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El regalo (1)

en Sadomaso

Lo esperaba en el rellano de la escalera. Sabía que vendría solo y sabía que era el único momento en el podría encontrarse de nuevo con él. Lo que ya no sabía era lo que pasaría después. Estaba dispuesta a todo, a cualquier cosa, salvo a la indiferencia.

Él todavía tardó un rato largo en volver. No importaba. No importaba en absoluto. No había marcha atrás. Cuando por fin pudó oír cerrarse la puerta del portal y como subía los primeros escalones su corazón comenzó a bombear con fuerza con cada pisada que oía en las escaleras porque significaba un segundo menos para que se encontrará de nuevo con él.

No le hizo ninguna gracia verla. Ya la había arrabatado todo lo que deseaba de ella, todo lo que le atraía de ella: su inocencia, su pureza, su virginidad... De la joven que había conocido unos meses atrás solo quedaba un juguete roto. Eso y su extraordinaria belleza.

Abrió la puerta como si ella no existiese. Se duchó, se preparó algo para cenar y se preguntó hasta dónde estaría dispuesta a llegar.

Le dio un vuelco al corazón cuando volvió a verle. Quería levantarse, abrazarle con todas sus fuerzas, pero él tenía otros planes. Se sacó la polla y comenzó a masturbarse delante de ella.

La puerta del portal sonó pero él no iba a detenerse. En eso consistía el juego.

Era un hombre mayor, casi un anciano, con pinta de no haber hecho nada malo a nadie en toda su vida. Venía acompañado de un gran mastín y venían de su paseo diario.

Ambos se miraron mientras el semen salpicaba su cara de ángel.

-No te limpies, ni se te ocurra limpiarte. ¿Desea hacerlo? -le preguntó al anciano - ¿Desea correrse en su cara? ¿O en su pecho?

El anciano dudo. Se notaba perfectamente que no era más que una niña asustada y avergonzada intentando reprimir el impulso de limpiarse.

-O puedes mearte encima de ella. A mi no me importa.

La polla le palpitaba como hacía años que no lo hacía. Esa era la única verdad. Con mano temblorosa se sacó la polla y empezó a masturbarse. Despacio primero y más rápido después para terminar estallando por todas partes.

-¿A qué esperas? Cómele la polla hasta dejarle seco.

Nunca antes lo había hecho, ni si quiera con él. Pero el momento para echarse para atrás había pasado hacía mucho. Se pusó de rodillas, abrió su boca y la acercó despacio hasta la polla aún dura del anciano. Apestaba a sudor y orina y tenía peor sabor, pero no estaba ahí para dudar. Se la metió en la boca, y se la metió hasta el fondo, hasta que el vello púbico se aplastó en su cara. Comenzó a mamarsela y no se detuvó ni cuando este se corrió de en su boca.

Un sabor nauseabundo inundó de pronto su boca. Instintivamente supó que estaba pasando y en que se estaba convirtiendo. Acomodó su cuerpo para poder tragar más deprisa.

La escena era maravillosa. Ella había aceptado convertirse en el sucio retrete de su asqueroso vecino como si fuera lo más natural del mundo.

No lo era. Cuando terminó de aliviarse su polla aún seguía flacida dentro de su boca. Ninguno de los dos sabía que hacer, así que la naturaleza escogió por ellos. La polla del anciano volvió a ponerse dura y ella la chupó con verdadera pasión, como si su vida dependiera de ello.

-¿La quieres? Si la deseas, es tuya.

-¿Es algún tipo de broma? -Preguntó el anciano cuando recuperó la voz.

-No. Es un regalo. Clara tiene la fantasía de que los hombres usen su cuerpo a su antojo y ya te ha escogido como amo. Puedes hacer con ella lo que te venga en gana . Follártela, darla por culo, correrte en su boca, usarla como retrete – dejó un momento para que ambos se dieran cuenta de que esto último ya lo habían hecho – o que tu mastín sacie sus apetitos con ella.

El anciano miró a Clara por primera vez. Su cara estaba manchada de semen, de su semen, y su precioso vestido de noche estaba manchado de orina, de su orina.

Era joven, morena, de pelo larguísimo, alta, preciosa de cara y ojos como la miel, de gran figura y con un buen pecho por lo que podía ver. Pero en realidad nada de eso importaba. Lo único que en realidad importaba es que al fin iba a poder cumplir sus mayores delirios.

-¿Puedes.... Puedes dejarnos solos?

El hombre por la que Clara había venido y suspirado durante meses se retiró a su piso. Supó inmeditamente que nunca más volvería a verlo.

-¿Es cierto algo de lo que ha dicho?

No supó el porqué había preguntado algo tan tonto. Todas las pistas que tenía hasta ese momento así lo indicaban. La joven que tenía delante ahora era de su entera propiedad.

-Desnúdate.

Ella miró en todas direcciones y se paró en los ojos de él. No admitían réplica ni tardanza. Se levantó del suelo y no tardó en caer el precioso vestido de noche que había escogido. A continuación, el sujetador, los zapatos de tacón, las medias, y por fin, las bragas de encaje negro que llevaba.

-No te tapes. Ni se te ocurra taparte.

Clara desplazó los brazos a la espalda y se agarró las muñecas con fuerza para reprimir sus impulsos.

El anciano sacó el móvil y la grabó. Podía haberlo en la seguridad de su casa, en la seguridad de su habitación. También podía no haber ocurrido nada. Que ella hubiera recuperado la cordura y saliera corriendo preguntándose que estaba haciendo. Pero no. Estaba ahí quieta, con sus vergüenzas al aire, dejándose grabar. Lo que más le gustaba era lo bien que se veían los pegotes de semen en su cara.

-Sientate, con las piernas bien abiertas. Quiero verte bien el coño.

Obedeció sin rechistar. Nunca en toda su vida había estado en una posición tan guarra en toda su vida. Ni tampoco tan excitada.

-Ábrelo para mi.

Le mostró su interior rosado usando sus deditos. Tras grabarlo durante unos instantes, acercó su propia mano y se dispusó a acariciarlo.

Clara se dejó hacer. A pesar de los toscos y rudos movimientos del anciano, estaba disfrutando de la primera vez que hombre alguno ponía su mano en su zona más íntima. La clavaron dos dedos y soltó su primer gemido de placer.

La puerta del portal volvió a abrirse, y como si de una bofetada se tratará, Clara despertó del sueño en el que se encontraba.

El anciano no se inmutó. Seguía masturbándola torpemente como si nada fuera con él para completa desesperación de Clara. Esta no lo entendía, si alguien les pillaba haciendo esto en plena escalera pensarían que ella era... que ella era...

-Vaya. ¿De dónde has sacado a semejante guarra?

-Ya ves, Javi me la ha regalado

Volvió a clavarla dos dedos y Clara volvió a gemir de placer. El anciano comenzó a masturbarla con fuerza, con la única y llana intención de que se corriera lo antes posible. Decidió dejarse llevar el placer. De nada servía resistirse.

-No, no cierres los ojos. Míralo a él.

-¿A mi?

-Sí, a ti.

Era una bonita forma de humillarla, siendo masturbada por un hombre mientras miraba a otro a los ojos.

-¿Y no sería mejor usar la polla?

-Como si pudiera. Cuatro corridas mías se ha tragado ya la muy guarra. Y espero que se acostumbre, va a ser lo único que cene por las noches.

-Oh. ¿Entonces los pegotes de semen de su cara son de...?

-De Javi y míos.

Clara se abochornó. Era demasiado para ella estar a punto de correrse como una cerda mientras dos hombres hablaban de las corridas que se había tragado o de quien era la corrida que adornaba su cara. Tan humillada se sentía que no pudo seguir mirando al hombre.

El anciano la dió un fuerte tirón del pelo.

-Perra desobediente. Si de verdad piensas que voy a ser más suave que Javi, vas lista.

Ella gimió como toda respuesta. El dolor lo único que había logrado era intensificar el placer y la humillación que sentía. Sentía el orgasmo cada vez más cerca.

-Avísanos cuando vayas a correrte.

Así lo hizo, con un lastimero voy a correrme segundos antes de ponerle la mano perdida al anciano. Este se quitó el pringue con el pelo de Clara.

-¿Puedo follármela? Te doy 5 euros.

-Sí, ¿Por qué no? Total, se la va a tirar hasta mi perro.

La penetraron salvajemente. Incapaz de moverse o de protestar por temor a cualquier posible represalia, el hombre se la estaba follando con una dureza que jamás antes había experimentado. Las penetraciones eran animales, brutales, muy profundas. Por 5 pavos, el hombre disfrutó de lo lindo con su joven y tierno coño.

No fue el único. Un tercer vecino, más joven que los otros dos, se la folló también y al igual que su compañero, ni la dulzura ni la suavidad entraban en su vocabulario.

Terminó agotada y dolorida, pero completamente consciente de que no había terminado. Notaba en su cuerpo la mirada de deseo de su amo.

-¿Puedes seguir?

Apenas. Su entrepierna la ardía debido al uso y al abuso al que había sido sometida. Estaba hambrienta, sedienta y exhausta a causa de los orgasmos que habían sacudido su cuerpo. Pero por encima de todo, deseaba que su amo la tomará ahí mismo.

-Fóllame – susurró.

La penetró de un golpe seco y comenzó las fuertes embestidas, despacio, alargándolas en el tiempo, como si quisiera inmortalizar el momento.

Una pareja se los encontró en pleno acto y Clara los dedicó la más dulce de las sonrisas.

Tras recoger la ropa tirada por el suelo así como la maleta con las escasas pertenencias que había traido consigo ambos subieron al piso cogidos de la mano.

Se le hacía extraño subir la escalera con apenas una camisa que cubriera sus partes íntimas, desnuda de cintura para abajo, pero se sentía más cómoda de lo que esperaba. Quizás era porque en el fondo no quedaba nadie en el edificio que no la hubiera visto desnuda. Ese pensamiento la avergonzo.

Su amo se llamaba Lucas, tal y como pudo leer en la puerta mientras esperaba pacientemente a que este encontrará las llaves del piso. Otro vecino, un viejo algo obeso, salió en ese momento. Clara lo sonrió.

-Menudo pedazo de hembra.

-Hola Jaime.

-¿Es alguna prostituta? No conozco a ninguna que haga esto.

-No, es Retrete. Puedes olerla el aliento si quieres...

Clara notó un pinchazo en su orgullo y amor propio ante la declaración de intenciones tan brusca de su amo. Lo había hecho una vez, una única vez, pero si eso se convertía en un hábito...

-¿Quieres verlo?

Clara miró a su amo y supó que estaba dispuesta, que lo haría. Se arrodilló y la orina comenzó a recorrer su cara, su pecho, su cuerpo, pues la resultaba imposible tragar el meado de dos hombres a la vez. Incluso su cabello, siempre tan limpio y sedoso, el motivo de su vanidad, ahora lo tenía empapado de meados. No importaba. Su cuerpo, todo lo que ella era, pertenecía a su amo. Tampoco faltó una nueva corrida dentro de su boca por parte de Jaime.

Tiró su mejor vestido al charco de pis y la ordenaron limpiar el desastre. Se dijó a si misma que no importaba, que sólo era un trozo de tela sin importancia, pero no era verdad. Daba igual lo que se dijera, se estaba rompiendo por dentro.

-Obligala a limpiarse el culo con él

-Lo haré.

Al fin entró en su nuevo hogar. No era la misma que horas antes había entrado por el portal. Ni si quiera estaba en el piso correcto. Deseaba darse un baño, quitarse toda la mierda que tenía encima y que iba goteando por ahí, pero dudaba si podía hacerlo sin pedir permiso o si la iban a dejar si quiera. Por el momento esperaba en la entrada, pisoteando su vestido.

Su amo vino con un cubo, un calabacín y unos bridas.

Se sentó delante de ella.

-¿Quién eres?

-Soy... - Clara sabía muy bien que tenía que responder – Soy Retrete.

-Te daré un nombre en función del uso que pretenda darte. Hoy Retrete, mañana Comemierda. Lo escogeremos por sorteo y a ese nombre responderás.

No dijó nada. Ya había aceptado no ser Clara nunca más. Solo esperaba ser Comemierda lo más tarde posible.

-Tu anterior vida a mi no me importa. Eres una joven perfectamente sana y mayor de edad. En cuanto al físico, me gustan depiladas, tal y como estás. ¿Lo llevas así o lo has hecho para él?

-Lo hice para él – confesó, recordando avergonzada el matojo que tenía entre las piernas hasta hace unos días.

-Pues así lo quiero siempre. Voy a ser claro. Tus agujeros y tu cuerpo me pertenecen. Terminaré metiéndote de todo por ellos y lo haré desde esta misma noche. Seguramente lo anille para poder estirarte los labios y demás. Y en cuanto a tu cuerpo, lo tatuaré a mi gusto y escribiré obscenidades en él. También, claro está, lo torturaré y lo azotaré.

Lucas notó las dudas que habían aparecido en su mascota. Eran normales. Lo que no entendía era era porque no salía corriendo.

-¿De qué parte de tu cuerpo estás más orgullosa, Retrete?

-De mi pelo – respondió automáticamente.

-Lo cortaremos, pero no hoy. ¿Eres virgen por culo?

Retrete asintió con la cabeza. Tras mostrarla una polla dura y erecta, la ordenó darse la vuelta y ató sus manos fuertemente con un brida. Colocó sus manos en su cadera y comenzó...

La reventó el culo. Sin ninguna preparación ni ningún tipo de lubricante, solo dolor por dolor, quería gritar y llorar cada vez que entraban dentro de ella. Deseaba suplicar para que se parase.

No hizo nada de eso.

Lucas cada vez más complacido por la calidad de su esclava, aceleró el ritmo para follarse como Dios manda ese culito tan rico. Sabía de sobra lo que la estaba haciendo. Lo había hecho en la mili y los muchachos a los que se lo había hecho habían gritado como niñas tiempo atrás.

Pero Clara no. Estaba echa de otra pasta.

Acabó, y sólo entonces posó su mano en su coño. Estaba como una jodida fuente. Eso explicaba algunas cosas. Volvió a donde había dejado las cosas, cogió el calabacín y lo clavó en la vagina de su esclava. Este, sobresalía de ella como si fuera una gran polla verde.

Comenzó a masturbarla ahí mismo.

Clara había perdido cualquier resto de decencia que quedaba dentro de ella. Tenía las piernas completamente abiertas y el coño a total disposición de su amo. Este metía la verdura a veces lento, a veces frenético, siempre hasta el fondo. A pesar de no ser muy grande, era lo más grande y gordo que nunca había tenido dentro y no tenía el menor control sobre la situación.

Eso la volvía loca.

Si de verdad pensaba hacerlo, era ahora. Su amo sacó la verdura y fue a buscar al mastín.

Se la clavó sin mediar palabra y Clara gimió como la perra que era con cada penetración. Que los hombres o los animales abusaran de su cuerpo como considerasen oportuno era una de las grandes fantasías de su adolesciencia. El perro, Thor como supó más tarde, se enseñó con ella y no se detuvó hasta soltar dentro todo su cargamento de semen.

Su amo la abrió la camisa que aún llevaba puesta dejando sus pechos al aire. Iba a limpiarla y sobarla en el proceso. Sus pechos, sus muslos, su culo, su entrepierna... Cada rincón de su cuerpo fue manoseado y magreado.

Clara apenas protestó. Sabía que esto solo era el principio de su nueva vida y que seguramente mañana mismo los hombres que hoy había conocido le harían lo mismo y de forma mucho más bestia.

Una vez limpia y desnuda, lo siguiente fue la visita al baño. Su amo deseaba verla orinar. Sabía de sobra que era demasiado pronto para ella pero tenía un plan. La aseguró que por cada minuto que le tuviera allí, sería castigada con un azote en el coño.

La condujó a su nueva habitación y la ató de manos y pies formado una equis al cabecero y pies de la cama.

No pensaba darla los 140 azotes que la debía, pues aún no tenía los instrumentos necesarios para ello. Pero si pensaba divertirse con ella antes de acostarse.

La volvió a introducir el calabacín y escribió con un rotulador negro e imborrable COME MIERDA en su vientre.

Sonrió de satisfacción al ver su obra.