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El mocoso

en Dominación

Sonia era guapísima. También imbécil. Aunque a decir verdad cualquier chica que saliera con mi hermano mayor me parecía una imbécil, porque solo una imbécil podría aguantar a semejante hombre.

Mi hermano las camelaba, se las follaba, las sacaba todo lo que podía y las terminaba tirando por el retrete.

Sonia le estaba durando más porque es muy difícil secar completamente a una niña rica, pero mi hermano lo estaba intentando a conciencia.

Cuando empezaron mis aventuras con ella me la encontré llorando a moco tendido sentada en mitad del pasillo. Ya había visto a muchas así. Mi hermano la había pedido algo más, un último esfuerzo, un último ejemplo de cuanto lo quería a alguien que ya no podía dar más.

También me fije que seguía siendo guapísima.

-Deberías dejarle. Acabar con todo esto.

Ella se secó como pudó las lágrimas que corrían por sus mejillas.

-Mi hermano es un mierda. No terminó de entender que ven las mujeres en él.

Ella ni contestó ni abrió la boca.

-Vamos – le dije tendiendola la mano. - Haré que te sientas bien.

Ella tardó un momento en entender lo que estaba pasando, pero aceptó mi mano. Sabía, porque me lo había contado mi hermano, que las perras que él desechaba se acostaban con el primero que pasase por ahí.

Y esa vez el primero que pasaba por ahí fui yo.

Sonia supó que la cosa iba en serio cuando se fijó en mi polla. Erecta, dura y de un tamaño colosal.

Me la follé en mi cuarto, como si fuera un puto animal salvaje.

Solo recuerdó un par de cosas de esa primera vez: Que lo disfrute y que ella se entregó completamente a mi.

Mi hermano había regresado de curro cuando salí del cuarto, estaba en la cocina, comiendo. Ella salió un poco más tarde. Ni si quiera se saludaron cuando cruzó la puerta de la calle. Pero eso sí, a mi si que me miró.

-Tres días.

-¿Qué?

-Que te va a llamar en tres días para repetir, como muy tarde.

-Tú alucinas. ¿Sabes lo que acabo de hacerla?

-Hacerla disfrutar como una perra. Estoy orgulloso de ti, hermanito.

-Estás loco. - Me senté a la mesa con él – Como una puta cabra. Aunque la haya echado el polvo de su vida, algo que dudo, ella es una mujer adulta, y yo apenas soy un crío.

-Eso solo lo hace más excitante.

-Y además soy tu hermano. Seguro que me odia. Debe estar arrepintiendose ahora mismo.

-¿De echar un polvazo? ¿De sentir esa cosa tuya dentro de ella? Sí, claro.

Mi hermano terminó su plato.

-Tres días – volvió a repetirme. – Como mucho. En cuanto rompa su orgullo. Y un consejo, si por un casual te llama esta noche, pídela tres cosas: Una fota suya en ropa interior, otra desnuda, y un vídeo masturbándose. De esa manera la convertiras en tu perra para siempre. Si intentas ligártela, la cagarás.

-Estás loco. Ni si quiera tiene mi número de teléfono.

-Sí, si que lo tiene. Se lo di yo

-¿Qué? ¿Por qué?

Mi hermano solo me dedicó una amplía sonrisa mientras se metía en su cuarto...

-¿Tú las tienes? ¿Fotos de desnuda, o masturbándose? ¿Las tienes?

Negó con la cabeza

****

Había escuchado toda la conversación. Los dos hermanos no habían hablado precisamente en voz baja mientras me encontraba sentada en la puerta preguntándome que demonios acababa de pasar.

Le había dejado algo más follarme. Me había entregado por completo a él, había dejado que usará mi cuerpo para saciar sus apetitos. Me sentía sucia, usada, vulgar.

Me sentía una puta por haberle dejado meterme esa cosa dentro de mi mientras me corría de gusto.

No pensaba volver a tener ninguna realación más con ninguno de los dos, se había terminado para mi.

Fue en la habitación de mi apartamento tras ducharme y tumbarme en la cama, cuando volvieron a mi mente los recuerdos del polvo.

Y me toqué.

Al principio fue suave y delicadamente, para pasar a algo más bruto y salvaje, como si me estuviera follando de nuevo. Y bien sabía yo que no era así.

Tras correrme me prometí a mi misma que ni una vez más.

Que equivocada estaba.

Mi orgullo no aguantó más. Esa misma noche ardía en deseos de llamarlo o de que me llamará. Sabía lo que me iba a pedir y eso me tenía a cien...

*****

 

Recibí un mensaje suyo esa misma noche. Un mensaje con foto suya para saber que era ella. No me lo podía creer. Recordé el consejo consejo de mi hermano. Todavía creía que se burlaba de mi y desde luego no iba a responder que deseaba verla en pelotas... Por mucho que de verdad quisiera una foto suya desnuda.

Ella volvió a escribir. Deseaba saber que tal estaba...

-Bien. Pensando en ti, en lo ocurrido esta mañana.

-Fue intenso.

-Intensó, sí. Terminaste reventada.

-Nunca me habían cogido de esa forma... - tardó un buen rato en responder esta vez.

-¿Hice algo mal? - Me arrepentí en cuando pulse el botón de enviar.

-No, no... - pero que dulce era. - Lo hiciste muy bien.

-¿Y te gustaría repetir...?

Bueno, si algo tenía claro, es que me había contactado para follar. ¿No? ¿O sea, para qué otra cosa podía llamarme una mujer en plena madrugada?

-Eres un guarro.

¿Qué? ¿Cómo?

-Solo piensas con la polla.

¿Pero qué cojones...?

-Es lo malo de tenerla tan grande. Que piensa por si sola.

-¿Y está pensando en mi? ¿En volver a mi interior?

Joder, joder, joder...

-Ya sabes que sí. Ahora mismo es el único sitio donde desea estar.

-Me halagas – respondió ella.

-No, en serio. Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida.

Ella tardó una eternidad en responder.

-Gracias.

Mierda, mierda, mierda... Esto iba mal. ¿Qué me había dicho mi hermano? Que si intentaba ligármela, la cagaría. Y sentía que la estaba cagando.

-Deseo una foto tuya en ropa – su manos temblaban – inte...

Bah, a la mierda.

-Quiero una foto tuya desnuda.

Y mandó el mensaje.

-Creí que primero era en ropa interior.

-¿Nos escuchaste?

-Estaba tras la puerta.

-Menudo bajón.

-¿Entonces ya no la tienes dura?

-Ella sigue dura. Soy yo el que está avergonzado.

Tardó un rato en responder... Y lo hizo con una foto suya, desnuda. Se la notaba roja de la vergüenza. Supose que sería la primera vez que hacía algo como esto.

-¿Te gusta?

-Es una preciosidad.

Tardó otra vez un buen rato en escribir...

-No me trates como si fuera tu novia. Ni amante. No quiero serlo.

-¿Entonces qué?

-Deseo ser la perra de esa gran polla tuya...

Me pregunté cuando valor hizo falta para escribir algo como eso.

-¿Quieres el vídeo?

-Sí, deseo ver el vídeo.

Salía ella, desnuda, con la piernas algo abiertas. Bajaba la mano y se tocaba. Luego comenzaba a frotar. Delicadamente al principio, luego más fuerte, hasta que se corría entre jadeos.

No era la gran cosa, pero era ella, era para mi, y bastó para que me corriera.

-No se lo enseñaras a nadie, ¿Verdad?

-Se lo enseñare a quien quiera. Mis amigos van a alucinar cuando vean esto. Las perras no tienen ni voz ni voto.

Estaba seguro de que me había pasado tres pueblos... Y que no me volvería a hablar. Pero tenía a mi presa y no pensaba dejarla escapar.

-Entiendo – respondió al fin.

-¿Qué entiendes?

-Vas a usarlo para chantajearme.

¿Con algo como eso? Y yo pensando que el crío era yo.

-¿Eres mujer adulta y ni si quiera sabes eso? Ahora haré contigo lo que me de la gana.

Espere respuesta un tiempo como un imbécil...

-Mañana, cuando vuelvas del trabajo, vistete únicamente con tacones y medias mientras estés en tu apartamento. ¿Lo has entendido?

La respuesta tardó en llegar...

-Sí amo

****

Estaba asustada. Asustada y extrañamente excitada. Lo que se había comenzado como un juego había logrado tocar resortes dentro de mi que ni si quiera sabía que estuvieran ahí. Me aterraba la idea de que ese mocoso le mostrará el vídeo masturbándome a sus amigos y al mismo tiempo la simple idea de que esos mismos mocosos dijeran todo tipo de obscenidades o se corrieran viéndolo me calentaba.

El hecho de darle cierto poder sobre mi o de haberle llamado Amo, también.

Esa mañana intenté aparentar normalidad en la empresa. Era, bueno, soy una alta ejecutiva que debó demostrar cada día que no estoy ahí porque mi papi me pusó ahí. Los hombres, como mi propio hermano, lo tienen mucho más fácil.

Estaba ansiosa por llegar a casa y hacer lo que me había pedido.

Únicamente tacones y medias hasta que él viniera, que ni idea de cuando sería.

Me vi en el espejo y vi a una extraña siguiendo algún tipo de extraño fetichismo.

Llegó tarde, tranquilo y con calma, como si tuviera mucha más edad de la que en realidad tenía, como si pudiera controlarse mucho mejor que yo. Me observó largo y tendido...

-A cuatro patas, perra.

Obedecí. Sí, obedecí. Me coloqué en esa posición tan humillante, como nunca antes había estado con hombre alguno, y dejé que me penetrará una y otra vez, una y otra vez...