miprimita.com

La aprendiz de perra sumisa (8)

en Sadomaso

-Lo que le estoy proponiendo es muy simple en realidad. Deseamos que convierta a esta preciosidad en un despojo humano, que la quiebre y la doblegue hasta que no quede nada de ella.

Carlos ni si quiera se molestó en examinar la foto que le mostraban. En cambió, se encendió un cigarrillo.

-Su recompensa cuando lo logre consistirá en una generosa parte de su herencia, así como una complaciente esclava.

-¿Y qué tienen previstó para que me acerque a ella?

-Desea ser amazona ya que la apasionan los caballos. – Comentó el hombre. – Está buscando a un maestro, a un instructor. En mi humilde opinión, es una perdida completa de tiempo y de dinero, ya que la chica no tiene talento para ello.

-Así que el plan – continuo la mujer – es hacerle pasar por un instructor y a partir de ahí, puede trabajarsela en paz.

-No sé una puta mierda sobre equitación.

-No, pero sí que sabe domar mujeres.

Carlos pensó en Esmeralda y en Marta, por suerte este par de capullos no las conocían.

-De acuerdo - dijó al fin. - Quiero el 25% de todo.

-Eso es...

-Me parece justo. – Aseguró la mujer cortando a su marido.

Esta vez sí que cogió la foto. La mujer no mentía, la joven era toda una preciosidad.

Melinda no confiaba para nada en sus tíos. No era tan estúpida para tragarse su adulación, notaba que había gato encerrado, pero aún así el corazón le latía con fuerza. Habían contratado un maestro, un verdadero maestro. Porque eso y no otra cosa es lo que transmitía ese hombre mayor, duro y seco que se encontraba sentado esperándola bajo la sombra mientras apuraba su cigarrillo.

-Bueno, aquí le tienes, tal y como nos pediste.

-Gracias tía.

-Y ahora os dejo solos. Ya me contarás que tal esta tarde.

El hombre ni si quiera la miraba. Eso era raro. Estaba ascomtumbrada a que los hombres se la comieran con los ojos y se había puesto su mejor traje de amazona. Y desde luego no tenía pinta de gay...

-¿Por dónde quedan los establos?

-Sigame, es por aquí.

También era alto y fuerte. Si solo fuera más joven y no un viejo podría... Pero eso eran ilusiones de niña tonta. Sus tíos nunca la permitirían acercarse a ningún hombre joven.

-Monta, quiero ver que tal lo haces.

Melinda escogió a su mejor caballo. Deseaba lucirse delante de su maestro y literalmente lo llevó al límite.

-Bien, bien, ya he visto todo lo que necesitaba ver. Dame la fusta.

Melinda desmontó del mismo. Estaba sudada y razonablemente satisfecha de si misma. Le entregó la fusta...

Y su mejilla ardió. Ardió como nunca. Un golpe tan fuerte que la había hecho perder el equilibrio. El grito de dolor se murió en su garganta

-¿Sabes cuántos golpes de estos ha recibido el pobre animal? Y tú ni si quiera eres capaz de aguantar ni uno.

-¡Se lo contaré a mis tíos!

Le acarició con la fusta en la otra mejilla.

-Levanta.

Y obedeció. Mantenía los ojos llenos de furia. La fusta comenzó a bajar por su cuerpo.

-¿Dónde quieres el siguiente azote? ¿Aquí, en tus pechos, o quizás en un lugar mucho más íntimo y privado?

melinda quería gritar que en ninguna parte, que dejará de tocarla, que le iba a denunciar... nada de eso pasó. Solo dejó que la fusta se posara suavemente en su coño.

-Quítate la mano de la cara, que pareces una niña pequeña a la que acaban de regañar.

Así lo hizo. No lograba entender como era posible que se sintiera avergonzada cuando era a ella a quien habían pegado.

Y la volvió a cruzar la cara. Está vez si que gritó de dolor.

-Te seré sincero, no sirves para esto. Yo en tu lugar cogería mi dinero y me iría a vivir a una playa perdida. Pero si quieres seguir perdiendo el tiempo y el dinero, entonces llámame y nos veremos mañana.

Regresaron de nuevo a la mansión. Melinda llevaba la cara marcada en ambas mejillas y jamás en toda su vida se había sentido tanta vergüenza. Evitó como pudo las miradas indiscretas de los diferentes criados que se encontraba a su paso y se escondió en su habitación

-No quiero verle más, tía. Mira lo que me ha hecho.

Su tía agarró su barbilla. Las marcas se notaban perfectamente a pesar de las horas transcurridas.

-¿Y qué has hecho para merecértelo?

-Nada... Yo... Nada. El me ha pegado.

-Por algo habrá sido. Es un profesor muy reputado.

-¡No he hecho nada!

-¿Y cuántas veces dices que has azotado a Hercules?

No pudo volver a mirarla.

-¿Y qué vas a hacer? -insistió su tía.

Melinda aún no lo sabía.

-Deberías llamarlo...

Y así lo hizo.

Apenas logró dormir y durante todo el día siguiente no salió de su habitación. Se encontró ansiosa hasta el punto de que apenas probó bocado. Había quedado con su maestro a media tarde. Se vistió como el día anterior, con su uniforme de amazona, botas altas, camisa, chaqueta, pantalones... Y disimuló lo mejor posible las marcas que le cruzaban la cara.

En cuanto le vio de nuevo, se sintió intimadada.

-Hoy va a portarse mejor, ¿Verdad Melinda?

-Sí, tía - No supó que más contestar.

Ya a solas con él comprobó que la sensación que la había invadido todo el día se acrecentaba.

El hombre lo primero que hizo fue quitar el pelo para poder verlas claramente.

-¿Aún te duele?

-No.

El hombre asintió.

Le siguió como un corderito al matadero, pero no iban a ningún matadero, ni si quiera iban a la cuadra. No, se dirigían a su habitación.

-¿Recuerdas lo que hiciste ayer?

-Yo... Sí, lo recuerdó – confesó avergonzada.

-Solo recibiste dos azotes. Aún le debes muchos más. Esta vez te los daré en el culo.

Todo el cuerpo de Melinda tembló. Conservaba en la memoria el dolor de sus mejillas y ahora al parecer tendría que volver a soportarlo.

-Dame la fusta.

No, no, no... No quería, no quería, no deseaba hacerlo... No quería hacerlo...

-La fusta, por favor.

Cerró los ojos y alargó el brazo. La fusta fue arrancada suavemente de sus manos. Su maestro la hizo zumbar en el aire un par de veces, lo sufiente para ponerle los pelos como escarpias.

-Ponte en posición, con las manos apoyadas a la mesilla.

Su pie se movió solo. Un paso y luego otro bajo su distraída mirada. Pero terminó llegando y colocó las manos como le habían indicado.

En la Historia de O hay unos sádicos que se dedican a azotar a las sumisas hasta que estás gritan de dolor. A Carlos esa parte siempre le había hecho reir a carcajadas. Marta aguantó sin gritar toda una sesión tremenda de azotes y Esmeralda fue capaz de reventar a él y a su amigo Nicolas y solo lograron sacarla un Ay de compromiso.

Nicolas. Le había contado que ahora tenía una sumisa nueva, una tal Laura, a la que había convertido en una puta callejera y que la estaban induciendo a enamorarse de un chulo negro. El mismo Nicolas al que había visto beberse su propio meado de los zapatos sudados de Esmeralda.

Esta chica no era Esmeralda, ni Marta, más bien era Julia. Aguantaría sin gritar como mucho cuatro o cinco azotes antes de pedir clemencia.

-¿Aún no te has bajado los pantalones? ¿A qué estás esperando, a que lo haga yo?

Con manos temblorosas, Melinda se desabrochó el botón y se quitó los pantalones.

No, esa chica no era Esmeralda.

Carlos terminó de bajarla las bragas, suavemente.

Y descargó el primer azote contra su culo expuesto. Y otro, y otro y otro...

-Basta, basta.... Por favor, no puedo más.

-¿Solo cuatro? - Le dio uno más y Melinda respondió con un fuerte gemido. – Melinda, no me hagas perder más el tiempo.

Le soltó otro más.

-¿De verdad que solo puedes aguantar cuatro tristes azotes sin gritar?

Le soltó otro más.

-¿Me lo estás diciendo en serio?

Le soltó otro más.

-¿Acaso el caballo se quejó cuando no parabas de golpearle?

Le soltó otro más.

-Porque yo no le oí quejarse.

Y otro, y otro y otro y otro más...

-Ya basta, por favor, ya basta...

Doce, nada mal. Le soltó uno más y Melinda estuvo a nada de gritar con todas sus fuerzas. Era el momento de detenerse.

-Bien pequeña. Hagamos que nuestro tiempo juntos merezca la pena.

Carlos se sentó en su cama y se sacó la polla.

-¿La has chupado alguna vez?

Melinda aún se estaba recuperando del castigo que había sufrido su cuerpo, pero miraba la polla hipnotizada.

-¿Te gusta, eh?

Apartó la mirada.

-No, no. No te hagas la ofendida. Mírala, para eso me la he sacado. Mírala y ven aquí.

No podía quitar la vista de esa cosa. Estaba tan hipnotizada que se había olvidado del dolor y de que ni si quiera llevaba nada debajo de la cintura, salvo las botas.

-Vamos, se una buena chica. Arrodíllate y métetela en la boca.

-Nunca he chupado una polla-. Se atrevió a confesar con toda la vergüenza del mundo.

-Es fácil, solo tienes que ensalibarla, lamerla y chuparla, como si fuera un caramelo. Y por cierto, para el próximo día, ese coño, depílatelo.

Se murió de la vergüenza. Y aún así se arrodilló y comenzó a lamer ese falo duro y gordo que tenía delante de ella.

Y esa misma noche pensaba depilarse...