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Universitaria japonesa

en Jovencit@s

Mi nombre es Enrique, soy catedrático en la universidad Camilo José Cela de Madrid. Y entre otras materias soy profesor de sociología. La presente es para relatarles un echo bastante abyecto. Se trata del que efectué desvirgamiento de una de mis alumnas. En concreto de una alumna japonesa llamada Aylín. Trataré de hacerles el relato lo más corto posible por lo que tendrá este una forma esquemática. A razón del tipo de relato que se trata, trataré de detallar lo más posible el "dulce" final de este.

Nuestro primer encuentro fue en la misma aula de sociología. Acababa de dar mi discurso inaugural en el primer día de clase de esta materia y ella hizo una pregunta cuando di turno de hacerlas. La ingenuidad de la pregunta ya me reveló lo novata en diferentes aspectos de la vida que era Aylín. Yo se la respondí y sin más argumentos pasé a la pregunta del siguiente alumno, pero retratando esa carita asiática en mi agenda fotográfica mental.

El segundo encuentro fue un poco más notable. Estaba yo en el bar de la facultad, tomándome una infusión en una hora que me quedaba libre de clases. Cuando apareció ella como por arte de magia al lado de la mesa. Me pidió por favor si podía sentarse para hablarme de una cosa y yo diligente se lo di. Al sentarse ella pude contemplar de nuevo esa carita asiática que tenía en mi agenda. Y comprové que no fue simple casualidad la buena impresión que me produjo la primera vez. Me contó unas cuantas cosas con las que me dio una imágen de alma desanparada; veía el curso muy difícil, no tenía a quien acudir a pedir consejo, pero estaba muy ilusionada en este primer año de vida en España que transitaba. Conversamos un largo rato acerca del plan que tenía que adoptar para afrontar la lucha de la universidad. Pero aún así, veía el futuro académico de Aylín un poco crudo. Por esos momentos pasó por mi cabeza el típico consejo que se le da a un alumno de primaria y secundaria, de que le de clases privadas un alumno superior fuera de la escuela. Pero repito que ese tipo de consejo se puede dar a alumnos de primaria y secundaria donde es todo bastante más sencillo comparado con la Uni. Un alumno de universidad solo puede aprender de un auténtico profesor, en la clase de cada día. Pero la veía tan desanparada, tan falta de familia y amigos, que le propuse yo mismo de tomarle clases. Pareció que ella misma estaba esperando este ofrecimiento porque una gran sonrisa invadió su cara al decir yo esto casi de improviso.

Las clases de Aylín no tardaron en comenzar. No tuve relaciones sexuales con ella en las clases por si ello se suponen, sigan leyendo y verán como fue todo. Como digo puse mi catedrático ingenio al servicio de una sola alumna. Por las mañanas cumplía yo mi deber en la universidad, haciendo las clases que me correspondían. Pero tres días a la semana también ejercía de profesor en mi propio estudio personal hogareño. Aylín insistió en pagarme las clases, pero yo me negué argumentando que lo hacía porque quería, y que no se pusiera pesada que dejaría de hacerlo. El curso fue avanzando paso a paso y quien sabe como hubiera ido todo si no nos hubiésemos conocido, pero haciendo ese par de horitas tres días a la semana, la cosa iba de maravilla. Aylín sobresalía claramente entre los alumnos de su mismo grado, y el resto de alumnos le daba fácil explicación a ello; diciendo que "los japones son muy listos". El trancurrir de las clases tenía un ritmo marcado; el martes y el miércoles la instruía en las materias pertinentes, y el viernes la sometía a una especie de control para verificar que la materia introducida se mantenía en su mente.

Así pasaron los meses como es de suponer, durante los cuales nos hicimos Aylín y yo, algo más que profesor y alumna, grandes amigos, intergeneracionales pero grandes amigos. Aylín aprendió de mi no solo materias que están en libros, sino métodos de trabajo, llevar un ritmo de la vida pausado y todo un conjunto de cosas apropiadas a una futura mujer sabia. Respecto a sus relaciones con chicos, la cosa estaba estancada. No tenía novio ni parecía propuesta a tenerlo. Aunque esto no me inquietó mucho pues abandoné hace tiempo el tratar de entender como piensan las mujeres. Sea como sea creé a la mejor alumna de su curso casi en secreto, pues nadie sabía de esas clases privadas a la que asistía. Ocurrieron diversos acontecimientos destacables a lo largo del curso, pero creo que contarlos sería hacer demasiado larga la narración. Pues inmagínense ustedes que un tratar entre dos personas adultas durante casi un año, sirve para practicamente escribir un libro. Voy al grano y os contaré la aguja del pajar que me hace escribir esto.

Los exámenes finales llegarón sin miedo para Aylín. Tanto ella como todos sus compañeros, sabían que sería ella quizá la única que dormiría a pierna suelta la noche anterior a las notas. El día clave de la entrega sería también el último día que la viera, antes de que se fuera al Japón a pasar las vacaciones. Por eso aproveché para proponerle hacer una despedida especial. Le propuse con todo el protocolo, de ir esa misma noche a cenar a un elegante restaurante. Y en resumen, de pasar la velada juntos. Cambiando la costumbre de ella alumna, yo profesor. Ella aceptó encantada y quedamos que la pasaría a recoger por su piso.

Yo también estuve encantado de su aceptación. Y a la que llegué a mi casa puse en marcha el plan que ya tenía preparado desde hacía tiempo. Llamé a un servicio de limusines del que me había informado y contraté su servicio para darle a Aylín una de las sorpresas que le tenía preparadas. A las 22h pasé por su humílde morada ya montado en la limusín. La sorpresa que no tuvo esa mañana con sus notas, la tuvo esa noche al ver el lujo con el que me le regalaba. Nada más subir al coche nos ofrecimos ambos un cálido abrazo. No hace falta decir que ella estaba excitadísima, acostumbrada a la pobre vida de estudiante, eso era como un sueño del cuento de Cenicienta. Coversaba muy nerviosa y deprisa, cual si fuera un niño recién descubierto el regalo de los reyes magos al amanecer del día. Yo le conté que iríamos a cenar al mismísimo Zalacain, quizá el restaurante más caro de Madrid. En 10 minutos de real desfile por Madrid con la limusín, llegamos al restaurante. El coche nos dejó a la misma puerta cual si fuéramos los reyes e inmediatamente ocupamos la mesa que tenía reservada.

La cena estuvo a la altura de todo el resto, el restaurante, el coche y la factura! también estuvo a la altura. A lo largo de ella hablamos de trivialidades, como lo bien que se lo había pasado en España, lo fabuloso que le había ido el curso y el montón de amigos y amigas que había echo. Yo escuchaba su discurso como si viera una película ya vista un montón de veces, porque a lo largo de los años he conocido bien cual es el desarrollo de un estudiante en cada uno de sus grados. En acabada la cena y el pago, yo le propuse dar un paseo y subir hasta lo alto de la torre Picasso, uno de los edificios más altos de la ciudad. La limusín nos volvió a recoger en la puerta y nos dejó en la torre. No cabe decir que el panorama observado desde la cumbre era espectacular. Madrid en plena noche observado desde 47 pisos de altura es una visión propia de película de ciencia ficción.

Mientras contemplábamos el espectáculo yo la tenía cogida con cariño de un costado. Íbamos charlando de las mismas trivialidades de; ahí está tu casa y; ahí está mi estudio. Mientras nuestra compañía se iba haciendo a cada momento más íntima. En un momento dado nuestras miradas se cruzaron y ya no se pudieron separar. Nos miramos un rato y no podríamos haber retirado las miradas ni queriendo. En ese largo rato y a través de la mirada yo iba entrando en ella y ella iba entrando en mi, hasta que nos unimos.

El beso fue de lo más apasionado y visceral que conozco. Y las caricias le siguieron la talla. Gracias claro a que estábamos solos en el mirador, pues menudo escándalo hubiéramos provocado sinó. Puse freno en el momento adecuado y charlé con ella de qué le parecería ir a un hotel cercano donde nadie nos molestaría. Fabulosamente respondió afirmativo sin tan solo dudarlo.

Al llegar al hotel, tuve una pequeña conversación con el responsable como si alquilara una habitación, que de echo ya tenía reservada. Nada más entrar en ella, lanzé las llaves al suelo y nos lanzamos los dos a hacernos lo que no nos habíamos podido hacer en la torre Picasso. Como si necesitara beber de ella, le arranqué la blusa casi de un tirón y mamé de sus pechos como si fueran ellos que me dieran la vida. Inmagínense la situación que debiera estar viviendo ella amada por el segundo padre que había conocido. Sospecho que con tan solo mi comerle los pechos, ya tuvo unos cuantos orgasmos, porque el gemir no paraba de tiritarle. Pasado este primer arrebato fogoso, los dos nos desnudamos decentemente y nos estiramos en la cama a gozar de la suite.

Mientras nos entregamos a un cálido beso con ella tumbada, yo le masturbaba ese pequeño sexo que tienen las asiáticas. Su mano no tardó en replicar y me cogió el ya erecto pene que masturbó con torpeza. Fue en ese momento que se lo pregunté y me dijo que no lo había echo nunca. No tenía miedos que sacarle porque confiaba plenamente en mi, y eso lo simplificó todo. Me puse encima de ella y le inserté el pene con precaución, haciéndole vivir al máximo cada milímetro de su primera penetración. A la que estubo todo dentro, me detuve y conseguí unir el cariño de nuestro beso francés, con la penetración que lentamente adoptó un ritmo. A la que este ritmo ya hubo empezado, ya estaba todo echo, ahora se trataba de gozar.

Y os aseguro que lo gozamos. Hicimos el amor como mínimo tres veces y todas las posiciones que conozco. No le hice sodomía porque creo que eso es una guarrada. Tardó aún unos cuantos días en marchar a Japón, y durante ellos lo hicimos cada día innumerables veces, pues había que aprovecharlos bien. Aylín volvió al año siguiente pero eso ya es otra historia, mi narración acaba aquí.

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