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Mi prometida 1

en Dominación

Para mi, o para cualquiera en realidad, Elena era inalcanzable. Ya de entrada, su cuerpo resultaba impresionante, por lo que solo los más seguros de si mismos, los más osados o los más borrachos se atrevían a entrarla.

Y todos y cada uno de ellos eran rechazados sistemáticamente.

Circulaban muchos rumores en torno a ella y su comportamiento. Que si esperaba un principe azul que viniera a buscarla en su caballo blanco como la princesita de papá que era, que si necesitaba de un buen amo que la metiera en cintura como la sumisa complienciente que se especulaba que era, o simplemente, y esta era la opción favorita mía y de mis amigos, que era lesbiana y le gustaban las chicas como a cualquier tío de los que rechazaba.

Yo por mi parte me limitaba a observarla de lejos y matarme a pajas pensando en la diosa del instituto. Tampoco es que pudiera hacer otra cosa, ya que era cuatro años mayor que yo, y cuando se tienen catorce años y dieciocho años esas cosas cuentan, y mucho.

Mi historia con ella dio comienzo el día que me la encontramos tirada y borracha en un callejón que utilizabamos como atajo, justo la noche de su graduación.

Nos tuvimos que asegurar tres veces que era ella antes de ponernos a gritar como locos, para acto seguido taparnos las bocas con la mano por si la despertábamos.

No sabíamos dónde podían estar sus amigos, o sus amigas. Solo estaba ella, durmiendo la mona.

-Nos ha tocado el gordo.

Carlos le acababa de levantar la falda dejandonos ver sus braguitas negras y sus largas piernas.

-Tíos, no la vamos a hacer nada.

-No se va a enterar de nada. Esta completamente borracha. ¿Es qué no tienes ganas de desvirgarte?

Claro que tenía joder.

El cabronazo de Carlos comenzó a acariciarla el pelo.

-¿Lo ves? A ella le gusta.

-¿Y qué propones? ¿Bajarla las bragas y follárnosla?

-Tío, eres un puto genio.

Sí, un puto genio. Porque ni Carlos ni Manuel se atrevieron. Porque quien bajó sus bragas y abrió sus piernas fui yo.

Y también fui el que se la metió.

Ella gimió de dolor cuando entre dentro de ella. No estaba ni remotamente preparada para el sexo. Al menos al principio, porque según iba entrando y saliendo de ella, Elena, o al menos su cuerpo, me aceptó como amante.

Sí, la hice mía. Tenía el objeto de mi deseo retorciendose de placer en cada embestida...

-Joder, me he corrido. Tíos, os toca.

Pero ya no estaban. Los dos mamonazos se habían largado dejándome todo el pastel a mi.

Elena se había despertado y era plenamente consciente de la situación en la que se encontraba. Tan consciente que las primeras palabras que me dirigió en su vida fueron:

-¿Puedes... puedes sacarla de dentro de mi, por favor?

No, ni de puta coña. Se la volví a clavar y ella gimió de placer.

Demonios, si me iban a acusar de abuso sexual, violación, o vete tú a saber, que menos que me la follara un par de veces.

Esta vez fui mucho más agresivo a la hora de follármela, y en contra de todas mis expectativas, a Elena le estaba encantando. Se le notaba en los ojos. Era posible a la vista de las circunstancias que quizá si que necesitaba de un buen macho que la dominara después de todo...

Terminamos exhaustos los dos.

-¿Quieres venir a mi casa? Mis padres no están y puedes bañarte y dormir... No conmigo, no estoy diciendo que duermas conmigo, digo que puedes dormir tu sola, en una cama.

Ella me sonrió y me dio mi primer beso.

Nunca me la había imaginado en albornoz y zapatillas. No es que con el vestido de graduación estuviera fea. Su vestido, como ya os podéis imaginar, era precioso y la quedaba genial. Pero en albornoz tenía cierta familiaridad y sensualidad que no tenía con el vestido.

Ni que decir tiene que estaba empalmado de nuevo, pero intenté comportarme como el caballero que no era.

-La habitación de mis padres está por aquí. Vienen mañana por la noche, así que todo bien.

-No quiero dormir sola... Ni tampoco quiero dormir.

Le quité el albornoz para dejarla desnuda y la conduje hasta mi habitación. Retiré las sábanas y dejé que se tumbara en mi cama.

Y me dejó ser con ella todo lo duro que quise mientras se agarraba a los barrotes de la cabecera. No lograba entenderlo, pero sentía que contra más fuerte y más duro era con ella, más le gustaba.

Elena no estaba cuando me desperté por la mañana. No es que hiriera mis sentimientos. Me había dejado tener sexo tres veces con ella, incluso había dormido con ella, que era mucho más de lo que me podía imaginar en mi vida.

Así que intenté seguir como si nada hubiera pasado, seguir con mi vida e intentar olvidarme de ella.

Esto último era difícil, porque cada vez que me hacía una paja, es decir, cada hora, ella y solo ella acudía a mi mente, así que estaba siempre con ella en la cabeza.

La vi de nuevo quince días después, en la piscina pública. Con un bikini y unos cuantos moscardones revoloteando a su alrededor con los que aparentemente ella y sus amigas estaban coqueteando.

Ardí de celos. Ella era mía y de nadie más. Pero no podía hacer nada por el momento. Lo único que podía hacer era acercarme a la cafetería donde estaba ella y pedir mi maldito refresco.

Ella reaccionó como si no me conociera de nada.

Supongo que os podéis imaginar el cabreo que tenía encima con ella. Estaba rabioso, echaba espuma por la boca. Quería humillarla ahí mismo, ¿Pero qué iba a decir? ¿Qué había tenido sexo salvaje conmigo? ¿Y quién se lo creería? Así que me tragué mi orgullo.

Desde esa noche empecé a ver a Elena en mis fantasías de otra forma. Había pasado de sexo romántico y tal al sexo sado y zoofílico.

Fantaseaba con romperla el culo, atarla, azotarla hasta hacerla gritar, entregarla al bueno de Brutus para que la follara sin descanso o meterle hormigas en el coño.

Y un día, un mes más tarde, su padre y Elena se presentaron en mi casa para hablar conmigo y con mis padres.

Estaba embarazada. Embarazada de mi.

Yo no lo entendía. Hasta yo conocía la pastilla del día después.

Mi padres escucharon toda la historia. Como la había encontrado, como la había ayudado trayéndola a casa, y como habíamos mantenido relaciones sexuales en mi habitación.

Sí, bueno, omitieron muchas partes, pero lo esencial es que yo la había ayudado, traído a casa, y una cosa llevó a la otra. Mis hermanos mayores me miraron como si fuera el putísimo amo.

-Y aquí estamos.

-¿Y qué desean de mi hijo?

-Que se case con ella. No ahora, claro. Más adelante. Es el padre del chico y por tanto es lo mejor.

-¿Vas a obligar a tu hija a casarse solo por eso? ¿En qué siglo vive?

-En el mismo que tú. No pienso prácticar un aborto, pues eso es un asesinato. Y tampoco pienso separar a un hijo de su padre. El matrimonio es la mejor solución para los dos.

Era demencial, sonaba demencial. Luego miré a Elena, con su vestido blanco veraniego y su pelo rubio natural, con sus hermosos pechos y sus magníficas piernas... Y esa mujer iba a ser mi esposa.

Eso significaba que me la podía follármela cuando quisiera.

Mi padre no supó que decir. Luego me lo contó. Por una parte deseaba echar a ese hombre de su casa. Por otra, ese hombre podía arruinar la vida a cualquiera.

-¿Y cómo piensa hacerlo?

-Si fuera mayor, los llevaría a vivir a mi casa. Pero siendo menor, lo mejor es que mi hija se quede aquí, con él.

-No tenemos habitaciones libres y...

-Dormira con el chico. No puede hacerla nada más, ya está embarazada.

-Tengo tres hijos, un marido, dos perros y un trabajo, ¿Y me está cargando con una mujer embarazada?

Mi madre no había abierto la boca hasta ahora y su crítica era la más decente de todas. Digamos que los hombres de mi familia no somos muy guarros y ayudamos, pero somos hombres.

-Ahora es cuando me pregunto yo en que siglo viven ustedes. De todas formas, mi Elena sabe hacer las cosas de la casa y puede ser perfectamente su criada durante un tiempo. Y si hace las cosas mal, pueden castigarla como gusten.

Voy a ser franco. Mi familía se quedó de piedra cuando escuchó al padre de Elena que podíamos castigar a una mujer embarazada, pero a mi se me pusó durísima. Me imaginé a mi mismo recriminandola por no limpiar bien lo platos, haciendo que lamiera las sobras, dándole una azotaina en el culo con la zapatilla hasta que estuviera todo rojo...

-¿Y qué pasará con el matrimonio en el futuro?

-Mi hija trabajará para mi. Ya estaba previsto, el embarazo solo retrasa las cosas. En cuanto a su hijo, es libre de escoger su futuro. No la voy a dejar abandonada, si es lo que piensan.

Mis padres si que lo pensaban. Sabían que económicamente no habría problema, o eso esperaban, pero todo lo demás era un desastre. Estaba dejando a su hija al cuidado de unos completos extraños.

Tal y como nos había dicho la dejó allí, con nosotros. El único que se movió fui yo, que cogió las cosas de mi esposa (me encantaba como sonaba) y la indiqué que íbamos a nuestra habitación (también me gustaba fardar).

Solo cuando estuvimos solos me atreví a preguntar.

-¿Embarazada?

Retiró las sábanas de la cama, se tumbó en ella y se agarró de nuevo a los barrotes de la cabecera, como la última vez.

Lo primero que hice fue ir a lo bruto, despojarla de sus bragas. Literalmente se las arranqué. Ella no se quejó, pero se notaba que no le gustó.

La quité las zapatillas que llevaba y a continuación me deshice de sus medias. No sé el porqué pero una vez que vi sus pies desnudos sentí la imperiosa necesidad de atarla a la cama.

No sé de donde surgió el valor, pero rodee un par de veces una de sus muñecas con la media y terminé amarrándola. Luego, la otra.

Me pusé a rebuscar entre sus cosas mientras ella me observaba. Que un crío se dedicara a hurgar entre su ropa interior la estaba matando de la vergüenza.

Era una sensación palpable, puramente física. Estaba seguro de que en cualquier momento gritaría, me diría algo, me detendría.

Pero no lo hizo.

Escogí otro par de medias y até sus pies.

Levanté su falda y miré. Tenía el coño completamente depilado. No es que la vez que me la follé tuviera una selva, pero ahora no tenía ni un solo pelo, algo que me sorprendio gratamente.

Volví a tener un impulso irresistible. Deseaba tomar una foto de su entrepierna. No estaba nada seguro de si se dejaría o hasta donde estaría dispuesta a llegar. Ya habíamos llegado muy lejos en realidad, pero siempre se puede ir un poco más allá.

Cogí mi móvil.

La tenía muerta de la vergüenza de nuevo. Ni si quiera me podía mirar mientras realizaba un par de fotos de su entrepierna y a continuación abrí su coñito con mis dedos y hacer una foto de su interior.

Ahora la quería desnuda.

Cogí unas tijeras y rajé su vestido de arriba abajo, sujetador incluido.

Realicé otra foto, atada y desnuda en mi cama.

No podía aguantar mucho más, así que pasé a la acción visceral. Me la follé duro, como a ella le gustaba, o parecía gustarle.

No salí de mi habitación hasta bien entrada la noche. Me la había tirado unas tres veces antes de salir. Esta vez incluso había habido besos con lengua.

-¿Cuántas veces han sido, fiera?

Yo levanté tres dedos mientras me llenaba la boca de comida. Estaba hambriento.

-Esta noche va ser mejor que la dediques a dormir y no a... - mi madre fue incapaz de usar la palabra mágica.

-Follar, mamá, follar – ayudó uno de mis hermanos. - Aquí el tío se está follando a la tía más buena del pueblo.

No le contradijé, eso era verdad.

-Pues esta noche que la dediqué a dormir. Y no te olvides de darla de comer.

-No es un perro, mamá. Ahora vendrá a comer.

-Toma, ten – me dijo mientras me alargaba una bandeja con comida. – Seguro que no tiene el estómago para venir aquí.

Mamá tenía razón. Elena estaba desatada, pero aún seguía desnuda, solo tapada con la sábana.

Yo no la quería ver así. ¿Quién quería? Así que la forcé a retirar la sábana. Ella no se resistió demasiado a que contemplara su cuerpo desnudo de nuevo.

Mis hermanos entraron en ese momento. ¿Habitación equivocada? Y una puta mierda. Venían a lo que venían. Pero había algo que me molestaba...

Fui detrás de ellos y les dijé que pasaran en silencio.

-¿Qué os parece?

-Esta cojonuda.

-Vamos a hacer una cosa, tíos. Os la podéis follar, una vez al día. Pero nada de oral ni darla por culo.

-¿Estás seguro de esto? Va a ser tu mujer.

-De lo que estoy seguro es que no quiero problemas con vosotros. Si se convierte en mi esposa o no... Una vez al día, pero nada de oral ni de anal, hasta que os vayáis a la universidad, ¿Trato?

-¿Y ella? ¿Está de acuerdo?

Por primera vez en todo el día me di cuenta de que no había tratado a Elena como un ser humano, solo como una cosa.

-Es de las que hacen caso a su amo en todo. La otra condición es que yo este presente.

Mis dos hermanos mayores eran veinteañeros y universitarios. Estaban en casa por vacaciones y ninguno de los tenía novia formal, al menos que yo supiera. También eran muy grandes y muy fuertes, y llegaba a un acuerdo con ellos, o la tomaban por la fuerza.

Mario, el mayor, fue el primero. La trató como la princesita que creía que tenía entre sus brazos. José, el mediano, tomó su ejemplo.

La habían dejado total y completamente insatisfecha, pero cualquiera se lo decía.

Tras irse ambos presumiendo de lo machos que eran y lo bien que follaban, decidí romperla el culo.

Se la metí por detrás sin anestesia ni lubricante, agarrando fuertemente de sus caderas y apretando como un loco.

Esta vez sí que disfrutó.

Para rematar, me la chupó. Me limpió la polla con la boca de toda la mierda, sangre, semen, pelos y cualquier otra cosa que tuviera pegada a ella.

Ya era bastante tarde cuando decidí que debía darse un baño, justo después de darla de comer. Entendía de sobra porque no había querido salir de mi habitación, pero no la iba a dejar dormir a mi lado tan sudada.

Le trajé un albornoz y la condujé hasta el baño. Tenía previstó bañarnos juntos.

-Tengo que mear.

-Pues mea.

Estaba esperando que me dijera que me saliera, que no pensaba hacerlo delante mío, que era un guarro por querer verla mear, cualquier cosa...

Se sentó en el retrete, cerró los ojos y...

-Quítate el albornoz.

Se levantó, se deshizo del nudo y la única prenda de ropa que llevaba encima cayó al suelo. Volvió a sentarse en el retrete y cerró los ojos.

He visto mear a muchas chicas en los vídeos porno, pero esto era otra cosa. La chica más potente del pueblo estaba orinando delante mía, y era una gozada.

Lo era por lo nerviosa y avergonzada que estaba, y lo era porque en el fondo, lo estaba disfrutando.

Luego vino el baño, o mejor dicho, el sobe, porque menudo manoseo la metí. Lo que aún no había hecho en todo el día, lo hice mientras la bañaba.

Tras magrear sus pechos y su culo, lleve mi mano a su coño y me dispusé a masturbarla. Estaba tan caliente que se corrió en seguida.

Yo no me paré, al contrario, seguí frotando ahí abajo hasta que volvió a correrse de nuevo.

Me vino a la cabeza una idea muy loca, pero tenía que preguntarlo.

-¿Te habías tocado alguna vez?

Elena no respondió.