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La tutora (3)

en Sadomaso

-Es de verdad una esclava extraordinaria. Son muy pocas las que las que logran aguantar el dolor sin desmayarse.

-Entonces, ¿ya esta?

-Ya esta. Ten mucho cuidado con esto, muchacho, puedes matarla de dolor o hacer que enloquezca de placer.

-Sé lo que me hagó.

El doctor suspiró. ¿Qué tenía? ¿Quince, catorce años? Más no. Y ella una jodida diosa de veinte entrengando el total control de su cuerpo y mente. Había cabrones con mucha suerte en el mundo. Pero no era asunto suyo, hecho su trabajo solo faltaba que le dieran la mitad que le faltaba por cobrar.

-Está embarazada, de tres o cuatro meses. Si te fijas, ya empieza a notarse en ella

-¿Es tuyo?

-Claro, ¿De quién si no? Cerdita creía que lo estaba de otro, pero fue una falsa alarma. Y no pare de follármela hasta que se quedó en estado.

El doctor se preguntó como cojones ese mierda que no levantaba un palmo del suelo había logrado semejante poder sobre semejante criatura celestial.

-¿Qué piensas hacer con el bebé?

-Ya lo tengo vendido, es con lo que he pagado esto. Lo hice porque me excita mucho pensar en pasear a Cerdita como una perra con la tripa colgando o pensar en como se van la van a hinchar las tetas. Pienso mamarlas hasta dejarlas bien secas.

-Bien – dijó el hombre sin saber que más decir.

-¿Está seguro de que desea cobrar en efectivo? Puede cobrarse en especies. No tiene porque reprimirse, Cerdita hace y se deja hacer de todo.

No hacía falta que lo afirmara. Lo que había hecho solo lo hacían esclavas muy sometidas a los deseos más depravados. Por lo general, maduras desesperadas para que su amo las siguiera haciendo caso.

El doctor se acercó a ella. Aún seguía amarrada al potro de tortura, amordazada para impedir que gritará por el dolor causado por la operación a la que acababa de ser sometida y con las piernas en forma de M.

La tocó el coño. La muy perra estaba mojadísima.

-Tengo bocas que alimentar.

-Lo entiendo, pero permítame hacerle una pequeña demostración.

Los dejó solos a los dos en la sala de toruras en la que se había convertido la habitación principal de la casa. Ahora que podía echar un buen vistazo, esas cosas eran caras. Caras y extravagantes.

El chico (por que no tenía edad suficiente para ser considerado un Amo) apareció con una botella de Coca Cola de dos litros.

-Al principio nos costó un huevo meterla el bote de afeitar por el coño y por el culo. Ahora mire.

El doctor vio como esa cosa negra, gorda y enorme se introducía poco a poco en el coño de Cerdita hasta que solo el culo quedaba a la vista.

-Pero no veas las de cosas que la hemos metido por aquí...

Dominada y perdida. ¿Cuántos días llevaba encerrada en casa? No había pasado ni una puta semana desde que se pasaba día y noche follando con el tal José. Lo sabía por que joder, ¿Cuántas veces la habían afeitado el coño? Solo una. De eso si que estaba segura... Y ahora iba camino a comprar un predictor medio desnuda porque su Amo se lo había pedido.

-Si vas a salir, solo zapatos y el abrigo.

Y lo peor es que obedeció sin oponer ninguna resistencia.

No sabía en que se estaba convirtiendo ni la razón que había detrás de todo ello. Ahora mismo lo único que sabía seguro es que no quería ir a una farmacia donde la reconocieran, y eso significaba andar mucho medio desnuda por la calle.

Y no la resultaba especialmente desagradable.

Creía que todos la miraban, que todos los ojos de los hombres estaban puestos en ella porque todos y cada uno de los hombres con los que se cruzaba sabían que estaba desnuda debajo del abrigo.

Y eso la tenía excitadísima.

Se metió en el retrete de un bar para marturbarse.

¿Pero cómo podía haber cambiado tanto y tan deprisa?

-Esta no eres tú, Marta, no eres tú. - mencionó mientras se limpiaba la mano de la corrida con papel higiénico.

Recibió un mensaje al móvil. La pedían que comprara ciertos objetos, verduras con aspecto fálico para ser exactos que ya se imaginaba donde iban a terminar y algo absolutamente bizarro.

Volvió a meterse mano...

La farmacéutica la miró con cara rara y la preguntó que si no deseaba otra cosa.

Volvió despacio a su casa. Aún la quedaba una cosa que hacer.

-Buenas, vengo a comprar ciertas cosas por encargo de mi... amo. - Estaba totalmente avergonzada de reconocerse así misma de esa manera.

El hombre la echó un buena ojeada.

-Déjame echar un vistazo a lo que te han ordenado comprar. Si que te va lo duro ¿Efectivo, tarjeta o especies...?

-¿Qué...?

El hombre la volvió a mirar

-Si vas a pagar en efectivo, con tarjeta o si me la vas a chupar.

Su amo no le había dicho nada. Efectivo no llevaba y la tarjeta...

-¿Deja registro? La tarjeta, quiero decir, ¿Deja registro?

-Es una tienda legal, claro que deja registro.

Marta no se creía lo que estaba a punto de decir...

-La chupo.

-¿Cual es tu nombre de esclava?

-Cerdita.

Marta no podía creerse lo que acababa de decir.

-¿Y te tragas meadas, Cerdita?

-Me las tragó

El hombre, un señor mayor no muy guapo, asintió con la cabeza. La pidió pasar a una sala poco iluminada y mal ventilada.

Allí se quitó el abrigo, se arrodillo y el hombre al que acaba de conocer la meo en la boca.

-Tu amo debe estar orgulloso de ti. Preparare las cosas.

¿Orgullosa de ella? Je, orgullosa de ella.

Se sentó en una esquina a tocarse. A eso se había reducido todo. Y no podía negarse así misma que a pesar del sitio y de lo que acaba de hacer, la encantaba.

Recogió el abrigo tras acabar y salió detrás de él.

-Aquí tienes tu pedido y vuelve pronto.

Sonrió al dependiente y salió sin rumbo intentando poner sus pensamientos en orden.

-Buenas vecina, hace un tiempo que no te veo. ¿Estás bien?

-Estoy bien. - consiguió decir antes de volver a entrar.

Su amo la esperaba sentado, en el salón, con la polla al aire. Sabía de forma instintiva lo que debía hacer. Se quitó el abrigo y comenzó a caminar a cuatro patas hacía él.

Se metió su duro y erecto pene de un bocado y comenzó a chupar la polla de su joven señor.

-Veo que has comprado todo lo que te he pedido.

La colocó una mordaza de bola y su collar de perra.

A continuación cogió unas trampas para ratones y las soltó sobre su duros pezones. Un dolor como nunca antes había sentido inundo todo su cuerpo.

Amo y esclava comenzaron a pasear por la casa mientras esas cosas que llevaba colgando rebotaban y se golpeaban entre si.

Se dirigían al baño.

Su amo había usado el retrete hacía poco y no había tirado de la cadena.

-Con la lengua, Cerdita, con la lengua – indicó mientras le quitaba la mordaza.

Quería gritar, vomitar. Su cabeza y su estómago decían una cosa. Su entrepierna, otra bien distinta.

La guarrada que estaba a punto de hacer, la increíble humillación de verse sometida de esa manera, la simple y llana convicción interna de que debía complacer a su amo podía con ella.

-Pero mírate – dijó tocando su vagina. – Si estás empadita Cerdita...

Metió la cabeza en el retrete...

Dos palos formando una cruz la esperaban después de dar una cuelta por. La ataron las manos y los pies al palo horizontal de tal forma que quedaba complemente expuesta, reducida a poco más que un tronco sin voz, a poco más que un trozo de carne.

Inició el juego manoseando su coño. Sus caricias ya no eran tan torpes como las primeras veces pues había aprendido a base de tocarla, manosearla y sobarla una y otra vez.

¿Cuántas veces habían sido durante la semana?

Las suficientes para que le hubiera saliera un callo en el coño, seguramente más.

Metió toda su mano dentro. No le costó un trabajo excesivo pues no tenía la mano demasiado grande.

-Vas a tener que empezar a realizar ejercicios de fortalecimiento de vagina, Cerdita. No queremos que esta maravilla se convierta en un coñazo.

La tomó una foto.

Más fotos.

Ya había tomado fotos suyas con su polla dentro, con su polla penetrando en su culo, en su boca, con corridas en la cara y pelo. Y todas ellas compartidas.

Recibió su primer azote en el coño. Más fuerte y más duro de lo que esperaba. Y otro, y otro, y otro más...

Cada golpe y cada azote lejos de espantarla hacía crecer en ella la necesidad de otro golpe. Porque cada golpe y cada azote significaba un paso más de sus sometimiento hacía él. Notaba como una yo que llevaba oculta mucho tiempo y que cada vez conocía más íntimamente luchaba por salir.

Se corrió de puro gusto.

-Joder, Cerdita, mira como me has puesto.

La propino un azote brutal y salvaje, con toda su rabia.

-Las perras de verdad solo se corren cuando su amo las da permiso, no antes.

Hasta eso iba a perder.

Su amo pinzó sus labios superiores y ató los cordones que traían las pinzas al travesaño de tal forma que quedaban lo más estirados y tirantes posible.

Encendió una vela y derramó unas gotas de cera caliente sobre su clítoris y labios inferiores.

Cerdita se retorció del dolor y las trampas se movieron provocando un dolor en sus castigados pezones.

A continuación la introdujo la vela en el coño y la dejó gotear.

Era horrible, espantoso. Cada vez que una gota caía sobre ella el dolor se multiplicaba expotencialmente por todo su cuerpo.

Y su amo estaba dispuesto a que lo sufriera en su totalidad, ya que dejó que la vela se consumira.

Una vez acabada, la dio por culo...