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El secuestro de la señorita III

en Sadomaso

La imagen era realmente obscena. Era obscenamente grande, obscenamente gordo y obscenamente verde. El pepino salía de de ella como si de la polla de Hulk se tratara. Aparte de la perturbadora imagen que tenía enfrente, lo peor era el picor, el escozor que la provocaba, el sentir que iba a reventar y los pinchazos continuos en su interior.

Había uno en particular muy, muy molesto, una parte de su anatomía extremadamente sensible y que estba descubriendo de la peor manera posible.

El culo no estaba mejor. Menos gordo, pero imposible de obviar, era un recordatorio constante de por donde la pensaban utilizar la próxima vez.

Todo esto unido a la irritación general en todo su cuerpo, las despedajadas rodillas, las dolorosas pinzas en sus pezones y el extremo cansancio provocado por ser la hembra de toda un jauría de perros la hacían sospechar que no estaba atravesando las mejores horas de su vida.

Pudo ver en su muñecas los mechones de pelo que aún colgaban de ellas.

Se incorporó como pudo. El cerdo la había dejado comida y agua en el suelo, como si fuera una vulgar perra. Ni si quiera se molestó en intentar ponerse de pie y recorrió a cuatro patas la corta distancia que le separaba.

Metió la cara en la comida como el vulgar animal en el que se estaba convirtiendo y comió con ansia y desesperación lo que parecía (y seguramente eran) los restos de la cena del día anterior revuelto con comida para perros...

Controlo como buenamente pudo los intentos de vómito que este pensamiento la hizo tener inmediatamente, pero terminó por vomitarse encima de las tetas, las piernas, el pepino... Por si no daba ya suficiente asco.

Quería llorar, pero las lágrimas no salían de sus preciosos ojos... Se acurrucó en un sillón y dejó pasar el tiempo.

No estaba demasiado segura de si había anochecido o no cuando Porki se presentó delante de ella otra vez. Sintió verdadera vergüenza de que la vieran así, y comenzó a limpiarse los restos del vómito con sus manos, su pelo, su lengua... No sabía el porqué, pero sentía la imperiosa necesidad de adecentarse.

Su amo se lo tomó con calma y la dejó hacer. En verdad, era todo un espectáculo ver como se pasaba la lengua una y otra vez...

Terminó por levantarse y ella sola se acercó hasta donde el collar lo permitía.

Arrancaron el pepino de sus entrañas y un hilo de sangre sucia corrió por su muslo.

Tras la retirada de las pinzas, se dio cuenta de que sus pezones estaban hinchados, doloridos como nunca y muy sensibles. Se agarró con fuerza sus muñecas en la espalda pues intuía que venía a continuación...

Agarraron su coño. No era como ni parecido a nada de lo que le había hecho antes. La brutalidad del acto en si mismo, la familiaridad y la confianza con la que lo hizo, lo que significaba en el fondo que se dejará meter mano de esa manera y no protestar...

Empezaron a golpearla en los pezones mientras una mano torpe y tosca se encargaba de estimularla los bajos.

Golpes, palmadas, pellizcos... comenzaron a retorcerle uno de ellos mientras ya la habían metido tres o cuatro dedos dentro de ella.

Abrió sus piernas para que el salvaje uso que estaban haciendo de su coño le resultará mucho más sencillo. Ya se había corrido al menos una vez, pero todo parecía indicar que no pararía hasta meterla la mano completamente.

No tardó mucho en lograrlo y toda su mano penetró dentro de ella hasta la muñeca.

Se corrió de gusto... o quizás se orinó de gusto, no estaba demasiado segura.

Sacó unas tenazas del bolsillo y apretó y retorció el pezón en serio. Se mordió los labios para no gritar por el inmenso dolor que la estaban provocando y llegó al punto de que sus rodillas se doblaron a causa del dolor. Solo se mantenía en pie a causa de la mano que tenía dentro de ella y el collar que la sustentaba.

Dio comienzó la tortura del otro pezón cuando ya estaba más allá del límite de sus fuerzas. Por más saña que pusó en ello, la chica solo emitió debiles señales de que se estaba enterando de algo.

La dejaron caer para romperla el culo.

El cerdo noto que tras unos pequeños problemas sin importancia, su polla entraba bien, fácil, sin problemas, y sin usar lubricación alguna.

De vez en cuando un gemido lastimoso le recordaba que no estaba usando un cuerpo inerte, si no uno bien vivo.

Como final, volvió a correrse en su cara y orinarse dentro de su boca. Le gustaba pensar que era algo así como una firma

Dejó que su mastín volvierá a saciar sus apetitos con ella.