miprimita.com

Mi prometida 5

en Sadomaso

Me sentía el puto amo. Tenía derecho a sentirme el puto amo. Que mierda, era el puto amo.

Tenía diez mil pavazos en el bolsillo y la tía más buena del pueblo de mi propiedad para mi uso y disfrute.

Esa mañana tenía su hermoso, desnudo y cálido cuerpo pegado contra el mío. No estábamos haciendo nada sexual, solo estar así.

Y era magnífico.

Nuestra relación hasta ese momento solo había consistido en sexo, sexo y más sexo, y ahora por fin parecíamos algo más.

-Hora de despertar, tortolitos.

-Jo, mamá.

-Te quiero fuera de la cama y desayunando. Y en cuanto a Elena...

-Ahora me visto, señora. - Mencionó.

-Asegurate de dejar bien limpios los retretes.

Porque ahora Elena llevaba unos días en los que hacía más o menos vida normal. Con el dinero que me había Javi había hecho dos cosas, apostarlo y comprar un uniforme de sirvienta a Elena.

Y gané en las dos cosas.

La primera vez que mis padres y mis hermanos vieron salir a Elena con el uniforme de criada puesto, fliparon. En colores. Como si estuvieran hasta el culo de ácido o se hubieran fumado toda la maría del huerto. No porque fuera porno o erótico. No había comprado un disfraz de ningún sex shop. Había comprado un uniforme real para una casa decente. Solo que jamás en su vida pensaron que se lo iba a poner.

Tal y como nos aseguró su padre, sabía deselvolverse muy bien en la casa.

Así que ahora era nuestra criada por el día y mi puta personal por la noche.

El juego por supuesto, consistió en que yo sería el señorito, el hijo del amo, y ella, el juguete que mi padre me había regalado.

Verla en mi habitación, con su uniforme blando y negro puesto, sus tacones, sus medias, tras terminar la faneas del hogar, me volvía loco.

-Me han ordenado que venga a verle.

-¿Y sabes por qué estás aquí?

Elena asintió con la cabeza.

-Eres la que más buena está de todo el servicio. Así que haces lo que se te dice o...

Tardaba un ratito en asentir de nuevo, en asegurarme que haría lo que le dijese. Era parte de su papel y lo hacía muy bien.

Yo por mi parte, me levantaba de la calma y tras pasar mi mano por su cintura la llevaba hasta la cama.

Pero no la quería para follarmela.

La coloqué en una posición de total sumisión, con el pecho pegado a la cama, las rodillas clavadas en el colchón, el culo bien alto y las piernas abiertas.

Luego la amordazaba, ataba sus manos en la espalda y sus tobillos en las patas de la cama.

No es que creyerá que se fuera a mover, toda la preparación, los preambulos, eran parte del juego.

Luego la quitaba los zapatos, levantaba su falda y la bajaba sus bragas dejando su coño y su culo expuestos para mis caprichos.

Tal y como me había dicho Javi ( y recordar que este tío es un mero vendedor de tickets en una piscina pública, no tiene porque ser verdad) una mujer no se te entrega de verdad hasta que no te deja jugar con lo más íntimo.

Y Elena me dejaba.

Hacía unas tres noches había descubierto que pinzando los pezones estos se volvían muy sensibles. No pude probar con los labios vaginales, pero de esa noche no pasaba.

Sí, la pincé de nuevo el clítoris y los labios vaginales internos.

-Aguanta el dolor – Mencione al tiempo que le daba una cachetada en el culo.

A continuación, la agarré por las caderas y comencé a darla por culo.

El sexo anal empezaba a gustarme, pero no era que me estuviera volviendo homosexual ni nada de eso. No. No podía imaginarme hacer esto con ninguno de mis amigos. Entre otras cosas, porque no tenía en largo pelo de mi sumisa.

Sí, agarrarla y tirar fuertemente de su cabello también se volvió una práctica habitual para mi.

Empecé a bombear más y más rápido para que esas pinzas que tenía en su zona más sensible y que tanto daño la estaban haciendo, se movieran al ritmo que imponía.

Bombardeaba su cerebro de placer y dolor al mismo tiempo.

Para correrme, decidí acercar la punta de la polla a su carita y estallar. Elena no tenía permitido cerrar los ojos, como las actrices porno de verdad. Esa noche descubrí que qué te entre semen en el ojo escuece, y mucho.

A continuación, le rebocé la polla recién corrida por su cara y su pelo. Observando como me miraba adivinaba que tenía ganas de comérmela.

-Aún no, pequeña.

Porque era tiempo de jugar con su coño y...

-Hijo, ¿Pero qué estás haciéndo?

-Mamá, por favor, la puerta. ¿Os molesto yo cuándo papá y tú estáis en vuestras cosas?

Pero mamá no me hizo ni puñetero caso. Le quitó la mordaza a elena y preguntó...

-¿Estás bien?

-Mejor que nunca, señora.

-¿Nos dejas ahora solos, por favor?

Bien, por donde iba, así. Tras volver a almordazarla, me dirigí a jugar con su coño.

Tenía los labios hinchados y enrojecidos debidos a la presión ejercida en ellos. Tampoco su clítoris presentaba mejor aspecto.

Me dediqué a sobarlos y golpearlos, sin la más mínima delicadeza, disfrutando como mi sumisa se retorcía de placer y de dolor, tirando fuertemente de su pelo...

Había decidido por fin que era el gran día, el día en el que iba a presumir de ella ante mis colegas en la cueva. Así llamámamos al garaje donde quedábamos para jugar videojuegos, ver porno y hablar de chicas, o intentarlo.

Caminar a su lado seguía siendo una tortura. Elena iba con zapatillas, pantalón vaquero corto y una simple camiseta. Pero estaba demasiado buena.

Y encima deseaba que la agarrase de la mano, como si fueramos novios.

Era lo más duro que había hecho en toda mi puñetera vida. Todo el mundo nos miraba.

Y encima ella iba tan contenta todo el camino, feliz de la vida.

Nos cruzamos por el camino con un grupo de chicas del instituto a las que apenas saludo. Apenas pude oír como la estaban poniendo...

Tal y como estaba previstó, llegamos los primeros a la cueva.

Ninguno de los dos podría hacer nada con Elena tal y como estaba. No, habría que prepararla para que la perdieran el respeto.

Lo primero fue desnudarla. Luego atarla las manos a la espalda, vendarla y privarla del sentido del oído, así como colocarle una mordaza deltal que mantenía su boca abierta. De esa forma me era más fácil meter la polla o derramar cualquier cosa en su boca.

Tocaba pinzarla en todos y cada uno de sus puntos erógenos, uno a uno. La coloqué un collar y la obligué a esperar de rodillas el tiempo que hiciera falta.

Mis colegas llegaron dos horas más tarde, como estaba previsto.

-Dios, es...

-Sí, la chica de nuestros sueños echa una cerda.

-¿Cómo?

-Es una historia muy larga. Muy bien tíos, como veis ni puede veros ni puede oíros. Si os vais, no pasa nada.

-¿Sabe qué estamos aquí?

-No.

Era cierto, Elena no tenía ni idea de que pensaba compartirla con los colegas. Ella sólo estaba esperando a que su amo jugará con ella como la buena perra sumisa que era.

Para darles confianza, sostuve los magníficos pechos de mi cerda con ambas manos.

Elena pensó que ya había comenzado el juego y se pusó cariñosa conmigo, acariciando su cabeza en mi pierna

-¿Veis? La encanta – Aseguré mientras se los magreaba y se los sobaba.

-¿Y qué hace? -Me preguntaron mientras se acercaban tímidamente a nosotros.

-De todo.

Para demostrarlo la tiré del pelo fuertemente y pusé su cabeza boca arriba. Metí la polla y me pusé a mear.

Mis dos colegas no podían creer lo que estaban viendo, pero tampoco podían apartar la vista. La tía más buena del pueblo convertida en mi retrete particular.

Tras tragarse mi meada enterita, me situé detrás de ella y la agarré suavemente por los hombros.

A estás alturas mis dos colegas la habían perdido todo respeto y acercaron sus manos a sus pechos. Quería sobarlos.

Elena, que debía notar como cuatro manos extrañas tocándola, se pusó nerviosa e intranquila. Era de suponer. No sabía quien la había visto

-Tranquila – dije acariciandola la piel suavemente – Todo esta bien.

-¿Podemos quitrla estas cosas? - se refería a las pinzas.

-¿Y jugar con su coño?

-Claro. Vamos a hacer un trio con ella.

La colocamos encima de la mesa. Lo que mis colegas, quinceañeros y vírgenes, querían hacer con ella era bastante básico, pero ninguna mujer decente se lo permitiría.

Querían tocarla, sobarla los muslos, el coño, el pecho, meterla dedos aquí y allá, comarla el coño...

Me resultó muy extraño que su primera comida de coño viniera de un extraño, pero en fin, era lo que mi amigo y colega deseaba, y lo hizo.

A todo esto, Elena se corría como una loca. Estaba muy sensibilizada debido a la larga espera de tortura que había aguantado, y aunque eran manos torpes e inexpertas, le sabía a gloria bendita.

Para entedernos, el agujero apestaba a coño.

Llegó la hora de la doble penetración.

Tras poner su cabeza colgando y repartirse sus dos agujeros, comenzaron a bombear como locos. La pobre Elena hacía lo que podía para intentar satisfacer a los dos machos que la estaban penetrando.

Uno de ellos, se colocó las piernas de Elena encima de los hombros para poder darla mejor. O darla por culo, que era lo que estaba haciendo.

-Venga ya, eso no vale.

-Calla, tú tienes la boca.

-Hay boca, coño y culo para todos.

-¿Y podemos usarla cuando nos plazca?

-Sois mis colegas y ella solo una cerda. - Y de algún modo se lo debía a ellos.

Cuando nos sentimos satisfechos, tras descargar todo el semen que teníamos en sus diferentes agujeros, quité a Elena las orejeras y la venda que llevaba.

Allí, en el pequeño retrete que teníamos para nosotros, de rodillas en el suelo y en posición de sumisión, le expliqué lo que había.

Manuel y Carlos se convertían en sus amos, y por tanto, tenían derecho sobre ella cuando quisieran y como quisieran, siempre y cuando no la estuviera usando yo.

-Y ahora, mearla.

Elena entendió que no se íban a mear sobre ella, sino dentro de ella. Pero tampoco les dio pistas.

La situación, el ambiente, hizo que Manuel diera un paso al frente, se sacará la polla y comenzará a orinarse sobre ella. La mayor parte la derramó sobre el cuerpo de Elena.

-Te toca.

Carlos fue más listo, o era más guarro, y la ordenó abrir la boca. Pero no se meo dentro, lo hizo sobre su cuerpo.

-Lame el Charco

Ambos vieron como una Elena totalmente sumisa a las órdenes de su amo bajaba la cabeza, sacaba la lengua y comenzaba a lamer el gran charco de pis que se había formado en torno a ella. Yo aproveché para mearme sobre su cabeza.

-Corre a tu casa y trae una esponja. No puedo llevarla apestando así a casa.

Era noche cerrada de finales de verano cuando Elena terminó de limpiarse y apañarse. Pero no regresabamos a casa. Aún no

A mi me quedaban fuerzas aún para un último polvo. Un polvo donde follaban las parejas.

Y con nuestras manos entrelazadas la llevaba al picadero, donde iba poseerla a la luz de la luna hasta que me aguantaran las fuerzas...

Capítulo dedicado a Silvia.