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Mi prometida 2

en Dominación

 Papá no dijo nada. Sólo se quedó allí, mirándonos, mientras su futura nuera seguía a lo suyo sin dar muestras de que se hubiera enterado de nada.

Lejos de cortarme el rollo, me corrí en seguida.

-¿No la vas a dar un pañuelo o algo?

-Es de las que tragan, papá.

-Suerte tienes hijo, tu madre...

Cerró la puerta y nos dejó a solas de nuevo.

-Túmbate, abierta de piernas, en forma de M.

Estaba totalmente corolada, pero seguía obedeciendo a mis deseos. Se tumbó tal y como la ordene.

Comencé a frotar su coño con mi pie. Me lo había confesado por la noche, antes de dormir. Debido a su fuerte educación religiosa, consideraba masturbarse un pecado muy serio. Pero si lo hacía su marido...

Así que se lo hice con la mano, dos veces, antes de dormir. Y me chupó toda la corrida dedo a dedo.

Y ahora tras correrse de nuevo, la metí el pie en la boca con todos los jugos aún frescos, al más puro estilo Abierto hasta el amanecer.

También aproveché para pisarla el pecho y...

-¿Queréis hacer el favor de llamar a la puta puerta?

-Joder, hermanito, que bien vives.

-Recuerda que nos la podemos tirar una vez al día.

-Si, lo recuerdó... -y no me hacía ni puta gracia - ¿Qué os parece si os corréis en su boca? ¿O en mi pie?

Parecerles les parecía bien. No se corrieron en mi pie o en su boca, lo hicieron sobre su hermoso cuerpo. Goterones de semen aparecieron aquí y allá.

Pero no fue lo único que hicieron. Sacaron un frasco de cristal con algo blanco que estaba claro que no era leche. O si era leche, ya me entendéis. Los muy cabrones le habían hecho una paja a cada perro y ahora por pura diversión derramaron su contenido en su boca, su cara y su pelo.

¿Qué como lo sé? Bueno, la idea fue mía. Se me ocurrió unos par de días antes, lo que no supé es que lo iban a hacer. Pero hay estaba Elena tragando leche de perro. Luego nos dejaron solos.

-Bueno, por donde íbamos...

La obligue a ponerse a cuatro patas, en mi cama. La agarré del pelo y la penetre al tiempo que le daba fuertes tirones del mismo.

Cada vez que entraba, la tiraba del pelo y le cacheaba el culo.

De las cosas que había hecho con Elena durante toda la semana, esta sin duda la que más me gustaba. Me sentía en la gloria y ella no se quejaba. Y eso que tras superar el miedo inicial, le daba unos tirones bastantes fuertes solo para ver si me decía algo.

Nunca dijo nada.

Ese día estaba siendo un tanto cruel. Le estaba tirando tan fuerte que sólo podía mantener la cabeza en una única posición.

Y se la estaba clavando más profundo y rápido que nunca, y aún así, nada.

Terminé agotado y me fui a desayunar.

Ella aún no había salido de mi habitación, salvo para bañarse o ir a hacer sus necesidades al baño. Y siempre acompañada.

-¿Qué tal esta la perra?

-Mamá, no es una perra.

-Si te la follas como una perra, la tratas como una perra y se comporta como una perra, es una perra.

-Pues la perra está bien.

-Tienes que obligarla a salir a la calle.

-¿Y cómo hago eso?

-Está educada para hacer caso y satisfacer a su marido, en todo. Es aberrante, pero ella cree ciegamente en ello.

-En casa. Pero no sé si salir con ella a la calle...

-Pues oblígala. Llévatela a casa de tus amigos.

-Claro, me voy a presentar en casa de mis amigos con la chica más guapa del pueblo.

-Más tarde o más temprano se van a enterar. También puedes llevártela de compras, o a la piscina. Ahora no hay nadie.

Comí rápido y volví a la habitación con su comida.

Ella estaba allí esperándome, desnuda y con los goterones de semen aún visibles.

Pusé el bol de cereales con leche en el suelo.

Había llegado a la conclusión de que si no quería salir, comiera como un animal.

Y lo hacía.

Se acercó a cuatro patas, metió su lengua dentro del bol y le daba lengüetazos.

Yo, por mi parte, le frotaba el chocho mientras tanto. Cuando dejó de comer, significaba que estaba a puntito de venirse.

Se me había ocurrido una maldad. Cogí el bol y lo coloqué debajo de su coño. Volví a frotarlo hasta que se corrió encima del bol, y se lo coloqué en la boca.

Ella dudo un segundo antes de volver a meter la boca y sequir comiendo.

Yo me senté. Estaba harto, quería que me dijerá no, ya basta, nada más, llegar a algún tipo de límite. Pero seguía y seguía... Y siendo sincero, volvía a estar duro como una piedra.

Me corrí en su espalda y cabellos viéndola comer como la perra que era.