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La aprendiz de perra sumisa (7)

en Sadomaso

Al fin había conseguido llenar el cuenco, a base de mamadas por supuesto. Sí, Esmeralda estaba ahí fuera, desnuda, atada a la farola, jugando a ser una perra que esperaba pacientemente y divertida a que su criada le trajera el semen que le había encargado. Porque sí, no había que ser un lince para darse cuenta del papel que estaba interpretando cada una.

-Cuando traiga a Lassie os vais a acordar de esta.

Agarró el cuendo y camino con él hasta la calle, posándolo en el suelo.

-Su desayuno, mi señora.

Esmeralda ladró de placer y bajó la cabeza metiendo la lengua en él.

De imprevisó, pegó un bocado y derramó un poco del contenido sobre el zapato de su criada. Y se pusó a lamerlo.

Marta no podía con la vergüenza que sentía. Notaba la mirada de todos y cada uno de ellos puesta en ella, notaba la envidía que corroía a todos y cada uno de ellos... Y eso que se la acababa de chupar a todos y cada uno de ellos.

Y Esmeralda metió su cabeza bajo las faldas de su criada y comenzó a lamer otra cosa...

-Aquí no, Esmeralda, aquí no... para, estate quieta...

Era fabulosa, toda una maestra, pensó en Lassie a la que aún la quedaba tanto que aprender. Y pensó en los tíos del bar que solo podían contemplar la escena preguntándose que habían hecho ellos para merecer algo como eso, y pensó en... Marta no tardó en correrse, Esmeralda sacó la cabeza de debajo de sus faldas y volvió a lamer el cuenco llenó de semen.

-Invitó a una ronda de cervezas frías, caballeros.

Las dos chicas tras terminar su espectáculo regresaron a casa.

-Cuenta, ¿Qué te ocurre?

Marta suspiró. Una de las cosas que más le sorprendía de sus amos era lo fácil que podían leerla.

-Hace medio año que no me pongó en contacto con mis padres... Y quieren verme.

-Es compresible.

-¿Y cómo les cuento todo esto o lo... otro?

-No tienes porque hacerlo si no quieres. Pero si lo haces, eres lo suficientemente fuerte para afrontar las consecuencias.

Marta no lo tenía nada claro. Sus padres siempre habían estado fuera de la ecuación en esta locura en la que se había metido y ahora debía de tratar con ellos.

Pero ya habría tiempo de pensar en ello. Ahora deseaba divertirse con su sumisa.

Lassie, pues ese era su nombre ahora, la espera en su habitación. Había probado mantenerla en la perrera dentro de una jaula día y noche, pero lo que había descubierto, es que lo que la agradaba era mantenerla cerca de ella en todo momento.

La había puesto muñequeras y tobilleras, un collar y un cinturón de castidad que aparte de lo obvio la impedía hacer sus necesidades sin la autorización expresa de su ama. También contenía un consolador para la vagina y otro para el culo, de tal forma que no podía olvidarse de que lo llevaba puesto.

La había tatuado “entregada a mi señora y ama” a lo largo de ambas piernas, así como su nombre de perra, Lassie, en la parte posterior de su hombro.

La encontró tal y como la había dejado, atada por la correa a la pared, medio desnuda salvo por los elementos decorativos de su cuerpo y con el bozal puesto. Las campanillas tintinearon alegremente en cuanto notó la presencia de su ama.

En esencia, era lo más parecido a una mascota humana.

Se sentó en el sofá y cogió el mando a distancia que controlaba el cinturón.

-¿Tienes ganas de mear?

Negó con la cabeza. Sabía que eso significaba que la sacarían a pasear a plena luz del día, y aún sentía una vergüenza tremenda. Prefería hacerlo de noche.

Su ama le pinzó el clítoris y una oleada de dolor y placer invadió el cuerpo de su sumisa.

-No me mientas perra mala. Ayer no te saqué y ya sabes que no quiero que te lo hagas encima.

Esta vez siguió los deseos de su ama...

Sí, Marta deseaba sacarla a pasear, no como una perra, como una humana.

La dio unos zapatos de tacón de aguja con los que apenas había aprendido a caminar. Y nada más.

Ama y mascota salieron a la calle. No tenían rumbo fijo y paseaban por el pueblo simplemente por el placer de poder hacerlo mientras las campanillas tintineaban alegremente.

La gente del pueblo la miraba sobretodo con curiosidad morbosa para ver que nueva marca había añadido a cuerpo.

La llevó hasta una esquina donde, tras retirarla el cinturón de castidad, la ordenó mear y cagar.

Allí, en cuchillas, a la vista de todo el mundo, medio muerta de la vergüenza, Lassie obedeció como pudo.

Marta era un ama muy limpia. Recogió la mierda de su mascosta y la guardó en una bolsita de plástico.

Lassie no perdió de vista la bolsa. Deseaba que la tirase al contenedor. De lo contrario no sabía donde iba a terminar. En su estómago, lo más probable.

Ya devoraba la mierda de su ama, pero la suya propia le daba repelus.

Marta lo tiró en el contenedor y la colocó.

-No pienso guardala en el bolso.

Siguieron caminando. Se dirigían al parque, donde jugaban los adolescentes al fútbol.

Estos no la habían visto desde su primer paseo. Se quedaron boquiabiertos.

-Joder, Marta. ¿Paseando a la mascota, eh?

-Hay que atenderlas como es debido.

-¿Y está vez podemos tocarla?

-Bueno – dijó pícaramente Marta mientras la quitaba el cinturón des castidad– pero no se contéis a vuestras madres.

-Ni locos.

Para entonces Lassie estaba perfectamente lubricada, lista para ser usada.

La tumbarón en el césped y se la echaron a suertes.

Eran torpes, muchos de ellos primerizos, algunos de ellos se corrieron en cuanto se la metieron ante la risa de Marta, alguno de ellos quisó tirar de sus anillas que decoraban su pechos, pero todos ellos disfrutaron.

Su coño rezumaba lefa de 22 chicos en plena juventud. Marta la quitó el bozal, acercó su mano a su vagina, recogió un pegote con el dedo y se lo llevó a la boca para que Lassie lo lamiera.

-¿Queréis verla tragar semen de perro? ¿O de caballo?

Joder, claro que querían...

La cuadra no pillaba demasiado lejos de allí. Tras atarla las manos y volverla a poner el bozal, la conducieron sin que opusiera resistencia alguna.

Allí la ató su cuello al suelo dejándola a cuatro patas, con todo su coño y su culo expuesto.

-Fijaos – Dijó Marta. -A una chica tenéis que tocarla así.

Comenzó a frotarla la vagina hasta que Lassie se corrió poniendo su mano perdida.

-¿Quéreis probar?

Joder, claro que querían...

Comenzaron a manosearla el coño, las tetas, los muslos, el culo. 22 pares de manos inexpertas sobándola por todas partes.

Se corrieron encima de su cabello.

-¿Podemos meterla una cucaracha viva en coño?

Marta recordó que a ella la habían metido una avispa.

-Mientras no la coja yo.

-Tranqui Marta que somos de pueblo.

Uno de ellos encontró pronto una cucaracha bien gorda y bien negra. Se la metió y la pusieron el cinturon de castidad para que no pudiera salir.

Julia, pues así se llamaba, no pudo ver a la cucharacha. Solo sentir como se la introducían, como se movía, como pataleaba, como mordisqueaba dentro de ella.

Su cabeza se debatía entre la más absoluta repulsión, el agudo dolor que la producía de vez en cuando y el placer de tenerla corroteando dentro de ella.

-Creo que la voy a dejar ahí dentro hasta que volvamos a casa.

-¿Entonces no la vamos a ver follar con un perro?

-Las mujeres tenemos tres agujeros, chicos.

Marta trajó al perro guardián para que se la follará por el culo mientras las campanillas tintineaban alegremente con cada embestida de la bestia.

Para entonces muchos de los chicos se habían ido ya.

Cuando el perro se corrió, cogió un caballo y comenzó a masturbarlo hasta que baño en semen toda su cabeza.

Agarró el látigo y descargó en su culo, en un carrillo y en el otro, sin piedad.

Para entonces ya se había quedado a solas con ella.

La golpeó incluso en las plantas de los pies.

-Volvamos a casa.

El camino de vuelta no era excesivamente largo, pero iba descalza y tenía esa cosa metida dentro, mociéndose, hurgando, mordisqueando...

Quería sacársela como nada antes en este mundo, pero su ama no lo iba a permitir.

La metió directamente en la perrera, en una jaula.

-Estás muy sucia, y no me apetece limpiarte. Mañana lo haré. Y también me ocuparé de esta cosa.

Dio unos golpecitos en el cinturón de castidad.

Sí, la jodida cucaracha siguía ahí, dentro de ella, mientras la encadenaban a la pared.

Esa noche apenas pudo dormir...