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Mi prometida 3

en Dominación

Tal y como había predicho mi madre, Elena sólo salió de casa tras mucho insistir en ello. La llevaba a la piscina, a nadar un poco y a otras cosas, para que engañarnos.

Se había puesto muy guapa, muy veraniega. Camiseta, pantalón corto, zapatillas.

Y yo iba muerto de la vergüenza.

Elena era toda una mujer. Y La mujer más guapa del insti y del pueblo, seguramente.

Y yo era un chaval que apenas se tenía que afeitar.

Y aún y con todo, era yo el que se la follaba cuatro o cinco veces al día.

Para mi suerte, apenas nos encontramos con nadie durante el camino. Era lo esperable, dadas las horas del día y las fechas en las que estábamos.

-Quiero que me la comas en el vestuario masculino.

Elena no dijo nada, así que no tenía ni la menor idea de si me iba hacer caso o no. Aunque literalmente iba a convertirse en mi esposa, en la madre de mi hijo, en mi perra, no lograba entender que pasaba por esa cabeza.

El recepcionista nos conocía de sobra a los dos, y se sorprendió bastante cuando nos vio a los dos juntos.

-Buenas, una entrada para adultos y otra para menores.

-¿Está trabajando de niñera?

-Algo así – respondí mientras pagaba.

Nos fuímos cada por nuestro lado, y la esperé en el vestuario con el corazón saliéndome del pecho. El plan era que viniera en cuanto saliera de su propio vestuario. Para mi alivió, no tardé mucho en escuchar unos pequeños golpes en la puerta.

Ni si quiera se había cambiado aún de ropa y ya estaba conmigo de nuevo. Mi familia ya nos había pillado varías veces teniendo sexo en nuestra habitación, pero está vez era distinto. Cualquier hombre nos podía pillar.

Eso incrementaba mi excitación. Eso y el entorno tan sordido que es el vestuario masculino de cualquier piscina pública.

Siguiendo mis instrucciones, Elena se arrodilló allí mismo, en mitad de la sala, con la boca abierta dispuesta a recibir polla.

Yo me tomé mi tiempo ahora que sabía que ella estaba dispuesta a seguirme el juego. Me senté y me quité los zapatos, la camiseta, los pantalones, los calzoncillos... Mientras Elena me esperaba ansiosa donde la había dejado tirada.

Habíamos intercambiado papeles. Si antes el nervioso y ansioso era yo, ahora era ella.

-Qué perra estás hecha.

Como de costumbre, Elena no dijo nada. Se limitó a mantener la boca abierta esperando impaciente a que mi polla entrara en ella.

-Desnúdate. Estamos en un vestuario después de todo.

Ni la hizo ni puta gracia mi ordén. Su gesto ya lo decía todo.

-Voy a ser tu marido – proseguí. – Si quiero que te desnudes, tú te desnudas. Si quiero que comas la polla de mis amigos, tu se la comes. Si quiero que te tires a mis hermanos, bueno, ya te los estás tirando. Si quieres que te folles a mi perro...

-Yo me lo follo...

Se levantó sin decir nada más. Creo que estaba más apenada que otra cosa, pero también decidida. Se quitó la camiseta y los pantalones. También las zapatillas quedándose con el bikini que traía puesto de casa. Se quitó la prenda superior y, tras un momento de duda y una ojeada furtiva a la puerta, por fin se desprendió de la parte inferior.

Desnuda en el vestuario masculino.

-Ven a mi, a cuatro patas, como la perra que eres.

Se arrodilló despacio y comenzó moverse. Al fin metí mi polla en su boca y empezó la mejor mamada que me había hecho hasta entonces.

Cuando noté que estaba a punto de correrme, le indiqué que se detuviera.

Me corrí en su cara.

En el porno los actores siempre terminan en la cara de las chicas, y corre el rumor de que los jóvenes todo lo que sabemos sobre sexo lo hemos aprendido viendo porno. Mis amigos y yo nos inventamos un chiste cojonudo al respecto.

Esto es un matrimonio que va al ginecóloco porque no logran tener hijos y el ginecóloco tras examinar a ambos y encontrarlos sanos, le pide al marido que deje de correrse en la cara de su esposa y lo haga en su agujero.

Unos meses más tarde vuelve el mismo matrimonio.

-Seguimos teniendo problemas, doctor. Ahora me corró todas las noches en su boca pero sigue sin quedarse embarazada. ¿Qué hago mal?

En mi caso tenía que ver con la posesión. Ahora la carita de Elena estaba literalmente bañada en mi semen, y solo mío.

Teníamos un espejo para nosotros solos. Quería, deseaba que se viera tal y como estaba y tal y como era.

Elena me siguió a cuatro patas y no se levantó del suelo hasta que se lo ordené.

Si, se vio a si misma con su carita de ángel bañada en semen, mi semen, y totalmente desnuda en un vestuario público masculino.

-Puedes tocarte si quieres, sé que lo estás deseando.

Ella no se movió.

-Si quiero que te toques, tu te tocas.

Fui yo mismo el que llevó su mano a su entrepierna. Quería que se tocara ella misma, romper ese tabú que su padre la había impuesto.

No lo logré.

Así que posé sus manos en la encimera del lavabo y comencé a darla por culo con toda la brutalidad de la que era capaz.

No era una recompensa, era un castigo por desobediencia. Eran penetraciones duras, secas, brutales y profundas a un culito que apenas había sido estrenado. Además acompañé el castigo con salvajes tirones del pelo y cachetadas a su culo.

Y todo esto mientras se veía en el espejo porque no la permití cerrar los ojos.

Está vez no disfrutó.

Tras llenarle el culo de lefa, le arrojé el bikini y las zapatillas. Habíamos acabado.

Ella recogió sus cosas y ocurrió lo que tenía que ocurrir, el taquillero entró al vestuario y se la encontró desnuda y con la carita llena de mi lefa.

-Vaya, si interumpó...

-Hemos acabado. - Mencioné mientras me vestía.

Él cerró la puerta tras de si.

-¿Qué clase de relación tienes con ella?

-Bueno, esto, yo... -No sabía que decir.

El taquillero se acercaba cada vez más a Elena. La estaba devorando con los ojos.

-¿Es algún tipo de relación de amo y esclava?

-Eso creo, sí. - Terminé dicendo

-Y cuánto me pides por echarla un polvo.

El taquillero ya estaba delante de ella, intimidándola.

-Pues, esto... -Yo que mierda sabía.- Mil euros. -Dijé por decir algo.

-Hecho. Llevo deseando tirármela desde que era una cría. - mencionó mientras la acariciaba el pelo.

-Bien, pues... trato hecho.

No sentía ninguna gana de que un viejo verde se la tirara, pero mil euros a los catorce años es un pastón. Tras vestirnos y sin dejar que Elena se vistiera o se limpiara la carita llena de semen, nos dirijimos al bar.

Mil eurazos en billetes de 100 sacados de la caja.

En la trastienda tenía un viejo cochón donde en fin, Elena se tumbó y el viejo verde dio rienda suelta a años de pajas y de deseos.

Y mientras mi perra gemía, yo me tomaba una Coca-Cola y contaba el dinero pensando donde me lo iba a gastar.