolo para ustedes.
Estoy en un lugar, creo que es otro país, pero los espacios físicos no están
correctamente determinados en mi sueño.
El sueño comienza así. Me he quedado sin trabajo y sólo consigo que me tomen en
un salón de duchas doradas. Pienso que será un trabajo como cualquier otro, pero
el primer día descubro que gano mucho más dinero que antes, cuando trabajaba
como secretaria. El salón es un sitio muy grande, con decorados excéntricos, al
que van hombres, todos jóvenes y apuestos, cuando quieren dedicarse a este plato
fuerte del sexo. En el lugar también pasaban las otras cosas. De pronto veo a un
hombre joven, con el aspecto refinado de un millonario -ahora que escribo esto,
recuerdo que hace poco volví a deslumbrarme con Robert Redford encarnando a
Gatsby, el personaje de Scott Fitzgerald, pero no era Redford el del sueño,
aunque a falta de otro nombre llamaré así a mi personaje-.
Gatsby se me aproxima y me dice que quiere que lo ate, que luego lo golpee con
una pequeña fusta que sostiene en una mano y finalmente que orine sobre su verga
hasta hacerlo llegar. Y por supuesto yo estoy conforme es complacerlo, de eso se
trata mi nuevo trabajo.
--Desnudate --le digo, con un todo de sádica--, quiero darle un vistazo a esa
cosa chiquita y fea que tenés entre las piernas.
Gatsby se me acerca con el sexo a punto de erguirse. No es raro que él se excite
al verme, soy una mujer muy hermosa (no solamente en el sueño). Estoy vistiendo
sólo un corset de cuero negro, que muestra la parte alta de mis pechos
opulentos, y medias negras de red sostenidas por un liguero. Tengo un aspecto a
la vez excitante y atemorizante.
Tomo el miembro y lo tengo en la mano durante un par de minutos, estimulándolo,
antes de atar a Gatsby a un banco y luego tomar la fusta. Él se agita ante los
golpes que le aplico, pero una maravillosa sonrisa sigue dibujada en su rostro.
Cuando hago una pausa en el castigo, lo cambio por cosquillas en el cuerpo con
el extremo rugoso del mango.
Después lo estoy golpeando en el pecho. Sigo así y le doy latigazos en las
tetillas y luego en el escroto. Cuando me parece que ha tenido suficiente vuelvo
a acariciarle la verga. Parece volver a la vida con el solo contacto de mi mano,
creciendo y poniéndose bien parada a medida que la bombeo rítmicamente. Cuando
siento que ha comenzado a palpitar me subo sobre el muchacho y separo las
piernas, lista para empaparle el instrumento con mi pis.
--Pedile a tu ama su dorado néctar --le ordeno.
--Por favor, ama, meámela. Quiero sentir el líquido cálido que sale de tu
interior. Quiero tenerlo sobre mi verga y mi rostro.
Después de escucharlo decir esto aumento la velocidad de la masturbación y, de
pronto, dejo escapar un torrente de orina que le inunda el sexo y se mezcla con
el líquido de su eyaculación. El amarillo de mi orina se junta con su esperma
lechoso, mientras observo cómo mi concha sigue meándolo después que Gatsby ha
dejado de eyacular.
Tomo parte de la mezcla en una mano y la acerco a su boca. Él lame la palma
hasta dejarla limpia, tragándoselo todo. Deseo volver a orinarlo, coloco la
vagina en ángulo sobre su cara y dejo que me lama. Su lengua se mete en mi
hendidura y recoge el resto de líquido que ha quedado.
Siento esa lengua urgente, descubrir y detenerse en sus recorrido al llegar a mi
clítoris. Lo dejo que me lama allí hasta correrme. Al hombre parece gustarle ser
sometido, se empeña en lamerme con creciente precisión, tragando estos nuevos
jugos, y poco después me induce un segundo orgasmo. En ese momento lo desato, le
alcanzo la ropa y tomo la propina que me toca por mis servicios.
Luego mi sueño se vuelve confuso, sólo vuelve a aclararse cuando aparece la
siguiente escena.
Un hombre, con pinta de árabe, que en mi sueño asocio infantilmente con un rico
petrolero, aparece pidiendo dos muchachas para pasar con ellas toda la tarde y
parte de la noche.
Las dos chicas llegamos a su hotel, esta vez la habitación aparece sin detalles,
y nos desnudamos rápidamente. Él está completamente desnudo, pero la otra chica
y yo tenemos corsets de cuero, el mío es negro y el de ella, colorado. El
petrolero dice que ha sido muy mal muchacho y que debemos castigarlo. Sin perder
tiempo comenzamos.
--Arrodillate --le grito.
Él obedece rápido, poniéndose en cuatro patas, atento a las siguientes
instrucciones.
--Quiero que me comas --le digo--, empezá ahora.
Sin dudar un instante, el hombre camina en cuatro patas y coloca su cara en mi
entrepierna.
--Me he hecho pis, pero no me limpié, así que lamé el líquido --le ordeno.
Esto lo excita verdaderamente, comienza a lamerme el clítoris y hacer correr la
lengua de arriba abajo por mi hendidura. Mientras el esclavo árabe me lame, mi
amiga está detrás de él golpeándolo en el culo con un látigo. Le está dejando el
trasero rojo, luego toma una cuerda, forma un lazo y se la ata alrededor de los
testículos. Ocasionalmente, pega un tirón haciéndolo gritar de dolor, pero en
realidad eso le produce también placer porque su verga se hincha cada vez más a
medida que ella tira de la cuerda.
Agarro al hombre por las orejas y guío su lengua hacia cada rincón de mi concha,
luego vuelvo a ubicarlo para que se concentre sobre mi clítoris. Las lamidas que
me propina me excitan más y más y en pocos minutos me llevan a un orgasmo
placentero. Mientras me corro, froto las secreciones de mi vagina contra su
rostro y a él le encanta seguir lamiéndolas hasta absorberlas por completo.
Ahora que he satisfecho mis deseos, siento que debo cambiar de juego.
--Acostate de espaldas --le digo--, quiero ver lo dura que la tenés.
Por supuesto, me obedece, muy complacido de que vea su monstruo de diez pulgadas
babeando líquido abundantemente.
--Mmm --le digo, frotándole la punta--, parece que ha de servirme.
--Sí, ama --me responde; inmediatamente le doy un cachetazo.
--Nadie te ha autorizado a hablar --lo interrumpo--. Dejá la boca cerrada hasta
que te ordene lo contrario, ¿entendiste?
Esta vez me contesta con una inclinación de su cabeza. Se estaba transformando
en un buen esclavo, y yo me preparaba para hacerlo beber pis. Mi amiga todavía
tenía la correa atada a su escroto y tiraba suavemente de la misma, haciendo que
el miembro se le hinchara de placer.
--Te gustaría que te chupara la verga ahora y lanzar enseguida tu esperma en mi
garganta ¿no?, pero no esperes eso. --Inmediatamente tomo un frasco misterioso y
arrojo un líquido sobre el glande. Éste tiembla involuntariamente y sé que lo
estoy volviendo loco de placer. La otra chica se sienta sobre su cara, separando
con los dedos los labios de su vagina para que la lengua penetre en su interior.
Se mueve hacia atrás y adelante sobre su boca y puedo ver la lengua del
petrolero hurgando con desesperación, deteniéndose en el inflamado clítoris de
mi amiga.
La pija parece endurecerse más aún que cuando bebía mi orina. Tomo un pequeño
látigo con varias puntas y le pego en la verga, desde los testículos hasta el
ojo de la uretra. Él lanza gemidos de placer a través de la boca, llena de los
jugos de la otra chica; yo sigo golpeándolo con mi latiguito. Después, abandono
esto y comienzo a acariciar los pechos de la chica; son grandes y redondos, con
pezones de aréolas grandes y oscuras; no puedo resistirme a tomar buena parte de
esos pechos entre mis manos.
--¡Ohh! ¡Qué hermoso! --me dice ella. Continúo trabajándole los pechos y
apretando cada pezón entre mis dedos hasta que acabo arrodillándome y
succionándolos. Apenas mi lengua entra en contacto con ellos siento que se ponen
duros, y los siento inflamarse cada vez más mientras los chupo.
Nuestra dedicación, la del petrolero y la mía, están poniendo a la chica a punto
de estallar: recibe placer de dos maneras muy sensuales y parece que no tardará
en orgasmar. Su cuerpo se tensa y veo que ha comenzado a estremecerse a medida
que se mueve sobre la cara del hombre. Lanza un grito profundo y comienza a
correrse. Empujo la vagina sobre el rostro del hombre y hago que succione todos
sus jugos, mientras ella sigue estremeciéndose. Cuando se ha saciado se baja de
él, toma la correa y lo lleva al baño.
Una vez allí, hago que el esclavo me lama el ano. Separo las nalgas y le ordeno:
--Quiero sentir tu lengua metida bien adentro de mi asqueroso agujero.
Él me obedece y la lengua parece larguísima entrando en mi recto, causándome
oleadas de placer por todo el cuerpo. Me siento tan bien que no puedo esperar a
orinarlo. Quiero empapar su cuerpo con mi orina para después hacerlo lamer cada
gotita que haya quedado en mi raja.
--De acuerdo --le digo--, es suficiente. ¡Ahora, metete en la bañadera y
acostate de espaldas!
Él lo hace, yo me coloco de manera tal que la ducha dorada caiga sobre su
rostro. Aterriza justo arriba de la boca y él, obedientemente, se la traga toda.
Es muy excitante ver cómo mi orina se desliza por sus labios y luego desaparece
en su interior.
La otra chica continúa chupándole la verga. Mientras ella se mete un pedazo
mayor de carne en la boca, él me pide que se la mee. No quiero que mi amiga se
beba el líquido, pero éste hombre ha pagado por el servicio y no podemos
defraudarlo. Me deslizo por su cuerpo hasta que quedo a la altura de su sexo.
Como la otra chica lo está chupando, ella también será bañada, pero eso no
parece preocuparla. En realidad, ella hará un esfuerzo por beberse mi orina.
--Quiero que la tires en mi garganta --me dice con la boca llena. Trato de
acomodarme para que la ducha dorada complazca a ambos.
El petrolero inmediatamente se vació en la boca de la otra chica. Cuando comenzó
a llegar, ella comenzó a lamer la combinación de semen con mi orina. Quería
tragárselo todo.
--Lamelo todo --le ordené.
Como obedeció inmediatamente, me di cuenta que también quería que la dominaran.
En ese momento me desperté: estaba empapada entre las piernas, con una mano me
apretaba el seno y la otra la tenía bien dentro de mi vagina. Era la parte real
de mi sueño.
***