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Ya no soy una niña (i)

en Sadomaso

Soy una esclava. Mi vida, mi cuerpo, mi mente y mi placer le pertenecen por enteró. Solo existó para sus caprichos.

Todo comenzó el día en el que conseguí convencer a mi madre para que no marcharme con ellos a las vacaciones a la casa de la playa. Hacía años que me aburría mortalmente en ella pero nunca me consideraban lo suficientemente mayor hasta que realmente lo fui. Supongo que os podéis imaginar mi alegría al tener la casa para mi sola durante tres meses.

Solo me dieron un par de reglas: Mantener la casa limpia y no dejar entrar a ningún desconocido.

No era difícil. Teníamos a una chaca contratada y desde luego no iba a ser tan estúpida de dejar entrar a nadie...

La primera vez que vi a mi amo fue cuando llevaba apenas unas horas disfrutando de mi soledad. Estaba tirada en la cama de mis padres escuchando música cuando oí un fuerte ruído en la calle. Éstaba rebuscando en los cubos de basura. Él y su perro sentados en una acera comiendo nuestras sobras.

Me quedé hipnotizada viendo como un hombre era capaz de comerse lo que nosotros tirábamos.

No tardó en darse cuenta de mi presencia. Sin el más mínimo miedo, se sacó la polla y comenzó a pajearse en mitad de la calle. Me retiré, cerré la cortina completamente avergonzada.

¿Qué estaba haciendo? Me dio por pensar que me estaba comportando como una chiquilla. Primero, por no ser capaz de hacer nada, y segundo por haberle arrebatado seguramente el único momento bueno de su día.

Me sentía culpable e hice algo digno de una chiquilla: Le invité a entrar.

-Tengo algo de comida dentro... Si quiere...

-¿No tienen algo que decir tus padres?

-No están en casa – respondí con sinceridad – Están de vacaciones en...

Se acercó a mi. Es más alto que yo y mucho más viejo que mi padre. Su pelo, negro como el carbón, era un desastre, barba larga y desliñada y llevaba ropa que había visto días mucho mejores. Traía también una botella de agua ardiente con él, y como ya he dichó, le acompañaba un perro negro y enorme

-Póngase cómodo. Traeré algo para ti y el perro.

-¿Y la paja? -mencionó mientras echaba un tragó - ¿Qué piensas hacer con la paja?

-Si se va a comportar como un grosero será mejor que se marché.

-¿Y qué vas a hacer, gritar? - preguntó cuando acercándose a mi.

-Si es necesarió... - pronucié con un susurró de voz.

Él me examinó. Iba con zapatillas de andar por casa, una bata y un camisón corto de veano. Apartó el pelo de mi cara...

-Tú no eres de las que gritan, tu eres de las que gimen. Tu novio debe estar encantado contigo. ¿Por cierto dónde está?

No me salían las palabras de la boca. Él echó otro trago y comenzó a juguetear con mi pelo. Pasaba sus sucios dedos por mi adorado cabello.

-Gritaré... -volví a decir.

-No, no lo harás.

Me desató la bata y esta cayó al suelo. Nunca antes había estado tan desnuda e indefensa ante un hombre. Él me abrazó y empezó a olerme.

-¿Tienes la menor idea de cuánto tiempo hace que no estoy dentro de una mujer?

Yo estaba aterrorizada... y excitada como nunca antes en mi vida.

- Pero tú no eres una mujer aún.

Me sentí humillada. Quería gritarle que sí que lo era, que ya no era la niña de papá, que era toda una mujer echa y derecha, que era... Quería gritarle el mismo discurso que les di a mis padres. Él se sentó en una de las muchas sillas del jardín mientras yo masticaba mi rabia...

-¿No ibas a traerme algo de comer?

-No pensabas lo mismo en calle – Terminé diciendo. - ¿Son estas las piernas de una chiquilla? - mencione al tiempo que me subía el camisón hasta el punto de casi mostrarle mis bragas. Estaba muy orgullosa de ellas. Desde hacía años muchos chicos no apartaban los ojos de ellas. Podía notar el maldito deseo en sus ojos. Estaba a un solo paso de... de... Abrí las manos y mi camisón bajó por su propio peso.

-La comida. -ordenó él.

Abochornada y más humillada que antes me metí en la cocina. Había hecho comida de sobra, así que solo tenía que calentarla. Y ponerme algo encima, o quería seguir en camisón, así que decidí subir a mi cuarto a ponerme algo decente. Nunca me tenía que haber puesto de esa guisa. Me quité el camisón y busqué una camiseta y un pantalón...

-Estás preciosa.

El corazón se me iba a salir del pecho. Él estaba en mi cuarto, en la puerta y yo en ropa interior. Era blanca y fea. Quería gritarle que se fuera, pero la voz no me salía del pecho. Me había agarrado fuertemente al mueble mientras él se acercaba a mi.

-Ya te dije que no eres de las que gritan.

Estaba de nuevo jugueteando con mi melena larga y rubia.

-Por favor, no... -Supliqué – No lo he hecho nunca, con nadie.

-Así que es cierto que eres una chiquilla - No le costó ningún esfuerzo quitarme el sujetador – Tampoco tienes pechos de niña.

Comenzó a magrearmelos. No me gustaba como lo hacía, era excesivamente brusco, demasiado desagradable. Cuando me quejé, me partió la cara.

No grité. Tenía razón sobre mi, no soy de las que gritan, soy de las que gimen.

Me arrancó las bragas. No llevaba el coño como lo tengo hoy, depilado y anillado. Tampoco llevaba una mata de pelo salvaje. No le gustó, pude ver la decepción en su rostro.

Me condujo desnuda hasta la cama de mis padres como quien conduce una vaca al matadero pues no pensaba follar en la cama y en la habitación de una niña.

Se desnudo delante mía mientras yo apenas lograba pensar en algo.

Encendió la tele y me vi en la pantalla desnuda. No logré reconocer a la chica de la pantalla. Parecía tan segura, tan dispuesta... Inició un recorrido por mi cuerpo. Cara pechos, vientre, coño... Cerré las piernas con determinación.

Él enfocó a su polla. No estaba tan sucia ni asquerosa como yo me temía. Enfocó mis pies mientras él se acercaba. Estaban nerviosos, apenas podían parar de temblar, como si quisieran echar a correr y solo se tranquilizaron cuando otro par de pies aparecieron.

Volvió a enfocar mi cara, con su mano puesta en mi mejilla. Aún recordaba el dolor de la hostia que me había metido.

-Si eres tan lista como creo que eres sabrás que es lo que te conviene.

Abrí las piernas con cierta coquetería al principio y de una forma guarra y obscena al final. Me lo abrío con sus dedos y vi mi himen en pantalla grande.

Y me violo. No, no lo vamos a edulcorar, fue lo que realmente pasó. Utilizó mi cuerpo como si en lugar de ser una inexperta fuera una puta curtida en mil batallas.

Y sí, lo disfrute como la cerda que estaba destinada a convertirme. Disfruté con cada una de sus salvajes embestidas dentro de mi cuerpo. Me corrí hasta dos veces antes de que él lo hiciera y aún así le pedí más.

Grabó la corrida en mi cara, mis pechos y en mi pelo con mi propio teléfono móvil, así como cada parte de mi cuerpo. He visto esas imágenes mil veces y os puedo asegurar que tenía una buena cara de guarra.

Me mostró las marcas de mordiscos en mis pechos, la suciedad de mi vientre...

Pero sobretodo me mostró la sangre que manchaba las sábanas de la cama de mis padres, la sangre que demostraba que me había hecho mayor y que había sangrado como una cerda en el día de la matanza.

-Mañana ponte guapa para mi

Cristina, nuestra chacha, me encontró al día siguiente. Yo seguía desnuda y tirada en la cama, como si alguna fuerza superior me impidera salir. Me había llegado a orinar encima.

-Dios santo bendito, Vanessa. ¿Qué ha pasado?

-Me he convertido en mujer – repondí con una estúpida sonrisa en la cara

-Yo diría que te has convertido en otra cosa, una con un nombre muy feo.

-No le dirá nada a mis padres, ¿Verdad?

-No, hija no, no le diré nada a tus padres. Pero está mancha de pis no sale así como así.

-Comprare otro colchón.

-Vas a tener que comprar muchos colchones si sigues practicando sexo de esta manera.

Yo me reí para mis adentros.

Intenté regresar a la normalidad aunque sabía que no era del todo normal. Me duché, me lavé el pelo, me peine, me depile el coño, me maquillé, escogí medias y ropa interior negra y me puse el vestido más bonito y nuevo que tenía, con pendientes y bolso a juego. Cuando Cristina me vio, negó con la cabeza.

-Puedes dejarme sola

Cuando al fin se marchó, la que me pregunté que demonios estaba haciendo era yo. Llevaba más de un día sin dormir y estaba esperando por alguien que seguramente no iba a venir, por alguien que no había significado nada. Pero allí me quedé, esperando hasta que el sol cayó.

Era noche cerrada cuando oí la cerradura de la puerta. Venía con dos amigos.

-Joder Tomás, menuda pedazo de choza.

-Y no veáis que florecilla hay dentro. Ayer la desvirgue. Como disfrutó la perra, le va lo duro.

Sus risas me hicieron mucho daño.

Entraron desde el jardín a la cocina donde yo le esperaba como si fuera su esposa, solo que no era su esposa ni el mi marido. Sus dos amigos se quedaron sin habla cuando me

Tomás se acercó. Apestaba a alcohol. No quería saber que nos había robado ni la verdad me importaba.

-Estás preciosa.

-Gracias...

Primero me levantó la falda para mostrarle mis hermosas piernas y mis bragas a sus amigos. Me metió mano y comenzó a masturbarme. Yo me estaba muriendo de placer y me corrí como cerda al poco que comencerá.

-Una florecilla – mencionó al tiempo que se limpiaba mi corrida en mi vestido nuevo.

-Jo tío, que suerte. ¿De verdad vamos a romperla el culo esta noche?

Mi amo no dijó nada y se sentó en la silla. Sacó de la bolsa de papel un collar de perro que colocó en mi cuello sin mucho esfuerzo. Tiró de la cadena para ponerme de rodillas.

-Ahora tengo un perro y una perra – dijó entre risas. - Bien, ¿Quién quiere ser el primero?

Los dos amigos se miraron, y se fue el perro quien ladró.

-Es más listo que el hambre – aseguró Tomás entre risas. - Bueno, si no la queréis...

-Sí que la queremos.

-Claro que la queremos.

-Pues entonces venga, aflojar la pasta.

Le dieron apenas unos 10 euros cada uno de ellos.

-La gusta que la muerdan las tetas... -aseguró mi amo.

Me lo hicieron allí mismo, en el suelo de la cocina. Me lo hicieron con ganas y ansia, como si no creyeran lo que les estaba pasando. Siguieron a rajatabla el consejo de mi amo. El primero de ellos me reventó el vestido para poder moderme mejor. El segundo hizo suyo el pecho derecho.

El perro tembién me tomó. Nunca en mi vida hubiera imaginado que iba a tener un perro entre mis piernas, bombeando dentro de mi, intentando con todas sus fuerzas dejarme preñada. La sensación cuando me metió su bola y disparó el esperma dentro mío fue increíble.

No había terminado la noche para mi. Mi amo subió conmigo de nuevo a la habitación de mis padres. Allí me quité lo que me quedaba de ropa prenda a prenda salvo el collar. Al otro lado de la cadena, estaba la mano de mi amo.

Ahora me podía ver bien. No me habían hecho sangrar, pero se notaban mucho las marcas de dientes.

-A cuatro patas perra – me odernó mientras se sacaba la polla.

Comenzamos con un oral. Estando de rodillas y con ambas manos a la espalda, mi amo se folló mi boca. Me la metio hasta la garganta y ni si quiera se detuvó cuando se corrió dentro.

Cuando al fin se sintió satisfecho fue a darse un baño. Esa noche dormimos juntos y desnudos, piel con piel.