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La estrecha (3)

en Sadomaso

Mi trabajó consistía en limpiar, fregar, cocinar, lavar la ropa, hacer las camas... Antes lo hacía la criada, pero desde que deje los estudios, poco a poco fui sustituyéndola y haciéndolo yo misma. Cuando le dije a mi padre que estaba estudiando, lo que en realidad entendió él fue que estaba jugando online...

Aire la habitación y la casa, cambié las sábanas e hice la comida todo ello bajo la atenta mirada de mi nuevo amo...

Mi nuevo amo. ¿Cuántos había tenido? ¿Tres en un día? Me había obligado a trabajar con zapatillas de andar por casa, medias y una camisa lo suficientemente larga para tapar las vergüenzas pero escasa para todo lo demás.

Ni que decir tiene que me moría de la vergüenza. Para empezar porque era el primer hombre que veía mi verdadera cara, tal y como era. Y en segundo lugar porque rogué para que me dejará ponerme al menos una minifalda, pero tras dejarme ponérmela y verme con ella puesta, me la arrancó. Y me colocó de nuevo el bozal y la correa.

A eso hay que añadir que tuve que fregar el suelo de rodillas para que me fuera acostumbrando a mi nueva posición o que no dejó de meterme mano en ningún momento y de azotarme cuando consideraba que no hacía las cosas lo suficientemente deprisa.

Siguió la sesión de fotos. Primero tal y como estaba, luego con la camisa abierta y terminé completamente desnuda otra vez en medio de la cocina. No estoy segura de porque, pero me sentía especialmente sexy, atractiva y guarra. Más tras haberme depilado el coño con la maquinilla de afeitar de mi padre.

Hice lo que me pidió... Me senté en la mesa de la cocina abierta de piernas y coño y comencé a jugar con mis deditos. Lo quería dentro de mi, quería sentirle dentro.

Me detuvó de una hostia.

Comenzó magreandome los pechos...

-Es el primer par que toco... Seguramente te ponga anillas y cuando me canse de ellas haré que te operes.

Me sobó los muslos y me metió un par de dedos en el coño. Fue a buscar a la nevera una zanahoria bien gorda y me la introdujó en el coño... Parecía que tenía una polla roja.

Escribió en mis pechos y estómago “PERRA DE TODOS” con un rotulador imborrable.

Me mostró la foto que me acababa de hacer y se la envió a alguien con el nombre de “mi blanquita”.

Decidió romperme el culo, agarrada por las caderas, usando mantequilla como lubricante, separando las nalgas de mi culo con mis propias manos y puesta encima de la mesa donde comía todos los días.

De todas las situaciones que tuve que soportar ese día, está última fue sin duda la peor de todas. Mi amo no dejaba de empujar hasta metermela entera, para sacarla y volver a metermela a empujones. Tras unas cuantas embestidas dilate lo sufiente para que me entrará de un golpe seco y empezó a follarmelo...

Terminé reventada, dolorida y con la sensación de que había hecho algo que no quería haber hecho.

Cuando observe mi estado en el baño no pude reconocerme. Tenía cardenales y marcas en mi culo, pechos y coño e hilillos de sangre manchando mis muslos. Y esas malditas palabras escritas en mi que no saldrían con un simple baño.

Rompí a llorar en la bañera mientras me restregaba inútilmente...

Mis padres y hermana no tardaron mucho en llegar y me comporté con la más absoluta normalidad, como si todo hubiera sido un sueño. Solo cuando me mire de nuevo en el espejo recordé lo que había pasado durante el día... y lo que tenía que hacer al día siguiente.

Apenas pude dormir a causa de los dolores o de pensar que el vagabundo podría venir a reclamar lo que le pertenecía por derecho. Cuando mis padres se marcharon al fin estaba completamente despierta y deshecha.

Ropa interior negra y una gabardina, era lo único que me era permitido ponerme para ir a la casa de mi amo.

Me coloqué en el asiento de atrás del autobús tratando de escapar de las miradas de todo el mundo. Tres paradas después, un hombre mayor y medio calvo se sentó a mi lado.

Me comio con la mirada. No era la primera vez que un hombre lo hacía, pero si era la primera vez que un hombre me excitaba.

Quería que me metiera mano y pensaba en la idea de entregarme a él en algún motel o en algún retrete. Me resultaba del todo indiferente.

Le incite a ello. Abrí un poco las piernas hasta el punto de apoyarme en él y en seguida note su mano en mi rodilla y subiendo por mi muslo desnudo. No estaba muy segura de lo que estaba haciendo, solo me dejaba llevar.

Él echo una mirada a los botones de la gabardina. Uno a uno los tres botones inferiores fueron cayendo para darle acceso completo. Metió mano completamente a mi coño y se permitió el lujo de clavarme un dedo.

Me acompaño hasta el final de trayecto, sin hacer preguntas ni pedir explicaciones.

-Este barrio no es nada bueno.

Eso era algo que yo ya sabía. Me dejó sola buscando una dirección que aún sabiendo que existía, dudaba mucho de que fuera correcta.

Un anciano con un perro enorme salió a recibirme. Tras echarme un vistazo de arriba abajo, me aseguro que no quería comprarme nada.

-Mi amo me ha mandado aquí – acerté a decir en un susurro.

Él me examinó mientras abría juguetona la parte inferior de mi gabardina enseñando que no había nada salvo unas braguitas mojadas. Me invitó a pasar y a quitarme la gabardina quedándome en ropa interior y mostrándole las letras que tenía pintadas en el cuerpo.

Los tres compañeros se echarón a reir y a mi me dieron ganas de salir corriendo. Como un bofetón de realidad, me di cuenta de que estaba medio desnuda en casa de un desconocido porque otro desconocido me lo había dichó, pero basto que el perro me gruñera una vez para quedarme quieta.

-¿Y cuáles son las condiciones?

No entendí la pregunta, así que no supe que responder.

-Pon las manos a la espalda... Y abre algo las piernas.

Obedecer era la parte más fácil. Me ataron las manos, me colocaron una capucha y cortarón las bragas y el sujetador dejándome desnuda.

Me di cuenta de que no podía ver ni oír nada, solo sentir las seis manos que sobaban mi cuerpo por todas partes.

Pronto empezaron las nalgadas mientras me masturbaban ferozmente. Me corrí en seguida, pero eso no les detuvó. Simplemente lo hicieron más fuerte y cuando volví a correrme tuvieron que sujetarme para no caerme. A la tercera estaba agotada.

Eso no les importo. Dicieron llevarme a otro sitio y solo sabía que el suelo era muy frío.

El juego, por llamarlo de alguna manera, comenzó por atarme de pies y manos con grilletes a un camastro.

Me folló como una bestia. La cosa más grande que nunca había entrado en mi abusó del interior de mi coño como ningún otro hombre lo había hecho antes. Solo note que no me estaba acostando con hombre alguno cuando note la bola y luego chorro de semen dentro de mi.

Sin tiempo para procesarlo, fueron pasando uno detrás de otro.

Me dejarón descansar, o al menos, eso creía. A solas con mis pensamientos, sabiendo lo que me acababan de hacer, sin poder ver ni oír nada, fue completamente imposible.

Me azotaron la vagina con saña. No entendía porque lo estaba haciendo. Solo era dolor por dolor, pero para mi desgracia al final tuve un fuerte orgasmo.

Como si fuera una invitación, note algo frío hurgando dentro de mi hasta que sentí las cosquillas, y luego el dolor del pinchazo en el clitoris.

Cada vez que sentía la aguja clavándose en mi me retorcía de dolor. Prefería los azotes, y como si me leyeran los pensamientos, estos comenzaron de nuevo.

Los recibí gustosa. Necesitaba correrme de nuevo, sentir el placer invadiendo mi cuerpo. Salvó que cuando este llegó, me pincharon de nuevo...

Comenzaron a hacerme suya, a transformar mi cuerpo a su gusto y empezaron por las anillas en el clitoris, en los labios superiores e inferiores y en los pezones.

Ya no tenía ni las ataduras ni las máscara cuando me desperté. Pero tampoco tenía nada que ponerme.

Desnuda como estaba recorrí el pasillo hasta llegar a la puerta. Había tres hombres allí, el anciano, mi amo y el hombre del autobús. Me invitaron a pasar.

-¿Te gusta?

-Ya lo creo.

-Entonces el trato es 100 pavos y me la folló.

-Exactamente.

El hombre del autobús se levantó, me agarró y me llevó de nuevo a la habitación.

No, no te sientes me indicó. Te voy a tomar desde atrás...