miprimita.com

El día que cambió mi vida

en Sadomaso

Saco de semen. O saco de pis, o saco de mierda. Incluso desahogo de vagabundos y chuchos. Esos eran los diferentes nombres por los que mi amo me llamaba, dependiendo de los diferentes usos que tuviera para mi. Para el resto del mundo yo era su esposa. Una esposa joven, culta y muy bella que nadie terminaba de entender que hacía con un hombre que me sacaba cuarenta años por lo menos.

Pero no lo malentiendan, jamas fui su novia ni nada parecido. Nunca ha sentido por mi el menor afecto y la mayor muestra de cariño que obtuve de él es cuando me folla o cuando por fin me da permiso para correrme.

Pero empezaremos por el principio. Nos conocimos en el autobús, o mejor dicho, el me conoció en el autobús, cuando yo iba centrada en repasar el importante examen que tenía en un par de horas y al que nunca llegue... Ni a ese ni a ningún otro.

  • No te bajes hasta que yo te lo diga, perra.

No fueron las palabras que me dijo lo que me dejaron clavada en el asiento, fue el tono de voz que utilizó. Seco y brutal, de ordenó y mandó, imposible de desobedecer o de pensar en cualquier otra cosa.

No aparte la mirada de mis apuntes mientras mi corazón latía a toda velocidad al reconocer que mi parada se acercaba cada vez más. Cuando se abrieron las puertas estaba totalmente fuera de mi y cuando se cerraron, completamente desesperada.

  • Buena perra.

Mi corazón comenzó a tranquilizarse por la alabanza, pero aún no me atrevía a dejar de mirar mis apuntes. Al poco note una mano en rodilla y comenzó a subir con todo el descaró del mundo a través de mi falda hasta llegar al muslo, tan arriba que rozaba mis partes más íntimas. Lo que logró con esto fue que me excitará como nunca antes lo había estado.

  • ¿A dónde vamos? - me atreví a preguntar al cabo de un rato.

  • A la última parada, perra.

El autobús se fue vaciando poco a poco hasta que sólo quedamos nosotros dos. Si alguno de los viajeros se había dado cuenta de lo que estaba pasando, decidió con buen tino que no era asunto suyo. La última parada estaba en los suburbios de la ciudad, un lugar donde me sentí completamente desprotegida y fuera de mi ambiente habitual. Desde allí me llevó a un hotel de mala muerte que estaba como a un kilómetro y medio de la parada. Lo sé bien porque se ha convertido en una especie de segunda casa para mi.

Durante la eterna travesía me dio tiempo a preguntarme una y mil veces que demonios estaba haciendo. Ahora ya podía verlo bien, y como he comentado, era un hombre mayor, casi anciano, y yo una estudiante de un instituto femenino que iba agarrado fuertemente de su mano. Mi experiencia con hombres, o con chicos, era absolutamente nula, sí que efectivamente, era la primera vez que me veía paseando cogida de la mano con un chico.

Nos metimos en un callejón sucio y asqueroso antes de llegar al motel y me empujó contra la pared.

  • Escucha perra, esto es muy importante y no quiero que la jodas, así que prométeme que no te correrás ni dirás nada.

No entendía nada de lo que estaba pasando, sólo quería que se callase de una vez y me besará. Cerré los ojos preparándome para recibir mi primer beso. Él metió sus manos por debajo de mi falda y me arrancó las bragas.

  • Completamente depilada, como a mi me gusta.

También me quito los calcetines, nada sexys según me aseguró, y los zapatos. Los tiró a un contenedor de basura y me hizo recorrer descalza unos pocos centenares de metros por la calle hasta encontrar el lugar adecuado para poder calzarme de nuevo. Yo no entendí muy bien el porqué en su momento. Hasta que me dejo sola y desamparada en mitad de ninguna parte. No sé cuanto tiempo estuve esperándolo, pero mi corazón saltó de alegría cuando al fin lo volví a ver. Si tenía alguna duda de que era suya, está se había disipado.

Cuando al fin terminé de calzarme con los precioso zapatos de tacón que me había traído, me sentí una puta por primera vez en mi vida. Sólo había hecho dos cambios en mi vestimenta habitual, o tres si contamos la ausencia de ropa interior, pero fue suficiente para hacerme sentir sucia.

  • Vamos.

Empezamos de nuevo a caminar juntos con las manos entrelazadas. La sensación no paró de subir dentro de mí. Notaba la mirada recorriendo mi cuerpo de los pocos hombres con los que nos cruzábamos, vagabundos y drogadictos en su mayor parte. Incluso uno de ellos le llegó a preguntar a mi amo cuánto le había costado una puta tan cojonuda.

  • Puedes meterla mano, no me importa - Esto me asustó. . -Abre la piernas, maldita puta.

Obedecí, por supuesto. Abrí las piernas para que el vagabundo me sometiera a revisión. Éste se limpió la mano en el abrigo y me metió mano. Jamas podré olvidar su cara cuando se dio cuenta de que iba con el coño al aire

  • Bonita perra, demasiado tierna, pero bonita. No creo que te dure mucho.

  • Durará lo suficiente para saldar mi deuda.

Nuestro destino ya no estaba demasiado lejos. El dependiente detrás del mostrador que nos recibió me miró de arriba abajo con una amplía sonrisa. Era un hombre algo obeso y calvo que hizo exactamente lo mismo que el vagabundo, sólo que no pidió permiso. Mi amo me tiró del pelo como castigo cuando cerré las piernas al sentir su mano acariciando mis partes íntimas. Introdujo hasta el fondo uno de sus dedos gordos dentro de mí y hay lo mantuvo un rato.

No grite. Me había advertido que no gritara y no lo hice. Tampoco me corrí cuando el gordo le dio por follarme con el dedo.

  • Merece la pena. Puedes pasar.

Me conduzco hasta un cuchitril. Todo su mobiliario consistía en una cama con barrotes y un armario donde guardaban todos sus juguetes. Ahora estoy familiarizada con todos y cada uno de los instrumentos de tortura que hay en él, pero entonces lo único que sentí fue pánico. Mi amo sacó unas esposas y una capucha que me privó de todos los sentidos, salvo del tacto.

Tras terminar de esposarme, lo primero que hizo fue desnudarme. Casi me corro del gusto cuando sentí que me quitaba la falda y comprobaba que era virgen y pura, y me morí de la vergüenza cuando vio el sujetador que llevaba puesto. Se puso a jugar con mis pezones hasta ponérmelos duros como rocas. A continuación, los pinzó. Nunca en mi vida había sentido un dolor igual.

La penetración fue brutal, al igual que el sexo en sí. Apenas era capaz de seguir sus movimientos y me sentía como un trozo de carne. Ni si quiera era dueña de mi propio placer. La primera vez que estaba convencida de que iba a tener un orgasmo, me golpearon en la planta del pie. Lo hicieron hasta cuatro veces, dos en cada pie, hasta que sentí algo caliente y húmedo entrando dentro de mí.

A continuación pasó un segundo, y un tercero... Pude notar hasta siete pollas distintas entrando y saliendo a capricho de mí. El último de ellos era peludo y con cuatro patas. Con él dejaron que me corriera lo que quisiera y más.

Cuando terminó no hubo nada más. Nada. Ni ruido ni luz ni nada. Sólo un dolor insoportable en mi vagina, en mis pezones, en mis pies, y yo preguntándome dónde me había metido. Lo que de verdad me jodía eran las incontables veces que me había corrido con el chucho dentro de mí.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que vino de nuevo mi amo y señor a follarme de nuevo, y aprendí algo muy importante sobre mi misma: me encantó sentirlo de nuevo dentro de mi. No os engañéis, fue igual de bruto que la primera vez, pero disfruté cada una de sus embestidas dentro de mi. Recuerdo que retuve el orgasmo todo lo que pude, y cuando éste al fin llego, mi corazón dio un vuelco al comprobar que no había castigo.

Me corrí como una cerda, como si hubiera perdido completamente el control de mi misma. Cuando acabó, me indicó con el dedo que podía dormir si quería.

Eso hice durante horas.

Cuando me levanté estaba libre de toda mascara y atadura. Mi ropa estaba impecablemente colocada en el armario, pero no encontré ningún tipo de ropa interior y desde luego tenía que llevar los mismos zapatos que me había comprado.

El recepcionista me dedicó una amplía sonrisa y se despidió de mi con la mano abierta. No hacía ninguna falta que me indicará cual fue, le reconocí al instante. Viéndole, La verdad es que me negaba a creer que la tuviera tan grande.

Los hombres me seguían mirando cuando cogí el autobús, pero eso no me importó lo más mínimo. Lo más importante en ese momento era preparar una buena mentirá para mis padres. Para ello mentí a mi mejor amiga. La confesé que había estado toda la tarde con un chico maravilloso. A pesar de todo ,la bronca de mi padre fue de las que hacen época. Al final estallé contándole que los zapatos me los había comprado mi novio y no deseaba deshacerme de ellos. Me mandaron a la cama sin cenar.

Cuando estaba intentando conciliar el sueño, recibí un mensaje de mi amo y señor exigiendo fotos mías en pijama. Le confesé que yo no usaba de eso y le mandé una foto mía completamente desnuda. Quisó más, claro. Quiso más. Me llegó una dirección de correo y tuve que preparar un vídeo mío masturbándome, donde se me viera bien la cara.

Sabía de sobra lo que estaba haciendo. Le estaba entregando el control de toda mi vida a un hombre que acababa de conoces. Y me encantaba.