Un hombre se sienta ahora mismo en un banco de una cercana a su casa plaza. Este hombre es; alto, delgado y tiene 30 años. Cosa que lo define no como un tierno chaval que aún no sabe que la gente le puede hacer daño y hacerlo él también, ni tampoco es un enseñorado viejo que deja pasar concesivo los años para mejorar el récord mundial de edad máxima humana. Este hombre es uno al que la vida le ha jugado muy malas pasadas, en ocasiones ha sido la suerte que le ha jugado estas pasadas y en ocasiones ha sido la mala alma de alguna que otra persona que no ha tenido verguenza alguna en aprovecharse de Sombrero, que así se llama el hombre, para únicamente obtener un diminuto privilegio a costa de la destrucción personal, moral, física, humana y mental, de este inocente hombre que se acaba de sentar hace unos instantes en el banco. Este hombre se acaba de sentar en el banco con unas bastante más definidas intenciones que dar de comer a las palomas o contemplar como juegan los niños. Tienen estas intenciones cierta relación con este último entretenimiento nombrado pero para entenderlo harían falta unas pequeñas explicaciones.
El hombre espera, desea que le sonría la suerte que tantas veces no le ha sonreído a lo largo de su vida. Desea que salga a jugar por allí la pupila de sus ojos. Judith, así se llama su pupila. Es esta Judith una niña que conoció hace mucho tiempo, él salía un día de casa y la encontró sola en la plaza jugando con una pelota. Alguna otra vez se había fijado en la chavalita juzgando su calitable diferencia con el resto de criaturas de la plaza. La vio estos días pragmada de una pétrea naturalidad sobresaliente entre la ya enorme naturalidad con que cuentan los menores de 5 años. Todos los niños solían jugar en la plaza cuando a él le daba por salir de casa, y llamábale la magia que impregnaba unos instantáneamente reconocibles gritos que al mirar para asegurarse, era ella, Judith. Conoció su nombre, el de la chica, este día concreto que salió de casa y la encontró sola jugando con la pelota. La pelota, por tropiezos de la suerte o quizá mala suerte que sonreía en ese mismo momento a alguna de las personas, hizo que la pelota rebotara con quién sabe qué duende y fuera a parar a los pies de Sombrero. Sombrero la recogío y vio al instante que no se podía quedar con ella pues la niña de la cual aún no sabía el nombre venía a por ella.
-Judith: eh... hola..
-Sombrero: hola pequeña.
Dijo Sombrero poniéndose de rodillas para poder hablar a la misma altura de la cría.
-Sombrero: ¿cómo te llamas?
-Judith: eu... Judith.. je je.
-Sombrero: aquí tienes tu pelota... hace días que te veo siempre en la plaza al salir de casa.
-Judith: eh.. ¿ah sí?
-Sombrero: sí, eres la más guapa, con diferencia a todas las otras.
Dice Sombrero haciendo eso que recordará por el resto de su vida que fue pellizcarle el moflete a la niña.
-Judith: ah... je je.
La niña no entiende nada de lo que acaba de suceder, simplemente piensa que le han devuelto la pelota y tan sólo sabe sonreír a uno que como joven, muy joven mujer, hombre que le parece guapo. El que le parece guapo hombre no ve viable empezar a ligar con una niña tan pequeña y contarle que se llama.... de una manera que la niña no recordará mañana, ni unos motes que aún no entiende. Es por eso que Sombrero le dice.
-Sombrero: bueno Judith, yo me voy, ya nos veremos otro día... adiós..
La niña apenas sabe que cuando a una le dicen adiós, tiene que responder lo mismo, por lo que continúa sonriendo a ese que le parece tan guapo "niño" que le ha recogido la pelota. Sombrero capta que la niña se ha quedado embrujada, por lo que le concede una afable sonrisa mientras abre la puerta del coche y se mete en él. La niña aún sigue sonriéndole y mirándole cuando se aleja, y quien sabe cuando fue que reaccionó después de desaparecer el coche de Sombrero del campo visual de la niña.
Fue esta la histórica ocasión en que Sombrero conoció el nombre de esa niña tan guapa que creyó en su día que iba a pasar de sus recuerdos como pasó una inoperante bolsa de patatas fritas o una partida del juego del escondite cuando era pequeño. Pero recuerda, y recordará para siempre ese repetido nombre, nombre también de alguna otra amiga no tan joven como ella.
Sombrero, el hombre que sigue aún sentado en el banco de la plaza, sigue también pensando en sus propios recuerdos de Judith. Los siguientes recuerdos con la niña no fueron tan dulces, tiene una particularidad el hombre con que tratamos y es que a veces ve cosas sin verla. Da la casualidad de que Judith es familiar cercana de una chica mayor con la que el hombre tuvo un pequeño coqueteo de más joven. El fracaso de este coqueteo junto a que la familiar cercana en cuestión es tonta, hicieron que dicha joven se formara una mala opinión del varón. Desdechable a cualquier pregunta y por supuesto al admirativo comentario que hizo Judith a su familiar cercana, sobre un chico que le había recogido la pelota en la plaza. Dicha joven advirtió a Judith "¡es malo!". Es por ello que la actitud de la niña cambió como cambia la iluminación de la noche, antes, durante, y después de un trueno.
La siguiente ocasión en que se encontraron fue en las mismas condiciones; salía Sombrero de su casa y se encontró a la niña jugando a pelota en la plaza. Mientras se dirigía a su coche dirigió su mirada a la niña y al ver que esta había reparado en él se acercó a saludarla. La ancha sonrisa con que habíala conocido se había convertido ahora en una cerrada y pequeña boca a la que pocas arrugas faltan para transformarse en unos morritos de enfado.
-Sombrero: hola.. Judith.. ¿qué tal?
-Judith: hola.
-Sombrero: bueno qué pasa, ¿que no me dices nada?
-Judith: ah, hola.
Dice la niña aún ignorando lo fácil que es para un mayor reconocer una actitud distante.
-Sombrero: bueno, yo me voy, adiós.
Ni tan sólo es este adiós respondido porque la niña apenas sabe comportarse de forma cerrada sin que ello llegue a notarse transparéntemente. Sombrero abre la puerta del coche, este Sombrero que en este mismo momento de tiempo real se encuentra sentado en un banco y admirando las palomas a las que da de comer un viejo en el parque, se metió dentro del coche y postpuso los deprimentes pensares del encuentro para cuando se encontrara solo. Cuando se encontró solo sacó todas esas teorías sobre que alguien le había dicho a Judith que ese chico del coche era un hombre malo. Se montó la fórmula científica en que intervinieron átomos de la vieja amiga familiar próxima de Judith, ahora convertida en enemiga. Átomos sobre el conocimiento humano que tiene el hombre, extraídos no de un doctorado en psicología sino de la experiencia y contemplar de la vida misma. Y los enlaces atómicos cruciales que permitiéronle montar la molécula y tuviera esta una estructura atómica estable; no hubo duda, ha sido ella. Pensó Sombrero maldiciendo que una chica tan guapa como era Judith tuviera una familiar cercana tan fea y tonta.
Pasaron los días, los meses, algún que otro año acabó cayendo también. Y Sombrero se encontró alguna que otra vez con la niña que cada vez lo era menos. A Judith se la veía que iba aprendiendo a mantener una actitud distante sin que se le notara mucho, o quizá es que ya no estaba esta tan distante. Alguna que otra vez se saludaron sonriendo los dos, alguna que otra vez intercambiaron 4 palabras y a Judith se la vio que fue ganando en personalidad y perdiendo en ingenuidad. Es aún una niña muy pequeña, pero se la ve una promesa de gran mujer. El deseo de Sombrero volvió a despertar al pensar que quizá la niña no era tan bala perdida y podría tener algún fruto ese olvidado día en que le recogió la pelota. Otro día, ya de noche, se la encontró al salir de casa sentada en un portal de la plaza con una amiga.
-Sombrero: hola Judith.
-Judith: hola, ey.
-Sombrero: qué tal estás, que aburridas os veo aquí sentadas.
La adrenalina de Sombrero tuvo de repente un estallar quizá demasiado substancioso. Él mismo se notó temblar cuando atrevidísimas palabras salieron de su boca. Muy en el fondo supo que no le iba a salir bien, pero no pudo evitar intentarlo.
-Sombrero: esto, ¿os queréis venir a mi casa? Es de construcción antigua y parece un castillo encantado porque es muy grande y es como... como un laberinto. ¿Os queréis venir y os la enseño?
Las dos chavalas, sólo a una de las cuales conocía el nombre, se miraron apoderadas de la duda y apenas se atrevieron a responder. Dejaron que fuese Sombrero quien respondiera.
-Sombrero: ah bueno, también es muy tarde, otro día será. Adiós.
-Judith: adiós.
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Volvamos por tanto al tiempo presente, ese en el que ha empezado la historia en que aún se encuentra sentado Sombrero en el banco de la plaza esperando que le sonría el hada de la fortuna.
-Sombrero: (piensa) tiene que llegar, tiene que llegar.. ¿Si tantas veces me la he encontrado cuando menos me lo esperaba, por qué no tendría que encontrarla ahora cuando más la espero?
Sombrero fija su mirada en el callejal horizonte y empieza a notarse el ojo derecho temblar, señal de que se está poniendo de los nervios y desea abandonar sea lo que sea que esté haciendo. "No daré más tiempo" piensa "si no viene pero ya, me voy". Pero "ya" no viene Judith, por lo que Sombrero se levanta y se va hacia su coche para hacer una programación de la tarde diferente. Sombrero abre la puerta del coche y siguiendo el acto reflejo que lleva acarreado desde hace una hora alarga la vista hasta el final de la calle en que está la plaza. Si no lo ve no lo cree, y aún viéndolo le cuesta creerlo. En el horizonte le parecen ver dos pequeñas figuras, por la perspectiva con que se suelen ver las personas a tal distancia una de las figuras podría ser ella. Sombrero vuelve a cerrar el coche y disimuládamente se vuelve a sentar en su banco. A medida que se acercan las dos figuras van dándole a cada paso más pistas sobre la identidad de ellas, y a cada pista está más seguro Sombrero de que se trata de Judith, con su amiga. Por fin no tiene duda de ello cuando las dos figuras pasan ante él.
-Sombrero: hola Judith.
-Judith: hola.
Judith, peró, sigue caminando hacia el objetivo que tiene marcado al suponer desde hace rato, su casa o la de su amiga. Por lo que pasan ante Sombrero y siguen sus miradas al frente vigilando de no tropezar con ningún árbol. Sombrero la ve que acompaña a su amiga a casa de esta y después de dejarla a entrar en ella, Judith da la vuelta, para ir hacia su propia casa. Sombrero sabe que casa de Judith está en una callejuela que da a la plaza, no tiene que pasar por delante del banco de Sombrero por lo que él la llama.
-Sombrero: ¡Judith!
Judith levanta la mano como saludando una despedida, como diciendo adiós. Sombrero no se conforma con una despedida y la vuelve a llamar, esta vez con un "ven".
-Sombrero: ¡Judith! ven!
Judith duda un instante antes de detenerse pero ante la clavada mirada de Sombrero lo hace al fin.
-Sombrero: ¡ven, ven que te enseñaré una cosa!
Por fin Judith reencamina sus pasos esta vez dirigidos hacia el banco de Sombrero.
-Judith: hola.
-Sombrero: qué, ¿qué haces? ¿tienes un rato?
-Judith: uhmm, sí, ¿por qué?
-Sombrero: por enseñarte... ¿sabes que yo iba al mismo colegio que tú cuando era pequeño?
-Judith: ¿ah sí?
-Sombrero: sí, al colegio de los hermanos. No estudié mucho pero tengo muy buenos recuerdos.
-Judith: pues yo sí que estudío mucho, y soy de las primeras de la clase.
-Sombrero: pues guardo unas cuantas cosas muy bonitos. El diploma del curso final, las fotos de cada año y diversas más. ¿Te gustaría venirlas a ver a mi casa?
-Judith: esto.. pues, ¿será mucho? Es que me esperan en casa.
-Sombrero: no, es un momento, ya verás ven.
Dice Sombrero tomando de la mano a la niña. Ella acepta esa mano que tira de ella hubiéndole otorgado la confianza que una pariente cercana a la cual recién ha catalogado como necia le sonsacó. No cree hoy día en los zafios consejos de la vieja amiga pues le han fallado estos en diversas ocasiones. Al que un día le pintarón como bruto, violador y vete a saber cuantas cosas más, ha perdido tan demigrantes atributos para convertirse en una persona a la cual si no conoces no conocerás nunca. Sombrero y Judith se meten en la casa de él y tras subir unos escalones llegan a la puerta adecuada.
-Sombrero: es esta.
Dice Sombrero abriéndola con su llave. Entran dentro y Judith se queda espectante en medio del salón principal mientras Sombrero busca las cosas que tiene que buscar.
-Sombrero: aquí está, mira.
Dice el chaval enseñándole un viejo galardón.
-Sombrero: uno como este nos dieron a todos al último curso. No representa un valioso trofeo porque tanto se lo dieron al más estudioso como al peor, pero sí que significa un triunfo porque representa ello haber soportado el colegio durante los ocho años reglamentarios en aquel entonces.
-Judith: oh, qué bonito.
-Sombrero: y mira, aquí tengo el graduado escolar.
Dice Sombrero enseñándole a Judith una impresa cartulina con el título de rigor.
-Sombrero: esto sí que tiene mérito porque este no se lo dieron a todos. No fui, como te he dicho, un estudiante modélico, pero lo suficiente para sacarme el maldito graduado y olvidarme para siempre del maldito colegio.
-Judith: pues a mi me gusta el colegio.
-Sombrero: a ti sí, pero no compares a mi contigo. Yo tengo otros ansiares en la vida que sacarme una carrera universitaria, por eso estudiar no se me daba bien, porque no quería.
-Judith: ya... ¿tienes fotos de ti de pequeño me has dicho?
-Sombrero: espera que las busque.. a ver..
-Sombrero: aquí, aquí está el álbum de fotos. Las ocho de cada año con la clase entera y alguna otra. Mira, mira esta, y esta.
Dice Sombrero ir pasándole páginas a la hermosa niña. A Sombrero le tiembla la voz, la mano y el mismo corazón, viéndose en su casa solo con esa en que tanto ha soñado chavala. De vez en cuando se le escapa alguna palabra truncada y le fallan las temblequeantes manos girando página y página de foto. Pero afortunádamente Sombrero no sufre del corazón por lo que no le da un infarto.
-Sombrero: mira, este soy yo con... ¿cuantos años dirías?
-Judith: ¿este eres tú? pero si aquí eres rubio.
-Sombrero: sí, en la foto sí. A muchos nos pasa que de pequeños hemos sido rubios y de grandes hemos oscurecido. Quizás a ti también te pasó. Pídele un día las fotos a tu madre y quizá lo ves.
-Judith: ala... qué cosa.
Dice Judith mirándose fijamente la vieja foto.
-Judith: que bonito, es, es, muy bonita la foto. Tú cuando tenías muy pocos años.
-Sombrero: ni yo sé ciértamente cuantos años tengo aquí. Ni dudo que lo sepa nunca porque para eso hay que fechar la foto tras ella, y esta.. como no le hagamos la prueba del carbono.
-Judith: ja ja, como a los fósiles.
-Sombrero: mira... más fotos, en esta estoy disfrazado, y en esta estoy en..
Mientras cástamente Sombrero le va enseñando las fotos a Judith, se siente de maravilla. No es necesario meter la verga dentro de una mujer para sentirse bien con ella.
-Judith: ¿qué más guardas?
-Sombrero: aquí tengo una vieja libreta. Podría haber sólo males apuntes que tomaba por aquel entonces pero esta la he guardado por una razón especial; mira, en esta página tuve una conversación con la chica que se me sentaba al lado. Estábamos en clase y no podíamos hablar, por eso nos escribímos lo que hablamos en esta página.
-Judith: uala, que punto, yo nunca lo he hecho.
-Sombrero: fue una buena amiga, aprendí de ella una cosa muy importante. Resulta que ella tenía una agenda y escribía en ella comentarios acerca de lo que hacía cada día. Pero lo hacía en clave, en unas letras inventadas por ella que sólo sabía leer ella.
-Judith: ¿y te contó el secreto?
-Sombrero: no, esos secretos están para no ser contados. Lo que hice es, tiempo después, cuando hacía tiempo que había dejado el colegio, me inventé mi propia clave, para escribir lo que quisiera donde quisiera y sólo entenderlo yo.
-Judith: ¿tienes un código secreto?
-Sombrero: sí, mira, te lo enseñaré tras del papel.
Sombrero toma el lápiz que siempre lleva en el bolsillo y escribe una corta frase tras el papel de la vieja conversación.
-Sombrero: a que no sabes qué pone aquí.
-Judith: mmmm, pone tonto, aquí. Y burro aquí.
-Sombrero: no, ja ja, no pone insultos, nada de eso Judith.
-Judith: pues no sé, ¿qué pone?
-Sombrero: algo muy bonito, pero no importa. ¿Serías capaz de inventarte tu propio código?
-Judith: sí, supongo. ¿Me tengo que inventar letras? y después?
-Sombrero: tienes que asignarle una letra secreta a cada letra que te inventes. Puedes hacer como yo y usar letras y números normales y darles otro significado.
-Judith: mmm, vale, lo intentaré.
-Sombrero: vale, pues ya me lo contarás.
Sombrero se mira sonriendo a la hermosa niña, encantado. Le encantaría igualmente enseñarle más cosas, los viejos rotuladores, compás, regla, una simple bola de papel viejo... cualquier cosa a enseñarle que sirviérale para estar más rato con Judith. Pero en esto que Judith hace lo que más temiera Sombrero, se mira el reloj de pulsera.
-Judith: ¡ostia! que se me hace tarde, me tengo que ir, Sombrero.
-Sombrero: bueno vale, ya me lo has dicho que no tenías mucho tiempo.
Dice Sombrero cabizbajo por tener que dejar de verla después de casi 10 maravillosos minutos con ella.
-Judith: bueno, pues me voy.
Dice la niña emprendiendo su caminar hacia la puerta de salida.
-Sombrero: espera Judith, un beso.
-Judith: ah, sí, claro.
La niña da media vuelta y se acerca a Sombrero, este ha de agacharse para besarla. Sombrero quiere mucho a Judith y no se ve capaz de darle un monocromático beso en la mejilla. Se acerca léntamente a los labios de Judith con los suyos en la misma línea gravitoria que los de ella. Cuando están a punto de tocarse Judith gira un poco la cara y, viéndolo Sombrero, le da un besito en la mejilla que parécele divino.
-Judith: adiós.