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El secuestro de la señorita I

en Sadomaso

No podía ver ni oír nada, solo sentir. Y lo que sentía no era en absoluto agradable. Mientras se le iba despejando la cabeza, pudo comprobar que estaba inmovilizada de pies y manos.

También tenía unas ganas terribles de orinar, pero supuso que los hombres que la habían secuestrado ni se les pasaba por la cabeza que una chica rica y con clase meara como todos los demás.

Este pensamiento la sacó una sonrisa, pero el golpe debido al bachetazo que cogió la furgoneta se la borró del rostro. Solo había una posibilidad para algo así, y es que sus secuestradores estaban dirigiéndose al campo.

Tardaron lo que le pareció una eternidad en detenerse y sin aminorar la marcha en ningún momento. Solo esperaba que el ser tratada como un saco de patatas no la dejara cardenales.

Al fin se detuvieron y pudo sentir el aire fresco y el sol en sus piernas desnudas debido a la falda corta que llevaba puesta. Estaba muy orgullosa de ellas. Los chicos (y hombres y abuelos...) de su barrio se las miraban con picardía desde hacía unos años, pero esto era muy diferente, pues no tenía ni idea de que estaban mirando ni que estaban hablando.

Y eso la excito como nunca antes en su vida... Si en ese momento se les ocurriera levantar su falda se llevarían una agradable sorpresa.

En vez de eso, lo que hicieron fue ponerla un collar de animal... un collar de perra, se corrigió. Iba a ser la perra de un par de zoquetes porque si algo tenía claro es que su padre no iba a soltar un euro por ella. No es que no la quisiera, simplemente amaba mucho más a su nueva esposa... Y al dinero.

Y la otra alternativa era mucho mejor no pensar en ella... por el momento.

Sintió por primera vez las manos de uno de sus secuestradores. Eran manos duras, callosas y nada amables. Unas manos que ninguna jovencita desearía sentir jamas acariciandola el muslo. Unas manos que solo la transmitían asco. En cualquier otro escenario, gritaría y patalearía... pero resultaba bastante difícil de hacer estando amordazada y atada.

El hombre (o anciano) ganó confianza. Lo que emepezaron siendo unas tímidas caricias terminó siendo un manoseo en toda regla a pesar de las protestas de la chica. Nunca había tenido al alcance de la mano una piel tan fina y delicada y desde luego no iba a dejarla escapar. Ya se encargaría de limpiarla antes de entregársela al padre...

El hombre pasó del muslo a estrujarla con violencia y ninguna delicadeza los pechos. En ese momento se quedó completamente quieta, paralizada. Se sabía a merced de los caprichos del hombre, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de cuanto poder tenían realmente sobre ella.

Fue su primer momento de verdadero pánico.

La quitaron uno a uno los botones de la camisa y la rajaron el sujetador dejando sus hermosos pechos al aire. El hombre se los aplastó con furia, como si no creyerá que le pertenecieran.

Pero eran suyas y lo fue entendiendo poco a poco.

Con los pulgares pudo comprobar que la muy guarra tenía los pezones duros como piedras, listos y preparados para poder jugar con ellos y comprobó de primera mano que tal y como se imaginaba tenía la entrepierna chorreando, seguramente en contra de su débil voluntad.

Ese primer contacto de la mano de un hombre en su zona más íntima la encendió. Lo sintió como una sacudida eléctrica que recorría todo su cuerpo. Ya la habían advertido algunas de sus amigas más avanzadas que seguramente esa era la mejor parte de la primera vez... El resto era incomodidad y sobretodo, muy doloroso.

Tras despojarla de sus braguitas y levantarla su falda, dejaron de tocarla.

¿La estaban mirando? ¿Observando? ¿Fotografiando? Encogió las piernas lo que pudo para tratar de taparse el pubis y el tubo de goma acarició su piel por primera vez.

Se la saltaron las lágrimas. Nunca en su vida había sentido un dolor semejante. Por un momento parecía que la estaban quemando viva.

El segundo gole no se hizo esperar demasiado y la perra creó entender lo que su amo deseaba: Estiró las piernas y le dejó comtemplar su coño completamente depilado.

Un tercer latigazo, más fuerte que los anteriores, la mostró que eso no era todo.

Apoyo su espalda contra el suelo de la furgoneta y abrió las piernas todo lo que pudo.

Quería que la usaran, que se la follaran, que la violaran... la daba exactamente igual con tal de que los golpes cesaran.

Estaba preparada para todo menos para el inmenso dolor que de repente llenó todo su cuerpo.

Cerró las piernas con fuerza y se encogió como un ovillo.

Todo su cuerpo se preparó para sufrir la ira del hijo de la gran puta que estaba jugando con ella, pero lo que recibió fue una caricia... y un tirón del pelo. Una tranquilizadora y placentera caricia en su muslo y un tirón fuerte y salvaje en su cabello.

Tuvo que aflojar las piernas para que la mano subiera tranquilamente por su pierna hasta alcanzar su coño, y aún así, lo único que logró fue que el desalmado tirara con más fuerza mientras la tocó el coño.

A pesar de sus esfuerzos por negarlo, se estremeció de placer.

La muy perra se estaba derritiendo con cada toque, con cada caricia a sus labios vaginales. A pesar de que seguramente no quería que la siguieran tocando, había movido las piernas de tal forma que el contacto fuera mucho más fácil.

Fue introduciendo a empujones dos dedos gordos como salchichas el el coño más tierno y apretado que jamás había visto mientras la perra se rertorcía, no sabía bien si de dolor o de placer, y ahí los dejó, quietos e inmóviles mientras su compañero terminaba de hacer lo que fuera que estuviera haciendo.

Esta invasión de su interior más que molestarla, la calmó. Era mucho mejor centrarse en el placer que el dolor. Por eso cuando volvieron a tirar de su pelo y su cuerpo se arqueo como respuesta al dolor, disfrutó como una loca del roce en sus paredes internas.

Dios, estaba deseando que la volvieran a hacer daño...

El amo tiró dos veces más del pelo solo para observar como la perra estaba a punto para moverse por si sola (como si pudiera) para ser follada sus dos dedos. Tiró otra vez, está vez más fuerte, (la mascara que llevaba puesta aseguraba SIEMPRE dolor a la esclava, desde leve, 1, hasta extremo, 10) solo para comprobar con placer como la perra se retorcía entre sus dedos buscando placer desesperadamente. Y solo era el cuatro.

Se preguntó cuanto podría aguantar una señorita como esa antes de correrse...

Empezó con movimientos arrítmicos, sin la menor armonía. Impulsos leves, seguidos de impulsos fuertes y sostenidos, y un impulso realmente criminal pues si hay un 10 está para usarlo y ver cuanto tiempo aguanta.

La chica no comprendía que podía estar haciendo con ella para que la doliera tanto. Las correas que la sujetaban los tobillos y las manos se clavaban en su carne cada vez que se movía pero eso no importaba porque el placer que obtenía de esos dedos gordos pero inmoviles dentro de ella lo compensaba todo.

Cuando llegó el dolor de verdad, hizo lo único que podía hacer. Se dio media vuelta pegando su espalda al suelo de la furgoneta y se abrió de piernas, ofreciéndose completamente.

El hombre no se apiadó de ella y está comenzó a mover sus caderas arriba y abajo lastimosamente. Una cosa si que hizo, y fue cortar las correas que sujetaban sus tobillos.

Cuando la perra se dio cuenta de que estaba libre, mejoro sus puntos de apoyo. Estaba tan desesperada que ni quiera se dio cuenta de que el dolor hacía ya un tiempo que había remitido.

El orgasmo que con tanta urgencia necesitaba, le fue negado. Pero aún así no se movió de su posición.

Dios, era una invitación a que se la follaran salvajemente...

Dios, necesitaba que se la follaran salvajemente...

Notó como la descalzaban, como la quitaban sus tenis y los calcetines. No entendía el porqué, pues no pensaba salir corriendo a ninguna parte. Terminó apoyando su lindo pie desnudo en el sitio en el que la indicaron, que no era otro que un poquito más allá de donde lo tenía antes, pegado a la pared.

El amo la azotó el coño con una furia salvaje, pero está vez la perra no se movió ni en el primero, ni el segundo... ni en el quinto. La única demostración de dolor que se permitió fue cerrar los puños y los dedos de los pies.

Cuando su compañero llegó y vio la escena, ni si quiera necesitó preguntar. Conocía los gustos de su amigo y lo que estaba deseando hacer.

La despojaron de la falda y dejandola únicamente con la camisa puesta, supuso que era porque les resultaba divertido.

Notó el polvo y como se clavaban en su pies las piedras del camino. La estaban guiando (como si fuera a una perra) completamente a oscuras hacía no sabía donde, pero al poco un fuerte olor, pisar paja y los ladridos de una jauría de perros la hizo comprender de donde estaba: En un establo.

Se pararon en lo que sería su ¿Prisión? ¿Perrera? ¿Pocilga? y tras atarla a un poste, la quitaron la mascara por fin y la liberaron las manos

Sus raptores (no eran dos, eran tres) llevaban máscaras. Se sintió totalmente humillada y avergonzada al saberse desnuda delante de ellos y se colocó la camisa lo mejor que pudo... No la cubría el coño y no se atrevió a tapárselo con las manos.

-Serás nuestra invitada hasta que tu padre pague el rescate. Aquí comeras, mearas... y no temas, el degenerado de aquí no volverá a tocarte.

No preguntó que ocurriría si su padre no pagaba, pues se hacía a una idea.

Cuando la dejaron sola intentó orinar y solo en ese momento se dio cuenta de que en realidad se había meado encima hacía mucho tiempo.