miprimita.com

La aprendiz de perra sumisa (4)

en Sadomaso

-¿De verdad tengo que hacerlo?

-Eres una esclava, Cerdita, una puta esclava. Tu cuerpo y tu vida solo sirven para servir al amo.

El padre de su amo quería usarla durante todo el fin de semana. Solo de pensar en el viejo que había conocido hacía apenas un par de días antes la daban arcadas. Y solo de pensar que debía someterse a él...

-¿Cuántos años tiene?

-¿De verdad te importa su edad? - Cerdita asintió con la cabeza – Tu amo tiene 65 y su padre, 80.

Como ves, no es tanta la diferencia.

Pero esa pequeña diferencia de edad no dejaba de convertirlo en un viejo repulsivo.

-¿Y alguna vez él y tú...?

-No. Yo soy sumisa, tú eres la esclava. Yo tengo poder de decisión, tú no. Pero no te preoupes, esto te ayudará a estar preparada cuando llegué el momento.

Respiró hondo y se dejó hacer. Esmeralda la metió un dildo en cada agujero de su cuerpo.

La cepilló el pelo, maquilló y eligió la ropa adecuada para ella. Por lo que pudo ver, estaba haciendo un gran trabajo. La había convertido en toda una putita.

Labios rojos, pelo largo y alisado, uniforme con faldita de cuadros y camisa blanca, seguramente sacado de algún sex shop, zapatos de tacón negros y calcetines muy cortos que dejaban sus piernas al aire. Hasta llevaba puesta corbata y la habían dado una cartera y todo. Por supuesto que comprendía que a ese viejo depravado le gustará verla así.

-Pues esto ya está. ¿Sabes dónde tienes que ir, verdad?

Esa era otra. Debía ir por su por su propio pie, caminando por el pueblo. Cualquiera que la viera vestida de esa forma sabría inmediatamente lo que era. Eso suponiendo que no lo supieran ya, que no la conocieran en todo el pueblo como la puta de tasca.

-Estás preciosa.

La besó en la boca. Que sus primeros besos fueran con una chica y que la gustaran tanto la tenían perpleja.

Hizo de tripas corazón y salió por la puerta.

El pueblo era bonito. Ahora que por fin podía verlo le pareció hermoso. Y algo más grande de lo que recordaba. Y algo más habitado también. Tal y como esperaba, los hombres la miraban y las mujeres cuchicheaban.

Recibió unos cuantos piropos groseros de varios jóvenes con los que se cruzó y que dejaban bien claro que tenían una ganas locas de follar con ella.

-¡Voy a pagar a Miguel para poder follarte!

Apretó al paso ante lo que acababa de escuchar. Tenía que hablar con su amo para que no la prostituyese. Pero eso la dejó una duda en la mente, ¿Y lo que estaba haciendo ahora qué era?

Junto a la parada de autobuses recibió una cachetada. Miró. Sólo había un hombre, que se hacía el inocente.

-Sé donde vive tu amo, cariño.

Siguió caminando.

Al fin llegó a su destino, una casa de campo normal y corriente...

-Hola Cerdita, pasa, pasa.

Lo primero que le pidó el viejo fue que se subiera la falda. No, Cerdita no llevaba bragas. Había recorrido todo el camino a zorra pelada. Y los dildos habían hecho un gran trabajo. A cada paso que daba se había ido calentando más y más y ahora estaba ardiendo de la excitación que dominaba su cuerpo.

El viejo encendió los dos vibradores a la vez. Deseaba ver como la cerda se corría en cuanto entrará en su casa.

Sabía que se corría fácil. A él le tocó ser de los últimos cuando hizo de puta en la tasca y en la habitación había un gran olor a vagina que lo inundaba todo. Incluso él la hizo correrse.

Cerdita no tardó mucho en satisfaccer los deseos del viejo. Ya venía caliente y una estimulación tan bruta y tan de repente logró que se corriera casi de forma inmediata.

Para su vergüenza.

Porque sí, Cerdita se moría de la vergüenza por estar en esa casa, con ese viejo, corriendose y no poder evitarlo. O si que podía haberlo evitado porque todo el día anterior la dejaron sola, sin usarla, sin ataduras de ningún tipo... y había decidido quedarse.

El viejo arrancó el juguete sexual de su coño y se lo pusó en la boca.

-Lámelo.

Estaba empapado de sus propios jugos vaginales. No la importó. Sacó la lengua y comenzó a lamer el juguete mientras el viejo sobaba su coño.

Una mano dura, áspera, cayosa, no excesivamente hábil. Una mano que la estaba llenando de placer.

El viejo comenzó a desabrocharla la camisa ante la pasividad de la chica y la quitó la falda dejándola desnuda.

Desnuda otra vez, delante de un hombre. Era algo a lo que poco a poco se estaba empezando a acostumbrar.

La pinzó y retorció los pezones con las uñas, lo que la calentó aún más.

-Ven, vamos.

La llevaron de la mano a una habitación vacía donde solo había cuatro estacas en el suelo de las que salían unas correas para las manos y los pies formando una gran X.

Cerdita dudo. Ser atada de esa manera implicaba sometimiento absoluto a un hombre al que no deseaba entregarse...

El viejo la agarró del pelo. Sería mayor, pero también era un trabajador del campo de toda la vida y era mucho más fuerte que Cerdita.

Forjecearon y la tiró al suelo. Se quitó el cinto y comenzó a pegarla con él.

-¡Vas a hacer lo que yo te diga, maldita perra!

La dio diez, veinte veces, treinta veces, cruzándola y marcando toda su espalda.

El dolor era terrible.

Ya dueño de la situación, el viejo ató las extremidades de Cerdita con las correas para inmovilizarla.

Se desvistió tirando su ropa por ahí y la violó.

Sexo no consentido. Sexo forzado, no deseado y ante el que no podía oponer ninguna resistencia.

Entraba en ella sin miramientos, con fiereza, una brutalidad que ni si quiera los chuchos habían mostrado.

Lo peor, lo realmente grave, es que su cuerpo lo estaba disfrutando.

Acabó dentro de ella.

-Mi hijo no me deja tocar a Esmeralda, pero me aseguró que contigo puedo hacer lo que me de la real gana.

Echó un tragó de Whisky y se pusó a restregarle el pie por el coño dolorido de Cerdita.

Era humillante ser tocada en una parte tan íntima por una cosa tan sudada y tan sucia. Y sin embargo, la resultaba imposible no reaccionar con gusto ante los toqueos.

-Esto te gusta, ¿eh?

Probó a meterla el dedo gordo, luego un poco más, como si la estuviera follando, y comprobó con placer que Cerdita estaba muy receptiva. Se alejó y fue a por una silla. Echó otro tragó.

Se había decidido a meter completamente su pie dentro de ese soberbio agujero que tenía delante de él. O por lo menos intentarlo.

Siguió frotando el coño de Cerdita hasta que su pie se embarruzno bien de jugos vaginales. Y comenzó a introducirlo.

El coño de Cerdita no estaba ni remotamente preparado para ello, así que suplicó que parasé, que no lo hiciera. Eso al viejo no le importó al viejo. Siguió apretandó y disfrutando como el cuerpo de Cerdita se retorcía ante sus empujones, hasta que finalmente entró, hasta el tobillo.

-Vamos, salen bebés de ahí abajo. No va a entrar un pie. Por cierto, ¿Te has tomado ya las pastillas?

Cerdita no podía creer lo que la estaba pasando, ni lo que tenía dentro de su cuerpo. Un pie entero, sucio y maloliente dentro de su cuerpo (nota de la autora: Aunque si lo piensas bien, las pollas tampoco están mucho mejor XD). Lo peor es que la hacía sentirse llena.

Empezó a moverlo como si se la estuviera follando. Una cosa tan grande y tan basta moviendose en su interior y tocando logró que se corriera en seguida.

Otra vez.

-Vaya, si te gusta. Y eso que no querías.

Empujó para dentro y Cerdita soltó un par de gemidos de placer. Lo mantuvó ahí un ratito.

A continuación se lo llevó a su cara y pelo. Quería restregarselo por la cara, limpiarse en su cabello, metérselo en la la boca. Cerdita no tuvo más remedió que ir accediendo a todas y cada una de la peticiones.

Ahora lo tenía metido en la boca. Una parte de ella quería moderlo. Otra, chuparlo.

Cerró los ojos y comenzó a lamer.

-Estas hecha toda una cerda.

El viejo la escupió en la cara, en el pelo, en la boca. Y la meó. Su cara, su boca, su pelo, su coño, todo su cuerpo regado por su abundante meada de borracho.

La dejó sola con la cabeza echa un lío y los vibradores a máxima potencia.

La habían violado. La había hecho cosas terribles. Y deseaba que la hicieran más cosas aún.

Para cuando regresó el viejo con sus amigotes, había perdido la cuenta de cuantas veces se había corrido. El olor que impregnaba la habitación, una mezcla entre corridas y orina, resultabale insoportable.

La llamó Cerda. Aseguró que si fuera suya la llamaría Cerda pues ese era mucho más apropiado para ella. Los amigotes le rieron la gracia.

Pero a Cerdita no la importaba. No paraba de contarlos y aunque solo eran cinco, eran demasiados y estaba reventada, literalmente reventada. Si todos ellos venían con la idea de follarsela... No, no podía con tantos, era imposible. Estaba más allá de sus fuerzas.

No venían a eso.

Traían consigo un caballo... Querían que se la chupará.

Cerdita casi dio las gracias por no tener que follarse a esa cosa... por ahora.

Así que la liberaron de sus ataduras y se acercó a esa cosa completamente intimidada por la situación. No sabía que era exactamente lo que tenía que hacer y los hombres no estaban ahí para darla instrucción alguna, estaban para reírse de ella.

Empezó a masturbarlo lentamente, pero los hombres no querían ver eso. Así que se agachó y se metió la punta en la boca.

Era enorme, tuvo que abrirla al máximo y aún así no le cabía. Siguió marturbando al caballo hasta que este explotó, llenando toda su boca de semen caliente. Y todo su pecho.

-Rocinante aún puede correrse otra vez. Pero esta vez que sea en el coño.

No sabía muy bien como hacerlo, pero no tardó en encontrar la postura. Se agachó lo justo aún con la polla de Rocinante en la mano, y se la acercó a su coño desde atrás.

Estaba tremendamente mojada, así que meterse la punta y algo más fue hasta cierto punto sencillo. No era la única que estaba excitada. Los hombres sujetaron al caballo para que no la montara.

Se le folló. O al menos sentía en su interior como esa enorme cosa de movía en su interior.

Rocinante no tardó en correrse, una descarga tan grande como la anterior, llenando su coño y sus muslos de lefa.

-Es una auténtica guarra.

-Ya os lo había dicho.

Cerdita se tumbó. Estaba agotada, reventada. El hombre comenzó a masturbar a Rocinante. El tercer disparo de semen cayó directamente sobre su cara y su cabello.

No habían terminado aún con ella. La pusieron encima de una mesa y se sacaron las pollas. Comenzó a masturbar a dos mientras uno se follaba su boca y el último su coño. Y se turnaron de tal forma que todos la probaron por los tres agujeros. Porque también hubo anal.

Solo entonces la dejaron descansar, amarrada en aquella habitación.

No supo cuando, el viejo la despertó. Traía consigo un amarre, sacado de algún sitio de pesadilla, que consistía en pinzas para sus pezones y labios vaginales así como un trozo de cuero para atar sus manos a la espalda. Y un bozal para dejarla muda. Y no la puso nada más

Y la sacó a pasear tirando de ella.

Cerdita tenía que aguantar el paso vivo del anciano. Si se paraba, esas cosas hacían verdadero daño con solo tirar de ellas.

Solo esperaba que alguien los viera, y los detuviera, y al mismo tiempo se moriría de la vergüenza si alguien los veía así.

Estaban saliendo del pueblo, a campo abierto.

El asfalto pronto se convirtió en tierra, una tortura para sus delicados pies.

La estaban conduciendo a un establo. Su coño comenzó a palpitar.

El viejo deseaba verla de nuevo tragar enormes cantidades de lefa, pero esta vez en privado, fuera de ojos indiscretos.

Pero antes de eso, la ató a la barra, se sacó el cinto y comenzó a azotar su culo hasta que su culo pasó de un blanco rosado a un rojo sangrante.

Comenzó a follarsela desde atrás, pues creyó conviente usarla antes que las bestias. El coño de Cerdita estaba hinchado, dolorido y muy sensibilizado debido a las pinzas, así que cada embestida valía por tres.

Trajó el primer caballo. Tras masturbarlo un poco dejó que montara a la hembra. Y que empujara.

Una zoofilia brutal, una verdadera follada (dentro de lo humanamente posible, claro) y no lo que se en los vídeos.

El caballo se corrió a chorro.

Trajó un segundo, y tras quitarla la mordaza, dejó le colocó la polla del caballo en la boca.

Cerdita comenzó a chupar y lamer hasta que el caballo se corrió en su boca, cara y pelo.

Y Cerdita por una vez pensó en ella no como Cerdita, la esclava de Miguel, si no como Cerda, la esclava del hombre ahí presente.

-Creo que ya sabes de que va esto... Siempre que he querido tener una Cerda a mi lado.

La desató y la quitó el bozal.

-Dime, ¿Quién eres?

-Soy Cerda – contestó – su esclava.

-Demuestralo. Demuestrame lo guarra y sumisa que eres.

Lo que deseaba su amo estaba claro para ella. Cerda se arrodillo y se acercó a él a cuatro patas. Sacó la lengua y se pusó a lamerle las botas.

Estaban manchadas de polvo, barro y excrementos.

Para su sorpresa, la dio mucho menos asco del que esperaba.

Agarrada por el pelo y siempre a cuatro patas, la metió dentro del establo. Allí esperaba el perraco más grande que había visto en toda su vida.

-Necesita desfogarse con una buena hembra.

Sin una pizca de duda o vacilación por lo que estaba a punto de hacer, Cerda se acercó al perro y dejó que este le oliera el sexo.

Este, excitadísimo, la montó un par de veces como si fuera una hembra de su misma especie.

Su amo la llevó hasta el interior de una cuadra una vez satisfecha lujuria del perro. Cogió agua y una esponja y comenzó a limpiarla, a asearla, a quitarla de encima los rastros de lefa que inundaban su cuerpo.

Se sacó la polla, agarró la cabeza de su esclava y se la metió en la boca. Comenzó a mear. Quería que Cerda se tragase hasta la última gota que saliera de su polla.

Agarró el látigo de domar que colgaba de la pared.

La apartó el pelo suavemente para dejar su espalda al descubiertó, y soltó el golpe. Fueron cinco golpes que no olvidaría en su vida.

El sexto y séptimo la cruzaron el vientre y los pechos.

El octavo, a una zona mucho más íntima y delicada. Esta vez sí, chilló y gritó de dolor.

Había una última perversión que deseaba hacer con Cerdita. Porque sí, por mucho que ella creyese seguía siendo la esclava de su hijo. Eso no había cambiado. Todo esto había sido orquestado por él, como regalo por su cumpleaños.

Y se lo había pasado de puta madre.

Trajó tres vasos cerrados con gomas que colocó con sumo cuidado en su entrepierna y en sus pechos.

Cerda notó inmediatamente que algo correteaba por su piel, que algo se movía, que algo entraba y salía de ella.

A punto estuvo de darla un infarto cuando su amo destapó el vaso y la mostró su interior.

Eran tres avispas asiaticas en su coño, otras más en sus pechos, unos bichos enormes capaces de acojonar al más valiente de los hombres, correteando por la zona más delicada de su anatomía.

-Veamos cuanto puedes aguantar antes de suplicar que te los quite.

¿Suplicar? ¿Era algún tipo de prueba sádica? ¿No había demostrado ya que era suya completamente?

Miró a esas cosas. Una de ellas se había colado dentro, y las otras reposaban tranquilamente en sus pezones.

No quería moverse. Solo podía, solo podía...

Y una de ellas la picó... En su jodido clítoris. Y las otras dos en su pezones al notar el espasmo de su cuerpo.

El dolor fue indescriptible, pero no iba a suplicar ni a gritar, no quería decepcionar a su amo. Así que dejó que esas cosas recorrieran su piel el tiempo que él quisiera...

La vio mear, entre terribles dolores, ir de vientre en la cuadra e incluso comerse su propia mierda delante de él.

Y vio su cara de disgustó cuando la explicó con todo lujo de detalles su situación.

-¿Entonces...?

-Eras mi regalo de cumpleaños. Puedes volver con mi hijo. O no, lo que quieras.

-¿Y no puedo quedarme contigo...?

Lo decía de corazón.

-Eres una esclava. Y no tengo dinero para comprarte.

Cerdita recogió sus cosas y se apañó con el traje que había traído puesto. Volvía a la casa de su amo.

Derrotada, humillada y confusa. Muy confusa debido a los dos días que había pasado con el viejo.

Tenía claro una cosa. No podía volver a su anterior vida... había algo que la retenía aquí.

Esmeralda y su amo estaban en el porche.

-¿Te lo has pasado bien?

-Vete a la mierda.

Abrió la puerta y se fue derecha a su habitación.

-Sube a verla. - Recomendó Esmeralda.

Miguel suspiró y la hizo caso. Cerdita se encontraba tumbada boca abajo en su cama.

-Si deseas ser suya, solo tienes que perdirmelo.

Ella negó con la cabeza.

-Solo me ha tratado así porque sabe que soy tuya – contestó Cerdita.

Su amo se acercó a ella y la empezó a acariciar el pelo.

-También puedes volver si lo deseas...

-En la ciudad no hay caballos. -Respondió sinceramente Cerdita.

El padre de su amo quería usarla durante todo el fin de semana. Solo de pensar en el viejo que había conocido hacía apenas un par de días antes la daban arcadas. Y solo de pensar que debía someterse a él...